lunes, 21 de septiembre de 2009

XXI - Innecesario (II)

Stratholme - Principios de otoño

El fuego se eleva hacia el cielo ensombrecido de la ciudad que su príncipe arrasó. El crepitar de las llamas, la fiereza con la que parecen alzar sus lenguas rojizas hacia el firmamento me hacen estremecer en un escalofrío de ira y rabia contenidas. Las vigas de la capilla crujen, y un trozo de madera se desprende, cayendo al suelo con un chasquido y un chisporroteo.

Esta es la verdad, Ahti. Mírala bien.

Observo los jirones de plasma que parecen tratar de asirse, desesperados, a los suelos de la ciudad. Son espíritus fuertes, los espíritus de los antiguos paladines de la Mano de Plata. Vinieron a defender la Llama Eterna, y lo hicieron con valor y determinación. Y los hemos matado. Los hemos matado, a todos ellos.

No, sin duda, yo no soy como ellos. Yo no soy un paladín.

- Ahti... vámonos - Aricia tira de mi capa, e Irular aguarda junto al rastrillo, manipulando las cerraduras. Ninguno de los dos parece ser consciente de lo que acabo de hacer... pero yo sí. Yo sí.

- Déjale. Salgamos.

Escucho el roce de las cadenas cuando se abre la puerta de servicio, y los pasos suaves y ligeros de la elfa, que aún se vuelve hacia mi un momento, las zancadas de los demás cuando se precipitan hacia el exterior. Y al final sus imágenes desaparecen, y yo me quedo solo. Aquí hace tanto calor como en el infierno. Para mi, es una parte de él.

Abro la mano y miro lo que tengo en ella. El frasquito de cristal que me dio Solanar, vacío por completo. "¿Por qué?".

- ¿qué...que has hecho... insensato?

Me vuelvo hacia la voz que me habla. Es Aurius, que aún se arrastra, ensangrentado, tratando de ponerse en pie con los ojos fuera de las órbitas y la sangre manando de su boca.

- ¡¿Qué has hecho, maldito sin'dorei?!

- ... no lo sé.

Cierro los ojos con fuerza, tratando de huir de la realidad, de la voz que me atormenta día y noche, que no me permite enroscarme en un rincón y fingir que todo está bien... de la voz que hace que todo me importe. Que todo me afecte.

Lo sabes. Lo sabías desde el principio, pero a pesar de todo, quisiste verlo. Fuiste tan ingenuo... no pensaste que la Orden de los Caballeros de Sangre fuera capaz de algo así. Será alguna prueba de entereza, te decías a tí mismo. Esto tenía que tener truco, ¿verdad?. Pero no, no lo tiene.

Ahogo el gruñido en mi garganta cuando comienza a faltarme la respiración y la sangre se agolpa en mis venas, encendida, estallando como la lava desatada de un volcán en erupción. Me hormiguean las piernas y me tambaleo, apoyándome en la empuñadura de la espada cuando caigo de rodillas.

- Dioses, perdonadme... 

Esto es lo que has hecho por ellos. Has hecho que la Luz se apague para siempre donde era la única esperanza, donde más falta hacía. ¿Es esto lo que significa ser un Caballero de Sangre? ¿Anteponer el orgullo a tu propio corazón, cuando éste te dice que no estás haciendo lo correcto? ¿Cuánto vale un tabardo, Ahti?

Duele. Duele más que cualquier otra cosa. Lo que acabo de hacer no sólo se lo he hecho a este lugar, a esta capilla... lo peor de todo es lo que me he hecho a mí mismo. Lo que llevo haciéndome tanto tiempo. Siento que yo también estoy ardiendo, me consumo en la misma hoguera que ella, mis cimientos se resquebrajan.

Me he insultado. Me he escupido. Me he negado. ¿Cómo he podido estar tan ciego?

- Ahi vienen... que la Luz se apiade de mi alma

Parpadeo, limpiándome las lágrimas con una mano, buscando con la mirada al paladín que yace a pocos pasos de mí. Se está incorporando, aún fatigado por las profundas heridas, y mira hacia el otro lado de la calle, donde un grupo de no muertos avanza lentamente. Atraídos por las llamas de aquel lugar que no podían pisar... y ahora se les abre, al fin.

Y ese tío se está levantando. Se levanta y empuña la puta maza. Joder, ¿qué clase de persona es? Todo está perdido, ¿qué mas quiere defender? Su rostro se vuelve hacia mi, y los ojos castaños me atraviesan, feroces, vehementes. Decididos.

- ¿Qué vas a hacer?

Su pregunta resuena en mi mente con todas las voces que conozco. Es Seltarian, es Ivaine, es la División Octava, es mi padre, es mi madre, son mis hermanos, es Rashe, es Oladian, es Hibrys... soy yo.

¿Qué vas a hacer?

La angustia se cierra con demasiada fuerza, y levanto el rostro al cielo, apretando la mandíbula. El humo es demasiado denso... parece tejerse en el firmamento y formar nubes gruesas, bramantes, que hacen temblar la tierra y saltar las piedrecitas del suelo bajo mis pies. La tormenta naciente refleja la tormenta que se arremolina dentro de mi, anegando mi corazón que late desbocado, martilleando con violencia en mis sienes. Escupiéndome la verdad a golpes, con violencia, sin dejarme escapar. No tengo donde hacerlo, en cualquier caso... así que no tiene sentido tenerle miedo.

Ya no puedo seguir mintiéndome. De qué me sirve engañarme.

"Luz sagrada... tú siempre respondes a quien te invoca con fe. Yo no sé si la tengo. Solo sé que tengo la certeza de qué es lo correcto... y quiero hacerlo. Te necesito, ahora. Y te necesito de verdad. Acaba con lo que mis manos han empezado. No dejes que mi error provoque la destrucción de lo que debe prevalecer."

Extiendo la mano, soltando el frasco vacío que cae al suelo cuando la energía brota de mis dedos, sin un parpadeo de duda, sin un solo titilar inseguro. Es una invocación fluida, perfecta, quizá la más perfecta que he hecho hasta ahora, que se derrama en un torrente sobre el paladín herido al mismo tiempo que el trueno se quiebra en el cielo y la tormenta estalla al fin.

Aurius se arquea un momento cuando el resplandor dorado le cubre, cerrando sus heridas y haciendo brillar sus ojos.

- ¡Erasus thar'no darador!

Su grito resuena en la calle, sobreponiéndose al retumbar de los pasos de la Plaga, que se acerca. Escucho el entrechocar de los metales, y le observo un instante, antes de correr hacia el interior de la capilla en llamas.

- Luz Sagrada... - me arrodillo entre el fuego que lame las paredes, rebuscando en mis bolsas hasta encontrar el canalizador de Auslese. Era mi reserva. Era mi esperanza. Con él, no necesitaría más fuentes en mucho tiempo... joder, Ahti. - Yo no sé rezar, mierda. Nunca lo he hecho.

Empuño el canalizador y observo el cuenco de porcelana donde ahora solo queda una superficie requemada y restos de incienso. Tomo aire, entrecerrando los ojos cuando las astillas ardientes caen cerca de mi rostro.

- Por favor, enciéndete.

Canalizo el choque sagrado sobre la cubeta, desesperado. El calor me impide respirar, y afuera se oyen los sonidos de la batalla. Las placas de mi armadura se están poniendo al rojo con la cercanía del incendio. El paladín sigue resistiendo de alguna manera, aún grita sus arengas. La llama no se prende.

- Enciéndete, por favor. Enciéndete. ¡Enciéndete!

Toda mi voluntad se concentra en algo tan sencillo como prender un inciensario. Todas las esperanzas de toda mi vida se desvanecen y dejan de tener sentido, el universo entero se convierte en un recipiente de barro, es lo único que cobra valor ahora, mientras desato los hechizos, uno tras otro.

"Enciéndete"

Y entonces sucede.

Es como si un millar de plumas se colaran dentro de mi cuerpo, atravesándome tan rápido que me cortan el aliento en la garganta y me obligan a abrir los párpados. El hormigueo es cálido y revitalizante, despierta cada uno de mis nervios, hace estallar mi interior como si mis órganos estuvieran hechos de burbujas de jabón. Es vivir una primavera, es experimentar un amanecer, es deshacerse en los acordes del poderoso órgano del cosmos y pasar a formar parte de él, vibrando intensamente.

La Luz me atraviesa y se proyecta sobre el blandón, arrastrando a su paso el contenido del Canalizador de Auslese al saltar de entre mis dedos.

Y la llama se enciende.

Cuando vuelvo en mí, aún sobrecogido por leves espasmos, con los dedos humeantes y completamente agotado, escucho el sonido de la lluvia. Me encojo, pugnando por encontrar el aire entre los sollozos que me rompen la garganta, y toco mis lágrimas con las manos, incrédulo. Ahora mismo soy incapaz de hilvanar ningún pensamiento.

El fuego ha desaparecido. La Luz vuelve a arder dentro de la capilla. Y yo nunca seré un Caballero de Sangre.

XX - El brujo

Ciudad de Lunargenta - último día de verano

Cruzo la Puerta del Pastor al galope, con la mente despejada, a mi regreso de la lejana Terrallende. Buen momento para llegar. Sonrío y me paso la lengua por los labios. Hay un ataque. Los guardianes arcanos se mueven aquí y allá, rápidos y grotescos, acortando la distancia que les separa del hogar del Regente. Les sigo sin pensar, hasta la alfombra roja.

Los cadáveres amigos y enemigos se extienden alrededor, varios heridos recuperan la conciencia poco a poco, mientras algunos atacantes intentan escapar. El ataque ha sido repelido, es la hora de las represalias, pero algunos Aliados aún venden caro su pellejo.

Me preparo para canalizar algunas curas cerca de los heridos, cuando una nueva oleada de incansables se acerca hacia nosotros desde la plaza, perseguidos por algunos Guardias.

- ¡Ahí vuelven! – exclama alguien. El acero vuelve a desenvainarse y el zumbido de las energías mágicas se entremezcla con las graves invocaciones de los brujos en su oscuro lenguaje y las brillantes palabras de los paladines y los sacerdotes.

Miro un instante a los kaldorei, a los humanos que se acercan. Empiezo a canalizar Luz mecánicamente.

Me gusta esto, para qué mentir. Soy un engranaje. Mi eje es la batalla. Ver un enemigo, desatar los sellos, golpear, contener, azotar… localizar un aliado, invocar una bendición, sanar con un destello, proteger con un hechizo. El universo desaparece y todo queda reducido a objetivos, a las veloces decisiones de la batalla que apenas pasan por el filtro de la mente, que proceden de un lugar más antiguo, el instinto combinado con la costumbre, la cuna de la supervivencia. A veces es casi como una danza bien sincronizada, otras un baile frenético de sangre y acero. Pero siempre es el lugar donde todo parece correcto, medible y exacto, siempre es un lugar reconfortante.

En algún momento del combate, me encuentro a pocos pasos de un brujo enmascarado que desata sombras incansable, con una mano extendida, drenando la vida de un paladín que se esfuerza en golpearle mientras el pánico le atenaza. Salgo un instante de mi ensueño y le observo por unos segundos.

 "Togas de tela", pienso, chasqueando la lengua. Antes de que la espada del paladín caiga sobre él de nuevo, le arrojo un par de potentes curas. El tipo se estremece y dice algo entre dientes en tono seco, se gira un instante a mirarme desde detrás de su máscara - debería ser aterradora, a mi me recuerda a un peluche de sombras - y continua combatiendo.

Me quedo a su lado, sin plantearme por qué lo hago. Los tíos con togas no saben cuidar de sí mismos, aunque sean buenos matando. Al menos, este lo es. Los enemigos caen a su alrededor, algunos contorsionándose de dolor, otros destrozados por la sombra que arroja contra ellos. No deja de escupir palabras en ese extraño idioma que he oído lo suficiente como para reconocer…y no querer saber más de él. El Eredun me da urticaria en el espíritu. Aun así, me quedo cerca suya, quitando de enmedio a algún incauto que corre a atravesarle. Reviento la cabeza de un gnomo con el hacha cuando trata de escurrirse entre mis piernas para conjurar una nova de escarcha o alguna mierda parecida, y cuando alguien llega a golpear al hechicero de la máscara, le sano. Estoy acostumbrado a luchar con brujos. Hibrys y yo hemos combatido durante mucho tiempo el uno junto al otro desde que Sean desapareció, así que sé lo que tengo que hacer.

Y así, como sucede en todas las batallas, y como todo lo bueno termina, llega el momento en el que ya no hay más enemigos a batir. Hemos ganado. Bien, no está mal.

Jadeo levemente y arrastro el hacha tras de mí, para sentarme en la alfombra roja, junto a los demás combatientes, levantando la vista hacia las altas torres de la capital. “Una vez más te hemos salvado el culo, puta. Si te pringo la alfombra de barro y sangre, ya la limpiarán tus escobas mágicas. No tienes derecho a quejarte”.

El murmullo de las energías arcanas de Lunargenta me responde con una risita lúbrica y acaramelada, y chasqueo la lengua, rebuscando la petaca. Los guerreros ríen, festejan la victoria, se felicitan, algunos heridos gimen y otros se palmean las espaldas. 

- Seguro que esto es un sueño, Dagpit. Tiene que serlo.

            No presto mucha atención a las palabras que escucho a mi derecha, aunque las haya oído. Alguien está balbuceando tonterías, pero yo estoy más preocupado en este momento de un trozo de brazal que está a punto de caerse. Hago cálculos mentales sobre cuánto me costará repararlo y cómo cojones me las voy a arreglar para sangrarle un préstamo a alguien más.

- No importa. Con algo de suerte me emborracharé lo bastante como para despertar.

            Emborracharse. Esta vez sí pongo atención y me giro a mirar al tipo. Es el de la toga. Está sentado a mi lado, bebiendo una jarra, con el yelmo a un lado. Parpadeo un instante, arrugando la nariz mientras le observo, con la sensación extraña de quien te resulta familiar sin saber por qué.

Es un tipo normal, de rostro juvenil, un elfo joven de rasgos algo andróginos y con marcas verdes en la cara, runas demoníacas sin duda. Cosas de brujos. Nada nuevo. Tiene el pelo negro, como hebras de brea que se escurren sobre sus hombros, un ridículo flequillo y una cinta... dioses. Es la cinta más horrible que he visto en mi vida. No sé como puede llevar eso en la frente. ¿De qué le conozco? No consigo recordarlo. Y en cualquier caso, dudo que hubiera podido olvidar esa cinta, aunque hubiera olvidado a su dueño.

A juzgar por su expresión, los ojos entrecerrados, la voz pastosa y las notas agrias de su aliento, que me llegan a pesar de la distancia que nos separa, está ebrio como una cuba y habla con su esbirro, un diablillo que me mira mal en cuanto se percata de mi atención.

- No vas a despertar

            El elfo me mira con los ojos brillantes, nublados por el resplandor verde del vil. 

- Claro que si. – repite él. Tiene la voz suave, delicada, extraña. - Estoy soñando, no me cabe duda.

- Si estuvieras soñando, esto no te dolería – respondo, dándole un codazo en las costillas no demasiado fuerte.

            El elfo se encoge y suelta una exclamación indignada, mirándome con gesto de sorpresa. No lo puedo evitar. Me río y le ofrezco la petaca.

Tengo la mano a medio camino cuando me doy cuenta de que me observa con los ojos entrecerrados, con extrañeza. Arqueo la ceja. Él también, como en un espejo. La sensación de familiaridad sigue ahí, y empieza a inquietarme no saber a qué se debe. Quizá le conozco y no le recuerdo.

- ¿Iradiel? - dice al fin.

- ¿Iradiel? No, no soy Iradiel. Soy Ahti.

            Me mira con prudencia al principio, y finalmente algo se relaja en sus ojos.

Esos ojos... hay algo en ellos. Como una tristeza oculta o una cierta desesperanza. Es la clase de mirada de alguien a quien pocas cosas le importan ya y cuyas pupilas han sido testigo de demasiado, una mirada hastiada, cansada. Perdida tal vez. Solitaria. Terriblemente familiar. "Demasiado joven", me digo. "Demasiado joven para estar tan resignado"

- Theron

- ¿Qué?

- Es mi nombre. Theron. Theron Solámbar - Coge la petaca y bebe un trago, devolviéndomela luego. - Pero que mas da, cuando me despierte no me voy a acordar de ti.

- Probablemente, y menos con esa cogorza. Pero esto no es ningún sueño. ¿Por que dices eso?

- Las cortinas son azules.

 Le miro como si fuera un imbécil. ¿Qué demonios dice de las cortinas?

- Pues claro que son azules. Siempre han sido azules.

- No, esas cortinas son rojas. Y ahí estaba la casa de Suzanne, pero ya no está. No hay nadie de los que conozco, ni uno solo. Es un sueño, estoy seguro.

- Las cortinas siempre han sido azules – insisto tajante, mientras me pongo en pie. - Vamos a beber. Una buena batalla se celebra con unas jarras, eso es así hasta en los sueños.

El tio tiene pinta de tener dinero y estar un poco chalado. Con suerte me invitará. Vale, no. Ese no es el motivo de que quiera llevármelo a la taberna, no es el único, al menos. Tengo demasiada curiosidad, y no se por qué, una simpatía instintiva se ha despertado en mi interior. Quizá me de pena.

            Theron - he memorizado bien su nombre - se encoge de hombros y se levanta, sacudiéndose la toga, tambaleante. Cuando lo hace me doy cuenta de lo pequeño que es en comparación conmigo. No es un crío, aunque tenga cierto aire adolescente, pero está escuálido y su cabeza me llega a la altura de la barbilla, con cuernos y todo. Le observo un instante, pensativo, mientras trata de adecentarse y mira alrededor con aspecto de niño perdido.

Es cierto. Me recuerda vagamente a Derlen... pero hay algo más. Como parezco incapaz de descubrirlo, me dedico a charlar con el togas, dándole conversación.

Sólo cuando llegamos a la taberna, enfrascados en un debate demasiado absurdo pero agradable, me doy cuenta, o soy plenamente consciente, del sutil detalle que no me había alarmado antes, y que tampoco lo hace ahora. 

El brujo tiene cuernos. Debería sorprenderme, pero no me sorprende. Realmente, es que no me importa un carajo, así que no pregunto y sigo hablando con él como si nada. He visto toda clase de cosas a lo largo de los años, y sé que el miedo hiere más que cualquier arma. Durante mucho tiempo no he tenido dónde ocultarme de las cosas que me aterraban, así que he aprendido a no temerlas.

Con cuernos o sin ellos, hoy me emborracharé con el brujo.

XIX - A'dal

Shattrath - Finales de Verano

Es levemente inquietante esta sensación.

Porque ahí delante, dando vueltas y canturreando con sonidos cristalinos hay un naaru. Sus fragmentos, que parecen extrañas joyas labradas, dan vueltas y vueltas en un patrón que creo que ya he aprendido de tanto mirarlo, y su sola presencia reconforta de una manera que no comprendo.

Es un bicharraco de cristal. Dicen que los naaru son criaturas de Luz pura, y no seré yo quien lo niegue, a juzgar por lo que veo, pero así a simple vista, eso es lo que es. A'dal protege esta ciudad, y muchos son los que vienen a postrarse ante él o a pedirle consejo. Me hablaron de su existencia en la Capilla de la Esperanza de la Luz, y por eso he venido otra vez a este mundo plagado de putos jodidos malditos demonios. A ver al naaru.

Y el naaru no hace otra cosa que dar vueltas y cantar, proyectando un enorme haz de Luz hacia los cielos, que convierte a Shattrath en un faro, pero al que los putos jodidos malditos demonios no parecen ser capaces de acceder.

Tengo entre las manos el Canalizador de Luz de Auslese, cargado en las mismas corrientes del protector de Shattrath, y le doy vueltas entre las manos, pensativo. Espero que funcione.

Me rasco la ceja, observando a la criatura desde lejos y preguntándome qué consejos puede dar un abalorio luminoso flotante, cuando vuelvo a sentir ese centelleo extraño en el fondo de mis venas, en la misma sangre. A'dal no tiene ojos, pero parece mirarme. Y acojona mucho.

Bienvenido a la Ciudad de Shattrath, Rodrith. Por cierto, estás haciendo lo correcto.

Si, acojona mucho. No son palabras lo que resuena en mi interior y me habla, es algo distinto. Es una canción, son notas pulsantes, suaves, como un arpa lejana que armoniza con mi propio ser y despierta vibraciones en todas mis células. Pero de algún modo, las entiendo.

¿Por qué no te acercas un poco? Deja de apuntalar las puertas de tu fortaleza, acércate y deja que la paz te envuelva en brazos de la Luz. Es bueno. Creo que te gustará.

- Si, hombre. Y una mierda.

Cuando salgo disparado hacia los portales, más asustado de lo que he estado nunca, superado por la grandeza de lo que tengo enfrente, una especie de risa paternal, cascabeleante y afectuosa se escurre en mi interior, canturreando. No se si son mis melodías constantes o la extraña voz de ese naaru.

No estás preparado, aún no, aún no. Vuelve otro día, todo irá mejor

- No pienso volver - me digo, arrojándome a través del portal hacia Entrañas.

Pero en el fondo de mi corazón, sé que sí lo haré.


XVIII - Advertencias

Lunargenta - Verano

En la sala de los cristales, la energía vibra suavemente cuando nos sentamos en círculo, unos junto a otros, entre los cojines de brocado y las suaves alfombras. Los Lobos Sanguinarios están ahí, y también el Alba de Plata. Hay tabardos que reconozco y otros que no, algunos me suenan de haber compartido algunas palabras con ellos.

La diplomacia es una necesidad, la política un ambiente que hay que conocer. Yo no soy político ni diplomático, eso creo. Soy un guerrero de la Luz, que usa todo cuanto tiene a su disposición para dejar de oir la maldita cancioncilla de las pelotas, que me repite continuamente que algo no está bien. Eso si. Soy un buen orador.

Cuando todos se acomodan y se hace el silencio, me pongo en pie. Hibrys y Oladian me miran, a izquierda y derecha. Expongo mis preocupaciones, breve, conciso y sin lugar para la ambigüedad. Al acabar, se escuchan murmullos y finalmente, los representantes toman la palabra.

- Somos conscientes del peligro potencial de la Plaga, Ahti - dice Lauryn, una de las representantes del Alba de Plata. Nos conocemos bastante bien, lo suficiente como para llevarnos la contraria. - Nosotros la hemos combatido con fiereza. Sin embargo, aunque la situación siga sin avanzar en las Tierras de la Peste, ahora la prioridad es Terrallende.

- La plaga está acabada - se escucha otra voz. Un guerrero se levanta y se coloca la capa, dispuesto a salir. No reconozco su emblema, pero lo recordaré, ahora que veo la mirada altiva de ese tipo y su sonrisa burlona. - No pensaba que nos convocarían aquí para hablar de algo que ya no tiene vigencia. Ese pequeño foco de resistencia no es nada, acabarán desapareciendo tal como vinieron. Nosotros volvemos a Shattrath.

Aprieto los dientes, concentrándome en no dejar salir la ira que se enrosca en mi estómago. No es necesario hacer un espectáculo de esto, pero me comen las ganas de gritarles a todos que no son más que una panda de imbéciles.

- Haced lo que consideréis apropiado, pero mientras todas las órdenes y hermandades combaten a los demonios más allá del Portal Oscuro, la Plaga nos observa con sus ojos muertos. - replico, calmado y frío. - Tenemos suerte de que todavía no hayan decidido barrernos, ahora que la mayoría de los brazos fuertes están luchando en otro mundo.

- No son lo bastante fuertes.

- Y además está la Isla...

- Somos conscientes del peligro, pero... - Lauryn desvía la mirada. - Intentaremos repartir nuestras fuerzas.

- Haremos lo que podamos también nosotros.

No entiendo por qué mienten. Al menos sé que el Alba de Plata no nos dejará solos en esto, pero creo que seremos pocos más quienes permanezcamos cerca de las fronteras. El resto son evasivas. Hibrys me mira de reojo con cara de circunstancias, y esa expresión de "te lo dije".

- Nosotros somos mercenarios, Ahti - Rashe me observa, con ojos sinceros. Al menos ella no enmascara la realidad. - Como aliados, os apoyaremos en todo lo que emprendáis y de lo que podamos sacar un mínimo provecho. Como amigos, te ayudaremos en lo que necesites. Pero ahora el dinero está en Terrallende y Quel'danas, y allí vamos a ir.

Aprieto los puños.

- No estoy pidiendo ayuda. Nosotros seguiremos combatiendo en las Tierras del Este, aunque estemos solos. Solo os hago una advertencia. Si no erradicamos esto ahora, quizá lo lamentemos en el futuro.

No tardamos demasiado en quedarnos solos. Entonces Hibrys abre la boca, para alentarme aún más.

- Te lo dije.

XVII - Luonnotar

Lunargenta - Verano

Hay momentos en la vida de un guerrero en los que tienes que agarrarte con fuerza a todo tu coraje para no romper a llorar y que se abra una grieta en los muros que con tanto esfuerzo construiste. Yo he pasado muchos momentos como esos. Muchos instantes en los que una soga se anudaba a mi garganta y las lágrimas pataleaban con furia desde detrás de mis ojos, intentando romper su cautiverio, desterrar al carcelero del orgullo y brotar libres.

Sé que soy muy orgulloso. Pero ahora, mientras avanzo hacia el Centro de Mando de los Caballeros de Sangre, no es cuestión de orgullo, sino de seguridad. Si dejo ver mis sentimientos, expongo las venas más sensibles de mi entereza, para que cualquiera las pueda morder, así que me repito una y otra vez que no voy a llorar.

- ¿Albagrana, dices? - le pregunto a Nodens. 

Él asiente. Es un buen paladín, un conocido del Alba de Plata, uno de los muchos contactos que he conseguido hacer con relativa facilidad. También es algo parecido a un amigo.

- Luonnotar Albagrana. La escuché presentarse y me pregunté si no sería familia tuya.

Un torbellino se agita en la boca del estómago y me parece estar a punto de marearme, pero sigo caminando y asiento, como si nada.

- Lo es. Es mi hermana.

- Pensaba que toda tu familia había muerto. - Parpadea y me mira con asombro.

- Yo también lo pensaba.

Atravesamos el pasillo interior, descendiendo por la rampa de caracol, y avanzamos hacia la zona donde los nuevos reclutas escriben sus datos en los libros, colocados en fila, vestidos con el uniforme de los aspirantes. A un lado, una muchachita menuda, de cabellos rojos como la sangre, intenta discutir con un oficial, que permanece impasible, sin hacer caso a sus gestos y a su voz aguda, infantil.

- ¡Seguro que tienes que conocerle! Yo...

- Ponte en la fila y espera tu turno, elfa.

Dioses. El corazón me da un salto en el pecho.

- Luonnotar... - la llamo, quizá demasiado bajito. Nodens aguarda en la escalera, a una distancia prudencial, cosa que agradecería si no estuviera demasiado arrasado por el asombro y la perplejidad. Ella se gira. No sé si me ha escuchado o es otro tipo de llamada la que le hace volverse hacia el reclamo de mi presencia. Sus ojos verdemar se fijan en los míos y la amplia sonrisa resplandece en su cara de niña, cuando corre hacia mí.

- ¡Hermano!

Nos abrazamos, balbuceando en el torpor de un reencuentro inesperado. La aprieto contra mí con demasiada fuerza, con la soga estrujando mi garganta hasta el punto que no me permite hablar. Mi hermanita, mi niña... no soy capaz de creerlo, de asumir el hecho de que la tengo entre mis brazos, su olor dulce, su voz infantil, su rostro que no ha cambiado tanto.

- Creía que estabas muerta... creía... no te busqué. - Y me asalta la culpabilidad.

- No importa. Ya te he buscado yo.

Su risa me enciende el alma, le limpio las lágrimas con los pulgares y miro alrededor, antes de cogerla en brazos, pequeña, ligera, liviana, y sacarla del Centro de Mando. Hay mucho de qué hablar.

XVI - El destello de la Luna Roja

Lunargenta - Verano

La fuente cristalina se oye desde dentro de la taberna, y me da ganas de mear. Es la fuente, o quizá las jarras de bourbon que llevo en el cuerpo, pero su sonido no ayuda.

- Ereh un trol, Ahti

- Soy un trol, tío.

Brindo con Norag, mientras nos reímos a carcajadas y recontamos los miembros cercenados que hemos estado recolectando en Roca Negra. Desparramo el contenido del saco sobre la mesa, entre los platos de finos manjares, y sin saber por qué me siento mejor al ver los brazos de enano, las cabezas y los pies ensangrentados compartiendo su lugar con las bandejas de plata. Es un extraño orgullo el que me envuelve al traer a la Ciudad que no Duerme la verdad. "Hay guerra afuera. Y cada vez que yo vengo, os traigo un poco de ella.", me digo, observando el rostro sonriente de mi compañero.

- Cuantoh tieneh?

- Cuéntalos, hermano. ¿Has traído cabezas?

- T'engo termitah y un cuer'po roto

Norag extiende sus enormes brazos azules y extrae sus botines sangrientos. Joder, soy un enfermo. No es normal que sienta esta hilaridad ante la visión de cuerpos mutilados, pero es que me hace gracia. Además, son enanos hierro negro, no puede ser tan malo.

- ¿Que estáis tramando?

Parpadeo y vuelvo la vista hacia la entrada. La muchachita está allí, mirándonos con timidez y recogiéndose el pelo detrás de la oreja, con su toga azulada y las runas sobre la mejilla pálida, que se traslucen entre los cabellos azabache. Basta su presencia y su voz dulce para que nos recompongamos y carraspeemos, devolviendo los trofeos a los sacos de rafia y empujándolos de una patada al otro lado de la taberna.

- Nada

- ¿No? - se ríe entre dientes, haciendo una reverencia y sonriendo con candidez. - Hola Norag, hola Ahti.

- Hola Aricia

- Ho'la Ari'cia

Se acerca a nosotros con pasos cortos, algo insegura, y mira alrededor. Aricia tiene la habilidad de enternecerme, con su apariencia frágil y su profunda sensibilidad. Mientras ella pide permiso para sentarse y se recoge la falda como la dama refinada que es, recuerdo el día en que la conocí, en el Bosque Canción Eterna, y su muy apreciada colaboración en mi vida personal. Si no fuera por su candidez al preguntarnos a Rashe y a mi cuando íbamos a declararnos, seguramente mis noches serían mas frías a día de hoy. Supongo que su inocencia me conmueve. Un poco.

- Si no os importa, tomaré un poco de vino con vosotros. Solo un sorbito.

Hace un mohín y aparta la vista, riendo entre dientes como una cría mientras nosotros intentamos disimular que quizá, solo quizá, el alcohol nos ha afectado un poquito.

- ¿Quie'res que te pida al'go, Aricia?

- No, gracias - Sonríe y saca su frasquito de rojo contenido, llevándoselo a los labios con disimulo. Arqueo la ceja. "Eso no es vino". La elfa carraspea y se dispone a echar una ojeada a la comida, cuando sus ojos se abren como platos y observa lo que hay en el centro de la mesa. Su rostro palidece de repente.

- Eso... eso es... ¿eso es un...brazo?

Mierda. Norag y yo nos miramos, con cara de circunstancias.

- No... es... - carraspeo. - Es una bomba. Eso es. Es un explosivo nuevo

- Muy peligro'so, si.

- Peligrosísimo. Mejor lo tiramos.

Agarro el miembro cercenado y lo arrojo por la puerta con todas mis fuerzas, tapándome los oidos después, preparándome para la explosión. Cuando Norag me observa como si fuera imbécil y se estremece al contener la risa, me doy cuenta de que probablemente lo soy. Vuelvo a fingir una tos, estirándome el tabardo y limpiándome la sangre de las manos en la parte trasera de los pantalones y me siento como si nada.

- ¿Donde está Halmir?

El cambio de tema surte efecto. Aricia parpadea y sale de su asombro, golpeando el borde de la mesa con las uñitas y ladeando la cabeza.

- Um... está... um... anda ocupado últimamente.

- ¿Te han de'jado salir so'la hoy?

Entrecierro los ojos, buscando con disimulo la petaca que guardo entre la pechera y la camisa, fingiendo prestar atención a la conversación. "Aricia es una buena chica, y su prometido un paleto sin sentido de la responsabilidad. Debería pasar mas tiempo con ella. Aunque claro, si sus padres no la dejan ni a sol ni a sombra, no me extraña que el tipo esté hasta las naric..."

Se interrumpen mis pensamientos cuando levanto la vista y me encuentro con la atenta mirada de la elfa, que se sonroja repentinamente y baja la cabeza, balbuceando para retomar el hilo de la conversación.

- N...no. Bueno, se enfadarán cuando vuelva, si se dan cuenta de que no estoy...

Arqueo la ceja y reprimo un suspiro resignado. Desde luego, no se puede ser tan guapo, Ahti.


XV - El amanecer

Isla del Caminante - Verano

La noche es clara y estrellada. Una luna enorme se balancea, plena, en el firmamento añil de los últimos instantes previos al alba, y las olas lamen la orilla suavemente, deslizando su lengua de sal y espuma sobre la arena. En el horizonte se recorta la Isla de Quel'danas, y la miro, entrecerrando los ojos, con el espíritu en calma, sumergido en mí mismo. Estrecho a Rashe con un brazo mientras ella enreda los dedos en mis cabellos. Su contacto es más que un alivio, sus palabras no me inquietan tanto como deberían.

- Estábamos en Draenor cuando todo ocurrió. Fue una suerte. Una suerte para el Príncipe, desde luego, que estuviéramos tan lejos, aunque sabes que nosotros permanecemos al margen de esas cosas. 

Asiento levemente con un gruñido.

- ¿Se ha llevado a M'uru, entonces?

- Eso dicen. El hecho es que ya no está donde solía. Hay muchos rumores, algunos no creen que fuera el Príncipe ... quien sabe cual es la verdad. Elfos sangrevil, guardias que se vuelven unos contra otros, caballeros de sangre indecisos... - Rashe chasquea la lengua y se me queda mirando. - Lor'themar se ha apresurado a poner orden y Alduron ya lo ha hecho oficial. ¿Qué harás entonces? ¿Como mantendrás tu poder para manejar la Luz ahora que ya no tenéis al naaru?

Suspiro y la miro de reojo, acercándola más a mí. Su cuerpo es flexible y cálido, huele a bosques vírgenes. En su semblante hay curiosidad y un punto de fascinación.

- Nunca he dependido de M'uru para usar la luz - confieso al fin. No me gusta hablar de ello. No me gusta hablar de mí, pero Rashe se merece confianza. Al menos un poco. - Asi que haré lo mismo de siempre.

La isla de Quel'danas es una cumbre brumosa que despunta en el horizonte, la respiración de la elfa encuentra su eco en el arrullo del mar. Aún me contempla un momento antes de ponerse en pie y tomarme de la mano, sacudiéndose la arena de los pantalones de cuero en un gesto curiosamente femenino en ella.

- Eres tan extraño... - murmura mientras tira de mí hacia el agua, sacándose las botas con los pies. - es imposible saber lo que estás pensando.

- Mi cabeza es un desierto, ya lo sabes. Yo no pienso.

Se ríe entre dientes, escurriendo los brazos en torno a mi cuello. La abrazo por la cintura, alejando mi mirada de la isla para que vuelva a ella, y encuentro su sonrisa jugosa que despierta una punzada en mis venas.

- Se te da bien hacerte el tonto. - murmura, entrecerrando los párpados. Los rizos oscuros enmarcan su rostro ovalado, de pómulos esculpidos y ojos rasgados, brillantes. La vitalidad vibra en los músculos de su cuerpo felino, rezuma en su aliento cálido. Rashe me distrae de cualquier cosa, sobre todo cuando está tan cerca. - Eres un aliado leal, un compañero divertido y siempre me haces reír... pero no eres solo eso. Ocultas muchas cosas. Tienes demasiadas facetas, y estoy segura de que no conozco ni la mitad.

Inclino mi rostro sobre el suyo, sin llegar a tocarla. Me doy cuenta al hacerlo de cómo se estremece entre mis brazos al percibir el movimiento, y aguarda con los labios entreabiertos.

- Es posible.

Ella tiene razón. Oculto muchas cosas... y eso no es justo. Al mirarla ahora, entre mis brazos, trémula y emocionada mientras aguarda un beso que aún no llega, me doy cuenta de que la hermana del lobo no es invulnerable. Me doy cuenta de cuánto podría herirla, queriendo o sin querer... y de que ella también podría herirme a mi.

- ¿Por qué volviste de la Capilla?

Su voz se cuela en mis oídos, es un susurro apenas pronunciado, que escucho más por la vibración del aire entre nosotros que por su verdadero sonido. Respondo por impulso, sin pensar apenas en lo que digo.

- Volví por ti. Regresé cuando supe lo que había pasado. No sabía si estabas bien, estaba preocupado. - hago una pausa, frunciendo levemente el ceño cuando me asalta la duda. - ¿Por qué volviste tú de Draenor?

Sonríe a medias y vuelve los ojos hacia el horizonte. Un rayo de sol trémulo quiere abrirse paso, y tiñe suavemente el firmamento con tonos rosados y púrpuras.

- Dicen ... que si dos personas llegan juntas al amanecer, el Sol les bendice para siempre...y nunca se separarán. - La brisa sopla y agita nuestros cabellos un instante. - No quiero separarme de ti.

La voz de Rashe suena demasiado dulce, y me sabe a maldición en los oídos. Todo es demasiado complicado, he probado este cáliz antes y siempre ha traído dolor y devastación en el centro de la fortaleza. Siento la tentación de levantar los puentes y atrancar las puertas por dentro, pero no soy capaz de renunciar a ella ahora. No soy capaz de cerrar del todo, no cuando mi corazón se vuelve hacia el suyo impulsivamente, aunque yo no quisiera que lo hiciera.

El beso es una explosión cálida y desesperada en mi boca cuando me precipito hacia ella. No pienses. Es mejor no pensar. Ya llegará el momento de hacerlo, pero ahora no. El amanecer nos observa caer sobre la playa, justo ahí donde el agua y la tierra se encuentran, enredados en brazos del otro hasta que solo nos separa la piel.

Dejo que todo se disuelva, sumergido en su cuerpo de sabores hipnóticos. No sé si el sol nos bendice, pero un vínculo se está cerrando ahora. La he dejado entrar en mí, y sé que no podré sacarla nunca. Aunque nos separemos, siempre la llevaré conmigo.

XIV - Una carta

Tierras de la Peste del Este - Verano

Los muertos atacan otra vez. Llevan hostigando aquí desde hace semanas. Ya ni siquiera pienso en lo que hago cuando los decapito, uno tras otro, dejando que claven sus dientes estúpidamente en las placas de mi armadura. Los gritos y los chirridos del hueso al romperse se han convertido en una música peculiar, mientras piso la cabeza cercenada de un necrófago y observo al esqueleto que se acerca. Suspiro. Tengo los sesos derretidos de un zombi en mi bota.

"Querida Ivaine: 

De nuevo te escribo, aun desconocedor de si mis misivas llegan donde deben, de si estas palabras las leerán tus ojos alguna vez. No hay manera de tener noticias de ti. He preguntado a todo el mundo, en Vista Eterna, en la Aldea Estrella Fugaz, y ahora aquí, en la Capilla, intento captar tu nombre en las conversaciones de los soldados"

- No podréis resistir eternamente... yo te maldigo...

La voz resbaladiza del nigromante llega a mis oídos desde atrás, y me ladeo justo a tiempo para esquivar una bola de sombras, que pasa a poca distancia de mi rostro con un halo frío y mordiente.

- No puedes maldecirme, imbécil - Gruño, arrojando el filo de Sul'thraze contra su cuerpo cubierto por la toga. - No tienes poder sobre mí.

La sangre salpica y machaco el torso del nigromante a conciencia, alimentando el filo de la hoja, gritándole a él y a los vivos que pueden escuchar.

- ¡No puedes maldecirme! Esta espada está maldita y es mi arma, ¿entiendes, pedazo de mierda? - me salta una esquirla de hueso a la cara y escupo sobre el cadáver gorgoteante. - Las maldiciones, yo las convierto en bendiciones. ¡Esta es tu retribución, escoria!

"...Elive ya habrá cumplido cuatro años. ¿Conoce a su padre? Me pregunto si me ha borrado ya de su memoria. La acunaba entre mis brazos y le hacía helados de melón con la nieve del risco y el zumo de Vista Eterna. Ella se arrastraba sobre la alfombra y lo señalaba todo con el dedo. ¿Como aprendió a andar mi hija, Ivaine? ¿Es fuerte?"

Los guardias esqueléticos me lo ponen difícil. Tengo que esforzarme mucho para canalizar luz aquí. Recuerdo las enseñanzas de Seltarian y busco las fuentes en las hebras luminosas que fluyen continuas, subyacentes en la tierra muerta, en el aire infecto. Es difícil extraer nada, y sin embargo, la siento estallar en mi interior de alguna misteriosa manera. Los Caballeros de Sangre me han enseñado a sellar y sentenciar, así que sello y sentencio.

- Tu fe en la Luz no te salvará, paladín.

Otro nigromante. Esta vez, la Sombra me alcanza con violencia y parece atravesar mi interior como una hoja helada de afilados colmillos, arrancándome un gruñido y haciendo que me tambalee hacia atrás.

- No soy... - apoyo el filo de Sul'thraze en el suelo y me mantengo en pie, aferrado a la empuñadura. Algo hierve en mi sangre, efervescente, centelleante y cálido. - No soy un paladín.

El Torrente Arcano desatado confunde al hechicero, y levanto el brazo, giro la muñeca, pongo toda mi voluntad y toda mi fuerza en el movimiento, que secciona su cuerpo endeble desde la ingle hasta el cuello. Cuando cae al suelo, partido por la mitad, las entrañas se derraman con un sonido viscoso sobre la tierra yerma.

"Algún día volveré, Ivaine. Pondré las cosas en orden y reclamaré lo que me pertenece, a lo que pertenezco. Cuida de nuestra niña hasta entonces... hasta que las afrentas hayan sido saldadas, hasta que la verdad se revele y sea libre de nuevo para alzar la cabeza y decir mi nombre. Hasta entonces, que los dioses te guarden, a ti y a Elive."

Arranco la espada de la carne y limpio la hoja en los ropajes sesgados de un muerto. El acero antiguo silba y parece agitarse, hambriento. Me quema en las manos aún después de tanto tiempo. Si me dejara llevar, Sul'thraze se bebería la sangre de todos los que me rodean, amigos y enemigos, pero soy yo quien tiene las riendas. La alimentaré de carne muerta y de cultistas del Exánime. 

Cuando vuelvo la mirada hacia la cuesta que conduce al Claro Ponzoñoso, a las tropas que descienden hacia nosotros desde allí, me siento vacío por dentro. Puede que esta guerra no termine nunca. Bien. Ese no es motivo para dejar de combatirla, ¿no?

Empuño el arma y aguardo.



XIII - Pasos atrás - Regreso a la Capilla

Tierras de la Peste del Este - final de la primavera

El cielo sigue siendo pardo aquí. El aire insano se cuela en nuestros pulmones, obligando a Jhack a toser de cuando en cuando y aumentando su mal humor. Miro de reojo al sacerdote, que se recoge la toga para caminar a lo largo del paso estrecho entre dos árboles y avanza con dificultad. Oladian me mira de reojo desde atrás, y asiento. Es suficiente para que el explorador avance delante de mí, corriendo ágilmente y apoyándose en las ramas secas de los árboles, que extienden sus dedos cenicientos hacia el cielo, como una grotesca petición de auxilio.

Aguardamos, silenciosos y taciturnos, hasta que el pájaro llega y veo moverse algo a lo lejos, tres veces. 

Nuestro destino está cerca. Veo la torre de piedra a lo lejos, se recorta en piedra gris, como un reclamo desafiante, expuesta a amigos y enemigos. Conforme descendemos, el sonido de las placas de los soldados del Alba Argenta, entrechocando entre sí, se hace más audible. Es un alivio en las tierras desoladas y plagadas de muerte, un canto claro y hermoso de batalla y esperanza.

Cuando alcanzamos la explanada de la Capilla, un par de soldados salen a nuestro encuentro.

- ¿Quién va?

- Somos la Guardia del Sol Naciente. - respondo sin dudar, mostrando el pequeño símbolo que me ciñe la capa - Venimos a prestar nuestra colaboración. Recibimos la Insignia del Alba en El Baluarte.

Los soldados observan el abalorio y asienten, mirándonos con atención e indicando las tiendas y el fuego que arde a la izquierda de la amplia escalinata.

- Los combatientes pueden descansar ahí al lado - replican en orco, con el acento extraño de los humanos. - Tenemos algunos suministros y sopa caliente, y el vuelo está en funcionamiento.

Asiento, mirando de reojo a Hibrys. Ella se sacude la toga, observando alrededor con disgusto, suspira y me devuelve un mohín resignado antes de mover la mano con languidez y dejarse guiar por uno de los avizores.

- Vamos, chicos

Los demás la siguen, y aún se vuelve un momento, dejándome entrever un destello de sus ojos, del color verde brillante de las hojas de verano. Cuando se alejan, suspiro profundamente y levanto el rostro, apartándome el cabello de la cara y observando la puerta de la Capilla, ciñéndome el yelmo a continuación.

- Supongo que querrás audiencia con Lord Maxwell - dice el guardia que ha quedado frente a mí. Sus ojos pardos me escrutan desde detrás del yelmo, y me pregunto cuánto tiempo lleva sirviendo aquí. Puede que me conozca.

- Si es posible, quisiera presentarle mis respetos. - respondo, esta vez en lengua común.

El humano pestañea un par de veces y asiente con la cabeza.

- Siéntete libre, paladín.

- No soy un paladín. - murmuro, pero el soldado ya ha desaparecido y regresa a sus actividades. 

Mi mirada vuelve a prenderse en el edificio de la Capilla, y los recuerdos golpean mis sienes con un sabor agridulce y extraño. Los estandartes siguen ondeando, plata sobre negro, como antaño. El poste ha desaparecido, pero la pila de la entrada sigue ahí, cubierta de velas votivas, y en torno a ella, un tauren y una elfa nocturna conversan. Seguramente son druidas. Repaso los rostros conocidos, nervioso como un crío antes de su presentación en la academia.

¿Me reconocerán? ¿Se acordarán de mi? Con algunos apenas intercambié algunas palabras, pero Nicholas Zseverenhoff me atendió de mis heridas en más de una ocasión. Bettina también está ahi. Y si yo me acuerdo de ellos, es posible que también sea al revés.

Tengo el estómago encogido con alguna extraña emoción, y no me gusta. Así que asciendo los escalones casi precipitadamente y entro en la nave principal. Bajo la escasa luz que se cuela en las ventanas apuntaladas con tablones y que desciende de las lámparas colgantes, aguardan los líderes del Alba Argenta. Miro sus tabardos, sin atreverme a alzar más la vista. Escucho el sonido rasposo de las botas sobre la piedra cuando abandonan su conversación y se giran hacia mi, y sin levantar la mirada, me llevo el puño al corazón y me inclino, demasiado condicionado por la antigua disciplina y el recuerdo que me inunda, casi ahogándome.

- Saludos, guerrero. ¿Podemos ayudarte en algo?

La voz de Lord Maxwell tiene un timbre demasiado distintivo como para olvidarla. Siento su mirada de un solo ojo fija sobre mí.

- Mi nombre es Ahti, Alto Guardián de la Guardia del Sol Naciente.  - respondo. No sé como lo hago para que mis palabras suenen más firmes cuanto más débil me siento, pero siempre pasa lo mismo.- Mis hombres y yo acabamos de llegar desde El Baluarte para ponernos al servicio del Alba en todo cuanto sea necesario.

Por un momento se hace el silencio.

- Te agradezco la cooperación, guerrero. Descúbrete.

Bien. Supongo que debería tener miedo cuando me saco el yelmo de un tirón y los cabellos me caen sobre el rostro. Agito las orejas, libres al fin, y levanto la vista hacia mi señor. Los segundos me parecen eternos, o quizá son minutos.

- Nos gusta mirar a la cara a nuestros aliados.

Maxwell sonríe a medias.

Está hecho. He vuelto. Este es mi lugar por ahora, como siempre lo ha sido.