lunes, 21 de septiembre de 2009

XVII - Luonnotar

Lunargenta - Verano

Hay momentos en la vida de un guerrero en los que tienes que agarrarte con fuerza a todo tu coraje para no romper a llorar y que se abra una grieta en los muros que con tanto esfuerzo construiste. Yo he pasado muchos momentos como esos. Muchos instantes en los que una soga se anudaba a mi garganta y las lágrimas pataleaban con furia desde detrás de mis ojos, intentando romper su cautiverio, desterrar al carcelero del orgullo y brotar libres.

Sé que soy muy orgulloso. Pero ahora, mientras avanzo hacia el Centro de Mando de los Caballeros de Sangre, no es cuestión de orgullo, sino de seguridad. Si dejo ver mis sentimientos, expongo las venas más sensibles de mi entereza, para que cualquiera las pueda morder, así que me repito una y otra vez que no voy a llorar.

- ¿Albagrana, dices? - le pregunto a Nodens. 

Él asiente. Es un buen paladín, un conocido del Alba de Plata, uno de los muchos contactos que he conseguido hacer con relativa facilidad. También es algo parecido a un amigo.

- Luonnotar Albagrana. La escuché presentarse y me pregunté si no sería familia tuya.

Un torbellino se agita en la boca del estómago y me parece estar a punto de marearme, pero sigo caminando y asiento, como si nada.

- Lo es. Es mi hermana.

- Pensaba que toda tu familia había muerto. - Parpadea y me mira con asombro.

- Yo también lo pensaba.

Atravesamos el pasillo interior, descendiendo por la rampa de caracol, y avanzamos hacia la zona donde los nuevos reclutas escriben sus datos en los libros, colocados en fila, vestidos con el uniforme de los aspirantes. A un lado, una muchachita menuda, de cabellos rojos como la sangre, intenta discutir con un oficial, que permanece impasible, sin hacer caso a sus gestos y a su voz aguda, infantil.

- ¡Seguro que tienes que conocerle! Yo...

- Ponte en la fila y espera tu turno, elfa.

Dioses. El corazón me da un salto en el pecho.

- Luonnotar... - la llamo, quizá demasiado bajito. Nodens aguarda en la escalera, a una distancia prudencial, cosa que agradecería si no estuviera demasiado arrasado por el asombro y la perplejidad. Ella se gira. No sé si me ha escuchado o es otro tipo de llamada la que le hace volverse hacia el reclamo de mi presencia. Sus ojos verdemar se fijan en los míos y la amplia sonrisa resplandece en su cara de niña, cuando corre hacia mí.

- ¡Hermano!

Nos abrazamos, balbuceando en el torpor de un reencuentro inesperado. La aprieto contra mí con demasiada fuerza, con la soga estrujando mi garganta hasta el punto que no me permite hablar. Mi hermanita, mi niña... no soy capaz de creerlo, de asumir el hecho de que la tengo entre mis brazos, su olor dulce, su voz infantil, su rostro que no ha cambiado tanto.

- Creía que estabas muerta... creía... no te busqué. - Y me asalta la culpabilidad.

- No importa. Ya te he buscado yo.

Su risa me enciende el alma, le limpio las lágrimas con los pulgares y miro alrededor, antes de cogerla en brazos, pequeña, ligera, liviana, y sacarla del Centro de Mando. Hay mucho de qué hablar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario