lunes, 23 de noviembre de 2009

LXI - En el interior (II)

Ciudad de Shattrath

A'dal sigue cantando, la Luz sigue fluyendo hacia el firmamento en el mismo haz indisoluble. Fantomas, mi dracoleón, sigue comportándose como el animal medio idiota que es. Su mirada es casi bovina y su vuelo irregular, más aún cuando carga con dos personas. El brujo se revuelve, helado, cubierto de un extraño sudor frío, sobre el lomo de la bestia y sus pensamientos me llegan con claridad, irritándome a pesar de ser conocedor de su origen.

¿Por qué me haces esto?


Se clava como una daga helada en mi conciencia, en alguna parte de mi alma a la que no presto atención.

- No estás bien - respondo en voz alta, guiando a la montura hacia el Alto Aldor. - Ya hace tiempo que no lo estás. Tienes algo dentro que te está consumiendo, brujo, y hay que extirparlo.

El viento me agita los cabellos mientras avanzamos al vuelo. Tengo que sujetarle con un brazo mientras se retuerce, como si alguien estuviera secuestrándole. Percibo la hostilidad, el miedo, la incomprensión. No entiende lo que está pasando. Los ojos verdeantes, cubiertos por un velo extraño, se vuelven hacia mí
un momento con el claro reflejo de la tristeza, y aprieto los dientes, tenso la mandíbula, empujando al fondo las sensaciones que me muerden por dentro.

Paso de ellas. No voy a hacerles caso. Voy a hacer lo que hay que hacer y punto.

- Suéltame... por favor, suéltame.

No dejo que la súplica me afecte. No gasto más saliva en explicarme. En este estado, no lo va a entender, pero cuando todo haya pasado, se alegrará. Y las cosas volverán a ser como siempre. Será el mismo de siempre. Como tiene que ser. Me lo repito una y otra vez.

Descendemos sobre una balconada y me veo obligado a arrastrarle a un rincón. Theron pega la espalda a la pared y se encoge sobre sí mismo, mirándome con horror. Su lealtad ahora es más fuerte que su miedo, y se limita a observarme tratando de entender por qué le hago esto, qué ha hecho para que le odie así, para que quiera destruirle.

Dispongo las piedras imbuidas alrededor y empuño el canalizador de luz en una mano, las tres rocas de nodo en la otra. Y le miro. Pálido y con los ojos desorbitados, menea la cabeza.

- No... no lo hagas.
- Ya basta, brujo, por favor - escupo casi con virulencia, acercándome a largas zancadas. - Basta.
- ¡No!

Se cubre con los brazos, está asustado. Tiembla y respira agitadamente, retorciéndose, cuando me acerco y me cierno sobre él, aprieto sus manos contra el suelo y comienzo a invocar la Luz con ligereza, buscando, buscando, rastreando, tanteando.

- ¿Por qué? - repite, forcejeando con desesperación. - ¿Por qué? ¿Por qué me haces esto? ¿Por qué?

Entrecierro los ojos, distanciándome del subir y bajar desacompasado de su pecho, del pánico atroz que le envuelve, desafiando a esa oscuridad espesa, fría y densa que casi puedo ver. Una mancha negra como la noche sobre su pecho, sobre su mente, sobre su estómago. Una mancha oscura que extiende sus tentáculos, alimentándose de su sombra, creciendo y creciendo desde hace... ¿Hace cuánto? ¿Cómo llegó ahí? ¿De qué manera se coló en su cuerpo y en su alma? No lo sé. Sé lo que ha hecho.

¿Por qué me haces esto?

Sé lo que ha hecho. Confundir sus recuerdos, casi devorando algunos de ellos. Arrastrarle a un punto cercano a la enajenación, poseerle desde dentro, alimentarse de él. Recuerdo haberle arrastrado de la Isla, cuando se dirigía a la Meseta como un autómata, sacarle de tumbas abiertas donde dormitaba casi en trance, golpear con violencia dentro de su cabeza intentando hacerle reaccionar cuando esa bruma oscura se inflamaba y le abrazaba por completo, haciéndole olvidar quién soy. Quién es él. Quién es él ahora.

No voy a consentir más cadenas así.

- Nunca te haría daño, gilipollas - insisto vanamente en medio de la concentración, mientras localizo el centro de ese charco espeso y viscoso dentro de Theron.

- ¿Entonces por qué quieres hacerme esto? - murmura quedamente, al borde de las lágrimas.

No le hagas caso, me digo. Y no le hago caso. No es mi brujo el que está hablando, es un despojo débil y retorcido presa de los zarcillos oscuros de lo que le consume. No le hago caso, por muy hondo que muerda dentro de mí, me niego a darle ese poder al miedo, a la compasión mal situada, al temor de herirle. Y una mierda. Esto se va a acabar, y va a acabarse ya.

Los objetos de poder que nos rodean son mis fuentes de Luz ahora. A'dal está cerca, también me nutrirá. El canalizador vibra mientras invoco el hechizo, la energía atraviesa mi cuerpo y mi alma y desciende hasta mis manos, abiertas sobre su frente. Theron cierra los ojos, se cubre con las manos, temblando.

"Se acabó"

Todo irá bien, confía en mi, mas allá de la mierda que te envuelve. Confía en mi, hostia.


Titilante y sonora, la Luz se desliza con potencia hacia el interior de su cuerpo, brota como un rayo estelar que me enerva y me tensa, bullendo en mis entrañas, buscando el enemigo que yace en el interior. Lo veo a través de ella, agitándose como un insecto de mil brazos, espumeando con cierto aire salvaje y condescendiente. Se ríe de nosotros. Veremos si se sigue riendo ahora.

-¡No!

El brujo grita cuando la Luz le atraviesa. Arranco la energía del naaru, del canalizador cargado, de las piedras de nodo, de todo cuanto tengo cerca hasta casi no poder contenerla dentro de mi, y me estrello contra la oscuridad bullente, ardiendo de determinación.

Y se levanta. Me hace frente. Impactan una contra otra con una violencia de energías equitativas que chocan y estallan, se golpean y...

... arrasan...

...como olas desencadenadas... como fuerzas naturales que destruyen a su paso...

Mierda no. Que no sea en vano... que no sea...

Apenas siento el golpe contra el suelo cuando caigo de espaldas. El cielo sobre la Ciudad de Shattrath ondula delante de mis ojos, y todo se desvanece. Me despido de la conciencia con la amarga impotencia de la derrota, y todo se vuelve...

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