domingo, 31 de enero de 2010

LXXXIII - Reencuentros

Entrechocar de cucharas de metal en platos de barro, eructos, olor a cerveza y carne a la brasa y las voces de los orcos y los trols. La incesante actividad en el Bastión del Honor se extiende a mi alrededor, y de alguna manera, una parte de mi mente la registra. Casi puedo desgranar la conversación que están manteniendo los soldados que se reponen de la batalla al otro lado de la extensa sala que pretende servir para el descanso de los combatientes. Sé perfectamente lo que están comiendo, reconozco y registro los olores y los aromas. También me llegan con claridad las percepciones al otro lado del vínculo, la excitación y el hambre, las sensaciones disparadas y el ardor lascivo del brujo, que se ha marchado con mi hermanastra hace ya horas, y las que les queden hasta sentirse satisfechos o quedar inconscientes.

Y además, estoy leyendo la carta de Oladian y pensando en Elhian.

Esta capacidad para disgregar mi atención en todas las direcciones y administrarlas a mi antojo se la debo a Seltarian, mi viejo maestro. También soy capaz ahora de evocar sus palabras mientras me divido y me dedico a mis deberes sin perder un ápice de concentración. "Tu cuerpo debe ser una máquina perfecta, sana y bien engrasada, un canalizador apropiado para la Luz. Tu espíritu, limpio y claro, sin mácula. Tu mente, serena y de engranajes firmes y exactos, con la capacidad para compartimentar", me decía con la voz serena y vibrante, los ojos azules fijos en los míos y ese porte de héroe inaccesible que siempre quise imitar. A él le salía mejor. "Imagina tu mente como una gran sala con diferentes habitaciones. Encierra en una aquello que te altera y te molesta, déjalo ahí bajo llave hasta que puedas regresar a visitarlo y analizarlo con propiedad. Si no puedes resolver un problema, apárcalo hasta que puedas. No lo olvides, pero no dejes que interfiera en el resto de tus pensamientos. Divide tu mente y centra tu atención y tu esfuerzo en lo más prioritario. Una mente en orden es una mente en paz."

Así es como funciona. Por eso, los murmullos del Bastión quedan en un segundo plano en mi pensamiento,  la sangre ardiente y las emociones teñidas de lubricidad del brujo son apropiadamente ignoradas y me cierro en el vínculo para evitar que me distraiga, no es momento ahora de compartir las delicias de sus placeres. Termino de leer el informe de Oladian, sentado en mi rincón, inmóvil y con el ceño fruncido.

"Todos estamos ya en Rasganorte. Sé que no lo acordamos así finalmente, pero me he unido a la Mano de la Venganza para obtener información privilegiada, o eso espero. Es un riesgo, y me temo que no podré ponerme en contacto con vosotros tanto como quisiera. No me gustaría levantar sospechas. No es mi vida lo que me preocupa, pero no deseo que la Orden quede en entredicho o se gane nuevos enemigos.


Hibrys ha partido hacia el Bastión para reunirse con vosotros, y Elhian se quedará en el Saliente Ámbar. Hace días que está más esquiva de lo habitual en ella, y no parece muy dispuesta a trabajar en equipo, pero confío en que eso cambie.


Te escribiré de nuevo cuando haya descubierto algo, pero no lo hagas tú. Creo que no es prudente por ahora. Enviaré a Eru a buscarte si las cosas se ponen feas. Oladian"


Vaya.

Doblo la misiva y la guardo en la bolsa, pensativo. Una jugada muy arriesgada por su parte, pero sí, lo admito, me embarga una sensación parecida al orgullo. Me pongo en pie y me dirijo hacia el vuelo, encendiendo la pipa y reflexionando sobre las nuevas noticias. Oladian está aquí, dispuesto a pelear y hacer honor al tabardo. Hibrys también, aunque prefiero no pensar en los motivos que sé que les hacen seguirnos, las razones de su lealtad, o de su dependencia.

Las de mi hermana, sin duda, son las más endebles, pero es mi deber y mi obligación cerrar el pico al respecto, al menos mientras ella no la cague. Hibrys no es tema del que discutir con el brujo, eso lo tengo más que claro, al igual que tengo claro que ella está aquí porque a su particular manera me aprecia, y porque a su particular manera, quiere mantenerse cerca de su amante cornudo y ocasional "instructor", si es que se le puede llamar instrucción a eso.

Elhian es harina de otro costal. Oladian afirma que se ha aislado más de lo normal, y ahora que al menos estamos aquí cinco miembros de la Guardia, o trabajamos juntos y volvemos a cohesionarnos, o nuestra existencia como Orden deja de tener sentido. Mientras un dracoleón me transporta hacia el Saliente Ámbar, donde los magos mantienen una constante observación sobre El Nexo al amparo de los dragones del Vuelo Verde o cualquier otro vuelo que no soy capaz de distinguir, chasqueo la lengua y me preparo para enfrentarme a una de esas conversaciones habituales ya a lo largo de mi trayectoria.

No me sorprende encontrar a la renegada sentada cerca de la Torre, mirando hacia el horizonte con el bastón al lado y un libro sobre las piernas. Tampoco me sorprende que no me salude cuando yo lo hago, y que no se vuelva a mirarme ni una sola vez cuando cruzamos las primeras palabras. Sólo puedo ver los cabellos negros, a los que el sol arranca destellos violáceos, y su figura blanca cubierta por la toga, dándome la espalda.

- ¿De qué te escondes aquí, Elhian? - digo con suavidad, metiendo los pulgares tras el cinturón y dejando colgar las manos.

Ella se toma su tiempo antes de responder.

- Elfo engreído y estúpido. No me estoy escondiendo, pero entenderás que tu presencia no me resulta grata después del trato que me has dispensado.

Tomo aire y chasqueo la lengua. Me lo merezco por haberme relajado en su momento. Imaginaba que lo de Elhian acabaría mal, antes o después, el día que cedí a los sentimientos que despertaban por ella. No imaginaba, claro, que el desencadenante de su sufrimiento y nuestra ruptura, fuera Ivaine.

- He sido sincero, Elhian - prosigo en el mismo tono - No te he tratado mal, nunca te he mentido. Lamento que las cosas hayan acabado así.
- ¿¿Que lo lamentas?? - exclama, volviéndose repentinamente. Su mirada es rencor y hielo, sus rasgos delicados están fruncidos en una mueca de odio. - ¡Hipócrita!¡Si lo lamentaras, estarías CONMIGO! No me habrías dejado. No digas que lo lamentas.
- Lamento haberte hecho daño. No lamento haberte dejado cuando mi esposa muerta se levantó de la tumba. Me debo a ella, en esta vida y en la siguiente - replico, con más agresividad de la que me gustaría.
- ¿Deber? No me hables de deber. Dime que la amas.

Elhian siempre ha sido hermosa. Que esté muerta, solo es una circunstancia. Su corazón es ardiente como una hoguera, su alma, sensible y cálida, arrebatada y convulsa cuando la aquejan sentimientos extremos. Es hermosa enfadada, es hermosa cuando está tranquila - que es lo menos común - y si no lo es, a mi me lo parece. Elhian me conquistó con esa feminidad extrema y fuerte que me hacía no entenderla un pimiento y quedarme perplejo cada vez que me gritaba porque la había herido sin darme cuenta. La quise, y la quiero. Pero Ivaine está aquí, y sí, la amo.

- Sabes que lo hago. - respondo, apartándome el cabello que el viento se empeña en agitar ante mi rostro. Elhian se ha puesto en pie y me encara sin arredrarse, como siempre - ¿Por qué quieres escuchar lo que ya sabes y te va a doler?
- Puedo soportar mucho dolor, Ahti. Te lo dije. Y sigues mintiendo - dice fría y acusadora, apuñalándome con sus ojos.
- No estoy mintiendo.
- Lo haces. Dices que amas a tu mujer, y que en honor a ese amor, por tu deseo y tu deber, me dejas y destruyes lo que teníamos. ¿Y qué pasa con lo demás que tienes? ¿También lo has abandonado por Ivaine? ¿Has renunciado a todo?

Dioses. Es como un golpe en la boca del estómago.

Se me han muerto las palabras en la boca y me trago los cadáveres, que me arañan como espinas la garganta. La mirada de la renegada me asedia, y mis razonamientos se tambalean un instante, algo asoma en lo profundo de la comprensión. Pongo todos los medios a mi alcance para reponerme de la perplejidad y del nerviosismo que está extendiéndose como aceite ineludible por mis entrañas. Me cierro en un gesto instintivo y me encojo en el centro de la fortaleza, blindándome.

- ¿De qué estás hablando? - consigo articular al fin.

Ella se toma su tiempo. Sé que disfruta de su estocada.

- Sabes perfectamente de qué estoy hablando, Ahti - dice muy despacio, con una voz cargada de veneno.

Sí, sí que lo sé. Creo. O no. Agito la cabeza, frunciendo el ceño. Ahora estoy completamente a la defensiva, aunque no soy capaz de discernir por qué, dónde está ese lugar sensible donde me ha golpeado con la virulencia de sus palabras, de su declaración sincera como un espejo.

- No es lo mismo. No tiene nada que ver con esto.
- Tiene todo que ver, y siempre lo ha tenido - replica, relajando el semblante con suavidad, y su aspecto se torna triste y melancólico. - Puedes prescindir de mí, por eso me dejas. De lo otro, no puedes prescindir, nunca has podido. Nunca lo harías, por nadie, y nunca lo harás, ni siquiera por tu mujer. Así que no utilices ese argumento... porque no vale nada.

Estoy empezando a marearme. Cada palabra ha caído como un hacha afilada y gélida, y aunque aún soy capaz de mantener una máscara de considerable serenidad, estoy encadenándome por dentro y tratando de empujar esas ideas lejos de mí. "No es lo mismo, no tiene nada que ver. Elhian siempre lo interpreta todo de una manera radical, sin matices. Para ella todo es blanco o negro, y lo otro tiene demasiados matices para ser valorado. No. Es que no hay que valorarlo. Está y punto. No hay que pensar en ello. No se piensa en lo otro. No hay que hablar de ello ni reflexionar sobre motivos ni sobre nada. Existe y ya está. Y no es que no pueda renunciar, es que no quiero. Creo. Que mas da. No es... no es algo que haya que entender ni que ... no tiene nada que ver con esto, nada que ver. No hay nada que pensar. No tiene razón.

¿Estás bien?

Dioses. Me blindo, agitando la cabeza, me alejo y me encierro, elaborando una excusa mental, retrayéndome hasta el límite. El vínculo vibra con suavidad, he estado ignorándolo largo rato, pero ahora el brujo, justo ahora, me cago en los dioses, se da cuenta de que algo me está afectando.

Si, estoy hablando con Elhian.
Ah... me pareció que te alterabas.
Ya. Discutimos.
Vale... pues... si necesitas algo... no creo que vaya esta noche al Bastión. ¿O quieres que vaya?
No. No. No te preocupes, está todo bien. Diviértete.
... 
Luego nos vemos, regresaré en un par de horas.
Ni se te ocurra. Tu a lo tuyo, dame el placer de disfrutar de tu ausencia. Ya la echaba de menos.
Vale, vale

- ¿Qué pasa con la Guardia? - escupo cuando recupero el habla de nuevo. - ¿Vas a abandonarla?
- Eres la Guardia. No sé si soy capaz de tenerte cerca por ahora. Es difícil para mí.
- Te lo advertí en su día, Elhian.

Así me despido, dándome la vuelta y avanzando con toda la seguridad de la que me siento capaz hacia el vuelo, si es que lo encuentro. Porque no sé ni a dónde voy. Necesito beber. Y con urgencia. Theron aún parece algo preocupado al otro lado, pero imagino que la furcia de mi hermana hará que se olvide en cuanto se recuperen del asalto, eso espero.

- Eso no te exime. Eres un cabrón, y lo sabes. Haces daño a la gente y lo sabes. Haces daño a todo el mundo.

Así se despide, y su voz queda resonando detrás mía, mientras regreso al Bastión y me entretengo pensando en reunir a toda la Orden, poner las cosas claras con la gente y prepararnos para combatir juntos a la Plaga, que es para lo que hemos venido, que es para lo que estamos aquí. Cojones.

LXXXII - La llanura de Nasam

Detesto las máquinas de asedio. Bien, no es que sea tan necio como para despreciar su utilidad, son más que efectivas para la destrucción masiva, pero siempre he sido un tipo tradicional. Me gusta hacer las cosas a la antigua usanza, montado en un caballo con la espada por delante, o a pie, cara a cara con el enemigo. Puedo montar en uno de estos trastos goblin si es necesario, pero a fe mía que esta clase de combate me resulta insípido y poco estiloso.

Es mucho más elegante eviscerar al enemigo a mandoblazos y hacerles explotar con luz, ¿no?
La evisceración tiene un simbolismo más profundo que un cañonazo en la boca, muchacho
Lo que tu quieras. Yo llevo quince.

Suspiro cuando el maldito cacharro empieza a echar humo. Esas aberrantes criaturas de la Plaga caen sobre la maquinaria de guerra en oleadas casi incontenibles, y tener que manejar los mandos y los estúpidos botoncitos del cachivache es una actividad que me impide dedicarme a lo que debe hacer un guerrero. Es decir, partir cabezas y sacralizar esta tierra podrida y mugrienta. Aparto con el pie a uno de los monstruos inmundos que se acerca, bamboleándose y emitiendo gruñidos infames, golpeándole con la suela en el rostro, mientras intento recular con el trasto, mordiendo la pipa entre los dientes no sea que se me caiga y arqueando la ceja con hastío.

- ¿Esta mierda solo camina hacia adelante?
- ¡Siiiiiiii! - exclama Theron, al cruzar ante mí en su vehículo, lanzando cañonazos y manipulando los controles como si hubiera nacido para eso. Se ríe entre dientes mientras revienta enemigos con los proyectiles explosivos - Dieciséis, diecisiete, dieciocho, diecinueve, veinte...
- Bah

Dejo que los engendros de peste se dediquen a morder y babear la maquinaria del carro de combate y me desplazo con rapidez, saliendo de la cabina y tomando las armas. Sale vapor por todas partes y el trasto del demonio tiembla y escupe tornillos. Desciendo en un salto ágil, doy un par de zancadas para alejarme lo suficiente cuando explota y vibra y se desmorona en el suelo amarillento y me echo la capa hacia atrás, sosteniendo la pipa y arrastrando el mandoble.

- Eh, cabronazos.

Uno de esos monstruos amorfos con tentáculos me mira y vomita veneno a un lado, acercándose a la carrera. Mi mente ya está trabajando en su rueda giratoria, sopesando opciones y ejecutando imaginariamente los adecuados pasos de baile para derribar a los desgraciados uno tras otro, y aunque pensaba hacerlo con una sola mano, voy a tener que mantener la pipa en la boca mientras me los cargo. Los imbéciles de atrás han debido darse cuenta de que el vehículo goblin era de metal y no se puede comer, porque escucho sus pasos a mi espalda. Golpe lateral, golpe de cruzado, tormenta divina, exorcismo, y cae el primero, mientras los músculos se desentumecen y el cosquilleo de la Luz Sagrada hormiguea con suavidad en las venas, desperezándose.

- ¿Qué pasa? ¿Demasiada Luz? - pregunto a la bestia convulsa, antes de decapitarla.
- Veintiocho, veintinueve... joder, pierdo la cuenta.

Agacho la cabeza cuando mis atacantes de retaguardia estallan en trozos de carne muerta y sangre infectada con los cañonazos del brujo.

- ¿Te diviertes?
- Mucho - sonríe, sin disimular lo bien que se lo pasa destrozando en general.

La Llanura de Nasam se extiende al suroeste del Bastión de la horda. Sobrevolada por esos ziggurats en miniatura que sirven como propagadores de infección y vapores nauseabundos, está literalmente, plagada. El mismo color en el cielo, el mismo aspecto en la tierra que las zonas al este de Lordaeron y los mismos maleducados visitantes con manías gastronómicas que ofenden al buen gusto y no complacen a la Luz, ni a mi. Además de los ya conocidos necrófagos descarnados, hay nuevos enemigos aquí: bestias de peste. Son esos bichos asquerosos casi tan altos como yo, con una joroba en la espalda que me recuerda a una enorme glándula de veneno, que avanzan caminando de un modo más grotesco aún que el de sus congéneres, de piel azulada y verdosa y deformados hasta el punto que no soy capaz de reconocer a qué raza pertenecieron o con qué fragmentos de seres vivos posteriormente reanimados han tejido tamañas aberraciones. Mira, hablando del diablo. Aquí vienen otros cuatro.

- Pues nada, no pares rey - replico, encaramándome al carro mecánico, sujeto a uno de los laterales y con la espada en la otra mano.
- Treinta, treinta y uno, treinta y dos...
- Treinta y tres, treinta y cuatro... - bueno, si, parece que he encontrado una manera efectiva de colaborar con la tecnología. Mientras el brujo despacha a los de delante, yo reviento artesanalmente a los que intentan destruir el vehículo.
- ¿Hemos unificado las cuentas? - pregunta él, pulsando un botón. Una llamarada de fuego surge del cañón, y tengo que sujetarme para que la corriente de aire condensado no me tire hacia atrás. Los engendros corren en todas direcciones como antorchas con patas, aullando y gruñendo.
- Con esto me he perdido - admito, intentando enumerar cuántos mueren definitivamente y cuántos se pierden en la distancia, humeando y poblando el aire con sus voces rabiosas.
- Podemos redondear... ¿cuarenta?
- Supongo que s.... - y se me corta la voz en la garganta.

Hemos avanzado mucho más de este modo, y nos detenemos al ver la figura que se recorta en el centro de los arrasados campos, con el traqueteo ineludible de nuestra montura metálica y los sonidos de la batalla desatada a nuestro alrededor. Theron ya no se ríe. Y yo ya no digo nada.

Está ahí... está ahí
Que coño hace ahi
Bienvenidos al Norte, mis complacientes invitados

Me aparto el pelo del rostro y recojo la pipa en el aire antes de que se me caiga. Una llamarada de ira, violencia pura y cólera abrasadora ha estallado en mi pecho y me nubla la visión al contemplar la silueta flotante del lich, con las cadenas flotando a su alrededor y los huesudos dedos moviéndose en el aire.

Theron me mira de reojo, con los ojos verdes encendidos a través del cabello oscuro. Le devuelvo la mirada, tenso como una cuerda a punto de romperse y rechinando los dientes. Me quema por dentro, me calcina y me abraza desde las entrañas, el cosquilleo de la energía sagrada se convierte en una mordedura afilada que me impele y me arrebata.

- Kel'thuzad

No sé quien lo ha dicho. Sé que los dos gritamos, es un grito de batalla. Ambos hemos saltado de la máquina y estamos corriendo. La sombra se enreda, la Luz se inflama, y recorremos la escasa distancia hasta la negra plataforma donde se mantiene suspendido el exánime, con el rostro descarnado mostrando una mueca sonriente de largos colmillos y los extraños ropajes flotando en torno a sí.

No pienso en nada. Solo es fuego y tormenta y tempestades desatadas mientras corro sobre la tierra yerma y asciendo los escalones de tres en tres, blandiendo la espada, con el Odio haciéndome hervir la sangre, mi odio, el de Theron, mi rabia y la suya que se alimentan al abalanzarnos sin pensar en consecuencias sobre el cabrón hijo de puta que hace tiempo se ha convertido en nuestra presa principal. Mas allá del deber, hundido en esa parte del alma y la conciencia que hace que una guerra justa se convierta en una guerra personal, ahí está Kel'thuzad, un objetivo hacia el que hemos enfocado nuestra ira como ahora enfocamos los hechizos y los golpes.

Y la risa en nuestras mentes, cuando mi espada atraviesa el aire y la Sombra del brujo se deshace más allá de la imagen.

Una proyección.

- ¡Hijo de perra! - grito, estoy rugiendo, golpeando el suelo metálico con el arma.
- Será bastardo... maldito... - escupe el brujo detrás mía, chisporroteando la magia oscura.

Nos cansamos un poco golpeando a la nada, enajenados, mientras el muy mamón se ríe de nosotros y nos saluda, colándose en nuestras mentes.

Espero vuestra pronta visita, si es que salís de aquí.

- ¡Que te jodan! ¡Que te jodan!

Y un gruñido a mi espalda me hace volverme, resollando. Parpadeo. Ouch... vaya. Estos sí se me escapan de la cuenta... porque no acierto a saber cuántas de las monstruosidades se aglutinan a nuestro alrededor, rodeando el pedestal donde la imagen de Kel'thuzad se muestra como un efectivo señuelo para los que caen en la trampa y corren hacia ella. Miro de reojo al brujo, que también se ha dado la vuelta, y aún me tomo un instante para mirar alrededor, mirar más allá de las apretadas filas de la Plaga, hacia la dirección por la que se acercan tres o cuatro carros de combate.

Entraremos en fuego cruzado, pero tenemos más probabilidades de salir de este atolladero.
Vale... me quedo cerca.
Hazlo. La Luz me guarda a mí, yo te guardo a ti.
¿Llevas el escudo?
No, pero nos las arreglaremos.

Intercambiamos una nueva mirada antes de saltar sobre los plagosos a fuego, sombra y luz, sin detenernos a matar ni a decapitar. Cercenamos las extremidades que tratan de atraparnos, consagramos la tierra para despejar el camino, y corremos. Corremos. Corremos. Con la alarma zumbando en mi cabeza, los sentidos disparados, sujetando al brujo cuando se queda atrás y tirando de él con ansiedad.

- Vamos, vamos
- Vamos, vamos

Estalla el fuego invocado en una lluvia densa cuando se arrojan sobre nosotros, y tiro con fuerza de las energías divinas para invocar la Cólera Sagrada, que golpea en torno a nosotros con una llamarada áurea y energética que aturde a los monstruos. Estamos cerca.

- ¡A la derecha! - exclama el brujo.

Zigzagueamos, nos escurrimos como anguilas entre las garras de los monstruos. Son muy fuertes, pero son lentos, y esa será nuestra única ventaja frente a la superioridad numérica. Les esquivamos, Theron se cuela bajo las piernas de uno y yo aprovecho para golpearle en la garganta con la hoja de canto y derribarle al suelo. Cuando tiendo la mano, Theron la sujeta y se incorpora con fluidez. Es lo bueno de estar coordinados y sintonizados, no necesitamos hablar. Completa mis movimientos y yo los suyos, y así, a duras penas, escapamos hasta que el violento golpe de un puño y un gruñido me hacen trastabillar.

- Mierda. ¡No, no te pares!

Pero ya me he parado, tratando de recuperar la visión y limpiándome la sangre que me chorrea de la nariz. Una constelación de estrellas multicolores ha empezado a girar ante mis ojos y el dolor es un pitido agudo en mis oídos, pero veo al bicho enorme y jodidamente feo que arroja de nuevo la garra hacia mi, veo a los otros cinco que me rodean ahora.

Se reagrupan. Si nos paramos, volveremos a estar en apuros
No me he parado a tomar el té, casi me derriban
Vale, intentemos quitarles de enmedio

De nuevo lluvia de fuego, de nuevo la Luz estalla y presentamos batalla. Interpongo el arma para intentar detener los golpes, respirando como puedo, sorbiendo la sangre.

- ¡Cuidado, cuidado! - escucho al brujo.

Me doy la vuelta justo a tiempo de ver unos dientes babeantes que se abalanzan hacia mi, las afiladas uñas y el aliento amarillento que se condensa en el aire. Sin pensar, doy un traspiés, me revuelvo como un animal acorralado, haciendo estallar la Luz a mi alrededor. Y repentinamente, un viento helado se extiende a nuestro alrededor y escucho elevarse una voz femenina, casi cantando, suave y grave como un pelaje animal. La escarcha se cierra a los pies de las abominaciones de la Plaga y una ventisca de meteoros helados se desencadena sobre ellos... y nosotros.

No pierdo un minuto y me pongo en movimiento, zafándome de los enemigos que ahora no pueden perseguirme. Me uno a mi compañero y corremos hacia la máquina de asedio más cercana. Sobre el cañón, en pie, la toga de Elhian se agita a causa de la magia que la imbuye. Mantiene el rostro alzado hacia el cielo y cuando lo vuelve hacia el frente, un hechizo quiebra el aire y retumba, y las descargas de escarcha se suceden.

- No se os puede dejar solos - dice Hibrys, con su voz aguda y la mueca engreída y maliciosa de siempre, inclinándose sobre el borde de la cabina y jugueteando con los mandos.
- Estaba controlado - replica Theron.

Ambos intercambian una mirada cargada de intención y una sonrisa más que pícara. Yo estoy mirando a Elhian, que me contempla con extrema frialdad desde el cañón.

- Te debo una - le digo, rascándome la ceja mientras nos encaramamos al vehículo.

Ella se sienta sobre el cañón, de lado, cruzando las piernas, y vuelve la mirada sin responder, con un gesto que derrocha desdén. Suspiro.

Ahora, mientras mi hermanastra y una de mis ex nos llevan de regreso al Bastión en el carro de combate, creo que puedo encenderme la pipa y fumármela de una jodida vez.

jueves, 28 de enero de 2010

LXXXI - Hombres Morsa y Bárbaros en la Niebla

Litoral Tralladón - Invierno



Ese bicho me está mirando.

Parpadeo, completamente perplejo. Tras un par de días combatiendo en las canteras, hemos avanzado a lo largo de la desértica tundra. Finalmente, descendimos hacia el sureste, de camino a una playa. El cielo está gris y las aguas heladas lamen la orilla a lo lejos.

Pues no mires hacia atrás.

Lo hago. No me sorprende tanto ver gigantes, los Hombres Grandes del Mar, desdibujándose entre la niebla. Las leyendas de los marineros hablaban de ellos, y así se lo hago saber a mi compañero, que envuelto en su capa perenne observa alrededor con una expresión de fascinación más tranquila que la mía.

Parecen Kvaldir. No sabía que existieran. Les llaman los Señores del Océano. Están hechos de algas y niebla, o eso dicen las historias.

Theron me mira de reojo, porque yo sigo fascinado con la enorme foca bigotuda que me contempla serenamente, panzona, cubierta con un taparrabos y empuñando la lanza con la diestra. Me observa con esa expresión tranquila y pacífica de quien es mas viejo que tú, del que mira a un niño cuya curiosidad está justificada. Pero es que, joder, no había visto una cosa así en mi vida. Me pregunto si será comestible.

- Hola
- ¡Coño!

Doy un salto hacia atrás cuando la foca me habla. Los largos colmillos son como los de los trols, solo que descienden hacia abajo en una cara rechoncha y mofletuda de espesos bigotes. Sí, lleva una lanza, pero se me hace raro imaginar a este ser regordete y con pinta de Padre Invierno combatiendo contra nada, y sí, tampoco me la imaginaba hablando. Theron se aguanta la risa y saluda a la morsa.

- Saludos.
- Sois elfos, ¿verdad?

Está hablando
Sí, Ahti, está hablando.
Vale, no estoy borracho.
No, Ahti, no estás borracho. O quizá lo estés, pero no es un delirio. Creo.

- Si, somos elfos. ¿Y tú?

Apenas puedo balbucear un saludo. Esta criatura es demasiado... demasiado redonda, me recuerda a un peluche que tiene Elive. La verdad es que me da un poco de hambre.

- Yo soy un Colmillarr, o así nos llaman los orcos. Me llamo Karuk, y soy pescador.
- ¿Y qué haces aquí? - He conseguido hablar al fin. Theron me mira de reojo, y yo a él. Esto es como estar en uno de esos cuentos con dibujos de mi hija, donde los animales hablan. Ambos carraspeamos.
- Veréis... mi ciudad fue destruida por los Tuk-hariq - dice la foca, señalando con la mano rechoncha hacia los gigantes en la bruma. - Mi pueblo conserva leyendas sobre estos caminantes de la niebla, que se hacen llamar Kvaldir.

La morsa suspira y yo cambio el peso de pie.

- Mataron a todos mis conocidos, incluso a mi padre, Ariut. Según la Ley Colmillarr, tengo que castigar a los que han derramado la sangre de mi familia.. pero solo soy un pescador. Ni siquiera he pasado la Prueba de Virilidad. No puedo enfrentarme cara a cara con los Tuk-hariq, de seguro moriré y no servirá para nada.
- Aham.
- Aham.

Carraspeo. Theron mira alrededor. Yo me rasco la nariz, esquivando los ojillos preocupados de la criatura.

Nos sigue mirando.
Ya lo veo, ya.
Nos mira con cara de pena...

El brujo suspira y me observa de soslayo. Joder. No me extraña que hayan matado a toda esta gente, es ley natural. Vuelvo la vista hacia el mar y contemplo a los llamados Kvaldir. Flotan entre la neblina, enormes, musculosos, de largas barbas y rostro severo. Entre los jirones blanquecinos de bruma, adivino en el cabello conchas marinas y algas prendidas. Una sensación de extraña familiaridad me asalta, como si reviviera un sueño antiguo, y empatizo de inmediato con esa tribu sanguinaria, descomunal, surgida de los océanos, que devora a tipos gordos de poblado mostacho. Son más grandes. Son más fuertes. Son admirables y salvajes, y me caen bien. Y sin embargo, vuelvo la vista hacia la foca y arqueo la ceja.

- Vale, lo haremos nosotros.

Casi espero escucharle gritar y dar palmas con un sonido de bocina, pero el llamado Karuk se inclina todo lo que le permite la panza y nos muestra su gratitud con una mirada grave. Mientras avanzamos hacia la orilla, golpeo el escudo con la maza.

- ¿Compasión, paladín? - me dice Theron, caminando a mi lado y haciendo girar el bastón con indolencia.
- Diversión, brujo. - replico, sonriendo a medias. - Me caen bien esos gigantes.
- Por eso vamos a matarlos.
- Es ese tipo de tradición viril y primitiva que tú no pareces entender, chavalín - le contesto, plantándome cerca de uno de ellos. El rostro entre la niebla se gira hacia nosotros y me arranca una sonrisa ávida - Mostrar tu respeto a los que también son fuertes con un buen combate. Dudo que puedan morir a manos mejores que las nuestras, y si no me equivoco, para estos tipos hay tres cosas importantes.
- Que sin duda me vas a relatar.

La criatura de niebla ya se abalanza hacia nosotros, y una ola poderosa parece surgir de él mismo, proyectándonos hacia atrás, al tiempo que grita. Veo sus ojos encendidos, desquiciados, y al precipitarme hacia él presto al combate cuerpo a cuerpo, el olor a salitre y océano me invade por completo. La carne del enemigo es firme, pese a ir prácticamente desnudo, y mis golpes son menos efectivos de lo que se mostraron contra los nerub'ar de las canteras.

Pero somos dos, y él es uno, y bajo Luz y Sombra estalla al fin. Porque estalla. Explota en agua marina, moluscos, conchas y estrellas anaranjadas de las profundidades, dejando a nuestros pies un enorme charco donde algas negras flotan.

- Una vida de conquista, peleas a su altura y una muerte ante rivales dignos - respondo al brujo, resollando un tanto. Tengo el pelo chorreando y el agua helada se me ha colado debajo de la armadura.
- Pues las leyendas eran verdad - dice él, observando el charco.

Al mirar más allá, nos sorprende la silueta de un viejo barco encallado, con un dragón tallado en la proa. A su alrededor, más de esos Kvaldir merodean, envueltos en los blanquecinos jirones. Mientras caminamos con calma hacia ellos, mi brujo sigue hablando.

- Así que todo el mundo sale beneficiado, ¿no? Karuk tiene su venganza, los Kvaldir un final que colme sus expectativas y yo unas cuantas almas. ¿Qué sacas tú?
- El bien común me complace.
- Admite que te mueres por pelear con ellos.
- ¿No es maravilloso el bien común? Todos vamos a estar contentos.

Aún seguimos riendo entre dientes mientras golpeamos a los Caminantes de la Niebla, que caen uno tras otro, presentando una resistencia que a mí también se me antoja satisfactoria. Esta noche echaré un vistazo a la faltriquera de Theron, creo que las almas de estos combatientes merecen un lugar mejor que esa bolsa mugrienta, y mejor destino que servir de crema antiarrugas al brujo.

LXXX - Viento del Norte

De nuevo Invierno, Rasganorte. Bastión Grito de Guerra.

Nada más arribar al Bastión Grito de Guerra, uno se lleva una gran primera impresión de Rasganorte. Orcos y trolls en su mayoría, desembarcan aquí. También algunos tauren, aunque son los menos; inmensas moles que hacen retumbar el suelo cuando caminan a su paso peculiar, lento pero imponente, embutidos en sus armaduras de acero o sus túnicas. Apenas hay elfos. Por no decir que somos, prácticamente, los únicos.
Más abajo de la poderosa fortificación de madera y metal, se extiende la amplia cantera, donde los nerub'ar membranosos corretean y saltan desplegándose sobre los soldados. La Horda les combate con su proverbial tesón y aquí y allá resuena el entrechocar de los metales, más allá del siseo de las forjas dentro de la fortaleza. De cuando en cuando se escuchan gritos de batalla. Haciendo honor al nombre del Bastión. Todo muy pintoresco, sin duda.

Al descender del zeppelín, lo primero que hago es mirar al cielo. Intento recordar lo que sé de esta tierra, si es que sé algo, lo que me han contado los marineros, los piratas y los taberneros, lo que me han podido contar los soldados y la escasa experiencia de nuestro viaje anterior, cuando cabalgábamos sin mirar más que hacia adelante, buscando la Vanguardia Argenta. El viento helado me golpea el rostro, olfateo el aire gélido que, a pesar de la corrupción que hace mella en este continente, guarda el familiar chisporroteo del ozono, de la pureza helada de inviernos sin fin. Y aromas distintos. De metal y sangre, de polvo de batalla, de fundiciones a pleno rendimiento, de cadáveres humeantes, de actividad y guerra, acero, muerte y combate. Saboreo ese aroma como el entrante de un banquete, con un suspiro nostálgico. Hay luces en el firmamento, un resplandor irisado, que cambia de verde a púrpura y dorado, como un fino velo colorido que destella. Algún dios se ha dejado la capa colgada en una nube y ésta ondea desde lo alto, brillando sobre nuestras cabezas. Quizá es un estandarte olvidado.

- No debo esperar camas ni sábanas suaves, ¿verdad? - murmura el brujo con su deje desdeñoso habitual, mirando alrededor.
- Lo dudo mucho. Los orcos son más de literas y hamacas.

Esbozo una sonrisa torcida y nos encaminamos hacia el ascensor de poleas, con los petates al hombro.

- Allá de donde vengo, conocí a Garrosh, ¿sabes? - comenta Theron, envuelto en su capa de piel blanca. Parece un animal raro, con los cuernos asomando y la nariz sonrosada por el frío. - Con los maghar, en Draenor. Era un líder venido a menos.
- No lo sabía.

El ascensor desciende lentamente, el brillo rojizo de las forjas nos saluda al llegar abajo, y el fondo musical, atonal, de las mallas tintineantes y los trastos de guerra. Caminamos rodeando la sala de mando.

- Pues sí. Finalmente levantó cabeza y se alzó con su tribu de nuevo. Fui testigo Allí... pero desconozco que habrá pasado Aquí.
- No sabría decirte. No tuve el honor. - replico, encogiéndome de hombros ligeramente mientras tratamos de no llamar la atención, mientras Garrosh y Colmillosauro discuten a gritos. Sobre un mapa en el suelo están meditando acerca de la estrategia, aunque no necesito escuchar demasiado para saber que la estrategia de Garrosh consiste básicamente en decapitar a todo el que se ponga en su camino a menos que le decapiten a él. Sauranox el Místico se pasea en torno a ellos, con el bastón relumbrante, y la enviada del Kirin Tor nos mira de reojo con cierto tono de resignación en su expresión. Los Guardias de Honor contemplan en silencio, siempre alertas, con una actitud marcial que sorprendería a los humanos, que tienen a la Horda por monstruos y salvajes, mientras sus líderes discuten.

- Rutas de navegación... suministros... ¡Me matas de aburrimiento! - exclama Garrosh. Nos detenemos un instante junto a las vigas, mirándoles desde el fondo de la sala. - ¡No necesitamos más que el espíritu guerrero de la Horda, Colmillosauro!
- Maquinaria de asedio, munición, armadura pesada. - replica el más anciano. -¿Cómo pretendes asaltar Corona de Hielo sin eso?

Ambos se contemplan y se toman la medida, orgullosos y tenaces como los grandes líderes entre los orcos. Colmillosauro no tiene ningún problema en escupir las verdades a la cara de Garrosh, pero el líder de los Grito Infernal sí parece tener problemas para pensar con claridad, más allá del ardor del combate.

- ¡Aquí tienes una ruta marítima! - brama, partiendo el mapa de un hachazo. - ¡Y otra! ¡Otra aquí!
- Impaciente, como siempre - El mayor menea la cabeza, apuntándole con el dedo, y un brillo imperativo destella en su mirada. - Te lanzas a una guerra abierta sin medir las consecuencias
- ¡No me hables de consecuencias, viejo!
- No permitiré que nos hagas descender por oscuros caminos de nuevo, joven Grito Infernal. Antes, te mataré con mis propias manos.

Se han colocado uno frente al otro y se miran con esa tensión palpable de una convivencia en equilibrio constante al filo de una navaja. El brujo y yo intercambiamos una mirada significativa, y él me hace un gesto hacia el mapa. Asiento brevemente. Las posiciones de la Alianza están marcadas, así como las de la Plaga. Si en algún momento abrigué la esperanza de que el sentido común permitiese que las diferencias se aparcaran a un lado hasta acabar con el Exánime, está claro que aún queda un largo camino para eso. Muy largo.

- Bah - hago un gesto con la mano - todo esto no es asunto nuestro. Vamos a echar una mano en lo que se pueda y a matar plaga.
- Espero que al menos no haya chinches.
- Hace demasiado frío, y no hay humedad. Ni chinches ni arañas.

Sauranox se nos ha quedado mirando desde la distancia, y el tiempo que tardamos en dejar los petates es el tiempo que él tarda en acercarse y contemplarnos con ojillos vívidos. Nos presentamos, mientras tomamos posesión de un par de hamacas sucias y algo raídas y comenzamos a descargar fardos.

- Hay problemas en la Cantera, como habréis visto - responde, cuando nos ofrecemos para prestar combate. - Podéis empezar por ahí. Venid a vernos después, cuando el Jefe se... calme.

¿Ah, pero se calma alguna vez?

Sonrío a medias y meneo la cabeza. De nuevo se escucha rugir al gran orco, su voz resuena por toda la fortaleza. Grito Infernal, muy apropiado. Abro la bolsa de cuero flexible con el Símbolo de la Luz y escojo el tratado propicio, encadenándolo en mi cinturón. Me cuelgo al cuello un par de reliquias y guardo los símbolos divinos debajo de un brazal, ajustándolos con el guante.

- Nunca te había visto con tanta parafernalia beata - dice el brujo, observándome con curiosidad.
- No puedo decir lo mismo de ti - replico, señalando con la cabeza las piedras de salud que toquetea y la faltriquera de almas que está revisando en este momento.
- Me lo agradecerás.

Siento el tirón cuando la Sombra se cierra, como un chasquido cristalino, dejando la impronta de mi alma en una piedra, y respondo a la sonrisa burlona con una bendición, empuñando la maza y el escudo.
- Lo mismo digo.

Nos saludamos con la cabeza y atravesamos el Bastión a paso vivo, de camino a la cantera. Casi tengo ganas de ponerme a silbar. La guerra es un buen hogar, una amante entregada. Siempre está cuando la necesitas, puedes acudir a ella cuando gustes y hasta el momento, no suele decepcionarme.

miércoles, 27 de enero de 2010

LXXIX - Brillar

Isla de Quel'Danas

El escudo hace su función. Pronto lo dejaré a un lado para retomar las armas de dos manos, pero ahora me hace falta. En los restos de la Cicatriz Muerta, mientras los alzados de la Plaga se estrellan contra el pavés de metal resonante, la Luz destella a mi alrededor y los muertos vuelven a estar muertos. Y el brujo golpea al enorme demonio, el Señor del Foso, con una lluvia de sombra y fuego.

- Azh'ak sherath... - los murmullos en Eredun me hieren los oídos, sus invocaciones son más molestas últimamente. Yo me acerco más a la Luz, él camina adentrándose en la Sombra, y cada vez parecemos alejarnos más, al tiempo que nos acercamos, en una fluctuación extraña.
- Ven aquí detrás! - le grito, avanzando hacia él. Los malditos muertos se mueven a mi alrededor.

Soy un foco de Luz en esta herida de tinieblas, y estoy abatiendo enemigos, sanando a un brujo y tratando de interponerme entre él y la enorme mole demoníaca que levanta las garras, rugiendo, exhalando una humareda turbia y maloliente por los ollares. Joder. ¿Por qué coño no inventan armaduras de placas para los convocadores?. Mira qué pie, hostia puta, nos va a pisotear.

- A un lado! - exclama Theron. Sale corriendo con agilidad. Yo tengo que tirarme al suelo y rodar, con los zombis y las carcasas rodeándome.

El pie de la bestia cae junto a nosotros, y afortunadamente, aplasta a gran parte de los enemigos añadidos. En la isla de Quel'danas, en los restos de la Cicatriz, los no muertos y la Legión Ardiente combaten sin cesar. El Sol Devastado sobrevuela la zona, bombardeándoles a ambos. Y nadie está tan pirado como para aventurarse a pie; claro que probablemente nadie necesite llenar veinte viales de sangre de un demonio poderoso.

- Es duro, ¿eh? - jadeo, irguiéndome de nuevo y arrancándome un brazo desgajado de no-muerto que me cuelga de la hombrera.
- Más dura será la caída.

Theron sonríe con gesto cruel, los ojos glaucos destellan. Todas sus runas están encendidas, y la engañosa fragilidad de su cuerpo endeble es un canalizador tremendamente efectivo de la Sombra, que se materializa con una nueva invocación golpeando al Señor del Foso.

- Si te pica, es porque eres un mal chico, pedazo de cabrón - murmuro, mirando al monstruo. La sangre me hierve en las venas y los hechizos brotan entre mis dedos casi por instinto, con la inercia del abandono cuando mi medio se convierte en mí, cuando paso a formar parte de la tormenta sagrada, el fragor divino de la Luz que me imbuye, desciende y se inflama en mi interior.

El demonio se tambalea, rugiendo, y vuelve a atacar. Las protecciones luminosas brillan, se encienden cuando nos golpea, absorbiendo el impulso de su arremetida, y el brujo descarga la Espiral de la Muerte, parece que me van a estallar las venas cuando el exorcismo destella una vez más y el látigo divino chasquea con un haz dorado, directo al corazón de la bestia. Por un instante, los dos hechizos se enredan y caen sobre nuestro enemigo a la vez.

- Al otro lado.

Nos movemos hacia la izquierda, cuando la mole se derrumba con un estertor, entre los estallidos de los disparos aéreos y el fragor de una guerra caótica que no parece tener fin aquí.

- Ya es nuestro.

Theron sonríe y le miro de reojo cuando se relame. Los no-muertos vienen de nuevo, y me toca distraerles mientras él recoge la merienda. Consagración y Cólera Sagrada, todos cabreados, todos para mí. Me gusta, sí.

- Vamos, vamos, VAMOS, desgraciados! Aquí! - grito y rechino los dientes, golpeo y me golpean, les ataco y me atacan, y sé que no voy a caer. La Luz me guarda. Se extiende con una sinfonía musical, se dispara cuando me respalda un haz claro y puro, con alas doradas y translúcidas. Y mato, y mueren. Y está bien porque es correcto, porque es orden y retribución, y la Luz se regocija y yo con ella, exaltado y ansioso.

- Ya los tengo, Ahti!

De nuevo vuelvo la vista hacia el brujo, que agita una faltriquera tintineante. Asiento y despacho a los últimos antes de retirarnos, jadeantes y hechos mierda pero satisfechos, a un lado de la tierra corrupta. Allí nos dejamos caer, limpiándonos el rostro de sangre y sudor, mientras Theron recuenta sus viales con las manos manchadas de verde.

- ¿Suficientes? - pregunto, pugnando por recuperar la respiración.
- No está mal. Servirán, por ahora.

Arrugo el entrecejo un tanto, observándole. Seguro y tranquilo, tapa cada frasquito y los guarda de nuevo en la bolsa. No se ha abalanzado a morder al demonio, no se relame con ansiedad. Apenas prueba uno y asiente, cerciorándose de que le serán útiles, y las runas se encienden un poco más. Pero está sereno. Sereno y controlado, firme y fuerte. Lo ha hecho muy bien, y me siento orgulloso.

- Eh, brujo.

Ladea la cabeza y me mira, arquea la ceja con curiosidad al verme sonreír. Creo que hace días que no lo hacía así.

- A veces te aprieto mucho las tuercas, ¿no?
- Psé. A veces - se encoge de hombros.
- Es lo que pasa contigo.

Se reúne conmigo en el lateral, desde donde estamos contemplando la eterna batalla de los eternos enemigos. Los muertos corren de un lado a otro, los Eredar invocan en los tejados, los dracohalcones vuelan incansables.

- ¿Qué pasa conmigo?
- Tu Luz - respondo, escupiendo a un lado. He recuperado el aliento en parte.
- Mi luz? No digas tonterías, yo no tengo luz.
- Y una polla que no. La estoy viendo ahora. - me observa, perplejo, y se mira la toga - Cuando brillas, es la hostia. Cuando lo ves una vez, quieres verlo siempre. Y ahora estás brillando.

Me mira, algo confuso. Y también sonríe, le brillan los ojos y se yergue, orgulloso y complacido. Esto me lo puedo permitir. Por eso se lo digo.

Quiero verte brillar siempre, como ahora


Lo cree, porque sabe que es la verdad. Y el vínculo se estrecha y nos abraza, palmeándonos la espalda el uno al otro, una ola de gratitud fluye hacia mí y nos sacudimos la ropa, mirando alrededor.

- Ya tienes el aperitivo, vámonos al Norte. A iluminar un poco.

Y dejamos atrás la Cicatriz, con su lucha incesante, y el demonio muerto y desangrado, rumbo a nuevas batallas y a encarar lo que el tiempo nos ha de traer, sea lo que sea. Irá bien. Aunque vaya mal. Lo pienso por primera vez, y dejo que ese conocimiento inamovible se grabe en mi alma, y una parte de mí descansa con confianza, dejando escapar el aire y soltando un poco más las manos. Ahora que Theron brilla, es más fuerte y me necesita menos, ahora, yo puedo permitirme necesitarle un poco más.


*** Nota: Con esta entrada se cierra una primera parte, un ciclo pequeñito. A lo largo de estas setenta y nueve entradas no se puede incluir todo lo vivido y todo lo relatado, todo lo que se ha roleado y lo que el rol ha dejado entrever más allá de la interpretación en horas de juego... pero he intentado plasmarlo lo mejor posible, reflejar una evolución paso a paso, deteniéndome en esos pequeños peajes que son más significativos. A partir de aquí, nos internamos en la campaña de Rasganorte. Mucho queda por ver y por contar, casi un año de rol constante que espera ser hilvanado en este blog.  La Guardia, Aikku y Strelaya, Eliannor,el nacimiento de Aina Avathael, la ida y regreso de Elive/Seidre, la Cruzada Argenta, Wilwarin, Elhian, Ivaine, el Círculo de Vindicación, muchos caminos cruzados y muchas historias nacientes, otras que acaban. A partir de aquí, Rasganorte nos espera ^_^ Espero que hasta este punto hayáis disfrutado al menos la mitad de lo que yo lo hice interpretando, y ahora, escribiendo. Mañana más!! Y, esperemos, mejor. Gracias a todos los que cruzaron sus caminos hasta este punto, y gracias a estos personajes, salidos de a saber donde, que tienen a bien contarnos sus historias para que nosotros podamos contarlas. ***

LXXVIII - Sin importancia

La puta lluvia, que no se detiene. ¿Cuantos días lleva diluviando? No lo recuerdo. Qué mas da, estoy hasta los cojones.

Sigo en Rémol, sí. Estamos sentados ante la mesa, a la luz del candelabro, y estudiamos el avance a lo largo del Norte. La Guardia, al parecer, ya está preparada para unirse a la batalla en los helados páramos, y los ejércitos de la Horda están apostándose en los dos enclaves principales que abren camino hasta Corona de Hielo. Sobre el mapa, hemos trazado ambas rutas. Mientras pienso, meneando la cabeza, saco la pipa labrada que me ha enviado el lameculos de Lemgedith y mordisqueo la boquilla distraídamente.

- Las posiciones de los Renegados pertenecen a La Mano de la Venganza - comenta Theron, recostado en la silla con su habitual postura indolente. - Es el grupo de boticarios que realizó los estudios para Entrañas cuando tuvo lugar el ataque de la Plaga, con los ziggurats, hace pocos meses.
- No me gusta - decimos a la vez. Él niega con la cabeza y me observa con gravedad, ambos volvemos la mirada hacia la parte oeste del mapa, la Tundra Boreal.
- Los orcos han levantado aquí el Bastión de la Conquista. Donde desembarcamos rumbo a la Vanguardia Argenta - le digo, golpeando con la pipa en el punto exacto. - No deberíamos tener excesivas dificultades avanzando desde aquí hasta el Cementerio de Dragones. Corona de hielo está al Norte, y los Cruzados ya han abierto el paso... o lo intentan. Tienen problemas con las arañas.
- Akoth está seguro de que hay algo sucio con los boticarios. Yo tampoco me fío. Trabajé para ellos en las investigaciones contra la plaga Allí, y había algo turbio. No sé si Aquí será igual.
- Garrosh está al mando de la avanzada en la Tundra - observo, arqueando la ceja.

Theron no parece convencido. No le hace gracia poner su Arte al servicio de nadie más que de la Cruzada o la Espada de Ébano. Es comprensible, yo me siento igual. La Horda, la Alianza, qué mas da. Es gente matándose estúpidamente mientras la oscuridad nos envuelve a todos.

- Supongo que es el mal menor.
- Por ahora, lo es - asiento. - Además, en la Mano de la Venganza están más ocupados con los humanos que con la Plaga. En la Tundra están los nerub'ar. Es más apetecible.

He sonreído a medias sin rastro de alegría. Últimamente, los días son tan oscuros como las noches y el pesar me abraza con demasiada frecuencia. La Reina Roja está helada bajo su manto de escarcha, mi niña duerme en la Isla del Caminante, protegida por mi hermana. No tengo fuerzas para ir a ver a mi hija, no tengo ánimos para volver a buscar a Ivaine, no tengo ganas de escuchar nada de lo que tenga que decir nadie. Me he atrincherado en mi fortaleza, con mi cosecha especial de vinos amargos, de bilis espesa y dolor, mientras pienso en combatir para curarme de esta melancolía. Theron me mira de reojo. Le noto fluctuar al otro lado con preocupación, así que me encierro violentamente.

- Bien, entonces empezamos por la Tundra. - replica, suspirando con cierta resignación. - ¿No vas a hacer nada al respecto?
- ¿Al respecto de qué? - replico con brusquedad.

Un instante de silencio. Luego menea la cabeza y se levanta con calma, me tiende la mano. La miro con desconfianza, y no me muevo. Finalmente, suspira de nuevo y se coloca detrás de mi silla. Es una presencia constante y continua en mi vida, creo que me estoy dando cuenta ahora. Unos vienen, otros van, gente que me importa más, gente que me resulta indiferente, pero el brujo siempre está ahí. Intento recordar hace cuánto y no acierto a medirlo. Es poco, pero mucho. Qué mas da.

- Deberíamos avisar a los demás, quieres partir cuanto antes. - le escucho decir.
- Mañana. Me iré mañana y los demás vendrán cuando les salga de sus santos cojones, como siempre - replico al momento, mordisqueando la pipa. Centro mi atención en el mapa y hago marcas en el recorrido, mientras pienso intensamente en lo que vamos a necesitar, en lo que está por venir. - La Tundra es extensa, avanzaremos hacia el Este hasta llegar al Cementerio. Hay posiciones de la Cruzada Argenta en Zul'drak.
- Sale un zeppelín por la mañana y dos a medio día. Tenemos tiempo de llegar a Orgrimmar.

De pronto me siento más ligero. No me he dado cuenta de que ya no tengo las hombreras, y el mandoble está reposando en un rincón, y no presto mucha atención cuando sin soltar el mapa me pongo en pie, con el sonido metálico de las placas al abrirse se deja oír, uno tras otro, un chasquido y otro más.

- Los nativos Vrykul del Norte se han aliado con el Exánime, también están dando problemas. No sé que les ha llevado a eso, pero súmale los dragones. Creo que vamos a tener mucho trabajo.
- Eso está bien. Vamos a estar entretenidos.

Es justo lo que necesito. Yo lo sé, el también. Es deber y es afición, no puedo negarlo. El combate siempre ha sido mi terreno, mi lugar seguro. Es curioso que sea así.

- Debería escribir a la Cruzada. No sé cuándo nos esperan en Zul'drak ni si lo hacen, pero vamos a ir allí en cualquier caso.
- Ahám
- No nos vendría mal un infiltrado en la Mano de la Venganza - arqueo la ceja, mientras camino cuando tira de mi manga. No tiene que empujarme para que me recueste en la cama, pero enciendo la vela con un destello luminoso y no suelto el mapa. - Akoth se queda aquí, así que no tenemos demasiada opción. Habrá que consultar con los demás.

Hay mucho por hacer. Me pregunto qué nos vamos a encontrar más allá, mientras repaso el mapa con los ojos, sopesándolo todo, planteándome opciones, desgranando posibilidades, tratando de preveer obstáculos.

- Si nos vamos mañana, iré esta noche a por reservas. No creo que haya mucho que comer en el Norte.
- No, es igual, iremos mañana antes de salir. Vete a dormir. - replico, pensativo.

No había caído. Theron necesitará muchos viales en el Norte. Cuando tose violentamente, aparto la mirada del mapa y le observo, prestándole verdadera atención por primera vez. Tiene su pipa en las manos, humeante con la vaharada espesa del vil y el maná, y me mira, arqueando la ceja.

Y de pronto me golpea una realidad que aplasta todas las demás. Es esa tos. Es la manera en la que me ha despojado de las ropas de malla sin que me de cuenta, la forma en que escucha y conversa, las miradas de soslayo. Es la manera en la que me cuida. Porque lo intenta. En la medida en que se lo permito, Theron cuida de mí, y es algo raro y un poco incómodo, en parte agradable y con un punto embarazoso.

Está sentado en la cama, a mi lado. Tosiendo, por que se muere lentamente. El vil que necesita para sobrevivir está consumiendo su cuerpo vivo, el remedio le mata como la enfermedad lo haría, y los dos hemos sido conscientes de eso siempre. Pero yo no he sido consciente de cómo se está degradando poco a poco. Acabo de reparar en esa puta tos, y al hacerlo, un pequeño miedo negro salta y se me agarra al corazón como una araña pesada.

Siempre he sabido que el brujo acabaría palmando el primero. Alguna vez, escasa, hemos hablado de ello con cierta displicencia. Pero ahora le estoy mirando y tengo un nudo de ansiedad en la garganta, que no entiendo demasiado bien. Siempre he sabido que morirá primero. Mierda. Ahora me estoy dando cuenta de lo mucho que me aterra que ese momento llegue. De que no quiero que pase. De lo mucho que me importa.

- No es nada - se encoge de hombros cuando pasa el acceso de tos, jugueteando con la pipa de cristal, y da otra calada. - Mañana iremos entonces. No tienes que venir, puedo ir yo. Necesitas descans...
- A primera hora, reventaremos unos demonios - replico repentinamente, arrancándole esa mierda de las manos. - Podemos ir a Draenor.
- Eh, dame eso.

Alarga las manos para alcanzar la pipa robada, pero la tiro contra la pared y se parte en pedazos. Su rostro indignado casi me hace gracia, su mirada me abofetea, pero me importa un cojón. Se la aguanto.

- No te destroces más de lo necesario - le digo con gravedad.
- Serás gilipollas... - escupe, dejando caer los párpados con desdén y cruzándose de brazos como un crío enfurruñado. - Que te jodan.
- No te enfades.

¿Le he dicho que no se enfade? Sí, lo he hecho. Le sigo mirando. Es demasiado joven, demasiado pálido y está demasiado condenado. De repente me doy cuenta de que ya no estoy pensando en Ivaine, ni en Elive, ni en Rasganorte. Todo eso se ha diluido, y ahora mi mente discurre en su dirección. Porque estoy preocupado por el brujo. Porque me preocupa más que todo lo demás, aunque no sea capaz de discernir el motivo. Me mira de reojo, aún molesto.

- No te enfades - repito.

Podría decirle muchas cosas. Ser más expresivo. Ser más específico. No te enfades, porque no quiero que mueras. No te enfades, porque quiero que dures todo lo que puedas durar. No te enfades, porque yo también quiero cuidarte, y es jodido cuidar de un moribundo que parece destinado inevitablemente a marchitarse poco a poco. No te enfades, porque quiero que el tiempo que te queda sea mejor, que lo vivas con orgullo, que sea digno. No te enfades, porque necesito...

... ¿qué necesito?

Que te quedes conmigo tanto como sea posible


Me enredo en esa certeza y la oculto bien adentro, algo asustado. Mierda y mierda. Maldito brujo, que te has hecho necesario, abriéndote paso a golpe de machete hacia mí. ¿Cómo coño has llegado? Y no te he detenido.

Le observo, pálido, relajando el semblante poco a poco. No puede estar enfadado conmigo demasiado tiempo, menos aún en los últimos días, y de nuevo vuelve el rostro hacia mí a la luz titilante del candelabro, mira el mapa.

- Draenor no me sirve ya - dice finalmente, lo masculla con los restos de su malhumor. - No es suficiente con lo de allí. Sería mejor Quel'danas. Hay Eredar, y un Señor del Foso.
- Bien. Iremos a la isla, entonces - respondo con calma, en un susurro -  Recogeremos todo lo que necesites. En cualquier caso, siempre podemos volver.
- Ahám.

Mi reina roja duerme en un manto de escarcha. Mi niña está en la Isla del Caminante, mi hermana Luonnotar cargando con la responsabilidad de ser padre y madre, hasta que yo pueda serlo. Y mi brujo se muere día a día. Tendría muchos motivos para llorar y autocompadecerme, porque todo lo que me importa se hunde a cada giro de los soles y las lunas en un pantano oscuro. Pero no me gusta llorar, y detesto la autocompasión, así que lo saboreo mientras Theron me quita el mapa de las manos y apenas me roza el pelo con la punta de los dedos, con disimulo, soplando la vela.

Me hago el dormido durante un rato para dejar que me cuide a su manera, peinándome con los dedos mientras piensa que no me doy cuenta, arropándome sin excesos y mirándome. Siento los ojos verdeantes sobre mí en la oscuridad, su preocupación fluctuando al otro lado. Debe ser muy frustrante preocuparse por alguien como yo. Por eso, y porque yo no lo permito, nadie suele hacerlo; no es cosa que me hiera, me gusta así. Quizá se lo permito a él porque sé que no ha debido preocuparse así por mucha gente, porque sé que quiere cuidar de Ahti, igual que Ahti cuida de Theron.

Porque a través de cosas sin importancia, como dejar que te quiten la armadura o destrozar una pipa de vil contra la pared, se pueden entrever las cosas que sí importan.

lunes, 18 de enero de 2010

LXXVII - Interludio: Monstruos

A veces me pasa. No muchas. Solo a veces.

Me he acostumbrado a tener el sueño ligero. Me he acostumbrado a dormir con las armas cerca. A estar al acecho. A morder antes y preguntar después.

A veces me pasa. A veces. Pocas.

Si me tocan mientras duermo, pasa esto. Si me tocan mientras sueño con la voz insidiosa y la cara del Monstruo, pasa esto. Debía estar agitado y alterado, más de lo habitual. Las noches de insomnio quedaron atrás, pero a veces las prefiero, las prefiero a esto.

Estaba en ese sueño, de nuevo. De nuevo el pánico y el susurro escurridizo en la oscuridad.

"Tan precioso, tan bonito como el sol, tan precioso..."

De nuevo la oscuridad profunda y los ojos brillantes atravesándome en la sombra, de nuevo no tenía garras ni fuerza para pelear, de nuevo impotencia. El pánico es ira. Me quema por dentro mientras me agito en la pesadilla aberrante que se clava como hierro candente, y quiero despertar, pero no puedo.

"Tan precioso, tan bonito como el sol, tan precioso..."

La ansiedad desesperada, me retuerzo y no me rindo. No puedo respirar, me ahogo en el sueño y caigo al lago de aguas heladas que me atrapan, me hundo, me hundo y voy a morir, pero no muero. Quiero morir pero no muero.

Y entonces alguien me toca y me despierto.

Es un reflejo natural. La daga brilla entre mis manos cuando la saco de debajo de la almohada, he aferrado del cabello a alguien y veo el destello del metal sobre el cuello blanco. He oído mi propio grito y estoy tenso, la adrenalina discurre por mis venas como una lengua de lava que me activa, me pone alerta, estoy alerta, siempre alerta. Los ojos desorbitados, verdes como joyas engastadas, fijos en mí. No sé como le debo estar mirando, pero le he asustado.

Nos miramos en silencio y no dice nada, no hace nada, mientras vuelvo a la realidad poco a poco y mis ojos trémulos se escurren en la negrura de la habitación. Reconozco el lugar. Es Rémol y es de noche. Reconozco a quien me ha despertado. Es Theron y es mi amigo. Pero aún tardo un rato en soltarle. Está junto a mi cama, con el rostro somnoliento, y un hilo de sangre se escurre por su cuello cuando aparto el arma, aún jadeando entre los dientes apretados.

- Estabas... tuviste un mal sueño - susurra sin más, ni un reproche. Se toca la herida y se lame los dedos.
Hay curiosidad en su mirada cuando la vuelve hacia mí. Me pregunto si ha visto mi sueño. Suplico en mi interior que no haya sido así.

- Ya. Está... está bien. - Vuelvo a esconder la daga y me paso la mano por el rostro. Le hago un gesto hacia su cama. - Duerme.

Está de pie aún. Me mira. Inseguro, mira hacia el otro jergón. Podría decirle que se quedara. Abrazarle aquí y dormir tranquilo, me gustaría hacerlo, tenerle más cerca, estrecharle. Tengo la sensación de que sería lo mejor. De que estaría mejor. Podría dormir sin sueños, relajarme. Solo tengo que decirle "quédate, duerme conmigo". Creo que está esperando que lo haga, una sola señal, el menor signo de que le necesito. Pero no lo hago. Repito el gesto y me vuelvo a dejar caer sobre el colchón, dándole la espalda. Me tiemblan las manos, pero no puede verlo. Aún aprieto los dientes, pero no puede verlo.

Se queda de pie unos minutos más. Y luego, finalmente, vuelve a su lecho.

Trago saliva y aún me lleva un tiempo conseguir que los músculos de mi cuerpo se relajen. No miro debajo de la colcha, bajo la cama. Tampoco en el armario. El Monstruo no está ahí, sé que no lo encontraré. Lo encierro bien adentro y cierro los ojos, intentando volver a conciliar el sueño.

No tiene tanta importancia.

Sólo me pasa a veces.

lunes, 4 de enero de 2010

LXXVI - Memorias

Puedo sentir con claridad sangrar las cicatrices. Abrirse una a una, estallar, derramar la sangre hacia adentro. Dioses, creo que no lo voy a soportar, ver su rostro aquí, delante mía. Sus facciones que apenas han cambiado, a excepción de la palidez ultraterrena de su rostro y las pronunciadas ojeras.

No sé cuanto tiempo llevo mirándola, con el alma colgando de un hilo y olvidándome de respirar, contemplando esa llama profunda que yace encerrada en una prisión de hielo, diciendo su nombre. Ha reculado un paso y me observa con extrañeza, como si quisiera ubicar algo en algún lugar esquivo de su memoria, pero yo sólo puedo mirarla, no soy capaz de huir... no hasta que el dolor me muerde, insoportable, y empiezo a dudar de mi propia resistencia, intentando mantener los hilos de mi cordura.

Cierro la mano en su muñeca y la arrastro al exterior, escapando del único modo que puedo hacerlo, hacia adelante. Sus pasos metálicos, el frío contacto de la armadura en mis dedos enguantados, me siguen al exterior, y pese a la leve resistencia camina tras de mí. Afuera, la lluvia nos golpea con el estruendo del aguacero, las gotas gélidas son un extraño consuelo ante la evidencia incuestionable. Al otro lado del vínculo, algo se agita con inquietud, pero sólo puedo prestarle atención a ella.

Ivaine está aquí


Es todo cuanto dejo que fluya al otro lado, antes de atrincherarme y cerrar toda emoción a la percepción de mi brujo, en una reacción instintiva. Su presencia sigue clara al otro lado, atenta y no intrusiva. Sé que lo comprende, aunque le duela mi introspección, sé que lo respeta. Necesito que sea así, por ahora.

- Estás aquí - acierto a decir, embrujado por su imagen. La suave curva de la nariz, el amargo rictus de la boca apretada, el ceño fruncido. Los cabellos oxidados, una llamarada roja. Está aquí.

Ella se retuerce y se suelta de la presa de mis dedos. Avanzo un paso desesperado, mirando alrededor. Me destroza, pero no quiero que se vaya. No permitiré que vuelva a desaparecer, y mi cuerpo se inclina hacia adelante, instintivamente.

- Sé quien eres - insiste ella, como si quisiera hacer reales esas palabras. - Tu... tu nombre...
- Sabes quien soy - espeto secamente. - Me recuerdas.

Y la expresión de su rostro me dice lo contrario. De nuevo el filo infame me atraviesa por dentro, haciendo que me ardan los ojos y la soga invisible se cierre sobre mi garganta. No me recuerda. La reina no me recuerda... me han arrancado de ella, y no me recuerda. Dioses. "Luz Sagrada, ten piedad. Dime que no es real ese sufrimiento atroz que veo al otro lado, dime que no la has abandonado. Acógela, abrázala, no le hagas pasar por esto".

- Tu nombre... - repite, y su expresión se vuelve ansiosa, desesperada. Sus palabras, rotas y roncas por la huella de la muerte en vida, me llegan con el mismo tono malhumorado de antaño.
- Sabes mi nombre - declaro, acercándome otro paso. - Rodrith. Rodrith Albagrana. Y conoces tu nombre, Ivaine Harren.

No sé que hacer. Confusa y asustada, frunce el ceño, aprieta los dientes, y un relámpago nostálgico y herido surca su mirada. Me muerdo la lengua, al verla resollar como si algo la golpeara con demasiada fuerza y me contengo para no gritarle, zarandearle de los hombros y recordarle, palabra a palabra, quién es ella, quién soy yo, lo que somos para nosotros. El pelo húmedo se le pega a la frente, la lluvia repiquetea contra la armadura, y recula un paso más.

- Recuerdo tu nombre - casi gime. Su mano está cerca de la empuñadura. Se siente amenazada.

Mi propio dolor deja de importar. Igual que en el combate, igual que siempre ha sido, lo que cierra sus dientes sobre mi corazón y lo destroza, en una tortura que no parece tener fin, se convierte en un sordo ruido de fondo cuando me vuelco en ella. Y por ella me apuntalo sin ceder al derrumbamiento, plantando cara al huracán y al temblor de tierra, aguanto firme por ella, tomo aire entre los dientes, con un resuello trémulo y asiento, mirándola. Mi imagen le hace daño, como la suya a mí me hiere, mi presencia la hace revolverse por dentro, una muchacha perdida que golpea las paredes del laberinto, buscando la salida.

- No sabes quien soy, ¿verdad? - pregunto, con más calma de la que realmente siento.
- Recuerdo tu nombre... - murmura ella, mirando alrededor, tensa y ahogada. - Te he seguido... o te he buscado. No sé por qué... ¡QUIÉN ERES!

La hoja de alma rúnica destella ante mí. La interpone entre los dos, con el rostro alzado y los dientes apretados, observándome con el gélido resplandor azulado cubriendo su mirada. Conozco esa postura, esa manera de hacer frente al peligro, ese mismo semblante decidido, esa resistencia... deberían herirme, pero ahora no me duelen. Solo ella me duele, su dolor y el yermo paraje gélido en el que está errando, buscándose y buscándome. Ivaine. No. No voy a permitir esto. Jamás.

- No te abandonaré - apenas es un susurro lo que brota entre mis labios, cuando me acerco a ella. - No voy a dejarte, ahora ni nunca.

Me detengo cuando la punta de la espada está sobre mi pecho, y la hoja tiembla un instante. De nuevo, ella retrocede. Me tiemblan los dedos cuando los pongo sobre su mano, ladeándome, y aunque las sienes palpitan con violencia y la sangre parece haberse convertido en un ejército de cuchillas que desfila a trompicones por mis venas, la miro, sereno.

- No estás sola. No te dejaré, ahora ni nunca.

Lentamente, envaina la hoja, pasándose las manos por la cara. Un ligero estremecimiento recorre su cuerpo y me parece escuchar un gemido grave, sufrido, conteniéndose en su garganta. Y casi se rompe en un grito cuando se agita, tensa, retorciéndose, al envolverla con mis brazos y estrecharla con firmeza.

No la suelto. Ella intenta apartarme, me golpea, me araña, sé que le duele, pero no la suelto. Tengo la mandíbula tan tensa que creo que los dientes se me van a romper, y he apartado la melancolía y el sufrimiento de una hostia, arrojándome en una alocada carrera hacia adelante, negándome a ser víctima.

Qué mas da penar eternamente, segundo a segundo. Qué importa que el torbellino del caos devore mis entrañas. Sólo quiero que vuelva a ser quien es, que también sobre esta muerte que no es tal, se alce triunfante y se encuentre, recupere el incendio de su alma y las llamaradas en la explosión de su mirada de sangre vieja. No puedo dejar que Ivaine deje de ser Ivaine, cueste lo que cueste. Esto no.

- Déjame. Déjame. DÉJAME - se debate, desesperada, en el abrazo.

Finalmente, su rechazo es más fuerte que mi violenta imposición, y la suelto. Sigue lloviendo. Apenas siento la humedad en mis cabellos. Ella da un traspiés hacia atrás y me atraviesan los ojos escarchados.

- Volveré a por ti - le digo, con voz átona, mientras me saco el guante. Arranco el anillo envejecido que llevo en el meñique y se lo pongo en la mano, cerrando sus dedos helados, cubiertos por el guantelete de acero, sobre la joya. - No lo pierdas. Guárdalo, Ivaine. Volveré a por ti. No te abandonaré.

No puedo mirarla ni un segundo más. No quiero dejar de hacerlo. Pero la suelto y me alejo, dubitativo, volviendo el rostro atrás demasiadas veces hasta que Elazel responde a la llamada y monto sobre ella. El galope desenfrenado bajo la lluvia sólo hace crecer la tormenta salvaje, mientras rechino los dientes y cabalgo, dejando que los recuerdos pasen por mi mente veloces, cada uno dejando el corte profundo y venenoso en mi interior.

Lo que te han hecho, Carandil... lo que han hecho de ti, lo que nos han hecho. Lo más puro y hermoso, lo más valioso, infectado con las cadenas de esta maldición. El recuerdo. Cuna del Invierno, preludio de la ventisca. Al abrigo del tronco caído de un árbol, el recuerdo.



- Rodrith ... - ella bajó la vista y frunció el ceño levemente. - Rodrith, ¿por qué no llevas la medalla que te dieron en el Alba Argenta?

Entreabrió los ropajes de cuero del elfo y buscó con sus dedos la cadenita, sin encontrarla. La mano de él se cerró sobre la suya y meneó la cabeza.


- Ya no está. No la busques.
- ¿La has vendido?

 
Ella arrugó el entrecejo, con sorpresa y decepción. 


- Era sólo una pieza de plata. A todos nos dieron una, no era nada especial.

La voz del elfo asemejaba el tañido lejano de una campana de bronce, cuya vibración despertaba ecos difusos en la silenciosa soledad del bosque. Las agujas de los árboles respondían al reclamo de esa voz y armonizaban con ella, moviéndose trémulas, a pesar de que no pasaba de ser un susurro.


- ¿Como puedes decir eso? La plata del Alba Argenta es pura y eterna. - ella le golpeó el pecho, entristecida. - Además, es la única mención que tuvimos. Era la memoria de todos. De Berth, de Derlen, de Faur, de Grossen... ¿Por qué la has vendido, idiota?
- No la he vendido.

El susurro se volvió más grave, y la mirada del elfo chispeó un instante cuando se fundió con la de la muchacha. Una suave corriente de energía discurrió entre los dos, imperceptible. Él acercó una mano a su pelo y frotó dos dedos, giró el índice y un destello plateado deslumbró cuando le mostró el anillo. Ella parpadeó y tragó saliva.
- No, por favor – murmuró, y era casi una súplica.
- La plata del Alba Argenta es pura y eterna – dijo la voz grave, haciendo caso omiso y escurriendo el anillo en el dedo de la joven, que apretó el puño, mirándole con gesto contrito.
- ¿Por qué me haces esto? ¿Por qué?

Los nudillos se le habían puesto blancos, y la plata brillaba entre ellos. Su cuerpo estaba tenso. La angustia y el miedo que había en el rostro de la chica solo era comparable a la que puede sentirse ante algo demasiado grande y demasiado intenso para ser aceptado. La determinación y la palidez en el del elfo, como la que se siente ante algo demasiado grande y demasiado intenso para ser ignorado. Cerró la mano sobre la de ella.
- Si aún me preguntas eso... - se ahogaron las palabras. - No me preguntes eso.
- ¿No tienes miedo a ponerme un anillo en el dedo pero lo tienes a decirme con palabras lo que sientes, Rodrith? - le espetó ella con un gesto amargo.
- Si pronuncio esas palabras, Ivaine, estaré perdido para siempre.

Se miraron largamente, sin hablar. Enmudecidos por la evidencia de lo que golpeaba furiosamente en su interior, solo eran capaces de eso.

Se miraron largamente, con un sorbo anticipado de lo que estaba por venir, una premonición que Ivaine paladeó con demasiada certeza. El agridulce sabor del amor profundo, que destroza las vidas a cambio de días felices que se cuentan con una mano, que se esfuerzan a pesar de todo en florecer bajo la persistente sombra del precio que exigen. Un futuro incierto, colmado de espinas y bañado por intensas tempestades de llanto y dolor. La bruma de las nubes que se arremolinaban sobre sus cabellos cuando el viento arreció y los acarició con el frío beso del invierno, trayendo el aroma de sangre y metal, de saladas lágrimas y de tierras áridas y yermas, despojadas de toda su riqueza. No se añora lo que no se conoce, pero la pérdida de aquello que se obtiene como un don de las divinidades, solo ha de dejar cenizas a su paso... y la pérdida siempre fue para Ivaine una certeza constante.




El recuerdo. Una niña nacida una noche de invierno, que se escurre de las entrañas de su madre a los brazos de su padre, cubierta de sangre. Una niña que llora con fuerza bajo la luz rojiza de las llamas de una hoguera, hija del oro y el rubí, del granate y la esmeralda, del ámbar y el coral.

Espadas que se cruzan y sangre de nuevo, que mancha la nieve, y un dolor intenso cuando se alza el rugido de un oso y la distancia se lleva a la hija y a la madre. Y los años de angustia. Los largos años de angustia en los que cada segundo es una espina, en los que la añoranza y la desesperación van caminando, paso a paso, dejando profundas huellas.

Suena la piedra de afilar, la pluma se desliza por el papel, día tras día. Se desliza la piedra sobre la hoja de acero, rasca la pluma sobre el pergamino, día tras día. Las vidas se convierten en una constante espera, paciente, impaciente, irremediable. Cargan los ejércitos y la espada hiende el aire, avanza la caballería a un lado y a otro, hollan la tierra los cascos de las monturas y el polvo cubre el cielo.

Él grita su nombre tras las murallas de una ciudad de altas estatuas. Ella suspira el nombre de él entre los muros de una casa con cinco llaves. Se arrastran los segundos, los minutos y las horas, lánguidos y febriles. Ella cierra los ojos y mira hacia las vigas de madera cuando otro hombre la cubre con sus brazos, imaginando que es él, queriendo rememorar su olor. Él aprieta los dientes y cierra los párpados cuando apresa entre sus manos a otras mujeres, buscando con desesperación un instante incontable en el que pueda fingir que es ella quien yace sobre las sábanas, engañarse un solo instante.

Y la espera toca a su fin, el tiempo les regala escasos días de alivio en brazos del otro, de nuevo entre las nieves. Días que atesoran y consumen, aferrándose a ellos como un enfermo a su bálsamo anhelado... hasta que desciende la helada garra de la muerte, arrancando el rubí de su engarce de oro, arrebatando el granate de su cuna de ámbar cálido, y un muro de hielo se levanta, inexpugnable, entre los dos.

El recuerdo. Cuna del Invierno, al abrigo del tronco de un árbol. La voz grave de Ivaine.

- Ya estamos perdidos, Rodrith.
Él negó con la cabeza, abrazándola contra su pecho, cubriéndola con sus cabellos, hundiendo la nariz entre los mechones rojizos. Ella se agarró a su espalda, clavando los dedos en la piel mullida de la capa. Naufragando, se sujetaron el uno al otro tratando de trepar hasta la superficie.
- No digas eso. No es verdad.
- Estamos perdidos... yo estoy perdida. - sollozó, ahogadamente, conteniendo el gemido en la garganta.

- Nunca lo estaremos.- insistió la voz grave, como si la fuerza de sus palabras hiciera la realidad, cambiara las circunstancias y pudiera modelar el mundo. - Nunca lo estaremos. Agárrate fuerte, amor, y escupe sobre el destino.

Ella se estremeció un instante y ambos se estrecharon más, y cuando levantaron la mirada, en sus ojos se adivinaba la expresión del soldado que se lanza hacia la gloria o la muerte y al que nada importa el final, pues sabe que obtendrá ambas cosas, y lo hace con orgullo.


- Ahora el mío está ligado al tuyo. - dijo ella, sin parpadear, y el rostro algo infantil parecía entonces el de una joven reina que subía al patíbulo. - Viviré en ti mientras vivas, y moriré contigo cuando mueras. Agárrate fuerte, amor, y escupe sobre la fortuna.

Él le retiró el cabello de la frente y observó su semblante con los ojos graves, refulgentes, y parecía entonces un rey de la antigüedad rescatado de un sueño lejano, alto y digno como un héroe.


- Ahora mi fortuna eres tú, y toda mi vida te entrego.- dijo él, y vibró cada palabra encontrando su eco en la eternidad. - Venga lo que tenga que venir, gustoso acepto el precio por sólo el instante de haberte visto, la dicha de haberte conocido, el honor de tenerte y de ser tuyo, el don de haber formado parte de tu existencia.



Abrazarse hasta hacerse daño, intentar beberse la vida del otro en los besos apasionados, abarcarse enteros en caricias trémulas con un sollozo muriendo en sus gargantas y la asfixia de los sentimientos desbocados. Lágrimas que son palabras que nunca se pronuncian, agarrados, aferrados el uno al otro.

El recuerdo.

Al galope, me precipito en las tierras infectas de los Reinos del Este, desmonto de un salto y me arrojo sobre carcasas y esqueletos, empuñando el mandoble, con un grito enajenado, y la ira del Oso barre todo lo demás, embalsamando mis cicatrices, acunándome en los brazos conocidos, el alivio sublime de la justa destrucción donde se diluyen los infiernos que arden en mi alma.