lunes, 18 de enero de 2010

LXXVII - Interludio: Monstruos

A veces me pasa. No muchas. Solo a veces.

Me he acostumbrado a tener el sueño ligero. Me he acostumbrado a dormir con las armas cerca. A estar al acecho. A morder antes y preguntar después.

A veces me pasa. A veces. Pocas.

Si me tocan mientras duermo, pasa esto. Si me tocan mientras sueño con la voz insidiosa y la cara del Monstruo, pasa esto. Debía estar agitado y alterado, más de lo habitual. Las noches de insomnio quedaron atrás, pero a veces las prefiero, las prefiero a esto.

Estaba en ese sueño, de nuevo. De nuevo el pánico y el susurro escurridizo en la oscuridad.

"Tan precioso, tan bonito como el sol, tan precioso..."

De nuevo la oscuridad profunda y los ojos brillantes atravesándome en la sombra, de nuevo no tenía garras ni fuerza para pelear, de nuevo impotencia. El pánico es ira. Me quema por dentro mientras me agito en la pesadilla aberrante que se clava como hierro candente, y quiero despertar, pero no puedo.

"Tan precioso, tan bonito como el sol, tan precioso..."

La ansiedad desesperada, me retuerzo y no me rindo. No puedo respirar, me ahogo en el sueño y caigo al lago de aguas heladas que me atrapan, me hundo, me hundo y voy a morir, pero no muero. Quiero morir pero no muero.

Y entonces alguien me toca y me despierto.

Es un reflejo natural. La daga brilla entre mis manos cuando la saco de debajo de la almohada, he aferrado del cabello a alguien y veo el destello del metal sobre el cuello blanco. He oído mi propio grito y estoy tenso, la adrenalina discurre por mis venas como una lengua de lava que me activa, me pone alerta, estoy alerta, siempre alerta. Los ojos desorbitados, verdes como joyas engastadas, fijos en mí. No sé como le debo estar mirando, pero le he asustado.

Nos miramos en silencio y no dice nada, no hace nada, mientras vuelvo a la realidad poco a poco y mis ojos trémulos se escurren en la negrura de la habitación. Reconozco el lugar. Es Rémol y es de noche. Reconozco a quien me ha despertado. Es Theron y es mi amigo. Pero aún tardo un rato en soltarle. Está junto a mi cama, con el rostro somnoliento, y un hilo de sangre se escurre por su cuello cuando aparto el arma, aún jadeando entre los dientes apretados.

- Estabas... tuviste un mal sueño - susurra sin más, ni un reproche. Se toca la herida y se lame los dedos.
Hay curiosidad en su mirada cuando la vuelve hacia mí. Me pregunto si ha visto mi sueño. Suplico en mi interior que no haya sido así.

- Ya. Está... está bien. - Vuelvo a esconder la daga y me paso la mano por el rostro. Le hago un gesto hacia su cama. - Duerme.

Está de pie aún. Me mira. Inseguro, mira hacia el otro jergón. Podría decirle que se quedara. Abrazarle aquí y dormir tranquilo, me gustaría hacerlo, tenerle más cerca, estrecharle. Tengo la sensación de que sería lo mejor. De que estaría mejor. Podría dormir sin sueños, relajarme. Solo tengo que decirle "quédate, duerme conmigo". Creo que está esperando que lo haga, una sola señal, el menor signo de que le necesito. Pero no lo hago. Repito el gesto y me vuelvo a dejar caer sobre el colchón, dándole la espalda. Me tiemblan las manos, pero no puede verlo. Aún aprieto los dientes, pero no puede verlo.

Se queda de pie unos minutos más. Y luego, finalmente, vuelve a su lecho.

Trago saliva y aún me lleva un tiempo conseguir que los músculos de mi cuerpo se relajen. No miro debajo de la colcha, bajo la cama. Tampoco en el armario. El Monstruo no está ahí, sé que no lo encontraré. Lo encierro bien adentro y cierro los ojos, intentando volver a conciliar el sueño.

No tiene tanta importancia.

Sólo me pasa a veces.