martes, 28 de diciembre de 2010

CIV.- Interludio : Dos cartas

Este es mi reproche para todos vosotros. Es un reproche amargo, que nunca os llegará, entre otras cosas porque voy a quemar esta carta en cuanto esté escrita. Quiero que arda así mi rencor hacia todos los que no habéis comprendido nada, hacia todos los que os habéis dejado aplastar, hacia todos los que no habéis sido capaces de resistir ni de descubrir lo que teníais, lo que tenéis.

A vosotros, los camaradas y compañeros. Vosotros que siempre habéis juzgado, que siempre habéis mirado con desconfianza a quien teníais al lado sin tener ni puta idea de quién es ni de lo que es. Sin tener ni puta idea de nada, ni molestaros en intentar entenderlo. Ni siquiera aceptarlo aun sin comprenderlo. Esperando lo peor de él, quizá pretendíais absurdamente que os entregara lo mejor. Partiendo de la desconfianza y del miedo, esperábais que os contradijera, que demostrara que merecía otra cosa que no fuera eso. La cagásteis. Él no tenía que hacer nada para demostraros una mierda. Si hubiérais sabido llegarle con sinceridad, si hubiérais tenido ojos para mirar y le hubiérais dado una oportunidad, tendríais lo que yo tengo ahora. Esperábais lo peor, no quisísteis fomentar lo mejor. Si lo hubiérais hecho, tendríais lo que yo tengo ahora, el mejor camarada y el mejor compañero. Pero no os lo merecíais. Por eso lo tengo yo, y me lo quedo. Ahora es mío.

A vosotros, los amigos. No sé cuantos sois. Creo que uno o dos, dudo que tenga más. A vosotros se os abrió una joya única, pudísteis alcanzarla y rozarla con los dedos. ¿Qué le disteis realmente? Momentos dulces, instantes de consuelo, al menos eso os honra. Apoyo y un oído que escuchaba, a veces corrección cuando erraba. Pero uno le abandonó porque no fue lo bastante fuerte para resistir un amor no correspondido. En lugar de buscar el consuelo y el abrazo en la amistad sincera, la fuerza perdida y un asidero en la desesperación, se fue, quitándose la vida por su propia mano. Y el otro, siendo amigo y hermano, no estuvo a la altura. Le abandonó en la más siniestra oscuridad, cuando la Legión le abrió sus puertas a cambio de su esposa. Los dos le habéis abandonado, cada uno de una manera. Ninguno os lo merecíais. Por eso lo tengo yo, y me lo quedo. Ahora es mío.

A vosotras, las amantes y la amada. Las primeras os convertís en nada en cuanto os toca, en serpientes encantadas por su hechizo. Abrazáis su maldición y le dejáis en la posición más cansada, la del hastío, la de saber que no podéis verle, que no llegáis a alcanzarle, porque estáis embriagadas por ese embrujo que os anula y os convierte en sombras de todo lo que prometíais a sus ojos. La segunda, que ha tejido su amor más sincero, lo más puro de su corazón para convertirlo en cadenas con las que ahorcarse, en cuchillos con los que herirse. Has sido terriblemente irresponsable, con tu amor y con el suyo. Has sido terriblemente irresponsable, negándote a honrar lo que tenías en tu alma y lo que se te entregaba con la dignidad que requiere. Te has abandonado como la gacela ante el depredador, y has engendrado frutos de culpa y angustia, que siempre empañarán el corazón de aquel que te quiere con devoción. Has manchado algo muy puro porque no has sabido recibirlo, y no has sido valiente nunca. Ni para renunciar a lo demás por él, ni para tomarlo de manera que ninguna hierba venenosa naciera en esos campos sagrados. Al revés, has dejado que crezcan esas plantas y te las has bebido en infusión, atando a tu amante a tí con sufrimiento y angustia, atándote a él con adicción y obsesión. Ninguna os lo merecéis, aunque nunca pueda decírselo a él, ninguna os lo merecéis. Por eso lo tengo yo, y me lo quedo. Ahora es mío.

A todos vosotros, que no habéis sabido y no habéis podido llegar hasta lo más hondo, os estoy juzgando ahora. Lo estoy haciendo, y sé que soy injusto. Pero no me importa. No habéis sido capaces de conquistar este reino. Por eso lo tengo yo y me lo quedo. Ahora es mío. Reino en él. Soy el Sol en este mundo, soy la Luz y lo soy todo. Soy injusto, pero no os lo merecéis. Soy injusto, pero lo siento, soy mejor que vosotros. Nunca habéis tenido lo que yo tengo, y nunca lo tendréis. Y aunque en parte me da lástima, no os lo merecéis. Porque no habéis sabido encontrarlo.

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El papel arde en la chimenea cuando la puerta se abre. El brujo entra, sacudiéndose la lluvia del pelo y de la toga con gesto hastiado. Rémol sigue siendo el mismo pueblo viejo y solitario, con la misma compañía silenciosa de los renegados de ojos amarillos. Theron arquea la ceja, mirando las llamas.

- ¿Qué estás quemando? - me pregunta.
- Nada importante.

Quizá mi sonrisa tiene un tinte cruel cuando despierta, pero me da igual. Me echo hacia atrás en la silla, estirando las piernas y cruzándolas, con un golpe de las botas sobre la tarima de madera. Theron aparta la mirada de las llamas, encogiéndose de hombros.

- Ya han llegado informes del Norte. Hay algunas cosas colgadas en la torre de zeppelines.
- Muy bien. Podremos ponernos a trabajar en breve, entonces.

Él asiente con la cabeza, mirando la escalera, luego me mira. Tengo la sensación repentina de que hay demasiado aire entre los dos, demasiado espacio que debería pulverizar inmediatamente. Sin embargo, no me he movido del sitio, ni tampoco él.

Sube

La orden le despierta una sonrisa y un brillo en los ojos verdes. Está ascendiendo los peldaños con aire fingidamente inocente y fingidamente obediente, pero no me importa que lo finja. Al llegar al piso superior, me levanto y sigo el mismo camino. Cruzo la puerta que ha dejado abierta y cierro a mi espalda, con un chasquido. Las velas están ardiendo en el candelabro. Está de espaldas, pero se da la vuelta, levantando la barbilla y con una mirada desdeñosa.

- ¿Te ponen los casados, o qué? - me suelta, sonriendo a medias con ese gesto burlón y provocador.
- ¿Sabe tu mujer que te acuestas con tu jefe, o qué?
- Mi sinceridad no llega a tanto - replica, con un gesto de afrenta - y eso no es cosa de nadie.
- Mejor, porque le he escrito para avisarla de que no puedes ir en unos días.

Por un momento se me queda mirando con sorpresa. Luego se rie entre dientes, deslizándose por la habitación como una serpiente. Espío en su interior para descubrir alguna posible ofensa, pero no encuentro ninguna. Más bien parece sentirse halagado.

- Tienes la cara muy dura - me dice, y no es un reproche.
- No es lo más duro que tengo.

Ahogo su risa con un beso violento, empujando las preguntas, las dudas y todo lo que me quema a un lado. Después de las cosas que han pasado, de los ritos y la danza del Oso y la Serpiente, después de todo eso ya no quiero verlas más. Quiero devorarlas y consumirlas y que desaparezcan, y dejo que se diluyan en el fragor de la tormenta que se avecina, tomando posesión de lo que me pertenece y entregándome a donde pertenezco más que a ninguna otra cosa.

A través de la ventana, veo la noche.

Es lo último a lo que presto atención antes de verterme en las profundidades que me acogen.

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Belore te guarde, Eliannor

Aunque acabáis de uniros en matrimonio, lamentablemente hay mucho que hacer y las obligaciones no esperan. Theron tendrá que quedarse esta noche y quizá algunos días más, hasta que terminemos de preparar las incursiones en Rasganorte. Espero que te guste tu nueva casa. Vallefresno es un lugar tranquilo y apacible donde podréis empezar de nuevo. Que la Luz te abrace.

Rodrith

viernes, 17 de diciembre de 2010

CIII .- Rito

La cripta es un lugar húmedo y frío. Aquí, las paredes parecen observarnos. Desde el gris de la piedra hasta el amarillo pálido de los cirios de sebo encendidos, todo permanece sumido en una extraña calma contemplativa. Hemos bajado juntos la escalera. Theron, vestido de blanco inmaculado, tiene las runas encendidas y la daga en el cinto. Mi túnica es púrpura y dorada, llevo el rostro cubierto por un embozo negro y la lanza en la mano. Su punta brilla en la penumbra, imbuida de luz. Su nombre es "Redención", así la bauticé cuando me dijo su nombre tras bañarla en tierra, agua y fuego.

Mi mente está en paz. Mi corazón, mi alma, mi espíritu y mi cuerpo también lo están. Desde el otro lado, el latido calmado y solemne de otro corazón palpita al compás del mío. Los dos estamos en el mismo estado, cercano a un trance religioso, mientras nos preparamos para el próximo rito.

Nosotros hemos dibujado estos caminos. Los hemos trazado sobre un mapa invisible para experimentar la totalidad de lo que somos, de lo que significa ser. Hemos experimentado el mundo, nuestro vínculo con la tierra a la que pertenecemos como hijos de Azeroth. Hemos experimentado la búsqueda, durante toda nuestra vida, sin ser del todo conscientes. Hemos experimentado la entrega y la elección del camino. Ahora llevo una serpiente púrpura grabada en la muñeca que me recuerda y me recordará siempre el otro lado de mí mismo, aún tengo el sabor del vino que me transportó a la tierra en el paladar, y el barro y el cieno pegado bajo las uñas.

Aquí abajo, en la cripta, nos enfrentamos a un nuevo paso en esta extraña ordalía en la que caminamos juntos y nos descubrimos con ojos nuevos, haciéndonos conscientes mediante símbolos de todo lo que somos.

Sólo se escuchan nuestras respiraciones y el crepitar de las velas ardiendo. La lluvia en el exterior apenas es un murmullo. Me despojo del embozo mientras el brujo, caminando descalzo sobre las losas polvorientas, deletrea su conjuro y tira de mi alma con una succión suave. Siempre es algo molesto, cuando el hilo de plata se vuelve violeta y se enreda entre sus manos, encerrándose en un fragmento de vidrio que destella sombra.

Nos miramos con gesto serio cuando me entrega la piedra, y la estrecho en mis dedos. Está caliente. La envoltura protectora de las sombras la mantiene a salvo.

- La muerte es un renacimiento.

Lo he dicho yo. Mi voz es un susurro grave y sereno, reverente.

- El dolor, un maestro - responde Theron.

Respiro hondo, aferrando la lanza apoyada en el suelo.

¿Estás listo?
Estoy listo

Caminamos hacia el otro lado de la sala y nos cobijamos en el centro, donde la pared se hunde hacia adentro y en una hornacina ojival, brillan las velas. Hay suficiente espacio para hacer lo que debemos hacer. Me desabrocho la pechera de la toga y la dejo caer hasta la cintura, quedando al descubierto. Cada movimiento, cada gesto, cada palabra que pronunciamos, todo lo hacemos con suma dedicación. Estamos cuidando cada detalle, grabándolo en la memoria y en el corazón. Sus significados nos llenan de una armonía plácida. Es esa sensación, la de la seguridad completa de que tus pasos son certeros.

Después, me recojo el cabello a la nuca, atándolo con una cuerda deshilachada y levanto la mirada hacia el brujo. Sus ojos verdes están fijos en los míos. También tiene el torso desnudo, y su postura es sacerdotal. Siempre ha sido un gran oficiante, un ritualista nato. Sus labios se mueven entre los contraluces de su rostro de rasgos finos.

- Vivir... es sufrir

A pesar del tono profundo y cadencioso de mi voz, me parece escuchar una reverberación en la cripta, como si multitud de voces susurraran el verso, respondiendo a nuestra oración.

- La vida es gozo - responde él, con un susurro sutil.
- El sufrimiento pasa
- Sus frutos permanecen

Nuestras voces se alternan en una misteriosa armonía, bronce y plata, el viento y la campana, el susurro y la resonancia grave, resbaladiza y serena, hasta sus timbres parecen enredarse para componer un contraste melódico que destila magia y maravilla.

- El Espíritu se fortalece
- La Voluntad prevalece
- Para el débil no hay vida

Le estoy mirando a los ojos. Estoy inmóvil, Redención brilla entre mis dedos y me cosquillea en las yemas. En la derecha, la piedra de alma desprende calor.

- Para el fuerte no hay muerte

Theron desenvaina su daga ritual. Está mirando mi pecho. A mi no me hace falta, sé exactamente dónde está su corazón.

- Morir no es nada
- Vivir ... es todo

Termina, sin que le tiemble la voz. No damos tiempo a la duda ni a la meditación. En cuanto la última sílaba se desliza, rodando sobre su lengua, nos arrojamos el uno sobre el otro. Escucho el chasquido de la carne lacerada por el arma. Aunque he empuñado a Redención por la mitad del asta, a Theron aún le queda un trecho por recorrer si quiere llegar a mí, y yo ya le he herido. Los ojos verdes destellan.

Tiro de su brazo. Él se aferra a la lanza, avanzando con tenacidad para hundirse más, con la sangre y el gemido brotando de sus labios, manchándome los dedos. Tiro de su brazo con fuerza, y al fin, el frío gélido me atraviesa. Estamos resollando los dos, con los músculos crispados, el semblante fiero y la mirada perdida en los ojos del otro. Su daga se hunde hasta la empuñadura, aprieto la mandíbula y me trago el rugido, rechino los dientes, el dolor me golpea, me marea, me asfixia y me abraza.

Él está parpadeando, intentando aferrarse a la consciencia. La vida le abandona. La mía se va. Tengo que sacar el arma antes.

Tira. Tira. Hay que sacarlas.
Sí, sí.

Los cabellos azabache se agitan en la penumbra, las velas arrancan destellos dorados de su pelo cuando saca el puñal de un tirón, con un grito ahogado, apretando los dientes. Antes de perder la consciencia, arranco la lanza de su cuerpo. Me sostengo en ella, parpadeando.

Theron se desploma con un sonido sordo. Su figura en el suelo, toga blanca manchada de rojo, piel clara y melena de azabache, se emborrona ante mis ojos. Se va. No puedo quedarme. Se va, no puedo quedarme, tengo que marcharme y volver para traerle de regreso. Pero soy un cabrón resistente, y tardo demasiado en morir. Cuando al fin siento el conocido aliento que me desdobla, cuando al fin caigo al suelo y me parece ascender, liviano, sin peso alguno sobre mis hombros hacia esa vastedad cálida y blanca, donde la Luz reina y el oro tibio parpadea aquí y allá, estoy a punto de olvidarlo todo.

Quiero subir. Ascender a ese lugar que promete reposo y letargo, paz infinita, que parece llamar en la lejanía. Pero el vínculo vibra y se agita. Trasciende a nuestros cuerpos, se mantiene aún en el umbral de la muerte.

No te sueltes. No me sueltes. No te sueltes.
No te suelto. Estoy aquí. No me... dioses, ¿qué es eso?
¡No me sueltes!

Lo he saboreado por un instante, desde el otro lado. Un descenso en picado y la sensación fría y densa en los tobillos. Tentáculos que se enredan en él, que tiran, que tiran.  Se sujeta con todas sus fuerzas, se aferra al vínculo, casi arañándolo. Me despido, no sin dolor, de la hermosa visión de la luz infinita, de la paz de la muerte. No es solo por el rito, tengo que volver y traerle como sea. Ahora hay una urgencia mayor.

La piedra de alma se rompe. Tomo aire en una bocanada que parece rasgarme los pulmones, llevándome la mano a la herida. Invoco la Luz con las fuerzas que me otorga la desesperación, y la Luz responde. Mientras intento acelerar mi recuperación sin demasiado éxito, obligando a mi cuerpo a que enfoque la mirada, a que recupere la energía en los músculos, a que se adapte rápidamente a la vida tras ese instante de muerte, me parece estar escuchando cuanto sucede al otro lado.

Le arrastran. Le persiguen. Le buscan, y gritan su nombre, rastreándole a las puertas del Torbellino. Y una mierda. Me arrastro por el suelo, clavando las uñas a las losas, aún terminando de curar mi propia herida y empujando el aire con resuellos de ahogado.

Voy a sacarte de ahí, voy a por ti.
No puedes. Es nuestro.

Me detengo a medio camino. Me concentro en él, al otro lado del vínculo. Repiten su nombre, arrojan sus garras hacia su alma, y Theron se aferra al delicado hilo de lo que somos con todo su ser.

- Y una mierda. No es vuestro. ¿Me oís?

Estoy jadeando. He conseguido llegar a su lado. Me levanto a duras penas, apoyándome en la lanza ensangrentada. Curo su herida, imponiéndome la concentración y fustigándome a mí mismo. Ahora no puedo fallar. Si alguna vez no puedo fallar, es ahora. No hay excusa, ni la debilidad, ni el mareo, ni el no estar todavía del todo aquí. Nada importa una mierda. Mi corazón, de nuevo activo, galopa dentro de mi pecho.

Aguanta
No me sueltes
No te suelto


La Luz responde. Se enciende a mi alrededor con toda la potencia de mi necesidad. La estoy invocando ahora como nunca, gritándola, bebiéndola, llamándola. "Es nuestro, es nuestro, es nuestro", dicen las voces insidiosas, multitud de voces, sibilinas y negras. La rabia me inflama. Arde en mi piel y en mis venas, de pronto estalla y se extiende como una corriente vibrante y áurea por la cripta. Sucede sin pensar. Me aferro a su alma, dirigiéndome a ella a través del vínculo, la agarro con mil dedos, la cobijo en millones de hilos de oro y tiro hacia mí. Aprieto los dientes, embargado por la furia de una tormenta.

- No es vuestro. No es vuestro. ¡NO - ES - VUESTRO!

El rugido aún reverbera en las paredes, vibra más allá de este mundo, hace detenerse por un instante las pegajosas manos de los demonios, y le traigo de vuelta, como una centella brillante. La energía sagrada se derrama sobre su cuerpo cuando abre los ojos desmesuradamente y tose, intentando respirar.

- Theron... Theron...

Aún no veo bien. Todo da vueltas. El alivio cae como una losa pesada sobre mí, y luego se deshace en espuma que me envuelve. Por todos los dioses. No he tenido miedo, pero ahora, como siempre, cuando ya ha pasado todo, estoy acojonado y agotado.

- Es...estoy bien...ahg...

Le levanto del suelo y trato de voltearme para llegar a las escaleras, pero no soy capaz. Me desplomo contra la pared que hay detrás mía, con el brujo en brazos. Se ha agarrado a mi cintura, y yo le tengo aferrado como si esperase que en cualquier momento volvieran a tirar de él. Cierro los ojos, apoyando la cabeza en el muro y tratando de regular mi respiración. Las velas chisporrotean, y el silencio es una canción dulce en estos momentos, que se prolongan en un tiempo indefinido que soy incapaz de calcular.

Hemos muerto. Y hemos regresado. Es difícil de procesar, de asumir, pero cada sensación se ha registrado en mi alma con claridad. Las de Theron también me llegan, y son hermosas. Libertad, liberación, luz, salvación. No soy muy consciente ahora de los pormenores, pero cuando me golpea la oleada cálida de gratitud y de algo más, que no soy capaz de definir, casi termino de desmayarme.

Lo que hemos vivido... lo que hemos transitado... no se puede explicar.

Y el silencio se rompe con dos palabras claras, aunque susurradas en un murmullo que suena a bendición.

- Te quiero.

Resplandecen en mí por unos momentos, y luego se cuelan hasta dentro, atraviesan las puertas, los muros de la fortaleza como una centella de pureza incapaz de ser manchada. Acabo de volver de la muerte, son demasiadas cosas, es todo demasiado, y aun así no puedo evitar un estremecimiento. Dudaría si no hubiera sentido su aliento contra mi pecho cuando ha hablado. Pero es lo que ha dicho. Exactamente eso y nada más, sólo ha puesto las palabras adecuadas a lo que existe.

Abro los ojos. Y hago lo que no he hecho nunca. Responder.

- Tye melan'ne

Las sílabas antiguas saben dulces en mi lengua aún entumecida. Salen de mis labios con poco esfuerzo, tras unos momentos de silencio, en los que la claridad meridiana de esa verdad se ha impuesto sobre todo lo demás. Es la primera vez que digo algo así a nadie. La primera vez en ciento ochenta años, y no me ha costado demasiado. Es más, me resulta grato. Vuelvo a cerrar los ojos y me dejo acunar por la calidez que me abraza repentinamente, las sensaciones se disipan y todo se convierte en una paz tranquila y plácida, que no precisa estar muerto para ser sentida, que sólo existe porque está completa, y sé cual es el secreto.

Hoy es un buen día para morir, y para renacer.

CII.- Aina. Avathael.

¿De qué sirve una vela a la luz del día?

Es lo que piensa, mientras está sentado contemplando toda su vida. En la mesa, frente a sí, está extendido el tabardo del Alba Argenta. La espada, limpia, al lado. Y los fragmentos de un cilindro de cristal roto, donde los ojos de color del mar se detienen.

La luz se ve con más claridad en la oscuridad. ¿De qué sirve una vela a la luz del día?

En la penumbra de la posada en la que reposa el guerrero, cuando la batalla le da tregua y sus fuerzas se ven mermadas, cuando algo más urgente que el combate continuo para la exterminación de la plaga le aparta del gélido norte, Rodrith observa su vida con ojos diferentes. Tiene los pies grandes, para caminar mucho. Un carácter dominante e impositivo, que le lleva siempre hacia adelante. Tiene el tesón que a veces, muchas veces, se transforma en tozudez, tiene el empuje y la fuerza que le proyectan lejos, en un viaje que llega hasta sí mismo y más allá.

Durante años, ha sido dueño de su destino. Ha tomado sus decisiones y ha cargado con sus consecuencias, enorgulleciéndose de algunas, clavándose las espinas de otras. Ser libre no es fácil. Ser líder, tampoco. Pero le enseñaron, y aprendió, que empuñar un arma es una responsabilidad, y la Luz que arde en su corazón no le deja lugar donde esconderse. Sólo puede verse tal como es, con toda su violencia y su furia, con su paz y su ternura, con sus errores y sus triunfos, su vergüenza y su reconocimiento. Se mira, y mira su vida sobre esa mesa. La batalla, la Luz, la interminable lucha por purgar un mal que no muere, el egoísmo y el altruísmo, la superación y la búsqueda.

Una búsqueda tan larga como es el camino que lleva hasta su propia alma.

Nunca se ha preguntado cuál es su lugar. Siempre lo ha elegido, siempre se ha colocado donde le ha parecido oportuno, y ha encajado con mayor o menor esfuerzo. Pero aún hay algo que llama, como el canto de una sirena de voces ambiguas y ancianas, una canción que llueve desde el mar y los firmamentos tormentosos, que se escurre como el viento entre las ramas y le roza los cabellos, tentándole a encontrar el origen de esas palabras y esos versos, de esas armonías infinitas que se repiten a lo largo de las eras.

Observa los fragmentos de cristal, recordando la visión del Templo de Azshara, a las dos jóvenes gemelas, elfas blancas y exactas. Sus palabras resuenan en su mente. ¿Maldición o bendición?

¿De qué sirve una vela a la luz del día?

No hay luz sin oscuridad, y no hay oscuridad sin luz. Sabe que eso es verdad, y de alguna manera lo entiende. Le pesa, con el peso de una cadena que no ha elegido y que siempre le provoca magulladuras en las muñecas cuando intenta arrancársela. Pero esa cadena forma parte de él, igual que sus manos, sus ojos o su misma alma.

Es lo que se le ha dado. Don y maldición, bálsamo y veneno. Que sea una cosa u otra no depende de nadie, sólo de él. No puede arrancarse los grilletes, que están cosidos a su corazón, navegan en la sangre de sus venas. Es lo que es, no puede cambiar eso. Sólo puede elegir qué hacer con ello. Y eso no le parece poco.

Roza el cristal con los dedos. Le arranca una vibración y sonrie a medias, murmurando a media voz.

- Aina

La Luz destella entre sus manos y brilla sobre el cristal, ilumina el cuarto oscuro, arranca un reflejo irisado del vidrio y se mantiene, suave, perpetua y dorada, entre las tinieblas.

Contempla toda su vida y a dónde le ha llevado. Este nuevo escenario, este nuevo ángulo desde el que mirar le resulta demasiado grande y demasiado intenso, y hace palidecer otras cosas que siempre le habían parecido importantes y ahora comprende que no lo son tanto. Nunca se ha preguntado cuál es su lugar, pero ahora empieza a vislumbrarlo y suspira, con un matiz cansado. Jamás habría esperado algo así. Pero no importa.

Caminará, siempre lo ha hecho. Hacia adelante, para abrir senderos y descubrir verdades, para hacer que todo tenga sentido y poder encontrar, quizá, una plenitud más ancha que el océano e infinita como las eras.

No hay camino más largo que buscarse a uno mismo. Pero tampoco hay viaje más apasionante.

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¿Qué soy? ¿Cuál es mi destino?

Él siempre se ha preguntado eso. A cada paso de sus terribles vivencias, esas preguntas han golpeado su mente una y otra vez. Ha superado cuanto se le ha puesto por delante, ha luchado y ha prevalecido ante lo más destructivo y salvaje. Como un lobo solitario, ha combatido noche y día con sus fantasmas, ha sabido, también, dejarse llevar por la corriente cuando nadar era inútil, aprender a vadearla, a moverse en ella como una serpiente, flexible, adaptándose, sobreviviendo, siempre.

Ahora, cerca del mar de Azshara, contemplando las estrellas luminosas en el firmamento negro, sus ojos verdes y fosfóricos se pierden en la inmensidad. Tiene las runas encendidas y levanta los dedos hacia las motas de luz azulada que aún se enredan en el aire. Han pasado siglos desde la explosión del Pozo, pero sus vestigios aún danzan entre las ruinas.

Ahora, sabe quien es. Sabe lo que es, y cuál es su destino. Sabe, también, que no está solo, y esos conocimientos le hacen mirar hacia adelante de otra manera.

Él no desvía la mirada hacia el pasado. Lo conoce demasiado bien, y lo tiene siempre presente. Ha aceptado cuanto ha caído sobre él y ha llegado hasta aquí para encontrar su lugar en los mundos. Ya sabía cual era antes de contemplar la magia del cristal en el Templo de Azshara, antes de escuchar las voces de otro tiempo. ¿Bendición o maldición?

Sólo son confirmaciones. Confirmaciones y una dirección, como una brújula, que le señala hacia dónde debe dar el siguiente paso. Su lugar, lo conoce bien hace meses. Es el sitio que quiere, el que necesita y el que no abandonará nunca. Su lealtad se ha fraguado con sangre y con acero, con dolor, sí, mucho dolor, pero también con esperanza.

¿Qué soy? ¿Cuál es mi destino? ¿Qué estoy llamado a realizar?

Vio una vez una imagen en un espejo. Una imagen grandiosa que le hizo estremecer, de terror y de admiración: Un demonio poderoso, consumiéndolo todo a su alrededor con fuego y dominio, reinando entre las llamas como un emperador de la destrucción. Entonces, ese reflejo tenía sentido. Allí y entonces, lo tenía, pero ahora no está completo.

Observa las luciérnagas azules, escuchando el rumor del mar que canta, entrecerrando los ojos y permitiendo que la brisa le bese los cabellos. No es solo eso. Es mucho más que eso, algo más grande, más completo y más real. Es dueño de sí mismo. Maldición o bendición, puede elegir. No está solo. Nunca volverá a estarlo, y lo que es más importante...

... todo tiene sentido ahora.

Todo el sufrimiento, el camino de piedras afiladas que ha recorrido desde el aciago día en que la Plaga asoló Quel'thalas, los bandazos por los que la fortuna le ha conducido a lo largo de tantos años y los golpes que con tanto peso han caído sobre él. Siempre se aferró al destino. Aprendió a creer en el, y no en la suerte, con la necesidad instintiva de buscar un motivo para cuanto le sucedía. Era la única manera de sobrevivir a ello y seguir hacia adelante, la fe en que al final, de alguna manera, todo cobrase sentido.

Sonríe a medias. Al fin y al cabo, siempre ha tenido fe. Ahora, puede creer en muchas cosas. Cosas que antes le resultaban impensables, ahora puede creer en ellas. Un extraño sosiego le envuelve y le acuna mientras intenta comprender las palabras del océano, que se balancea, lame la orilla con espuma y refleja la luna pálida, los astros lejanos.

Se mira los dedos y los frota, dejando surgir un destello púrpura de sombra entre sus dedos.

- Avathael - murmura en un susurro quedo

La energía condensada se disipa y se queda flotando como un rastro de humo rasgado. Desde el principio, aceptó el regalo del vínculo. Jamás lo maldijo ni lo rechazó, siempre lo aceptó con agrado. Nunca le ha resultado una carga. Ahora, que conoce los misterios que encierra su existencia y esa curiosa ligadura, seguirá caminando.

Caminará, siempre lo ha hecho. Hacia adelante, para descubrir senderos y deshacer mentiras, para buscar significados y arrojarse en brazos de una plenitud más ancha que el océano, infinita como las eras.

No hay camino más largo que buscarse a uno mismo. Pero tampoco hay viaje más apasionante.

CI .- Descabellado

En el Templo del Reposo del Dragón, los centinelas ya se han acostumbrado a la gente que entra y sale. "Héroes de Azeroth", así llaman a los que vienen a ayudar en la guerra contra el Rey Exánime. Los dragonantes aguardan junto a las puertas, con sus gujas afiladas y sus armaduras fantásticas. Elive los señala y abre mucho los ojos. A ella le da igual que haya héroes de Azeroth o que la raza dracónica deba ser tratada con respeto. Desde mi hombro, les apunta con el dedo y exclama:

- ¡Mira papá! ¡Más dragones!
- Shhhh no grites, nena.

Theron se rie entre dientes y agarra el dedo de Elive, explicándole algo en voz baja. Yo no les presto atención. Estoy mirando a la pequeña gnoma que ha fijado sus ojos en nosotros y me sonríe con suavidad. Sus ojos resplandecen en azul turquesa y pese a su apariencia, sé que no es pequeña. Ni gnoma.

Un trago de saliva amarga se escurre por mi garganta cuando ella asiente con la cabeza, haciéndonos un gesto para que nos acerquemos. Odio esto. No es justo. Pero tengo que hacerlo. Bajo a la pequeña de mis hombros y la dejo en el suelo. Le abrocho bien la capa y le coloco el gorro peludo que le tapa hasta las cejas, abrigándola bien.

- ¿Llevas tu mochila, nena?
- Sí, pa. Llevo la mochila con los cuentos y todo - Elive me la enseña.

No es justo, pero tengo que hacerlo. Elive es tan pequeña, de pie entre las baldosas de mármol del templo... parece un duende cubierto de pieles blancas. Sonrío con todas mis fuerzas y le doy un beso en la nariz y un abrazo.

- Muy bien, guapa. Ahora te vas a quedar con Cromi, como hablamos.
- Sí.

Elive también sonríe. Está acostumbrada, quizá mas que yo. Yo nunca. Yo no.

- Terminaremos en seguida y vendremos en un par de semanas. Ven, te la voy a presentar.

La cojo de la mano y caminamos hacia la gnoma, que sonríe a la niña. Es cordial y amable. El Cementerio de Dragones es un lugar seguro, este templo, mejor dicho, lo es. Alexstrasza está arriba. A mi hija no le va a pasar nada, y prefiero tenerla cerca, al fin y al cabo. Tampoco puedo dejarla en ningún otro lugar.

Iremos a verla. Podemos venir a cada rato que tengamos, Ahti. Las monturas vuelan rápido.

Las palabras de Theron llegan a mí a través del vínculo, y admito que me reconfortan mucho.

- Hola, soy Elive - dice mi hija, estrechando la mano de la gnoma con toda tranquilidad - Mi papá me ha dicho que vamos a pasar unos días juntas. Me gusta jugar a las ardillas. ¿Te gusta a ti?
- Mucho - responde la voz aflautada de Cromi - ¡Qué gorrito más chulo!

Elive sonríe y se recoloca su gorro peludo con orgullo. La gnoma me mira a mí y asiente, sonriendo con placidez. Ese gesto también me consuela.

- Muy bien, ahora te enseñaré esto, ¿de acuerdo? - le dice a mi hija. Elive asiente, dando un saltito.

Me inclino para darle un beso en los mofletes antes de que se vaya con la dragona.

- Volveremos pronto.
- Vale, pa. ¡Hasta luego! ¡Hasta luego, tío Theron!

Agita su mano diminuta y se va saltando detrás de la gnoma, que es tan bajita como ella. Nosotros nos damos la vuelta y salimos al exterior. Me sacudo la nieve de la barba y del cabello y me siento sobre un escalón a llenar la pipa. El brujo, envuelto en su toga de tejido grueso, se deja caer a mi lado, con la media sonrisa bailándole en los labios.

Frente a nosotros, un yermo paraje de nieve blanca se extiende hasta donde alcanzan mis ojos. Dragones de escarcha y huesos sobrevuelan las cercanías, y los Vuelos los derriban cada vez que se acercan a la torre. La poderosa esfera de la cúpula del Templo emite un suave resplandor dorado, como un segundo sol. Entrecierro los ojos cuando el tabaco prende y una nube de humo gris me envuelve el rostro.

- Eres un buen padre.

La voz de Theron es suave, sin rastro de ironía ni malicia.

- Hago lo que puedo - respondo, con una media sonrisa. Esa es la verdad. Hago lo que puedo.
- Me gustaría poder tener algo así - dice, bajando la voz - Con Eliannor, ya sabes.

Asiento con la cabeza. A Theron nunca le había pesado esa consecuencia del vil, la infertilidad. Creo que jamás había supuesto un problema para él porque nunca se había planteado ser padre. Ahora me da la sensación de que, después de conocer a Elive y saborear la paternidad a través de mi, una punzada de escozor lejano ha despertado en él. De un tiempo a esta parte, lo he notado. Y no sólo eso.

Sé cuanto desea Eliannor tener un hijo. Ha sufrido mucho a causa de los abortos, y Theron ha tenido su parte en ello. Me conozco la historia, y lo cierto es que lo lamento por ambos. Por Eliannor, maldita y destrozado el fruto de su vientre por culpa de su amante. Y por Theron, por haber propiciado algo así a la persona que amaba. Lo que hacemos a otros, nos lo hacemos a nosotros mismos, y he aquí la prueba más grande de ello.

- He estado pensando... y puede que haya una manera.

Arqueo las dos cejas y le observo con atención. Está mirando hacia adelante, los ojos verdes fijos en el horizonte y la voz sosegada. Su gesto es relajado.

- ¿Para ella o para tí?
- Para ambos - suspira y hace una pausa, arrugando un poco el entrecejo - Verás, ella está yendo constantemente a los druidas. Ya lo hacía en... "allí", y ahora que está aquí, también viaja con frecuencia al Claro de la Luna. Va a mejorar, estoy seguro.

Asiento de nuevo, apartándome el pelo del rostro. Lo hago por instinto. No estoy seguro de que vaya a mejorar, pero qué cojones. Tampoco de que no lo vaya a hacer. Y la fe mueve montañas.

- ¿Y tú?
- Bueno, ya sabes que tengo poco arreglo. No tengo flechas en el carcaj, por decirlo así.

Me río entre dientes hasta que su siguiente frase me corta la risa en la garganta.

- Pero tú sí.

Bueno. Bueno, bueno. Si estuviera hablando en broma, podría seguir riéndome. Podría hacerlo incluso ahora, sabiendo que habla en serio. Pero no me parece cosa de la que reírse, entre otros motivos, porque es importante para él.

- Si, yo sí. ¿Y qué?
- Vamos, ya sabes lo que quiero decir - su voz se vuelve más suave, me golpea con el codo. Me está envolviendo bien la medicina en azúcar porque sospecha que no voy a querer tragármela. - Tú y yo compartimos mucho. Esencia... alma. Eres más que un hermano, si tú puedes darle un hijo a Eliannor sería mi hijo, de alguna manera.
- Y el mío. ¿Y has hablado con ella? ¿Está de acuerdo con eso?

He tensado la mandíbula. Mi expresión se ha vuelto dura, lo sé, y mis palabras suenan ásperas y secas. Theron mantiene la compostura, aunque su actitud se vuelve más fría. En el vínculo, se está retrayendo.

- No, quería hablarlo contigo primero. Por más vueltas que le he dado, es la única manera que se me ocurre. Ella puede sanar, pero yo no, por eso puedes hacerlo tú.
- No voy a acostarme con Eliannor - digo con firmeza, poniéndome de pie.

Theron se incorpora y echa a andar a mi lado hacia los dracoleones. Me detiene con la mano, clavándome las uñas en el brazo.

- ¿Qué? ¿Eso es todo? Piensa en lo que te estoy pidiendo, Ahti. No puedo tener hijos, solo tú puedes dármelos...y para ello, acostarse con Eliannor es sólo un proceso, no...
- Theron, no voy a acostarme con Eliannor. Y no voy a darte un hijo con ella.

Da un paso atrás. Él se está irritando, también hay dolor y rechazo, lo siento a través de mí mismo, que también estoy irritado y a la defensiva. No he descartado la idea a la ligera, aunque sí que es mi primer impulso. Preferiría no escuchar hablar del asunto, pero tengo mis razones. Razones más que razonables. Y ahora, me las va a pedir.

- ¿Por qué? - dice entre dientes. Su gesto se ha crispado y ha apretado los puños.

El viento arrecia y nos golpea en el rostro, las vermis de escarcha se estrellan contra el suelo leguas mas allá, derribadas por los dragones del vuelo rojo que guardan el perímetro.

- En primer lugar, hablemos del proceso. El proceso implica que tengo que acostarme con tu novia, y no quiero acostarme con Eliannor. Eso nos va a dar problemas, lo sé. Todo nos dará problemas, en realidad. Si lo hiciera, que no lo voy a hacer, - recalco - y ella se queda embarazada, esa criatura también va a ser mi hijo, o mi hija. Y no pienso quedarme al margen de eso, ni tú ni ella vais a conseguir que lo esté. ¿Y cómo vamos a cocinar eso, Theron? ¿Tú te das cuenta de lo que me pides?

- Se puede hacer. Ella estará de acuerdo, maldita sea, ¿el problema es que no quieres follártela? Debe ser la única hembra a la que no quieres follarte, Ahti.
- Es tu novia. Es suficiente para mí. Además, no es mi tipo.
- ¿Me niegas la posibilidad de tener un hijo porque Eli no es tu tipo? - replica, agitado. Tiene los dientes apretados y escupe su veneno entre ellos, su mirada se prende, furiosa - Vamos, no me jodas. ¡Debe haber un ejército de bastardos en Azeroth nacidos de tu polla y ahora no quieres darme uno a MI!

Ahora sí me ha tocado los cojones. Me arde la sangre en las venas. No quería llegar a esto, pero si vamos a hablar claro, hablaremos claro. Me arranco la pipa de los dientes y le señalo con el dedo, me he crispado y tengo la inquina a flor de piel.

- Escucha chaval, todo esto es cosa tuya. Tu idea es descabellada. Tú maldijiste a Eliannor y la volviste estéril, tú labraste tu destino. Ahora quieres que yo me revuelque con tu chica para saltarte esos pormenores porque se te ha despertado el instinto paternal. Pues no lo voy a hacer. Los actos tienen consecuencias. Sembraste, pues recoge. Apechuga con lo que has hecho de ella y de tí y no me vengas con historias, porque yo no estoy aquí para salvarte de TUS decisiones. Si ahora te arrepientes, haberlo pensado mejor antes de hacer lo que hiciste.

Y así se prende una mecha. Theron me escupe a la cara, sus rasgos se tuercen en una mueca iracunda.

- Eres un hijo de puta.

Veo venir su mano hacia mí, los dedos crispados y las uñas puntiagudas directas hacia mi rostro. Detengo el brazo con el mío y le suelto un revés con el dorso de la mano.

- ¿No te gusta oir la verdad? - resuello, no por el esfuerzo físico, sino por la tensión que me supone contener la llamarada virulenta en mi interior - Pues esa es la verdad. ¡Piensa con la cabeza, joder!
- ¡Yo lo haría por ti! - me espeta de nuevo, en un susurro infecto y herido - ¡Lo haría por ti sin pensarlo, desgraciado!
- No lo harías. Porque yo nunca te lo pediría.

Me limpio el salivajo con la mano y me doy un lametón en los dedos. La saliva de Theron es tan amarga como sus sentimientos ahora mismo. Ya no me ataca, pero permanece crispado y con la cabeza algo gacha, tenso y violento. Yo aún tengo ganas de darle una paliza. ¿Cómo puede ser tan gilipollas a veces? Por más que lo pienso, no entra en mis esquemas. Ni su idea absurda ni su reacción desmedida. ¿Quieres ser padre? Haberlo pensado antes. Luz sagrada, qué impulsos de golpearle. Me contengo con una capa de hielo y otra de cemento, y atajo la cuestión con frialdad.

- Dejemos esto. Hay trabajo que hacer, no voy a perder el tiempo peleándome contigo por algo así. No quiero volver a oír hablar del tema.

El revuelo de la toga suena a banderas agitadas con violencia, a ejércitos en retirada. Cuando cruza a mi lado, ni siquiera me mira. Salta sobre su dracoleón y sujeta las riendas con fuerza.

Que te jodan. No te necesito para nada.
Ojalá fuera así.
Que te jodan, Ahti. Eres un cabrón, y lo sabes.

Emprende el vuelo sin mirar atrás. Cuando pasan estas cosas, casi puedo escuchar el estruendo. Ambos nos enconamos, él se cierra y yo también. Nos recluímos, cada uno a nuestro lado, y me parece oír el ruido de portones de metal chocando sus batientes, cerrojos escurriéndose en los goznes y puentes levadizos que se recogen.

- Tiene cojones - escupo, saltando sobre Fantomas. Mi draco vuela en dirección a la batalla, no voy a dedicarle un solo pensamiento más a esto. Ni uno solo.

Él lo sabe y yo lo sé. Ambos sabemos que a veces, muchas veces, yo desearía que sus palabras fueran ciertas y no nos necesitáramos para nada. Él sabe, y yo lo sé, que a veces todo esto me supera. Yo no lo busqué, yo no lo quise así.

Y en momentos como este, me gustaría cerrar los ojos o mirar a otra parte, dejar de sentirle al otro lado y, en resumen, que se fuera un poquito a la mierda.

viernes, 12 de noviembre de 2010

C.- [Especial] Mares eternos

- Parece que canta, ¿verdad?

Asiento. Siempre parece que canta. La luz es equívoca en Azshara, el aire está salpicado por centenares de titilantes motas arcanas que aún recuerdan que aquí hubo un pozo, el de la Eternidad. La arena blanca parece polvo de diamantes. Y en el crepúsculo púrpura, entre el chillido de las gaviotas, el mar está cantando.

Estamos sentados en la arena, recostados en una columna derruída, contemplando las olas y escuchando su murmullo. Vienen y van, salpicando de espuma blanca la playa plateada. Es un oleaje suave. Lame la orilla y se retira, vuelve a lamer la orilla. Aquí y allá, el fragmento de un friso o la base de un pilar asoman entre la arena. En las hondonadas, se forman diminutos lagos en cuyo fondo brillan los tesoros del océano: Anémonas, estrellas marinas, conchas relucientes e irisadas.

A lo lejos, las torres de la ciudad hundida asoman entre el azul infinito. Tienen algas y hiedras musgosas sobre los muros. Siempre tengo ganas de explorarlas todas, de adentrarme en cada rincón de este lugar, que es nuestra raíz y nuestro origen. A Theron le provoca nostalgia. A mi, respeto y mucha curiosidad.

Si, tengo curiosidad por la ciudad arrasada, por la urbe maldita y sus ruinas blancas y misteriosas. Pero también por lo que hay mas allá. Estoy escuchando con atención lo que las olas dicen, los murmullos que quieren traernos. Busco entre el sonido rompiente significados que no consigo encontrar. Me da rabia, porque he escuchado todas las voces del océano, incluso la voz sorda que sólo puedes oír cuando te has ahogado. Esa la recuerdo muy bien... como un eco burbujeante, pleno, que entra y te canta dentro.

Theron capta mi pensamiento y me observa con gesto intrigado, apartando los ojos del mar.

- ¿Te ahogaste?

Sabe que sí, creo, porque alguna vez lo he soñado o he vuelto a tener esa sensación de hundirme, muy profundo, en aguas verdes y luego negras. La brisa le agita los cabellos.

- Unas cuantas veces - admito - creo que cinco en total.
- Es curioso que después de haberte ahogado cinco veces, no le tengas miedo al mar.

Sonrío a medias y asiento, apoyando la nuca en la piedra. Nunca he hablado de estas cosas con nadie, como de tantas otras. Pero ahora, con la melodía del océano tan cercana, en la calma de Azshara, sí que quiero.

- Es... como una llamada. Siempre la he sentido, desde que era un crío - estoy hablando en voz baja para no interrumpir a las olas; sus voces son más bonitas que la mía - No puedo tenerle miedo. Siempre me ha tratado bien.

Theron sonríe con un aire burlón, sin apartarse el pelo de la cara. Es casi como si se aletargase cada vez que venimos aquí. Será que Azshara tiene un efecto de cuna entre nosotros los elfos, porque el cuerpo, el alma y la mente se acompasan con el océano, se vuelven ingrávidos y parece que todo nos arrulla. Los ojos se nos visten de malva al mirar al cielo, el tiempo parece dejar de existir. Aquí se detuvo hace siglos. 

- En serio, siempre me ha tratado bien - insisto, entrecerrando los ojos - de pequeño me escapaba al lago, aunque estaba prohibido. Metía los pies dentro y nadaba hasta donde no se podía nadar por la maldición.

- Ahí te ahogaste por primera vez - dice él, enredándose sus palabras en las melodías de las olas y el viento.

- Sí, en el lago. Pero me devolvió. Me llevó hasta el fondo y después me empujó fuera.

Entrecierro los ojos, recordando, mientras contemplo una de las torres en la lejanía. Es blanca como el dedo de una doncella, sale del agua y señala hacia el firmamento. La brisa no parece tocarla, pero veo romper las ondas marinas en la piedra.

- Te llenas de agua. Los oídos, los ojos, la boca, el estómago y los pulmones. Intentas respirar, porque tu cuerpo necesita aire, pero el agua te invade. Luego...
- Te quedas inconsciente.

Aprieto los labios y asiento, frunciendo el ceño. Supongo que sí. Aunque antes de eso...

- Antes de eso, mientras luchas por salir a la superficie, cuando ya estás... bueno, ahogándote absolutamente, por un momento tienes miedo. Después, es como un abrazo. Y te sientes parte de él. Es un instante de éxtasis casi, en el que parece que vas a estallar y te sientes muy libre.

Reprimo una sonrisa al percibir su expresión confusa. Luego arruga la nariz y suspira, rascándose la ceja.

- Lo cuentas como si fuera algo apetecible.
- No, hombre, tampoco es eso. Pero tiene un punto misterioso que siempre me ha fascinado.
- ¿Ahogarse?
- No... bueno, quizá si. Todo lo que tiene que ver con el mar.
- Por eso te hiciste tripulante.

Suspiro, afirmando con un gesto. Mi mirada se pierde y los recuerdos me anegan, como el agua cuando te estás ahogando. Mis recuerdos imposibles de explicar, los recuerdos del mar.

Sí, yo cabalgaba sobre las olas. 

En las embarcaciones, trepaba a las maromas y me sostenía de ellas con los pies y las manos, erguido bajo los cielos inmensos y sobre el océano infinito. El sol quemaba de día, el frío era gélido por las noches. El mar balanceaba las galeras como si fueran cascarones, aunque en el puerto parecieran grandes y sólidas, sabías lo inconmensurable que era el mar. Enorme. Eterno. Y siempre, siempre en movimiento. Cuando él estaba en calma, me sentía como un rey, o un dios, navegando sobre su lomo plateado. Pero siempre prefería las tempestades. Terribles, estruendosas, arrolladoras, aterradoras. Bajo la tempestad yo era pequeño, aferrado a las cuerdas, era diminuto, pero era mucho más grande que nunca. Cabalgaba en la tormenta, sobre ella y bajo ella. Gritaba al cielo negro, rugía con los rayos que quebraban el firmamento, dejaba que las olas gigantescas me zarandeasen, las dejaba golpearme y derribarme. A veces me arrojaban a la cubierta, y era como un juego. Sí. 

Era un juego salvaje y primitivo, el océano embravecido y yo. Me empujaba y yo me resistía. Le desafiaba y él me perseguía, me llevaba de un lado a otro, me cortaba el aire con el golpe de una ola, con el impulso del viento. A veces me engullía y me arrastraba al fondo, todo era verde y volvía a llenarme. Me ahogaba, pero siempre me devolvía, siempre me escupía de nuevo a la superficie.

Era libre, y era pequeño. Podía gritar con todas mis fuerzas, el trueno me devolvía el grito. Podía pelear con toda mi energía, el mar siempre regresaba. Y cuando terminaba, me estaba riendo, hecho polvo, empapado y con alguna herida que otra. La tempestad y la marea se colaron en mi sangre y en mis venas. Y nunca deja de llamarme el mar, siempre me llama para jugar otra vez.

- Creían que estaba loco.

Me río entre dientes, y Theron me mira con un brillo en los ojos, sonriendo a medias.

- Es que estás loco, Ahti.
- Algún día tienes que verlo. Nos iremos al mar en cualquier bote con vela, lo bastante lejos para sólo ver el océano y el cielo, para que veas lo inmenso que es. En serio. Tienes que verlo, Theron.
- En cualquier bote con vela - repite con escepticismo, pretendiendo que me de cuenta de la sandez que acabo de decir.

Me da risa porque sé que es una locura, y que posiblemente sea verdad que soy un temerario y no estoy bien de la cabeza, pero asiento mientras me estoy riendo.

- Tienes que verlo - insisto, repentinamente obsesionado con eso - Quiero que lo veas, iremos un día a bailar con la tempestad, como hacía antes.

Me he puesto de pie mientras lo decía, y no me molesto en quitarme las botas. 

¿No lo oyes? Me llama, me está llamando, y hace demasiado que no le respondo. Agarro al brujo y me lo echo al hombro. Me llevo dos patadas y unas cuantas exclamaciones indignadas. Algo de "la toga, no, joder" y cosas así. No le hago ni caso.

Las olas me golpean los tobillos cuando piso la orilla, me provoca y me llama. Nos caemos a mitad de camino, con el agua aún por las rodillas. La risa aún me baila en la garganta cuando Theron me empuja y me salpica, me pisa en el pecho y le tiro del pie, jugando como críos y el mar con nosotros.

- Brujo al agua.
- Me cago en tí - me golpea sin fuerza, sentado en el lecho de arena blanca y empapado, mirándome como si fuera un niñato molesto y coñazo. Una ola le golpea en la nuca y la misma me abofetea de frente. Theron maldice. A mi me da más risa.

- Ya estás chorreando, qué mas te da.
- Si, y gracias a tí, capullo.

Le salpico y me arrastro más lejos, dejándome caer de espaldas sobre el agua, dejando que me lleve, con el corazón ligero y el cielo infinito sobre mí, el mar eterno abrazándome. El océano está cantando, el firmamento nos muestra sus colores y el arrullo de la brisa dice mi nombre, Ahti. 

Sé que soy bienvenido. Siempre me ha llamado, desde que era un crío. El mar y la tempestad, desde que era un crío. Y vuelvo a serlo cuando pongo el pie en este hogar de sal y espuma, vuelvo a estar limpio y a ser sólo yo, sin problemas ni pesares, sin condenas ni bendiciones. Él me pertenece y yo soy suyo, llevo el salitre en las venas y el rugido de la marea en los latidos del corazón.

Cuando cierro los ojos, hundiéndome hacia el fondo con mi brujo a mi lado, cuento hasta diez y vuelvo a abrir los párpados. No importa que me escuezan. Quiero ver la luz del crepúsculo sobre la superficie cambiante del agua, por encima de mí. 

Me siento bien.

El mar me abraza, y durante este momento impreciso, como siempre que pongo el pie en su reino, soy libre y soy eterno.

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N.de.A:  Cien entradas y dos años de palabras. Con motivo del número cien, quería hacer un paréntesis y dejar algo un poco especial, con Azshara y con el mar. La historia que cuento en este blog, al fin y al cabo, es la historia de Ahti y de las vidas con las que se ha cruzado en sus andanzas, pero sobre todo la suya. Suyo es el punto de vista y suyas son las palabras, y poco o nada hemos visto en estos relatos sobre la muy especial relación del paladín con el mar. Así que simplemente, sentí que era el momento de hablar de playas, de océanos y de tempestades. Espero que os guste.

Muchas gracias a los seguidores por leer durante estos años. Cien entradas no son pocas y sin vuestro apoyo y comentarios, sobre todo sin vuestro interés... seguirían siendo cien, la verdad, las habría hecho igualmente. Pero es mucho mejor cuando haces algo que además de gustarte a tí, también gusta a los demás, les aporta cosas y les entretiene, incluso fascina o engancha como a uno mismo. Así que gracias, de corazón, por seguir las andanzas de Bearclaw.

Muchas gracias a los que han participado en las historias que hemos roleado: A Myriam, a Marién, a Marisú, a Evelt, a Oscar, a Laura, a Carlos, a Diego, a Izan, a Liv, a Adrián, y a los que me dejo por ahí.

Muchas gracias a los personajes, más allá de los jugadores. Aunque vosotros (nosotros) les demos el soplo, ellos al final cobran vida, así que:

Gracias, Theron. Ahti no sería el mismo sin tí, todos lo sabemos. Es Ahti porque es contigo. Gracias por la lealtad, la paciencia, la comprensión, la paciencia, el amor, la paciencia, la comprensión, la paciencia, la cercanía, la sinceridad, la comprensión, la paciencia... ¿he mencionado la paciencia?

Gracias, Sean, por haber sido su amigo aunque te murieras ridículamente.
Gracias, Hibrys, por haber puesto a prueba su cariño.
Gracias, Rashe, por haber sido Rashe, eso es lo más especial de tí, hermana del lobo.
Gracias, Norag. No todo el mundo puede decir que tiene un amigo trol, Ahti sí puede.
Gracias, Oladian, por tu lealtad con él.
Gracias, Wilwarin, por haberle querido y haberle enseñado tanto.
Gracias, Elbruz, por haberle salvado de ahogarse tantas veces y por haber escuchado sus rollos macabeos.
Gracias, Mithos, por ser ... Mithos, sin tí no sería lo mismo, aunque a veces Ahti quiera perderte de vista.
Gracias, Crowen, llegaste de las ultimitas pero tienes mucho peso y tú lo sabes. Has sido determinante.
Gracias, Kel'thuzad, Arthas, Sargeras y demás malosos del juego. Aunque no tengáis conciencia, gracias.

Gracias, Nodens, Lauryn, Draegor, Kluinaai, Margueritte, Caledor, Krysaor, Aricia, Irular, Ivaine, Eliannor, Suzu, Lyenna, Abrahel, Abigail, Lazhar, Kirisse, Elbruz, Lohengrin, Denihara, Guaxara, Seldune, Ranirinn, Shynderela, Keraj, Gaheris, Valeria, Zenaide, Elhian, Iradiel, Sahelion, Imilthion, Ydorn, Ysbald, Alaitasune, Iranion, Tristan, Alguien, Akoth, Rinark, Zultiki, Ripster, Denja, Aiku, Tejesol, Taoscuro, Kelthariel, Alina, Lemgedith, Kalishta, Clemens (se mira el pito), Luonnotar, Unduion, Elara, y todos, todos, todos los demás.

jueves, 4 de noviembre de 2010

XCIX: Momentos gratos

Fragmento de diario, diciembre

Los claros de Tirisfal son el sitio perfecto para amargarse. Si quieres darle vueltas a las mierdas de tu vida, nada mejor que el pueblo muerto. Hoy, sin embargo, se celebra algo alegre en los claros. Nosotros, al menos, lo hacemos.

Theron y Eliannor se van a casar.

Me había enseñado el anillo hace unos días, aunque yo ya me lo imaginaba un poco antes de que lo hiciera. Yo haría lo mismo en su lugar. Aquí no hay Iradiel ni la Legión les busca, aquí pueden empezar de cero y darse una oportunidad. Alguna vez, hablando con Eliannor le he dicho que no mire hacia atrás. A Theron también. La vida da pocas oportunidades a los tragos dulces, y es de necios no aprovecharlas. Vivir es sufrir, sí, pero no es sólo eso, así que se van a casar y eso también me endulza a mí. Si el mal de muchos no me consuela, el bien de otros me eleva.

Últimamente, Theron parece un adolescente, y a pesar de los ojos verdes, las runas y los cuernos, a veces creo ver en sus rasgos la misma expresión del chaval aprendiz de joyero que fue un día, ese al que no conocí pero conozco a través de sus recuerdos. El que era, antes de que su vida se convirtiera en algo completamente diferente.

Le mandé de vacaciones obligadas para que recuperase el tiempo perdido con Eliannor. No sólo por eso. No está centrado, como es natural, y su cabeza y su corazón están en otra parte, así que le aparté con sutileza para que se dedique a lo que ahora le toca. Necesito a los míos a mi lado y con la mente en el objetivo; todo el que no lo está, aunque sea él, es un punto flaco en la Guardia y en la lucha. En Zeramas, se quedó atrás con Eliannor. Y no espero a los que se quedan atrás. Aquí se va a mi paso o no se va. Cuando ambos estén listos para caminar, entonces que vuelvan de sus vacaciones y empiecen a combatir.

Así que tenemos boda próximamente, y las mierdas parecen menos mierda con este acontecimiento. Theron ha invitado incluso a Oladian. Hibrys no vendrá. Ella y Elhian han formado algo parecido al Club de las Despechadas, ahora les ha dado por vestirse igual y hacerse coletas. Sospecho que ambas se reúnen a ponernos verdes al brujo y a mí. No entiendo a las mujeres, al menos a éstas.

En realidad, creo que a ninguna. Nunca acabé de entender a Ivaine, no entendía a veces a Rashe - especialmente el día que le dio por ponerse vestido, aún no me lo explico - y desde luego no entendía a Aricia. No entiendo a Elhian y tampoco entiendo mucho a Eliannor.

Es agradable y simpática, tiene el pelo blanco y es muy bonita. Muy femenina. Supongo que es lo que le va a Theron, esa dulzura que convive en ella junto a una fuerza interior de envergadura. Esa chica no es una muñequita, tiene arrestos y carácter, y se mostró muy decidida cuando quiso entrar en la Guardia. Theron la ama y con eso a mí me vale, ya la iré conociendo. Pero tengo la impresión de que ella no encaja muy bien mi carácter y mi manera de hacer las cosas. Muchas veces no entiendo sus reacciones. Parece tener una especie de prisa rara por caerme en gracia, o buscar gestos de afecto en mi persona.

A veces me afronta. Y a mi no se me afronta, yo tengo que ir a mi ritmo, joder. No me gustan las intrusiones.

Eliannor siempre parece esperar algo de mí que yo no puedo darle. ¿Entusiasmo, tal vez? ¿Más simpatía? Me dijo que cuando está conmigo, se siente como si "estuviera hablando con los dos", una especie de ensamblaje extraño de Iradiel y Theron. Y como es natural, me afronta que la novia de mi brujo me compare con sus dos amores. Vamos, yo lo veo normal, cojones. Es más alarmante que el clásico "me recuerdas a mi ex", y suficiente para hacerme marcar distancias hasta que nos conozcamos más. Cosa que parece no gustarle. El otro día discutimos un poco, me dijo que soy muy frío y que  no la valoro por sí misma.

Pues es verdad. No sé si soy frío, pero hasta ahora sólo puedo valorarla en relación a lo que Theron siente por ella. No tengo nada más en qué basarme aún. Enfadarse por eso me parece bastante incomprensible.

En cualquier caso, sus reacciones me dan la razón. Hoy les dimos los malditos regalos de bodas, y más me hubiera valido dárselos a los dos a la vez. ¿Como se supone que tengo que interpretar lo que ha pasado? Le di su regalo y le dije algunas cosas de corazón: que era bienvenida, que podía contar conmigo, que tuviera fe en el mañana. Mi hija también me besa en los labios cuando le digo cosas de ese tipo. Bueno, cosas que le hacen sentir bien. Pero mi hija no tiene las tetas desarrolladas, no me compara con sus grandes amores y no es la novia de Theron. No es que haya malinterpretado ese beso. Es más, me da igual su origen. Que no me gusta que las novias de mis amigos me besen, y punto. Esas cosas las elijo yo, con quién y cuándo.

Le di su regalo a Eliannor, ella me besó, luego se sonrojó y se marchó toda emocionada, mirando hacia atrás de vez en cuando. Es el tipo de cosas que pueden terminar en un lío de seis pares de cojones, es el tipo de cosas que no entiendo, y es el tipo de cosas que quiero evitar.

A Theron le he cazado un oso y le he conseguido un bastón. Gracias a la Luz, su efusividad no ha sido tan manifiesta; si me besa le parto la cara.

Después de la boda, vamos a tener más agitación que un prostíbulo de Bahía en día de desembarco: hay que luchar en el Norte y todas las manos son pocas. Esta vez, Naxxramas no se me va a escapar. Le arrancaré la podrida filacteria a ese lich y se la pondré al cuello a la Reina Roja.

De momento, estamos de celebración. Mi brujo está contento, aunque parece también alerta, esperando ver por dónde le cae la hostia esta vez. Espero que se relaje un poco y aprenda a beber de los cálices dulces y apartar los amargos, que ya le va tocando.

viernes, 22 de octubre de 2010

XCVIII - Ojos de hielo

He arrojado otro tronco al fuego, como si sirviera de algo. La cabaña está en penumbra, afuera hay escarcha en los cristales. Miro la ventana, los dibujos de las estrellas de nieve sobre el vidrio, mientras le hablo. La luz anaranjada convierte el lugar en un entorno cálido de madera y pieles, la hoguera crepita.

No todas las nieves se derriten con fuego.

- Aún no sé bien cómo lo hizo, pero llegó hasta aquí. Ha sido toda una sorpresa. Sobre todo para el brujo, como es natural.

Ella no dice nada. Veo su reflejo oscuro, inclinado en el rincón, lejos de la chimenea. Tiene los dedos sobre el libro, la misma página que dejó abierta hace años, sin terminar. No la ha pasado. Lleva aquí meses, no sé cuanto tiempo, pero no ha pasado la puta hoja. Su cabello ensortijado está revuelto. Parece otro fuego más.

- No es que no me guste, Theron la ama y con eso es suficiente. Es sólo que no sé qué espera de mí. - prosigo, poniéndola al día de todas las novedades, o de algunas de ellas, como siempre que vengo a verla.

Me duele el pecho. Aunque A'dal disipó la mierda aquella, me sigue doliendo a veces, y creo que nunca dejará de hacerlo, aunque haya recuperado la luz. Eso no se lo he contado. No lo haré.

- A veces discutimos y no entiendo por qué. Es como si le molestara que no quiera acercarme demasiado, pero es que cuando lo hago empiezo a tener esa sensación de pisar barro resbaladizo y peligroso. Y no es asunto mío, ellos necesitan tiempo para reencontrarse. Eliannor tiene que ubicarse a sí misma en este lugar, y el brujo también, con respecto a ella. Por eso me quito de enmedio. Es lo normal.

Sus dedos blancos son aún más blancos en el reflejo del cristal escarchado. Se deslizan muy despacio sobre la hoja del libro, como si acariciara cada palabra. Mi mano está en la ventana. Sobre la de su reflejo. Puedo fingir que la estoy tocando, su tacto sería exacto a éste: Duro, liso y congelado.

- Su llegada fue impactante, la verdad... - he bajado la voz. Ahora miro mis ojos en el cristal. Han recuperado el resplandor dorado, leve. - Ellos parecían asustados, pero a mí me pareció genial. Theron tiene una segunda oportunidad ahora, con el amor de su vida. Y ella con él. Tengo fe en que puedan ser felices juntos, a pesar de todo lo que les ha sucedido. Eso sería bueno para él.

Al otro lado de la ventana, es noche cerrada en Cuna del Invierno. No sé qué hora es, pero los árboles se agitan con el viento, que no llega aquí dentro. Este es nuestro hogar. Debería ser un lugar cálido y seguro. Lo que siempre ha sido, nuestro refugio. Y ella debería espetarme algo, tirarme del pelo para que la mire cuando le hablo porque odia que le hable sin mirarla, y normalmente, rara vez me dejaba acabar una jodida frase.

La escucho hacer un ruido extraño. Parece un suspiro, aunque Ivaine ya no necesita respirar. Trago saliva, que arrastra una cadena de espinas oxidadas por mi garganta. Me queman los ojos. Maldita sea, ¿Donde estás? Sé que está ahí, debajo de todo eso. No sé cómo romperlo. No sé cómo salvarla.

- Recuperarlo... - su voz susurra, lenta, grave, desde el rincón sombrío. Abre la mano sobre las páginas del libro. - Ellos pueden.

Cierro los ojos y aguanto el aire en los pulmones. Su dolor me golpea como un rayo gélido, se une al mío, abrasador y desquiciado, y me tiembla en el pecho, me ahoga y me electrocuta mientras aprieto las yemas en el vidrio. La herida me duele, como si de nuevo la hubieran abierto y la estuvieran llenando de escoria plagada, de sangre maldita, de acero candente. Joder, esa mierda no fue nada. Sí, quería morirme cuando perdí la luz. Sí, me cubrí de marcas púrpuras, enfermé, y sentía continuamente como si cuchillas venenosas desfilaran por mi sangre. Pero no fue nada, no es nada comparado con ésto.

No sé cómo salvarla. Cada vez que lo intento, me vengo abajo. Jamás había sentido algo tan atroz como lo que me muerde cuando la abrazo, cuando la miro, cuando le recuerdo lo que somos y hemos sido y la dejo temblando, sufriendo, luchando consigo misma incapaz de recuperarlo. Y ese condenado muro de escarcha no se rompe. Atrapada en el hielo, incapaz de sentir.

- Sí, ellos pueden - afirmo en un susurro amargo, que apenas he conseguido pronunciar.

Cuando abro los ojos, en la ventana puedo vernos. En su reflejo estamos juntos y la estoy tocando. Mi mano en la suya, o la suya en la mía. La acaricio en el cristal, apoyando la frente en él.

- Te estás matando conmigo - dice ella de nuevo, lejana.

Su voz ya no es la misma. Pero sí lo es. Su cabello encrespado, la armadura puesta. No se la ha quitado. No la he visto sin ella.

- Yo elijo cómo quiero morir. - No es la primera vez que se lo digo.

Por todas partes, en la cabaña, las flores que le he enviado siempre que he estado lejos se amontonan, marchitándose. Las ha puesto en vasos, en tazas, en botellas viejas y polvorientas que no sé que hacían aquí. Las ha colgado en las paredes, sobre la cama, en la puerta, en el suelo.

- Recuerdo tu nombre, Rodrith Albagrana. Y el mío.

Ha sido un susurro leve, lento, casi fantasmal. Aparto los dedos del cristal y me doy la vuelta, reuniendo todo mi ánimo para volver a mirarla. Quiero hacerlo, pero duele infiernos. Lo hago, y duele infiernos, infiernos eternos. Me prende en el alma y la atraviesa. Es una lanza, su rostro blanco, que ahora se ha girado hacia mí, surcado por finas líneas de escarcha que se deslizan de sus ojos a su barbilla. Sus ojos eran del color de la sangre coagulada. Ahora están atrapados también en esa celda gélida, cubiertos de hielo, con el insano resplandor azulado de...


- Eres Ivaine Harren - declaro, impregnando mi voz de toda la fuerza que yo no tengo.

- Soy Ivaine Harren. - Sus labios se mueven despacio, están pálidos. Su aliento se condensa en nubes frías ante su rostro - Soldado del Alba Argenta. Amante, esposa y madre.

Asiento lentamente, ahondando en esos ojos de hielo. Algo brilla con angustia desesperada muy al fondo, enterrado en todo eso. No puedo condenarla así, ¿Por qué estoy condenándola así?. Prefiero vivir con su fantasma que con su ausencia, esa es la verdad... y me odio por ello, pero no voy a dejarla ir. La estoy condenando, y también a mi. Pero incluso esto, con todo el dolor, es mejor que perderla otra vez.

Ya la he perdido muchas veces. No puedo más. Incluso esto es mejor que nada.

"Sí puedes salvarla, Ahti, y sabes cual es la manera. Pero no quieres."

- ¿Recuerdas lo que significa eso? - susurro a media voz. Me he acercado unos pasos. Extiendo los dedos hacia su mejilla y aparto la nieve de sus lágrimas.
- Recuerdo lo que significaba... y eran muchas cosas. Por eso duele tanto.

"Sí", quiero decirle, "Sí, significaba muchas cosas. Significaba tu risa y tu furia desatada, tus uñas en mi espalda y tus labios en mi boca... significaba tus dedos enlazados en los míos, el latido de tu pulso junto a mi pecho, tus cartas de letra irreverente. Significaba el silencio en el que hablábamos y nuestros ojos reflejándose los unos en los otros en la oscuridad. Significaba pelearnos hasta acabar follando y follar hasta acabar cansándonos, significaba no entenderte y que no me entendieras hasta que lo hacíamos. Significaba rendirme a tu llameante reclamo, abrirme y dejarte entrar, confesarte mis cimientos y mi techo, entregarte mi vergüenza y mi orgullo, significaba demolernos con nuestro carácter, derribar nuestras fortalezas, colarme en tu foso y buscar tus recovecos, conocer cada lunar de tu piel y cada ínfimo secreto de tu alma. Entregarte cada segundo de los años que he vivido desde mi nacimiento, durante más de un siglo... todo tu reino, yo, vasto y extraño pero tuyo. Significaba la sonrisa de Elive, sus ojos en tí, tus ojos en ella, las dos dormidas y yo, maldito sea, rendido de adoración y muriendo de felicidad. Y sí, por eso duele tanto, Ivaine Harren. Porque significaba todo."

No le digo nada.

Se tensa cuando la levanto por los brazos, se tensa y se clava en el suelo, apretando los dientes, resollando aunque no necesite respirar.

- Vivir es sufrir - le susurro al oído. La he abrazado y es una estatua de hielo que tiembla de tensión. Las placas chocan entre sí, ella rechina los dientes y exhala un sollozo ahogado.

Pesa cuando la levanto del suelo, su armadura es más sólida que la mía. Sus cabellos siguen siendo ásperos, sus mejillas suaves, cubiertas por una pátina húmeda y fresca. Siempre acabo igual. Siempre, siempre acabo igual, y no sé si ella me odia por hacerle pasar por esto, pero entre las aceradas hojas que me destrozan al tenderme con ella en la cama y abrazarla, se despiertan los recuerdos, vívidos como nunca.

Y en ellos me torturo y también encuentro un alivio insano.

Así termino mis noches en Cuna del Invierno. Tumbado en la cama con mi reina muerta entre los brazos, tensa, temblando, destrozándola con el recuerdo de lo que fue y ya no es, de lo que sintió y ya no encuentra. Casi puedo verla, en su celda de escarcha, gritando y golpeando las paredes hasta sangrar, escurriéndose hasta el suelo, desesperada.

Así termino mis noches, abrazando a mi reina muerta y buscando un atisbo de su calor en los yermos eriales en los que está perdida, sin encontrarlo nunca. Coronándola con espinas y ceniza entre los rescoldos congelados de lo que pudimos ser. Mi amor, mi vida, mi alma... no puedo renunciar ni siquiera a tu fantasma.

Ella tiembla y yo cierro los ojos, ahogándome de angustia. Me duele la herida, pero el corazón me duele más. Y no quiero que deje de dolerme. Nunca.

miércoles, 25 de agosto de 2010

XCVII - Juego de niños

- Ese bigote está mal.

Miro a Elive, frunciendo el ceño, y observo mi obra de arte.

- Está perfecto. Un auténtico bigote enano.
- Que no. Que es así.

Ella me roba el lápiz y hace unos rayajos al final del bigote que he dibujado, alargándolo y convirtiéndolo en una maraña hirsuta. Estamos en la isla del Caminante, en el edificio donde acogen a los refugiados. Como no tengo una jodida casa de verdad donde mantener a salvo a mi familia, Luonnotar y Elive viven aquí. Al menos, la cría puede estar con más gente en lugar de esos niños desgraciados que le hicieron la vida imposible en Shattrath, y mi hermana hace más llevadera la condena que la necesidad nos impone. No puedo cuidar de mi propia hija porque tengo que cuidar del futuro de los hijos de otros. Así que Luonnotar debe sacrificarse. Es injusto, lo sé, pero es lo que hay.

- ¿Ves? Dawolf lo lleva despeinado - me alecciona ella - y huele a cebreza y caca de cabra.
- Vale, vale. Dame el lápiz.
- Toma.
- ¿A quien has pintado tú?
- A tí y a mamá y al tío Theron y a la tía Luon y a la tata Elhian.

Me asomo a mirar su creación. Su dibujo me arranca una media sonrisa. Hay un tio grande con el pelo amarillo pollo, que debo ser yo. También una cosa gris de pelo morado que agarra un palo, una muñeca pelirroja sonriente y un monigote con una sonrisa enorme y cara de buena persona, luciendo dos cuernos descomunales y de distinto tamaño. Por último, una estrella en el cielo. La señalo con la parte de atrás del lápiz.

- ¿Esa es mamá?
- Sí. - dice, convencida. - Es una estrella porque está en la Luz.

Hay que joderse. Ojalá tuviera razón mi niña, y su madre fuera una estrella en la luz en vez de un cadáver alzado, cubierto por una coraza de hielo que no puedo romper sin romper lo que queda de ella.

- Está muy chulo. ¿Me lo regalas?
- No. Este es para Luon.
- Joder, yo quiero uno.

Elive pone cara de pilla y se ríe, apartándose la coleta medio deshecha. Le ha crecido mucho el pelo. Lleva la ropa sucia porque hemos estado jugando a capturar el fuerte.

- A ti te doy otros. He hecho un montón cuando no estabas. Joder.
- No, no, no, no digas esa palabra.
- ¿Por qué?
- Porque es un taco.
- Tú la dices.
- Porque soy mayor.
- ¿La puedo decir de mayor?
- No, tampoco.
- ¡Joder!

Se cruza de brazos y se enfurruña. Me río y la levanto en volandas, mientras patalea y me regaña, pero luego se le pasa, me cubre de besos infantiles y se me agarra del cuello, apoyando la cabeza en mi hombro.

- ¿Mataste muchos malos en la guerra esa? - me pregunta, mientras la llevo al piso superior. Es hora de ir a la cama.
- Algunos, mi vida. Pero eran todos muy grandes.

Ojalá fuera verdad. Ojalá recordara algo mas allá del fragor helado de un combate en el que tuve que sacrificar a mis propios compañeros. Ojalá no hubiera despertado medio muerto enterrado en la nieve y rescatado por un caballero ebanista. Ojalá supiera por qué me sigue pesando una huella helada en el pecho.

- ¿Y cuándo acaba?
- Cuando matemos a su jefe.
- ¿Quién es?
- Uno que se llama Arthas.

Se queda pensativa un momento y me mira con aire inteligente.

- Arthas rima con tartas.

Asiento.

- Sí, es verdad. Pero a él no le gustan las tartas. Las odia.
- ¿Y cómo celebra su cumple? ¿No sopla velas?
- Qué va. Lo celebra tirándoles piedras a los gatitos y robándole los caramelos a los niños.
- ¡Qué malo!

Asiento de nuevo. Ojalá fuera verdad que es eso lo que hace el muy cabrón. Me imagino al Alto Señor dando unos azotes al Exánime y castigándolo sin cuentos antes de dormir por haber sido tan malo durante tanto tiempo. Sin duda la vida sería mucho mas fácil si el mundo que invento para Elive fuera el mundo real.

Al llegar a las habitaciones superiores, mi hija manifiesta una voluntad inquebrantable a la hora de negarse a tomar un baño. Como me hace notar de manera demasiado inteligente para su edad, es ya muy tarde para bañarse, y yo que soy el papá tenía que haberlo pensado antes y haberla bañado antes de cenar. Como no puedo replicar a eso, intento negociar con ella para bañarse mañana por la mañana. Así me encuentro con el primer escollo en la negociación.

- Vale, pero mañana me bañas tú.

Suspiro, abriendo la cama con una mano mientras la sostengo en el otro brazo.

- No puede ser, chiquitaja. Me tengo que ir.
- ¿Otra veeeeeeez? ¡Pero si acabas de llegar!

No puedo con esa mirada. Los grandes ojos castaños me observan, suplicantes. Ella solo quiere a su padre. Sólo quiere que estemos juntos. ¿Qué puede entender mi niña sobre lo que sucede ahí afuera, sobre lo que uno siente que debe hacer, qué puede entender sobre el marchitarse del corazón del guerrero cuando no cumple con el deber que a sí mismo se impone? Y aún sin entenderlo, ¿Qué culpa tiene ella? Es cruel que deba sacrificarse a tan tierna edad, como lo hace mi hermana y como lo hacen muchos de los que me rodean.

- Ya lo sé. Lo siento.

Se queda callada mientras le ayudo a quitarse las botas sucias y la ropa, y se pone el camisón ella solita. Parece pensar en algo. Luego asiente con la cabeza.

- Vale. Pero me cuentas un cuento ahora. Y te quedas a dormir conmigo. ¿Trato?
- Trato.

Es terrible. Es terrible ver cómo su pequeña alma ya se ha acostumbrado al sacrificio y se conforma con un cuento a cambio de la larga ausencia. Pero como siempre que estoy con ella, me esfuerzo en hacer que los escasos instantes que puedo arrancarle al tiempo en su compañía sean los mejores, sirvan de apoyo y protección a su infantil espíritu y la mantengan fuerte y alegre.

- ¿De qué lo quieres?
- De animales locos - responde ella con entusiasmo no fingido, colándose bajo las sábanas.

La luz de la luna se filtra a través de las balconadas, y a nuestro alrededor, las familias buscan su hueco en los camastros y se arremolinan en el edificio que les acoge, con el semblante tranquilo y optimista de quienes han perdido mucho y confían en que las cosas solo pueden mejorar. Yo solo tengo ojos para mi niña, a pesar de las cargas que pesan sobre mí y de la helada huella en mi pecho, que aprieta hasta asfixiarme. Todo se diluye cuando ella me mira, aguardando su cuento. Con la cabeza en la almohada y las manitas cruzadas. El resto del mundo puede esperar ahora.

- Bien. Había una vez una rana modista que siempre llevaba esmoquin...

martes, 13 de julio de 2010

XCVI - Morred

- Mantén la espada levantada

La armadura de Seltarian devuelve los destellos de la luz del atardecer. Su rostro severo y grave, impenetrable, me observa. Hago lo que me dice. La brisa estival nos despeina, el bosque canta mientras las hojas doradas caen al suelo en un despliegue interminable. Los árboles se desnudan despacio.

- Guardia alta y ataca.

El golpe da en el tronco caído, entre los centenares de cortes anteriores. Esta vez se ha desviado menos y la hoja se ha hundido más profundamente. Me cuesta arrancarla para recuperar la posición de combate, sin necesidad de que mi maestro me indique. Vuelvo a ejecutar el movimiento. Mientras, él habla. Suele repetir estas cosas como un mantra. Yo escucho y me bebo sus conocimientos, como una esponja ávida, como si esas palabras y no otras fueran exactamente las que necesito, las que mi corazón anhela y mi mente reclama.

- Empuñar la Luz y empuñar un arma, no hay diferencia. Ambas son responsabilidades para tí en este camino. - Me llega su voz, entre mis jadeos sordos y las astillas que saltan. - Quieres aprender a luchar porque quieres vengarte. Quieres acabar con la Plaga porque te arrebató a tu familia. Realmente no es eso.

Le miro de reojo, deteniéndome un instante. Me hace un gesto firme. Asiento y vuelvo a levantar la pesada hoja, con los músculos en tensión.

- En tu corazón lo sabes. No es venganza, es redención. Estabas lejos cuando tu gente corrió la suerte más aciaga. Por eso deseas luchar, porque crees que se lo debes. Porque no estabas ahí cuando te necesitaban. Pero pregúntate esto. ¿Podrías haber hecho algo?

- Sí - respondo sin dudar, en una exclamación rasposa, mientras golpeo el tronco una vez más. Levanto el arma. Me duelen los brazos. No me importa. Guardia alta.

- ¿Qué habrías hecho?
- Pelear... con uñas... y dientes... ayudarles a escapar. - Descargo un nuevo impacto. Guardia alta. Otra vez.
- Probablemente habrías muerto.
- Lo dudo. Soy un tío con suerte. - Estoy jadeando cuando me detengo al fin.

Seltarian me mira con una media sonrisa. En sus ojos rojizos hay un destello paternal, al que me aferro con verdadera necesidad.

- Escucha esto y grábalo en tu corazón - me dice, con una voz más suave, menos desapasionada. Nostálgica. - El camino de la Luz no es para los cobardes, pero tampoco para los insensatos. No existe la suerte. Grábatelo en el alma, en la sangre, en las manos. Un portador de Luz es un faro. Es una llama imperecedera. Un portador de Luz que muere, es una llama que se apaga, y que no podrá encender otras. Sobrevivir es tu principal responsabilidad hacia lo que quieres proteger.

Le miro largamente y asiento, observando el tronco destrozado. 

Soy joven. Aún no sé qué quiero proteger, pero el bosque me canta, y sé que hay un camino para mí. 

Las hojas siguen cayendo. 

El Azote no me rozó. No me devoró el Kraken, no morí ahogado en las gélidas aguas de los mares infinitos. Ningún sable de bucanero o pirata atravesó mi carne, la enfermedad de las manchas rojas y la de los vómitos, que a tantos marinos se llevó, no me llevó a mí. El lago no me engulló. He sobrevivido a muchas cosas, y me pregunto, mientras mi mirada se pierde en las cien marcas sobre la corteza blanca, con el enorme mandoble entre los dedos, cuál es ese camino y adónde ha de llevarme.

¿Cual es mi lugar en el mundo?

Solo hay una manera de averiguarlo. Sobrevivir.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Algún lugar en Corona de Hielo


Abro los ojos con un estremecimiento, pugnando por respirar. El aire helado atraviesa mis pulmones. Me duele todo. Me duele el alma, el cuerpo, las manos y los pies, y sobre todo, me duele el pecho. Exhalo un gemido y me agito sobre la nieve, desfallecido y sin entender demasiado. Alguien me sostiene, y un vino fuerte, fragante, con un sabor extraño y vagamente familiar se escurre por mi garganta. Lo engullo con avidez, sediento. Apenas soy consciente de nada.

- Despacio... tranquilo, paladín.

Me aferro con desesperación al brazo del tipo, embutiendo el aliento en mis pulmones en largas bocanadas. Su brazo es mi cáliz, su sangre mi vino, y aunque no sé muy bien por qué lo hago, bebo de ella como si me fuera la vida en ello. No. Me va la vida en ello. Cada trago breve calienta mis venas, me revitaliza y me electrifica, y ese leve regusto amargo no es óbice para que no siga tomándola.

- Basta... ya es suficiente - dice la voz desconocida con un tono escurridizo y algo burlón. - Te gusta, ¿eh?

Le doy un codazo mientras clavo los dientes en la piel y la carne. Gruñe y me aparta de una patada. Mis músculos en tensión aún no responden, así que me derrumbo en la nieve, manchándola con las gotas rojas que se escapan de mis labios. Casi negras.

- Tendrás ardor de estómago.
- Ahora... solo tengo... heladas las pelotas... - respondo con una risa desvaída, mientras trato de enfocar la vista.
- Será porque estás desnudo.

Hundo los dedos en el lecho blanco y levanto la cabeza un poco. Sí, eso lo explica, sin duda. El muerto, porque es un caballero muerto, y eso lo sé antes de que se difuminen las motitas luminosas que me bailan delante de los ojos y pueda verle bien, se arrodilla a mi lado, tirándome del pelo para volver mi rostro hacia el suyo. Le golpeo la mano con un gruñido.

- Te encontré medio enterrado en la nieve - dice, apartando los dedos y limpiándoselos en la capa. Lleva el emblema del Acherus y parece divertirse por algo. - Es increíble que hayas sobrevivido. ¿Qué te ha pasado?
- Estuve en la fiesta de cumpleaños de Arthas. Tengo resaca.
- Ya. ¿Y te contrataron como bailarín erótico?
- No, para servir copas.

Se ríe entre dientes, arrojándome una capa oscura y desgastada. Me envuelvo en ella a duras penas, tratando de estabilizar el mundo o de estabilizarme yo en él. Tengo las pestañas pegadas a causa de la escarcha. El pelo se me ha congelado en las raíces y los pies no me responden. Los dedos de mis manos están negros y toda mi piel parece haberse vuelto azul, o igual es que estoy perdiendo la vista. Sin embargo, la sangre del muerto me ha vivificado.

- Estás herido. Ten cuidado con la cabeza.

Me rozo la sien como puedo y casi pierdo el conocimiento con el espasmo de dolor. Además, parece que alguien me haya incrustado una bola de acero candente rodeada de espinos en el esternón, porque me cuesta terriblemente respirar y me da la impresión de tener una bota claveteada aplastándome justo ahí.

- Tengo que salir de aquí - murmuro a duras penas.
- Sin duda. No es lugar para pasar la tarde.

El caballero me mira y chasquea la lengua. Es moreno y lleva una armadura más que decente, con una hoja rúnica a la espalda. Su mirada es fría. Aun así, vuelve a tenderme el brazo y se reabre la herida.

- Tómala. Te vendrá bien - me dice, acercándose.

Le observo con desconfianza.

- Estás muerto.
- Sí. Pero la sangre es vida.

Esboza una sonrisa torcida, casi retorcida. Hago un gesto de desdén y le tiro del brazo. No es muy prudente, pero hasta medio muerto odio que se me choteen. Y menos un alzado con pinta de dandi. Venga ya, hombre. Esta vez le obligo a apartarme a golpes, por las malas, devorando y engullendo la sangre ardiente y dulzona, clavándole los dientes en la carne con toda la intención de hacerle daño. No soy ningún mierdecilla endeble, ni siquiera en este estado. Quiero demostrarle que soy peligroso. Sin embargo no parece impresionado cuando consigue deshacerse de mi presa y se ajusta los guantes otra vez, arqueando la ceja.

- Me vas a dejar seco.
- Tú te has ofrecido - respondo, limpiándome la boca con el dorso de la mano. - ¿Efectos secundarios?
- Mañana te despertarás siendo un necrófago.
- Entonces tengo un día para ver a los míos. Mejor me doy prisa.

Se ríe otra vez. Es una risa extraña, muy apropiada a este lugar. Roca viva, vermis de escarcha a lo lejos, hielo afilado y la Ciudadela dibujándose a lo lejos, con sus negras agujas alzándose como dientes hambrientos.

- Tranquilo, no hay nada que temer. Yo no tengo la plaga, asi que no te contagiarás.
- Aun así, debería irme.
- Bien. ¿Donde tienes tu carruaje?
- Lo aparqué en el jardín del Exánime. Pero creo que lo ha convertido en catapulta.
- Entonces te llevo. Te dejaré en la Vanguardia Argenta.
- Gracias.

Asiento con la cabeza, en un gesto de reconocimiento. Este tío me ha salvado la vida. Le tiendo una mano negra, congelada. La estrecha, el cuero de su guante cruje entre el silbido del viento.

- Morred.
- Ahti.

El caballero de Acherus me suelta y emite un silbido penetrante e intenso. Un grifo óseo acude a su llamada, hundiendo las garras en la nieve y graznando con énfasis.

- Dime, ¿por qué te echaron de la fiesta, cruzado? - me pregunta Morred mientras me ayuda a montar.

Yo soy pesado, pero el tipo es fuerte, y hago lo que puedo por ponérselo fácil.

- El Rey no estaba satisfecho con mi servicio. Dijo que le había servido las bebidas demasiado frías. Creo que tiene los dientes sensibles.

Cuando alzamos el vuelo, la risa lenta e irónica de Morred se pierde entre el silbido del viento, cortante, afilado, cruel, tan gélido como la muerte a la que he burlado una vez más.

XCV- Interludio: Heridas

Claros de Tirisfal, cinco días antes de la Llamada de la Cruzada

Voy recitando hacia mí mismo todos los tacos que aprendí en puertos lejanos y cercanos, mientras salgo de la taberna y cierro de un portazo a la espalda. Detrás queda Oladian con el resto de los parroquianos del Mesón la Horca y su puta bocaza condenatoria, se queda atrás con la expresión herida. Ahora mismo no me importa demasiado. ¿Por qué narices ha tenido que hablar y soltarlo? ¿Es que nadie conoce las maravillosas virtudes del silencio en este maldito mundo? Parece que no. Bueno, yo tampoco. Pero Oladian no debería haber dicho eso.

Afuera empieza a lloviznar. La hierba se viste con perlas de agua, que brillan con un resplandor glauco cuando la luz de la luna atraviesa las nubes verdosas que siempre cubren los Claros. Se me da bien seguir huellas, pero a Theron no tengo que rastrearle. No me cuesta demasiado adivinar la dirección que ha tomado a pesar de la manera hermética en la que bloquea el vínculo. Me aparto el cabello del rostro y exhalo un suspiro de resignación, ajustándome el cinto y echando a andar tras sus pasos sin demasiada inquietud.

No, es mentira. Sí que estoy algo inquieto pero no por mí. Sé apechugar con mis propias mierdas.

Rodeo la herrería, tragando saliva y me recojo la capa hacia atrás, meneando la cabeza. Atravieso las tétricas praderas a paso lento, tras la pista del brujo. Me pregunto si debería disculparme de nuevo. ¿Puede arreglarse todo con una disculpa? No lo creo. A Theod no le sirvió con una disculpa, yo no aceptaría las suyas. Rashe tampoco me perdona, ni Aricia. Me cuesta recordar a alguien que me haya perdonado algo alguna vez. Retractarme de mis actos o mis palabras no es algo demasiado habitual, aunque no me cuesta hacerlo cuando es lo correcto. A pesar de todo, casi nunca ha servido absolutamente para nada. Las heridas que infligimos rara vez se curan con contrición y arrepentimiento, y el brujo no es precisamente un elfo compasivo en ciertos sentidos.

Da igual, voy de todas maneras. Es lo que hay que hacer.

A pesar de todo, cuando llego al lugar donde de sobra sé que está, un frío mordiente se me enreda en la nuca y contemplo la entrada de la gruta torciendo el gesto.

¿Tenías que venir precisamente aquí?

No puedo evitar el reproche. La respuesta es como el filo de una navaja en un callejón. Helada, cortante, manchada de sangre ácida.

Jódete. Jódete. Que te jodan. Déjame en paz.

Tio, ¿no vas a salir?

Jódete.

No sé si me está castigando, si está escondiéndose, o las dos cosas. Suspiro de nuevo, me ajusto los guantes y me escurro al interior de la caverna. Las arañas hacen un ruido asqueroso al moverse por los rincones. Crujiente, viscoso, el borboteo del icor venenoso que se escurre por sus mandíbulas es como una cazuela derramando agua hirviendo. Sus siluetas se recortan en los contraluces de la vieja mina, negras y rojas, y yo me cago en todo porque sé que voy a entrar cuando ya estoy dentro, y no las miro mientras camino, con los dientes apretados y la sangre algo agitada por la alarma inconsciente de mi instinto. Odio las arañas y los espacios cerrados. No me internaría aquí por nada del mundo, pero mira, aquí estoy.

Mientras avanzo, siento sus miradas de fuego sobre mí. Aparto las telas y descargo golpes con el mandoble a un lado y a otro cada vez que percibo que alguna se me acerca. Sé que él se está dando cuenta de cómo me siento desde su lado, y no le culpo ni le reprocho si percibo algun placer vengativo en su espíritu mientras cruzo las galerías muerto de asco, vigilando a los malditos bichos que acechan desde arriba, a los lados, y corretean detrás de mí. Las pequeñas me trepan por las piernas, haciéndome tensar aún más los músculos, y cuando llego al fondo de la mina, al despejado claro iluminado por viejas lámparas de aceite que nadie se molestó en retirar y que a saber quién alimenta, el mandoble chorrea sangre negra y veneno verdoso y a mí me cuesta un poco respirar.

Apoyo el filo sobre el suelo, mirándole. Está junto a la pared, pegado a las afiladas rocas, lívido y con los puños apretados. No me recibe una espiral de la muerte ni una bola de sombras. No me recibe uno de sus demonios ni una puñalada trapera en el costado. Es una figura oscura de rostro blanco y cuernos retorcidos en la frente, que me mira con una expresión que alguien podría confundir con odio abrasador. Y si fuera odio abrasador lo que arde en sus ojos verde jade no me sentiría peor de lo que me siento ahora.

Su mirada es dolor. Es rabia y decepción, pero sobre todo, dolor. El dolor de un niño que descubre que su padre le dejó caer, que su madre intentó abandonarle. Es el dolor de la traición, del desamparo cuando lo infalible te ha fallado. Y sí. A mí me duele tanto como a él.

Le observo entre los cabellos húmedos, alzando la vista.

- Lo siento.

Aunque no sirva de nada, es lo que hay que hacer. Aunque no valga de mucho, no son dos palabras al azar. Nunca son solo palabras. Es cierto que lo siento. Por un instante, sólo hay silencio. Luego su voz afilada, amarga, se desliza en la penumbra de la gruta.

- ¿Cómo has podido? - me espeta. Me parece ver sangrar la herida, la estoy viendo. - ¿Cómo has podido hacerme algo así? Estaba enfermo. Estaba inconsciente.

No voy a esconderme. No estoy disfrutando con esto, pero no voy a esconderme.

- Quizá precisamente por eso. No lo sé - admito. - Quizá podía haberlo evitado.
- Eres un cabrón. Has escupido sobre todo lo que somos.

Le oigo resollar, apretando los dientes, desde el fondo de la maldita cueva plagada de arañas que me ponen nervioso.

- Es cierto. Soy un monstruo.
- Vete a la mierda - exclama, señalándome con el dedo, la voz teñida de desdén y amargura. - Vete a la mierda, Ahti. No es tuyo, ¿entiendes? Es nuestro. Nuestro.

Asiento con la cabeza. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Explicar lo inexplicable, razonar lo inevitable, decirle cosas que ya sabe.

- Lo sé. Lo siento - repito - Si pudiera borrarlo lo haría. Pero no puedo.
- ¿Cómo pudiste? Yo nunca... jamás podría...

Hay demasiados motivos, no sé cómo decírselos todos, no sé si va a servir de algo. Pienso en esos motivos y le abro mis pensamientos. Soy un monstruo, como mi padre. Él estaba enfermo e indefenso. También, sin embargo, estaba lejos. No sabía cómo llegar hasta él, no le encontraba dentro ni fuera de sí. En aquella época, él pasaba los días y las noches entre el sueño confuso y los delirios de la vigilia, y no podía encontrarle, así como él no podía encontrarse. Podía haber evitado todo lo demás. Lo único que no podía soportar era su ausencia.

Aunque no sirva de nada, se merece una explicación. Al menos eso.

- Tú nunca harías algo así - termino su frase, abriendo y cerrando los dedos.

Por algún motivo me cuesta tragar saliva y la voz me sale quebrada, extraña. Se rompe mi serenidad. Al desviar la mirada, veo la capa de piel de oso o lo que queda de ella, humeante, hecha jirones, quemada, en un rincón. Aprieto los puños para que no me tiemblen las manos. Mi mirada se queda prendida en ese bulto humeante y sucio de piel ennegrecida, que un día fue blanca.

- No estoy aquí para eso - me escucho decir en un susurro - sólo quiero protegerte. No tengo excusa. Lamento haberte fallado.

Ya casi no puedo hablar. Me pesa algo sobre el pecho y se me anuda en la garganta. He fallado otra vez, coño. Siempre ocurre con quienes más me necesitan, y por un momento tengo la sensación de haber fallado a todo el jodido mundo. Padre y madre, Ilmar, Luonnotar, la Octava, Theod, Ivaine, Elive, Seltarian, y ahora Theron. No escucho mis propias palabras, sólo el restallido de la hoja de metal cuando suelto el arma y golpea la roca del suelo. Me paso una mano temblorosa por el rostro.

Padre y madre, Ilmar, Luonnotar, la Octava, Theod, Ivaine, Elive, Seltarian, y ahora Theron.

- Nunca más. Lo siento.
- No volveremos a hablar de esto. Vamos a olvidarlo todo.
- No puedo hacer eso.

¿Qué? ¿Olvidarlo? Y una mierda. Él no lo podrá olvidar, yo tampoco, o eso me parece al principio. Pero ha salido del jodido rincón y se acerca a mí. Sí que he podido olvidar a las arañas de los cojones, porque no pienso en ellas cuando nos abrazamos casi con furia.

- Pues hazlo - insiste, con la voz quebrada. - Es nuestro, joder. No es tuyo.
- Sí.

Entiendo algo con esas palabras. Estaba equivocado en muchas cosas. Sólo he sido un monstruo esa vez, aquella vez, en la jodida isla de Quel'danas, cuando convertí algo nuestro en un expolio de humo y cenizas. El resto es raro y difícil, pero jamás, nunca me ha reprochado nada. Es nuestro y nadie puede entenderlo. Le limpio las lágrimas cuando nos separamos, con el aire trémulo en las gargantas condensándose en la fría oscuridad de la caverna. Las mías se ahogan dentro de mí, negándose a romper en los ojos y las mejillas. No me siento con derecho a llorar ni me siento con derecho al perdón de lo imperdonable, que sé que ya se me ha otorgado.

Pero yo no me perdonaré nunca.

Salimos juntos de la cueva, mantengo la mirada baja. Es irónico. Me siento pequeño y sucio a su lado, conmovido por su lealtad y su capacidad de comprender, de comprenderme. De perdonar. No entiendo cómo puede, alguien como él, mostrarse así hacia mí, ser un ejemplo.

Le miro de reojo cuando el aire fresco y fétido de los Claros nos saluda de nuevo. Le he inflingido una herida irreparable, y no entiendo qué hace aquí, a mi lado. Será que nos une un vínculo indisoluble a pesar de todo. Será que realmente me aprecia como a un hermano, o algo así.

Sí. Algo así.