martes, 6 de octubre de 2009

XLII - Interludio: La Madriguera

Trinquete - Sexto día de verano

La noche es fresca y perfumada. La tierra caliente agradece la caricia de la brisa marina, ahora que tenemos viento del sur, el cual me arranca la capucha y la hace volar hacia atrás, obligándome a ajustarla constantemente para cubrirme los cabellos y parte del rostro. Elazel cabalga lentamente, vamos tranquilos, no tenemos prisa. Al entrar en la ciudad portuaria, desmonto y le guiño un ojo a la yegua, que desaparece en una nube de luciérnagas de color ámbar y rojo. Nadie tiene por qué saber que soy un paladín, nadie tiene por qué saber quien soy en absoluto.

Recorro las callejuelas, haciendo caso omiso de las prostitutas que me susurran desde los rincones, a los mercaderes de productos de contrabando que surgen de cualquier esquina dispuestos a ofrecerme el mejor polvo arcano de todo Kalimdor, o setas recién traídas de Esporaggar.

- ¡Son todo un viaje, colega! - Exclama el vendedor trol, tratando de convencerme. Prácticamente me mete las setas en la cara.

Suspiro y las observo, arqueando la ceja. No tienen mal aspecto, son amanitas fosfóricas, y sí, estoy seguro de que serán todo un viaje, de modo que sonrío y saco unas monedas, aprovechando al abrirme la capa para mostrar la espada que llevo al cinto. Es un proceder usual en este lugar, que disuade a muchos de los ladronzuelos y asaltantes que pululan por la zona.

- De acuerdo, me llevo cinco. Hasta los guerreros incansables tenemos derecho a disfrutar un poco entre matanza y matanza, ¿verdad?

Esbozo una sonrisa con los labios, mostrando los dientes, mientras mantengo una mirada fría. Tres siluetas que se habían apostado junto al porche de una puerta cercana acaban de desaparecer a través de un pasaje oscuro y sombrío entre dos cabañas, y un par de mirones vuelven a sus actividades, sin prestarme más atención. El trol termina el intercambio y se marcha, inclinándose levemente.

Guardo las setas en la bolsa, no es momento ahora. Tengo que estar despejado. Al torcer una esquina, un aroma envolvente a plátano y flores tropicales me golpea casi con violencia, mezclado con el olor dulzón de los afeites y algo más, difícil de identificar. Los locales de esta zona son tabernas en su mayoría, y en todas hay al menos una dama en la puerta. Orcas, gnomas, incluso los goblins tienen una puta a su medida, verde y con las orejas de punta. Cuelgan farolillos de papel multicolor sobre los dinteles, hay carteles vistosos, pancartas de tela, puestos de licores y cangrejos asados que se establecen bajo las palmeras. Atravieso la calle, cubierto por la capa, y rodeo una de las tabernas hasta la parte de atrás. Una vez allí, delante de una puerta vieja y que parece sellada de no ser por el ventanuco enrejado que se abre a modo de mirilla, me saco los guantes y hundo los dedos en el cuenco de resina negra que se esconde tras un ladrillo suelto.

Paso los dedos sobre mi rostro, marcando unas cuantas franjas que apenas significan nada, no soy más irreconocible ahora que antes, pero es una tradición. Y las tradiciones se cumplen. Sobre todo en este lugar.

Me limpio las manos en un trapo que extraigo de la faltriquera y tiro del cordel, volviendo a ceñirme la caperuza. La mirilla se abre y dos ojos enormes, rasgados, perfilados con el mismo color negro que ahora embadurna mi rostro, me escrutan.

- Disfrutar de ciertos placeres es insensato ... desconocido - dice la voz exótica y melodiosa de la mujer.
- Evitarlos es insensible ... Alyenna.

Se escucha una risita queda y la puerta se abre con el chasquido de un pestillo, girando sobre sus goznes en absoluto silencio. La iluminación casi sepulcral de La Madriguera me da la bienvenida una vez mas cuando entro, sonriendo a medias y mirando de reojo a la humana semidesnuda, sin osar tocarla. Sus pechos están comprimidos tras una banda de cuero tan apretada que dudo que pueda respirar, y las largas piernas están enfundadas en unas botas del mismo material. Se cubre entre las piernas con un encaje demasiado escueto. Alyenna siempre viste de rojo, y la resina negra se extiende en brillantes franjas por todo su cuerpo. Su postura es altiva, y me sonríe como a su igual, que es lo que soy.

- Reconocería esa voz en cualquier parte, Oso. Mucho tiempo sin vernos. - Me hace una señal para que entre, caminando a mi lado a través del pasillo de roca viva, donde los candelabros brillan amarillentos, desvaídos.
- Unos años.
- Cierto... han pasado años - responde, arreglándose el cabello cobrizo, lustroso, que cae por su espalda como una cascada de bronce fundido. - Pensaba que habrías encontrado a quien atar.
- No, lamentablemente.
- ¿Nada duradero?
- Nada. Ni duradero ni fugaz.
- Siempre tan contenido.
- Ya me conoces, soy así.

Nuestras voces suenan frías, impersonales, pero nada más lejos de la realidad. Es el tono neutro del alivio, de la paz de no tener nada que ocultar entre estas paredes de piedra. Descendemos juntos las escaleras, en silencio, y los sonidos de algún grito amortiguado o una orden tajante, del chasquear de un látigo o el giro de una rueda de cadenas, comienzan a alcanzar mis oídos con un regusto familiar.

- Tenemos gente nueva. ¿Qué vas a querer hoy? - pregunta suavemente, poniéndose de puntillas y deslizando los dedos para despojarme de la caperuza. Llegamos al amplio pasillo de las mazmorras, un túnel de techo abovedado salpicado de puertas cerradas de madera oscura.

Respiro profundamente. Es embriagador, como dejarse llevar, flotando, por las olas del mar en calma o yacer en un prado de hierba mullida. Los quejidos que se escuchan de cuando en cuando... ah sí.

- Ante todo, renovar mi pertenencia - respondo, entregándole un saquillo de monedas bien cerrado. Alyenna parpadea y sonrie de nuevo, sin abrirlo para mirar en su interior. Es más de lo que vale formar parte de La Madriguera, pero creo que todos aquí se merecen un extra. - Y para esta noche, alguien con aguante.

Los ojos rasgados me observan un instante, frunciendo levemente el ceño.

- Años sin ejercer. ¿Podrás con ello?

Respondo con una única mirada, que hasta a la experimentada Alyenna hace arquear las cejas y alzarse erguida en un desafío. Sin embargo no nos enfrentaremos, los dos somos de la misma clase, y nos respetamos.

- Valerie sigue estando - responde al final, desenganchando el manojo de llaves que le cuelga de la miniaturizada ropa interior y pasando varias hasta tenderme una. - ha pasado mucho tiempo y aunque me fío de ti, preferiría que empezaras por lo conocido. Recuerdas cual es la suya, ¿verdad?

Asiento, mostrándome de acuerdo. Valerie es perfecta, sí, la recuerdo rebelde y escandalosa. Es bastante resistente para mí, y una vieja confianza nos une. La señora de La Madriguera tiene razón, es mejor volver al arte poco a poco. Nunca me perdonaría perder la cabeza, y desde luego, ellos tampoco lo perdonarían. Este lugar tiene sus propias normas, y la principal es un respeto inconmensurable hacia todos y cada uno de los que lo habitan, especialmente hacia los que ocupan las mazmorras. Nosotros somos los artistas, ellos el barro que moldearemos, nosotros somos los responsables, ellos los recipientes de nuestra inspiración.

- La última a la izquierda. Y sí, me parece lo más adecuado, sin duda - asiento, cogiendo la llave con movimientos calmados. La profunda relajación que me inunda es casi un sopor brumoso, que podría estar cercano al sueño.
- Perfecto. - Alyenna sonríe y se da la vuelta para volver a sus aposentos - Trátala como se merece.
- Ni más ni menos

Avanzo en soledad a lo largo del corredor, hasta llegar a la gruesa puerta con remaches de metal. Giro la llave en la cerradura y empujo la hoja de roble con una sola mano. La luz procedente de los candelabros, de un dorado sucio y turbio, se cuela al interior de la celda, haciendo entrecerrar los ojos a la mujer encadenada que aguarda en el interior. El cabello negro le cuelga hasta las caderas desnudas, y las manos sujetas a la pared con grilletes se crispan cuando su mirada oscura me observa.

Esboza una sonrisa fugaz y sus ojos destellan al reconocerme con un rayo de simpatía y entusiasmo, para mostrar una expresión hostil al instante.

- ¿Cual es la palabra hoy, cerdo cabrón? - me escupe con descaro, cargadas sus palabras de un convincente desprecio. Valerie es excepcional, sin duda. Sonrío sesgadamente, y mi voz suena grave y peligrosa cuando cierro a mi espalda y dejo la llave puesta por dentro, tirando la capa a un lado y arrojando los guantes al suelo, mientras me remango.
- La palabra de hoy es "Bienvenido"

La oscuridad me ampara mientras me entrego a las actividades que la noche me depara, con la devoción de un artesano del dolor, entre los gritos y lamentos que, amortiguados por las paredes de piedra, jamás saldrán a escandalizar al mundo civilizado, donde el sufrimiento es siempre malo, donde quien lo causa es siempre odiado, donde las cosas son blancas o negras y el gris no tiene cabida en las mentes decentes.





*** Bienvenidos a La Madriguera ***

XLI - Guerra Abierta: Naxxramas (II)



- ¡Actívalo!
- ¡Lo estoy intentando, coño!

Pateamos la plataforma, recitando el hechizo hasta la saciedad, lanzándonos miradas hostiles. Joder, ya sé que está nervioso, pero no es culpa mía si esta mierda no funciona.

- ¿Cómo la has cerrado? - me pregunta, tajante.
- ¿De qué hablas? Yo no he cerrado nada... - le escruto con la mirada, intentando leer en sus pensamientos. Pero no puedo. Se ha vuelto sobre sí mismo y me rechaza cuando atisbo a través del vínculo. Un muro impenetrable. - Yo no he cerrado nada... pero tú si.

Parpadea, apretando los dientes, y da un paso hacia atrás.

- De qué me estás acusando... ¿Me estás acusando?
- Eres tú quien me está ocultando algo.
- Tu también a mí.

El sudor frío corre por sus sientes, la usual palidez de su rostro demacrado y ojeroso es más intensa que nunca. Las runas no brillan, opacas, su mirada es esquiva como la de un animal acorralado, y el aliento que escapa de sus labios, entre los dientes castañeteantes, se condensa más intensamente en la penumbra grisácea de lo que lo hace el mío. Las luces han ido apagándose lentamente, apenas se puede ver ahora a excepción del resplandor del portar y las teas aisladas mucho mas allá, en los corredores de las cuatro alas. Esa iluminación le da un aspecto irreal. "Un fantasma... parece un fantasma. Y quizá aquí lo sea, porque lleva la Plaga en su sangre, y sólo el Vil le aparta de convertirse en uno más de..."

Agito la cabeza negativamente, volviendo a recitar el conjuro, observándole de soslayo.

Quiere la Crematoria para él

- Cállate, coño... - pisoteo el círculo brillante, empujo con las manos. - Theron, vamos a salir de aquí, ¿me oyes?
- ¿Qué es lo que pasó, Ahti? - sus palabras me llegan lejanas, un murmullo escurridizo. - ¿Qué me escondes?
- No escuches la jodida voz.

Me acerco a los ventanucos verdes y, sujetándome con las manos a la pared, los golpeo con las grebas de metal, sin éxito. Los cristales vibran, pero no se rompen. Arremeto a patadas contra ellos, desesperado y asustado, sí. Tengo miedo, ¿vale? No me gusta estar aquí atrapado, en esta sucia y jodida ratonera, solo, y con ese susurro constante en mi cabeza. Coño. Me doy la vuelta para hablar al brujo.

- Ayúdame a...

Parpadeo. Las palabras mueren en mis labios. Mierda, no. ¿Qué quiere decir esa mirada? Respira agitadamente, tiene la mano en la empuñadura de la daga, la Sombra está creciendo a su alrededor, y sus ojos desprenden el brillo cortante que he visto otras veces.

Está dispuesto a atacarte. ¿No lo ves?

- Que estás haciendo - mi voz resuena en el silencio, átona y plana, una advertencia.

Las alarmas se han disparado. Estoy oliendo el puto peligro, lo huelo, es un aroma a sangre aún no derramada y al sudor pegajoso del pánico, a soledad y muerte, huele a secretos y a vergüenza. Mis oídos se afinan, los sentidos se expanden, atento al menor movimiento, al más breve atisbo de fluctuación de la energía, preparado para luchar por mi vida cuanto sea necesario. No soy un conejo, soy un oso. Y soy un depredador.

- Lo que yo me pregunto es... - sus dedos se cierran en la empuñadura - ... qué has venido a hacer tú.

Desenvainamos a la vez, el sonido silbante y metálico del acero al descolgarlo de mi espalda y blandirlo con ambas manos corta el aire gélido de la estancia, y me abalanzo, me planto delante suya en dos pasos, gritando, fuera de mí, con el enorme mandoble por delante.

- ¡TIRA LA PUTA ARMA! - mantengo firme la hoja, última advertencia, agitando el cabello a cada grito. Soy un oso. No me provoques. No me obligues a matarte. - ¡TÍRALA AHORA MISMO!
- ¡APÁRTATE DE MI! - aúlla el brujo, con una voz desgarradora, rota por el pánico. Tiene los ojos muy abiertos y recula, con la daga en el puño tembloroso.

Quiere matarte, es la traición. Él es un traidor, y te ha engañado. Pregúntale.

- ¡Tira el jodido puñal, desgraciado!
- ¡No te acerques, no me obligues a esto!
- ¡No me obligues tú!

No me tiemblan las manos. Todos mis músculos están tensos, mientras le observo, analítico, atento. Su silueta se recorta en la oscuridad, teñida de un gris desvaído, y refleja el brillo verdoso del portal de los cojones. Respira agitadamente, aprieta los dientes, los ojos parecen querer saltarle de las cuencas. Moverte antes que él, atravesarle en cuanto... en cuanto... ¿En cuanto qué?

Ha reculado. Se aleja de mí. Está asustado... horriblemente asustado. "Oh, joder, oh Dioses. Qué coño estoy haciendo". Abro los dedos y dejo caer la espada, llevándome las manos a la cara. No es real. Yo sé la puta verdad, y estos pensamientos, esta sospecha, esto, no es real. Yo sé que él estará siempre, él sabe que yo estaré siempre. Caminamos juntos, y no hay mayor certeza que esa. Por un momento, la hemos olvidado.

- Tú nunca me harías daño, y yo jamás te haría daño. - Nos lo recuerda a ambos. El arma tiembla entre sus puños crispados, apuntando hacia mí. Joder, está ahí entre las sombras, asustado y solo. - Somos amigos. Somos más que putos amigos, estamos unidos, aunque lo odies, aunque no te guste. Y lo que duele a uno, duele a los dos.

Asiento, soltando el aire atrapado en mis pulmones, obligándome a deshacer esa losa fría y pesada que hay en mi pecho.

- No soy tu enemigo - exclama, casi con un gemido.
- Lo sé... ya lo sé. - respondo suavemente, extendiendo una mano enguantada hacia él. - Suelta la daga. Vamos a dejar las armas aquí, y vamos a sentarnos y tranquilizarnos los dos.

No, yo tampoco sé de donde saco la entereza para hablar tan relajadamente, igual que los forestales que intentan calmar a un animal rabioso. Toda mi ira se ha disipado al instante, toda la ansiedad y la sensación de alarma instintiva, simplemente, ya no están. Enfunda la daga, aún algo inseguro, y caminamos vacilantes hacia la plataforma. Se deja caer tras de mí cuando me derrumbo en el suelo, con las piernas cruzadas, tratando de recuperar la serenidad.

El denso silencio nos envuelve, sólo roto de cuando en cuando por uno de esos gritos estremecedores, por la voz insistente que no deja de hablar dentro de mí de cuando en cuando. Las placas de mi armadura están heladas, y aun así, la espalda frágil que se apoya en la mía es en cierto modo reconfortante.

- Estamos atrapados aquí dentro... - murmura.
- Yo no he cerrado nada.
- Ya. Yo tampoco.
- Lo sé - suspiro profundamente, hablando a media voz, desolado ante la situación. Aun así, me encuentro más tranquilo. - Esa voz... Theron, esa voz sólo dice mentiras para hacernos desconfiar.

Silencio. El correteo de una araña en alguna parte. Cada sonido parece multiplicarse en ecos infinitos, mientras la ciudadela gira y gira sobre las Tierras de la Peste, con sus presas en el interior. Pero yo soy un oso, y nadie me ha cazado todavía.

- Pero no era mentira - digo al fin. - Es cierto que murió mucha gente por mi culpa... pero yo no quería que pasara eso. Hice lo que pude, y murieron igualmente. Eso es lo que viste en mi recuerdo.
- También es verdad que yo soy un traidor.

Su voz es un hilo roto, disperso, casi inaudible. Se encoge sobre sí mismo, y juraría que está temblando.

- No eres ningún traid...
- Lo soy

No sé si quiero saberlo. Hay muchas cosas que prefiero no saber... prefiero no saber de dónde saca sus almas, cómo realiza sus rituales, de qué manera mantiene a los demonios que invoca, por qué no es capaz de tomar un cierto control sobre su adicción. Prefiero no saber por qué a veces parece disfrutar con la crueldad, cuantos críos como Aniah han caído bajo su daga, qué demonios hace con esa súcubo inmunda cuando está solo. Prefiero no saber a cuántas muchachas ha convertido en adictas sólo por saciar su capricho de sentirse dominante, de saberse tentación y consecuencia de la misma, de demostrar la poca entereza de los que le rodean al entregarse a sus juegos. Prefiero no saber cómo se engaña a sí mismo cada día, pero cerrar los ojos también es una manera de engañarme yo.

- Cuéntamelo - digo al fin.

Y no necesita más. Con la voz temblorosa y una mezcla de miedo y liberación que puedo paladear en el ambiente, en cada una de sus palabras, empieza a hablar.

- Allí... en mi mundo... pasaron muchas cosas. Eliannor fue capturada por la legión y al final terminé trabajando para ellos. - hace una pausa. - El Ansereg, la orden a la que pertenecía, colaboraba con los Arúspices de Shattrath y Terrallende. Ellos luchaban contra todo lo que Sargeras y la Legión Ardiente significaba, y yo... les traicioné. A ellos y a muchos otros, a todo el mundo.

Estoy escuchando. Si, sé todo lo que eso significa, no soy ningún idiota. Formar parte de la Legión Ardiente es algo terriblemente grave, una traición inconmensurable. Debería horrorizarme o escandalizarme... supongo.

- ¿Qué hacías?
- Yo... - se vuelve a medias, parece confuso por algún motivo. - ¿Qué quieres decir?
- Que a qué te dedicabas. Cual era tu función en la Legión.
- Espionaje, infiltración. Avisaba de los planes de ataque, transmitía pistas falsas a quienes luchaban contra las fuerzas de Kil'jaeden. - baja la voz. - Encerronas, llevarles a emboscadas, a veces.
- Debiste hacerlo bien si no te pillaron

Resopla y se da la vuelta por completo, tirándome de la capa y obligándome a mirarle, aún pálido, parpadeando con perplejidad y algo de indignación.

- ¿Entiendes lo que te estoy diciendo? ¡Trabajaba con la Legión Ardiente, Ahti!
- Ya te he oído.- le suelto las manos de la tela y me arreglo el tabardo, arqueando la ceja. - ¿Y qué tiene que ver eso conmigo? A mí no me has traicionado.

No entiendo qué narices le molesta tanto. A lo mejor quiere que le de unos azotes o algo.

- ¿Lo sigues haciendo? - pregunto. Me he ladeado un tanto para poder verle la cara, y él sigue vuelto hacia mí, con la misma expresión.
- No... no desde que estoy aquí.
- ¿Y tienes en mente unirte a la Legión aquí también?
- Por supuesto que no. - responde, tajante y convencido. - Estoy en la Guardia, y estoy contigo.

Me encojo de hombros. No veo donde está el problema entonces, aunque eso parece exasperarle, porque resopla y menea la cabeza.

- No soy ningún ingenuo, Theron. Lo que hiciste es una cabronada, sí, pero no te voy a juzgar. Eres leal conmigo y confío en ti. - replico, serio y seguro. Las verdades pesan por sí mismas, no necesito ensalzarlas para que brillen. - Y ahora todo ha quedado atrás. Eso me basta. Bien, diez soldados murieron por mi culpa en el Cruce de Corin, aunque jamás quise que nadie saliera herido. Si sabiendo eso, tú también puedes confiar en mí, asunto resuelto.

Cuando va a replicar algo, un resplandor azulado se extiende debajo de mi culo. Genial. Acierto a ponerme en pie justo antes de que el portal se active y el viento denso de las Tierras de la Peste se cuele por mis pulmones, y por los tentáculos del kraken que jamás me había parecido más dulce su caricia.

Un grupo de guardias esqueléticos nos mira con cara de tontos cuando nos cruzamos en el torrente mágico que actúa de ascensor entre la ciudadela y la plataforma pálida de la glorieta. Les sonrío, sospechando que gracias a ellos hemos conseguido salir. Nunca pensé que le daría las gracias por algo a un plagoso.

XL - Guerra Abierta: Naxxramas (I)

Naxxramas - Verano

Ahí está el portal. Es una construcción similar a una glorieta, con arcos casi triangulares, la habitual ornamentación de la Plaga, siempre tan elegante, con bajorrelieves de calaveras y demás parafernalia terrorífica a la que uno ya está hasta cierto punto acostumbrado. No es tan distinta, al fin y al cabo, y por mucho que les pese a los leales siervos de Sylvanas, de la decoración grotesca de Entrañas. Está enclavado en una pequeña loma, en la parte norte de los dominios casi indiscutibles del Azote, y la energía arcana fluye de su base, una plataforma redonda de color verde pálido y brillante.

Levanto la vista y observo al brujo desde el otro lado de los arcos, alzando las cejas. Me responde con una mirada ávida.

- No deberíamos entrar aquí solos - afirma.

Asiento con la cabeza, echándome la capa hacia atrás. Un calor pesado y húmedo desciende desde el firmamento nublado, el bochorno previo a una nueva lluvia infecta es como una lengua insidiosa que no deja de lamerme. Miro alrededor, sopesando nuestras posibilidades.

- Es una absoluta estupidez - le digo, mostrándome de acuerdo con su prudencia.
- Además, ya lo hemos intentado antes.
- Si, antes...antes de que Lady Angela nos proporcionara el hechizo correcto para activar el portal, sí.

Los dos volvemos la vista hacia la superficie luminiscente y de nuevo nos mirarnos. Qué necedad, engañarse continuamente cuando sabes perfectamente lo que vas a hacer desde el momento en que te levantas por la mañana y te pones la armadura... basta de perder el tiempo.

Doy un paso hacia el portal y recito el hechizo del tirón. Burbujeo de magia, el picor conocido que parece disolver mi cuerpo un instante, un parpadeo y ya está. Cuando la presencia de Theron se materializa a mi lado, aún estoy observando el lugar en que me encuentro, absolutamente perplejo y con un hormigueo de inquietud en las extremidades. El gélido y espeso ambiente del interior me golpea con fuerza, como una bota sobre mi pecho.

Estamos, por primera vez, en Naxxramas. Hemos sido teleportados al centro mismo de la construcción, que se mueve como un pesado satélite sobre las Tierras del Este, permitiéndonos atisbar los hongos fantasmagóricos y grotescos que se alzan a metros bajo nuestros pies a través de unos ventanucos de cristal verde que se disponen en cuadrado. Cuatro escalinatas breves ascienden desde el portal, dando paso al distribuidor donde se abren cuatro pasillos, vagamente iluminados.

Nos movemos en silencio, sin hacer ningún ruido, sin hablar. A cada paso lento, mis ojos recorren los grabados en la superficie de las paredes, atisban brevemente el interior de las dependencias. No tengo que esforzarme demasiado para grabar en mi mente y mi memoria las imágenes, pues cada jodida piedra, cada mínimo recoveco parece observarme con hostilidad.

- Joder... - es el débil murmullo del brujo a mi espalda.

¿Sabes guardar un secreto?

Parpadeo. Otra vez esa voz. Me he detenido delante de un pasillo en el que las arañas - malditas arañas, arañas no, dioses - corretean aquí y allá en enormes bandadas, se remueven con sonidos crujientes y viscosos. La penumbra es opresiva y sucia, huele a humedad y podredumbre y mi aliento se condensa en las heladas estancias en las que, no me cabe duda, habita la propia muerte.

- Vamos. - le digo a Theron, girándome a medias. Está tiritando y sus ojos parecen haberse empañado, febriles. - Vamos, sólo miraremos.

No te lo ha contado, ¿verdad? No te ha hablado de la traición. De cuáles son sus lealtades.

El siguiente pasillo no es mucho más acogedor. Mi aliento escapa, trémulo, entre los dientes, cuando asomo la cabeza a la oscura estancia donde las abominaciones caminan, errabundas. Una imagen instantánea despierta en mi memoria, haciéndome apartar los ojos. El rostro desencajado de un soldado que me mira, mis manos sujetando sus brazos y el sonido de una tela al rasgarse cuando se abren las entrañas, el tintineo metálico de una cadena pesada que se arrastra por el suelo, llevándose los intestinos de...

- ¿Qué es eso? - murmura Theron, mirándome con gesto inquisitivo bajo la palidez del miedo. Ha visto mi recuerdo.

Y tu tampoco lo has hecho. Ah si, traición... su sabor es agridulce, ¿no es verdad? Asesino.

- Nada - meneo la cabeza, lamiéndome los labios, intentando regular mi respiración. Las manos no me tiemblan, afortunadamente. - No es nada. Sigamos.
- Ahti... ¿qué está pasando?

Un grito sobrenatural, reverberante, agónico, rompe nuestra conversación susurrante, haciéndonos dar un respingo y pegar la espalda a la pared. De nuevo los pulmones pugnan por hallar el aliento y la sangre cabalga precipitadamente en las venas, jadeamos quedamente casi al unísono y nos miramos bajo la luz titilante de una luminaria anclada al muro.

- Que... coño... ha sido eso...
- Tranquilo. Tranquilo. - Se lo digo a él por no decírmelo a mí. - Sigamos. No escuches la voz.

Inspeccionamos los dos pasillos restantes casi con precipitación, apenas asomando un instante. Nuestros pasos ligeros, a pesar de todo, despiertan un eco que se me antoja un estruendo en el aterrador silencio de Naxxramas. Theron ni siquiera tiene ánimos para invocar el ojo de Kilrogg, y tampoco voy a pedírselo. El ala de los necrófagos despide un resplandor parduzco y amarillento y el olor acre y dulzón de la putrefacción. La última zona, de luces más claras, trae el eco de pasos metálicos y los laterales del corredor están guardados por caballeros de armadura oscura, ojos vacíos y llameantes que desprenden un resplandor azulado.

- Son... son caballeros alzados...¿verdad?
- Puede ser - respondo secamente, en un susurro. - No lo sé.

Los secretos son trampas... has confiado en un desconocido. Pregúntale, pregúntale si te oculta algo. Pregúntale si guarda algún secreto. ¿Y tú? ¿Lo guardas tú, asesino?

De nuevo un grito. Ya es demasiado. Se me crispan los músculos y tenso los dedos, tirando de la manga del brujo hacia el portal, gruñendo con rabia contenida. Mi mente es un grito de alerta entre los susurros de la voz cruel, maliciosa e inquietante, que apenas me permite pensar, despertando todos mis jodidos fantasmas uno a uno y alimentando el miedo. Otra de esas emociones que sólo sé expresar con la ira del oso.

Asesino. Asesino. Asesino. Les abandonaste. Murieron por tu culpa. Todo es culpa tuya. Todo es culpa tuya.

- Basta, joder...
- No, no, no... - gimotea el brujo, tapándose los oídos.

Quieres la Crematoria para ti, quieres su poder. ¿Que harás con ella, Rodrith Albagrana? ¿Harás arder al mundo bajo el peso indisoluble de tu justicia? Entra y tómala. Si la quieres, entra y tómala, no te la negaré.

Salto hacia la plataforma, arrastrando a mi compañero sin contemplaciones, y le arrojo sobre ella... y no sucede nada. Theron está enroscado sobre el suelo, temblando, cubriéndose con las manos. Una risa lúgubre se escucha en alguna parte. Los pasillos siguen tranquilos, no parece haber movimiento, pero por mucho que pateo el jodido portal, puñetero portal, recitando el hechizo de Ángela Dosantos, la traslación no se activa.

El frío se atenaza en mi garganta y las fuerzas huyen, la Luz burbujeante se disipa en mi interior cuando la oscuridad me atrapa sin remedio, al comprender con horror la situación. Estamos atrapados en la ciudadela. Y estamos solos.