lunes, 1 de febrero de 2010

LXXXVI - La Esperanza de la Luz: El Alba

Apenas es un brillo lejano, que a veces se oculta tras los montes al variar levemente el rumbo, diminuta luciérnaga constante que resplandece. La noche se desteje con suavidad, y parpadeo cuando contemplo el lucero vespertino, sonriendo a medias. Extraño es el tiempo, cuando pienso en canciones. Extraño cuando mi pensamiento y mi espíritu se funden, como ahora, en una amalgama ordenada y simétrica, armónica, lejos de todo y cerca de todo.

El firmamento se ha teñido de púrpura suave, se diluyen los colores de la noche que nunca es tiniebla aquí en el norte, y las gotas de rocío se desprenden lentamente. El camino se bifurca, pero Elazel no duda. Camina, constante, a paso lento hacia el breve sendero que gira hacia el Norte, y el parapeto de la colina cede y nos muestra el faro, la perenne luminaria que resulta ser un estandarte.

Un estandarte solitario entre los yermos nevados. Un estandarte de blancura que reluce, con un escudo redondo en su centro, que se aparece metálico a la vista e irradiando suave luz de un tono dorado claro, bruñido y casi estelar. El estandarte de la Cruzada... lo reconozco al instante. Un brinco en el corazón.

Figuras que se mueven, cruzados embutidos en armaduras, pequeñas siluetas aún lejanas. Se estremece mi interior entre los magnos acordes, y la yegua aprieta el paso. Y el lugar al que voy sin saberlo se dibuja poco a poco frente a mi.

Hay en el centro del asentamiento una hoguera apagada, cuyos rescoldos aún titilan, rojizos. El suave humo asciende en volutas mínimas, deshaciéndose. Un par de taburetes y un banco rodean el fuego agonizante. Una tienda blanca, austera, se levanta a su derecha, con la lona agitada por la brisa, y junto a ella, las ruinas de lo que debió ser una construcción de los drakkari, los trols del norte, salvajes y aterradores. Los restos del pequeño edificio están medio enterrados en la nieve, el techo está derruido y se adivinan las vigas... y del interior surge un suave cántico de voces monocordes, una nota sostenida que desgrana palabras en lengua común, murmurando una oración.

Las notas se unen a la música insondable que resuena en mi interior, las dulces chirimías de la brisa y las campanillas de cristal de las estrellas, el arpa vibrante y las cítaras delicadas, los timbales rítmicos que palpitan, la cuerda resonante y envolvente de los árboles blancos... y ahora también el sutil tintineo de la nieve al caer cuando los copos se arremolinan frente a mis ojos.

Desciendo de la montura, presa de este hechizo extraño y onírico, y Elazel se deshace en un respetuoso silencio, disuelta en una nube de bruma dorada y clara. Las motas brillantes giran, se entretejen y se pierden al volar hacia mí, retornando a su origen. Dos humanos con el tabardo de la Cruzada Argenta guardan la entrada de la peculiar capilla. Largas barbas y trenzas que cuelgan sobre sus hombros, y el semblante severo y decidido de los paladines de la Luz Sagrada, las armas prestas a un lado, y me inclino al saludarles cuando me acerco en un par de pasos.

- Que la Luz os guarde, cruzados - murmuro en lengua común, sin alzar el tono.
- Sus bendiciones os protejan también a vos - responde uno de ellos. - Bienvenido a la Esperanza de la Luz.

Asiento, consciente de que mi expresión revela todo cuanto quisiera ocultar en otras circunstancias, atisbando hacia el interior con cierta inseguridad. El otro me hace un gesto, invitándome a entrar, y lo hago con el corazón encogido con reverencia.

Al penetrar en el lugar, la nieve cae suavemente a través del techo destruido. Tablones transversales se han dispuesto sobre el suelo salvaje en descenso, a modo de bancos improvisados, donde cinco o seis paladines se arrodillan en oración, todos con tabardos limpios, todos con las armas apoyadas en el suelo y sostenidas con la diestra. Al fondo, en un altar, un cáliz reposa y dos candelabros iluminan las espadas que se apoyan sobre la superficie de piedra, y tras éste, otro estandarte, blanco, con el círculo dorado en el centro y el símbolo de la mano de plata, con las ocho puntas del sol del Alba Argenta, ahora Cruzada Argenta...

Estoy vibrando por dentro, se me anuda la garganta y una profunda emoción me sobrecoge al deslizar los dedos sobre mi propio tabardo. Una capilla perdida en medio de la nieve. La Esperanza de la Luz.


Los bosques te enseñaron sus canciones, los vientos te enseñaron... la nieve te cubrió con su pureza, el mar te dio su abrazo... el Sol ungió tu piel y tus cabellos, la Luz besó tu alma... camina, caminante entre la Noche, portador de la Llama ...


El mar te bautizó con la tormenta, hijo del trueno ... en el invierno frío te nutriste, alto y sereno... los bosques te enseñaron a escuchar la voz dormida... con la Huella del Oso arde la tea en ti prendida...

Ilumina en la Sombra, Luz Ardiente... alza la espada de hoja incandescente... desata el fuego sagrado y la divina tormenta... abraza con cálido brazo al alma sedienta...


Oh Luz Sagrada, que brillas en toda Creación...

Es la grandeza sublime, la convulsión rotunda del abrazo de las bendiciones, al saberme parte y fuente, forma y fondo de aquello que sobre mí desciende... es la violenta conmoción de la sinfonía de la Luz eterna, inagotable y gloriosa que eleva y que envuelve, que protege, ilumina y arropa, que me guarda y me estrecha en su abrazo, que nunca me abandona... es quemar el fuego, es helar el hielo, amar al amor y ascender hasta más allá del límite del universo, es pulverizarlos todos y hacer que pierdan el sentido. Es tener el Universo en la mano, es sentarse en la mano del Universo, es sentir en cada célula el Orden perfecto, atisbar una infinitud donde las fuerzas nunca se extinguen, es experimentar la divinidad. Eso es lo que me hace temblar ahora, en la puerta de la Esperanza de la Luz, al borde de las lágrimas.

Y amanece. Y el primer rayo de sol del alba se cuela por la quebrada techambre, cae sobre el estandarte, y el escudo dorado destella, brilla intensamente. Se alzan las voces y el aire desaparece de mis pulmones, cuando caigo de rodillas, jadeando entre las lágrimas, y la oración se abre paso entre mis labios sin que apenas me de cuenta, porque es mi canción, es la canción y forma parte de ella, y formo parte de ella, y ella de mí.

- Luz Sagrada, que brillas en toda Creación... - se une mi voz trémula a las voces de los Cruzados arrodillados, y sé que estoy llorando como un crío. Pero hoy no me importa.

Luz Sagrada, que brillas en toda Creación
Bendice mis armas, azote de los infames
Bendice mi escudo, baluarte de los indefensos
Bendice mi puño, castigo de los corruptos
Bendice mi alma, bálsamo de los agraviados

Luz Sagrada, que brillas en toda Creación
De la oscuridad y el tormento, protégenos
De la corrupción de los Exánimes, protégenos
De las garras de los Demonios, protégenos
De la maldición de la Plaga, protégenos

Del hastío y la desesperanza, libéranos
De la duda y la desesperación, libéranos
De la flaqueza del espíritu, libéranos
Del desfallecimiento y la resignación, libéranos.

Luz Sagrada, que brillas en toda Creación
Haz de mi alma escudo de los vivos,
Haz de mi brazo arma contra la corrupción
Haz de mi espíritu llama siempre viva
Que ilumine a los Justos, que consuma el mal
Ampara a nuestros allegados y acoge en tu seno a los caídos,
fortalece a los rectos y consuela a los atormentados


Concédeme ser la mano de Tu Voluntad
Templanza en la gloria y perseverancia en la adversidad


Se eleva la oración del cruzado, se eleva y se une al viento, al amanecer, a las olas de mares lejanos... fluye, se extiende, se dispersa en el Universo, y aún la oigo resonar en todas partes cuando permanezco arrodillado en la Esperanza de la Luz, prestando atención y escuchando aquello que los bosques me enseñaron a oír. Escuchando a la voz que en ocasiones me hablaba con una canción. A la Luz. A mí mismo, y al arpa resonante y melancólica, grandiosa y teñida de gloria y bendición.

Y todo me recuerda que soy afortunado. Todo me recuerda que merece la pena, que siempre valdrá la pena. Más allá de todo... por esto. Porque la Luz está conmigo, y no hay nada más grande que eso.

LXXXV - La Esperanza de la Luz: La Huella del Oso

Los bosques te enseñaron sus canciones, los vientos te enseñaron... la nieve te cubrió con su pureza, el mar te dio su abrazo... el Sol ungió tu piel y tus cabellos, la Luz besó tu alma... camina, caminante entre la Noche, portador de la Llama ...

Árboles blancos en las lindes, de ramas apretadas sin hojas. La nieve les ha engalanado, poniendo un anillo de escarcha en cada uno de sus dedos, envistiéndoles como hadas de diamante pálido. ¿Donde estoy? No importa. Elazel camina y titilan los astros, silba el viento, canta el Universo. El arpa resuena, conozco la letra de la canción... pero hay más... todo está cantando. ¿Soy yo o es el mundo? Hay más, detrás de las cuerdas vibrantes, sutiles, un arrullo leve que susurra muy bajito, armonía inaudible.

Deslizo la mirada sobre la curva de las cumbres, buscando al zorro que arranca con su cola destellos en el cielo, buscando la mirada esquiva, buscando todo y nada. Campanillas en las ramas de los árboles. Cascabeles en las estrellas. Flautines en el viento, y una percusión sorda, muy velada, como el latir de un corazón. Atravesamos el camino, embozado, escucho y veo y siento despertar una vibración soterrada muy profunda. El paisaje blanco y azulado parece tallado en cristal, las montañas lejanas dibujan sus líneas y la aurora boreal es una pincelada verde y rosada en el cielo enjoyado. Huele a vida salvaje, más allá, a muerte sostenida, a ciclos detenidos por la mano de la Plaga... pero ahora no persigo el combate y el choque frontal, no busco la guerra ahora. Son los aromas esenciales, las notas potentes y originales de la Vida las que me cantan en el viento, en el silencio y en la Luz, son las que guían a Elazel cuando la tormenta me otorga una noche de paz y calmos oleajes.

Y le veo, detrás de un tronco nudoso y pálido. Le veo, blanco, mirándome con ojos ámbar, observándome. Un leve sobresalto me hace soltar el aire entre los dientes cuando la montura se detiene, sin golpear el suelo con las pezuñas, serena. La cabeza enorme del oso, con las fauces cerradas, me contempla.

- ¿Eres tú? - pregunto a media voz, frunciendo el ceño.

Resuenan notas graves, ahora escucho acordes, que completan la melodía progresivamente. Acordes limpios, mantenidos, penetrantes, aún lejanos, pero puedo percibir la resonancia de la perfecta armonía tonal.

El oso tiene todas sus patas. Se acerca despacio, el pelaje ondula cuando se mueve, los tendones y los músculos se contraen y distienden, y sale a la luz de la noche destellante. Su respiración es profunda, su mirada, severa. Se me encoge el corazón, porque no es el mismo, pero al tiempo lo es. Es un oso, es el oso, todos pueden ser él, y ahora lo es éste. Y echa a andar por el camino, su figura poderosa deja huellas claras sobre el manto invernal. Elazel le sigue, al paso.


Los bosques te enseñaron sus canciones, los vientos te enseñaron... la nieve te cubrió con su pureza, el mar te dio su abrazo... el Sol ungió tu piel y tus cabellos, la Luz besó tu alma... camina, caminante entre la Noche, portador de la Llama ...


El mar te bautizó con la tormenta, hijo del trueno ... en el invierno frío te nutriste, alto y sereno... los bosques te enseñaron a escuchar la voz dormida... con la Huella del Oso arde la tea en ti prendida...

No hay árboles ahora, solo vasta extensión de nieve lechosa y el cielo abierto. A lo lejos, se alza una torre cilíndrica, un templo anciano y majestuoso en torno al cual vuelan las figuras de alas desplegadas. Dragones. Eternos dragones, girando en círculos alrededor de la construcción. Blanco y dorado en las columnas cuando nos acercamos, una esfera áurea relumbrante como un sol nocturno en el pináculo. Laúdes y cítaras, clamores cristalinos, murmullo de mares imposibles. La melodía se ramifica y se repite, la recoge la brisa y la silba, se la cede a las estrellas que la acompasan, y cambian los colores de las luces del Norte, glauco y ámbar, luego ámbar, y se agitan como un velo sostenido en un balcón.

Siguiendo al oso, buscando al zorro, nos movemos hacia el noreste. Un cráter se abre y al fondo, una extensión de césped desprende el aroma de flores tiernas, de brotes nacientes. Al mirar hacia allí, un árbol se alza en su centro, eleva sus ramas hacia el firmamento, las hojas caen, una a una, continuas y constantes. Hay hogueras prendidas aquí y allá, se escucha el sonido de la batalla. Al otro lado, en el alto templo, los dragones también luchan. La guerra.

Vinimos aquí a la guerra, pienso. Contra la Plaga, contra la muerte fuera del ciclo natural, contra la Plaga por venganza, contra la Plaga por deber, porque es lo correcto. Y la guerra tiene lugar, siempre hay movimiento, siempre conflicto... y pese a todo, la vida. El pálpito constante del corazón de un mundo que nunca se detiene.

El oso nos guía a través de la nieve, hacia la punta de la cola del zorro, allá donde la pincelada empieza. Pasamos junto a los restos de un dragón muerto, inmenso, yace el cadáver semienterrado en la blancura. Los huesos brillan con luz estelar, blancos y pulidos, surgiendo entre la tierra, luminosos. Figuras de mamuts errantes, de criaturas extrañas de cuerpo humanoide y patas de caballo se recortan mas allá. Una manada cruza ante nosotros, sin mirarnos. Las moles gigantescas y peludas parecen elekks en cierto modo, hasta las crías tienen largos colmillos enroscados. Y caminamos, caminamos. Se acercan las hienas y ruge el oso, poniéndose en pie como advertencia, hasta que, tras pensarlo un momento, se marchan. Y caminamos.


Los bosques te enseñaron sus canciones, los vientos te enseñaron... la nieve te cubrió con su pureza, el mar te dio su abrazo... el Sol ungió tu piel y tus cabellos, la Luz besó tu alma... camina, caminante entre la Noche, portador de la Llama ...


El mar te bautizó con tempestad, hijo del trueno ... en el invierno frío te nutriste, alto y sereno... los bosques te enseñaron a escuchar la voz dormida... con la Huella del Oso arde la tea en ti prendida...

Ilumina en la Sombra, Luz Ardiente... alza la espada de hoja incandescente... desata el fuego sagrado y la divina tormenta... abraza con cálido brazo al alma sedienta... 


Cruzamos un camino antiguo de piedra, que asciende hacia el Norte. Una gigantesca calzada que parece haber sido hecha para el tránsito de gigantes y dioses. Y giramos al este, con el repicar de la extraña canción, que se desgrana cada vez más completa.

Y el oso se marcha. Y la cola del zorro se agita, y entrecierro los ojos al mirar alrededor y ver la flotante ciudadela, más allá de las cumbres que se elevan al sur. Las torres alzadas, construcciones humanas, donde bulle la actividad, al norte. Y al final de este camino serpenteante, un resplandor claro, aúreo, constante como un faro.

- Creo que no voy a encontrar al zorro - murmuro.

Elazel asiente con la cabeza. Mi oso se ha ido, pero ha dejado una huella sobre el camino, que se cubre lentamente con los copos desprendidos de la ventisca. Echo la caperuza hacia atrás y dejo que el aire me bese el rostro un instante, mientras mi montura fiel da un paso tras otro hacia esa luz clara, y escucho atentamente los acordes que se amontonan, la música vibrante y embriagadora que me asalta desde todas partes y que completa mi propia línea melódica... me escucho. Y me gusta lo que oigo.

LXXXIV - La Esperanza de la Luz: La Cola del Zorro

La hoguera chisporrotea y el breve día boreal se apaga en el cielo. Los taunka pasean sus altas figuras con la lánguida parsimonia de su raza, antecesora de los tauren, mirándonos de cuando en cuando. Las miradas de Elhian, de Hibrys y de Oladian están fijas en mí, a través del rojizo resplandor del fuego.

He dicho todo lo que tenía que decir en esta noche. He recordado, palabra a palabra, lo que significa el tabardo que vestimos, cual es el deber y el objetivo, y nada más puedo hacer.

- Si esta no es vuestra lucha, marchaos - repito, observándoles uno a uno. - Si los objetivos de la Guardia no son los vuestros, partid. No quiero lealtad ciega ni dependencia pasiva. Quiero combatientes concienciados y responsables. No quiero juegos de niños, quiero la guerra.

Intercambian una nueva mirada. Theron está sentado, algo ausente. Él no necesita estas palabras, sólo me observa de cuando en cuando con una expresión casi severa, disciplinada. Les veo asentir uno a uno, las muchachas con más displicencia, pero la mirada de Oladian se queda fija en mis ojos. El cazador pelirrojo frunce el ceño y su juventud serena y grave, sabia en muchas ocasiones, habla por él con acidez cuando me señala.

- Hablas de la Guardia y de lo que somos, pero llevas el tabardo del Alba - su voz es casi un susurro, seguro pero leve. - Espero que algún día te enorgullezcas de nosotros tanto como de ellos, pero no es sólo nuestro ese peso. Tú también tienes mucho en que pensar, Alto Guardián.

Y con estas palabras, los soldados de la Orden se retiran uno a uno hacia las rústicas cabañas del poblado Taunka'le. Elhian la primera, con el revoloteo de la toga y su porte de dignidad y elegancia en la muerte, dejando tras de sí el aroma a flores antiguas. Oladian después, con el andar flexible de los exploradores ágiles, acompañado de su lobo blanco. Hibrys la última, regalando la mirada anhelante al brujo antes de sonreírme con indiferencia y avanzar con el contoneo de las bailarinas, alejándose de nosotros. Dejo escapar el aire al fin cuando les veo marchar y me siento de nuevo, llenando la pipa con parsimonia y volviendo la mirada hacia el cielo estrellado de cuando en cuando, en silencio.

La aurora boreal destella como un velo colorido, ondula como una llama verdeante, brillante como el vil, luego cambia al dorado puro de la Luz, se tiñe de magenta y se viste de azul arcano. El viento silba y se enreda, deslizándose con intensidad cambiante, haciendo que el fuego baile para él. De cuando en cuando, el sonido de animales nocturnos, el murmullo lejano de los campos de géiseres, el crujido de las ramas secas. Si, es posible que yo también tenga mucho en lo que pensar. Deslizo los dedos sobre la pechera del tabardo, encendiendo la pipa y arrugando el entrecejo al exhalar el humo por la nariz.

- A veces creo que pierdes el tiempo - suspira el brujo, levantándose y estirándose la toga, mirando de cuando en cuando hacia las cabañas - pero si no lo hicieras, me resultaría raro. ¿Vamos adentro?

Niego levemente con la cabeza, y aparto los ojos del fuego para mirarle.

- No soy buena compañía esta noche, y yo no deseo ninguna. Duerme.

Un relámpago de desazón cruza por su rostro un instante, y luego chasquea la lengua con desdén, poniéndose en camino. Extiendo los dedos para bendecirle mientras le veo marchar.

- Estando tu hermana, intentaré no dormir - espeta, con cierto aire de ofensa. - Que te diviertas.

Sonrío a medias un momento y abro el vínculo un tanto, tratando de hacerle notar que no estoy preocupado ni triste, sólo reflexivo.

Me apetece estar solo. Y solo me quedo, dejando escapar un nuevo suspiro relajado esta vez y volviendo la vista al cielo, dejando que mis pensamientos se dispersen. Un leve murmullo resuena por alguna parte, como un arpa delicada de íntima musicalidad que me canta al oído. Dejo que el viento, el frío, la luz cambiante del firmamento y esa melodía me desnuden por dentro, llevándose los jirones del día y los días pasados, arrullándome en una calma que pocas veces me permito.

Un recuerdo se desliza en mi memoria al contemplar la aurora, una leyenda en la voz rasposa de un marinero viejo sentado en el muelle.

"La cola del zorro, le llaman los vrykul. Son las luces del norte. Nadie sabe qué son, pero asemeja una mancha de aceite de mil colores que no se deshace y destella en el cielo. Algunos dicen que son las armaduras de las valkyr, que reflejan el brillo celeste cuando ellas vuelan en el firmamento. Otros cuentan que un zorro corre por la inmensidad estelar y su cola agita los copos de nieve sobre las colinas, haciéndolos volar hacia el cielo, inflamados en llamas coloridas. Hay quien sale en busca del zorro para hacerle preguntas. Yo nunca lo he visto."

Parpadeo con el recuerdo, la mirada fija en lo alto. En algún momento me he puesto en pie y he salido al exterior, con la capa de piel de oso arrastrando sobre la nieve. No tengo nada que preguntarle al zorro, pero quizá el zorro quiera preguntarme algo a mí... y en cualquier caso, me gustaría verlo.

El susurro del viento en los oídos, el borboteo del agua en los campos lejanos, el arpa grave que canta canciones que conozco aunque nunca he escuchado antes. Y camino sobre la nieve, internándome en la tundra, siguiendo las luces del norte.

La nieve se hunde bajo mis pies, la escarcha y los copos se prenden en mis cabellos y en la barba, en la piel de la capa, mientras avanzo en la oscuridad azulada. La noche ártica no es negra, es azul como una profundidad marina. La luna y las estrellas se reflejan en el grueso manto de nieve eterna, que devuelve la luz pintada de añil; los montes y la escasa vegetación se recortan oscuros sobre el lienzo índigo.

Los bosques te enseñaron...


Parpadeo, frunciendo levemente el ceño. ¿Es mi voz en mi cabeza? ¿Es mi propio pensamiento? Quizá. Dejo que la voz recite su tonada, prestándole oídos, con los sentidos abiertos, receptivo, mientras camino siguiendo esa estela colorida en pos del zorro.

Los bosques te enseñaron sus canciones, los vientos te enseñaron... la nieve te cubrió con su pureza, el mar te dio su abrazo... 


Es el viento. Sonrío a medias y me cubro con la capucha al percibir la ventisca que se acerca, y el fuerte empujón y la caricia fría me hacen trastabillar por un momento.

- Deja de jugar - susurro a la nada, al aire gélido. Invoco a Elazel, que aparece fugaz, casi antes de que haya terminado de llamarla. Cabecea cuando monto sobre ella, y no la dirijo a ninguna parte, sólo dejo que galope a su capricho, con un trote medio y cambiante. Dejarse llevar no está tan mal algunas veces.

Y atravesamos las onduladas colinas, acechados por los ojos de la Plaga al Norte, en Enki'lah, atravesamos los pantanos y la serena llanura, sin prisa, con el paso exacto, fluyendo como el viento, la melodía, como el titilar de las lejanas estrellas.