jueves, 24 de septiembre de 2009

XXVII - El Barón

Camino con firmeza, mirando hacia adelante, con el escudo a la espalda y las placas entrechocando. Algunas piezas de la armadura, cuelgan de los cierres de cuero, tintineando y balanceándose. He conseguido mantenerlas relativamente estables a base de vendas. He gastado tantas en sujetar los trozos de metal a mi cuerpo que ya no me quedan para mi, pero tampoco importa demasiado. Me duele todo el cuerpo, pero es un dolor lejano, aletargado, sumergido más allá de la espesa tormenta del combate. Está compartimentado en un lugar de mi mente donde no me molesta para seguir luchando.

Theron se detiene junto al viejo poste indicativo, entrecerrando los ojos. Lleva la toga hecha jirones, y aunque se ha sacado el yelmo terrorífico - de osito de peluche - para respirar en grandes bocanadas y el sudor le pega el cabello al rostro, tampoco parece cansado.

La verdad: estamos hechos mierda.

- La señalización está en común - dice cuando se gira para mirarme.
- Plaza de los cruzados, por allí. Entrada de servicio, por allí. El Degolladero, por allí.
- Vaya, si que te conoces bien la ciudad.
- En absoluto, es la segunda vez que entro. Nunca me interné tan lejos. - arquea la ceja inquisitivamente, y se lo explico. - He leído los carteles. Soy un elfo de mundo.
Sonrie a medias
- ¿Donde vamos?
- El Barón Osahendido es quien lidera a las tropas de la Plaga aquí - respondo, echando a andar hacia la callejuela que se estrecha. No dejo de hacerlo mientras le damos las buenas noches a un par de necrófagos que apenas sí tienen tiempo de darse cuenta de lo que sucede antes de abandonar su podrida existencia. - Es el señor de Stratholme ahora, y mantiene al grueso de las fuerzas en el Degolladero. ¿Escuchaste a esos nigromantes gritar cuando desactivamos sus cristales?
- ¡El Degolladero es vulnerable! ¡El Degolladero es vulnerable! - les imita con voz desdeñosa, arrancándome una sonrisa débil. - Les oí, sí.

Hacemos el resto del camino en silencio. Esquivamos a todos los enemigos que podemos, pero algunas gárgolas vigilantes nos ven de cuando en cuando, y no nos queda más remedio que exterminarlas. Las callejuelas se abren y se estrechan a nuestro paso, giramos un recodo y bordeamos a un grupo del Culto de los Malditos, pegándonos a los muros de una casa medio derruída. El olor a podredumbre y ceniza es intenso y penetrante, y los ojos me pican.

- Ahí está.

Theron se asoma detrás mía en una esquina para atisbar a través del enorme rastrillo abierto. El muro es grueso, los pendones de Lordaeron, desgarrados y ennegrecidos a causa del fuego y la ruina de la ciudad, todavía ondean en la arcada de acceso. Y mas allá, las abominaciones caminan, haciendo guardia, arrastrando las enormes cadenas.

- Joder. Vamos a morir, Ahti. - susurra.
- No vamos a morir. Joder. Aquí no va a morir nadie.
- Se nos echarán encima.
- Son seres sin inteligencia. Iremos pegados a la pared, ocultándonos en las sombras de la muralla, y rodearemos la plaza - le digo a media voz. - Están guardando la puerta de la guarida del Barón, la construcción central. Es muy parecida a un ziggurat. Cuando lleguemos a la parte de atrás, podremos ir eliminándolas una a una.
- Vendrán las demás.
- Vendrán despacio. Son lentas. Vamos.

Es un buen plan. Es un buen plan para quien no tiene nada que perder y solo puede seguir adelante, pero a pesar de todo, tengo el corazón en la garganta cuando, después de cruzar el arco arrastrándonos por el suelo y empezar a movernos hacia nuestro objetivo, el rastrillo cae pesadamente. Otra vez estamos encerrados. Que fortuna la nuestra.

- Haz los honores - susurro al brujo cuando llegamos a la zona despejada.

Asiente y da un paso hacia el frente, extendiendo las manos para invocar. El manáfago se arroja gruñendo sobre el primer gigante, que se vuelve hacia nosotros y viene a la carrera, empuñando el cuchillo y arrastrando al esbirro de Theron detrás, agarrado a su piel con los dientes.

- ¡Erasus gloen! - Destella la Luz, azotando la gigantesca mole.
- Adare lak vi ven'ni sik... - la sombra se desata, envuelve y muerde.

Avanzamos, avanzamos imparables, una tras otra, las terribles abominaciones caen, amontonándose en el suelo, rotas sus cadenas, desprendidos sus cráneos o humeando sus cadáveres putrefactos y malolientes. Charcos viscosos de mucosidad verde se extienden aquí y allá y nos impregnan hasta las rodillas al estallar, salpicándonos.

Las melodías tintinean en mi cabeza, me envuelven, haciendo el contrapunto de esta danza de muerte y justicia que se desata a nuestro alrededor, y mi alma se hincha, atrapada en la piedra de salvaguardia. No puedo detenerme. No tengo que mirar a Theron. Su respiración y la mía son la misma, parecen acompasarse extrañamente cuando me agazapo, soltando el escudo y empuñando el hacha con las dos manos. Cae la última abominación y las puertas se abren cuando nos giramos, jadeantes, desbocados.

El chirrido de los goznes parece eterno, tras él, solo la oscuridad y un gruñido malsano, suave, aterrador.

- Qué coño...
- Rammstein... - resuena la voz de ultratumba, desde las profundidades del templo de Osahendido.
- A por él.

La enorme abominación aparece. Sus golpes duelen como ninguno, y aunque peleamos bien, lo mejor que podemos, el vuelo de una de sus cadenas me alcanza de pleno en el pecho, se enreda en mi tobillo y me arroja contra un muro. El impacto me corta la respiración cuando caigo de bruces al suelo. Mierda. Joder. Agito la cabeza, sacudiéndome el dolor y la extenuación y enfoco la vista como puedo hacia mi compañero.

Su voz sigue desgranando las invocaciones, su esbirro no cesa en sus ataques, y el enorme ensamblaje cosido tiene dificultades para mantenerse en pie... aunque lo mismo puede decirse de Theron.

Sanación. Luego, otra para mí. Desatar el sello. Arrastrarme de nuevo al combate. Exorcismo. Dos hachazos dirigidos a su cuello. Llueve fuego cuando me alejo y veo caer al descomunal enemigo, retorciéndose y gruñendo con la maldición que hace humear su piel y la recubre de ampollas, hasta que finalmente, queda inerme.

- Joder... - resuella el brujo, extenuado.
- La puerta se ha cerrado... de nuevo.

Tengo que sostenerme en el mango del hacha para no caer al suelo. Si sigo en pie es sólo a fuerza de mera voluntad, y dirijo la mirada hacia el refugio del barón, rechinando los dientes. "Maldito hijo de puta"

- Ahti...
- Deberiamos intent...
- ¡Los vivos están aquí!

Me giro. Un fantasma oscuro está aullando a mi espalda, veo la masa de sombras de Theron dirigirse hacia él desde detrás... y cuando impacta sobre el espectro, disolviéndolo en una humareda grisácea, tengo que girarme de nuevo. Pasos precipitados de botas de metal.

Solo puedo ver unos cuantos rostros descarnados antes de que algo me golpee en la sien. Humedad corriendo por mi mandíbula. Todo da vueltas. Algo duele, o duele todo. El cielo teñido con la bruma del incendio se vuelve denso, pesado. Oscuridad.

Joder.... ¿De dónde han salido tantos? .... No lo sé .... ¿Estas bien? .... Estoy hecho mierda... ¿puedes abrir los ojos? ...  todo es cuestión de probar ....  Son muchísimos. Un ejército entero.... ¿Qué están haciendo?.... Dan vueltas alrededor de la torre del Barón .... Encantador .... Deberíamos irnos... Vale, pero espera a que pueda levantarme


.......................

Correr, correr, correr. Prácticamente arrastro a Theron en cuanto soy capaz de recuperar la consciencia. No sé de dónde he sacado las fuerzas, pero estoy de pie. Le agarro de la toga, mientras patalea para intentar ponerse de pie y parpadea, tiene los ojos en blanco. Corro hacia la puerta del Degolladero, que al fin se ha abierto, sin saber si los pasos nos siguen o no, sin importarme siquiera. Solo quiero salir.

No sé cómo, de algún modo, alcanzamos la puerta de servicio. Incluso el aire de las Tierras de la Peste se me antoja una bendición ahora, cuando invoco a la yegua y monto como puedo.

- Te dije que no ibamos a morir... - resuello.

Theron sonríe a medias, con el yelmo destrozado y la sangre manchándole la toga, el semblante perdido del agotamiento más absoluto y la cercanía de la inconsciencia.

Los restos de la piedra cristalina que guardaba mi alma, caen de entre mis manos cuando abro los dedos para coger las riendas.

XXVI - Stratholme

Cuentan que cuando Arthas arrasó Stratholme, dio el primer paso en el camino oscuro que le llevaría a la perdición. La muerte de cientos de ciudadanos bajo su mano, dicen, fue el principio del fin de un paladín que acabaría convirtiéndose en la pesadilla de los vivos, emponzoñando los ideales que había defendido y precipitando la caída del más grande reino de la humanidad.

Ahora, entre los muros de la ciudad prendida en un incendio eterno, con el calor sofocante y el humo de las casas quemadas, con la visión espeluznante, aquí y allá, de los cuerpos calcinados que yacen en montones por las esquinas o que te sorprenden al cruzar una calle, arrodillados en actitud suplicante, sigo pensando que era lo que había que hacer.

- ¿Donde estamos? - murmuro, afianzando la mano con la que sostengo el escudo.
- La Plaza del Rey, creo.

Theron escupe sangre, jadea y resuella. Las runas de su rostro refulgen constantemente, y su mirada está prendida en verde jade. El manáfago que ha invocado babea el suelo, moviendo los palpos como una hormiga mueve sus antenas, y se apoya en el bastón. Parece cansado.

- Esto es puñeteramente grande.

Una de las grebas está casi quebrada y amenaza con descolgarse, peligrosamente. Extraigo una venda larga y la enrollo en torno a la pieza de metal, apretando el nudo con firmeza, mientras escucho el murmullo en eredun del brujo, que manosea una piedra de alma entre las manos. Se vuelve para mirarme, con gesto inquisitivo, y asiento con la cabeza.

- No te cortes.

Siento el tirón cuando la Sombra envuelve mi alma, y me remuevo, algo incómodo. Es una sensación fría, que puede ser desagradable en ocasiones, sin embargo me siento más seguro así.
Al otro lado de la calle, se escuchan pasos pesados, los necrófagos deambulan aquí y allá. Escondidos detrás de una esquina, no pueden vernos ahora.

- Abominación

Asiento, sujetando el escudo y haciendo girar la maza entre las manos. No necesitamos hablar demasiado. Esperamos a que el monstruo se aleje lo suficiente del campo de visión de los demás y la bola de sombras le da de lleno en el cuerpo carnoso.

A pesar del lugar espantoso en el que nos hallamos, de percibir el espeso sabor del miedo mezclado con la curiosidad y la ira tanto en mi como en mi compañero, a pesar de nuestra precaria situación, estamos combatiendo realmente bien. El baile se ejecuta casi a la perfección.
No hemos tenido que intercambiar apenas algunas sílabas desde que entramos, la rueda gira de una forma absolutamente natural.

El gigante de carne se abalanza sobre nosotros, la Consagración le hace volver la mirada hacia mí. Me golpea con la hachuela, lo detengo con el escudo. La Sombra y el fuego invocados por el brujo restallan sobre la criatura, haciendo que el olor pútrido de sus entrañas se mezcle con el de las vísceras quemadas. El manáfago está prendido en su pierna, mordiendo con furia. Cada vez que el enemigo fija sus ojos en mi compañero, invoco la Luz, y el latigazo brillante capta su atención. Gruñe, furioso, cuando arroja la larga cadena y se me corta la respiración por el golpe. El gancho se ha prendido en alguna parte de la armadura, me arranca un rugido.

- Garde sturume! - Extiendo la mano mientras me arrastra, soltando la maza, y abro los dedos cuando el hormigueo de la Luz sube, ascendiendo por mi cuerpo, y estalla con la potencia de las tormentas. Al mismo tiempo, una bola de fuego del tamaño de su cabeza le ha reventado la mitad de la misma.

El monstruo se tambalea, y finalmente cae.

- Hijo de perra... - el brujo escupe sobre su cadáver, mientras pataleo para quitarme de encima esa mugrienta cadena, resollando con precipitación, y me pongo en pie. - ¿Estás bien?
- Estupendamente.
- Estás sangrando. - se toca la comisura de los labios.
- Tu también. Préndele fuego, si eres tan amable.

Echo un ojo en las bolsas, al recipiente que me dio Bettina. Aún necesitaremos internarnos un poco más. Levanto la cabeza para decírselo a Theron cuando veo a los necrófagos que se acercan a su espalda y los ojos casi se me caen al suelo.

"Están ahi, están ahi, date la vuelta, date la vuel..."

No he terminado de pensarlo, ni siquiera me ha dado tiempo a decirlo, cuando él ya se ha girado. Es ágil y está acostumbrado al combate, es evidente. Toda la atención de los muertos está sobre él, se arrojan contra su cuerpo, y yo me cago en todos los dioses en los que no creo mientras intento protegerle lo mejor que puedo.

- Katra zil shukil ... - espeta entre dientes sus maldiciones, con la voz silbante, susurrante y peligrosa, mientras alza los brazos al cielo y la lluvia de fuego cae sobre ellos. - Romath narak...ugh

La Luz ondula y se agita alrededor del brujo, que se contrae cada vez que ella le toca. Entrecierro los ojos con curiosidad, sin entender esa reacción, pero no tengo tiempo de hacer elucubraciones ahora. Un necrófago le está mordiendo el brazo. Y eso significa que estamos jodidos...o más bien, que él está muy jodido.

- Basta ya.

El cosquilleo crece en mis venas y parece desatarse ininterrumpidamente. Detengo la ola de sanaciones. Me uno al combate, dejando atrás un trozo de armadura que ya no sirve para nada, y rebano el pescuezo de uno de esos cabrones con el filo del escudo. Le piso la cabeza con la bota y sonrío a medias, extendiendo ambos brazos. La Luz destella y golpea en todas direcciones, dispersando a la plaga y dejándolos aturdidos y tambaleantes.

Me cubro con el escudo y salgo del combate cuando el fuego vuelve a llover de los cielos, acabando con lo poco que queda en pie a nuestro alrededor. El último levanta las uñas hacia el cielo y lanza un aullido estremecedor mientras su cuerpo estalla en llamas y chispitas rojas, incandescentes.

- Joder... no los había visto - murmura el brujo, dando un traspiés y apoyándose en el bastón - menos mal que me has avisado.
- Yo no te he avisado.

Me acerco para examinar la herida que le han hecho los dientes ponzoñosos del enemigo, entrecerrando los ojos y levantándole la manga. No es grave, pero sí profunda. Me pregunto si será suficiente con la acción de la luz para evitar una infección. "Más vale que lo sea"

- ¿No has sido tu? Pues... te he oído.
- Lo habrás imaginado.

Apenas le estoy prestando atención, pero sé que aprieta los dientes cuando me ve acercar la mano y respirar profundamente, con clara pretensión de sanarle. Se aleja precipitadamente, y luego sonríe con inseguridad.

- No te molestes. Tengo piedras.
- Si te infectas te vas a contagiar. Hay que intentar limpiar eso. - "Porque si no, palmarás en unas horas", me digo.
- Bien, hazlo. No me apetece morir.

Asiento y pongo las manos sobre la herida, dedicándome a lo mío. Theron me mira raro, lo percibo, y es irónico. Yo debería mirarle raro a él. La Luz le daña a la vez que le cura, y no parece asustarle demasiado la posibilidad de la infección, tiene dos cuernazos que le sobresalen de la frente y es evidente por el color de su sangre lo que es. Prefiero no hacer preguntas. No es asunto mío, y además, me da igual.

Cuando termino la sanación, recojo el resto de muestras y miro calle abajo.

- Va siendo hora de salir. - murmuro, recogiendo las armas y moviendo los hombros.
- Pero aún no hemos llegado al final.
- ¿Quieres llegar al final?

Tras un instante de silencio, asiente, recogiéndose un jirón de la toga. Sonrío a medias.

- Piensa en algo bonito mientras peleas, porque me temo que tendré que curarte mucho.


XXV - Compañero de armas

Cruce de Corin - Tierras de la Peste del Este

Elazel agita la testa, nerviosa, caracoleando en torno al camino. Le doy un par de palmadas en el cuello y miro hacia atrás, luego vuelvo el rostro hacia el Cruce. Un lugar horrible. "Si, un lugar horrible." Si cierro los ojos puedo oír los gritos de aquel día aciago. Se repetirían en mi cabeza como una letanía, en el orden preciso y correcto, de nuevo pasarían ante mi mirada las imágenes imborrables.

Y por supuesto, no cierro los ojos.

- Vamos, preciosa. No hay por qué pasar por aquí, ¿verdad? - murmuro, tirando de las riendas suavemente.

Rodeamos las colinas al paso, sin prisa. Los canes de la plaga deambulan de acá para allá, a veces se fijan en nosotros y nos acechan desde detrás de una colina, y aunque estamos solos, Elazel y yo, no atacan. Hoy todavía no. No sé por qué. No me importa.

La Guardia se marchó hace unos días, todos juntos en una tarde lluviosa, sobre sus monturas dispares, sonriendo y con el ánimo elevado. Están unidos por los lazos del afecto y la amistad, más allá de las razas y de sus personalidades peculiares, y eso me alegra. Es bueno que los combatientes confíen unos en otros de esa manera. Los conozco a todos, uno por uno. He conversado personalmente con cada cual, y en cada uno he encontrado rasgos destacables y un punto de luz brillante y claro, casi inocente. Incluso Darkshul, la maga renegada, es una criatura amistosa y sonriente. Son buena gente, sí. Pero Jhack tenía razón. Esta guerra no es la suya.

Rashe también estuvo aquí. Juntos tomamos muestras de los calderos para llevarlas al Baluarte, pero sus responsabilidades la reclaman y ha tenido que regresar a Terrallende. Realmente no me importa estar solo. No tengo nada que reprocharle a nadie, ningún motivo de queja o displicencia hacia ellos, incluso les agradezco que, a pesar de todo, se empantanen las rodillas en una guerra que no es la suya... de momento. Espero, con todo mi corazón, que no lo sea nunca.

Bordeamos el cruce hasta las colindancias de la Mano de Tyr, donde las avanzadas de la Cruzada Escarlata se apostan en su resistencia eterna contra el Azote. El tintineo de las armaduras y la lengua común llega a mis oídos cuando el viento sopla en contra, haciéndome torcer el gesto. Elazel patea la tierra seca un momento, y la espoleo para estimular el ritmo de nuestro avance.

Los minutos pasan, pesados y densos como el aire de estas tierras, hasta que alcanzo la Capilla. Desmonto, mirando alrededor, y saludo a los avizores y a los soldados, antes de acercarme al puesto de Bettina. La enana sonríe. Sonríe a todo el mundo, con su cara regordeta, así que le devuelvo el gesto.

- Que la Luz te guarde, paladín - entrecierra los ojos.

Hoy no me apetece hacer la corrección de siempre.

- Saludos. La Guardia del Sol Naciente va a partir hacia Stratholme. ¿Necesitas algo de la ciudad en llamas?

Bettina parlotea aceleradamente y finalmente me indica lo que quiere de allí dentro. Ella forma parte del grupo que se dedica a investigar la cura de la Plaga, así que no me sorprende que quiera carne de necrófago. Asiento levemente, memorizando el encargo, antes de darme la vuelta para partir, con el hacha a la espalda.

Vaya. Menuda sorpresa. Arqueo la ceja ante la figura que me sonríe con cierto deje amargo, a varios pasos de los combatientes del Alba Argenta, que le miran de reojo y cuchichean entre sí. Bien, admito que por un momento me alegro mucho, muchísimo, de verle. Camino hacia él, devolviéndole la sonrisa y con una mirada de extrañeza.

- Saludos, brujo.

- Saludos, paladín. - No hace falta que lo pregunte, creo que mi expresión lo dice todo. - No tengo nada que hacer. Y dijiste...

- Voy a Stratholme. - le interrumpo. No tiene que darme explicaciones. - ¿Te apetece un combate suicida?

- Claro, por qué no. - mira alrededor, con cierta desazón. No parece ser muy bienvenido aquí, los avizores le observan con desagrado y les responde con una expresión algo altiva, huraña en cierto modo. - Mejor que quedarme aquí, sin duda. Un brujo es una compañía impropia.

Ladeo la cabeza y suspiro, arqueando la ceja. Ahora sí que me recuerda a Derlen, terriblemente.

- Impropia, sí... pero necesaria. Es la hipocresía de las circunstancias, Theron. - me mira de reojo. - No aprueban los métodos de la Sombra, sin embargo, en más de una ocasión les ha servido. La necesitan. Más aun el Alba Argenta, que no anda sobrada de efectivos precisamente.

Asiente, sin duda ya conoce la historia, pero aún parece haber una pequeña duda en su mirada. Creo adivinarla, y sonrío a medias, invocando a Elazel y montando ágilmente.

- Siempre he luchado con brujos, y he conocido a muchos. De todo tipo, clase y condición. Si hoy estoy vivo y puedo contarlo, es en parte gracias a ellos, así que no, para mí no es un problema. Alguien tiene que hacer lo que los demás no pueden.

- No es lo habitual. - La pesadilla aparece, relinchando y encabritándose, dejando bajo el suelo una superficie de tierra chamuscada, para escándalo del Comandante Metz, que nos mira con cara de imbécil.

- Es que yo soy un tío especial. Bonita jaca.

- Lo mismo digo.

- Tonto el último.

Salimos al galope hacia el camino, en una carrera tan infantil como estimulante. La tierra discurre bajo nuestros pies con rapidez, los enemigos que nos avistan de vez en cuando no pueden alcanzarnos, los murciélagos nos sobrevuelan y después se dan la vuelta. Cuando llegamos a las puertas de la ciudad, desmontamos, riendo entre dientes.

- Vamos a entrar solos. - dice, jadeando y mirando el rastrillo oxidado y descascarillado. No es una pregunta, es una afirmación. Asiento, descolgando el escudo y echándomelo a la espalda antes de que Elazel desaparezca en la bruma rojiza. - ¿que hay de tu gente?

- Dije que la Guardia iba a Stratholme, y no es mentira. Vengo yo, que soy parte de ella.

Me mira, arqueando la ceja, y se ríe entre dientes.

- Vamos a morir

- No moriremos

Al entrar, los rastrillos caen con un golpe sonoro a nuestra espalda. No podemos volver atrás, y delante sólo nos aguarda la muerte y la oscuridad. Mi mirada se cruza con la del brujo, que resplandece, verde e intensa, y no hace falta más. Empieza el baile, nena.