lunes, 29 de marzo de 2010

XC: Deber sagrado (I)

Claros de Tirisfal

Aprieto las correas de las placas con un fuerte tirón, algo disimulado, frunciendo el ceño. Me zumban las sienes mientras disecciono mentalmente los preparativos, confirmando que todo queda tal y como tiene que quedar. Elive está con mi hermana en la isla, perfecto, a salvo. La Guardia está de permiso, sin problema. Hibrys andará rondando no muy lejos pero no anda metida en basura, genial.

- Eh, relájate. Todo estará bien cuando vuelvas.

Miro al brujo, que camina a mi lado, y asiento levemente. La torre del zeppelín está a pocos metros, se dibuja bajo el cielo verdoso. Tirisfal empezaba a convertirse en algo parecido a un hogar, apestoso y ajado, pero familiar en cierto sentido. Creo que podría decir con claridad la posición de cada árbol y arbusto y recordar los nombres de todos los renegados al servicio de la Reina Alma en Pena que pululan por aquí.
Si, todo estará bien cuando vuelva... claro. Estoy demasiado acostumbrado a encontrar desastres cada vez que me alejo un poco de mis allegados, supongo que es lo que me inclina al fatalismo.

Llevo la bolsa de tela sobre un hombro, pesada, con las piezas de repuesto y las piedras de afilar, aunque la armadura más contundente la he vestido. Las cadenas finas que sostienen los tratados se me enredan en las muñecas, y las cubiertas tachonadas de metal se entreven en los huecos de las placas. La espada, el escudo y el mandoble a la espalda. Debo parecer una extraña máquina de asedio recubierta de acero o uno de esos trastos mecánicos de los gnomos, aunque espero tener un poco más de clase que esos engendros. Nos detenemos en la colina y me vuelvo hacia Theron, suspirando, con expresión algo insegura.

- ¿Vas a estar bien?
- Siiiii - responde, recolocándome el tabardo con naturalidad, y menea la cabeza con resignación - no te preocupes.
- Ojo con el tío ese, Vaine o como se llame. Voy a estar muy pendiente, ¿vale?
- Descuida. Sé lo que me hago.
- Lo sé, confío en ti.
- Entonces vete tranquilo, ¿de acuerdo?

Mierda, a veces parezco su padre. Podría serlo, en realidad. Dejo el petate en el suelo y asiento, recorriendo sus rasgos con la mirada. Los ojos verdes me escrutan con cierta melancolía casi infantil desde el rostro de alabastro, con las runas apenas dibujadas en la oscuridad de la noche. Joder, me da algo de pena alejarme de Tirisfal. Era casi una casa. Aunque cuando vuelva seguirá estando aquí, pero en esta ocasión no me apetece especialmente partir, y por primera vez, caminar hacia el deber me resulta un sacrificio.

Me doy cuenta de que Tirisfal me gusta más de lo que quiero admitir. La suave melancolía que transmite, su verdeante oscuridad que a veces se enciende con una luminosidad enjoyada, su peculiar belleza, la extraña combinación entre siniestra y triste que no me asusta en absoluto, la manera en la que me acoge en su penumbra insalubre pero siempre anhelante. Tomo aire y le tiendo la mano a Theron a modo de despedida, arqueando una ceja. Él vuelve los ojos al cielo con hastío y me estrecha, al principio con suavidad, luego en un abrazo más intenso en el que se agarra a mi capa y se aprieta contra la armadura, que se le debe estar clavando en los huesos a través de la fina toga. Le devuelvo el abrazo con cierta torpeza, tragando saliva y mirando hacia Rémol. Me llega el olor almizclado de su cabello y presiento la latente necesidad en su gesto, que me cierra la garganta con una pincelada de angustia.

- Vuelve pronto - murmura.
- Un par de semanas - respondo, en tono aséptico.

Cuando nos separamos, prefiero ignorar la pátina húmeda sobre sus ojos. Voy a seguir caminando hacia el zeppelin, cuando me doy cuenta de que no voy a poder hacerlo con sus pasos a mi lado, de que mi brujo tampoco podrá. Coño. Tsk. Ni que fuera un crío, joder, Ahti. Ahora tengo que darle la espalda y seguir andando, y mientras me pregunto si seré capaz, ya sé que lo seré, en cambio le sigo mirando un instante, más preocupado de lo que creía estar, y no por mí. No por la llamada de la Cruzada, que acaba de abrir un camino hasta la Ciudadela del Rey, no por los yermos parajes y los duros tránsitos a los que nos habremos de enfrentar los exploradores. Estoy preocupado porque Theron se queda, infiltrado con ese despreciable y pálido tipejo del Culto de los Malditos, que afirma querernos a su lado "convencidos y por propia voluntad", estoy preocupado y curiosamente no es la traición lo que me preocupa.

Qué coño. Es que no le quiero dejar solo.

- Bendíceme.

De nuevo estoy haciendo algo absurdo. No sé por qué me golpea el corazón con violencia en el pecho ni dónde se enraíza esta inseguridad repentina, pero es tan espontáneo como natural cuando me arrodillo despacio delante del brujo, con las astas enjoyadas despuntando en la frente y una expresión de sorpresa genuina en el semblante cuando le cojo las manos y las pongo sobre mis cabellos, inclinando el rostro.

- ¿Qué? Ahti, ¿Qué haces?

Y yo que sé. Pero lo necesito como el agua, de repente se convierte en una necesidad violenta y vírica, hasta el punto que se me crispan las manos y mi voz suena tajante y grave. Oigo el palpitar del corazón en mi garganta.

- Que me bendigas

Un instante de silencio y la voz escurridiza, preñada de solemnidad y un tono emocionado y perplejo a la vez, se deja oír. Mantengo la vista fija en el bajo de la toga de Theron, que tiene un hilillo suelto y bordados ocres sobre un fondo oscuro, que susurra cuando la roza el viento.

- No... no sé cómo... nunca he...
- Hazlo. Por favor.

Los dedos finos tiemblan sobre mi pelo, se escurren entre las hebras finalmente, en un gesto absolutamente dulce. Sé lo que esas manos pueden hacer. Sé que son capaces de todo lo mejor, de todo lo peor, sé que son instrumentos de maldición hacia los enemigos, pero también son una bendición cuando él quiere, para quien él quiere. No puedo pensar otra cosa. Es una puta realidad. Y ahora estoy exigiendo esa realidad, exigiendo y pidiendo que la pruebe y la haga patente, aunque le tiemblen las manos y se sienta sacrílego y extraño cuando lo dice. Como si fuera algo nuevo. Como si no lo hiciera, sin saberlo, sin palabras, a diario.

- Parte con... con mi bendición, cruzado - murmura apenas.

Hecho. Asiento con rotundidad, levanto los dedos para estrechar sus manos y luego me las llevo a los labios mientras me levanto, casi apresuradamente. Ahora sí me puedo ir tranquilo, tranquilo de verdad, con su permiso y su bendición. Es patético. Pero es así.

- Gracias. Que la Luz te guarde también a ti - replico, signando brevemente para dejarle el suave destello de mi propia bendición - Hasta luego, brujo.
- Hasta luego, paladín - responde mientras me doy la vuelta. Parpadea algo emocionado y finjo no darme cuenta al echarme el petate al hombro y alejarme a grandes zancadas, dándole la espalda. Trepo a la torre subiendo los escalones de tres en tres, riéndome entre dientes con resignación, riéndome de mí mismo.

Casi pierdo el zeppelín, como siempre, y salto con todo mi estruendo metálico hacia la cubierta cuando el cacharro está a punto de ponerse en marcha. Si, vale, ya lo sé. En el fondo lo sé. Me ladeo mientras el ruido de los motores de vapor vibra intensamente y los parloteos de los goblin se tejen en el rumor de las hélices, y el viento me despeina, mirando a la pequeña figura solitaria, apenas un punto oscuro sobre el verde no tan oscuro de los Claros, que levanta la mano metros más abajo. Seamos sinceros, Ahti. Hoy por hoy, después de todo y quieras o no, es una verdadera putada separarte de Tirisfal.

Le digo adiós con un gesto leve, y mi Tirisfal me responde, agitando los largos dedos con suavidad y apartándose el pelo oscuro del rostro, con la mirada glauca encendida vuelta hacia mi, cada vez más pequeño, cada vez más lejos, hasta que desaparece.