martes, 22 de septiembre de 2009

XXIII - Sintonía

Ciudad de Lunargenta - Otoño

Al salir de la Sala de los Cristales, me estiro perezosamente al sol. Hibrys ya se ha marchado, recogiendo todos los papeles insufribles y tediosos de la reunión de la Guardia. Me desperezo y me crujo los nudillos, tomando aire profundamente, antes de dirigirme a la taberna con paso vivo.

La ciudad sigue siendo la misma. Siempre lo es, con príncipe traidor o sin el, con Naaru o sin el... una puta enorme y voluble que te sonríe con los mismos dientes con los que te muerde. Sin embargo, es una ciudad con vida, y vida inteligente, presumo, aun en pocas cantidades.

Al apartar las cortinas y entrar en la taberna, suavemente iluminada y con el aroma inconfundible de las pipas aromáticas, el licor afrutado y las jarras de cerveza, el destino me sonríe poniendo en mi camino una de esas escasas compañías que merecen la pena y librándome de todas las que acaban por desesperarme. El tipo de la toga, Solámbar, está ahí sentado, más solo que la una y fumando algo que huele a rayos.

- Hola brujo.

- Hola paladín - sonríe a medias, pronunciando extrañamente las vocales al tener la pipa entre los dientes. No pregunto, es evidente que está borracho o puesto de alguna guarrería de las suyas. Lleva así desde que le conocí, hace... no sé. Una semana o dos, creo.

- No soy paladín - replico, dejándome caer en el diván contiguo y rechazando con la mano cuando me acerca la boquilla - No, gracias, todo tuyo.

Una cosa es que me caiga bien. Otra que sea gilipollas y vaya a fumar lo que sea que se mete un tío que tiene cuernos, seamos realistas.

- No es nada malo - me dice, parpadeando con gesto inocente. - Solo es una pipa.

Le respondo con un codazo estudiado en el brazo, justo en el tendón, que le hace quejarse y mirarme mal, aunque ha sido suave. Muy suave, diría yo.

- No es nada malo. Solo es un codo.

- Capullo. - replica, frotándose y murmurando algo entre dientes. 

Le acerco la petaca a modo de tregua y tomo aire, dejando caer la cabeza en el respaldo curvo y mirándole de reojo. Situados de esta manera, nuestros perfiles están opuestos y es complicado verse la cara, pero puedo definir exactamente sus rasgos adolescentes, que siguen despertándome esa añoranza y ese extraño recuerdo imposible de ubicar. Sigo sin saber por qué me resulta tan poderosamente familiar.

Theron Solámbar es un tío raro. No recuerdo bien la conversación, pero me contó una historia absolutamente inverosímil sobre su situación. Él estaba en una taberna, cuando su maestro fue invocado y a continuación le invocó a él. Apareció en Lunargenta, y pensó que estaba en Lunargenta, cuando descubrió que todos aquellos a los que conocía no existían... y parecían no haber existido nunca. De alguna manera, en aquella noche de alcohol después de la batalla, llegó... bueno, llegamos a la conclusión de que viene de otro mundo. Un mundo donde existe una Orden llamada El Ansereg, donde un tipo llamado Iradiel la dirige y una guarra llamada Suzanne vive en una casa de la esquina. Un mundo donde la guerra contra la Alianza es despiadada, la población ha descendido drásticamente a causa de las batallas y los avances imparables de la Legión Ardiente y donde las cortinas son rojas en vez de azules.

Y lo peor no es eso. Lo peor es que yo me lo creo. Porque claro, o bien tenemos razón y tanto él como su maestro han venido de otro mundo, igual a este pero algo diferente... o bien Theron Solámbar está loco. Y loco no me parece. Solo borracho y puesto. Y triste, y solo y taciturno, pero eso es otra historia.

Así que cuando me devuelve la petaca, le pregunto lo obvio.

- ¿Has encontrado ya la manera de regresar a tu mundo?

El brujo se encoge de hombros.

- ¿La has buscado? - Arqueo la ceja.

- Em... no sé por donde empezar... y no sé si es posible... o si quiero hacerlo. - confiesa. El final de la frase es un susurro casi inaudible, y lo acompaña con una profunda calada.

Vaya. Asiento levemente, mirando alrededor.

- ¿Y qué vas a hacer mientras lo decides?

Theron es una mente ágil y ligera para hablar de chorradas. Las dos o tres veces que hemos coincidido hemos debido batir el récord de gilipolleces por segundo, casi pondría la mano en el fuego. Es frívolo, pero bastante divertido, y tiene una conversación locuaz y aguda... o eso me había parecido hasta ahora. Parece llevarle una eternidad responder.

- No tengo nada aquí. - su voz suena amarga. - Solo a Ydorn... a mi maestro.

- Pues ahora me tienes también a mi.

Parpadea y se me queda mirando, elevando la ceja. Tenemos ese gesto en común, ya lo he notado antes. Parece desconfiar, pero es la desconfianza del animal fuera de su hábitat, es natural. Más aún si repaso la frase que acabo de decir. Um... creo que lo estoy haciendo otra vez. Ya estoy dejándome llevar por los impulsos, porque de alguna manera, quiero a este tío cerca de mí, pero no sé por qué.

- No me conoces de nada.

He ahí una gran verdad. Hemos tenido un par de conversaciones agradables... en las que es como estar hablando con alguien a quien conoces de toda la vida. Pero no es la realidad. No le conozco de nada. Y aun así...

- Sé que sabes causar dolor. Eres bueno peleando con tus armas. - replico, intentando no ser demasiado brusco. - Sé que estás perdido en un mundo que no es el tuyo... y que no sabes qué hacer ni cómo hacerlo en una situación tan jodidamente extraña como la tuya. Y me caes bien. Si estuviera en tu lugar, me gustaría saber que puedo contar con alguien.

- Pero no me conoces.

- Quizá. Quizá no me haga falta. Quizá no me importe. Igual no necesito un motivo. ¿Dónde estás durmiendo? - rebusco entre mis bolsas y saco la llave, tendiéndosela.

- En... el sagrario

- Es la llave de mi casa. Puedes quedarte allí si quieres.

Nos miramos un instante. La llave se queda colgando entre los dos, oscilando entre mis dedos. Está absolutamente asombrado, y yo también, aunque no lo aparente.

- Si necesitas cualquier cosa, recurre a mí. Mientras estés en mi mundo, puedes contar conmigo. Y no son...

- ... solo palabras. - Completa mi frase y asiente. Coge la llave, dubitativo. - No la usaré si no me veo...

- ... en absoluta necesidad, sí.

Asentimos a la vez.

Un hormigueo. Una extraña fluctuación. ¿Es una corriente de simpatía o la vibración de una sintonía extraña, inexplicable y prodigiosa? Es como una nota sostenida que hace temblar los cristales de las copas por un solo instante, exactamente afinados en el mismo armónico.

Me estoy comportando como un padre. No, me estoy comportando como un pirado, ofreciéndole mi casa y mi ayuda a un tío con el que he pasado un par de borracheras Y NADA MAS QUE ESO. Pero no lo puedo evitar. Sé, con una certeza rotunda e irracional, que Theron Solámbar es alguien de confianza. Sé que jamás hará nada contra mí. Y no sé por qué lo sé, pero lo sé.

- Si me das la llave de tu casa...¿donde vas a dormir tú?

Aún la tiene en las manos cuando me devuelve la petaca, y doy un largo trago, frunciendo levemente el ceño.

- No voy a estar mucho en la ciudad. Me voy a pegarme de hostias con la Plaga.

- Oh, vaya, te vas a ligar. - se ríe entre dientes.

- Si al menos los necrófagos tuvieran tetas ...

Parpadeamos a la vez y nos miramos con extrañeza. Luego nos da la risa. Ya nos ha pasado un par de veces, pero creo que es la primera vez que decimos una frase tan larga a la vez.

XXII - Recuerdos

Bahía del Botín, taberna de El Grumete Frito - Otoño

El olor del salitre está prendido en las paredes de madera, ha blanqueado con sus posos las vetas de las vigas, las grietas del suelo. Los marineros se arremolinan en torno a la barra, riendo a carcajadas, embriagando el aire con sus gritos y cantos, que se alzan de cuando en cuando junto al entrechocar de las jarras y la melodía aislada de una flauta.

El desembarco es un momento largamente esperado para quien pasa su vida en el mar. Recuerdo esos momentos con una punzada de añoranza inevitable. Les observo, nostálgico, entre el cabello que insiste - maldito sea - en caer delante de mi rostro, velando mi visión y haciendo que todo parezca una representación, un escenario enmarcado por cortinajes.

Están muy lejos, o soy yo quien lo está. Lejos de todos.

Tomo aire y bebo un sorbo más, no es suficiente nunca. Esos que dicen que beben para olvidar, esos, esos son unos necios. El alcohol es un maestro agitador de recuerdos cuando te entregas a él en soledad, a veces también cuando lo haces en compañía. Pero desde luego, no borra el pasado. Ni el lejano, ni el próximo.

Las voces dispares de idiomas variopintos se entrecruzan en mis oídos cuando me inclino hacia adelante, observando el fondo de la jarra, como si allí estuvieran las respuestas. Si... no hace tanto tiempo, el Espina Blanca atracaba en este mismo puerto. Pisábamos el muelle con energía, sonriendo y empujándonos al notar la tierra firme bajo los pies, y luego corríamos a hundirnos en los brazos de las putas y el bourbon. Eran buenos tiempos... lo eran. Lo fueron.

Por un instante, pienso que tal vez nunca debí dejar la tripulación para volver a casa.

Parpadeo y doy otro sorbo, intentando arrancarme el recuerdo aterrador de lo que me esperaba al regresar, las cenizas de una guerra que ya se había librado y que ya había cobrado su precio.  Solo consigo que discurra con más velocidad, en escenas congeladas de cuerpos calcinados, de restos de huesos, de ojos amarillos que acechan en la oscuridad, de mandíbulas babeantes con forma de tijera que se abren y se cierran, buscando mis pies.

Nunca había tenido ningún problema con las arañas. Nunca hasta el día en que llegué a lo que quedaba de mi hogar, y los nerubian volvieron su rostro hacia mi, hambrientas y furiosas. Y nunca, nunca había corrido tanto como aquel día. No sabía qué demonios era aquello, pero tenían muchas patas y mucha hambre. La palabra "nerubis" no significaba nada para mí entonces, pero la palabra "sobrevive", sí.

- Y sobreviví - murmuro entre dientes, tomando otro trago. Debo dar la imagen del patético borracho que habla solo, pero me da exactamente igual. Estoy bien aquí, con mis recuerdos y mi autocompasión. La uso demasiado poco.

Sí, sobreviví. No necesito esforzarme para evocar el rostro de Seltarian, pues ese momento está grabado a fuego en mi memoria. Un elfo a caballo, de armadura brillante y ojos acerados, cruzándose en mi camino y extendiendo la mano hacia mí al pasar. Casi puedo revivirlo como si estuviera sucediendo ahora, sentir la misma fuerza desesperada con la que me agarré a aquella mano, el violento tirón y el golpe seco al caer de cualquier manera sobre el caballo. Los dedos férreos que se cerraron en el cinturón y la voz profunda, penetrante. "Te tengo".

Seltarian. Era un gran tipo. Eres un gran tipo, estés donde estés. Levanto la pinta y brindo por él en silencio, mientras su voz resuena en mi mente con tanta claridad como entonces, cuando sanaba mis heridas en la ladera. "¿Eres un paladín?", le pregunté yo. "Soy un Soldado de la Luz", me respondió. Un Soldado de la Luz.

Era un gran maestro. Joder, que bueno era. Uno de esos tios que no te dan lecciones, sino que responden a tus preguntas y te ayudan a responderlas por tí mismo. Educó mi cuerpo, educó mi espíritu y educó mi mente. Me enseñó a compartimentar para que los pensamientos y las emociones no interfiriesen en el combate, me enseñó a buscar puntos de luz, a tirar de ellos, a darle forma a la energía sagrada con mi voluntad y a desatarla del modo adecuado. Me enseñó a utilizar la espada y la maza, la lanza y el mandoble... y me enseñó la responsabilidad que conllevaba todo aquello.

"Somos lo que hacemos con nuestras manos"

Esas fueron sus últimas palabras, antes de partir hacia el Baluarte.

- Somos lo que hacemos con nuestras manos...

Me miro las manos, arqueando la ceja. Estoy bastante borracho, pero no lo suficiente. Soy consciente de cada maldita cosa que hago y de todas sus jodidas repercusiones, en mí y en los demás... y eso es una enorme mierda. Pero es lo que hay.

La bolsa, donde he guardado el tabardo de los Caballeros de Sangre parece pesar una tonelada. Cumplí mi misión, me dieron la insignia... que les jodan. Jamás vestiré ese tabardo. La cagué incendiando la Capilla, pero, aunque conseguí reparar en parte ese daño, no lo he reparado en mí. No es suficiente... y haré que lo que haga falta hasta estar satisfecho.

Voy a defender esa jodida ciudad en ruinas con todas mis fuerzas, aunque no sirva de nada. Lo haré, hasta considerar saldada mi deuda. Y quizá un poco más. Porque somos lo que hacemos con nuestras manos, pero también lo que no hacemos. Es hora de poner las cosas en orden.