martes, 28 de diciembre de 2010

CIV.- Interludio : Dos cartas

Este es mi reproche para todos vosotros. Es un reproche amargo, que nunca os llegará, entre otras cosas porque voy a quemar esta carta en cuanto esté escrita. Quiero que arda así mi rencor hacia todos los que no habéis comprendido nada, hacia todos los que os habéis dejado aplastar, hacia todos los que no habéis sido capaces de resistir ni de descubrir lo que teníais, lo que tenéis.

A vosotros, los camaradas y compañeros. Vosotros que siempre habéis juzgado, que siempre habéis mirado con desconfianza a quien teníais al lado sin tener ni puta idea de quién es ni de lo que es. Sin tener ni puta idea de nada, ni molestaros en intentar entenderlo. Ni siquiera aceptarlo aun sin comprenderlo. Esperando lo peor de él, quizá pretendíais absurdamente que os entregara lo mejor. Partiendo de la desconfianza y del miedo, esperábais que os contradijera, que demostrara que merecía otra cosa que no fuera eso. La cagásteis. Él no tenía que hacer nada para demostraros una mierda. Si hubiérais sabido llegarle con sinceridad, si hubiérais tenido ojos para mirar y le hubiérais dado una oportunidad, tendríais lo que yo tengo ahora. Esperábais lo peor, no quisísteis fomentar lo mejor. Si lo hubiérais hecho, tendríais lo que yo tengo ahora, el mejor camarada y el mejor compañero. Pero no os lo merecíais. Por eso lo tengo yo, y me lo quedo. Ahora es mío.

A vosotros, los amigos. No sé cuantos sois. Creo que uno o dos, dudo que tenga más. A vosotros se os abrió una joya única, pudísteis alcanzarla y rozarla con los dedos. ¿Qué le disteis realmente? Momentos dulces, instantes de consuelo, al menos eso os honra. Apoyo y un oído que escuchaba, a veces corrección cuando erraba. Pero uno le abandonó porque no fue lo bastante fuerte para resistir un amor no correspondido. En lugar de buscar el consuelo y el abrazo en la amistad sincera, la fuerza perdida y un asidero en la desesperación, se fue, quitándose la vida por su propia mano. Y el otro, siendo amigo y hermano, no estuvo a la altura. Le abandonó en la más siniestra oscuridad, cuando la Legión le abrió sus puertas a cambio de su esposa. Los dos le habéis abandonado, cada uno de una manera. Ninguno os lo merecíais. Por eso lo tengo yo, y me lo quedo. Ahora es mío.

A vosotras, las amantes y la amada. Las primeras os convertís en nada en cuanto os toca, en serpientes encantadas por su hechizo. Abrazáis su maldición y le dejáis en la posición más cansada, la del hastío, la de saber que no podéis verle, que no llegáis a alcanzarle, porque estáis embriagadas por ese embrujo que os anula y os convierte en sombras de todo lo que prometíais a sus ojos. La segunda, que ha tejido su amor más sincero, lo más puro de su corazón para convertirlo en cadenas con las que ahorcarse, en cuchillos con los que herirse. Has sido terriblemente irresponsable, con tu amor y con el suyo. Has sido terriblemente irresponsable, negándote a honrar lo que tenías en tu alma y lo que se te entregaba con la dignidad que requiere. Te has abandonado como la gacela ante el depredador, y has engendrado frutos de culpa y angustia, que siempre empañarán el corazón de aquel que te quiere con devoción. Has manchado algo muy puro porque no has sabido recibirlo, y no has sido valiente nunca. Ni para renunciar a lo demás por él, ni para tomarlo de manera que ninguna hierba venenosa naciera en esos campos sagrados. Al revés, has dejado que crezcan esas plantas y te las has bebido en infusión, atando a tu amante a tí con sufrimiento y angustia, atándote a él con adicción y obsesión. Ninguna os lo merecéis, aunque nunca pueda decírselo a él, ninguna os lo merecéis. Por eso lo tengo yo, y me lo quedo. Ahora es mío.

A todos vosotros, que no habéis sabido y no habéis podido llegar hasta lo más hondo, os estoy juzgando ahora. Lo estoy haciendo, y sé que soy injusto. Pero no me importa. No habéis sido capaces de conquistar este reino. Por eso lo tengo yo y me lo quedo. Ahora es mío. Reino en él. Soy el Sol en este mundo, soy la Luz y lo soy todo. Soy injusto, pero no os lo merecéis. Soy injusto, pero lo siento, soy mejor que vosotros. Nunca habéis tenido lo que yo tengo, y nunca lo tendréis. Y aunque en parte me da lástima, no os lo merecéis. Porque no habéis sabido encontrarlo.

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El papel arde en la chimenea cuando la puerta se abre. El brujo entra, sacudiéndose la lluvia del pelo y de la toga con gesto hastiado. Rémol sigue siendo el mismo pueblo viejo y solitario, con la misma compañía silenciosa de los renegados de ojos amarillos. Theron arquea la ceja, mirando las llamas.

- ¿Qué estás quemando? - me pregunta.
- Nada importante.

Quizá mi sonrisa tiene un tinte cruel cuando despierta, pero me da igual. Me echo hacia atrás en la silla, estirando las piernas y cruzándolas, con un golpe de las botas sobre la tarima de madera. Theron aparta la mirada de las llamas, encogiéndose de hombros.

- Ya han llegado informes del Norte. Hay algunas cosas colgadas en la torre de zeppelines.
- Muy bien. Podremos ponernos a trabajar en breve, entonces.

Él asiente con la cabeza, mirando la escalera, luego me mira. Tengo la sensación repentina de que hay demasiado aire entre los dos, demasiado espacio que debería pulverizar inmediatamente. Sin embargo, no me he movido del sitio, ni tampoco él.

Sube

La orden le despierta una sonrisa y un brillo en los ojos verdes. Está ascendiendo los peldaños con aire fingidamente inocente y fingidamente obediente, pero no me importa que lo finja. Al llegar al piso superior, me levanto y sigo el mismo camino. Cruzo la puerta que ha dejado abierta y cierro a mi espalda, con un chasquido. Las velas están ardiendo en el candelabro. Está de espaldas, pero se da la vuelta, levantando la barbilla y con una mirada desdeñosa.

- ¿Te ponen los casados, o qué? - me suelta, sonriendo a medias con ese gesto burlón y provocador.
- ¿Sabe tu mujer que te acuestas con tu jefe, o qué?
- Mi sinceridad no llega a tanto - replica, con un gesto de afrenta - y eso no es cosa de nadie.
- Mejor, porque le he escrito para avisarla de que no puedes ir en unos días.

Por un momento se me queda mirando con sorpresa. Luego se rie entre dientes, deslizándose por la habitación como una serpiente. Espío en su interior para descubrir alguna posible ofensa, pero no encuentro ninguna. Más bien parece sentirse halagado.

- Tienes la cara muy dura - me dice, y no es un reproche.
- No es lo más duro que tengo.

Ahogo su risa con un beso violento, empujando las preguntas, las dudas y todo lo que me quema a un lado. Después de las cosas que han pasado, de los ritos y la danza del Oso y la Serpiente, después de todo eso ya no quiero verlas más. Quiero devorarlas y consumirlas y que desaparezcan, y dejo que se diluyan en el fragor de la tormenta que se avecina, tomando posesión de lo que me pertenece y entregándome a donde pertenezco más que a ninguna otra cosa.

A través de la ventana, veo la noche.

Es lo último a lo que presto atención antes de verterme en las profundidades que me acogen.

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Belore te guarde, Eliannor

Aunque acabáis de uniros en matrimonio, lamentablemente hay mucho que hacer y las obligaciones no esperan. Theron tendrá que quedarse esta noche y quizá algunos días más, hasta que terminemos de preparar las incursiones en Rasganorte. Espero que te guste tu nueva casa. Vallefresno es un lugar tranquilo y apacible donde podréis empezar de nuevo. Que la Luz te abrace.

Rodrith

viernes, 17 de diciembre de 2010

CIII .- Rito

La cripta es un lugar húmedo y frío. Aquí, las paredes parecen observarnos. Desde el gris de la piedra hasta el amarillo pálido de los cirios de sebo encendidos, todo permanece sumido en una extraña calma contemplativa. Hemos bajado juntos la escalera. Theron, vestido de blanco inmaculado, tiene las runas encendidas y la daga en el cinto. Mi túnica es púrpura y dorada, llevo el rostro cubierto por un embozo negro y la lanza en la mano. Su punta brilla en la penumbra, imbuida de luz. Su nombre es "Redención", así la bauticé cuando me dijo su nombre tras bañarla en tierra, agua y fuego.

Mi mente está en paz. Mi corazón, mi alma, mi espíritu y mi cuerpo también lo están. Desde el otro lado, el latido calmado y solemne de otro corazón palpita al compás del mío. Los dos estamos en el mismo estado, cercano a un trance religioso, mientras nos preparamos para el próximo rito.

Nosotros hemos dibujado estos caminos. Los hemos trazado sobre un mapa invisible para experimentar la totalidad de lo que somos, de lo que significa ser. Hemos experimentado el mundo, nuestro vínculo con la tierra a la que pertenecemos como hijos de Azeroth. Hemos experimentado la búsqueda, durante toda nuestra vida, sin ser del todo conscientes. Hemos experimentado la entrega y la elección del camino. Ahora llevo una serpiente púrpura grabada en la muñeca que me recuerda y me recordará siempre el otro lado de mí mismo, aún tengo el sabor del vino que me transportó a la tierra en el paladar, y el barro y el cieno pegado bajo las uñas.

Aquí abajo, en la cripta, nos enfrentamos a un nuevo paso en esta extraña ordalía en la que caminamos juntos y nos descubrimos con ojos nuevos, haciéndonos conscientes mediante símbolos de todo lo que somos.

Sólo se escuchan nuestras respiraciones y el crepitar de las velas ardiendo. La lluvia en el exterior apenas es un murmullo. Me despojo del embozo mientras el brujo, caminando descalzo sobre las losas polvorientas, deletrea su conjuro y tira de mi alma con una succión suave. Siempre es algo molesto, cuando el hilo de plata se vuelve violeta y se enreda entre sus manos, encerrándose en un fragmento de vidrio que destella sombra.

Nos miramos con gesto serio cuando me entrega la piedra, y la estrecho en mis dedos. Está caliente. La envoltura protectora de las sombras la mantiene a salvo.

- La muerte es un renacimiento.

Lo he dicho yo. Mi voz es un susurro grave y sereno, reverente.

- El dolor, un maestro - responde Theron.

Respiro hondo, aferrando la lanza apoyada en el suelo.

¿Estás listo?
Estoy listo

Caminamos hacia el otro lado de la sala y nos cobijamos en el centro, donde la pared se hunde hacia adentro y en una hornacina ojival, brillan las velas. Hay suficiente espacio para hacer lo que debemos hacer. Me desabrocho la pechera de la toga y la dejo caer hasta la cintura, quedando al descubierto. Cada movimiento, cada gesto, cada palabra que pronunciamos, todo lo hacemos con suma dedicación. Estamos cuidando cada detalle, grabándolo en la memoria y en el corazón. Sus significados nos llenan de una armonía plácida. Es esa sensación, la de la seguridad completa de que tus pasos son certeros.

Después, me recojo el cabello a la nuca, atándolo con una cuerda deshilachada y levanto la mirada hacia el brujo. Sus ojos verdes están fijos en los míos. También tiene el torso desnudo, y su postura es sacerdotal. Siempre ha sido un gran oficiante, un ritualista nato. Sus labios se mueven entre los contraluces de su rostro de rasgos finos.

- Vivir... es sufrir

A pesar del tono profundo y cadencioso de mi voz, me parece escuchar una reverberación en la cripta, como si multitud de voces susurraran el verso, respondiendo a nuestra oración.

- La vida es gozo - responde él, con un susurro sutil.
- El sufrimiento pasa
- Sus frutos permanecen

Nuestras voces se alternan en una misteriosa armonía, bronce y plata, el viento y la campana, el susurro y la resonancia grave, resbaladiza y serena, hasta sus timbres parecen enredarse para componer un contraste melódico que destila magia y maravilla.

- El Espíritu se fortalece
- La Voluntad prevalece
- Para el débil no hay vida

Le estoy mirando a los ojos. Estoy inmóvil, Redención brilla entre mis dedos y me cosquillea en las yemas. En la derecha, la piedra de alma desprende calor.

- Para el fuerte no hay muerte

Theron desenvaina su daga ritual. Está mirando mi pecho. A mi no me hace falta, sé exactamente dónde está su corazón.

- Morir no es nada
- Vivir ... es todo

Termina, sin que le tiemble la voz. No damos tiempo a la duda ni a la meditación. En cuanto la última sílaba se desliza, rodando sobre su lengua, nos arrojamos el uno sobre el otro. Escucho el chasquido de la carne lacerada por el arma. Aunque he empuñado a Redención por la mitad del asta, a Theron aún le queda un trecho por recorrer si quiere llegar a mí, y yo ya le he herido. Los ojos verdes destellan.

Tiro de su brazo. Él se aferra a la lanza, avanzando con tenacidad para hundirse más, con la sangre y el gemido brotando de sus labios, manchándome los dedos. Tiro de su brazo con fuerza, y al fin, el frío gélido me atraviesa. Estamos resollando los dos, con los músculos crispados, el semblante fiero y la mirada perdida en los ojos del otro. Su daga se hunde hasta la empuñadura, aprieto la mandíbula y me trago el rugido, rechino los dientes, el dolor me golpea, me marea, me asfixia y me abraza.

Él está parpadeando, intentando aferrarse a la consciencia. La vida le abandona. La mía se va. Tengo que sacar el arma antes.

Tira. Tira. Hay que sacarlas.
Sí, sí.

Los cabellos azabache se agitan en la penumbra, las velas arrancan destellos dorados de su pelo cuando saca el puñal de un tirón, con un grito ahogado, apretando los dientes. Antes de perder la consciencia, arranco la lanza de su cuerpo. Me sostengo en ella, parpadeando.

Theron se desploma con un sonido sordo. Su figura en el suelo, toga blanca manchada de rojo, piel clara y melena de azabache, se emborrona ante mis ojos. Se va. No puedo quedarme. Se va, no puedo quedarme, tengo que marcharme y volver para traerle de regreso. Pero soy un cabrón resistente, y tardo demasiado en morir. Cuando al fin siento el conocido aliento que me desdobla, cuando al fin caigo al suelo y me parece ascender, liviano, sin peso alguno sobre mis hombros hacia esa vastedad cálida y blanca, donde la Luz reina y el oro tibio parpadea aquí y allá, estoy a punto de olvidarlo todo.

Quiero subir. Ascender a ese lugar que promete reposo y letargo, paz infinita, que parece llamar en la lejanía. Pero el vínculo vibra y se agita. Trasciende a nuestros cuerpos, se mantiene aún en el umbral de la muerte.

No te sueltes. No me sueltes. No te sueltes.
No te suelto. Estoy aquí. No me... dioses, ¿qué es eso?
¡No me sueltes!

Lo he saboreado por un instante, desde el otro lado. Un descenso en picado y la sensación fría y densa en los tobillos. Tentáculos que se enredan en él, que tiran, que tiran.  Se sujeta con todas sus fuerzas, se aferra al vínculo, casi arañándolo. Me despido, no sin dolor, de la hermosa visión de la luz infinita, de la paz de la muerte. No es solo por el rito, tengo que volver y traerle como sea. Ahora hay una urgencia mayor.

La piedra de alma se rompe. Tomo aire en una bocanada que parece rasgarme los pulmones, llevándome la mano a la herida. Invoco la Luz con las fuerzas que me otorga la desesperación, y la Luz responde. Mientras intento acelerar mi recuperación sin demasiado éxito, obligando a mi cuerpo a que enfoque la mirada, a que recupere la energía en los músculos, a que se adapte rápidamente a la vida tras ese instante de muerte, me parece estar escuchando cuanto sucede al otro lado.

Le arrastran. Le persiguen. Le buscan, y gritan su nombre, rastreándole a las puertas del Torbellino. Y una mierda. Me arrastro por el suelo, clavando las uñas a las losas, aún terminando de curar mi propia herida y empujando el aire con resuellos de ahogado.

Voy a sacarte de ahí, voy a por ti.
No puedes. Es nuestro.

Me detengo a medio camino. Me concentro en él, al otro lado del vínculo. Repiten su nombre, arrojan sus garras hacia su alma, y Theron se aferra al delicado hilo de lo que somos con todo su ser.

- Y una mierda. No es vuestro. ¿Me oís?

Estoy jadeando. He conseguido llegar a su lado. Me levanto a duras penas, apoyándome en la lanza ensangrentada. Curo su herida, imponiéndome la concentración y fustigándome a mí mismo. Ahora no puedo fallar. Si alguna vez no puedo fallar, es ahora. No hay excusa, ni la debilidad, ni el mareo, ni el no estar todavía del todo aquí. Nada importa una mierda. Mi corazón, de nuevo activo, galopa dentro de mi pecho.

Aguanta
No me sueltes
No te suelto


La Luz responde. Se enciende a mi alrededor con toda la potencia de mi necesidad. La estoy invocando ahora como nunca, gritándola, bebiéndola, llamándola. "Es nuestro, es nuestro, es nuestro", dicen las voces insidiosas, multitud de voces, sibilinas y negras. La rabia me inflama. Arde en mi piel y en mis venas, de pronto estalla y se extiende como una corriente vibrante y áurea por la cripta. Sucede sin pensar. Me aferro a su alma, dirigiéndome a ella a través del vínculo, la agarro con mil dedos, la cobijo en millones de hilos de oro y tiro hacia mí. Aprieto los dientes, embargado por la furia de una tormenta.

- No es vuestro. No es vuestro. ¡NO - ES - VUESTRO!

El rugido aún reverbera en las paredes, vibra más allá de este mundo, hace detenerse por un instante las pegajosas manos de los demonios, y le traigo de vuelta, como una centella brillante. La energía sagrada se derrama sobre su cuerpo cuando abre los ojos desmesuradamente y tose, intentando respirar.

- Theron... Theron...

Aún no veo bien. Todo da vueltas. El alivio cae como una losa pesada sobre mí, y luego se deshace en espuma que me envuelve. Por todos los dioses. No he tenido miedo, pero ahora, como siempre, cuando ya ha pasado todo, estoy acojonado y agotado.

- Es...estoy bien...ahg...

Le levanto del suelo y trato de voltearme para llegar a las escaleras, pero no soy capaz. Me desplomo contra la pared que hay detrás mía, con el brujo en brazos. Se ha agarrado a mi cintura, y yo le tengo aferrado como si esperase que en cualquier momento volvieran a tirar de él. Cierro los ojos, apoyando la cabeza en el muro y tratando de regular mi respiración. Las velas chisporrotean, y el silencio es una canción dulce en estos momentos, que se prolongan en un tiempo indefinido que soy incapaz de calcular.

Hemos muerto. Y hemos regresado. Es difícil de procesar, de asumir, pero cada sensación se ha registrado en mi alma con claridad. Las de Theron también me llegan, y son hermosas. Libertad, liberación, luz, salvación. No soy muy consciente ahora de los pormenores, pero cuando me golpea la oleada cálida de gratitud y de algo más, que no soy capaz de definir, casi termino de desmayarme.

Lo que hemos vivido... lo que hemos transitado... no se puede explicar.

Y el silencio se rompe con dos palabras claras, aunque susurradas en un murmullo que suena a bendición.

- Te quiero.

Resplandecen en mí por unos momentos, y luego se cuelan hasta dentro, atraviesan las puertas, los muros de la fortaleza como una centella de pureza incapaz de ser manchada. Acabo de volver de la muerte, son demasiadas cosas, es todo demasiado, y aun así no puedo evitar un estremecimiento. Dudaría si no hubiera sentido su aliento contra mi pecho cuando ha hablado. Pero es lo que ha dicho. Exactamente eso y nada más, sólo ha puesto las palabras adecuadas a lo que existe.

Abro los ojos. Y hago lo que no he hecho nunca. Responder.

- Tye melan'ne

Las sílabas antiguas saben dulces en mi lengua aún entumecida. Salen de mis labios con poco esfuerzo, tras unos momentos de silencio, en los que la claridad meridiana de esa verdad se ha impuesto sobre todo lo demás. Es la primera vez que digo algo así a nadie. La primera vez en ciento ochenta años, y no me ha costado demasiado. Es más, me resulta grato. Vuelvo a cerrar los ojos y me dejo acunar por la calidez que me abraza repentinamente, las sensaciones se disipan y todo se convierte en una paz tranquila y plácida, que no precisa estar muerto para ser sentida, que sólo existe porque está completa, y sé cual es el secreto.

Hoy es un buen día para morir, y para renacer.

CII.- Aina. Avathael.

¿De qué sirve una vela a la luz del día?

Es lo que piensa, mientras está sentado contemplando toda su vida. En la mesa, frente a sí, está extendido el tabardo del Alba Argenta. La espada, limpia, al lado. Y los fragmentos de un cilindro de cristal roto, donde los ojos de color del mar se detienen.

La luz se ve con más claridad en la oscuridad. ¿De qué sirve una vela a la luz del día?

En la penumbra de la posada en la que reposa el guerrero, cuando la batalla le da tregua y sus fuerzas se ven mermadas, cuando algo más urgente que el combate continuo para la exterminación de la plaga le aparta del gélido norte, Rodrith observa su vida con ojos diferentes. Tiene los pies grandes, para caminar mucho. Un carácter dominante e impositivo, que le lleva siempre hacia adelante. Tiene el tesón que a veces, muchas veces, se transforma en tozudez, tiene el empuje y la fuerza que le proyectan lejos, en un viaje que llega hasta sí mismo y más allá.

Durante años, ha sido dueño de su destino. Ha tomado sus decisiones y ha cargado con sus consecuencias, enorgulleciéndose de algunas, clavándose las espinas de otras. Ser libre no es fácil. Ser líder, tampoco. Pero le enseñaron, y aprendió, que empuñar un arma es una responsabilidad, y la Luz que arde en su corazón no le deja lugar donde esconderse. Sólo puede verse tal como es, con toda su violencia y su furia, con su paz y su ternura, con sus errores y sus triunfos, su vergüenza y su reconocimiento. Se mira, y mira su vida sobre esa mesa. La batalla, la Luz, la interminable lucha por purgar un mal que no muere, el egoísmo y el altruísmo, la superación y la búsqueda.

Una búsqueda tan larga como es el camino que lleva hasta su propia alma.

Nunca se ha preguntado cuál es su lugar. Siempre lo ha elegido, siempre se ha colocado donde le ha parecido oportuno, y ha encajado con mayor o menor esfuerzo. Pero aún hay algo que llama, como el canto de una sirena de voces ambiguas y ancianas, una canción que llueve desde el mar y los firmamentos tormentosos, que se escurre como el viento entre las ramas y le roza los cabellos, tentándole a encontrar el origen de esas palabras y esos versos, de esas armonías infinitas que se repiten a lo largo de las eras.

Observa los fragmentos de cristal, recordando la visión del Templo de Azshara, a las dos jóvenes gemelas, elfas blancas y exactas. Sus palabras resuenan en su mente. ¿Maldición o bendición?

¿De qué sirve una vela a la luz del día?

No hay luz sin oscuridad, y no hay oscuridad sin luz. Sabe que eso es verdad, y de alguna manera lo entiende. Le pesa, con el peso de una cadena que no ha elegido y que siempre le provoca magulladuras en las muñecas cuando intenta arrancársela. Pero esa cadena forma parte de él, igual que sus manos, sus ojos o su misma alma.

Es lo que se le ha dado. Don y maldición, bálsamo y veneno. Que sea una cosa u otra no depende de nadie, sólo de él. No puede arrancarse los grilletes, que están cosidos a su corazón, navegan en la sangre de sus venas. Es lo que es, no puede cambiar eso. Sólo puede elegir qué hacer con ello. Y eso no le parece poco.

Roza el cristal con los dedos. Le arranca una vibración y sonrie a medias, murmurando a media voz.

- Aina

La Luz destella entre sus manos y brilla sobre el cristal, ilumina el cuarto oscuro, arranca un reflejo irisado del vidrio y se mantiene, suave, perpetua y dorada, entre las tinieblas.

Contempla toda su vida y a dónde le ha llevado. Este nuevo escenario, este nuevo ángulo desde el que mirar le resulta demasiado grande y demasiado intenso, y hace palidecer otras cosas que siempre le habían parecido importantes y ahora comprende que no lo son tanto. Nunca se ha preguntado cuál es su lugar, pero ahora empieza a vislumbrarlo y suspira, con un matiz cansado. Jamás habría esperado algo así. Pero no importa.

Caminará, siempre lo ha hecho. Hacia adelante, para abrir senderos y descubrir verdades, para hacer que todo tenga sentido y poder encontrar, quizá, una plenitud más ancha que el océano e infinita como las eras.

No hay camino más largo que buscarse a uno mismo. Pero tampoco hay viaje más apasionante.

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¿Qué soy? ¿Cuál es mi destino?

Él siempre se ha preguntado eso. A cada paso de sus terribles vivencias, esas preguntas han golpeado su mente una y otra vez. Ha superado cuanto se le ha puesto por delante, ha luchado y ha prevalecido ante lo más destructivo y salvaje. Como un lobo solitario, ha combatido noche y día con sus fantasmas, ha sabido, también, dejarse llevar por la corriente cuando nadar era inútil, aprender a vadearla, a moverse en ella como una serpiente, flexible, adaptándose, sobreviviendo, siempre.

Ahora, cerca del mar de Azshara, contemplando las estrellas luminosas en el firmamento negro, sus ojos verdes y fosfóricos se pierden en la inmensidad. Tiene las runas encendidas y levanta los dedos hacia las motas de luz azulada que aún se enredan en el aire. Han pasado siglos desde la explosión del Pozo, pero sus vestigios aún danzan entre las ruinas.

Ahora, sabe quien es. Sabe lo que es, y cuál es su destino. Sabe, también, que no está solo, y esos conocimientos le hacen mirar hacia adelante de otra manera.

Él no desvía la mirada hacia el pasado. Lo conoce demasiado bien, y lo tiene siempre presente. Ha aceptado cuanto ha caído sobre él y ha llegado hasta aquí para encontrar su lugar en los mundos. Ya sabía cual era antes de contemplar la magia del cristal en el Templo de Azshara, antes de escuchar las voces de otro tiempo. ¿Bendición o maldición?

Sólo son confirmaciones. Confirmaciones y una dirección, como una brújula, que le señala hacia dónde debe dar el siguiente paso. Su lugar, lo conoce bien hace meses. Es el sitio que quiere, el que necesita y el que no abandonará nunca. Su lealtad se ha fraguado con sangre y con acero, con dolor, sí, mucho dolor, pero también con esperanza.

¿Qué soy? ¿Cuál es mi destino? ¿Qué estoy llamado a realizar?

Vio una vez una imagen en un espejo. Una imagen grandiosa que le hizo estremecer, de terror y de admiración: Un demonio poderoso, consumiéndolo todo a su alrededor con fuego y dominio, reinando entre las llamas como un emperador de la destrucción. Entonces, ese reflejo tenía sentido. Allí y entonces, lo tenía, pero ahora no está completo.

Observa las luciérnagas azules, escuchando el rumor del mar que canta, entrecerrando los ojos y permitiendo que la brisa le bese los cabellos. No es solo eso. Es mucho más que eso, algo más grande, más completo y más real. Es dueño de sí mismo. Maldición o bendición, puede elegir. No está solo. Nunca volverá a estarlo, y lo que es más importante...

... todo tiene sentido ahora.

Todo el sufrimiento, el camino de piedras afiladas que ha recorrido desde el aciago día en que la Plaga asoló Quel'thalas, los bandazos por los que la fortuna le ha conducido a lo largo de tantos años y los golpes que con tanto peso han caído sobre él. Siempre se aferró al destino. Aprendió a creer en el, y no en la suerte, con la necesidad instintiva de buscar un motivo para cuanto le sucedía. Era la única manera de sobrevivir a ello y seguir hacia adelante, la fe en que al final, de alguna manera, todo cobrase sentido.

Sonríe a medias. Al fin y al cabo, siempre ha tenido fe. Ahora, puede creer en muchas cosas. Cosas que antes le resultaban impensables, ahora puede creer en ellas. Un extraño sosiego le envuelve y le acuna mientras intenta comprender las palabras del océano, que se balancea, lame la orilla con espuma y refleja la luna pálida, los astros lejanos.

Se mira los dedos y los frota, dejando surgir un destello púrpura de sombra entre sus dedos.

- Avathael - murmura en un susurro quedo

La energía condensada se disipa y se queda flotando como un rastro de humo rasgado. Desde el principio, aceptó el regalo del vínculo. Jamás lo maldijo ni lo rechazó, siempre lo aceptó con agrado. Nunca le ha resultado una carga. Ahora, que conoce los misterios que encierra su existencia y esa curiosa ligadura, seguirá caminando.

Caminará, siempre lo ha hecho. Hacia adelante, para descubrir senderos y deshacer mentiras, para buscar significados y arrojarse en brazos de una plenitud más ancha que el océano, infinita como las eras.

No hay camino más largo que buscarse a uno mismo. Pero tampoco hay viaje más apasionante.

CI .- Descabellado

En el Templo del Reposo del Dragón, los centinelas ya se han acostumbrado a la gente que entra y sale. "Héroes de Azeroth", así llaman a los que vienen a ayudar en la guerra contra el Rey Exánime. Los dragonantes aguardan junto a las puertas, con sus gujas afiladas y sus armaduras fantásticas. Elive los señala y abre mucho los ojos. A ella le da igual que haya héroes de Azeroth o que la raza dracónica deba ser tratada con respeto. Desde mi hombro, les apunta con el dedo y exclama:

- ¡Mira papá! ¡Más dragones!
- Shhhh no grites, nena.

Theron se rie entre dientes y agarra el dedo de Elive, explicándole algo en voz baja. Yo no les presto atención. Estoy mirando a la pequeña gnoma que ha fijado sus ojos en nosotros y me sonríe con suavidad. Sus ojos resplandecen en azul turquesa y pese a su apariencia, sé que no es pequeña. Ni gnoma.

Un trago de saliva amarga se escurre por mi garganta cuando ella asiente con la cabeza, haciéndonos un gesto para que nos acerquemos. Odio esto. No es justo. Pero tengo que hacerlo. Bajo a la pequeña de mis hombros y la dejo en el suelo. Le abrocho bien la capa y le coloco el gorro peludo que le tapa hasta las cejas, abrigándola bien.

- ¿Llevas tu mochila, nena?
- Sí, pa. Llevo la mochila con los cuentos y todo - Elive me la enseña.

No es justo, pero tengo que hacerlo. Elive es tan pequeña, de pie entre las baldosas de mármol del templo... parece un duende cubierto de pieles blancas. Sonrío con todas mis fuerzas y le doy un beso en la nariz y un abrazo.

- Muy bien, guapa. Ahora te vas a quedar con Cromi, como hablamos.
- Sí.

Elive también sonríe. Está acostumbrada, quizá mas que yo. Yo nunca. Yo no.

- Terminaremos en seguida y vendremos en un par de semanas. Ven, te la voy a presentar.

La cojo de la mano y caminamos hacia la gnoma, que sonríe a la niña. Es cordial y amable. El Cementerio de Dragones es un lugar seguro, este templo, mejor dicho, lo es. Alexstrasza está arriba. A mi hija no le va a pasar nada, y prefiero tenerla cerca, al fin y al cabo. Tampoco puedo dejarla en ningún otro lugar.

Iremos a verla. Podemos venir a cada rato que tengamos, Ahti. Las monturas vuelan rápido.

Las palabras de Theron llegan a mí a través del vínculo, y admito que me reconfortan mucho.

- Hola, soy Elive - dice mi hija, estrechando la mano de la gnoma con toda tranquilidad - Mi papá me ha dicho que vamos a pasar unos días juntas. Me gusta jugar a las ardillas. ¿Te gusta a ti?
- Mucho - responde la voz aflautada de Cromi - ¡Qué gorrito más chulo!

Elive sonríe y se recoloca su gorro peludo con orgullo. La gnoma me mira a mí y asiente, sonriendo con placidez. Ese gesto también me consuela.

- Muy bien, ahora te enseñaré esto, ¿de acuerdo? - le dice a mi hija. Elive asiente, dando un saltito.

Me inclino para darle un beso en los mofletes antes de que se vaya con la dragona.

- Volveremos pronto.
- Vale, pa. ¡Hasta luego! ¡Hasta luego, tío Theron!

Agita su mano diminuta y se va saltando detrás de la gnoma, que es tan bajita como ella. Nosotros nos damos la vuelta y salimos al exterior. Me sacudo la nieve de la barba y del cabello y me siento sobre un escalón a llenar la pipa. El brujo, envuelto en su toga de tejido grueso, se deja caer a mi lado, con la media sonrisa bailándole en los labios.

Frente a nosotros, un yermo paraje de nieve blanca se extiende hasta donde alcanzan mis ojos. Dragones de escarcha y huesos sobrevuelan las cercanías, y los Vuelos los derriban cada vez que se acercan a la torre. La poderosa esfera de la cúpula del Templo emite un suave resplandor dorado, como un segundo sol. Entrecierro los ojos cuando el tabaco prende y una nube de humo gris me envuelve el rostro.

- Eres un buen padre.

La voz de Theron es suave, sin rastro de ironía ni malicia.

- Hago lo que puedo - respondo, con una media sonrisa. Esa es la verdad. Hago lo que puedo.
- Me gustaría poder tener algo así - dice, bajando la voz - Con Eliannor, ya sabes.

Asiento con la cabeza. A Theron nunca le había pesado esa consecuencia del vil, la infertilidad. Creo que jamás había supuesto un problema para él porque nunca se había planteado ser padre. Ahora me da la sensación de que, después de conocer a Elive y saborear la paternidad a través de mi, una punzada de escozor lejano ha despertado en él. De un tiempo a esta parte, lo he notado. Y no sólo eso.

Sé cuanto desea Eliannor tener un hijo. Ha sufrido mucho a causa de los abortos, y Theron ha tenido su parte en ello. Me conozco la historia, y lo cierto es que lo lamento por ambos. Por Eliannor, maldita y destrozado el fruto de su vientre por culpa de su amante. Y por Theron, por haber propiciado algo así a la persona que amaba. Lo que hacemos a otros, nos lo hacemos a nosotros mismos, y he aquí la prueba más grande de ello.

- He estado pensando... y puede que haya una manera.

Arqueo las dos cejas y le observo con atención. Está mirando hacia adelante, los ojos verdes fijos en el horizonte y la voz sosegada. Su gesto es relajado.

- ¿Para ella o para tí?
- Para ambos - suspira y hace una pausa, arrugando un poco el entrecejo - Verás, ella está yendo constantemente a los druidas. Ya lo hacía en... "allí", y ahora que está aquí, también viaja con frecuencia al Claro de la Luna. Va a mejorar, estoy seguro.

Asiento de nuevo, apartándome el pelo del rostro. Lo hago por instinto. No estoy seguro de que vaya a mejorar, pero qué cojones. Tampoco de que no lo vaya a hacer. Y la fe mueve montañas.

- ¿Y tú?
- Bueno, ya sabes que tengo poco arreglo. No tengo flechas en el carcaj, por decirlo así.

Me río entre dientes hasta que su siguiente frase me corta la risa en la garganta.

- Pero tú sí.

Bueno. Bueno, bueno. Si estuviera hablando en broma, podría seguir riéndome. Podría hacerlo incluso ahora, sabiendo que habla en serio. Pero no me parece cosa de la que reírse, entre otros motivos, porque es importante para él.

- Si, yo sí. ¿Y qué?
- Vamos, ya sabes lo que quiero decir - su voz se vuelve más suave, me golpea con el codo. Me está envolviendo bien la medicina en azúcar porque sospecha que no voy a querer tragármela. - Tú y yo compartimos mucho. Esencia... alma. Eres más que un hermano, si tú puedes darle un hijo a Eliannor sería mi hijo, de alguna manera.
- Y el mío. ¿Y has hablado con ella? ¿Está de acuerdo con eso?

He tensado la mandíbula. Mi expresión se ha vuelto dura, lo sé, y mis palabras suenan ásperas y secas. Theron mantiene la compostura, aunque su actitud se vuelve más fría. En el vínculo, se está retrayendo.

- No, quería hablarlo contigo primero. Por más vueltas que le he dado, es la única manera que se me ocurre. Ella puede sanar, pero yo no, por eso puedes hacerlo tú.
- No voy a acostarme con Eliannor - digo con firmeza, poniéndome de pie.

Theron se incorpora y echa a andar a mi lado hacia los dracoleones. Me detiene con la mano, clavándome las uñas en el brazo.

- ¿Qué? ¿Eso es todo? Piensa en lo que te estoy pidiendo, Ahti. No puedo tener hijos, solo tú puedes dármelos...y para ello, acostarse con Eliannor es sólo un proceso, no...
- Theron, no voy a acostarme con Eliannor. Y no voy a darte un hijo con ella.

Da un paso atrás. Él se está irritando, también hay dolor y rechazo, lo siento a través de mí mismo, que también estoy irritado y a la defensiva. No he descartado la idea a la ligera, aunque sí que es mi primer impulso. Preferiría no escuchar hablar del asunto, pero tengo mis razones. Razones más que razonables. Y ahora, me las va a pedir.

- ¿Por qué? - dice entre dientes. Su gesto se ha crispado y ha apretado los puños.

El viento arrecia y nos golpea en el rostro, las vermis de escarcha se estrellan contra el suelo leguas mas allá, derribadas por los dragones del vuelo rojo que guardan el perímetro.

- En primer lugar, hablemos del proceso. El proceso implica que tengo que acostarme con tu novia, y no quiero acostarme con Eliannor. Eso nos va a dar problemas, lo sé. Todo nos dará problemas, en realidad. Si lo hiciera, que no lo voy a hacer, - recalco - y ella se queda embarazada, esa criatura también va a ser mi hijo, o mi hija. Y no pienso quedarme al margen de eso, ni tú ni ella vais a conseguir que lo esté. ¿Y cómo vamos a cocinar eso, Theron? ¿Tú te das cuenta de lo que me pides?

- Se puede hacer. Ella estará de acuerdo, maldita sea, ¿el problema es que no quieres follártela? Debe ser la única hembra a la que no quieres follarte, Ahti.
- Es tu novia. Es suficiente para mí. Además, no es mi tipo.
- ¿Me niegas la posibilidad de tener un hijo porque Eli no es tu tipo? - replica, agitado. Tiene los dientes apretados y escupe su veneno entre ellos, su mirada se prende, furiosa - Vamos, no me jodas. ¡Debe haber un ejército de bastardos en Azeroth nacidos de tu polla y ahora no quieres darme uno a MI!

Ahora sí me ha tocado los cojones. Me arde la sangre en las venas. No quería llegar a esto, pero si vamos a hablar claro, hablaremos claro. Me arranco la pipa de los dientes y le señalo con el dedo, me he crispado y tengo la inquina a flor de piel.

- Escucha chaval, todo esto es cosa tuya. Tu idea es descabellada. Tú maldijiste a Eliannor y la volviste estéril, tú labraste tu destino. Ahora quieres que yo me revuelque con tu chica para saltarte esos pormenores porque se te ha despertado el instinto paternal. Pues no lo voy a hacer. Los actos tienen consecuencias. Sembraste, pues recoge. Apechuga con lo que has hecho de ella y de tí y no me vengas con historias, porque yo no estoy aquí para salvarte de TUS decisiones. Si ahora te arrepientes, haberlo pensado mejor antes de hacer lo que hiciste.

Y así se prende una mecha. Theron me escupe a la cara, sus rasgos se tuercen en una mueca iracunda.

- Eres un hijo de puta.

Veo venir su mano hacia mí, los dedos crispados y las uñas puntiagudas directas hacia mi rostro. Detengo el brazo con el mío y le suelto un revés con el dorso de la mano.

- ¿No te gusta oir la verdad? - resuello, no por el esfuerzo físico, sino por la tensión que me supone contener la llamarada virulenta en mi interior - Pues esa es la verdad. ¡Piensa con la cabeza, joder!
- ¡Yo lo haría por ti! - me espeta de nuevo, en un susurro infecto y herido - ¡Lo haría por ti sin pensarlo, desgraciado!
- No lo harías. Porque yo nunca te lo pediría.

Me limpio el salivajo con la mano y me doy un lametón en los dedos. La saliva de Theron es tan amarga como sus sentimientos ahora mismo. Ya no me ataca, pero permanece crispado y con la cabeza algo gacha, tenso y violento. Yo aún tengo ganas de darle una paliza. ¿Cómo puede ser tan gilipollas a veces? Por más que lo pienso, no entra en mis esquemas. Ni su idea absurda ni su reacción desmedida. ¿Quieres ser padre? Haberlo pensado antes. Luz sagrada, qué impulsos de golpearle. Me contengo con una capa de hielo y otra de cemento, y atajo la cuestión con frialdad.

- Dejemos esto. Hay trabajo que hacer, no voy a perder el tiempo peleándome contigo por algo así. No quiero volver a oír hablar del tema.

El revuelo de la toga suena a banderas agitadas con violencia, a ejércitos en retirada. Cuando cruza a mi lado, ni siquiera me mira. Salta sobre su dracoleón y sujeta las riendas con fuerza.

Que te jodan. No te necesito para nada.
Ojalá fuera así.
Que te jodan, Ahti. Eres un cabrón, y lo sabes.

Emprende el vuelo sin mirar atrás. Cuando pasan estas cosas, casi puedo escuchar el estruendo. Ambos nos enconamos, él se cierra y yo también. Nos recluímos, cada uno a nuestro lado, y me parece oír el ruido de portones de metal chocando sus batientes, cerrojos escurriéndose en los goznes y puentes levadizos que se recogen.

- Tiene cojones - escupo, saltando sobre Fantomas. Mi draco vuela en dirección a la batalla, no voy a dedicarle un solo pensamiento más a esto. Ni uno solo.

Él lo sabe y yo lo sé. Ambos sabemos que a veces, muchas veces, yo desearía que sus palabras fueran ciertas y no nos necesitáramos para nada. Él sabe, y yo lo sé, que a veces todo esto me supera. Yo no lo busqué, yo no lo quise así.

Y en momentos como este, me gustaría cerrar los ojos o mirar a otra parte, dejar de sentirle al otro lado y, en resumen, que se fuera un poquito a la mierda.