miércoles, 14 de octubre de 2009

LIX - Redención

Rémol - Otoño

- Quiere hablar contigo.

Drakoon está en la puerta de la habitación. Observo el exterior a través de los cristales de la ventana, estoy de espaldas a ella cuando su voz suave me alcanza. Afuera está despejado, hoy no llueve. Las luces de la tarde se muestran con mayor claridad, y medito bien la respuesta antes de darla.

No quiero más dolor. No es que no pueda aguantarlo, sé que no voy a venirme abajo si no lo he hecho ya, y lo sé porque el día que eso suceda, todo habrá terminado. Simplemente, no deseo más tragos amargos y fríos, no quiero más dolor.

Y quizá quiera romper el vínculo definitivamente, aunque eso nos destruya, en caso de que podamos acabar con él. ¿Como terminas con algo que tú no has creado, que existe sin que lo hayas decidido, que ha estado quizá siempre ahí desde antes de que pisáramos nuestros mundos? ¿Como acabar con un dogma, con una realidad tan real que existe incluso si no crees en ella? Es algo indiscutible. A pesar de todo lo que pudiera suceder, eso siempre prevalecerá, y no importa lo seguro que pueda estar de que soy capaz de fulminarlo sólo con mi voluntad. Mi voluntad es fuerte, pero lo que nos une va más allá de la voluntad de nadie... de cualquiera. Lo intuyo con una certeza tan violenta como la tristeza que se agita dentro de mí.

No importa. Tomo aire y asiento.

- Bien. Dile que escucharé lo que tenga que decir.

Pasos a mi espalda y el chirrido de la puerta. La presencia de Theron es un silencio tenue, una emanación oscura de sombra extraña, melancólica y débil. Es una luna nueva a mi espalda cuyo magnetismo me impele a darme la vuelta y mirarle, volcar mis ojos sobre él y abrir los brazos instintivamente a las espinas y los pétalos, pero me impongo a eso y me mantengo donde estoy, quieto.
Las botas de tela rozan el suelo de madera un par de veces y luego escucho un susurro sutil, lejano. Una voz desnuda y real, que desgrana sus palabras una a una, preñadas de un significado profundo y consistente.

- No quiero ser un esclavo. No quiero volver a fallarte nunca. No quiero volver a decepcionarte.
- No es a mi a quien decepcionas. Es a ti mismo - replico, deslizando los dedos sobre el cristal. - Mi herida solo es el reflejo de la tuya.
- No quiero odiarme, Ahti. Saber que en cualquier momento puedo volver a perder el control, hacer daño a los que quieres, a los que quiero, a lo que más quiero, es una condena inevitable. La adicción son mis cadenas.
- Lucha contra ellas. Nada es inevitable... y si lo es, al menos sabrás que tuviste agallas para intentarlo hasta el final - Aprieto los dedos contra el cristal. No puedo evitar que en mi lengua todas las frases suenen amargas.
- No sé si podré... pero sé que no puedo solo. No me abandones. Perdóname, o castígame, pero no me abandones.
- No seguiré caminando contigo si no aprendemos de cada caída.

Algo se mueve detrás mía y me giro a medias. Parpadeo, sin comprender lo que sucede. Theron está de rodillas y se desabrocha la toga, mirando al suelo, el rostro sereno, firme y teñido con el abandono y la entrega de los mártires.

- Enséñame - susurra trémulo, escurriendo la tela hasta la cintura - Ayúdame.

Los ojos verdes se levantan y me observan. El torso de Theron es un mapa de runas y escarificaciones rituales, algunas palpitan con tonalidades glaucas, apagadas, y las correas del arnés que ahora se desata constriñen las alas emplumadas a su espalda, apenas recién nacidas. El cabello oscuro se derrama sobre sus hombros como serpientes oscuras, y los cuernos destellan con la luz del atardecer. No es ese el rostro de un brujo, tampoco de un elfo vil. Son los ojos que me siguen cada vez que me muevo, la mirada que me arropa, despierto o dormido, aunque me empeñe en no necesitarla, lo que siempre está presente al otro lado.

Extiende las alas y las muestra, mirando fijamente la espada que llevo al cinto. La Canción de Mirah destella, envuelta en el resplandor del hechizo de los puros que imbuye su afilada hoja.

- Ponte de pie. Esto no es necesario.
- Lo es. Es lo que quiero. Por favor.
- Basta, no es necesario.
- Libérame - está decidido, y aprieto los dientes con cierta tensión. - Ayúdame.

Suspiro, acercándome al cuerpo arrodillado que aguarda su redención, y desenvaino el acero, deslizando la otra mano sobre una de las alas. El plumaje es una caricia suave entre los dedos, habrían sido hermosas si no fueran producto de lo que son, nacidas del abandono y los grilletes de un ser demasiado desesperado para ser dueño de sus propias cadenas, asustado quizá por la responsabilidad de su propia condena.

La hoja desciende y escucho el chasquido de las fibras al romperse, el borboteo de la sangre verdeante que se derrama sobre el suelo con un sonido húmedo. Theron se tensa y arquea la espalda, clavando las uñas al suelo y ahogando un gemido.

Nunca más. Cometerás errores caminando tus pasos, nunca más arrastrado por las sogas que asfixian y ahogan la verdad. Cometerás errores y dolerá, pero siempre serán nuestros, solo nuestros. Nunca más lo inevitable si puede evitarse, nunca más la derrota por no luchar una batalla. Nunca más.

- Vivir... es sufrir...

El murmullo se enreda entre los chasquidos de la carne al desgarrarse, las plumas oscuras teñidas de sangre revolotean al desprenderse con cada firme movimiento de la Canción de Mirah, que silba en el aire mientras la empuño con las dos manos, brillando intensamente y susurrando melodías imposibles de metal delicado y cortante musicalidad. El rezo del Ansereg se desgrana una vez más en mis oídos, mientras ejecuto mi labor sin arredro, sesgando las alas del brujo con los dientes apretados.

- No es sólo sufrir - espeto. - Y una mierda.
- El sufrimiento pasa...
- Sus frutos permanecen
- el espíritu... se fortalece
- La voluntad prevalece
- Para el débil... no hay vida - repite, entre dientes. Conozco el rezo. Sé que está incompleto... sé que eso no es todo, y sé cuales son las palabras que le dan el sentido de la plenitud, dejo que fluyan mientras la mancha oscura se hace más densa a nuestros pies y una de las alas cae al fin, como un almohadón roto y desgajado.
- Para el fuerte, no hay muerte.

La mirada de Theron está perdida más allá de la habitación, mas allá de todo. Cada corte le hace contraerse, tiembla a causa del dolor y se estremece cuando la Luz chispea entre mis dedos y lame la espalda ensangrentada, cubierta de sudor, cerrando la herida mientras abro la nueva.

- Sufrir... no es nada.

Cae con un chasquido la segunda ala emplumada, la Luz se desata y cubre el cuerpo trémulo, cerrando cada herida.

- Vivir es todo - me oigo decir, desatando las bendiciones sobre él y dejando caer el arma a mis pies, que termina su canción finalmente.

Siento fluctuar la luz y la sombra a nuestro alrededor, enredándose como nunca antes había percibido, bailando en conjunción en la catarsis del dolor y el éxtasis de la libertad. Aunque me tiemblan las manos, levanto el cuerpo tambaleante de Theron, limpiándole el sudor con las manos desnudas, dejando que la energía sagrada cauterice las heridas, ordenándole los cabellos.

- Gracias

Su voz es real. Es pura y está bien, es correcta, cuando susurra en mi oído y se aferra a la pechera de mi camisa manchada con su sangre, mientras le llevo hacia una de las camas, ayudándole a tumbarse boca abajo. No aparta sus ojos de los míos, los míos están prendidos en su mirada, y nada más tiene cabida más allá de eso.

- Administraremos las dosis. Tendrás el control. Y no voy a dejar que lo pierdas. No te permitiré encadenarte nunca más, Theron Solámbar.
- No lo perderé. No voy a fallarme más.

Me aparto de él sin saber cuanto tiempo llevamos mirándonos, fluctuando en torno al otro como satélites hipnotizados por una gravedad misteriosa e imperante, y recojo las alas, aún resollando por el esfuerzo de la labor macabra y, pese a todo, correcta, que he llevado a cabo. Al invocar la consagración, las plumas revolotean en un estallido y todo se deshace en volutas purpúreas bajo una tempestad de dorado resplandor. Recojo una en el aire y me la guardo en la bolsa. Un recuerdo de la redención. Un recuerdo de la libertad.

No eres el esclavo de nadie, ni siquiera de ti mismo.

Al otro lado del vínculo, una vibración intensa sintoniza y se adhiere con fuerza renovada, fortificándose y perdiendo la solidez, fluctuando con la ligereza de las mareas. Me llena de alivio. Sé que el agua es irrompible, que nada quebranta las olas ni rompe el aire, que lo maleable es más resistente y que la hierba nunca se parte, por violentos que sean los vientos que azoten. Cuando cierro la puerta a mi espalda, me apoyo un instante el la hoja de madera, con el olor de la sangre aún latiendo en mis sienes.

No es un acto de perdón. Es un acto de justicia. Orden. Retribución. Liberación.

LVIII - Expulsión

Claros de Tirisfal - Otoño

- Rubia, de ojos verdes. Una elfa, sí.

Intento hablar con el mortacechador, hacerle comprender una mierda, pero el tipo solo se encoge de hombros y hace un gesto de desdén. Me cago en los dioses, ¿es que nadie sabe nada?

- Muchas elfas desaparecen. Pregunta en otra parte.

Resoplo, hago acopio de toda mi cortesía y le doy las gracias antes de apoyarme en el muro del Concejo, meneando la cabeza. Hace ya cinco días que Hibrys no da señales de vida. Es cierto que suele desaparecer de cuando en cuando, y puede que yo no haya sido el mejor amigo, ni el mejor hermano, pero ella jamás nos habría abandonado sin decir nada. Observo el cielo cuando la lechuza sobrevuela el firmamento y vuelve a mí.

Danua me mira con sus enormes ojos redondos, dorados, y se posa sobre mi brazo, moviendo la cabeza emplumada hacia los lados. El mensaje que le he enviado a la bruja sigue en su pata, y tengo la certeza de que no la ha encontrado. Hibrys puede ser una zorra, un ser amoral y poco agradable, pero jamás desoye mis llamadas ni mis mensajes. Su lealtad está por encima de todo. Empiezo a preocuparme seriamente... y la preocupación me hace valorar a mi hermana bastarda con otros ojos, darme cuenta de lo necesario que su bienestar se ha vuelto para mi tranquilidad y de la inquietud que me provoca esta ausencia.

- Joder... - escupo a un lado y suelto un par de maldiciones, arrojando un golpe de luz a una rata que corretea cerca para alimentar a mi leal mensajera, que la recoge en el pico y se eleva hasta el tejado de la taberna.

No hay manera de dar con ella
Quizá... puede que esté en Sombraluna... igual anda por allí
¿La has ido a buscar?
................ no. Ya sabes cómo es. Discutimos a veces


Arqueo la ceja. El vínculo oscila con inseguridad, transmitiéndome sensaciones oscuras, suspicaces, ese leve amargor que reconozco cuando algo no va nada bien. Quizá Theron está más afectado por la desaparición de su amante de lo que quiere admitir, es posible que esté sufriendo y quiera ocultarlo a toda costa. No importa, me encamino hacia la taberna y asciendo las escaleras, dispuesto a darle apoyo y dármelo también a mi.

Me detengo en el rellano al escuchar la voz de Drakoon, con la mano sobre la barandilla. Sus palabras me llegan lejanas, veladas por la distancia, pero han debido dejar la puerta abierta.

- ¿Qué es lo que pasó, Theron? Tienes que hacer un esfuerzo por recordarlo.
- No lo sé... joder, NO LO SE. Todo esta... muy difuso en mi memoria.

Arqueo la ceja. ¿De qué están hablando? Su tono suena preocupado.
Ya sabes de qué están hablando
No. No lo sé.
¿Entonces por qué sigo subiendo con cuidado y me quedo escuchándoles? Tienes la sospecha.


- Ya lo tengo - dice Drakoon - Vamos al lugar donde estuvisteis juntos por última vez. Así puede que recuerdes lo sucedido, poco a poco... paso a paso.
- Yo... no creo que sea buena idea.

No está bien espiar a los amigos. Me siento como un cabrón cuando me deslizo hacia abajo y oculto mi posición al otro lado del vínculo, aunque la atención de Theron no está fija en mí ahora mismo. No está bien lo que estoy haciendo, lo sé, mientras rodeo la taberna y aguardo a escuchar el relincho de Desidia y el galope de los dos corceles. No debería inmiscuirme en lo que sea que le está preocupando tan intensamente como para ocultármelo, pues si lo hace es porque no quiere herirme con su dolor, así suele ser, ¿verdad? Respetar su intimidad es algo que siempre me he tomado en serio... pero por algún motivo hoy no puedo. Una serpiente me muerde en el estómago. Dioses, estoy traicionando su confianza, pero sólo quiero quedarme más tranquilo, porque se ha marchado con Drakoon sin decirme nada... y algo va mal, muy mal.

Aguardo un tiempo, dándome excusas, hasta que monto y rastreo su ubicación con cuidado para no ser descubierto. Atravieso los claros de Tirisfal a pie, silencioso. Han ascendido hacia un claro, cerca de Camposanto. Hay algunos árboles, y me oculto detrás de uno de ellos, tratando de no ser descubierto. ¿Por qué me estoy escondiendo? Joder... las voces me llegan, veladas.

- Estábamos... estábamos aquí - Theron habla con un leve temblor en la voz. - Ella... no recuerdo bien. Peleábamos o... nos estábamos besando, no estoy seguro. No lo sé.
- Tranquilo... ¿qué sucedió?

Parpadeo. No puede ser.

- Le... creo que le rompí la toga. No lo recuerdo, ¿vale? Estaba muy... había perdido el control.
- No te preocupes, piensa con calma - La voz de Drakoon es suave, compasiva.
- Había... había sangre... creo que la herí

Aprieto los puños, con la espalda pegada al árbol. No puede ser. No puede ser verdad. El mordisco frío de la traición vuelve a desgarrarme por dentro con un dolor nuevo, más intenso, abriéndome en canal una vez más. No aprendes, Ahti... no aprendes. Tu solo has metido la serpiente en tu casa, has dejado que campe a sus anchas en tu fortaleza, que abra sus fauces sobre aquello que te importa y lo desgarre. Respiro con cuidado, sin hacer ruido, poniendo en orden mis pensamientos.

- ¿La has matado, Theron? - Drakoon está tranquila. Una madre, parece una madre. No hay acusación alguna en sus palabras.
- No... no lo sé. No lo recuerdo. Creo que huyó... la golpeé con sombra y fuego, no sabía lo que hacía. Sentía su miedo en el paladar... dioses...
- Tranquilo, todo se arreglará.

El vínculo está cerrado al otro lado. Me mantiene ajeno a esto, me lo oculta concienzudamente, intencionadamente. Y ese es el puñal que se retuerce en mi interior, entrando y saliendo una y otra vez, destrozándome la carne, el alma y el corazón, y no hay luz en mí capaz de sosegar esta rabia, el dolor intenso que crece dentro de mí. El viento agita las ramas sobre mi cabeza, me trae las palabras de la conversación que me escupe su verdad a la cara.

- Sus heridas... yo no quería, no quería hacerlo.
- Lo sé, Theron, no pienses en eso ahora. ¿Crees que se fue por aquí?
- Es... es posible.

Me doy la vuelta, saliendo de mi escondite, con los dientes apretados y la ira hirviendo en mi sangre, mordiente e intensa. Sus respiraciones se detienen cuando les observo, sorprendidos como dos niños jugando con las joyas de mamá, haciendo un castillo de polvo arcano con los experimentos de papá. Drakoon ahoga un gemido y abre los ojos y la boca, dando un paso para interponerse entre mi cuerpo y el brujo... el brujo pálido, con el pánico en su mirada.

Me llega su miedo. Su culpa. Los huelo en el aire agitado cuando cruzo los brazos.

- Ahti... no es lo que crees - dice Drakoon, precipitadamente.
- Habéis salido a jugar lejos... ¿por qué?
- Guarda el arma, Ahti

Theron no habla. Sólo me mira, y sé que lo está viendo, que le golpea mi odio, mi decepción y la sangre desbordada que cae sobre su rostro desde la herida que ha abierto. Tengo la espada en la mano, y soy consciente de cuánto quiero devolverle esto, otorgarle su retribución... hijo de puta, cabrón, cómo has podido... confiaba en ti y has escupido sobre mi confianza.

Sé cuánto le hiere solo mi mirada, pero no es bastante. Le destrozaría con los dientes.

- Drakoon, esto no es asunto tuyo. Lárgate. - Mi voz es grave, lenta, calmada y venenosa. Es la voz del rencor.
- ¡No! - abre los brazos delante del brujo. - No voy a dejar que cometas una locura.

Otra vez muerde. Otra vez duele. Creen que voy a matarle, los dos lo creen.

- No seas estúpida. Yo no soy como él, yo tengo el suficiente control sobre mi vida como para no atacar a los que quiero... no traicionar a los que me quieren. Yo no soy como él. No soy su enemigo, su enemigo lo ve cada mañana en el espejo.
- Por favor... - El brujo aprieta los puños, su mandíbula tiembla.

El brujo. Dioses... mi brujo, ¿qué te has hecho? ¿Qué nos has hecho, por qué, por qué? ¿Es que no ves dónde lleva el camino que caminas, es esto lo que quieres? Drakoon replica algunas cosas más, y solo cuando guardo el arma y la aparto a un lado se le caen dos gruesas lágrimas.

- ¡No le hagas daño, no le hagas daño! - exclama, mirándome.

De nuevo muerde, de nuevo duele. ¿Soy yo quien ataca, acaso? No es mi espada la que golpea, ni mi luz es maldición, solo hiere a los corruptos. La compasión tiene un límite y la piedad una frontera, la comprensión termina donde el buitre la aprovecha y desatiende su responsabilidad para consigo. Y Theron no me da ninguna pena. YO me doy pena, YO, que de nuevo estoy zozobrando en el engaño, la deslealtad y la insidia.

- ¿Dónde está mi hermana, Theron?

Respira agitadamente, sus ojos se empañan con la congoja y el horror y aprieta los dientes, bajando la cabeza. Su voz es un hilo débil, se enfrenta a mí como un condenado a un juicio.

- No lo sé.
- ¿Has matado a mi hermana, Theron?
- No lo sé.
- ¿Por qué le hiciste daño?
- Estaba fuera de mí... el vil... perdí el control - baja aún más la voz.
- Llevo una semana buscando a Hibrys. Llevas una semana mintiéndome. Y te encuentro aquí, con Drakoon... diciéndole lo que a mí no me dices. ¿Por qué?

Silencio. Recuerdo cuántas veces le he llevado sobre mi caballo, inconsciente, cuantas veces he secado el sudor de su ansiedad con mis manos, he acercado a sus labios los viales cuando su debilidad no se lo permitía. Recuerdo cuántas veces yo mismo he recogido sangre de demonio en diminutas ampollas, cerrándolas con corchos aunque mis manos ardieran al contacto, para garantizar su supervivencia. Recuerdo cuántas veces he contemplado de lejos los efectos de su adicción, he detenido su mano, cuantas veces... dioses. No ha dado la talla. Es un adicto. Es un peligro para sí mismo, para mí y para los demás. Y no puedo hacer nada... esto volverá a suceder.

Tenía miedo. 

No puedo más. No lo aguanto, no puedo soportarlo. Es casi peor esto que lo que haya hecho, es mucho peor. Me tiene miedo. Tiene miedo de mi. Todas sus cadenas me pesan repentinamente, y me estoy ahogando con un licor que no pienso beber.

- No quiero volver a verte - replico, con la frialdad de la resignación, del abandono, de la pérdida, mientras me doy la vuelta para no ver su cara -  No quiero volver a oírte. No quiero volver a hablarte. No te cruces nunca más en mi camino, Theron Solámbar... desaparece de mi vida para siempre. Si vuelvo a verte alguna vez, te mataré.
- Lo siento... - un susurro, un gemido quedo, suplicante y sufriente - lo siento...
- Si Hibrys no aparece en tres semanas, huye. Refúgiate allí donde no pueda encontrarte y púdrete en la cárcel que elijas como el preso que eres. En lo que a mi respecta, no existes.

Camino sin mirar atrás, alejándome de aquél por quien habría devorado todos los mundos, a quien había entregado mi luz y mi tormenta, mi confianza y devoción mas allá de lo racional.

Intento tirar del vínculo, arrancarlo, dejarlo reducido a la nada, pero no me atrevo. No puedo. Soy incapaz de cerrar todas las puertas y perder toda esperanza, porque en el fondo la tengo. Porque no soportaría una ausencia total a pesar de todo. No puedo desatarme de lo que yo mismo soy, por mucho que ahora lo desprecie, y sé que estoy condenado a vivir con esto,  aunque ahora cierre todo contacto, apague toda voz y sensación.

Las puertas de la fortaleza se abren. Un niño sale, llorando bajo el viento intempestivo, caminando a trompicones con la vista vuelta hacia atrás. Las lágrimas ahogan sus gritos, los gemidos desesperados, y cuando el batiente se cierra a su espalda, sollozando cruza el puente hasta el otro lado. Solo hay oscuridad y noche helada fuera de estos muros.

Dentro, no es muy diferente.

LVII - Pesares

Capilla de la Esperanza de la Luz - Otoño

Agito la cabeza, intentando deshacerme de los jirones de la voz insidiosa mientras desmontamos. Miro hacia atrás, observando los rostros de los demás con cierta culpabilidad; Hibrys está pálida como la muerte y no se aparta del brujo, Oladian no esconde su semblante torturado y Drakoon se muestra entera. Seguramente ella sea la más fuerte de los cinco, pese a su continuo sentimiento de inferioridad que la hace esforzarse más de lo debido, más de lo requerido, para demostrar algo que no es necesario. Sus murmullos cansados y graves me traen sus miedos cuando el viento les agita el cabello, rebuscan las vendas y se encaminan hacia los médicos del Alba Argenta.

El miedo a la vida, el miedo a la muerte, el miedo a la verdad, el miedo a tu verdad. El miedo a no ser suficiente, a la soledad. Un reino de fantasmas ante tus ojos. Están cansados de la realidad.


Aparto la canción de un empujón y camino hacia el interior de la capilla. La arenisca cruje bajo mis pies, y el brujo se queda en la puerta cuando entro al edificio, sus ojos verdes, intensos, reposan sobre mi espalda mientras avanzo por la nave de piedra con las armas casi a rastras y el cabello revuelto. De nuevo Stratholme nos ha golpeado con el peso de su maldición, y ya no son los necrófagos ni los muertos alzados quienes despiertan nuestra inquietud.

Llamo a la puerta de madera y Maxwell Tyrosus me recibe con una leve inclinación de cabeza, a la que respondo con el antiguo saludo grabado en mi instinto ya.

- Lord Maxwell.
- La Luz te guarde, Albagrana - un tono grave en su voz, una mirada intensa. - ¿De nuevo en la brecha?
- Como siempre, Milord.

Mantiene las manos extendidas sobre el escritorio desvencijado, Leonid Bartholomew, con las mejillas descarnadas y la mirada apagada, se encorva junto a él, silencioso y taciturno. Han encendido las velas aunque es por la mañana. Aquí nunca hay luz suficiente, a pesar de que ahora puedo sentir las armonías bajo mis pies, los envolventes tonos palpitantes que brotan desde las profundidades de la cripta. Venganza, cantan. No habrá final hasta el final, parecen corear. Almas enardecidas de caídos en combate que se niegan a abandonarlo, que resisten envueltos por dorado fulgor, dispuestos a prestar su fuerza cuando sea necesario para exterminar el mal que les hizo caer. Los muertos del amanecer de plata.

- Supongo que quieres respuestas a tu petición - me dice el comandante de las fuerzas del Alba. Asiento con la cabeza, serio y sereno. - ¿Tienes ese ejército?
- Casi listo, milord. Quisiera contar con diez o doce brazos más.
- Tendrás nuestro apoyo.
- Necesito más soldados, milord.

Nos miramos un instante y suspira, arqueando la ceja y tamborileando con la mano sobre los papeles extendidos ante sí.

- No puedo prescindir de un solo soldado, Albagrana. A menos que acepten ir contigo voluntariamente.
- Ya sé como funciona esto, milord. Pero no puedo pedir eso a los hombres del Alba, dadas las circunstancias.

Las circunstancias son que, para aquellos que no me conocen, sólo soy un soldado que encabeza una orden militar y ha realizado más asaltos a la ciudad en llamas que cualquiera de ellos en tres años, sin embargo, no soy un Argenta. Y para aquellos que sí me conocen o me han reconocido, soy un Argenta y soy un traidor, el responsable de la muerte de una división. Puede que de dos.

- Y como tú no puedes pedírselo, pretendes que lo haga yo... - chasquea la lengua, meneando la cabeza, y suspira. - estás exprimiendo demasiado esta fruta.
- Señor, mis fines son JUSTOS - reclamo, acercándome un paso. Me hierve la sangre en las venas. - no quiero otra cosa que lo que todos queremos, vos sabéis que he cumplido. He cumplido más que de sobra.
- Has hecho una gran labor que no nos pasa desapercibida - replica secamente, irguiéndose - pero sigues pidiéndome imposibles. No puedo borrar lo que sucedió en el pasado y fingir que eres un soldado más. No puedo hacer eso cuando siempre te rodea la muerte y la pérdida de hombres y mujeres válidos. No puedo darte soldados.

Parpadeo, con una palpitación violenta en el corazón, y doy un paso atrás.

- Le dije que no fuera. - Aprieto los dientes. No me gusta el cariz que está tomando la conversación, mi tono se vuelve hostil. - La última derrota en Naxxramas no es responsabilidad mía.
- No es tu responsabilidad. Pero dime que no tiene nada que ver contigo, Albagrana, y te daré diez soldados.

Me observa. Su rostro es severo pero hay un fondo de melancolía en su mirada cuando se pasa la mano por el cabello y tiende una mano en actitud conciliadora. Sin embargo, no doy un solo paso adelante. Tengo la mandíbula tensa y me arden los ojos. Me siento de nuevo acusado, juzgado, y no me gusta.

- Lamento tu pérdida, soldado - replica suavemente. - Pero no puedes apresurar tus pasos por causa de esa pérdida. Ten paciencia, no te dejes arrastrar por la ira y vigila bien tu camino.
- Quiero mi tabardo, Señor. - parpadeo, algo me ahoga. Ya no sé muy bien lo que digo, pero siento la necesidad de reclamar lo que es mío. - quiero mi tabardo, mi insignia y que se me escuche. Quiero que la verdad resplandezca y paz para los caídos.
- Creía que habías venido a combatir la Plaga, no a remover viejas heridas.
- Viejas o nuevas, no están cerradas. No lo estarán hasta que todo se ponga en orden, Señor. Necesito esos hombres.
- Búscalos entonces... - se lo piensa largamente - y habla con Eligor Dawnbringer. Quizá pueda ayudarte. Le transmitiré tu petición.

Saludo y salgo a largas zancadas, dando vueltas al anillo de plata en mi dedo. La plata del Alba Argenta es pura y eterna... "Joder, Ivaine... estúpida. No debiste morir. Eras todo lo que me quedaba". Los ojos del brujo me aguardan en la puerta de la capilla. "Casi todo".

- ¿Ha ido bien?
- Hay que encontrar esos diez soldados como sea. Avisaré a Rashe.
- ¿Te escuchará?

Hibrys se reúne con nosotros en la puerta, los enormes ojos abiertos y cierta expresión de no enterarse muy bien de nada.

- No lo sé. Regresemos.

Durante el viaje en murciélago hasta Entrañas, repaso los nombres en mi mente, preguntándome a quién mas puedo enredar en mi madeja. Estoy cansado de este juego, sólo quiero terminar... terminar de una vez. Entrar a matar o a morir.

En Rémol, Theron se despide y se va con Hibrys hacia el bosque. Ella le agarra del brazo, con el cabello rubio suelto a la espalda y andares de súcubo. "Mi hermana", me recuerdo a mí mismo con cierta angustia, "hija de mi padre". El brujo, encorvado hacia adelante, aún siente ese dolor en la espalda que me llega con un regusto amargo y suspicaz, porque a mi brujo, que es un elfo vil, le están saliendo alas... alas grises y oscuras de plumón suave.

- Esto no está bien - me digo a mí mismo. Drakoon se me queda mirando y me coge la mano con cierta precaución, mirándome de reojo.
- Ven conmigo.

La mano áspera me guía hacia la taberna, escaleras arriba, tirando de mí con tibia insistencia, y la joven paladina intenta recordarme cómo se olvida, se esfuerza en arrastrarme fuera de mis preocupaciones durante algunos momentos en los que, con una sensación de pesar, aguardo como el náufrago asido a la roca cuando sube la marea.