miércoles, 23 de septiembre de 2009

XXIV - La Guardia

Andorhal - Tierras de la Peste del Oeste

Querido Mendrugo: ¿Como sigue la campaña contra la Plaga? Aquí hay trabajo, los arúspices nos han mandado algunos encargos delicados. Te echo de menos. ¿Cuando podremos pasar algún tiempo juntos?

Rashe

Me duelen las muñecas. Ya ni siquiera sé que hora es, ni cuanto tiempo llevamos peleando. El sacerdote jadea detrás de mi, soltando improperios de vez en cuando mientras me sana. La plaza está atestada de no muertos, algunos parecen aguardar en las ruinas de las casas, como ancianos sentados en el porche. Otros deambulan por las calles. Un grupo de esqueletos resucitados se acerca a nuestra posición, pegados a las colinas.

- ¿Y los demás? ¿Cuando vienen?

- No van a venir. - Respondo, mecánicamente. Empuño el hacha, abriendo y cerrando los dedos, respirando entre los dientes. Les miro con los ojos entrecerrados. Son cinco. Arderán.

- ¿Qué? ¿Que no van a...? ¡Condenación!

- Jhack

- ¿Qué?

- Cállate.

"Golpea en la columna vertebral, desmóntales." Bien. Giro a la derecha, haciendo un barrido, dos cráneos salen volando. Consagración. Bien. Sentenciar el sello. Un par de murmullos con las palabras adecuadas y han caído. La luz fluctúa a nuestro alrededor, las bendiciones del sacerdote y las mías propias me hacen hervir la sangre, la siento chispear en las venas.

No pasa mucho tiempo hasta que los atacantes solo son montones de huesos inanimados, hachas oxidadas en el suelo, un yelmo robado que yace hendido sobre el polvo. El olor de la muerte es una constante, y cuando miro hacia adelante y avanzamos hacia la plaza central, me golpea con el sabor sutil de algo cotidiano y redescubierto.

¿Cuando me acostumbré a este aroma? ¿En qué momento se convirtió esto que hago en una vocación, en una profesión, en un objetivo? ¿Cuando abandoné el abrazo cálido de las sábanas de seda y el dulce murmullo de las hojas en el bosque para entregarme al sueño inquieto en esteras de esparto, al beso mordiente de las armaduras pesadas, a la caricia de un puñal bajo la almohada, siempre presto? No fue hace tanto tiempo. Sin embargo, ni siquiera lo recuerdo.

- ¿Estamos solos, Ahti?

La voz de Jhack es un susurro inquieto mientras bordeamos las colinas. No quiero responderle. Es demasiado evidente que sí.

- Deodara quizá aparezca. Link también lo hará, si ella viene. Hibrys lo intentará.

- ¿Y los demás?

- No van a venir, Jhack. - me detengo un instante para mirarle. No está asustado. Está disgustado, y se siente un gilipollas. - ¿Cuento contigo?

El viento sopla, trayendo los gruñidos gorgoteantes de los necrófagos, agitando la toga del sanador, que vuelve la vista hacia otra parte y se limita a asentir con la cabeza, suspirando. Arqueo la ceja. El silencio solo está roto por el esporádico crujir de los huesos y los chasquidos de las ruinas que se tambalean imperceptiblemente con el azote de la brisa intensa.

- Jhack, no tienes que quedarte si no quieres. Vete. No quieres estar aquí.

- ¿Es que no lo comprendes? - grita. Su voz se eleva demasiado. ¿Exasperación? - Esta guerra es TU guerra. Solo tú quieres combatirla. A nosotros... a nosotros no da igual este lugar que cualquier otro mientras estemos juntos. Y de una manera o de otra, nunca lo estamos.

Hace una pausa, y no me cuesta distinguir en su mirada que está enfadado. Enfadado y un poco triste. Lo comprendo, pero no es suficiente.

- ¿Entonces que haces aquí, Jhack? ¿Por qué seguís a mi lado, si no deseáis esto?

- ¿Que qué hago aquí? No voy a dejarte solo, Ahti.

Arrugo el entrecejo y meneo la cabeza, chasqueando la lengua.

- No se trata de eso.

- Si, Ahti. Se trata solo de eso. Se trata, únicamente, de lealtad.

Necesito un instante para digerir esas palabras, y finalmente asiento. El resto del camino es pesado, parece cuesta arriba. El arma se desliza de mi mano constantemente, me cuesta asir la empuñadura. Quizá estoy algo decepcionado.

No es que desprecie la lealtad. Todo lo contrario, la aprecio y trato de corresponderles desde el fondo de mi alma. Pero no quiero gente leal a mí, no quiero gente deslumbrada por el carisma de un líder que sólo da un paso al frente porque nadie más parece querer asumir la responsabilidad de hacerlo. Yo quiero gente leal a una idea. A una esperanza. Gente leal a sí misma con un fin en común...

Llegamos a la plaza. Cuando me arrojo sobre el grupo, ingente grupo, de muertos vivientes, y el lich vuelve sus ojos hacia mí, estoy tranquilo. Sé que el sacerdote cuida de mí, que estará detrás de mis pasos y no permitirá que caiga.

Sé que es leal. Tengo que conformarme con eso.