domingo, 29 de noviembre de 2009

LXIX - Interludio: Aquello de lo que no hablamos

Rémol

Lemgedith me tiende los caramelos con esa sonrisa fría y extraña, falsa, achispada por un brillo curioso. Detrás suya, Erithelain, el sacerdote, me mira con una expresión mucho más reconocible. El resplandor centelleante de los celos y la frustración.

- ¿Y ésto? - pregunto, cogiendo los dulces y arqueando la ceja con cierta altanería.

Estamos sentados en la taberna, con los pies estirados sobre la alfombra, bebiendo bourbon y hablando de nuestras cosas. El Arconte ha entrado seguido de su perrito faldero, ese sacerdote afeminado y lánguido que, según lo que he podido descubrir, bebe los vientos por él. No sé si ha conseguido ya llevárselo al huerto, y no es que me importe, pero sé que al meapilas le molesta que su muerto me sonría y me ofrezca tributos de chucherías. Lo disfruto maliciosamente, mirando al joven renegado con semblante de rey satisfecho con sus vasallos.

- Vos disfrutáis aun de los placeres de la vida, pensé que os gustaría.

Qué galante, ¿verdad?
Oh si. Consideraré estos caramelos como un sacrificio digno.


Desenvuelvo una chocolatina, asintiendo levemente, y le doy un mordisco, sin apartar la mirada del Arconte. Cuando la galleta cruje entre mis dientes, me parece que su único ojo me observa con cierta fascinación disimulada.

- Siempre me he preguntado qué llevas debajo... del parche - comento, masticando la golosina.
- No creo que de verdad queráis saberlo.

Lemgedith toma asiento frente a nosotros, y el sacerdote nos mira a todos alternativamente, antes de sentarse junto a él, bajando la vista con cierta decepción. Sé que se siente desplazado y fuera de lugar, y que le irrita la escasa atención del Arconte. Más aún cuando, la poca que presta a los vivos, se vuelca ahora sobre mi, el paladín engreído que amenaza con enjaular a su pájaro. Vale, soy un cabrón, pero me divierto con esto.

- Oh, sí que quiero. Me interesa ver todo lo que tapas.
- ¿Todo?
- Absolutamente.

Theron levanta los pies y me los pone sobre las piernas, en un gesto algo brusco. Destinado a molestarme, sin duda, pero no le hago el menor caso ahora.

- ¿Viajaréis al norte? - pregunta repentinamente Erithelain, tratando de desviar la conversación, mientras el Arconte y yo nos medimos, mirándonos fijamente. O al menos eso es para mí, un pulso.
- Claro que viajaremos al norte - dice Theron, rebuscando en la faltriquera la pipa y llenándola con algo de olor almizclado y que me provoca un estremecimiento de repugnancia cuando la enciende.
- ¿Y tu, Arconte? ¿Vas a unirte a la ofensiva en Rasganorte o te quedarás aquí?
- Aún no lo sé - replica, inmóvil, inexpresivo. - ¿Es de vuestro interés?
- Claro que lo es. Me gusta preveer nuestros encuentros, suelen ser muy estimulantes.
- La muerte me priva de todo estímulo, pero me alegro que lo sean para vos.

Erithelain aprieta los dedos sobre la toga, y Renée mira alrededor, desdeñosa, alejándose unos pasos. No le gustan las conversaciones banales, menos aún las que solemos protagonizar con el caballero entre los muros del Mesón la Horca.

- Hasta para los muertos hay estímulos. Si no, no caminaríais entre nosotros - replico, dando otro mordisco a la chocolatina. El ojo del Arconte destella de nuevo y se pasa la lengua por los labios.
- Todo depende de lo que uno quiera mostrar a los demás. Yo conozco muchos juegos, y sé usarlos.
- ¿Eres buen jugador, Lemgedith?
- Lo intento - de nuevo la sonrisa vacua.

¿Estás flirteando?

Theron aspira una calada con fuerza y me suelta el humo en la cara. La vaharada picante y agria inunda mis fosas nasales, despertándome un rechazo inmediato. Molesto, vuelvo el rostro hacia él con cierta hostilidad, y los ojos glaucos, encendidos, me atraviesan con una mirada burlona y algo más, un matiz que no consigo captar.

No estoy flirteando, capullo. Y deja de molestarme.
Estás flirteando. Admítelo
Esto no es un coqueteo adolescente, chaval, es un pulso, ¿entiendes?


- Me pregunto cómo acabará la partida - prosigo, tornando de nuevo la atención hacia el Arconte.

Erithelain mantiene la cabeza baja, de cuando en cuando nos observa disimuladamente con los labios apretados.

- Es más "estimulante" cuando las cartas no se descubren, ¿no es así?
- Sin duda, lo es. Yo juego con ellas boca arriba - replico, sonriendo a medias y lamiéndome los dedos.
- Y sin embargo, eso os expone. ¿No os asusta?
- ¿Por qué debería asustarme? - sonrío con malicia, pasándole un trozo de chocolate al brujo. Theron se lo lleva a la boca, observando a Lemgedith con algo que se me antoja un destello triunfal. - Se expone quien puede. Y sin embargo, tú mantienes tus cartas boca abajo. Quizá tengas miedo tú.
- Estoy muerto, ¿qué podría temer?
- Eso me pregunto yo.

Un hormigueo de excitación me recorre la columna cuando compruebo que el joven Perro de Sylvanas ha mudado su semblante con una nota mucho más severa, algo tensa. El humo de la pipa del brujo vuelve a golpearme el rostro, sus talones se clavan en mis piernas. Aparto las botas de mi regazo con un golpe seco, y la mirada verde me atraviesa con desdén infinito.

Para ti es un pulso, para él es un coqueteo. Mírale, es penoso
A mi no me lo parece
Deja de buscar un rival digno donde no lo hay
Me da igual si es digno o no, solo quiero aplastarle y que asuma su lugar.
Espero que no le de por revolverse y subírsete a la espalda. En todos los sentidos.


El comentario mental de Theron aumenta mi irritación. Afortunadamente, el Arconte considera que ha sido suficiente, y se marcha, seguido de su vasallo, quien me dedica una última mirada de celos. Le guiño un ojo, sonriendo con suficiencia, y chasqueo los dientes un par de veces en su dirección. El elfo corre detrás de su objeto de deseo, huyendo de mi ademán depredador.

- Nadie va a subírseme a ninguna parte - espeto secamente, cuando desaparecen, y le arranco la pipa de la boca al brujo, tirándola a una esquina. - Que sea la última vez que me echas esta porquería a la cara. A mi nadie se me sube a ningún sitio, ¿te enteras?

Arquea la ceja, desdeñoso, y se levanta para recogerla. Cuando vuelve, me escupe una nueva nube de humo sobre el rostro, con una sonrisa maliciosa. Lo que me faltaba. El brujo se me chotea.

Arrugo el entrecejo y le sujeto por la muñeca para que no pueda seguir fumando esa guarrada. Estoy seguro de que sólo lo está haciendo por joderme. Mierda. No entiendo esa manía con molestarme de cuando en cuando y poner a prueba mi paciencia.

- Alguna vez tendrá que ser la primera.
- No habrá primera ni segunda. Déjalo ya.
- Alguna vez bajarás la guardia.

Meneo la cabeza y le suelto la mano. La tensión empieza a acumularse en mis músculos, la tormenta en mi estómago, y empiezo a temer las consecuencias de esto. De esto de lo que no hablamos nunca, de esto que sé que viene, se acerca a largas zancadas, y no sé donde meterme para huir de ello, porque me está desafiando. Me desafía.

- ¿No sabes donde están los límites? - le susurro, casi dolido - Parece mentira que no te hagas ya una idea
- Sólo estoy jugando

El intercambio de provocaciones con el Arconte minutos antes pasa a un segundo plano. Ahora todo lo que importa es afianzar las cadenas, evitar que vuelva a salir lo que sé que ha despertado dentro con el desafío del brujo. El mesón está desierto, y sé que mi única escapatoria es marcharme.

- ¿Por qué coño no hay nadie? - pregunto - ¿Dónde están los demás?

Le escucho reírse de mi tribulación, lo cual no ayuda. Las cadenas se tensan en mi interior, con el orgullo herido.

- Te torturas demasiado – dice con suavidad y un toque de burla.
- Igual es eso – respondo inexpresivamente.

Hemos tenido esta conversación otras veces.

Se agita en mis entrañas. El hambre. La ira. La tormenta. El oso.

- Eres absurdo.
- Ya basta - Mi voz es grave, seca y tajante. El ceño fruncido, la espalda en tensión. Le estoy enviando un mensaje claro. Déjalo ya.

Me arroja los guanteletes una y otra vez, y me contengo, me contengo. ¿Es que no comprende que no quiero hacerle daño? Nunca llegaré a entender por qué hace esto. Quizá es una manera retorcida y maliciosa de putearme, porque los dos sabemos que este camino sólo lleva a un fin, y que a ese fin le siguen los remordimientos atroces y el silencio.

Aquello de lo que no hablamos es algo que creo que ninguno entendemos. Pero que nos libera unos instantes para luego ahogarme a mí y desampararle a él. Aquello de lo que no hablamos es algo que sucede a veces, cuando se rompen esas tensas sujecciones que mantengo dentro de mi y me llevan a convertirme en el monstruo despreciable que tanto odio.

- Sigues teniendo miedo de ti mismo.
- Si, lo tengo. Y el problema es que tú no lo tienes.
- Puedes controlarlo todo, ¿qué es lo que temes?

Se niega a comprender la advertencia, todo lo contrario. Le espolea más. Maldito sea, ¿por qué nos hace esto? No quiero permitirlo. No voy a permitirlo. Pero el muy cabrón conoce las cuerdas para pulsar, y yo ahora tengo dos opciones. Marcharme ahora, sin perder un minuto más, o dejar que recoja los frutos de lo que siembra. Retribución.

- Si puedes tomarlo, es que es tuyo, ¿verdad? - insiste

Él se lo ha buscado
Hambre. Retribución. Martillo de Justicia.

Ahora ya no oigo nada, la voz que me canta lo que es correcto cuando me parece estar jodiéndola hasta el fondo, siempre se calla en estas ocasiones. Solo el fragor de la tormenta resuena, mientras Aquello de lo que No Hablamos tiene lugar. Le arrastro, inconsciente, hasta el exterior, le arrojo entre los árboles, cerca del lago, fuera de la vista de ojos indiscretos. Me escupe y le golpeo, y me alzo, rugiente, para imponerme a aquello que me reta y ocupar el lugar que me corresponde, marcar los límites y poner jodido, puto orden de una vez.

- ¡Cabrón! ¡Suéltame, cabrón!

La sangre infecta corre entre mis dientes, mis manos apresan las extremidades de la víctima, pasan las imágenes ante mis ojos ciegos mientras el Oso me arranca las cadenas, pierdo las riendas y la tormenta se desata. Compañeros de armas. Amigos, camaradas. Nos veo combatiendo codo con codo, nos veo recorriendo los mundos, combatiendo por lo que es correcto, compartiendo un vínculo estrecho que no entendemos, igual que no entiendo esto. Esto no se le hace a los amigos. Pero el oso no necesita entender. Se conduce como la situación requiere, y ahora da cuenta de lo que debe, mientras yo me quedo atrás, perplejo, rechinando los dientes y llevándome las manos a la cara porque no puedo detener lo inevitable. Y porque no comprendo por qué no lo detiene él. "Párame", quiero gritarle. "Puedes hacerlo, detenme, joder". Convertido en mero espectador, le oigo chillar, le veo debatirse entre las garras del depredador.

- ¡Hijo de puta, suéltame! ¡Basta! ¡Cabronazo! ¡No!

Y deja de chillar. Y todo transcurre, las fuerzas tiran de nosotros y nos absorben en el torbellino giratorio de una gravedad universal que se escapa al conocimiento de simples mortales como nosotros. Sólo puedo abandonarme. Yo no puedo evitarlo. Él no puede pararlo, y además, lo ha provocado.

Aquello de lo que No Hablamos, no sé lo que es. Es un intercambio y es una batalla. Es una guerra que se convierte en una extraña paz, cuando el brujo se rinde y el oso ruge, algo tiembla dentro y me veo a través de sus ojos. Aquello de lo que No Hablamos hace que todo deje de importar por un momento. Detesto el camino de ida y el camino de regreso que tienen lugar antes y después de ese momento, cuando el universo parece detenerse y me embarga una extraña sensación de plenitud, aderezada por un poso de nostalgia. Es entonces cuando me aferro a la carne lacerada por mi mano, castigada por las fauces del oso, y el cuerpo destrozado bajo el mío se aferra a mí como si no tuviéramos ningún otro asidero.

No me sueltes
No me sueltes


Porque Aquello de lo que No Hablamos, aunque sea horrible, también es un alivio. Cuando estalla, arrasa todas nuestras preocupaciones, devora el miedo y hace que las heridas dejen de doler. Es un refugio al que se accede por senderos abruptos, y no entiendo una puta mierda. Pero cuando caigo exhausto y casi inconsciente, el destello de una certeza sobrevuela mi pensamiento por un instante fugaz.

Hay cosas que se reconocen en el silencio. Hay cosas que no se entienden si no se experimentan, que no pueden ser explicadas con palabras, etiquetadas ni contenidas en algo tan vano como el lenguaje. Se recitan con el idioma de la inevitabilidad, con los gestos y las sensaciones intensas y contradictorias que caen sobre la razón, anegándola hasta hacerla desaparecer. Y esto de lo que no hablamos, sea maldición o bendición, a mi pesar sé que es inevitable.

Cuando recupero el sentido sobre la hierba aplastada, bajo la caricia helada de la brisa, mi amigo, mi compañero de armas, mi brujo, aún está encogido con los ojos cerrados. Su mente es un espacio en blanco de paz, calma y armonía. Me permito maldecir entre dientes un momento y le echo la capa por encima, acogiéndole entre los brazos para regalarle algo de calor. Se pega a mi cuerpo, mascullando algo en sueños, y suspira.

Aprieto los dientes y miro las briznas de hierba, que ahora me parecen irreales y extrañas. En la quietud de la noche, intento no pensar, hasta que el sueño me lleve y deje de hacerme preguntas que no consigo responder.

LXVIII - El Rey de Rémol

Rémol - Otoño

Entrada la noche, el Concejo de Rémol está vacío. Tampoco es que hierva de actividad a mediodía, pues para los muertos no existen las prisas, el bullicio es señal de malos presagios y no hay nada mejor que un viejo edificio vacío que nadie usa y que nadie debería usar para nada. Los renegados son así. Hace tiempo que intento entenderlos, pero es harto difícil empatizar con la mayoría de ellos. No desean empatía, no quieren ser conocidos, y pese a verse obligados a seguir habitando este mundo, no quieren saber nada de él. Creo que lo desprecian, se desprecian a sí mismos, lo desprecian todo. Sus vidas están movidas por el odio, lo cual no me parece del todo mal, aunque lo considero un argumento muy pobre para perpetuar una existencia. Pese a todo, útil.

- Deja de quejarte de una vez, ¿qué mas te da? - me espeta Elhian. Estamos discutiendo, como es habitual en nosotros.
- No me estoy quejando. Solo digo la verdad, estoy cansado de tirar de este carro solo.
- Tú lo elegiste. ¿Por qué lo hiciste si no te ves capaz?

Hablamos sobre la Guardia del Sol Naciente y el tedioso esfuerzo que me veo obligado a hacer para sacarles de su letargo y tirar de ellos hacia nuestros objetivos. Elhian, nuestra renegada, una de las pocas que se unió a la Orden pese a "estar llena de elfos", cree que me dejo llevar por el hastío. Y no le falta razón, en parte.

- No se trata de eso. Soy capaz de mover lo que haga falta si es necesario, pero ya llevamos un año, un año juntos. Esperaba algo de entusiasmo, de compromiso. Y sólo encuentro lealtad ciega y soldados que esperan órdenes.
- ¿Y qué pretendes, Ahti?
- Mentes independientes. Compromiso individual. Participación - espeto con sequedad, contagiado por el carácter amargo y el reproche de sus palabras. - Si quisiera esclavos o carcasas sin pensamiento propio, si quisiera mercenarios, los compraría con el dinero de Theron. Pero no somos jodidos mercenarios.
- Quieres una igualdad que no existe. ¡Usa lo que tienes y llévanos hacia adelante! - me replica, encarándome.

Elhian es una mujer fuerte. Probablemente más fuerte que yo en muchas ocasiones. Su determinación es tan profunda y consistente como la amargura que adivino al fondo de su mirada pálida. La no muerte la trató bien, hay pocas marcas de degradación física en ella, y exhala un extraño aroma a flores muertas que no me resulta desagradable. El rostro ovalado me recuerda al reflejo marchito de una flor antaño hermosa y brillante, que languidece, seca, entre el polvo del camino. Sin que nadie recuerde su belleza, sin que ella misma la quiera recordar. No sé como fue Elhian antaño, pero sé como es ahora. Y la consistencia de su espíritu se ha convertido, con el paso del tiempo, en un apoyo irremplazable para mi, así como sus continuos acicates me motivan en cierto modo. Como yo, es experta en motivar pateando los traseros de los demás, solo que ella cuenta con la maestría que le aporta su carácter malhumorado.

Creo que el nombre de renegados les viene al pelo. Están renegados de todo, estos muertos.

Sonrío a medias y suelto una carcajada. Elhian se cruza de brazos, enfadada. Siempre lo está, ¿y cuando no?

- Supongo que tienes razón.
- Siempre tengo razón - declara, cortante.
- Siempre no. Pero muchas veces, sí.
- Pues déjate de niñerías y haz lo que tienes que hacer. ¿Cuándo partiremos hacia el Norte?
- En cuanto los zepelines estén preparados - replico, recostándome en el banco de madera. - Ya hemos informado a los demás. Solo falta que acudan, y no libremos la batalla solos.
- No la libraríais solos si echárais un vistazo de vez en cuando a la gente que tenéis alrededor - replica de nuevo, mosqueada. - Os comportáis como si no existiéramos.
- Eso no es cierto.
- Lo es. Somos invisibles.

Detecto el rencor en sus palabras y me encaro con ella de nuevo, frunciendo el ceño. Ahora me ha tocado las narices, joder.

- ¿Cómo puedes decir eso? ¿No estoy aquí, ahora, hablando contigo? No sois invisibles, lo que pasa es que estáis ciegos.
- Y de qué vale esto si...

Interrumpimos nuestra disputa cuando se abre la puerta. Un renegado bien vestido, de piel putrefacta y con el pelo grasiento peinado hacia arriba, entra calmadamente, como un espectro, y toma asiento en el suelo, delante nuestra.

- Saludos, mis queridos súbditos.

Miro de reojo a Elhian, perplejo. Ella muestra la sorpresa ofendida de una reina pillada in fraganti mientras se depila o algo parecido. El renegado nos contempla, calmoso y muy natural, como si fuera lo más normal del mundo.

- ¿Disculpad? ¿Súbditos?
- Así es - replica el renegado, ajustándose las solapas de la chaqueta. - Mil perdones, no quería interrumpir su conversación. Soy el Rey de Rémol.

No me voy a reír. No me voy a reír. Me lo repito a mí mismo un par de veces, pero es que la cara de Elhian es todo un poema, por no hablar del aspecto de cachorro abandonado que luce el autodenominado Rey de Rémol. Mi compañera ladea la cabeza, y sé que está a punto de soltar una de sus frases lapidarias, veo la escarcha acumularse en sus dedos. Me pregunto si le mandará a traves de un portal a el Rocal, como me ha hecho a mi alguna vez cuando he provocado su ira, o por el contrario le transformará en oveja. Quizá se conforme con encerrarle para siempre en un bloque de hielo.

- Pues... buenas noches, Majestad - digo yo, inclinando la cabeza y manteniendo un gesto grave y serio. Imagino que la burla en mi mirada es claramente identificable, pero aun así no provocaré un altercado diplomático con la nobleza del lugar señalándole y descojonándome en su cara. - No sabíamos que había un Rey de Rémol.
- Así es, mis queridos súbditos. Fui elegido por votación - explica Su Majestad, pasándose la mano por la extraña cresta. - Quiero ser un gobernante cercano a mi pueblo, por eso se celebró un referéndum, y salí elegido Rey.
- Pues felicidades. - escupe Elhian, en un tono tan frío como un glaciar.
- Gracias, señora. Gracias, amigo elfo.

El renegado se queda mirándola, como si examinase un caballo. El silencio incómodo se extiende como una capa de mantequilla, y veo brillar un destello iracundo en los ojos ámbar de Elhian, quien aprieta los puños. La tensión se dibuja en todo su cuerpo, bajo la tela de la toga, y me pregunto en qué momento saltará por los aires y de qué manera lo hará. Y las siguientes palabras del Rey de Rémol me hacen presentir un cataclismo.

- Sois una renegada de noble aspecto, y casualmente, estoy buscando esposa. Un Rey necesita una Reina. Como consorte, tendríais varios poderes a vuestro alcance y...
- Lo siento, pero la dama ya está casada - interrumpo, al ver como los dientes de Elhian comienzan a rechinar. Puede que el remedio sea peor que la enfermedad, pero el mundo es de los intrépidos, ¿no es verdad? Viva el riesgo. Agarro la mano helada de Elhian y sonrío al Rey. - Es mi mujer.

- Te voy a matar - susurra ella entre dientes, crispándose al instante. Luego sonríe y mira al no muerto - Asi es. Vuestra oferta es muy agradable, pero ya estoy comprometida, ¿verdad, "QUERIDO"?

Nos miramos y sonreímos con un gesto tenso y un desafío implícito. Esa expresión en la mirada de mi amiga me recuerda a un pulso de resistencias. Bien, si se trata de ver quien aguanta más, mi gesto altivo deja claro que acepto el reto.

- Oh... vaya...vaya. Mil perdones. No quería ofenderos.
- No es ofensa, majestad - replico, volviéndome hacia él.

Le echo el brazo sobre los hombros a Elhian y la atraigo hacia mí, más tiesa que un palo. No sé si el escalofrío que siento en el costado es un hechizo vengativo de la maga o el helado golpe de su odio y su rabia, pero ... joder, es que no lo puedo evitar, es terriblemente divertido.

- Qué pareja más maravillosa hacen ustedes. Me alegro de ver cómo mis súbditos aún mantienen la esperanza en el amor, en la familia, en esas grandes instituciones que transportarán a Rémol hacia el progreso y el futuro. Aunque usted sea un elfo, señor. No se ofenda, señor.
- No es ofensa, majestad. - digo yo.
- Oh, no se ofende, ¿verdad "QUERIDO?" - dice Elhian.
- No me ofendo, caramelito mío.

Dioses, me va a matar. Cuando arroja la mano hacia mi, pienso que va a abofetearme, pero en lugar de eso, me acaricia la cara, clavando las uñas solo un poco. Un ápice. Conteniéndose.

- ¿Y como se conocieron ustedes? - nos pregunta el rey
- Pues veréis, MAJESTAD, me habían dicho que si besaba una rana, quizá apareciera un príncipe encantador - explica Elhian, en un tono que se me antoja peligroso. - De modo que fui besando ranas por todo el continente, sin éxito. Lo mejor que salió fue esto, así que me lo quedé.

Elhian me palmea la mejilla, y luego me pone la mano en el muslo, clavando, esta vez sí, las uñas a fondo. Doy un respingo. El renegado me mira, perplejo, y me río, tratando de disimular que me están desollando la pierna.

- Que cosas tiene mi pichoncita. - Elhian hunde más las garras - Es oírla y mi corazón brinca de goce.
- No solo vuestro corazón - dice el rey, al verme dar otro respingo. La muy cabrona me está haciendo daño de verdad, será %$@#&.
- Es el amor, que me da alas.
- Se os ve muy unidos, sin duda.
- Unidisimos, como uña y carne - replica Elhian, sonriente. No puedo evitar sonreír ante el símil.
- ¿Querrían ustedes ser mis consejeros? Les comentaré los planes que tengo para la ciudad...


El mundo es muy surrealista a veces. Esta es la prueba. Acabo de llegar de combatir en las Tierras de la Peste, me esperan dos semanas de relativa calma y me encuentro aquí, en el Concejo, con Elhian destrozándome vivo entre arrumacos y el Rey de Rémol llenando mi cabeza de ordenanzas municipales, explicándome cómo piensa organizar la guardia, y contándome algo acerca de turnos rotativos.

Si, la vida es maravillosa.

LXVII - Guerra Abierta: Reconocimiento (II)

Capilla de la Esperanza de la Luz - Penúltimo día de otoño

Y una vez mas, camino bajo esta techambre añeja, avanzando a lo largo del suelo embaldosado, donde las grebas de placas resuenan. Una vez más, camino hacia la sacristía desvencijada, donde imagino los libros apilándose polvorientos, los viejos cálices y los antiguos símbolos de la fe. La penumbra de la mañana en las tierras de la guerra - la guerra real - proyecta sombras y contraluces irregulares en el viejo edificio donde siempre hay quien no duerme.

Es aquí donde mis pasos no suenan más fuertes que los demás. Aquí, es aquí donde, al cruzarme con los soldados, encuentro en sus miradas la misma llama que sé que anima la mía. Sus placas también entrechocan, su caminar también es seguro, sus rostros siempre hacia el frente. Al pasar unos junto a otros nos miramos brevemente como se miran los animales de la misma especie, y es curioso, porque no importa que sean humanos, trols, orcos o enanos. Hay algo por encima de eso. Esa llama, ese fuego que nos quema a todos por igual, o eso presumo.

Hace cinco años, pronto seis si las cuentas no me fallan, atravesaba la Capilla igual que ahora, nuestros ojos se cruzaban de la misma manera. Quizá es por eso que, al golpear con los nudillos la puerta de madera de la sacristía y ver que se abre ante mi, al colocarme frente a la mesa de mis superiores - vuelvo a tener superiores - una sensación hogareña y acogedora se derrama dentro de mi definitivamente.

Me mantengo firme y me inclino con gravedad, después levanto la barbilla y, serio, contemplo a Lord Maxwell Tyrosus. El humano está solo hoy, delante del escritorio. Una pluma parda reposa en el tintero, su espada tintinea cuando aparta la silla y se levanta, con las manos sobre el escritorio y el semblante adusto. Las sienes le han encanecido más ultimamente, el parche en el ojo y el poblado bigote siguen siendo sus señas de identidad, al igual que su voz profunda cuando habla.

- Que la Luz te guarde, Albagrana.
- Y sus bendiciones desciendan sobre vos, señor.

A través de las ventanas entabladas, haces de luz insistente se proyectan sobre el mobiliario, inundan la estancia de una luminosidad esquiva, brumosa y blanquecina, que viste de franjas pálidas las sombras grises y arranca destellos a los símbolos consagrados. El comandante del Alba Argenta se toma su tiempo antes de seguir hablando, y aguardo con calma su examen, sin apartar la mirada, que esta vez no es un desafío sino una entrega.

- El último de los ziggurats ha desaparecido - explica, breve, conciso. - El ataque ha terminado, por ahora. Se ha descubierto el foco de la infección en las ciudades, y ahora mismo, los combatientes de la Horda y la Alianza junto a nuestros efectivos están acabando con los últimos resquicios. La situación comienza a encauzarse.

Asiento, brevemente, colocando las manos sobre el cinturón.

- No es momento para ceremonias, pero nunca nos ha importado cuándo es el momento para hacer lo que es debido, ¿no es verdad? - arqueo la ceja con cierta curiosidad, a la expectativa, y sus siguientes palabras no hacen que me inmute. - Theod Samuelson ha caído... enfermo, al parecer. Los sacerdotes dicen que su cuerpo sólo es una carcasa, su alma lo ha abandonado.

Sigo escuchando, indiferente ante la declaración, que no me sorprende en absoluto. No, no me sorprende, aunque han tardado mucho en darse cuenta. Hace ya meses que Theron y yo viajamos a Ventormenta y nos infiltramos con ayuda de unas pociones de metamorfosis, para arrancarle el alma a ese hijo de perra traidor y asesino. Luego se la dimos de comer al diablillo de Hibrys. Y no, no me arrepiento en absoluto, y aunque lo hiciera, si mi superior me pregunta al respecto, le diré la verdad.

Pero no lo hace, solo me mira largamente y finalmente suspira.

- De nuevo, por derecho propio, eres un soldado del Alba, a pesar de todo lo que sucediera en el pasado. Supongo que ya tienes lo que querías. Espero que estés satisfecho.
- No

Él parpadea, y yo también lo hago. Su rostro se ladea con curiosidad, y tengo que fruncir el ceño y bajar la cabeza mientras intento escuchar la vocecita que canta en mi interior, que nunca se cansa. Si un día cerré los oídos, ahora quiero que me cuente su historia, quiero desentrañar sus palabras de verdad y de justicia, dejar que me muestre en el espejo lo que es correcto. Mas allá del bien o el mal, lo que es correcto.

Y la escucho. Hazlo bien, hazlo limpio, barrer el pasado, desatar viejos nudos, limpiar lo que está sucio, arreglar lo que está roto, poner ORDEN. Poner orden. Hazlo bien. Hazlo limpio.


- Señor, quiero ser juzgado - replico, levantando la mirada hacia Lord Maxwell.
- Ya fuiste juzgado.
- Quiero ser juzgado ante la Luz, quiero que se sepa la verdad, y que al amparo de esa verdad, se me juzgue de nuevo, sean cuales sean las consecuencias.
- No se puede volver a juzgar a un soldado por el mismo delito - insiste con firmeza. - Se te declaró culpable de traición, y aunque no cumpliste condena del modo establecido, sin duda la cumpliste, y con tus actos has obtenido redención. ¿Qué mas quieres?
- Yo no traicioné a nadie.

Intento que mi voz suene calmada, aunque creo que la he levantado un poco. Debería mantener la compostura, pero no creo que pueda, no por más tiempo. Arrojo las manos sobre la mesa y me inclino hacia adelante. Y suplico, en un susurro quedo, mientras los susurros de mi memoria resuenan con energías renovadas en mi interior.

- Por favor.
- Albagrana, deja de remover el pasado - replica Lord Maxwell, cansado y paternal. - Déjalo ya.
- No puedo, señor. No puedo dejarlo estar. Quiero que se sepa la verdad ante la Luz, aunque eso demuestre que el Alba Argenta también se equivoca.

Nos miramos un instante, en silencio. Soy muy consciente de las consecuencias de mi afirmación, y sé que el fundador de la Orden está sopesando cuidadosamente los pros y los contras de mi petición. Aguardo la respuesta con cierta inquietud. ¿Se atreverán los heraldos del Alba a enfrentarse a esto? Veo llegar la negativa de lejos, con un amargo regusto a decepción abriéndose paso en mi garganta. Y entonces mi superior habla. Y toda la inseguridad se disipa, arrollada por la limpidez de un rayo intenso de esperanza, triunfo y plenitud que hace que me cueste contener el entusiasmo.

- Sea. A puerta cerrada, un juicio ante la Luz para exponer la verdad ante ella.
- Gracias, señor.
- Mañana al amanecer, en las criptas. - aparta las manos de la mesa y vuelve a sentarse, suspirando y empuñando la pluma. - Hagámoslo bien. Hagámoslo limpio.

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Capilla de la Esperanza de la Luz, último día de otoño

Acta de Juicio Oral, primera y única sesión.


Constituido el tribunal de la Luz en audiencia privada con los representantes del Alba Argenta y la Hermandad de la Luz, presidido por Lord Maxwell Neofitus, Lord Eligor Albar y Lord Leonid Bartholomew, se presenta ante el mismo el soldado del Alba Argenta, Rodrith Astorel Albagrana.


Habiendo sido acusado, juzgado y condenado en tribunal militar por los cargos de amotinamiento, traición y deserción, y habiéndosele hallado culpable de los mismos, con el agravante de la responsabilidad de la muerte de los soldados de la División Octava del Alba Argenta, y considerándose cumplidas las condenas por estos cargos, en el día de hoy, ante los ojos de la Luz y bajo su Iluminación en pos de la verdad, se revisan estos cargos.


Tras las declaraciones del acusado, quien reiterando su inocencia, relató una serie de hechos que no pueden sustentarse en prueba alguna, de los cuales no quedan a día de hoy testigos con vida que pudieran respaldarlos, el tribunal decidió someter al acusado a la Prueba de la Fe para comprobar la veracidad de sus palabras.


De este modo, y habiéndose revelado las acusaciones como falsas ante el solemne Juicio de la Fe, se declara a Rodrith Astorel Albagrana inocente de los cargos de amotinamiento y traición, y se le exime de toda responsabilidad en los hechos que acontecieron. Asimismo, se le declara culpable de deserción. Dados los pormenores del caso y la probada lealtad del acusado hacia la Orden en los últimos tiempos, el Tribunal de la Luz le considera redimido de esta falta, pese a lo cual, Rodrith Astorel Albagrana manifiesta su voluntad de cumplir condena por este último cargo.


Finalmente, por acuerdo entre las partes, se decide un castigo ejemplar, consistente en 1.825 latigazos que el propio acusado se infligirá a sí mismo, uno por cada día de deserción.


Que siempre prevalezca la justicia y la verdad entre nuestras filas. Nos encomendamos a la Luz y suplicamos que su sabiduría nos guíe en los días venideros.



- La próxima vez que vayas a autolesionarte, avísame con tiempo - indica Theron, después de leer el acta, devolviéndomela.
- De acuerdo. Ahora, quejas aparte, la guerra aquí ha terminado. Tenemos quince días de permiso, así que se acabó por ahora.

Sonrío a medias, recolocándome la espada en la espalda. El roce del arma me hace escocer las heridas, no me las he sanado aún, pero me gusta sentir ese dolor tenue, amortiguado. Despierta el orgullo y el enaltecimiento, esa sensación deliciosa de saber que todo está en su lugar y se ha hecho lo correcto. Estiro el tabardo sobre el pecho y levanto la cabeza, echando un vistazo alrededor.

La tarde cae aquí, en la Capilla de la Esperanza de la Luz. Donde los vivos no tienen miedo a enfrentarse a sí mismos, a enfrentar a la muerte. Donde no hay mas debilidad que la que uno trae consigo. Donde miles de almas vengativas yacen, aguardando el momento de la venganza y la retribución. Donde la paciencia y la perseverancia brillan intensas y constantes, como la fe y la esperanza, con la seguridad de que todo terminará por encajar, de que la noche no es eterna y siempre lleva al amanecer. Aquí, donde aún sobreviven principios ya olvidados como el honor, la justicia y la fraternidad. Aquí, donde a pesar de las hordas de muertos que intentan abrirse paso, entre el humo y la sangre de la guerra, las cosas aún son como tienen que ser.

jueves, 26 de noviembre de 2009

LXVI - Guerra abierta: Reconocimiento

Invierno

Joder, Theron, dame TIEMPO

No hay otra respuesta que el zumbido ansioso, descontrolado y depredador en su mente. Avanza como un torbellino de sombra y fuego, con el bramido del demonio en la garganta cuando la metamorfosis hace presa en él, dejando a su paso cadáveres calcinados. Cadáveres de cadáveres, si. Luchamos contra muertos sin cerebro que deambulan en torno a piedras necróticas. Luchábamos, si no sano pronto a este jodido brujo de los cojones. Aqui viene otro zombi. Le sujeto por el cuello con una mano, respirando agitadamente mientras él balbucea incoherencias de plagoso retardado.

- ¡Te esperas! - exclamo a la aberración, extendiendo la otra mano hacia el demonio púrpura de tres metros de alto que se divierte desmembrando carcasas. Canalizo un destello bastante considerable, le sana y le hace gruñir y a mi me arranca una sonrisa maliciosa completamente fuera de lugar. Me giro hacia el necrófago pataleante que intenta morderme las placas. - Bien, ya estoy contigo, rey.

La cabeza del necrófago sale volando, cercenada, al tiempo que su cuerpo prende en las llamas consagradas. No me explico cómo he podido arrancarle la cabeza de un mazazo. O se la cosieron muy mal, o es verdad que soy un pelín bruto. Bien, no tengo tiempo de meditar. Me interno en medio de la marabunta de muertos con el tintineo de las placas acompañándome, resollando a causa de la tensión y la concentración. Theron está dando cuenta de un grupo, pero quedan algunos deambulando. Démosles un sentido a su existencia antes de acabar con ella.

- ¡Vamos, hijos de perra! ¡Venid con PAPÁ! - exclamo, con una risa descontrolada. La energía fluye, les golpea en un estallido cuando salto sobre ellos. Me hierve la sangre. Se me enreda la luz en las venas, en el corazón que bombea con violencia, no la puedo contener. Como la ira, como la rabia, se desata. Y en lugar de agotarme, parece enervarme más y más cuanto más la hago reventar. ¿No tiene fin? No lo sé.

Los escudos son para protegerse. ¿Si? Llevo la contraria a esa afirmación rematando a un enemigo podrido y gorgoteante que patalea sobre el suelo, rebanándole el cuello con el canto metálico. Las mazas son para golpear. ¿Si? Si. No tengo nada que añadir a eso. La luz es para sanar. ¿Si? Que se lo digan a estos. El sello me eleva, casi me hace poner los ojos en blanco cuando lo invoco, la Cólera Sagrada activa todas las partículas de energía y las engarza, las enciende haciéndolas vibrar. Dioses, el constante tintineo en los oídos, el fragor lejano de lo que me imbuye y me abraza. Tormentas que me hacen temblar por dentro. Soy una jodida tempestad.

Tengo tres alrededor. Uno ha conseguido golpearme, me sangra un costado. Se lo hago pagar reventándole el cráneo con un golpe seco. Meto los dedos en las cuencas de los ojos y desato un exorcismo, mientras tiro de las Fuerzas Divinas para incendiar el suelo a mis pies. Una flexión de voluntad y la sentencia se precipita sobre el otro necrófago, que exhala un aullido aterrador. Los cuerpos desmembrados, humeantes, caen a mi alrededor. Queda uno.

- ¡Aquí, desgraciado! ¡Hoy vas a cenar polvo! - escupo, rechinando los dientes. Me arrojo sobre él y no se muy bien qué estoy haciendo, tengo su brazo en la mano, chorreando sangre negra. El otro, aún pegado a su cuerpo, intenta arrojarlo hacia mi rostro, las uñas amarillas y afiladas silban cerca de mis ojos. - Cabronazo, muérete ya

Extiendo los dedos y dejo que fluya el violento latigazo, eléctrico y convulsivo del Choque Sagrado. El no muerto comienza a temblar sobre el suelo, reventando al fin con una lluvia de sangre negra. Me aparto rápido, me limpio con la bendición de la Luz y me sacudo el tabardo, jadeando.

Ahora te he dado tiempo, mamón


Theron aguanta como puede. La metamorfosis se ha disipado y su cuerpo enfundado en la toga se escurre entre las manos de los esbirros de Arthas. Recula sin dejar de invocar, la voz susurrante se escurre, maliciosa, tajante, venenosa, provocando chasquidos cuando la sombra brota de sus manos en proyectiles resonantes que golpean a sus perseguidores.

Vale, está bien que me des tiempo, pero avísame también. Estaba entretenido.


El brujo me gruñe cuando le protejo con el escudo de luz pálida y curo sus heridas en dos gestos breves. Avanzo hacia los restos de los atacantes y entre los dos, terminamos con el baile en unos segundos.

- ¡Mas, más! - va gritando él, dando vueltas alrededor mía mientras recojo los fragmentos de piedra necrótica de los cadáveres. - Vamos a otro. Vamos a otro. ¿Cual es el siguiente? Seguro que ya hay combatientes allí. Deberíamos ser los primeros.
- Calla, histérica. Ahora vamos. Coge las piedras.
- No soy una histérica, tú eres una histérica.

Jadea y corretea hacia los cadáveres, les arranca sus pertenencias. Estoy guardando los fragmentos de roca en la faltriquera cuando le noto tambalearse. El bajón está a la vuelta de la esquina. Me despojo rápidamente de mi propia excitación y no le quito ojo mientras termino de despojar carcasas.

- Mira Ahti, más cartas. - murmura, oscilando sobre sí mismo y observando un papel viejo. - Son de los soldados caídos. ¿Crees que son estos?
- Mmm, no lo sé. Es posible.

Estoy observando la superficie púrpura y quebrada del fragmento que tengo entre las manos, reconcentrando mi energía y soltando los últimos estambres que me sostienen en tensión para abandonar el estado de combate. Estamos en Cuna del Invierno. Otro ziggurat ha caído. Llevamos días sin parar, días enteros sin detenernos, arrasando cada una de las posiciones del Rey y cortando sus alas. Empiezo a pensar que Theron está llegando a su límite, lo cual hace que no me preocupe cual es el mío.

- Voy a guardarlas.
- Bien, guárdalas. Seguro que pueden hacérselas llegar a los familiares. Vamos al vuelo. - añado, poniéndome en pie. - Deberíamos regresar antes de que te caigas desmayada como la nenaza que eres.
- ¿Alguna vez te has ido a medir la capullez? Seguro que es tan grande como tu ego, por lo menos.
- Si, mi ego es enorme - replico, agarrándome la entrepierna y haciendo un gesto obsceno mientras escupo al suelo. - Larguémonos.

Invoco la montura y Elazel aparece, relinchando y cabeceando. Cuando salto sobre su lomo me doy cuenta de que, aunque no sienta el cansancio, mis músculos se están empezando a resentir. Podría sonar prepotente, pero es cierto, no suelo cansarme. El agotamiento sólo me sorprende de cuando en cuando, de una forma fugaz y violenta que impide que me de cuenta. Me tumbo y me quedo dormido inmediatamente, como si me hubieran golpeado en la nuca. Pero no será hoy, no será ahora.

Estamos de celebración. Lucimos nuestros tabardos negros con el sol plateado en la pechera, que parece brillar como una estrella de reconocimiento merecido. Lo estiro sobre las placas, impecable, brillante. Limpio las manchas de sangre plagosa con cuidado mientras viajamos hacia los Reinos del Este, y cuando al fin, tras horas de trayecto y tan nervioso como un adolescente antes de revolcarse por primera vez, me presento delante del intendente, acompañado por mi brujo, no puedo evitar levantar la barbilla e hincharme como un pavo.

Mi actitud se vuelve solemne y grave cuando entregamos las piedras. Muchísimas piedras. El humano las cuenta y nos mira con una ceja arqueada, quizá un poco extrañado de que solo seamos dos. Se fija en los cuernos de Theron y le mira el tabardo, luego me mira a mi.

- Buena caza, hermanos. ¿Queréis algún suministro?
- Un estandarte, por favor. - respondo, inclinando la cabeza levemente.

El intendente se dirige hacia una de las cajas y nos entrega el pendón enrollado, atado con un cordel blanco. Me sudan las manos al cogerlo. Y me da un escalofrío absurdo cuando el tipo me mira la insignia. Pone mi nombre.

- ¿A quién se lo apunto? - pregunta, empuñando la pluma.
- Rodrith Albagrana y Theron Solámbar - digo yo.
- Del Alba Argenta - dice él.

Los dos sonreímos como tontos, algo entusiasmados. El tipo asiente y escribe nuestros nombres, con una breve sonrisa, y cuando nos dirigimos hacia los comerciantes de bebida y alimentos, empujándonos y molestándonos como dos adolescentes atontados, le oigo de lejos, casi en un murmullo.

- ¿Estos no son los del Barón?

miércoles, 25 de noviembre de 2009

LXV - Interludio: Más que motivos

Ciudad de Shattrath - Invierno

Han montado una capilla al lado del Bancal de la Luz. Hay predicadores del Alba Argenta, paladines humanos, paladines draenei y toda clase de beatos y meapilas por todas partes. Incluso aquí, en el Bajo Arrabal, se ha extendido la histeria ante el inminente, irrefrenable y completamente inevitable Fin del Mundo. Mientras avanzo con la montura miro de reojo a la concurrencia con desdén. "Por favor, que sólo es un ataque de la Plaga", pienso, meneando la cabeza.

Si, bueno, "sólo" es un ataque de la Plaga, ya sé que no es moco de pavo. Pero joder, que estamos en Shattrath, el baluarte de la esperanza ante la desesperación, de la fe en tiempos oscuros y etcétera etcétera. Sin embargo, parece que el pánico y la psicosis se extienden a todas partes. Y al fin y al cabo, yo tampoco me libro, porque si no no estaría aquí, cabalgando hacia el orfanato. Y por supuesto, cuando llego a las puertas, me lo encuentro cerrado.

Tras unos veinte minutos aporreando la puerta pacientemente -los últimos diez directamente como un energúmeno, llega un momento en que hay que ponerse duro - la matrona abre una rendija y me mira con suspicacia. Esbozo una sonrisa amplia y no me cuesta demasiado acceder. Llevar un tratado colgando de una cadena aún es una garantía de confianza en este lugar.

- La situación está tan tensa que hemos cerrado aquí - me explica la mujer mientras me guía a través del corredor. Los llantos de los bebés se mezclan con las risas y las voces agudas de los niños - ayer aparecieron ... muertos ahí afuera. ¿Os lo podéis creer? ¡Muertos! Al parecer llegaron a través de un portal. Suerte que les contuvieron a tiempo, pero claro, nadie se fía del estado de los suministros. Todo el mundo habla de infecciones y ... ¿Albagrana me dijisteis?

- Si, Elive Albagrana - replico, mirando alrededor. Un pequeño draenei pasa corriendo a nuestro lado y me hace un gesto, poniéndose las manos en las orejas y emitiendo un sonido extraño, bizqueando. Luego desaparece detrás de una puerta - Los suministros que llegan al orfanato son seguros, ¿me equivoco?

- Desde luego, somos muy cuidadosos. Nos los envían desde Nagrand, y en cualquier caso, tenemos cuatro sacerdotes asignados que prueban cada alimento, revisan los cargamentos y están constantemente pendientes de los niños.

- Confío en ello.

- Es aquí. Aguardad en la salita, por favor.

La matrona abre una de las puertas y me hace pasar a un habitáculo más bien reducido donde sólo hay un diván y una mesita. Las paredes están tapizadas con un centenar de dibujos amontonados de colores chillones, unos sobre otros. Me acerco a echar un ojo a ver si encuentro alguno de la niña, pero no me parece reconocer su trazo hondo, destructivo y agujereador de papeles. Me encuentro en esta importante misión de reconocimiento cuando escucho la vocecita y los pasos de la matrona, la puerta se abre y un torbellino rubio y pequeño, de pasos destartalados y veloces se arroja sobre mi.

- ¡¡¡PA!!!

- Hola bicho

Levanto a mi hija en brazos, guiñando un ojo a la mujer que cierra la puerta tras nosotros. Elive me pone al día en cuatro frases breves sobre todo lo que a un padre puede interesar, supongo que eso de ser concisa y directa lo ha heredado por partida doble. Mientras habla me da besos y me tira del pelo.

- Papá, este sitio es horrible. La comida está grumosa. Los demás niños no se portan bien y TENGO QUE PEGARLES! Y me quiero ir ya contigo, ¿trato?

Ladea la cabeza y gesticula mientras me habla. Le ha crecido un poco el pelo y parece terriblemente escandalizada por la situación, sobre todo cuando habla de los demás niños. Me mira con una imitación de esa expresión adulta de "¿te lo puedes creer?" y poniendo los bracitos en jarras. Después me toca la nariz y las orejas, observándome a la expectativa de la respuesta.

- Tenemos que hacer otro trato, renacuajo.

Me siento en el diván y la coloco en mis rodillas. Se ha cruzado de brazos y me mira con cierta contrariedad.

- ¿Cual trato?
- Uno un poco diferente.
- Vale, pero róbame la nariz y te la comes.

Ni siquiera lo pienso cuando hago el gesto de quitarle la naricilla de botón y finjo masticarla a conciencia, poniendo cara de interesante. Elive se descojona. Le brillan los ojos y salta sobre mis piernas, tan blandita y tan caliente como solo puede serlo mi hija. Lo mejor que he hecho en mi vida. Y aquí está, en una cárcel, porque este puto sitio parece una cárcel... pienso en ello mientras le explico el nuevo juego, apartándole el flequillo de la cara.

- Verás, ahora mismo ahí fuera, en el mundo, hay una enfermedad que da un terrible dolor de barriga.
- ¿De barriga? - Abre mucho los ojos y me mira, muy atenta. - El dolor de tripa no me gusta. ¿Tu estás malo?
- No, yo no, hija. No me voy a poner enfermo, pero hasta que no se pase ese mal, es mejor que te quedes aquí. Si no, podrías ponerte malita.
- ¿Y qué pasa con esa enfermedad? ¿No me puedes cuidar tú?
- La gente se vuelve feísima cuando le duele la tripa. - le explico, muy serio. - Van vomitando por las calles, lo ponen todo perdido. Y además han camuflado verduras amargas en la comida y en el agua. Te volverías muy fea si te enfermas.
- ¿Queeeee? ¡Eso es horrible! - Elive menea la cabeza, escandalizada de nuevo. - Entonces si me quedo aquí, ¿no me dará dolor de tripa ni me volveré fea?
- Aquí no. Las matronas te cuidan y son buenas contigo, ¿verdad?

La niña levanta un dedo y puntualiza el asunto a su manera, muy locuaz y explícita.

- Pues mas o menos. Pero me obligan a tomar las gachas y me regañan si me peleo.
- ¿Y por qué pegas a los otros niños, nena? - replico, observándola.

Deslizo un dedo por una mejilla suave y sonrosada, contemplo sus ojos. La niña está sana, lozana como un fruto de primavera, bullente de energía y de vida. Es evidente que mis temores eran infundados, pero en cuanto escuché que había habido infecciones en Shattrath, el pánico se me atenazó en la garganta.

En realidad, lo que me gustaría es cogerla en brazos, arrastrar sus juguetes fuera de esta prisión y marcharme con ella muy lejos, donde nada pudiera tocarla. Si, eso me gustaría. Pero no hay lugar seguro en este mundo en guerra, no con la plaga acechando ahora en cada ciudad, no con el Exánime moviendo sus piezas en el tablero, no con el caos constante de la guerra asomando las orejas detrás de cada paso que doy. Ningún sitio sería lo bastante lejos, nunca estará segura. Y por eso es por lo que peleo, ¿no es verdad? Es más que un motivo. Tengo que dejarla porque quiero protegerla. Tengo que alejarme de ella porque quiero que tenga una vida mejor. No puedo llevarla conmigo, me lo repito una y otra vez para no ceder al impulso violento de estrecharla y salir corriendo con ella a hombros y que le jodan a todo.

- Les pego porque son malos - responde al final, cruzándose de brazos. - Me quitan mis cosas y me llaman anomimación.
- ¿como?
- Amomimación. Porque tengo orejas largas.

Arqueo la ceja y me destellan los ojos con una ira irracional.

- ¿Abominación? ¿Te llaman abominación?

"Hijos de puta", pienso, casi rechinando los dientes. En este momento cogería a cada niño y les daría todos los azotes que se merecen por cabrones.

- Si, eso. Como soy medio de cada... mi papá es elfo y mi mamá es persona. - Se encoge de hombros.
- Los elfos también son personas. Mamá es humana, nena. - Elive me mira, pestañeando. Ahora estoy serio de verdad y ella lo nota. - ¿Sabes lo que significa abominación?
- No. ¿Qué significa?
- No importa. Pero tú no eres ninguna abominación, ¿vale?
- Ya lo sé, jolines. No sé lo que es, pero no soy eso. - se frota la naricilla - Es una palabra muy larga. Por eso les pego, porque suena a insulto.
- Si, más o menos, lo es. Haces bien en pegarles - replico con convicción. - No dejes que nadie se meta contigo, y si tienes que hacerte valer a hostias, pues hazlo. Pero siempre que creas que vas a ganar. Si se mete contigo un niño que es mas grande que tu, mejor le rompes los juguetes por la noche sin que sepa quién ha sido.
- Uo! Que buena idea! - exclama, mirándome con admiración.

No puedo evitar sonreír. La estrecho con suavidad y ella se aprieta contra las placas. Un nudo de melancolía me atenaza la garganta, y sé que ya llevo demasiado tiempo aquí. Siempre me da miedo venir a ver a mi hija. Sé que tendré que marcharme, y cuando se acerca el momento de hacerlo, es como arrancarme las entrañas y arrojarlas en un yermo helado. A veces he preferido echarla de menos y pasar días sin visitarla, sólo por no sentir ese dolor. Pero es mi hija. Mi niña.

- Haremos una cosa - le susurro al oído, compartiendo un secreto que le hace revolverse con emoción y prestar atención como solo puede hacerlo un crío. - Cuando se pase la enfermedad del dolor de tripa, vendré a buscarte y te llevaré conmigo, ¿de acuerdo?
- ¿Es un trato?
- Claro.

Me muestra la palma de la mano para que choque los cinco y cerremos nuestro acuerdo particular. Cuando lo hago, su sonrisa es aún mas deslumbrante que A'dal.

- ¿Has luchado mucho contra los malos, papá?
- Si, nena. He luchado mucho contra los malos. - respondo, con voz ahogada.
- ¿Y el tío Theron también? ¿Les pega con ese cuchillo de untar la mantequilla?
- Sí, el tío Theron también... pero no les pega con eso, princesa. Él les da sustos.

Elive se ríe otra vez y se encarama sobre mis piernas, echándome los brazos al cuello con expresión divertida.

- Va, cuéntame cómo pegáis a los malos.

Me embarco en un relato absurdo, fantástico, sobre supuestos combates contra criaturas de todo tipo, en los que Theron y yo damos azotes a vacas malignas y al aterrador Monstruo Espinaca. Elive escucha con atención y su risa resuena de cuando en cuando, en medio de la apasionada narración que le dedico. Su mirada fascinada es un faro de luz cálida que se hunde hasta el fondo de mi alma y me conmueve, removiendo cada fibra de mi ser. Dioses, hacer feliz a una hija... hacer que ella sea feliz, a pesar de todo, pintar su universo de colores brillantes, convertir hasta los hechos más aterradores en juegos de niños. Y ella sonríe. Rastreo en su expresión, en su diminuto corazoncito algún motivo para la tristeza, pero hasta mi ausencia le parece llevadera. ¿Qué milagro hemos traído al mundo, Ivaine? ¿La ves, donde quiera que estés? Seguro que la ves.

Pasamos el resto del tiempo haciendo un dibujo entre los dos, mientras me informa con detalle de todas las novedades de su mundo infantil. Es sorprendente la riqueza de su universo, y mientras la escucho atentamente y coloreo un dragón que tiene aspecto de pollo asado, recojo todos y cada uno de sus gestos. Lo más precioso. Lo más valioso. Lo que me llevo para evocar en medio de la batalla, cuando la Plaga del Dolor de Barriga nos rodea y el agotamiento empieza a llamar a la puerta, cuando el recuerdo de mi mujer muerta, de mis amigos muertos, de todo lo oscuro, triste y desesperanzador se abre paso un ápice en mi corazón. Entonces la tendré a ella, empuñando su lápiz naranja tras rechupetearlo, observándolo como si fuera algo maravilloso y exclamando lo que ahora exclama.

- ¡Jolin, este color sabe a zumo!

martes, 24 de noviembre de 2009

LXIV - Guerra Abierta: amanecer tenaz

Capilla de la Esperanza de la Luz - Invierno

No puedo evitar un pálpito de excitación cuando nuestras monturas se detienen frente a la alta construcción de piedra y madera. Entre las lomas pardas, recortándose en la oscuridad del paisaje, la torre de la Esperanza de la Luz permanece inquebrantable, como siempre, haciendo frente a las miradas inertes y fosfóricas que la observan con odio al otro lado de las grietas y terraplenes del terreno. Los murciumbríos acechan en los árboles, los canes se agazapan tras los bulbos infectos que nacen en el yermo árido. Los muertos no tienen miedo. Si pudieran tenerlo, estarían acojonados ahora. Imagino que sólo están cabreados.

Y no me extraña que lo estén. La explanada de la capilla hierve de actividad, como hacía tiempo que no se veía. Soldados y capitanes de división entran y salen de la nave, los intendentes del Alba están dispuestos a ambos lados del escueto campamento, que ahora parece extenderse casi hasta los límites, donde los avizores montan guardia, incansables. Médicos renegados, sanadores y curanderos empuñan los estandartes y se colocan en fila frente al Comandante Kuntz, que reparte órdenes y libranzas. "Vamos, vamos. Hacen falta tres más en Orgrimmar. Cinco para Villadorada",  exclama con la voz autoritaria de siempre. Los grifos y los murciélagos vuelan, van y vienen transportando a sus jinetes.

Algunos soldados abren cajas de armas y armaduras con palancas, un par de carretas y mulos de carga acaban de llegar y los transportistas son revisados por los sacerdotes, les ofrecen zumo de fruta del sol y galletas secas. Y los luchadores errantes que acuden a combatir en la guerra se arremolinan para recibir órdenes, bajo los gritos de los lugartenientes que organizan los ataques y la defensa.

- ¡Un ziggurat se ha avistado en Azshara! ¡Necesitamos mas gente en Kalimdor! ¡Voluntarios a este lado!

Theron tira de las riendas de Desidia y me mira de reojo.

- Esto está muy concurrido, ¿no?
- Afortunadamente, así es - replico, desmontando.

Es difícil abrirse paso hasta la capilla entre la multitud multirracial que se agolpa en los aledaños de la construcción, limpiando armas, afilando espadas, cargándose de viandas y cantimploras o abriendo las órdenes lacradas. Dentro, la nave resuena con los pasos apresurados de soldados y luchadores. Los tabardos negros y plateados relucen en la penumbra de la estancia, bajo las velas tenues y las lámparas de aceite. Lord Maxwell Tyrosus está sentado ante una larga mesa improvisada, flanqueado por Korfax y Leonid Barthalamew. Todos revisan papeles y plasman sellos, se los pasan unos a otros, y desde luego, no debería molestarles. Sin embargo, el Comandante levanta la vista hacia nosotros cuando nos acercamos con cautela.

- Que la Luz os guarde, señor. - saludo, inclinándome respetuosamente. - Aprieta la soga el Rey.
- Aprieta, hermano, aprieta - replica, con un brillo de determinación en la mirada. - Cuanto más constriña, más se oirá nuestro rugido. Muchos voluntarios acuden ahora, cuando la amenaza es patente.
- Me alegra ver que al fin se recibe apoyo, pero tal vez si lo hubiéramos tenido antes, no estaríamos en esta situación. Nada como un ataque directo a los hogares de los vagos para espolear conciencias.

Theron sonríe a medias, manteniéndose un paso por detrás de mi, y Lord Maxwell chasquea la lengua, mirándome de soslayo.

- Ese desdén no tiene lugar ahora, Albagrana. Arráncatelo y a trabajar.
- ¿Órdenes, señor?
- Id a buscarlas afuera.

Arqueo una ceja, ladeando la cabeza con cierto disgusto.

- ¿Con los voluntarios?
- Con los voluntarios, Albagrana. Lleva a tu ejército allí, los intendentes tienen ordenanzas para todos.
- No tengo ejército, vengo con Theron.

El brujo carraspea, me mira, mira al comandante y luego se inclina levemente, algo inseguro. Las joyas de sus cuernos relucen bajo las lámparas cuando lo hace.

- Saludos, señor.
- Saludos, Solámbar. - Tyrosus nos observa un momento, luego asiente. - Bien, habéis demostrado ser grandes valedores de nuestro estandarte hasta este día. Os informarán de la situación afuera, aunque os recomendaría inútilmente que os uniérais a un grupo más numeroso. Pero no lo haréis, así que, salid, y que la Luz os guarde.

Asiento y me inclino de nuevo, al ver que Lord Maxwell vuelve a sus quehaceres sin prestarme mayor atención. Al salir al exterior me trago el regusto amargo una vez más, aunque Theron me lo recuerda, caminando a mi lado con digna cadencia y tratando de adaptar sus pasos a mis zancadas.

- Con los voluntarios. ¿No es un poco injusto?
- Paciencia y perseverancia. Lo importante es hacer lo correcto, qué mas da.
- Aun así, después de todo lo que hemos hecho, deberían darnos algo más. Un mechero, no sé.

Me río entre dientes y niego con la cabeza, colocándome en la fila de los voluntarios, mientras los soldados del Alba, uniformados, con el tabardo reluciente, montan sobre sus briosos corceles con soles dorados en la gualdrapa y se disponen en formación, haciendo sonar los cuernos. Les miro de reojo con cierta melancolía y un destello de envidia que aplaco inmediatamente. Paciencia y perseverancia.

- La situación es la siguiente - nos informa un intendente cuando nos llega el turno. Es humano, su dominio del orco no es demasiado espléndido, pero se hace entender y nos observa con naturalidad. Apenas detiene su mirada un instante en las astas del brujo. - Los ziggurats se han dispersado por ambos continentes. Están alimentando unas piedras necróticas que actúan como portales de invocación de criaturas del Exánime. Hay que destruir las piedras y las criaturas, y entregar los restos de cristal aquí, en el campamento argenta. Los necesitamos para investigar el funcionamiento y el origen de esas rocas. Además, se han detectado infecciones en las ciudades principales de Kalimdor y los Reinos del Este. El origen aún no está claro, pero parece un nuevo tipo de plaga. Sed cuidadosos y ... ¿Paladín?

Me lo pienso un momento y luego asiento con la cabeza.

- Si, soy paladín.
- Excelente. Esa nueva plaga es curable si se detecta durante los dos minutos posteriores a la infección. Hemos enviado a los médicos del Alba Argenta a controlar la situación, pero tampoco vendría mal tu ayuda.
- No soy sanador. Voy a luchar. Luego ya veremos - replico en lengua común, casi quitándole la ordenanza de las manos. Luego carraspeo y saludo respetuosamente al humano. - Gracias, milord.

Nos alejamos hacia el primer objetivo marcado en el mapa, dejando atrás el agitado enclave del Alba Argenta, y avanzando hacia el noreste. Al parecer, los cachivaches del rey están presionando con fuerza en las tierras cercanas a la capilla. El brujo se traga uno de sus viales y me mira de soslayo. Llevo el escudo y la maza. Le sonrío con cierta insolencia y se le encienden los ojos repentinamente. Está excitado ante la perspectiva del combate, algo en su interior se agita, ansioso y divertido.

- No soy sanador - repite, imitándome. Se echa el pelo hacia atrás y pone cara de mala hostia, levantando la barbilla, en una clara burla hacia mis gestos. Me arranca una sonrisa, el cabroncete.
- No. Voy a destrozar a luces a esos cabrones. Pero tranquilo, te curaré de vez en cuando sólo para oírte sisear.
- Sería un detalle por tu parte, dado que estamos solos.
- Qué novedad.
- Aun así, haz lo que tengas que hacer. Ya sabes que me las arreglo.
- Te las arreglas mejor conmigo a tu espalda.

Esboza una sonrisa maliciosa y un pensamiento que no acierto a captar le cruza la mente, ocultándose rápido como una ardilla escurridiza. Arqueo la ceja.

- ¿Qué?
- Nada. Te sienta bien volver a la acción.
- Pues claro. Nací para esto.

El ziggurat ya se avista desde una colina parduzca, la noche está cuajada de estrellas y ese satélite flotante de piedra piramidal proyecta un rayo de luz purpúrea sobre una piedra alargada, prismática, rodeada de necrófagos. Detrás de una suave ondulación del terreno, un grupo de seis guerreros discute la estrategia cuando les pasamos por al lado, a caballo, tranquilos. Nos miran de reojo.

- Eh... eh, esperad. ¿Donde vais? Os van a...

Sonrío al orco que me habla mientras Theron salta de la montura, una vez vadeada la loma, y la sombra se enreda a su alrededor. Su imagen es ahora la de un demonio gigantesco que brama y abrasa a los cadáveres andantes mientras se abalanzan sobre él, furiosos.

- Disculpad, me esperan en la pista. - replico, desmontando con calma y si, lo admito, un toque de altanería.  - Es hora de bailar, y no me he vestido así para nada. Suerte, amigos.

Cuando me arrojo al combate, la Luz se enciende en mi interior, chispea y hierve como un volcán en erupción, y la hago destellar sobre los enemigos que caen condenados por sus llamas, sobre el brujo que se alza, avivado por su fuego regenerador, sobre mí mismo. Resplandece con la intensidad de un sol naciente, haciendo frente a las carcasas sin vida que arremeten contra nosotros, abrazando y protegiendo nuestras vidas, y el combate me absorbe y me empuja, me da la bienvenida como un hogar cálido.

Este es mi sitio, sin duda. Y joder, cuánto lo añoraba.

LXIII - Cielos tormentosos

Rémol - Invierno

La escueta habitación donde he pasado tres semanas tiene ese aroma pesado de los sitios cerrados y los cuerpos enfermizos. Por eso no me importa el aire gélido que se cuela por la ventana abierta mientras me observo en el espejo, soltando una maldición entre dientes.

Estoy furioso. Y la barba desaliñada, el semblante demacrado y el pelo revuelto, aun húmedo del baño, no contribuyen a que mi semblante parezca menos amenazador. Estoy débil, tengo hambre y mi cabeza parece un ovillo de lana deshilachada, pero la ira, oh si, la rabia lo limpia todo. Estoy furioso. La inutilidad me enfurece.

Me aparto del espejo y me visto con las placas directamente sobre la piel. Abrocho los correajes con tirones violentos hasta que se me clavan en la carne y el metal me constriñe con su abrazo frío y sólido. ¿Qué hostias le pasa al mundo, que no puede avanzar por sí solo? Me desespera esa certeza. Abro el armario de un tirón y arrojo al suelo el fardo de las armas, que golpea con estruendo. Con un breve vistazo, con la tormenta hirviendo en mis sienes, escojo a Sul'thraze. Su hambre es la mía ahora, su desdén me viene de maravilla. Al cerrar la mano sobre la empuñadura, noto el hormigueo en las venas de la muñeca, chispeante, intenso.

"Estúpidos inútiles, inútiles todos", me digo, echándome el mandoble a la espalda y saliendo a largas zancadas. Cierro de un portazo y bajo los escalones de cuatro en cuatro.

La planta baja de la taberna de Rémol está desierta a excepción de Kalishta, que se acoda en la balaustrada de madera con las tetas fuera, apenas comprimidas por un corpiño escueto que anuncia a gritos lo calientapollas que es. Cuando se vuelve hacia mi, corto el posible saludo que podía estar pensando en dirigirme con una mirada de advertencia, más elocuente que la voz. Como me hable, le cruzo la cara con el guantelete, aquí y ahora. Otra inútil. Zorra e inútil.

Me dirijo a la salida. Camino deprisa, aplastando el suelo a mi paso, con la contención sujetando mis instintos. Hoy puede ser el peor momento para todo el que se cruce en mi camino, y una parte de mi espera que nadie lo haga. La lluvia cae sobre la pequeña aldea, repiqueteando en mi armadura cuando alcanzo la puerta del Concejo y la abro con rudeza, empujando con ambas manos. El ruido sordo de la madera contra la pared de piedra al golpear las hojas contra ella reverbera en el recibidor, y la alfombra recibe la imprimación de una de mis huellas embarradas cuando entro en la sala amplia a la izquierda.

Lemgedith, sentado frente a una montaña de pliegos de pergamino, se gira hacia mi con su rostro impenetrable, indiferente.

- Veo que os encontráis mejor - dice, mirándome de arriba a abajo.
- Déjate de mierdas, muerto. ¿Qué pasa, sois incapaces de hacer nada sin mi?

Parpadea cuando golpeo el suelo de madera con el arma y arrastro una silla, encaramándome a ella de un salto, con el respaldo hacia adelante. Creo que mi voz está bramando. No me importa.

- Mantén la corrección entre estos muros o sal de ellos - replica con fría gravedad. Su ojo destella.
- Me han informado de que la Ciudadela ya no está. Naxxramas ha desaparecido.
- Así es - vuelve a sus papeles. - Hace dos días. Al parecer, se ha trasladado.
- Al parecer, teníamos una incursión pendiente que no ha tenido lugar. ¿Alguien puede explicarme por qué coño se nos ha escapado de las manos?
- Estabas... enfermo, creo. Nadie fue demasiado explícito acerca de tu estado.
- Lo que yo creo es que todos sois un hatajo de cobardes y de inútiles, con todos mis respetos, Arconte.
- Eres libre de pensar como gustes. Por otra parte, ahora que la Ciudadela ha desaparecido, supongo que tú y tu gente ya no tenéis ningún motivo para permanecer en estas tierras.

Levanta la mirada y sonríe con un gesto fugaz, ficticio. Respondo de la misma manera, aunque mi sonrisa no es tal cosa. Muestro los dientes rechinantes y le destrozo con la mirada, inmóvil sobre mi asiento.

- Te conservas muy bien por fuera, pero me temo que tu cerebro está podrido. ¿No eres capaz de deducir una mierda, no?
- Te pido respeto por última vez, o sal de aquí. No tengo por qué escucharte.
- Deberías hacerlo, si en algo valoras estas tierras, a tu Reina o a lo que sea - espeto, levantándome. Me acerco en dos zancadas y dejo caer la mano abierta sobre los montones de pergamino. - Mírame y escucha, Arconte.

Lentamente, su rostro se vuelve hacia el mío. Rezuma desdén y cierta avidez, quizá un punto de satisfacción o algo más concupiscente que todo eso, a lo que no quiero prestar atención ahora. Lemgedith me impresionaba, en su día. Ahora sólo tengo ganas de arrastrarle por el fango y desollar esa apariencia engañosa de falsa autoridad, destrozar su envoltura y mostrarle tal y como es realmente. Un saco de mierda, tan inteligente como tal y con el mismo interés.

- Durante años, Naxxramas ha permanecido estática - anuncio con sequedad, como si tratara de explicarle a un crío que uno mas uno son dos. - La situación en las tierras de la plaga estaba en punto muerto, apenas había movimiento de posiciones. Años, ¡años! así. Y ahora Naxxramas se mueve, se la llevan de aquí. ¿Y te parece tan normal?

- Me lo parece. La han trasladado al Norte, lo cual resulta de lo más natural, dado que la Plaga se está fortaleciendo allí, junto a su Rey.

- Lleva fortaleciéndose allí, junto a su Rey desde hace mucho tiempo. Y jamás, nunca, habían tocado sus posiciones en las tierras del Este. Está disponiendo piezas, y eres un necio si eres incapaz de ver y permanecer alerta. Se disponen piezas para una puta guerra. Va a atacar.

Suspira y se levanta, encarándome con gélida templanza, midiéndonos una vez mas. Mi tormenta se agita dentro de mi, se enreda y golpea en las paredes del pecho.

- ¿Qué estás queriendo decir? Muéstrame tu gran sabiduría, paladín.
- Hemos perdido la oportunidad de hacer caer la Ciudadela. Y ha sido una cagada. Podíamos haberle mordido los talones como perros rabiosos antes de que situara su juego, pero nadie ha hecho nada.Y ha sido culpa vuestra.
- ¿Nuestra?
- Tuya y del resto de retrasados a los que consideré suficientemente buenos para la incursión, solo porque tenían la suficiente coordinación manual como para empuñar un arma. Suerte que esta ineptitud se ha demostrado en la ausencia de combate y no en medio de él. Aun así, creía que eras un líder.

Se inclina hacia adelante y de nuevo brilla su ojo azulado, una densa sombra se arremolina en torno a su cuerpo. La percibo, claramente hostil. Nuestras posturas también lo son. Nos estamos enfrentando, y lo hacemos directamente. Y yo me aguanto las ganas de tirarle del pelo y darle un rodillazo en los dientes. Me recreo pensando en el movimiento, sería fluido y rápido, apenas reaccionaría, sólo cuando fuera demasiado tarde.

- ¿Estás poniendo en duda mi autoridad, Albagrana?
- Tú mismo has renunciado a ella, cuando en mi ausencia no has sido capaz de continuar con esto.
- En ningún momento se me escogió como segundo al mando.
- Cosa que nunca has necesitado para considerarte cacique en ninguna parte. ¿Por qué no lo has hecho en este caso, cuando hubiera sido beneficioso? ¿Por qué nadie lo ha hecho?
- Quizá porque no ... he querido. Quizá porque nadie ha querido.
-  No valéis para nada. Y tú, eres un vago y un patán. No me llegas ni a las suelas de las botas, niñato reanimado.
- Fuera de este edificio, Albagrana - señala la puerta con el dedo, horadándome con su mirada vibrante, ahora sí, de odio. "El hijo de puta mariconazo tiene sentimientos, al fin y al cabo"- Fuera de aquí.
- ¿Con qué autoridad me echas? - replico, desafiante. - ¿Con la que no te atreviste a empuñar para liderar un ataque, o con la que esgrimes para jugar a las casitas en este feudo? La segunda se te da bien, para la primera no sirves, está claro.
- Fuera. Fuera, ahora.
- Me acabas de coronar, guapín.

Cuando le palmeo la mejilla con condescendencia paternal, sé que un paso más convertirá esta batalla dialéctica en un cruce de aceros. No es que no me sienta tentado a hacerlo, pero prefiero darle la puntilla desde la puerta, mientras me marcho con mi tempestad a cuestas, a largas zancadas.

-  Pudiste demostrar que eras un líder de verdad cuando yo falté. Tu pasividad ha enviado claramente el mensaje, ha dejado claro cual es el lugar de cada uno. No olvides nunca que tú me lo has cedido con tus actos.

Cierro de un portazo y salgo al exterior. La lluvia cae con fuerza. Un trueno quiebra el firmamento, y levanto la mirada, rechinando los dientes. En alguna parte, un rey muerto dispone el tablero a su antojo. Yo no soy un rey, pero estoy vivo, y no me gusta jugar al juego de otros. Veremos cómo se desarrolla la partida, pero no me cogerá desprevenido.

LXII - Sueño blanco

Nada.

Sólo la nada inconsciente me envuelve. De vez en cuando la percibo, sin embargo. Una eternidad de silencio y de nada, donde el tiempo no pasa y sólo yazco. En ocasiones, despunta un recuerdo aislado que pasa, fugaz, cruzando como una estela absurda. El mar agitado. Aguas que se elevan. Un anciano de barba ondeante. El ruido del metal al desenvainar. Canciones de cuna en un idioma desconocido. Caras conocidas. Corona del Sol y árboles susurrantes que me cantan canciones repetitivas. Nunca supe de dónde salían.

Los bosques te enseñaron sus secretos, las hojas te enseñaron.


Esa canción me la sé.

Aquí no hay nada que moleste. Sueño con mis recuerdos, envuelto en los densos algodones que me apartan de una realidad que ya no sé si existe o no, reconociendo, en ocasiones, voces lejanas que se abren paso desde una frontera que no puedo alcanzar.

- ... están nerviosos - la voz de mi hermana. Hibrys. Es mi hermana, es cierto. - ¿Qué diablos ha pasado, Ahti? Mas vale que te recuperes. Verte así... no puedo verte así.

Está triste y preocupada. No sé como me está viendo. ¿Por qué no puede verme así?

Pasa el tiempo en la nada espesa. Pasan los recuerdos, desfilando lentamente. El frío contacto del agua salobre en mis pulmones anegados, una inmensidad azul y gris que ondula, partida por los haces de luz de un sol que no adivino mientras me hundo en el mar insondable. Los recuerdos del ahogado son los que más me visitan, una y otra vez, tan claros como si estuviera reviviéndolos. El mar me abraza con manos frías, se cuela bajo mi ropa, besa mis párpados y se desliza por la boca y la nariz. Tira de mí hacia el fondo, me reclama.

- No sé si me oyes. No sé si nos oyes a ninguno, pero vuelve. Vuelve.

Es Drakoon, la paladina. Ah, si. Un recuerdo suyo. Muchos recuerdos suyos, a decir verdad. La veo golpeando una puerta de madera bajo un cielo tormentoso, mas allá de un puente que se tambalea. La golpea con fuerza, casi desesperada, y el viento le agita los cabellos. Una fortaleza de piedra se levanta, alta y oscura, al pie de un acantilado, y ella deja caer los puños sobre el portón, gimiendo de frustración.

Pasa el tiempo, que no existe. Un trol me zarandea y grita "despierta, despierta", pero cuando lo hago, sigo soñando. Sueño con llanuras nevadas y una reina de cabellos encendidos, sentada sobre un tronco marchito. Su mirada es sangre coagulada, me enfrenta con rudeza, y cuando camino hacia ella mis pies se hunden en la nieve, y de nuevo algo tira de mi hacia el fondo. La nieve me traga esta vez, me cubre con sus manos de escarcha y el hielo se cierra sobre mis manos, estalla en mis pulmones.

Y el tiempo que no existe, pasa. Y recuerdo Corona del Sol. Verde y azul, la hierba alta, el lago adormecido, las casas blancas y las balconadas. Algunos pájaros se esconden entre el ramaje, trinando y revoloteando en la eterna primavera, los insectos de colores brillantes y conchas como joyas ascienden por los juncos, saludando con las antenas. Los blandones se encienden por la noche en las puertas de las casas, y las estrellas cuajan el cielo negro.

- Joder, Ahti... - la voz del mas allá - ... posponer el ataque... de aquí no se mueve nadie... lo que ha pasado... días, semanas... Nodens y los demás.

Cada vez son mas débiles. Ha habido otras que han resonado en mi sueño blanco, pero ésta tiene un eco más fuerte, más intenso. Llega clara y se entreteje en la inconsciencia, haciendo que me remueva por dentro. Aquí, donde nada molesta.

Pasa el tiempo que no existe, y esa voz es la constante. Incansable, no deja de hablarme, de abrirse paso a través de las fronteras. Y cuanto más la escucho, más clara me suena, más cerca parece. Aunque no entienda lo que dice.

- Nos reunimos con Lauryn, Hibrys y yo. Nadie parece dispuesto a hacerse cargo, ahora que tú estás así. Y Lemgedith no ha aparecido, aunque tampoco pensaba dejarlo en sus manos, la verdad.

¿Qué coño me está contando? Es Theron. Esa voz desdeñosa es la suya, no me cabe duda, pero no entiendo una mierda. Aun así, reconforta escucharle. El tiempo que no existe, pasa. Y siempre esa voz.

- ...y entonces llegó Nodens con otros dos paladines. O eso me han contado. Consiguieron sacarme esa mierda, lo que fuera, pero hicieron falta tres...
- ... tu hermana es un poco zorra...
- ... tío, debería afeitarte. Pareces un náufrago, o un mendigo. ¿Puedo intentarlo? Bueno, tampoco creo que estés en situación de golpearme o de ponerte a gruñir...
- ... Drakoon pregunta por ti. Todo el mundo está un poco desorientado ahora. Así que me he hecho cargo...
- ... aquí estoy, sentado encima tuya y contándote todo esto, como si pudieras oírme. Porque estoy seguro de que puedes hacerlo...
- ... pues este libro lo encontré en el concejo. No enseña nada que no sepa, pero está bien para pasar el rato. Cuenta algunas nociones básicas sobre el funcionamiento de las líneas ley...
- ... si te amenazo con hacer cosas horribles a tu pobre persona convaleciente, ¿despertarás? Seguro que lo harías, sólo para soltarme una hostia... ¿o no?...
- ... ahí abajo todo está lleno de imbéciles. Cada día les aguanto menos, Ahti. Una buena explosión y a la mierda todo...
- ... ¿cuando vas a despertar?...

¿Y si no me despierto nunca?
No me jodas, claro que te vas a despertar

Y de nuevo tira de mí hacia el fondo. Me arrastra, con el eco de un sollozo lejano, apartándome de él, apartándome de todo. Me arrastra...

... y mira por donde, ahora ha empezado a tocarme los cojones.

Estoy molesto, aquí donde nada molesta. Ya no es paz y recuerdos lentos. Pienso salir de aquí como sea. A mi nadie se me pitorrea, ni siquiera el coma profundo. Así que en mi inconsciencia comienzo a buscar lentamente el camino de vuelta.

lunes, 23 de noviembre de 2009

LXI - En el interior (II)

Ciudad de Shattrath

A'dal sigue cantando, la Luz sigue fluyendo hacia el firmamento en el mismo haz indisoluble. Fantomas, mi dracoleón, sigue comportándose como el animal medio idiota que es. Su mirada es casi bovina y su vuelo irregular, más aún cuando carga con dos personas. El brujo se revuelve, helado, cubierto de un extraño sudor frío, sobre el lomo de la bestia y sus pensamientos me llegan con claridad, irritándome a pesar de ser conocedor de su origen.

¿Por qué me haces esto?


Se clava como una daga helada en mi conciencia, en alguna parte de mi alma a la que no presto atención.

- No estás bien - respondo en voz alta, guiando a la montura hacia el Alto Aldor. - Ya hace tiempo que no lo estás. Tienes algo dentro que te está consumiendo, brujo, y hay que extirparlo.

El viento me agita los cabellos mientras avanzamos al vuelo. Tengo que sujetarle con un brazo mientras se retuerce, como si alguien estuviera secuestrándole. Percibo la hostilidad, el miedo, la incomprensión. No entiende lo que está pasando. Los ojos verdeantes, cubiertos por un velo extraño, se vuelven hacia mí
un momento con el claro reflejo de la tristeza, y aprieto los dientes, tenso la mandíbula, empujando al fondo las sensaciones que me muerden por dentro.

Paso de ellas. No voy a hacerles caso. Voy a hacer lo que hay que hacer y punto.

- Suéltame... por favor, suéltame.

No dejo que la súplica me afecte. No gasto más saliva en explicarme. En este estado, no lo va a entender, pero cuando todo haya pasado, se alegrará. Y las cosas volverán a ser como siempre. Será el mismo de siempre. Como tiene que ser. Me lo repito una y otra vez.

Descendemos sobre una balconada y me veo obligado a arrastrarle a un rincón. Theron pega la espalda a la pared y se encoge sobre sí mismo, mirándome con horror. Su lealtad ahora es más fuerte que su miedo, y se limita a observarme tratando de entender por qué le hago esto, qué ha hecho para que le odie así, para que quiera destruirle.

Dispongo las piedras imbuidas alrededor y empuño el canalizador de luz en una mano, las tres rocas de nodo en la otra. Y le miro. Pálido y con los ojos desorbitados, menea la cabeza.

- No... no lo hagas.
- Ya basta, brujo, por favor - escupo casi con virulencia, acercándome a largas zancadas. - Basta.
- ¡No!

Se cubre con los brazos, está asustado. Tiembla y respira agitadamente, retorciéndose, cuando me acerco y me cierno sobre él, aprieto sus manos contra el suelo y comienzo a invocar la Luz con ligereza, buscando, buscando, rastreando, tanteando.

- ¿Por qué? - repite, forcejeando con desesperación. - ¿Por qué? ¿Por qué me haces esto? ¿Por qué?

Entrecierro los ojos, distanciándome del subir y bajar desacompasado de su pecho, del pánico atroz que le envuelve, desafiando a esa oscuridad espesa, fría y densa que casi puedo ver. Una mancha negra como la noche sobre su pecho, sobre su mente, sobre su estómago. Una mancha oscura que extiende sus tentáculos, alimentándose de su sombra, creciendo y creciendo desde hace... ¿Hace cuánto? ¿Cómo llegó ahí? ¿De qué manera se coló en su cuerpo y en su alma? No lo sé. Sé lo que ha hecho.

¿Por qué me haces esto?

Sé lo que ha hecho. Confundir sus recuerdos, casi devorando algunos de ellos. Arrastrarle a un punto cercano a la enajenación, poseerle desde dentro, alimentarse de él. Recuerdo haberle arrastrado de la Isla, cuando se dirigía a la Meseta como un autómata, sacarle de tumbas abiertas donde dormitaba casi en trance, golpear con violencia dentro de su cabeza intentando hacerle reaccionar cuando esa bruma oscura se inflamaba y le abrazaba por completo, haciéndole olvidar quién soy. Quién es él. Quién es él ahora.

No voy a consentir más cadenas así.

- Nunca te haría daño, gilipollas - insisto vanamente en medio de la concentración, mientras localizo el centro de ese charco espeso y viscoso dentro de Theron.

- ¿Entonces por qué quieres hacerme esto? - murmura quedamente, al borde de las lágrimas.

No le hagas caso, me digo. Y no le hago caso. No es mi brujo el que está hablando, es un despojo débil y retorcido presa de los zarcillos oscuros de lo que le consume. No le hago caso, por muy hondo que muerda dentro de mí, me niego a darle ese poder al miedo, a la compasión mal situada, al temor de herirle. Y una mierda. Esto se va a acabar, y va a acabarse ya.

Los objetos de poder que nos rodean son mis fuentes de Luz ahora. A'dal está cerca, también me nutrirá. El canalizador vibra mientras invoco el hechizo, la energía atraviesa mi cuerpo y mi alma y desciende hasta mis manos, abiertas sobre su frente. Theron cierra los ojos, se cubre con las manos, temblando.

"Se acabó"

Todo irá bien, confía en mi, mas allá de la mierda que te envuelve. Confía en mi, hostia.


Titilante y sonora, la Luz se desliza con potencia hacia el interior de su cuerpo, brota como un rayo estelar que me enerva y me tensa, bullendo en mis entrañas, buscando el enemigo que yace en el interior. Lo veo a través de ella, agitándose como un insecto de mil brazos, espumeando con cierto aire salvaje y condescendiente. Se ríe de nosotros. Veremos si se sigue riendo ahora.

-¡No!

El brujo grita cuando la Luz le atraviesa. Arranco la energía del naaru, del canalizador cargado, de las piedras de nodo, de todo cuanto tengo cerca hasta casi no poder contenerla dentro de mi, y me estrello contra la oscuridad bullente, ardiendo de determinación.

Y se levanta. Me hace frente. Impactan una contra otra con una violencia de energías equitativas que chocan y estallan, se golpean y...

... arrasan...

...como olas desencadenadas... como fuerzas naturales que destruyen a su paso...

Mierda no. Que no sea en vano... que no sea...

Apenas siento el golpe contra el suelo cuando caigo de espaldas. El cielo sobre la Ciudad de Shattrath ondula delante de mis ojos, y todo se desvanece. Me despido de la conciencia con la amarga impotencia de la derrota, y todo se vuelve...

blanco

martes, 17 de noviembre de 2009

LX - En el interior (I)

Tierras de la Peste del Este - Otoño

Cuatro auras. Tres brujos. Un puñado de soldados. Somos muchos.

Me pregunto, mientras avanzamos a lo largo de los bosques yermos, si realmente estarán ahí cuando llegue el momento de blandir las armas. A mi derecha, Nodens parece tranquilo. Es un sanador con experiencia, su aura me llega con claridad. Más atrás, Lauryn cabalga junto a algunos de sus compañeros del Alba de Plata. ¿Les habrán informado o sólo les han arrastrado aquí por mera lealtad? No es que importe demasiado.

Los canes de la peste nos atisban con sus ojos amarillos detrás de los montículos resecos. Un par de murciélagos revolotean sobre nuestras cabezas, chillando como cerdos desollados de cuando en cuando.

Hace frío, Iradiel


Vuelvo la vista a medias hacia el brujo. Su pesadilla se mantiene a mi izquierda, camina al paso con Elazel y se remueve, inquieta, de cuando en cuando. Erguido, Theron mira hacia delante, con los ojos empañados con un curioso velo púrpura.

No soy Iradiel.


"No soy Iradiel, pedazo de idiota, ¿qué coño te pasa?". Resoplo y aprieto el paso cuando diviso la glorieta a poca distancia. No sé que narices le está pasando al brujo últimamente. A ratos parece ausente, casi en trance. Nos llama por nombres equivocados, confunde a Hibrys con Eliannor y a mi con ese capullo de Iradiel. Me lo encuentro acurrucado en tumbas vacías, diciendo incoherencias y al borde de la hipotermia. Pasa mucho tiempo durmiendo. En ocasiones es el mismo de siempre, insoportable y eficiente, en otras, es como si se hubiera vuelto gilipollas. Me pregunto vagamente si será a causa de la dosificación del vil. No ha vuelto a tener sobredosis y controla bastante bien las tomas... pero esto no es muy normal. Tengo la extraña sensación de que hay algo más... y no sé lo que es.

Cuando desmontamos, la inquietud sigue latiendo en algún lugar profundo del alma. Nodens desmonta conmigo y Lauryn se nos acerca, con la mano en la empuñadura, los negros cabellos agitándose a su espalda.

- ¿Estáis preparados? - pregunta, mirando alrededor. Uno de los brujos del Alba de Plata, un renegado, se está arremangando con una sonrisa extraña.
- Sin duda. No nos invoquéis hasta que no tengáis una señal.

Le doy la runa a Lauryn mientras ajusto mi armadura. Nodens me pone la mano en la frente y murmura una bendición, palmeándome la espalda, luego me habla en un susurro, sin mirarme.

- No hagáis ninguna tontería, Ahti. Entrad, explorad un poco y evitad el enfrentamiento. Estaremos escuchando, y ten por seguro que si algo parece ir mal, os invocaremos al instante, con señal o sin ella.
- No os precipitéis - replico, tensando las correas para no dejar huecos entre las placas. - Dadnos al menos el beneficio de la duda.
- ¿Theron está bien?

Le miro de reojo. Sigue subido en la montura.

- Lo está. - aseguro, como si al decirlo pudiera hacerlo realidad. - ¡Theron! ¡Vamos!

El grupo del Alba de Plata ha puesto pie a tierra y todos aguardan, en círculo, alrededor del brujo. Creo que se llama Zao, sus ojos amarillentos me observan con una mezcla de burla y confianza. Los demás se frotan las manos, y Lauryn nos mira con preocupación. "Todo el mundo está acojonado", me digo, acercándome a Theron. Ha desmontado al fin, y mira al frente con un aire algo ausente.

¿Estás preparado o no?


Asiente con la cabeza. Muy convincente. Pero estoy inquieto.

- Suerte. Que la Luz os guarde ahí dentro.
- Más os vale regresar a salvo.

Las palabras de Lauryn y Nodens nos acompañan mientras ponemos el pie en el portal. Suerte. La vamos a necesitar.

Y de nuevo, estamos en el interior. Casi nos hemos acostumbrado. Avanzamos por los corredores, pegados a las paredes. La lengua fría de Naxxramas es larga y densa, me impregna por completo a medida que caminamos, los susurros martillean en mi cabeza, continuos y constantes.

- El barrio de las arañas. No ha habido movimientos desde la última vez - susurro, empuñando la runa. Mi aliento se condensa en el insano ambiente helado de la ciudadela. - Parece que todo sigue como siemp... re?

Tengo que arrojar la mano hacia adelante para que Theron no siga caminando, como un zombi, en dirección a la arcada que da acceso a la zona de los Caballeros. Le arrastro a un lado casi con desesperación, mirándole a los ojos. Están teñidos de púrpura.

- ¿Qué mierda te está pasando, tio? - murmuro, zarandeándole.
- Iradiel...
- No soy Iradiel. Joder.

Theron se retrae, me mira como si no entendiera por qué estoy preocupado, por qué le hablo de este modo. Le percibo extraño al otro lado del vínculo, extraño y más oscuro que de costumbre. Y esa sombra...

- Vale, escucha, cuando salgamos de aquí voy a echarte un ojo. No estás bien.
- Estoy perfectamente. Puedo hacerlo.

Parece recomponerse un tanto y se revuelve, colocándose la toga. "Y una polla estás bien", me digo. Y entonces, la gárgola grita, y ya no hay tiempo para nada más que desenvainar las armas y plantar cara, mientras al otro lado de la runa, Lauryn exclama.

- ¡Invocadles, invocamos ahora, DEPRISA!

Sus voces me llegan, lejanas. Las alertas se han disparado, y no es sólo por los enemigos que acechan y los pasos metálicos que resuenan por los pasillos. Hay algo peor que está mordiendo desde dentro. Está dentro. En el interior.