domingo, 29 de noviembre de 2009

LXVII - Guerra Abierta: Reconocimiento (II)

Capilla de la Esperanza de la Luz - Penúltimo día de otoño

Y una vez mas, camino bajo esta techambre añeja, avanzando a lo largo del suelo embaldosado, donde las grebas de placas resuenan. Una vez más, camino hacia la sacristía desvencijada, donde imagino los libros apilándose polvorientos, los viejos cálices y los antiguos símbolos de la fe. La penumbra de la mañana en las tierras de la guerra - la guerra real - proyecta sombras y contraluces irregulares en el viejo edificio donde siempre hay quien no duerme.

Es aquí donde mis pasos no suenan más fuertes que los demás. Aquí, es aquí donde, al cruzarme con los soldados, encuentro en sus miradas la misma llama que sé que anima la mía. Sus placas también entrechocan, su caminar también es seguro, sus rostros siempre hacia el frente. Al pasar unos junto a otros nos miramos brevemente como se miran los animales de la misma especie, y es curioso, porque no importa que sean humanos, trols, orcos o enanos. Hay algo por encima de eso. Esa llama, ese fuego que nos quema a todos por igual, o eso presumo.

Hace cinco años, pronto seis si las cuentas no me fallan, atravesaba la Capilla igual que ahora, nuestros ojos se cruzaban de la misma manera. Quizá es por eso que, al golpear con los nudillos la puerta de madera de la sacristía y ver que se abre ante mi, al colocarme frente a la mesa de mis superiores - vuelvo a tener superiores - una sensación hogareña y acogedora se derrama dentro de mi definitivamente.

Me mantengo firme y me inclino con gravedad, después levanto la barbilla y, serio, contemplo a Lord Maxwell Tyrosus. El humano está solo hoy, delante del escritorio. Una pluma parda reposa en el tintero, su espada tintinea cuando aparta la silla y se levanta, con las manos sobre el escritorio y el semblante adusto. Las sienes le han encanecido más ultimamente, el parche en el ojo y el poblado bigote siguen siendo sus señas de identidad, al igual que su voz profunda cuando habla.

- Que la Luz te guarde, Albagrana.
- Y sus bendiciones desciendan sobre vos, señor.

A través de las ventanas entabladas, haces de luz insistente se proyectan sobre el mobiliario, inundan la estancia de una luminosidad esquiva, brumosa y blanquecina, que viste de franjas pálidas las sombras grises y arranca destellos a los símbolos consagrados. El comandante del Alba Argenta se toma su tiempo antes de seguir hablando, y aguardo con calma su examen, sin apartar la mirada, que esta vez no es un desafío sino una entrega.

- El último de los ziggurats ha desaparecido - explica, breve, conciso. - El ataque ha terminado, por ahora. Se ha descubierto el foco de la infección en las ciudades, y ahora mismo, los combatientes de la Horda y la Alianza junto a nuestros efectivos están acabando con los últimos resquicios. La situación comienza a encauzarse.

Asiento, brevemente, colocando las manos sobre el cinturón.

- No es momento para ceremonias, pero nunca nos ha importado cuándo es el momento para hacer lo que es debido, ¿no es verdad? - arqueo la ceja con cierta curiosidad, a la expectativa, y sus siguientes palabras no hacen que me inmute. - Theod Samuelson ha caído... enfermo, al parecer. Los sacerdotes dicen que su cuerpo sólo es una carcasa, su alma lo ha abandonado.

Sigo escuchando, indiferente ante la declaración, que no me sorprende en absoluto. No, no me sorprende, aunque han tardado mucho en darse cuenta. Hace ya meses que Theron y yo viajamos a Ventormenta y nos infiltramos con ayuda de unas pociones de metamorfosis, para arrancarle el alma a ese hijo de perra traidor y asesino. Luego se la dimos de comer al diablillo de Hibrys. Y no, no me arrepiento en absoluto, y aunque lo hiciera, si mi superior me pregunta al respecto, le diré la verdad.

Pero no lo hace, solo me mira largamente y finalmente suspira.

- De nuevo, por derecho propio, eres un soldado del Alba, a pesar de todo lo que sucediera en el pasado. Supongo que ya tienes lo que querías. Espero que estés satisfecho.
- No

Él parpadea, y yo también lo hago. Su rostro se ladea con curiosidad, y tengo que fruncir el ceño y bajar la cabeza mientras intento escuchar la vocecita que canta en mi interior, que nunca se cansa. Si un día cerré los oídos, ahora quiero que me cuente su historia, quiero desentrañar sus palabras de verdad y de justicia, dejar que me muestre en el espejo lo que es correcto. Mas allá del bien o el mal, lo que es correcto.

Y la escucho. Hazlo bien, hazlo limpio, barrer el pasado, desatar viejos nudos, limpiar lo que está sucio, arreglar lo que está roto, poner ORDEN. Poner orden. Hazlo bien. Hazlo limpio.


- Señor, quiero ser juzgado - replico, levantando la mirada hacia Lord Maxwell.
- Ya fuiste juzgado.
- Quiero ser juzgado ante la Luz, quiero que se sepa la verdad, y que al amparo de esa verdad, se me juzgue de nuevo, sean cuales sean las consecuencias.
- No se puede volver a juzgar a un soldado por el mismo delito - insiste con firmeza. - Se te declaró culpable de traición, y aunque no cumpliste condena del modo establecido, sin duda la cumpliste, y con tus actos has obtenido redención. ¿Qué mas quieres?
- Yo no traicioné a nadie.

Intento que mi voz suene calmada, aunque creo que la he levantado un poco. Debería mantener la compostura, pero no creo que pueda, no por más tiempo. Arrojo las manos sobre la mesa y me inclino hacia adelante. Y suplico, en un susurro quedo, mientras los susurros de mi memoria resuenan con energías renovadas en mi interior.

- Por favor.
- Albagrana, deja de remover el pasado - replica Lord Maxwell, cansado y paternal. - Déjalo ya.
- No puedo, señor. No puedo dejarlo estar. Quiero que se sepa la verdad ante la Luz, aunque eso demuestre que el Alba Argenta también se equivoca.

Nos miramos un instante, en silencio. Soy muy consciente de las consecuencias de mi afirmación, y sé que el fundador de la Orden está sopesando cuidadosamente los pros y los contras de mi petición. Aguardo la respuesta con cierta inquietud. ¿Se atreverán los heraldos del Alba a enfrentarse a esto? Veo llegar la negativa de lejos, con un amargo regusto a decepción abriéndose paso en mi garganta. Y entonces mi superior habla. Y toda la inseguridad se disipa, arrollada por la limpidez de un rayo intenso de esperanza, triunfo y plenitud que hace que me cueste contener el entusiasmo.

- Sea. A puerta cerrada, un juicio ante la Luz para exponer la verdad ante ella.
- Gracias, señor.
- Mañana al amanecer, en las criptas. - aparta las manos de la mesa y vuelve a sentarse, suspirando y empuñando la pluma. - Hagámoslo bien. Hagámoslo limpio.

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Capilla de la Esperanza de la Luz, último día de otoño

Acta de Juicio Oral, primera y única sesión.


Constituido el tribunal de la Luz en audiencia privada con los representantes del Alba Argenta y la Hermandad de la Luz, presidido por Lord Maxwell Neofitus, Lord Eligor Albar y Lord Leonid Bartholomew, se presenta ante el mismo el soldado del Alba Argenta, Rodrith Astorel Albagrana.


Habiendo sido acusado, juzgado y condenado en tribunal militar por los cargos de amotinamiento, traición y deserción, y habiéndosele hallado culpable de los mismos, con el agravante de la responsabilidad de la muerte de los soldados de la División Octava del Alba Argenta, y considerándose cumplidas las condenas por estos cargos, en el día de hoy, ante los ojos de la Luz y bajo su Iluminación en pos de la verdad, se revisan estos cargos.


Tras las declaraciones del acusado, quien reiterando su inocencia, relató una serie de hechos que no pueden sustentarse en prueba alguna, de los cuales no quedan a día de hoy testigos con vida que pudieran respaldarlos, el tribunal decidió someter al acusado a la Prueba de la Fe para comprobar la veracidad de sus palabras.


De este modo, y habiéndose revelado las acusaciones como falsas ante el solemne Juicio de la Fe, se declara a Rodrith Astorel Albagrana inocente de los cargos de amotinamiento y traición, y se le exime de toda responsabilidad en los hechos que acontecieron. Asimismo, se le declara culpable de deserción. Dados los pormenores del caso y la probada lealtad del acusado hacia la Orden en los últimos tiempos, el Tribunal de la Luz le considera redimido de esta falta, pese a lo cual, Rodrith Astorel Albagrana manifiesta su voluntad de cumplir condena por este último cargo.


Finalmente, por acuerdo entre las partes, se decide un castigo ejemplar, consistente en 1.825 latigazos que el propio acusado se infligirá a sí mismo, uno por cada día de deserción.


Que siempre prevalezca la justicia y la verdad entre nuestras filas. Nos encomendamos a la Luz y suplicamos que su sabiduría nos guíe en los días venideros.



- La próxima vez que vayas a autolesionarte, avísame con tiempo - indica Theron, después de leer el acta, devolviéndomela.
- De acuerdo. Ahora, quejas aparte, la guerra aquí ha terminado. Tenemos quince días de permiso, así que se acabó por ahora.

Sonrío a medias, recolocándome la espada en la espalda. El roce del arma me hace escocer las heridas, no me las he sanado aún, pero me gusta sentir ese dolor tenue, amortiguado. Despierta el orgullo y el enaltecimiento, esa sensación deliciosa de saber que todo está en su lugar y se ha hecho lo correcto. Estiro el tabardo sobre el pecho y levanto la cabeza, echando un vistazo alrededor.

La tarde cae aquí, en la Capilla de la Esperanza de la Luz. Donde los vivos no tienen miedo a enfrentarse a sí mismos, a enfrentar a la muerte. Donde no hay mas debilidad que la que uno trae consigo. Donde miles de almas vengativas yacen, aguardando el momento de la venganza y la retribución. Donde la paciencia y la perseverancia brillan intensas y constantes, como la fe y la esperanza, con la seguridad de que todo terminará por encajar, de que la noche no es eterna y siempre lleva al amanecer. Aquí, donde aún sobreviven principios ya olvidados como el honor, la justicia y la fraternidad. Aquí, donde a pesar de las hordas de muertos que intentan abrirse paso, entre el humo y la sangre de la guerra, las cosas aún son como tienen que ser.

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