viernes, 22 de octubre de 2010

XCVIII - Ojos de hielo

He arrojado otro tronco al fuego, como si sirviera de algo. La cabaña está en penumbra, afuera hay escarcha en los cristales. Miro la ventana, los dibujos de las estrellas de nieve sobre el vidrio, mientras le hablo. La luz anaranjada convierte el lugar en un entorno cálido de madera y pieles, la hoguera crepita.

No todas las nieves se derriten con fuego.

- Aún no sé bien cómo lo hizo, pero llegó hasta aquí. Ha sido toda una sorpresa. Sobre todo para el brujo, como es natural.

Ella no dice nada. Veo su reflejo oscuro, inclinado en el rincón, lejos de la chimenea. Tiene los dedos sobre el libro, la misma página que dejó abierta hace años, sin terminar. No la ha pasado. Lleva aquí meses, no sé cuanto tiempo, pero no ha pasado la puta hoja. Su cabello ensortijado está revuelto. Parece otro fuego más.

- No es que no me guste, Theron la ama y con eso es suficiente. Es sólo que no sé qué espera de mí. - prosigo, poniéndola al día de todas las novedades, o de algunas de ellas, como siempre que vengo a verla.

Me duele el pecho. Aunque A'dal disipó la mierda aquella, me sigue doliendo a veces, y creo que nunca dejará de hacerlo, aunque haya recuperado la luz. Eso no se lo he contado. No lo haré.

- A veces discutimos y no entiendo por qué. Es como si le molestara que no quiera acercarme demasiado, pero es que cuando lo hago empiezo a tener esa sensación de pisar barro resbaladizo y peligroso. Y no es asunto mío, ellos necesitan tiempo para reencontrarse. Eliannor tiene que ubicarse a sí misma en este lugar, y el brujo también, con respecto a ella. Por eso me quito de enmedio. Es lo normal.

Sus dedos blancos son aún más blancos en el reflejo del cristal escarchado. Se deslizan muy despacio sobre la hoja del libro, como si acariciara cada palabra. Mi mano está en la ventana. Sobre la de su reflejo. Puedo fingir que la estoy tocando, su tacto sería exacto a éste: Duro, liso y congelado.

- Su llegada fue impactante, la verdad... - he bajado la voz. Ahora miro mis ojos en el cristal. Han recuperado el resplandor dorado, leve. - Ellos parecían asustados, pero a mí me pareció genial. Theron tiene una segunda oportunidad ahora, con el amor de su vida. Y ella con él. Tengo fe en que puedan ser felices juntos, a pesar de todo lo que les ha sucedido. Eso sería bueno para él.

Al otro lado de la ventana, es noche cerrada en Cuna del Invierno. No sé qué hora es, pero los árboles se agitan con el viento, que no llega aquí dentro. Este es nuestro hogar. Debería ser un lugar cálido y seguro. Lo que siempre ha sido, nuestro refugio. Y ella debería espetarme algo, tirarme del pelo para que la mire cuando le hablo porque odia que le hable sin mirarla, y normalmente, rara vez me dejaba acabar una jodida frase.

La escucho hacer un ruido extraño. Parece un suspiro, aunque Ivaine ya no necesita respirar. Trago saliva, que arrastra una cadena de espinas oxidadas por mi garganta. Me queman los ojos. Maldita sea, ¿Donde estás? Sé que está ahí, debajo de todo eso. No sé cómo romperlo. No sé cómo salvarla.

- Recuperarlo... - su voz susurra, lenta, grave, desde el rincón sombrío. Abre la mano sobre las páginas del libro. - Ellos pueden.

Cierro los ojos y aguanto el aire en los pulmones. Su dolor me golpea como un rayo gélido, se une al mío, abrasador y desquiciado, y me tiembla en el pecho, me ahoga y me electrocuta mientras aprieto las yemas en el vidrio. La herida me duele, como si de nuevo la hubieran abierto y la estuvieran llenando de escoria plagada, de sangre maldita, de acero candente. Joder, esa mierda no fue nada. Sí, quería morirme cuando perdí la luz. Sí, me cubrí de marcas púrpuras, enfermé, y sentía continuamente como si cuchillas venenosas desfilaran por mi sangre. Pero no fue nada, no es nada comparado con ésto.

No sé cómo salvarla. Cada vez que lo intento, me vengo abajo. Jamás había sentido algo tan atroz como lo que me muerde cuando la abrazo, cuando la miro, cuando le recuerdo lo que somos y hemos sido y la dejo temblando, sufriendo, luchando consigo misma incapaz de recuperarlo. Y ese condenado muro de escarcha no se rompe. Atrapada en el hielo, incapaz de sentir.

- Sí, ellos pueden - afirmo en un susurro amargo, que apenas he conseguido pronunciar.

Cuando abro los ojos, en la ventana puedo vernos. En su reflejo estamos juntos y la estoy tocando. Mi mano en la suya, o la suya en la mía. La acaricio en el cristal, apoyando la frente en él.

- Te estás matando conmigo - dice ella de nuevo, lejana.

Su voz ya no es la misma. Pero sí lo es. Su cabello encrespado, la armadura puesta. No se la ha quitado. No la he visto sin ella.

- Yo elijo cómo quiero morir. - No es la primera vez que se lo digo.

Por todas partes, en la cabaña, las flores que le he enviado siempre que he estado lejos se amontonan, marchitándose. Las ha puesto en vasos, en tazas, en botellas viejas y polvorientas que no sé que hacían aquí. Las ha colgado en las paredes, sobre la cama, en la puerta, en el suelo.

- Recuerdo tu nombre, Rodrith Albagrana. Y el mío.

Ha sido un susurro leve, lento, casi fantasmal. Aparto los dedos del cristal y me doy la vuelta, reuniendo todo mi ánimo para volver a mirarla. Quiero hacerlo, pero duele infiernos. Lo hago, y duele infiernos, infiernos eternos. Me prende en el alma y la atraviesa. Es una lanza, su rostro blanco, que ahora se ha girado hacia mí, surcado por finas líneas de escarcha que se deslizan de sus ojos a su barbilla. Sus ojos eran del color de la sangre coagulada. Ahora están atrapados también en esa celda gélida, cubiertos de hielo, con el insano resplandor azulado de...


- Eres Ivaine Harren - declaro, impregnando mi voz de toda la fuerza que yo no tengo.

- Soy Ivaine Harren. - Sus labios se mueven despacio, están pálidos. Su aliento se condensa en nubes frías ante su rostro - Soldado del Alba Argenta. Amante, esposa y madre.

Asiento lentamente, ahondando en esos ojos de hielo. Algo brilla con angustia desesperada muy al fondo, enterrado en todo eso. No puedo condenarla así, ¿Por qué estoy condenándola así?. Prefiero vivir con su fantasma que con su ausencia, esa es la verdad... y me odio por ello, pero no voy a dejarla ir. La estoy condenando, y también a mi. Pero incluso esto, con todo el dolor, es mejor que perderla otra vez.

Ya la he perdido muchas veces. No puedo más. Incluso esto es mejor que nada.

"Sí puedes salvarla, Ahti, y sabes cual es la manera. Pero no quieres."

- ¿Recuerdas lo que significa eso? - susurro a media voz. Me he acercado unos pasos. Extiendo los dedos hacia su mejilla y aparto la nieve de sus lágrimas.
- Recuerdo lo que significaba... y eran muchas cosas. Por eso duele tanto.

"Sí", quiero decirle, "Sí, significaba muchas cosas. Significaba tu risa y tu furia desatada, tus uñas en mi espalda y tus labios en mi boca... significaba tus dedos enlazados en los míos, el latido de tu pulso junto a mi pecho, tus cartas de letra irreverente. Significaba el silencio en el que hablábamos y nuestros ojos reflejándose los unos en los otros en la oscuridad. Significaba pelearnos hasta acabar follando y follar hasta acabar cansándonos, significaba no entenderte y que no me entendieras hasta que lo hacíamos. Significaba rendirme a tu llameante reclamo, abrirme y dejarte entrar, confesarte mis cimientos y mi techo, entregarte mi vergüenza y mi orgullo, significaba demolernos con nuestro carácter, derribar nuestras fortalezas, colarme en tu foso y buscar tus recovecos, conocer cada lunar de tu piel y cada ínfimo secreto de tu alma. Entregarte cada segundo de los años que he vivido desde mi nacimiento, durante más de un siglo... todo tu reino, yo, vasto y extraño pero tuyo. Significaba la sonrisa de Elive, sus ojos en tí, tus ojos en ella, las dos dormidas y yo, maldito sea, rendido de adoración y muriendo de felicidad. Y sí, por eso duele tanto, Ivaine Harren. Porque significaba todo."

No le digo nada.

Se tensa cuando la levanto por los brazos, se tensa y se clava en el suelo, apretando los dientes, resollando aunque no necesite respirar.

- Vivir es sufrir - le susurro al oído. La he abrazado y es una estatua de hielo que tiembla de tensión. Las placas chocan entre sí, ella rechina los dientes y exhala un sollozo ahogado.

Pesa cuando la levanto del suelo, su armadura es más sólida que la mía. Sus cabellos siguen siendo ásperos, sus mejillas suaves, cubiertas por una pátina húmeda y fresca. Siempre acabo igual. Siempre, siempre acabo igual, y no sé si ella me odia por hacerle pasar por esto, pero entre las aceradas hojas que me destrozan al tenderme con ella en la cama y abrazarla, se despiertan los recuerdos, vívidos como nunca.

Y en ellos me torturo y también encuentro un alivio insano.

Así termino mis noches en Cuna del Invierno. Tumbado en la cama con mi reina muerta entre los brazos, tensa, temblando, destrozándola con el recuerdo de lo que fue y ya no es, de lo que sintió y ya no encuentra. Casi puedo verla, en su celda de escarcha, gritando y golpeando las paredes hasta sangrar, escurriéndose hasta el suelo, desesperada.

Así termino mis noches, abrazando a mi reina muerta y buscando un atisbo de su calor en los yermos eriales en los que está perdida, sin encontrarlo nunca. Coronándola con espinas y ceniza entre los rescoldos congelados de lo que pudimos ser. Mi amor, mi vida, mi alma... no puedo renunciar ni siquiera a tu fantasma.

Ella tiembla y yo cierro los ojos, ahogándome de angustia. Me duele la herida, pero el corazón me duele más. Y no quiero que deje de dolerme. Nunca.