miércoles, 25 de noviembre de 2009

LXV - Interludio: Más que motivos

Ciudad de Shattrath - Invierno

Han montado una capilla al lado del Bancal de la Luz. Hay predicadores del Alba Argenta, paladines humanos, paladines draenei y toda clase de beatos y meapilas por todas partes. Incluso aquí, en el Bajo Arrabal, se ha extendido la histeria ante el inminente, irrefrenable y completamente inevitable Fin del Mundo. Mientras avanzo con la montura miro de reojo a la concurrencia con desdén. "Por favor, que sólo es un ataque de la Plaga", pienso, meneando la cabeza.

Si, bueno, "sólo" es un ataque de la Plaga, ya sé que no es moco de pavo. Pero joder, que estamos en Shattrath, el baluarte de la esperanza ante la desesperación, de la fe en tiempos oscuros y etcétera etcétera. Sin embargo, parece que el pánico y la psicosis se extienden a todas partes. Y al fin y al cabo, yo tampoco me libro, porque si no no estaría aquí, cabalgando hacia el orfanato. Y por supuesto, cuando llego a las puertas, me lo encuentro cerrado.

Tras unos veinte minutos aporreando la puerta pacientemente -los últimos diez directamente como un energúmeno, llega un momento en que hay que ponerse duro - la matrona abre una rendija y me mira con suspicacia. Esbozo una sonrisa amplia y no me cuesta demasiado acceder. Llevar un tratado colgando de una cadena aún es una garantía de confianza en este lugar.

- La situación está tan tensa que hemos cerrado aquí - me explica la mujer mientras me guía a través del corredor. Los llantos de los bebés se mezclan con las risas y las voces agudas de los niños - ayer aparecieron ... muertos ahí afuera. ¿Os lo podéis creer? ¡Muertos! Al parecer llegaron a través de un portal. Suerte que les contuvieron a tiempo, pero claro, nadie se fía del estado de los suministros. Todo el mundo habla de infecciones y ... ¿Albagrana me dijisteis?

- Si, Elive Albagrana - replico, mirando alrededor. Un pequeño draenei pasa corriendo a nuestro lado y me hace un gesto, poniéndose las manos en las orejas y emitiendo un sonido extraño, bizqueando. Luego desaparece detrás de una puerta - Los suministros que llegan al orfanato son seguros, ¿me equivoco?

- Desde luego, somos muy cuidadosos. Nos los envían desde Nagrand, y en cualquier caso, tenemos cuatro sacerdotes asignados que prueban cada alimento, revisan los cargamentos y están constantemente pendientes de los niños.

- Confío en ello.

- Es aquí. Aguardad en la salita, por favor.

La matrona abre una de las puertas y me hace pasar a un habitáculo más bien reducido donde sólo hay un diván y una mesita. Las paredes están tapizadas con un centenar de dibujos amontonados de colores chillones, unos sobre otros. Me acerco a echar un ojo a ver si encuentro alguno de la niña, pero no me parece reconocer su trazo hondo, destructivo y agujereador de papeles. Me encuentro en esta importante misión de reconocimiento cuando escucho la vocecita y los pasos de la matrona, la puerta se abre y un torbellino rubio y pequeño, de pasos destartalados y veloces se arroja sobre mi.

- ¡¡¡PA!!!

- Hola bicho

Levanto a mi hija en brazos, guiñando un ojo a la mujer que cierra la puerta tras nosotros. Elive me pone al día en cuatro frases breves sobre todo lo que a un padre puede interesar, supongo que eso de ser concisa y directa lo ha heredado por partida doble. Mientras habla me da besos y me tira del pelo.

- Papá, este sitio es horrible. La comida está grumosa. Los demás niños no se portan bien y TENGO QUE PEGARLES! Y me quiero ir ya contigo, ¿trato?

Ladea la cabeza y gesticula mientras me habla. Le ha crecido un poco el pelo y parece terriblemente escandalizada por la situación, sobre todo cuando habla de los demás niños. Me mira con una imitación de esa expresión adulta de "¿te lo puedes creer?" y poniendo los bracitos en jarras. Después me toca la nariz y las orejas, observándome a la expectativa de la respuesta.

- Tenemos que hacer otro trato, renacuajo.

Me siento en el diván y la coloco en mis rodillas. Se ha cruzado de brazos y me mira con cierta contrariedad.

- ¿Cual trato?
- Uno un poco diferente.
- Vale, pero róbame la nariz y te la comes.

Ni siquiera lo pienso cuando hago el gesto de quitarle la naricilla de botón y finjo masticarla a conciencia, poniendo cara de interesante. Elive se descojona. Le brillan los ojos y salta sobre mis piernas, tan blandita y tan caliente como solo puede serlo mi hija. Lo mejor que he hecho en mi vida. Y aquí está, en una cárcel, porque este puto sitio parece una cárcel... pienso en ello mientras le explico el nuevo juego, apartándole el flequillo de la cara.

- Verás, ahora mismo ahí fuera, en el mundo, hay una enfermedad que da un terrible dolor de barriga.
- ¿De barriga? - Abre mucho los ojos y me mira, muy atenta. - El dolor de tripa no me gusta. ¿Tu estás malo?
- No, yo no, hija. No me voy a poner enfermo, pero hasta que no se pase ese mal, es mejor que te quedes aquí. Si no, podrías ponerte malita.
- ¿Y qué pasa con esa enfermedad? ¿No me puedes cuidar tú?
- La gente se vuelve feísima cuando le duele la tripa. - le explico, muy serio. - Van vomitando por las calles, lo ponen todo perdido. Y además han camuflado verduras amargas en la comida y en el agua. Te volverías muy fea si te enfermas.
- ¿Queeeee? ¡Eso es horrible! - Elive menea la cabeza, escandalizada de nuevo. - Entonces si me quedo aquí, ¿no me dará dolor de tripa ni me volveré fea?
- Aquí no. Las matronas te cuidan y son buenas contigo, ¿verdad?

La niña levanta un dedo y puntualiza el asunto a su manera, muy locuaz y explícita.

- Pues mas o menos. Pero me obligan a tomar las gachas y me regañan si me peleo.
- ¿Y por qué pegas a los otros niños, nena? - replico, observándola.

Deslizo un dedo por una mejilla suave y sonrosada, contemplo sus ojos. La niña está sana, lozana como un fruto de primavera, bullente de energía y de vida. Es evidente que mis temores eran infundados, pero en cuanto escuché que había habido infecciones en Shattrath, el pánico se me atenazó en la garganta.

En realidad, lo que me gustaría es cogerla en brazos, arrastrar sus juguetes fuera de esta prisión y marcharme con ella muy lejos, donde nada pudiera tocarla. Si, eso me gustaría. Pero no hay lugar seguro en este mundo en guerra, no con la plaga acechando ahora en cada ciudad, no con el Exánime moviendo sus piezas en el tablero, no con el caos constante de la guerra asomando las orejas detrás de cada paso que doy. Ningún sitio sería lo bastante lejos, nunca estará segura. Y por eso es por lo que peleo, ¿no es verdad? Es más que un motivo. Tengo que dejarla porque quiero protegerla. Tengo que alejarme de ella porque quiero que tenga una vida mejor. No puedo llevarla conmigo, me lo repito una y otra vez para no ceder al impulso violento de estrecharla y salir corriendo con ella a hombros y que le jodan a todo.

- Les pego porque son malos - responde al final, cruzándose de brazos. - Me quitan mis cosas y me llaman anomimación.
- ¿como?
- Amomimación. Porque tengo orejas largas.

Arqueo la ceja y me destellan los ojos con una ira irracional.

- ¿Abominación? ¿Te llaman abominación?

"Hijos de puta", pienso, casi rechinando los dientes. En este momento cogería a cada niño y les daría todos los azotes que se merecen por cabrones.

- Si, eso. Como soy medio de cada... mi papá es elfo y mi mamá es persona. - Se encoge de hombros.
- Los elfos también son personas. Mamá es humana, nena. - Elive me mira, pestañeando. Ahora estoy serio de verdad y ella lo nota. - ¿Sabes lo que significa abominación?
- No. ¿Qué significa?
- No importa. Pero tú no eres ninguna abominación, ¿vale?
- Ya lo sé, jolines. No sé lo que es, pero no soy eso. - se frota la naricilla - Es una palabra muy larga. Por eso les pego, porque suena a insulto.
- Si, más o menos, lo es. Haces bien en pegarles - replico con convicción. - No dejes que nadie se meta contigo, y si tienes que hacerte valer a hostias, pues hazlo. Pero siempre que creas que vas a ganar. Si se mete contigo un niño que es mas grande que tu, mejor le rompes los juguetes por la noche sin que sepa quién ha sido.
- Uo! Que buena idea! - exclama, mirándome con admiración.

No puedo evitar sonreír. La estrecho con suavidad y ella se aprieta contra las placas. Un nudo de melancolía me atenaza la garganta, y sé que ya llevo demasiado tiempo aquí. Siempre me da miedo venir a ver a mi hija. Sé que tendré que marcharme, y cuando se acerca el momento de hacerlo, es como arrancarme las entrañas y arrojarlas en un yermo helado. A veces he preferido echarla de menos y pasar días sin visitarla, sólo por no sentir ese dolor. Pero es mi hija. Mi niña.

- Haremos una cosa - le susurro al oído, compartiendo un secreto que le hace revolverse con emoción y prestar atención como solo puede hacerlo un crío. - Cuando se pase la enfermedad del dolor de tripa, vendré a buscarte y te llevaré conmigo, ¿de acuerdo?
- ¿Es un trato?
- Claro.

Me muestra la palma de la mano para que choque los cinco y cerremos nuestro acuerdo particular. Cuando lo hago, su sonrisa es aún mas deslumbrante que A'dal.

- ¿Has luchado mucho contra los malos, papá?
- Si, nena. He luchado mucho contra los malos. - respondo, con voz ahogada.
- ¿Y el tío Theron también? ¿Les pega con ese cuchillo de untar la mantequilla?
- Sí, el tío Theron también... pero no les pega con eso, princesa. Él les da sustos.

Elive se ríe otra vez y se encarama sobre mis piernas, echándome los brazos al cuello con expresión divertida.

- Va, cuéntame cómo pegáis a los malos.

Me embarco en un relato absurdo, fantástico, sobre supuestos combates contra criaturas de todo tipo, en los que Theron y yo damos azotes a vacas malignas y al aterrador Monstruo Espinaca. Elive escucha con atención y su risa resuena de cuando en cuando, en medio de la apasionada narración que le dedico. Su mirada fascinada es un faro de luz cálida que se hunde hasta el fondo de mi alma y me conmueve, removiendo cada fibra de mi ser. Dioses, hacer feliz a una hija... hacer que ella sea feliz, a pesar de todo, pintar su universo de colores brillantes, convertir hasta los hechos más aterradores en juegos de niños. Y ella sonríe. Rastreo en su expresión, en su diminuto corazoncito algún motivo para la tristeza, pero hasta mi ausencia le parece llevadera. ¿Qué milagro hemos traído al mundo, Ivaine? ¿La ves, donde quiera que estés? Seguro que la ves.

Pasamos el resto del tiempo haciendo un dibujo entre los dos, mientras me informa con detalle de todas las novedades de su mundo infantil. Es sorprendente la riqueza de su universo, y mientras la escucho atentamente y coloreo un dragón que tiene aspecto de pollo asado, recojo todos y cada uno de sus gestos. Lo más precioso. Lo más valioso. Lo que me llevo para evocar en medio de la batalla, cuando la Plaga del Dolor de Barriga nos rodea y el agotamiento empieza a llamar a la puerta, cuando el recuerdo de mi mujer muerta, de mis amigos muertos, de todo lo oscuro, triste y desesperanzador se abre paso un ápice en mi corazón. Entonces la tendré a ella, empuñando su lápiz naranja tras rechupetearlo, observándolo como si fuera algo maravilloso y exclamando lo que ahora exclama.

- ¡Jolin, este color sabe a zumo!