jueves, 8 de octubre de 2009

XLVII - Interludio: El espejo



Aún llevo las placas puestas y la espada a la espalda, manchada de sangre de necrófago, mientras cabalgo hacia Rémol a través de las tierras de la Plaga. La tarde ha transcurrido con la bella melodía de las cabezas cercenadas, la suave caricia de las hachas de los guardias esqueléticos, la deliciosa invocación de los nigromantes y claro, la actuación especial de las coristas banshees. Todos ellos besan mi culo ahora desde donde quiera que van los plagosos muertos, estoy satisfecho, ensangrentado y hecho mierda. No es solo un entrenamiento, es que adoro esta vida.

Y bien. Silencio al otro lado. Todo el día, el silencio y la melancolía, la angustia y la autocompasión. Por lo general, dejo que Theron se hunda en su basura a su gusto, no me costó demasiado darme cuenta de que así como mi afición es descabezar zombis, una de las suyas es retozar en sus miserias. Sin embargo, hoy no me da la gana de callarme. Hoy me da la gana de interpretar ese silencio como una llamada y un reclamo, y realmente me importa un carajo si me equivoco. La Luz me rebulle en las venas, hierve y se enreda en mi interior, cosquillea en mi piel y me siento como si fuera el más fuerte y no pudiera errar en nada. Por eso, hoy hago caso a las corazonadas y voy a buscarle, aunque no me haya llamado. O quizá por eso mismo.

Cabalgo a través de la aldea, donde los muertos me miran mal - peor lo harían si supieran que acabo de cargarme a unos cuantos primos suyos bastante parecidos - y rastreo la pista de mi vínculo con el señor Solámbar hasta el cementerio.

No parece sorprenderse al verme, taciturno y serio ante una tumba abierta, fumando de la pipa que exhala ese olor repelente y enervante a vil. Desmonto y reprimo el gesto de desagrado. No entiendo cómo a Hibrys le resulta atractivo ese olor. A mi se me hace imposible no captar su verdadera esencia, me pone violento y me dan ganas de arrancársela de los dedos y hacerla desaparecer entre llamas sagradas, pero es su vil. Es su vida.

- ¿Contemplando la última estación, brujo?

Aparta la mirada de la tumba con expresión de perplejidad, y su conciencia se cierra un tanto al otro lado de lo que nos une, reculando con cierta molestia, cuando señalo la tumba abierta.

- Solo estaba pensando.
- Amargándote un rato.

Me mira de reojo, molesto. No me importa que se enfade. Imagino en qué se ha estado revolcando hoy, me basta con observar el agujero abierto en la tierra y degustar la tristeza que él paladea.

- No me estoy amargando - replica, con ese tonito picajoso y una mirada desdeñosa. - Solo pensaba, ¿vale?
- ¿Cuanto tiempo te queda?
- Un... unos diez años, imagino. Quizá un poco más. No es seguro.

Sus ojos se vuelven opacos, su voz más tenue. La pregunta a bocajarro le ha estallado en la cara, mas lívida de lo habitual. Está empeorando a ojos vista, hace tiempo que lo noto, y las últimas semanas se ha hecho más evidente. De vez en cuando le sobrecoge una tos violenta, su respiración se convierte en silbidos ahogados, pero no se queja. Luce sus cuernos con orgullo, pero oculta su degeneración con toda la maestría que puede, sabedor de que todo cuanto eso puede despertar en los demás no es nada de lo que él quiere. Desprecio o compasión. No es plato de gusto.

- Diez años dan tiempo a muchas cosas. Por mucho que mires esa tumba, acojonándote ante el momento en que palmes y los demonios del Torbellino alarguen sus manos hacia ti para cobrar lo que les corresponde, seguirán siendo diez años y sólo perderás el tiempo aquí.

Resopla y vuelve a mirarme con ira, escupiendo al agujero.

- ¿Y qué esperas que haga?
- Vivir, coño.
- Eso ya lo hago, capullo. Lo hago, aunque la certeza de la muerte me sobrevuele cada día.

Tiene un nuevo acceso de tos y chasqueo la lengua, cruzándome de brazos. Sinceramente, a mí este brujo no me da ninguna pena. Le tocó el boleto mal premiado, qué se le va a hacer, pero las circunstancias son las que son. Dejarse llevar por la desolación es una pérdida de tiempo y sólo sirve para sufrir.

- Todos palmaremos, Theron. No eres el único, ¿sabes? - arqueo la ceja, escupiéndole las palabras con firmeza, sin dejarme conmover por su imagen de crío enfadado y enfermo. - El vil te permite vivir más tiempo, te salvó la vida, aunque ésta sea una basura. Pero te tienes a ti mismo, puedes coger esa jodida basura y hacer que se convierta en algo de lo que estés orgulloso. Y lamentar el destino que te aguarda no es la manera.
- Mi vida no es ninguna basura, imbécil.
- ¿Entonces qué es lo que lamentas tanto aquí en soledad?

Se calla. Menea la cabeza. Muerde la pipa y se encoge sobre sí mismo, una manchita oscura y amarga que se retrae, pesarosa.

- ¿Puedes cambiar el hecho de que vayas a morir en diez años?
- No... no joder. No puedo cambiar eso. - responde secamente, a desgana.
- Pues deja de sufrir por ello, coño. Levántate, alza la barbilla, deja de autocompadecerte. - replico, quizá sonando más seco de lo que debería. - Tú aceptaste alargar tu vida este tiempo a base de sangre de demonio, ¿no?
- Yo no lo pedí. Esto no fue elección mía.
- Pero la aceptaste. Estás satisfecho con ella, diría yo. Porque si no la hubieras aceptado, te hubieras suicidado en lugar de dejarte arrastrar por los acontecimientos, ¿me equivoco?

No responde. Solo me mira mal. Yo me encojo de hombros, arrojando una piedrecita a la fosa con el pie.

- Has elegido sobrevivir. Si elegiste sobrevivir, sabiendo las consecuencias, deja de languidecer ahí como una hoja marchita, impón tu voluntad y sobrevive dignamente.
- ¡Joder, es normal tener miedo a la muerte! - grita, fuera de sí. - ¡Todas estas cosas no fueron petición mia, para tu información!

Sé que le estoy incomodando, mostrándole lo que él no quiere ver de sí mismo. Sé bien que lo rehúye y se esconde, pero no voy a dejar que lo haga hoy.

- Es normal tener miedo a la muerte. Pero no es bueno dejar que ese miedo te haga perder la esperanza de lo que te queda por vivir hasta que llegue.
- ¿Y qué esperanza hay para mi? Estoy jodidamente condenado, Ahti - me espeta, mirándome con rabia contenida y un amago de tristeza, los ojos verde jade relucen, trémulos, y las runas se han encendido suavemente a causa de las emociones violentas que le embargan. Sé que me está odiando ahora mismo por decirle todo lo que no quiere oír, pero no me importa en absoluto. No me da ninguna pena. - Estoy jodidamente condenado y ni siquiera tú puedes salvarme. ¿Qué te parece, paladín? NO PUEDES.

Se ríe entre dientes amargamente, escupiendo de nuevo y aspirando profundamente una honda calada.

- No puedes, ni en esta vida ni en la otra - repite.
- Quizá yo no pueda. Pero tú si.

Parpadea y se vuelve de nuevo, observándome con los ojos entrecerrados.

- Tú eliges, Theron. Siempre hay elección. - hago una pausa, clavándole la mirada, con la convicción ardiendo en mis entrañas. - Hay cosas que te vinieron dadas, pero puedes elegir qué hacer con ellas. Hay circunstancias que no pueden ser cambiadas, pero puedes elegir cómo cabalgarlas. Tienes la oportunidad de escoger muchas cosas, más allá de ese destino en el que tanto crees... puedes ser libre y dueño de tus pasos. O dejarte arrastrar, simplemente. Pero tuya es la decisión, y tuya la responsabilidad. Si tú no quieres ser salvado, desde luego que nadie puede hacerlo. Y condenarte será tu elección.

Una vez dicho lo que tenía que decir, me doy la vuelta y regreso a Lunargenta. Aún no he llegado al orbe cuando el brujo me alcanza, al galope. Se coloca a mi lado, refrenando a la pesadilla, y caminamos juntos en silencio. Me mira de soslayo al entrar en las Ruinas de Lordaeron.

- Das mucho asco.

Me encojo de hombros y cojo la petaca que me ofrece. El bourbon sabe dulce y acaramelado al descender por mi garganta. Al otro lado del vínculo, las cosas se han calmado, aunque ahora está un poco enfadado conmigo. Pero no es nada serio, ya se le pasará. Mirarse en el espejo no suele ser muy agradable en ocasiones.

XLVI - Guerra Abierta: Colaboración


Cuna del Invierno - Verano

- ... entonces la ardilla se subió al árbol, mordisqueó la bellota y guardó su espada de dos manos en el armario. Había sido un día muy duro y había que dormir.

Elive me regala una mirada traviesa con sus enormes ojos pardos y dice "nooooo", se ríe, dando saltitos en la cama. Los hoyuelos se marcan en sus mejillas regordetas y el pelo rubio le cae sobre la frente y los hombros, las orejas ligeramente puntiagudas asoman detrás de los cabellos.

- ¡En los arboles no hay armarios, papá!

Arqueo la ceja, acariciándole con el dedo la naricilla redonda y dejando que me agarre un mechón de pelo y se lo meta en la boca. Es tan preciosa que no puedo dejar de mirarla, y su mirada infantil reluce con el suave resplandor de la sencilla felicidad de los niños.

- ¿Cómo que no hay armarios? Pues claro que los hay, habitaciones enteras.
- Que va. Hay hojas y ramas... - me peina, me mira muy elocuente, me explica, iluminándome con su profunda sabiduría. - y cañañas.
- Castañas
- Si, se comen calentitas.
- Eres muy pequeña para comer castañas, hija

Me mira con suficiencia, inclinándose sobre mí. Estoy tirado en la cama a su lado, la he arropado hasta el cuello pero se empeña en quitarse las mantas, para poder sacar los brazos y tocarme la cara, tirarme del pelo, gesticular y hacer palmas. El cuento le ha gustado, a pesar de la absurda incoherencia del mismo.

- Yo ya soy grande. Tengo éstos - saca cuatro deditos. - ¿Cuantos tienes, pa?
- Tengo todos los de tus manos, los de tus pies, las manos de mamá, los pies de mamá, mis manos y mis pies...

Se ríe cuando le hago cosquillas y le mordisqueo las manitas, se ríe con una risa que es como el sonido cristalino de un arroyo fresco, y me reprende entre la risa con sus palabras inventadas, frota la nariz contra mi rostro y me recrimina que la barba le pica en la cara cuando le doy un beso.

- Basta, muchachita - la tumbo, le coloco la almohada y la arropo. Los pasos de Ivaine ya se escuchan en la puerta. - Mamá nos va a regañar.
- Vaaale.

Ella se inclina a nuestro lado, riendo suavemente, se pasa las manos por el pelo rojo, alborotado, y nos rocía con los copos de nieve prendidos a ella. Tiene las mejillas arrobadas por el frío del exterior, y se abalanza sobre Elive para cubrirla de besos.

- Hora de dormir, niña guapa - le dice.

Mirarlas a las dos es como estar suspendido en el aire, colgando de los rayos de un sol cálido y envolvente que abraza y reconforta. Me quedo absorto, observándolas, con un nudo en la garganta que no tiene nada de amargo. Ivaine sopla la vela y damos las buenas noches a Elive, antes de salir juntos al exterior.

El sol rojizo se desliza lentamente, haciendo equilibrios en la cuerda del horizonte, detrás de las montañas. Algunas estrellas ya titilan en el firmamento añil, y una suave brisa hace temblar los juncos del diminuto estanque bajo la ventana. Me siento en la puerta, con la mente en blanco y los ojos prendidos en la figura de Ivaine, que pasa la mano sobre las cañas, envuelta en la espesa capa de piel de oso blanco, como una reina del invierno... dioses que gilipolleces pienso a veces. Pero no puedo pensar otra cosa. Da la vuelta sobre sí misma y se sienta en el borde de la alberca, fijando los ojos oxidados en los míos.

- No deberías estar aquí, con la que tenéis encima - me dice, con una media sonrisa. Es imposible saber lo que está pensando. Ella también es una fortaleza.
- Estoy donde quiero estar - replico, rebuscando la pipa en la faltriquera.
- Eso no lo pongo en duda, pero no deberías. Vas a acabar volviéndote loco de tanto viajar. 
- Tengo que recuperar cinco años con vosotras, melian. Viajar no es un problema, y me gusta contarle cuentos a mi hija antes de dormir, aunque sean tan malos.

Se ríe entre dientes, con un destello de humor punzante.

- Cumplen su función, aburrirla hasta que le da sueño.
- Me reconoció como su padre nada más verme.- recuerdo en voz alta, extrañado. Es increíble lo fácil que ha sido recuperarlo todo.
- Me encargué de que nuestra niña no te olvidara, así como yo no te olvidé - replica, en un murmullo suave. Luego carraspea y su voz se vuelve más ligera. - ¿Cómo van los preparativos?
- Bien. Aún necesitamos más gente, pero la conseguiré.

Asiente con la cabeza y se me queda mirando, luego aparta la vista. Por un momento, permanecemos en silencio, hasta que su voz llega hasta mí, firme y determinante.

- Es una locura, Rodrith. No puedes meterte en Naxxramas por las buenas. Tú sabes cómo han acabado las cosas otras veces, cuando otros se han atrevido a asaltar la ciudadela.
- Eso lo veremos cuando estemos dentro - respondo tranquilamente.
- Sí, lo verás al entrar y no saldrás. Abandona esa idea, elfo. Si mueres, nos perderás para siempre.

Sus ojos vuelven a mi, vibrantes bajo el ceño fruncido. Ivaine se anticipa continuamente a lo peor, siempre está preparada para los sucesos más drásticos, los contempla desde la distancia casi como si fuera capaz de preveer las consecuencias exactas de todo.

- No voy a morir - respondo con firmeza. - No voy a morir, y no volveré a perderos.

Resopla exasperada y me golpea en el hombro, chasqueando la lengua.

- Estúpido testarudo. Siempre crees que todo está en tu mano, pero no. No es así, Rodrith. - No levanta la voz, no va a importunar el sueño de Elive dentro de la casa, pero sus palabras cortan como cuchillos. Agita el cabello mientras habla apasionadamente. - No todo depende de tu voluntad inquebrantable, por mucho que te aferres a eso. Hay cosas que no puedes cambiar y circunstancias que te superan. Y Naxxramas es una de ellas, igual que Crematoria.
- ¿Me estás diciendo que voy a morir inexorablemente? Porque puede que no todo esté en mi mano, pero siempre hay una jodida oportunidad. - le contradigo, en el mismo tono susurrante y tenso - Y voy a tomarla.
- Hazlo, maldita sea. Hazlo. Pero no me mires a los ojos diciéndome que no vas a morir, porque no puedes estar seguro de eso.
- Lo estoy.
- Todo apunta a lo contrario.
- Como si eso importara algo.

Suelta una maldición en común y agita la cabeza, golpeando los juncos con el dorso de la mano en un arranque de rabia. Sus palabras suenan mas suaves después, pero también más amargas, mientras observa un punto impreciso en las colinas.

- Déjame hablar antes con el Alba. Intentaré convencerles para que envíen una expedición de reconocimiento. Concédeme eso al menos, ya que no te importamos lo suficiente como para pensártelo siquiera.

Me levanto y la sujeto por los hombros, mirándola con fiereza. No se inmuta, desde luego, pero sus palabras sí han hecho mella en mi interior. Nos queremos tanto que nos hacemos daño.

- No te atrevas a decir eso, Harren - escupo entre dientes. - Si quiero ir a Naxxramas es exactamente porque me importáis. Me importáis y no quiero que esta mierda os salpique, no quiero que vuelva a tocaros nunca. ¿Tienes idea de cómo me sentí cuando os encontramos en Vallefresno, infectadas con esa mierda de los necrófagos? ¿Tienes idea de lo que es eso?

Se debate y me aparta con brusquedad, su rostro desafiante se alza ante mí. Era una niña cuando nos conocimos, apenas una cría cuando tuvo a Elive... y cinco años, que no son nada para un sin'dorei, han hecho de ella una mujer de carácter y sólidos cimientos. La han convertido de reina en emperatriz. Lo comprendo cuando vuelve a hablar, su rudeza no es el escudo de una muchacha que tiene que ser fuerte, sino la determinación de la mujer que ya lo es, serena, clara y tajante.

- ¿Es que has olvidado lo que soy yo, Albagrana? Soy un soldado del Alba Argenta, como tú lo fuiste, como ambos lo fuimos hace tiempo. Y esa mierda ya me ha salpicado. Hace mucho que nos salpicó a todos, creo que no necesito recordártelo. No puedes protegerme de eso, y no quiero que lo hagas, porque esa lucha también es la mía.

Espera. Espera un momento. La observo, pestañeando, y una comprensión instintiva se abre paso en mi cabeza, una sospecha demasiado clara. Se confirma cuando aparta la vista, resoplando, y se abraza las rodillas. Dioses, no. El pánico emerge desde debajo de la tierra y enreda sus garras en mi garganta, sobre mi pecho, cuando me doy cuenta de lo que hay implícito en sus palabras.

- Ni se te ocurra, Ivaine Harren.

No sé si es una amenaza o una súplica... pero creo que ha sonado más a lo primero. A pesar de que estoy acostumbrado a estos parajes, de las prendas de piel mullida que me envuelven, el frío se escurre por mi espalda como una lengua maliciosa.

- No me pidas lo que tú no puedes dar, Rodrith.
- Quédate aquí con Elive hasta que regrese, o cógela y marchaos a Shattrath. Te lo ruego. No entres ahí. Olvida la expedición de reconocimiento, olvídalo todo y largaos.
- No me pidas... lo que tú no puedes dar.

Casi nos gritamos. De nuevo estamos enfrentados, inclinados el uno hacia el otro. Miro de reojo la ventana, nuestra hija duerme dentro... y así se abra la tierra y el mundo estalle en pedazos, no pienso despertarla.

- Dioses... harás lo que te venga en gana, como siempre - suspiro, abatido.
- Igual que tú, amor. No tenéis planos del interior, no tenéis un testimonio real, objetivo y actual de lo que hay entre esas paredes - replica, severa y calmada. - Yo te lo puedo dar. Puedo ofrecerte la mejor colaboración, así que lo intentaré. Tu vas a ir allí, yo no voy a quedarme al margen. Sólo prevalecimos nosotros de la Octava... así que al menos, tú y yo llegaremos a donde debimos llegar todos.
- Joder, Ivaine.

Salta de la alberca y se sienta entre mis piernas, abrazándome. No deja de sorprenderme que ni un ápice de la sintonía perfecta y extraña que compartíamos antaño se haya perdido, la reina roja siempre parece saber cuando la necesito, qué es lo que me hace falta en cada momento. La estrecho hacia mí con posesividad, hundiendo el rostro en su pelo.

- Los dos sabemos como somos, Rodrith... los dos sabemos lo que tenemos que hacer.
- Tú no vas a renunciar, ni yo tampoco - admito con un susurro quedo, que me pesa en los labios.

Ella niega con la cabeza, levemente. Una oscuridad inquieta envuelve el cielo cuando la noche nos alcanza, y el miedo y la incertidumbre se hacen un hueco en mi espíritu, dispuestos a acompañarme a partir de ahora.

XLV - Guerra Abierta: El ejército

Lunargenta - Verano

La Sala de los Cristales me produce jaqueca últimamente. No sé muy bien por qué, es como si un zumbido disonante se colara entre mis oídos, insidioso, algo hambriento tal vez. Soy incapaz de reconocerlo, pero ahí está. Intento centrarme en la reunión de la Orden, apartar las percepciones que me llegan de todas partes en suaves murmullos tintineantes.

- Tenemos que permanecer unidos ante todo - Es mi voz, mirando alrededor. Nadie se da cuenta de que estoy distraído, una parte de mi mente está plenamente presente en la conversación y discurre a través de ella con fluidez, mientras la otra se pierde en la incomodidad de las notas enarmónicas. - Nosotros combatimos la Plaga, y cada uno debe enfrentarse a ella, a todos sus horrores, para saber contra quién combate. Por qué lo hace.

Oladian me observa, con cierta decepción en su mirada. Hibrys está mirando de reojo a Theron, y entre los tres parece cortarse algo denso, un aire vibrante de tensión y cuerdas tirantes.

- Vuestros motivos es lo único que importa. Si estáis convencidos, con eso basta. - reitero. - Cada uno de vosotros debe ver Stratholme con sus propios ojos, cada uno debe pisar las tierras del Este. Haremos incursiones para que estéis preparados, y trabajaremos para tener las armas prestas cuando llegue la hora de entrar a la Ciudadela.

Hibrys se rasca la frente. Hace poco que comenzaron a salirle los cuernos. Ella eligió, y aceptó la oferta de un poder mayor, de una condena eterna, una vida breve y probablemente, la pérdida de control sobre sus actos a largo plazo. Todos los brujos están en contacto con la sangre de los demonios, pero el consumo directo y habitual de vil provoca ciertos cambios en los vivos en todos los aspectos. La corrupción toca el alma, la mente y el cuerpo, la adicción se convierte en obsesión. No es algo que querría para mí, pero fue decisión de la bruja. Se mantiene serena, con el uniforme de la Guardia y la barbilla levantada. Los dos estamos al mando... lo cual me aterra en ocasiones.

- Nos prepararemos - Drakoon asiente, con la determinación brillando en la mirada.
- Todo lo que dices está muy bien, pero...
- Allanah, habla en orco.
- No sé hablar en orco - responde ella, altivamente. Link la está mirando con rabia.
- ¿Qué demonios dice la elfa? No la entiendo
- Te traduciré - Drakoon carraspea, dispuesta a hacerlo, pero Daerius se ha dado ya la vuelta, dispuesto a salir. El renegado mira al orco con gesto de complicidad, y Link suelta una maldición.
- Se supone que la Guardia es una hermandad que da cabida a todas las razas - brama - Todo el mundo debería hablar en orco aquí.
- También se supone que las decisiones se toman en conjunto - replica Oladian, mirándome de soslayo. - Yo no estoy de acuerdo con la campaña de combates en las tierras del Este.

Tomo aire, mirando alrededor. Están empezando a discutir. Hay un grupo que no quiere saber nada acerca de la lucha contra el azote, otros se quejan por el idioma, y dos soldados han empezado a beber cerveza disimuladamente, cuchicheando entre sí. Comienzan a arderme los ojos.

- Silencio

Hibrys intenta poner paz mientras la trifulca se vuelve más densa. Todos hablan a la vez. Empiezo a escuchar quejas absurdas... sobre cosas más absurdas aún. El diseño de los tabardos, por la Luz, ¿pero qué cojones es esto? Aprieto los puños, cuento hasta diez y le doy una oportunidad a la armonía, pero al parecer no está en la naturaleza de los vivos ordenarse por sí mismos.

- YA BASTA - Mi voz resuena en la sala, la energía sagrada destella y desciende como un trueno, cuando desenvaino el arma y apoyo la punta en el suelo con un golpe seco, cerrando los dedos crispados en la empuñadura. - TODO EL MUNDO EN SU SITIO, FIRMES Y CALLADOS. Se acabó la discusión. Esta Orden combate el Azote, y quien no esté dispuesto, que entregue el tabardo y se largue. No somos una jodida guardería. Somos putos soldados, y nos vamos a comportar como tales. ¿ENTENDIDO?

Miro alrededor, apretando los dientes. No se oye un suspiro, y todos los rostros se han vuelto hacia mí, con los ojos abiertos como platos y la expresión demudada. Como niños que acaban de recibir una reprimenda, se colocan en sus posiciones, en un silencio sepulcral. Algunos bajan la vista a los pies, los que estaban bebiendo guardan las jarras. No debería continuar, pero continúo.

- Esta Orden se fundó para eso, para combatir la plaga y la legión, para luchar, para adquirir una disciplina y demostrar que cada uno de vosotros vale algo. Que no sois solo aquellos a los que nadie más quiere. Si os valoráis la mitad de lo que una persona debe valorarse, comportaos como adultos y sed consecuentes. No voy a tolerar más faltas de respeto entre camaradas. Y no voy a tolerar una sola alma aquí que no tenga una mínima aspiración de demostrarse nada a sí mismo. El objetivo de la Guardia NO ES DISCUTIBLE. - señalo la puerta con un gesto brusco. - Quien no lo comparta, que se marche ahora. Quien se quede, se compromete a acatar lo que significa pertenecer a esto. ¿Está claro?

Silencio.

- ¿ESTÁ CLARO?
- Sí, señor.
- Está claro, señor.

Lo odio. Detesto que me llamen señor, y detesto tener que imponerme así, agarrar las riendas con firmeza y tirar de ellas cuando es necesario. Pero alguien tiene que hacerlo... y nadie más parece querer, o ser capaz de conseguir esto. A pesar de todo, no me gusta que sea así, y el malestar se extiende en mi conciencia, denso, espeso. Aflojo la mandíbula y dejo de apretar los dientes.

- Mañana partimos al Baluarte. Los más expertos guiaremos a los que pisan esa tierra por primera vez. Quiero a todo el mundo listo y preparado, y por supuesto, puntual.

Cuando termina la reunión, Hibrys y yo aún pasamos un rato tomando algunas decisiones. Ella me observa con cautela, en silencio, y al salir al exterior de la sala, Oladian me observa desde lejos con gesto melancólico. Theron me golpea la espalda, antes de marcharse con la bruja, dos leves palmadas de apoyo que hoy no son tan bien acogidas como suele ser habitual.

Cuando se van, me acerco al arquero, que está acariciando el pelaje de su lobo blanco, meneando la cabeza suavemente. Por un instante nos miramos en silencio.

- Las cosas antes no eran así, Ahti - murmura, volviendo la vista. Suspiro profundamente, asintiendo.
- Ya lo sé.
- Antes éramos hermanos y amigos. El por qué se combatía no era tan importante... lo importante era hacerlo juntos. Apoyarnos unos a otros. Todo esto es...
- Oladian, en tiempos de paz, abrazo a mis amigos - replico, observándole con los ojos entrecerrados. - Pero en la guerra intento hacerles fuertes, armarles para el combate, garantizar su supervivencia.

Él fue uno de los primeros en ingresar en la Guardia. Le conocí en Frondavil, mientras intentaba liberar a una elfa nocturna que había caído en manos de un aquelarre. En aquel momento, le consideré un ingenuo, tan joven, idealista... tan inocente. Sigue siendo joven ahora, y parece desprender un suave resplandor cuando me acerco a él. Su cabellera roja y su rostro adolescente contrastan con la extraña mirada herida que dirige hacia mi, cargada de soledades y anhelos.

- Siempre han sido tiempos de guerra, Ahti. Eres tú quien se empeña en llevarla prendida en ti, eres tú quien la trae a nosotros.

Su voz es suave, se tiñe de angustia, y meneo la cabeza. Intento que lo comprenda, que todos lo hagan, pero a veces parece que hablamos idiomas diferentes.

- La guerra está ahí fuera, siempre, Oladian. Lo único que yo hago es tomar partido.
- Exiges demasiado de nosotros. Y no somos perfectos.
- No estoy tan seguro de que eso sea así... y no estoy tan seguro de que no sea lo que vosotros pedís sin palabras.
- Pues te equivocas - su mirada me atraviesa, herida. - Te equivocas. Tienes nuestra lealtad y te seguiremos a cualquier parte, allá donde vayas... pero tú no cuentas con nosotros, no nos aceptas como somos. Esperas que seamos como tú, que reflexionemos sobre nuestras motivaciones, que tengamos el carácter y la determinación. Y no somos como tú. Por eso tú eres el líder de la Guardia y nosotros los soldados.

Menea la cabeza suavemente y se da la vuelta, caminando hacia la Corte del Sol junto al lobo blanco, alejándose de mi. Ahora que todos se han ido, podría plantearme muchas cosas... debería hacerlo. Pensar en las palabras de Oladian, en ese fondo de verdad que hay en ellas, pero no lo hago. Lo empujo todo al fondo y me centro en otra realidad. Tengo poco menos de tres meses para convertir la Guardia del Sol Naciente en un ejército... y voy a necesitar todas mis energías para ello.