jueves, 8 de octubre de 2009

XLVII - Interludio: El espejo



Aún llevo las placas puestas y la espada a la espalda, manchada de sangre de necrófago, mientras cabalgo hacia Rémol a través de las tierras de la Plaga. La tarde ha transcurrido con la bella melodía de las cabezas cercenadas, la suave caricia de las hachas de los guardias esqueléticos, la deliciosa invocación de los nigromantes y claro, la actuación especial de las coristas banshees. Todos ellos besan mi culo ahora desde donde quiera que van los plagosos muertos, estoy satisfecho, ensangrentado y hecho mierda. No es solo un entrenamiento, es que adoro esta vida.

Y bien. Silencio al otro lado. Todo el día, el silencio y la melancolía, la angustia y la autocompasión. Por lo general, dejo que Theron se hunda en su basura a su gusto, no me costó demasiado darme cuenta de que así como mi afición es descabezar zombis, una de las suyas es retozar en sus miserias. Sin embargo, hoy no me da la gana de callarme. Hoy me da la gana de interpretar ese silencio como una llamada y un reclamo, y realmente me importa un carajo si me equivoco. La Luz me rebulle en las venas, hierve y se enreda en mi interior, cosquillea en mi piel y me siento como si fuera el más fuerte y no pudiera errar en nada. Por eso, hoy hago caso a las corazonadas y voy a buscarle, aunque no me haya llamado. O quizá por eso mismo.

Cabalgo a través de la aldea, donde los muertos me miran mal - peor lo harían si supieran que acabo de cargarme a unos cuantos primos suyos bastante parecidos - y rastreo la pista de mi vínculo con el señor Solámbar hasta el cementerio.

No parece sorprenderse al verme, taciturno y serio ante una tumba abierta, fumando de la pipa que exhala ese olor repelente y enervante a vil. Desmonto y reprimo el gesto de desagrado. No entiendo cómo a Hibrys le resulta atractivo ese olor. A mi se me hace imposible no captar su verdadera esencia, me pone violento y me dan ganas de arrancársela de los dedos y hacerla desaparecer entre llamas sagradas, pero es su vil. Es su vida.

- ¿Contemplando la última estación, brujo?

Aparta la mirada de la tumba con expresión de perplejidad, y su conciencia se cierra un tanto al otro lado de lo que nos une, reculando con cierta molestia, cuando señalo la tumba abierta.

- Solo estaba pensando.
- Amargándote un rato.

Me mira de reojo, molesto. No me importa que se enfade. Imagino en qué se ha estado revolcando hoy, me basta con observar el agujero abierto en la tierra y degustar la tristeza que él paladea.

- No me estoy amargando - replica, con ese tonito picajoso y una mirada desdeñosa. - Solo pensaba, ¿vale?
- ¿Cuanto tiempo te queda?
- Un... unos diez años, imagino. Quizá un poco más. No es seguro.

Sus ojos se vuelven opacos, su voz más tenue. La pregunta a bocajarro le ha estallado en la cara, mas lívida de lo habitual. Está empeorando a ojos vista, hace tiempo que lo noto, y las últimas semanas se ha hecho más evidente. De vez en cuando le sobrecoge una tos violenta, su respiración se convierte en silbidos ahogados, pero no se queja. Luce sus cuernos con orgullo, pero oculta su degeneración con toda la maestría que puede, sabedor de que todo cuanto eso puede despertar en los demás no es nada de lo que él quiere. Desprecio o compasión. No es plato de gusto.

- Diez años dan tiempo a muchas cosas. Por mucho que mires esa tumba, acojonándote ante el momento en que palmes y los demonios del Torbellino alarguen sus manos hacia ti para cobrar lo que les corresponde, seguirán siendo diez años y sólo perderás el tiempo aquí.

Resopla y vuelve a mirarme con ira, escupiendo al agujero.

- ¿Y qué esperas que haga?
- Vivir, coño.
- Eso ya lo hago, capullo. Lo hago, aunque la certeza de la muerte me sobrevuele cada día.

Tiene un nuevo acceso de tos y chasqueo la lengua, cruzándome de brazos. Sinceramente, a mí este brujo no me da ninguna pena. Le tocó el boleto mal premiado, qué se le va a hacer, pero las circunstancias son las que son. Dejarse llevar por la desolación es una pérdida de tiempo y sólo sirve para sufrir.

- Todos palmaremos, Theron. No eres el único, ¿sabes? - arqueo la ceja, escupiéndole las palabras con firmeza, sin dejarme conmover por su imagen de crío enfadado y enfermo. - El vil te permite vivir más tiempo, te salvó la vida, aunque ésta sea una basura. Pero te tienes a ti mismo, puedes coger esa jodida basura y hacer que se convierta en algo de lo que estés orgulloso. Y lamentar el destino que te aguarda no es la manera.
- Mi vida no es ninguna basura, imbécil.
- ¿Entonces qué es lo que lamentas tanto aquí en soledad?

Se calla. Menea la cabeza. Muerde la pipa y se encoge sobre sí mismo, una manchita oscura y amarga que se retrae, pesarosa.

- ¿Puedes cambiar el hecho de que vayas a morir en diez años?
- No... no joder. No puedo cambiar eso. - responde secamente, a desgana.
- Pues deja de sufrir por ello, coño. Levántate, alza la barbilla, deja de autocompadecerte. - replico, quizá sonando más seco de lo que debería. - Tú aceptaste alargar tu vida este tiempo a base de sangre de demonio, ¿no?
- Yo no lo pedí. Esto no fue elección mía.
- Pero la aceptaste. Estás satisfecho con ella, diría yo. Porque si no la hubieras aceptado, te hubieras suicidado en lugar de dejarte arrastrar por los acontecimientos, ¿me equivoco?

No responde. Solo me mira mal. Yo me encojo de hombros, arrojando una piedrecita a la fosa con el pie.

- Has elegido sobrevivir. Si elegiste sobrevivir, sabiendo las consecuencias, deja de languidecer ahí como una hoja marchita, impón tu voluntad y sobrevive dignamente.
- ¡Joder, es normal tener miedo a la muerte! - grita, fuera de sí. - ¡Todas estas cosas no fueron petición mia, para tu información!

Sé que le estoy incomodando, mostrándole lo que él no quiere ver de sí mismo. Sé bien que lo rehúye y se esconde, pero no voy a dejar que lo haga hoy.

- Es normal tener miedo a la muerte. Pero no es bueno dejar que ese miedo te haga perder la esperanza de lo que te queda por vivir hasta que llegue.
- ¿Y qué esperanza hay para mi? Estoy jodidamente condenado, Ahti - me espeta, mirándome con rabia contenida y un amago de tristeza, los ojos verde jade relucen, trémulos, y las runas se han encendido suavemente a causa de las emociones violentas que le embargan. Sé que me está odiando ahora mismo por decirle todo lo que no quiere oír, pero no me importa en absoluto. No me da ninguna pena. - Estoy jodidamente condenado y ni siquiera tú puedes salvarme. ¿Qué te parece, paladín? NO PUEDES.

Se ríe entre dientes amargamente, escupiendo de nuevo y aspirando profundamente una honda calada.

- No puedes, ni en esta vida ni en la otra - repite.
- Quizá yo no pueda. Pero tú si.

Parpadea y se vuelve de nuevo, observándome con los ojos entrecerrados.

- Tú eliges, Theron. Siempre hay elección. - hago una pausa, clavándole la mirada, con la convicción ardiendo en mis entrañas. - Hay cosas que te vinieron dadas, pero puedes elegir qué hacer con ellas. Hay circunstancias que no pueden ser cambiadas, pero puedes elegir cómo cabalgarlas. Tienes la oportunidad de escoger muchas cosas, más allá de ese destino en el que tanto crees... puedes ser libre y dueño de tus pasos. O dejarte arrastrar, simplemente. Pero tuya es la decisión, y tuya la responsabilidad. Si tú no quieres ser salvado, desde luego que nadie puede hacerlo. Y condenarte será tu elección.

Una vez dicho lo que tenía que decir, me doy la vuelta y regreso a Lunargenta. Aún no he llegado al orbe cuando el brujo me alcanza, al galope. Se coloca a mi lado, refrenando a la pesadilla, y caminamos juntos en silencio. Me mira de soslayo al entrar en las Ruinas de Lordaeron.

- Das mucho asco.

Me encojo de hombros y cojo la petaca que me ofrece. El bourbon sabe dulce y acaramelado al descender por mi garganta. Al otro lado del vínculo, las cosas se han calmado, aunque ahora está un poco enfadado conmigo. Pero no es nada serio, ya se le pasará. Mirarse en el espejo no suele ser muy agradable en ocasiones.

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