jueves, 8 de octubre de 2009

XLV - Guerra Abierta: El ejército

Lunargenta - Verano

La Sala de los Cristales me produce jaqueca últimamente. No sé muy bien por qué, es como si un zumbido disonante se colara entre mis oídos, insidioso, algo hambriento tal vez. Soy incapaz de reconocerlo, pero ahí está. Intento centrarme en la reunión de la Orden, apartar las percepciones que me llegan de todas partes en suaves murmullos tintineantes.

- Tenemos que permanecer unidos ante todo - Es mi voz, mirando alrededor. Nadie se da cuenta de que estoy distraído, una parte de mi mente está plenamente presente en la conversación y discurre a través de ella con fluidez, mientras la otra se pierde en la incomodidad de las notas enarmónicas. - Nosotros combatimos la Plaga, y cada uno debe enfrentarse a ella, a todos sus horrores, para saber contra quién combate. Por qué lo hace.

Oladian me observa, con cierta decepción en su mirada. Hibrys está mirando de reojo a Theron, y entre los tres parece cortarse algo denso, un aire vibrante de tensión y cuerdas tirantes.

- Vuestros motivos es lo único que importa. Si estáis convencidos, con eso basta. - reitero. - Cada uno de vosotros debe ver Stratholme con sus propios ojos, cada uno debe pisar las tierras del Este. Haremos incursiones para que estéis preparados, y trabajaremos para tener las armas prestas cuando llegue la hora de entrar a la Ciudadela.

Hibrys se rasca la frente. Hace poco que comenzaron a salirle los cuernos. Ella eligió, y aceptó la oferta de un poder mayor, de una condena eterna, una vida breve y probablemente, la pérdida de control sobre sus actos a largo plazo. Todos los brujos están en contacto con la sangre de los demonios, pero el consumo directo y habitual de vil provoca ciertos cambios en los vivos en todos los aspectos. La corrupción toca el alma, la mente y el cuerpo, la adicción se convierte en obsesión. No es algo que querría para mí, pero fue decisión de la bruja. Se mantiene serena, con el uniforme de la Guardia y la barbilla levantada. Los dos estamos al mando... lo cual me aterra en ocasiones.

- Nos prepararemos - Drakoon asiente, con la determinación brillando en la mirada.
- Todo lo que dices está muy bien, pero...
- Allanah, habla en orco.
- No sé hablar en orco - responde ella, altivamente. Link la está mirando con rabia.
- ¿Qué demonios dice la elfa? No la entiendo
- Te traduciré - Drakoon carraspea, dispuesta a hacerlo, pero Daerius se ha dado ya la vuelta, dispuesto a salir. El renegado mira al orco con gesto de complicidad, y Link suelta una maldición.
- Se supone que la Guardia es una hermandad que da cabida a todas las razas - brama - Todo el mundo debería hablar en orco aquí.
- También se supone que las decisiones se toman en conjunto - replica Oladian, mirándome de soslayo. - Yo no estoy de acuerdo con la campaña de combates en las tierras del Este.

Tomo aire, mirando alrededor. Están empezando a discutir. Hay un grupo que no quiere saber nada acerca de la lucha contra el azote, otros se quejan por el idioma, y dos soldados han empezado a beber cerveza disimuladamente, cuchicheando entre sí. Comienzan a arderme los ojos.

- Silencio

Hibrys intenta poner paz mientras la trifulca se vuelve más densa. Todos hablan a la vez. Empiezo a escuchar quejas absurdas... sobre cosas más absurdas aún. El diseño de los tabardos, por la Luz, ¿pero qué cojones es esto? Aprieto los puños, cuento hasta diez y le doy una oportunidad a la armonía, pero al parecer no está en la naturaleza de los vivos ordenarse por sí mismos.

- YA BASTA - Mi voz resuena en la sala, la energía sagrada destella y desciende como un trueno, cuando desenvaino el arma y apoyo la punta en el suelo con un golpe seco, cerrando los dedos crispados en la empuñadura. - TODO EL MUNDO EN SU SITIO, FIRMES Y CALLADOS. Se acabó la discusión. Esta Orden combate el Azote, y quien no esté dispuesto, que entregue el tabardo y se largue. No somos una jodida guardería. Somos putos soldados, y nos vamos a comportar como tales. ¿ENTENDIDO?

Miro alrededor, apretando los dientes. No se oye un suspiro, y todos los rostros se han vuelto hacia mí, con los ojos abiertos como platos y la expresión demudada. Como niños que acaban de recibir una reprimenda, se colocan en sus posiciones, en un silencio sepulcral. Algunos bajan la vista a los pies, los que estaban bebiendo guardan las jarras. No debería continuar, pero continúo.

- Esta Orden se fundó para eso, para combatir la plaga y la legión, para luchar, para adquirir una disciplina y demostrar que cada uno de vosotros vale algo. Que no sois solo aquellos a los que nadie más quiere. Si os valoráis la mitad de lo que una persona debe valorarse, comportaos como adultos y sed consecuentes. No voy a tolerar más faltas de respeto entre camaradas. Y no voy a tolerar una sola alma aquí que no tenga una mínima aspiración de demostrarse nada a sí mismo. El objetivo de la Guardia NO ES DISCUTIBLE. - señalo la puerta con un gesto brusco. - Quien no lo comparta, que se marche ahora. Quien se quede, se compromete a acatar lo que significa pertenecer a esto. ¿Está claro?

Silencio.

- ¿ESTÁ CLARO?
- Sí, señor.
- Está claro, señor.

Lo odio. Detesto que me llamen señor, y detesto tener que imponerme así, agarrar las riendas con firmeza y tirar de ellas cuando es necesario. Pero alguien tiene que hacerlo... y nadie más parece querer, o ser capaz de conseguir esto. A pesar de todo, no me gusta que sea así, y el malestar se extiende en mi conciencia, denso, espeso. Aflojo la mandíbula y dejo de apretar los dientes.

- Mañana partimos al Baluarte. Los más expertos guiaremos a los que pisan esa tierra por primera vez. Quiero a todo el mundo listo y preparado, y por supuesto, puntual.

Cuando termina la reunión, Hibrys y yo aún pasamos un rato tomando algunas decisiones. Ella me observa con cautela, en silencio, y al salir al exterior de la sala, Oladian me observa desde lejos con gesto melancólico. Theron me golpea la espalda, antes de marcharse con la bruja, dos leves palmadas de apoyo que hoy no son tan bien acogidas como suele ser habitual.

Cuando se van, me acerco al arquero, que está acariciando el pelaje de su lobo blanco, meneando la cabeza suavemente. Por un instante nos miramos en silencio.

- Las cosas antes no eran así, Ahti - murmura, volviendo la vista. Suspiro profundamente, asintiendo.
- Ya lo sé.
- Antes éramos hermanos y amigos. El por qué se combatía no era tan importante... lo importante era hacerlo juntos. Apoyarnos unos a otros. Todo esto es...
- Oladian, en tiempos de paz, abrazo a mis amigos - replico, observándole con los ojos entrecerrados. - Pero en la guerra intento hacerles fuertes, armarles para el combate, garantizar su supervivencia.

Él fue uno de los primeros en ingresar en la Guardia. Le conocí en Frondavil, mientras intentaba liberar a una elfa nocturna que había caído en manos de un aquelarre. En aquel momento, le consideré un ingenuo, tan joven, idealista... tan inocente. Sigue siendo joven ahora, y parece desprender un suave resplandor cuando me acerco a él. Su cabellera roja y su rostro adolescente contrastan con la extraña mirada herida que dirige hacia mi, cargada de soledades y anhelos.

- Siempre han sido tiempos de guerra, Ahti. Eres tú quien se empeña en llevarla prendida en ti, eres tú quien la trae a nosotros.

Su voz es suave, se tiñe de angustia, y meneo la cabeza. Intento que lo comprenda, que todos lo hagan, pero a veces parece que hablamos idiomas diferentes.

- La guerra está ahí fuera, siempre, Oladian. Lo único que yo hago es tomar partido.
- Exiges demasiado de nosotros. Y no somos perfectos.
- No estoy tan seguro de que eso sea así... y no estoy tan seguro de que no sea lo que vosotros pedís sin palabras.
- Pues te equivocas - su mirada me atraviesa, herida. - Te equivocas. Tienes nuestra lealtad y te seguiremos a cualquier parte, allá donde vayas... pero tú no cuentas con nosotros, no nos aceptas como somos. Esperas que seamos como tú, que reflexionemos sobre nuestras motivaciones, que tengamos el carácter y la determinación. Y no somos como tú. Por eso tú eres el líder de la Guardia y nosotros los soldados.

Menea la cabeza suavemente y se da la vuelta, caminando hacia la Corte del Sol junto al lobo blanco, alejándose de mi. Ahora que todos se han ido, podría plantearme muchas cosas... debería hacerlo. Pensar en las palabras de Oladian, en ese fondo de verdad que hay en ellas, pero no lo hago. Lo empujo todo al fondo y me centro en otra realidad. Tengo poco menos de tres meses para convertir la Guardia del Sol Naciente en un ejército... y voy a necesitar todas mis energías para ello.

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