jueves, 28 de enero de 2010

LXXXI - Hombres Morsa y Bárbaros en la Niebla

Litoral Tralladón - Invierno



Ese bicho me está mirando.

Parpadeo, completamente perplejo. Tras un par de días combatiendo en las canteras, hemos avanzado a lo largo de la desértica tundra. Finalmente, descendimos hacia el sureste, de camino a una playa. El cielo está gris y las aguas heladas lamen la orilla a lo lejos.

Pues no mires hacia atrás.

Lo hago. No me sorprende tanto ver gigantes, los Hombres Grandes del Mar, desdibujándose entre la niebla. Las leyendas de los marineros hablaban de ellos, y así se lo hago saber a mi compañero, que envuelto en su capa perenne observa alrededor con una expresión de fascinación más tranquila que la mía.

Parecen Kvaldir. No sabía que existieran. Les llaman los Señores del Océano. Están hechos de algas y niebla, o eso dicen las historias.

Theron me mira de reojo, porque yo sigo fascinado con la enorme foca bigotuda que me contempla serenamente, panzona, cubierta con un taparrabos y empuñando la lanza con la diestra. Me observa con esa expresión tranquila y pacífica de quien es mas viejo que tú, del que mira a un niño cuya curiosidad está justificada. Pero es que, joder, no había visto una cosa así en mi vida. Me pregunto si será comestible.

- Hola
- ¡Coño!

Doy un salto hacia atrás cuando la foca me habla. Los largos colmillos son como los de los trols, solo que descienden hacia abajo en una cara rechoncha y mofletuda de espesos bigotes. Sí, lleva una lanza, pero se me hace raro imaginar a este ser regordete y con pinta de Padre Invierno combatiendo contra nada, y sí, tampoco me la imaginaba hablando. Theron se aguanta la risa y saluda a la morsa.

- Saludos.
- Sois elfos, ¿verdad?

Está hablando
Sí, Ahti, está hablando.
Vale, no estoy borracho.
No, Ahti, no estás borracho. O quizá lo estés, pero no es un delirio. Creo.

- Si, somos elfos. ¿Y tú?

Apenas puedo balbucear un saludo. Esta criatura es demasiado... demasiado redonda, me recuerda a un peluche que tiene Elive. La verdad es que me da un poco de hambre.

- Yo soy un Colmillarr, o así nos llaman los orcos. Me llamo Karuk, y soy pescador.
- ¿Y qué haces aquí? - He conseguido hablar al fin. Theron me mira de reojo, y yo a él. Esto es como estar en uno de esos cuentos con dibujos de mi hija, donde los animales hablan. Ambos carraspeamos.
- Veréis... mi ciudad fue destruida por los Tuk-hariq - dice la foca, señalando con la mano rechoncha hacia los gigantes en la bruma. - Mi pueblo conserva leyendas sobre estos caminantes de la niebla, que se hacen llamar Kvaldir.

La morsa suspira y yo cambio el peso de pie.

- Mataron a todos mis conocidos, incluso a mi padre, Ariut. Según la Ley Colmillarr, tengo que castigar a los que han derramado la sangre de mi familia.. pero solo soy un pescador. Ni siquiera he pasado la Prueba de Virilidad. No puedo enfrentarme cara a cara con los Tuk-hariq, de seguro moriré y no servirá para nada.
- Aham.
- Aham.

Carraspeo. Theron mira alrededor. Yo me rasco la nariz, esquivando los ojillos preocupados de la criatura.

Nos sigue mirando.
Ya lo veo, ya.
Nos mira con cara de pena...

El brujo suspira y me observa de soslayo. Joder. No me extraña que hayan matado a toda esta gente, es ley natural. Vuelvo la vista hacia el mar y contemplo a los llamados Kvaldir. Flotan entre la neblina, enormes, musculosos, de largas barbas y rostro severo. Entre los jirones blanquecinos de bruma, adivino en el cabello conchas marinas y algas prendidas. Una sensación de extraña familiaridad me asalta, como si reviviera un sueño antiguo, y empatizo de inmediato con esa tribu sanguinaria, descomunal, surgida de los océanos, que devora a tipos gordos de poblado mostacho. Son más grandes. Son más fuertes. Son admirables y salvajes, y me caen bien. Y sin embargo, vuelvo la vista hacia la foca y arqueo la ceja.

- Vale, lo haremos nosotros.

Casi espero escucharle gritar y dar palmas con un sonido de bocina, pero el llamado Karuk se inclina todo lo que le permite la panza y nos muestra su gratitud con una mirada grave. Mientras avanzamos hacia la orilla, golpeo el escudo con la maza.

- ¿Compasión, paladín? - me dice Theron, caminando a mi lado y haciendo girar el bastón con indolencia.
- Diversión, brujo. - replico, sonriendo a medias. - Me caen bien esos gigantes.
- Por eso vamos a matarlos.
- Es ese tipo de tradición viril y primitiva que tú no pareces entender, chavalín - le contesto, plantándome cerca de uno de ellos. El rostro entre la niebla se gira hacia nosotros y me arranca una sonrisa ávida - Mostrar tu respeto a los que también son fuertes con un buen combate. Dudo que puedan morir a manos mejores que las nuestras, y si no me equivoco, para estos tipos hay tres cosas importantes.
- Que sin duda me vas a relatar.

La criatura de niebla ya se abalanza hacia nosotros, y una ola poderosa parece surgir de él mismo, proyectándonos hacia atrás, al tiempo que grita. Veo sus ojos encendidos, desquiciados, y al precipitarme hacia él presto al combate cuerpo a cuerpo, el olor a salitre y océano me invade por completo. La carne del enemigo es firme, pese a ir prácticamente desnudo, y mis golpes son menos efectivos de lo que se mostraron contra los nerub'ar de las canteras.

Pero somos dos, y él es uno, y bajo Luz y Sombra estalla al fin. Porque estalla. Explota en agua marina, moluscos, conchas y estrellas anaranjadas de las profundidades, dejando a nuestros pies un enorme charco donde algas negras flotan.

- Una vida de conquista, peleas a su altura y una muerte ante rivales dignos - respondo al brujo, resollando un tanto. Tengo el pelo chorreando y el agua helada se me ha colado debajo de la armadura.
- Pues las leyendas eran verdad - dice él, observando el charco.

Al mirar más allá, nos sorprende la silueta de un viejo barco encallado, con un dragón tallado en la proa. A su alrededor, más de esos Kvaldir merodean, envueltos en los blanquecinos jirones. Mientras caminamos con calma hacia ellos, mi brujo sigue hablando.

- Así que todo el mundo sale beneficiado, ¿no? Karuk tiene su venganza, los Kvaldir un final que colme sus expectativas y yo unas cuantas almas. ¿Qué sacas tú?
- El bien común me complace.
- Admite que te mueres por pelear con ellos.
- ¿No es maravilloso el bien común? Todos vamos a estar contentos.

Aún seguimos riendo entre dientes mientras golpeamos a los Caminantes de la Niebla, que caen uno tras otro, presentando una resistencia que a mí también se me antoja satisfactoria. Esta noche echaré un vistazo a la faltriquera de Theron, creo que las almas de estos combatientes merecen un lugar mejor que esa bolsa mugrienta, y mejor destino que servir de crema antiarrugas al brujo.

LXXX - Viento del Norte

De nuevo Invierno, Rasganorte. Bastión Grito de Guerra.

Nada más arribar al Bastión Grito de Guerra, uno se lleva una gran primera impresión de Rasganorte. Orcos y trolls en su mayoría, desembarcan aquí. También algunos tauren, aunque son los menos; inmensas moles que hacen retumbar el suelo cuando caminan a su paso peculiar, lento pero imponente, embutidos en sus armaduras de acero o sus túnicas. Apenas hay elfos. Por no decir que somos, prácticamente, los únicos.
Más abajo de la poderosa fortificación de madera y metal, se extiende la amplia cantera, donde los nerub'ar membranosos corretean y saltan desplegándose sobre los soldados. La Horda les combate con su proverbial tesón y aquí y allá resuena el entrechocar de los metales, más allá del siseo de las forjas dentro de la fortaleza. De cuando en cuando se escuchan gritos de batalla. Haciendo honor al nombre del Bastión. Todo muy pintoresco, sin duda.

Al descender del zeppelín, lo primero que hago es mirar al cielo. Intento recordar lo que sé de esta tierra, si es que sé algo, lo que me han contado los marineros, los piratas y los taberneros, lo que me han podido contar los soldados y la escasa experiencia de nuestro viaje anterior, cuando cabalgábamos sin mirar más que hacia adelante, buscando la Vanguardia Argenta. El viento helado me golpea el rostro, olfateo el aire gélido que, a pesar de la corrupción que hace mella en este continente, guarda el familiar chisporroteo del ozono, de la pureza helada de inviernos sin fin. Y aromas distintos. De metal y sangre, de polvo de batalla, de fundiciones a pleno rendimiento, de cadáveres humeantes, de actividad y guerra, acero, muerte y combate. Saboreo ese aroma como el entrante de un banquete, con un suspiro nostálgico. Hay luces en el firmamento, un resplandor irisado, que cambia de verde a púrpura y dorado, como un fino velo colorido que destella. Algún dios se ha dejado la capa colgada en una nube y ésta ondea desde lo alto, brillando sobre nuestras cabezas. Quizá es un estandarte olvidado.

- No debo esperar camas ni sábanas suaves, ¿verdad? - murmura el brujo con su deje desdeñoso habitual, mirando alrededor.
- Lo dudo mucho. Los orcos son más de literas y hamacas.

Esbozo una sonrisa torcida y nos encaminamos hacia el ascensor de poleas, con los petates al hombro.

- Allá de donde vengo, conocí a Garrosh, ¿sabes? - comenta Theron, envuelto en su capa de piel blanca. Parece un animal raro, con los cuernos asomando y la nariz sonrosada por el frío. - Con los maghar, en Draenor. Era un líder venido a menos.
- No lo sabía.

El ascensor desciende lentamente, el brillo rojizo de las forjas nos saluda al llegar abajo, y el fondo musical, atonal, de las mallas tintineantes y los trastos de guerra. Caminamos rodeando la sala de mando.

- Pues sí. Finalmente levantó cabeza y se alzó con su tribu de nuevo. Fui testigo Allí... pero desconozco que habrá pasado Aquí.
- No sabría decirte. No tuve el honor. - replico, encogiéndome de hombros ligeramente mientras tratamos de no llamar la atención, mientras Garrosh y Colmillosauro discuten a gritos. Sobre un mapa en el suelo están meditando acerca de la estrategia, aunque no necesito escuchar demasiado para saber que la estrategia de Garrosh consiste básicamente en decapitar a todo el que se ponga en su camino a menos que le decapiten a él. Sauranox el Místico se pasea en torno a ellos, con el bastón relumbrante, y la enviada del Kirin Tor nos mira de reojo con cierto tono de resignación en su expresión. Los Guardias de Honor contemplan en silencio, siempre alertas, con una actitud marcial que sorprendería a los humanos, que tienen a la Horda por monstruos y salvajes, mientras sus líderes discuten.

- Rutas de navegación... suministros... ¡Me matas de aburrimiento! - exclama Garrosh. Nos detenemos un instante junto a las vigas, mirándoles desde el fondo de la sala. - ¡No necesitamos más que el espíritu guerrero de la Horda, Colmillosauro!
- Maquinaria de asedio, munición, armadura pesada. - replica el más anciano. -¿Cómo pretendes asaltar Corona de Hielo sin eso?

Ambos se contemplan y se toman la medida, orgullosos y tenaces como los grandes líderes entre los orcos. Colmillosauro no tiene ningún problema en escupir las verdades a la cara de Garrosh, pero el líder de los Grito Infernal sí parece tener problemas para pensar con claridad, más allá del ardor del combate.

- ¡Aquí tienes una ruta marítima! - brama, partiendo el mapa de un hachazo. - ¡Y otra! ¡Otra aquí!
- Impaciente, como siempre - El mayor menea la cabeza, apuntándole con el dedo, y un brillo imperativo destella en su mirada. - Te lanzas a una guerra abierta sin medir las consecuencias
- ¡No me hables de consecuencias, viejo!
- No permitiré que nos hagas descender por oscuros caminos de nuevo, joven Grito Infernal. Antes, te mataré con mis propias manos.

Se han colocado uno frente al otro y se miran con esa tensión palpable de una convivencia en equilibrio constante al filo de una navaja. El brujo y yo intercambiamos una mirada significativa, y él me hace un gesto hacia el mapa. Asiento brevemente. Las posiciones de la Alianza están marcadas, así como las de la Plaga. Si en algún momento abrigué la esperanza de que el sentido común permitiese que las diferencias se aparcaran a un lado hasta acabar con el Exánime, está claro que aún queda un largo camino para eso. Muy largo.

- Bah - hago un gesto con la mano - todo esto no es asunto nuestro. Vamos a echar una mano en lo que se pueda y a matar plaga.
- Espero que al menos no haya chinches.
- Hace demasiado frío, y no hay humedad. Ni chinches ni arañas.

Sauranox se nos ha quedado mirando desde la distancia, y el tiempo que tardamos en dejar los petates es el tiempo que él tarda en acercarse y contemplarnos con ojillos vívidos. Nos presentamos, mientras tomamos posesión de un par de hamacas sucias y algo raídas y comenzamos a descargar fardos.

- Hay problemas en la Cantera, como habréis visto - responde, cuando nos ofrecemos para prestar combate. - Podéis empezar por ahí. Venid a vernos después, cuando el Jefe se... calme.

¿Ah, pero se calma alguna vez?

Sonrío a medias y meneo la cabeza. De nuevo se escucha rugir al gran orco, su voz resuena por toda la fortaleza. Grito Infernal, muy apropiado. Abro la bolsa de cuero flexible con el Símbolo de la Luz y escojo el tratado propicio, encadenándolo en mi cinturón. Me cuelgo al cuello un par de reliquias y guardo los símbolos divinos debajo de un brazal, ajustándolos con el guante.

- Nunca te había visto con tanta parafernalia beata - dice el brujo, observándome con curiosidad.
- No puedo decir lo mismo de ti - replico, señalando con la cabeza las piedras de salud que toquetea y la faltriquera de almas que está revisando en este momento.
- Me lo agradecerás.

Siento el tirón cuando la Sombra se cierra, como un chasquido cristalino, dejando la impronta de mi alma en una piedra, y respondo a la sonrisa burlona con una bendición, empuñando la maza y el escudo.
- Lo mismo digo.

Nos saludamos con la cabeza y atravesamos el Bastión a paso vivo, de camino a la cantera. Casi tengo ganas de ponerme a silbar. La guerra es un buen hogar, una amante entregada. Siempre está cuando la necesitas, puedes acudir a ella cuando gustes y hasta el momento, no suele decepcionarme.