lunes, 20 de junio de 2011

CXIV.- Se detuvo cortésmente por mí (IV)

El lago es un espejo y está en calma, hoy el aire no se mueve. Las cercanías de Rémol no suelen estar demasiado transitadas; los guardias de la muerte no se acercan al lago mas que para echar a los curiosos o para abatir a algún murciumbrío particularmente peligroso. Ahora es por la mañana, la luz del sol es casi dorada. Las nubes verdeantes que sobrevuelan eternamente los Claros de Tirisfal parecen haber dado tregua durante unos minutos luminosos.

Y es la luz de ese sol moribundo al destellar sobre la silla de montar de su corcel lo que me advierte de su presencia. La única presencia en este paraje de verde ceniciento, de troncos grises y telas de araña entre las raíces de árboles agonizantes. El lago, gris de plata sucia, susurra una letanía fantasmal. La busco con la mirada, respirando hondo, armándome de valor.

He venido preparado. Nos hemos citado, de hecho… así que he tenido tiempo para hacerme a la idea. Pero nunca es suficiente tiempo, nunca podré estar verdaderamente listo para esto. Jamás. Llevo la armadura impoluta y el tabardo limpio, el corazón temblándome en el pecho. Da un brinco y me golpea las costillas cuando guío a Elazel entre los árboles y descubro al fin la llamarada de su cabello.

Tengo que detenerme a respirar tres veces antes de desmontar y acudir a su encuentro a pie. La hierba cruje bajo las botas. Mis pasos se encadenan uno tras otro, sin preguntas, sin vacilación, ineludibles como el deber, como el destino que ambos hemos escrito.

Ivaine y yo.


Nosotros hemos escrito nuestra historia como hemos querido. Hemos luchado contra todo, contra todos, combatiendo contra el destino y hasta contra la voluntad. Pero todas las historias tienen que acabar, eso dicen.

Esta historia se acaba aquí. Se acaba hoy. Pero no acabará nunca para mí, seguirá perdurando en mi corazón. Será tan eterna como el infinito… siempre viva, para siempre. No dejaré que ninguno de sus recuerdos se marchite y caiga como las hojas de otoño; ella será siempre mi bosque de primavera eterna, mi océano inabarcable. Siempre lo ha sido, mi reina.

La recuerdo de nuevo, con la piedra de afilar cantando sobre la hoja. Su perfil, tan hermoso como el primer amanecer y ella tan ignorante de su belleza, tan jodidamente persistente en su ignorancia. La voz grave, aterciopelada, acariciándome los oídos.

“Porque yo no podía detener la muerte, ella se detuvo cortésmente por mí; en el carruaje cabíamos sólo nosotras … y la inmortalidad”

- Ivaine.

Levanto la vista para esperar a sus ojos. Ella está arrodillada frente al lago, dándome la espalda. El corselete de placas se le ha descascarillado en un lateral, tiene una hombrera rayada y no lleva guantes. Sus manos, blanquísimas, parecen de cristal. Son mas suaves ahora de lo que lo fueron nunca, pero tan frías…

Me gustaban ásperas. Su tacto era vivo. De árbol. De lucha.

“Y su pelo como un tejo incendiado, esos árboles de hojas del color de la sangre, capaces de provocarte alucinaciones… dioses, y tú te embriagaste con ellas, Ahti. Una y otra vez. Una y otra vez, hundido en la rojiza hojarasca de su cabello, entre sus manos de piedra, en los ríos y los valles de su cuerpo, en su fuego imperecedero”.

Se gira lentamente. Los ojos de hielo se fijan en los míos y vuelve a sobrecogerme la sensación terrible y trágica de que me la han arrebatado para siempre. Su mirada atraviesa mi corazón con el hielo azul que la cubre. Es como el filo de una navaja oxidada y cubierta de sal.

¿Cuántas veces voy a matarme con ella? ¿Cuántas veces más?

Me acerco sólo unos pasos, sintiendo con claridad como cada uno de ellos se me hunde en el alma y la desgarra. Oh, Ivaine, joder…no quiero recordarte así, pálida, con los ojos desprendiendo el resplandor insano con el que te han obligado a seguir viviendo después de muerta, con los dedos crispados, mirándome de lejos.

Ella se pone de pie. Una de sus manos gotea: estaba tocando el agua del lago. Las gotas caen sobre las briznas de hierba y se convierten en estrellas de escarcha. De tus manos, que eran pájaros de fuego, ahora se desangra el invierno. Joder, Ivaine. Dioses. ¿Cómo he podido consentir esto tanto tiempo, en qué estaba pensando? ¿Podrás perdonarme algún día?

Ojalá hubieras reído más. Ojalá hubiera sabido hacerte más feliz.

- He estado en Arathi.

Es ella la que rompe el silencio y su voz me marea por inesperada. Ahora está mirando mi atuendo. Llevo la armadura del Alba Argenta; le he sacado brillo hasta dejarla casi nueva. Me he arreglado como si viniera a una cita, y lo es. Triste, pero una cita, al fin y al cabo.

Ella tiene el cabello lleno de polvo y su ropa está medio rota.

- ¿A qué has ido allí?

Mi voz es demasiado suave. No recordaba que esta es mi voz para Ivaine, mi verdadera voz, la que sólo ha escuchado ella… y tal vez, últimamente, alguien más.

- Fui a buscar recuerdos. Pero no queda nada – ella vuelve el rostro hacia el lago con un ademán brusco – veo sus rostros, recuerdo lo que hicieron, lo que dejaron de hacer. Pero no hay nada detrás. No puedo sentir ni siquiera nostalgia.

Dioses, Ivaine. El nudo corredizo se estrecha y me ahoga, la bota me pisa el pecho. Por un momento creo que voy a venirme abajo. No voy a ser capaz de hacerlo. Luz Sagrada, dame fuerzas. Ojalá pudiera simplemente caer de rodillas y romper a llorar; gritar, golpear la tierra con el puño. Gritar. Gritar tu nombre.

Los recuerdos se me enredan como un torbellino; giran también en mi garganta, impidiéndome hablar. Pero me tengo que arrancar las palabras. Lo hago, obligándome a mirarla. Mirar lo que le he hecho soportar durante… durante… dioses, ¿por qué no hice lo que debía?

- ¿Podrás perdonarme, Ivaine?

Alza el rostro de improviso, clavándome esos ojos azules y pálidos con un gesto tan doloroso que pareciera que fuera a romperse en cualquier instante. Le tiemblan los labios y deja caer los hombros, ladeando la cabeza. Parece que fuera a derrumbarse. Me estremezco. Es tan vívida la impresión de fragilidad de mi Carandil, que antes era todo nervio y energía, que, antes de darme cuenta de lo que hago, he recorrido el espacio que nos separa y la tengo entre mis brazos.

- Ivaine, lo siento tanto… lo siento - se me atropellan las palabras - Perdóname por haberte hecho esto.

Su cabello aún conserva un rastro del aroma que le acompañaba en vida, un recuerdo ajado y marchito de su perfume. Sigue teniendo el pelo áspero. El frío que desprende me empaña la armadura, y ella se revuelve con escasa convicción, ahogando una suerte de gemido gutural en la garganta.

- Quería… quería recordarte…Rodrith…

¿Cuándo dejaré de matarme con ella, una y otra vez? Pongo nombres a mis armas, pero la hoja con la que constantemente me atravieso es Ivaine. Y ella no se merece ese papel. El Exánime la condenó una vez, y yo la condené otra al no ser capaz de liberarla. No estoy llorando, y ese llanto que no brota se convierte en cuchillas desfilando por mis venas, por mis nervios, por mi carne. Me palpita en las sienes, me destroza el pecho a dentelladas.

- Te he hecho algo horrible – susurro en su oído. Sus manos se han detenido, crispadas, sobre mi tabardo – Te he hecho algo horrible, Carandil. Pero ahora lo he comprendido y quiero arreglarlo.

Su cuerpo se relaja. Sopla la brisa por primera vez y ella alza el rostro de luna una vez más. Una extraña paz se refleja en su semblante, y una llama vacilante, esforzada, titila por un momento en sus pupilas. Me agarra con fuerza mientras me arrodillo sobre la hierba, con ella entre los brazos. La sostengo así, como la princesa de un cuento. La princesa encantada y su príncipe. No... nosotros nunca hemos sido un jodido cuento de hadas. Cuando habla, su voz es un hilo dulce y grave, vibrando contra mi pecho.

- Aunque no pueda sentirlo, sé cuanto te amo – Sus ojos vuelven a mí, graves, profundos, nostálgicos – Sé cuanto te amo porque sé cuanto me duele.

Aprieto los dientes. Cierro los puños. La sacudida que me producen esas palabras amenaza con echarme abajo; un hormigueo salvaje comienza a morderme las yemas de los dedos, los lagrimales. Dioses misericordiosos, Luz piadosa…yo solo me lo busqué. Este dolor, esta locura.

- Agárrate fuerte, amor… - casi jadeo, incapaz de hablar, atrincherándome en mi determinación, en el valor que siempre ha despertado por ella, para ella. Mi mujer, mi fortaleza, mi reina – Agárrate fuerte. Ya no habrá más dolor.

Ella se aferra con fuerza a mí, el rostro hundido en mi pecho. Sabía que no podría alzar la espada contra ella, así que esta es la única manera de salvarla, de salvarme. Comienzo a invocar y la Luz vibra, enredándose a mi alrededor, lenta, acumulándose, concentrando calor y presión en el aura que me circunda. Ivaine se remueve, inquieta, pero no se suelta.

“Porque yo no podía detener la muerte, ella se detuvo cortésmente por mí; en el carruaje cabíamos sólo nosotras … y la inmortalidad”


No me gustan las despedidas. No se me da bien decir adiós a la gente, y mucho menos a aquellos a los que amo. Con Ivaine, simplemente, nunca he podido. Jamás. Jamás he sido capaz de renunciar a ella. El resplandor dorado se ha vuelto más intenso. Le levanto la barbilla con una mano, amarrándome la desesperación, mientras la energía sagrada gira a nuestro alrededor, tintineante y cálida. Necesito estar seguro de que ella está segura… de que no hay más que decir. Ahí dentro solo hay una mirada de glaciar y el ceño fruncido.

Dioses, Ivaine. Mi amor. Cuánto te he amado… cuánto te amo.

La abrazo de nuevo, estrechándola esta vez como si quisiera partirla en dos. Cierro los ojos, y sin necesidad de una sola palabra, la Luz se desata. Ivaine se tensa entre mis brazos. Aflojo la presa brevemente y la siento arquearse hacia atrás, estremecerse y temblar. La hierba está calcinándose bajo la Consagración, los vocablos divinos salen de mis labios con facilidad. Los haces de luz pasan a través de ella, entonando sus gloriosos himnos y bañándola en el resplandor de Su gracia. Y se escucha el chasquido del metal al quebrarse cuando su hojarruna salta por los aires, partida por la mitad.

Tan pronto como viene, el fogonazo desaparece. Tomo aire en profundidad tras la canalización, sujetando a mi mujer entre los brazos.

Y entonces, me mira.

Mientras su cuerpo se desploma sobre mis rodillas al liberarse de la tensión del espasmo, sus ojos se fijan en los míos. Rojos como sangre coagulada. Rojos… entre las pestañas rojas, la sonrisa suave, las lágrimas rodando sobre sus mejillas, que han recuperado el color. Una mirada tranquila, de alivio y de paz. La vida estalla en ella, repentinamente, como por ensalmo, con todo el calor de su fuego y la energía de su respiración. La sangre brama en sus venas, de nuevo cálida.  Y su corazón está latiendo.

Rodeo su rostro con los dedos, incrédulo. No puedo respirar. Ivaine. Ivaine. Quiero llamarla, pero no me sale la voz del cuerpo, y cuando lo intento, veo que sus párpados se cierran. Y el estallido de vida, igual que vino, se marcha. Porque ahora mi amor está muriendo de verdad, y se marchita tan deprisa como floreció.

No, no. No.

- Ivaine…

Tengo que decírselo. El último aliento de Ivaine Harren se escapa entre sus labios. Me apresuro a atraparlo en un último beso desesperado, recogiéndolo como un tesoro. Sus labios son cálidos otra vez y me responden con un amago sutil y agotado. No quiero perderlo. Nada puede perderse. Joder, Ivaine… ¡Mierda! Tengo que decírselo. Un latido de su corazón, solo uno más…

- ¡Carandil!

Está lloviendo. Llueve… ¿son mis ojos? Mis ojos se derriten, se deshacen, diluvian. El otro latido. ¿Por qué no llega el otro latido? Su corazón se ha callado. Le peino los cabellos, le rozo las mejillas, con los dedos temblándome y el aliento encabritado. No me llega el aire a los pulmones. Su rostro está tibio. Ivaine sigue caliente pero ya está muerta. Está muerta y no se lo he dicho. No se lo he dicho. Mi corazón lo está gritando y no he sido capaz de decirlo.

Cuando empieza a llover de verdad, el mundo hace rato que ha desaparecido. No hay mundo, pero yo me quedo aquí. Me quedo aquí, con mis recuerdos, con mis lágrimas y el "te quiero" que no he conseguido pronunciar pudriéndome el alma. Me quedo aquí, abrazándola, dándole todos los besos que no le di y diciéndole todo lo que ya no puede oír. Me quedo aquí, hasta que venga Theron, y entonces nos llevaremos a Carandil al Norte. Allí donde nace la nieve, mi amor.

Donde fuiste feliz. Donde me hiciste feliz.

CXIII.- Se detuvo cortésmente por mí (III)

El aire está viciado hoy en las ruinas. Trae aroma de lluvia rancia y recuerdos de tierra húmeda. Camino, sacudiéndome la capa, en busca de la presencia esquiva y silenciosa que parece escurrírseme entre los dedos desde hace ya casi dos semanas. Las sombras de los edificios derruidos se recortan en el suelo, con siluetas deformadas y de proporciones absurdas; una culebra enfermiza se arrastra entre dos piedras. ¿En qué estábamos pensando cuando elegimos este lugar? Lo peor es que cada día que pasa, lo encuentro más cercano a mi ánimo.

No soy fácil de deprimir, pero no llevo bien algunas situaciones. En algunos momentos, simplemente es demasiado, hasta para Ahti. La muerte de Eliannor, el asunto del pacto… Seidre. Sobre todo Seidre. Es un nudo que se me estrecha en la garganta como una soga. Cuando pienso en ello tengo verdaderas ganas de hundirme la espada en el pecho y acabar con todo. Si no lo hago es porque… pf, yo que sé por qué.

O sí lo sé.

Ahí está.

Veo su silueta oscura junto al pozo cegado. Es una toga que ondula con el viento suave, una melena enredada y dos ojos vacíos, vueltos hacia la memoria y la nada. Está inclinado hacia delante, como si algo le pesara en los hombros, con los brazos colgándole a los costados. Solo, desamparado, un cuerpo delgado y frágil de pie bajo una tempestad invisible, incapaz de dejarse caer del todo pero esperando ser derribado por el trueno.

Me cruzo de brazos, tragándome la angustia espesa. No le escucho ahí dentro desde hace días, sólo veo el discurrir monótono de sus pensamientos. Está sin estar. Ha dejado un maldito, puto agujero donde antes le tenía a él y…

Respiro hondo y me paso la mano por la cara y me tranquilizo. Es momento de hacer algo. Ya le he dado bastante tiempo: primero le dejé unos días con su duelo y su dolor. Estas cosas son jodidas, y lo entiendo. Más adelante, hemos hablado, o más bien he intentado hablar con él. No ha vuelto a llorar como el primer día. No ha vuelto a… nada en absoluto. Sí, cuando hemos conversado me ha respondido, he podido mantener una conversación con él, pero es como hablar con un muerto que está fingiendo que está vivo. Theron está en el limbo.

Y a estas alturas, yo ya…estoy empezando a asustarme, ¿vale?. No es que tenga miedo exactamente. Es una sensación, casi un recuerdo. Como si a mi alrededor nada fuera real y solo me envolvieran jirones de mi memoria y fantasmas difusos. Es la soledad la que me ha empezado a morder los tobillos, a enredarme en su sudario. Y yo la conozco bien. Me ha acompañado toda mi vida, y a veces hasta la he buscado; somos amantes circunstanciales. Pero ahora…

Hay un agujero donde antes…

Dejo de pensar y avanzo en pasos directos y seguros, envolviéndome en la capa. El viento arrecia y me agita el cabello. Theron vuelve el rostro a medias al escucharme llegar, pero su gesto es desvaído, cansado.

- ¿Cuánto hace que no comes? - le suelto sin más.

Me mira con la expresión de un muchacho extranjero al que de pronto le está hablando una calabaza o algo así. Le paso la mano ante los ojos, exagerando el gesto.

- Vamos, es una pregunta fácil. ¿Tenemos respuesta?

- Sí… sí – sacude la cabeza, negando. Su voz es… dioses, esa no es su voz, es una mala imitación – No… no lo recuerdo. Dos días, creo.

- ¿Tienes viales?

- Ten…- asiente con la cabeza. Luego suspira y vuelve a mirar al suelo – es pronto aún.

Le observo en silencio. Su rostro está afilado, escuálido. El cabello parece haber perdido su brillo. Es como si el jodido muerto fuera él, como si le hubieran robado el alma en vida. Joder. Joder, joder.

Theron

Segundos de silencio que se convierten en minutos. Él, mirando al suelo, yo, desesperando hebra a hebra.

¿Qué?

Ya está bien, tienes que volver.

Vuelve a mirarme, como si no comprendiera lo que le digo. Yo me he ido tensando poco a poco. Estoy con los brazos cruzados, erguido, pero en realidad estoy apretándome el pecho. Ahí dentro algo quiere estallar, y no quiero. No quiero decirle las cosas que… bastaría decírselas, y reaccionaría. O quizá no. No lo sé, pero no me quiero arriesgar. En cualquier caso, él ya las sabe. Debería saberlas. Tiene que estar sintiéndolo. Seguro que está sintiendo cómo me ahogo en ese agujero que se ha abierto en el lugar que él ocupaba, cómo me…

- Estoy aquí – dice con voz débil, sus ojos iluminándose un ápice.

- No, no estás aquí, y una mierda. No estás aquí, Theron. Estás en Lunargenta, en el momento en el que cogiste la daga y mataste a tu mujer. Aún no te has movido de ahí.

Aprieta los dientes y da un paso hacia atrás, como si le hubiera golpeado. Su mirada se vuelve llameante y se le encienden las runas al mirarme. Me muerdo la lengua para no seguir, y él se la muerde para ser moderado.

- ¿Por qué me lo recuerdas? ¿Crees que lo he olvidado? He matado a Eliannor – la voz ahogada, contenida, el gesto sereno, triste, resignado. Resignado. No lo soporto – Lo hice, Ahti. He matado a Eliannor y a nuestro hijo, el que llevaba en su vientre. No sé si puedes comprenderlo… esto no va a sanar nunca.

- Desde luego que no – le espeto, conteniéndome – Esto no se va a acabar, Theron. Tienes que salir tú.

Niega con la cabeza de nuevo y aparta la vista, se le está quebrando la mirada.

- Tú no lo entiendes – murmura.

Es la frase que más odio en este mundo. Cada vez que Theron me dice “tú no lo entiendes” me siento como si me diera una patada en el estómago. Y lo que es peor, con ganas de devolvérsela. Quizá es lo que le hace falta. Incapaz de dejarse caer del todo. Esperando ser derribado por el trueno.

- Yo no lo entiendo. ¿Esa es tu solución para todo? – aprieto los dientes - ¿Qué es lo que no entiendo exactamente, Theron? ¿Que has matado a Eliannor? Eso te aseguro que lo entiendo. ¿Que has matado al hijo de los dos? Bueno, lo que yo vi era un engendro demoníaco medio achicharrado sobre las baldosas de mi casa. ¿Me importa algo todo eso? No. Sólo una cosa. Tú y tu puta cobardía.

Le apunto con el dedo. Me mira y sus ojos destellan, muestra los dientes. Se está sintiendo amenazado. Y yo estoy cabreado. Muy cabreado.

- No estoy huyendo – replica, con poco convencimiento y mucha rabia.

- Sí, lo haces. ¡Deja de esconderte! Vivir es sufrir, ¿no? Te gusta mucho repetirlo ¿Y qué haces ahora? Revolcarte en la autocompasión, con la distancia suficiente para no sanar, y dejarte reducir a una piltrafa sin valor por un jodido revés. Aun estando muerta, la retienes y la envenenas, te niegas a soltarla, reviviendo una y otra vez la fatalidad de vuestro destino, porque como estaba escrito en las putas estrellas y todo el mundo predijo, oh si, la has matado, Theron. – hago una pausa para tomar aire. Sé que estoy alzando la voz. Ya me da exactamente igual  - Entiendo tu dolor. Lo entiendo perfectamente, maldito seas. Lo que no entiendo es que además te hagas ESTO.

Le estoy señalando con el dedo y algún engranaje gira dentro de él. La furia destella en su mirada cuando se abalanza hacia mí, beligerante, apuntándome con el dedo también.

- ¡Mira quién habla de retenerla, de envenenarla, de negarse a soltarla! ¿Y qué pasa con Ivaine?

- ¡No metas a Ivaine aquí! - replico, y esta vez ha sido casi un rugido. Las sienes me martillean.

- ¡Yo la maté, joder! – un par de lágrimas se le escapan. Me está mirando como si… como si… ¿qué? - ¡La maté, Ahti!

Se tira de la toga, repitiéndolo. Yo me he quedado quieto, observándole, con un nudo nuevo apretándose en mi garganta y reteniendo la rabia por la mención a Ivaine. Puede que no sea muy listo, y que muchas veces, Theron y yo no nos hayamos entendido. Pero ahora le estoy comprendiendo con una terrible claridad, y me siento morir al leer sus señales. Me está pidiendo ayuda.

Incapaz de dejarse caer del todo. Esperando ser derribado por el trueno.

Theron quiere que le rompa. Y yo no quiero hacerlo… pero sí. Y precisamente porque en el fondo, muy en el fondo de mi corazón, sí que quiero… precisamente por eso, no quiero. Es horrible querer hacer algo así a alguien a quien quieres.

Pero lo necesita.

- La maté… hundí el puñal en su vientre…

- Basta – he cerrado los ojos. Arrojo una mano hacia delante y le agarro de la pechera, abro los ojos de nuevo. Luz Sagrada, dame fuerzas para hacerlo bien. Para hacerlo por él, sólo por él. Que sea algo puro y sincero, que no sea ... el monstruo – Lo hiciste. Eres un jodido cabrón, lo hiciste. Pero no va a quedar impune.

El primer golpe es como un estallido de adrenalina. Le duele a él, y me duele a mí, solo que a mí también me desgarra por dentro. Ha sido un derechazo potente, que le ha hecho tambalearse hacia atrás cuando le he soltado la ropa. Da unos cuantos traspiés y gime. Se lleva la mano al rostro y escupe sangre, mirándome con los ojos fuera de las órbitas.

Lo estoy haciendo bien, porque no siento el menor deseo de seguir. No quiero hacer esto. No es agradable. No quiero hacerlo.

Pero, seamos sinceros…

¿Qué no haría yo por él?

El resto viene solo. Al principio, Theron opone una resistencia instintiva, pero pronto se limita a quedarse en el suelo y recibir los golpes, uno tras otro.

Es tu culpa, y este es tu castigo, ¿es eso lo que quieres?

No obtengo respuesta. Vienen las patadas, la furia, la rabia y mi propio dolor. Mi mente siempre ha sabido hacer esto: convertir el dolor en violencia, el sufrimiento en rebeldía, la tortura en ira. Lo transformo todo con la violencia, con el fuego de mis venas, los puños, las patadas… y a medida que el castigo se hace patente sobre la carne, mi pregunta se ve contestada. Puedo sentir los nudos deshacerse en su interior, el verdadero dolor rompiendo la superficie, la gruesa epidermis de su anestesia. Ahora puede sufrir por Eliannor porque está siendo castigado, ahora sí es digno de gritar su pérdida como lo está haciendo bajo los golpes, de sollozar y ahogarse con las lágrimas.

Al final, tengo que tirar de mis propias riendas para parar. Caigo sobre él, un bulto sanguinolento que se estremece, convulso, que llora y gime, que casi no puede respirar. Le recojo entre mis brazos como puedo, apartándole el pelo del rostro. Le agarro de las raíces y vuelvo su cara hacia mí. Y entonces yo también grito, con un grito quebrado, desangrándome de angustia.

- ¿Tienes ya suficiente, joder? ¿Es suficiente?

Theron está roto. El dolor agudo, punzante, terrible, cae sobre él también por dentro. Me echa los brazos al cuello y me moja la piel con sus lágrimas y la saliva que se escurre de la comisura de sus labios.

Lo siento tanto… lo siento tanto…

Estoy de rodillas sobre la tierra y le tengo abrazado, pegado a mí. Estoy pálido y mareado por lo que acabo de hacer… pero también aliviado. Ha vuelto. Gracias a la Luz, ha vuelto. La primera gota de lluvia se me antoja una bendición, me hace cerrar los ojos de pura gratitud. Le paso los dedos por los cabellos enredados y dejo fluir la Luz con lentitud sobre él, intentando consolar las heridas que yo mismo le he causado.

Lo siento tanto…

- Tranquilo – se lo digo casi al oído, manteniéndole muy cerca. No quiero que tenga frío. No quiero que se sienta solo. No quiero que le falte dónde agarrarse, dónde refugiarse ni un latido de corazón cercano para consolarse – Tranquilo, Theron. Todo saldrá bien. Te lo prometo.

Aprieto los labios. Siempre acabo haciendo estas cosas: promesas. Promesas de paladín.

- Te lo prometo.





Lo repito una y otra vez. De esta estoy muy, muy seguro.

CXII.- Se detuvo cortésmente por mí (II)

Me pregunto, mientras camino por estos pasillos, cómo debió ser para Theron su llegada aquí. Por lo que recuerdo de sus recuerdos, mucho más agradable que la mía. Sinceramente, no seré yo quien se queje. He jugado mis cartas y esto forma parte de la función. Hay posibilidades de que salga mal, sí, pero soy un superviviente. Siempre he sobrevivido. Y si no tuviera fe en mis capacidades para ello ni estuviera anestesiado del miedo a la muerte, no intentaría ni la mitad de cosas que intento, ni conseguiría la mitad de las que consigo. Llámame valiente. Igual más bien estoy pirado.

Cuando me sueltan de boca sobre la alfombra mullida, admito por primera vez desde que me prendieron que estos cabroncetes me estaban arrastrando. Aún estoy mareado a causa del maldito hechizo que me han tirado encima, pero planto los pies con firmeza en el suelo cuando me levantan y sonrío a medias, lamiéndome la sangre de los labios. Me arrancan la venda de los ojos con un fuerte tirón.

Miro alrededor.

Un lugar precioso: Losas doradas formando un mosaico que imita el sol, piedras viles flotando en la sala de paredes escarlata y una cama con dosel. Divanes, pipas de maná, alfombras, cojines y liras. Cortinajes de seda y gasa.

¿Lo interesante de verdad? Aparte de los invitados, que sólo hay un acceso a esta habitación. Y acabamos de cruzarlo. Cuatro tipos armados están detrás mía, dos de ellos me sujetan. Yo estoy desarmado, soy uno solo y algún guapo me ha regalado una maldición de debilidad. Aun así, me mantengo en pie por mí mismo con obstinación y trato de liberarme de sus manos, sonriéndoles con mi mejor gesto engreído.

- Muy amables, pero no me voy a caer. ¿O es que tenéis miedo de que os dé una paliza, ahora que estamos en igualdad de condiciones?

Uno de los elfos me regala un bofetón, que me duele tanto como si me hubiera golpeado una niña de tres años con distrofia muscular. De todos modos, hago como que lo he notado. A estos tíos duros amiguetes de la Legión les gusta pegar a los paladines. Mejor que estén felices.

- Ya basta. ¿Qué farsa es esta? – dice una voz femenina.

Entonces me digno a mirar a mi anfitriona, que resulta ser una eredar de más de dos metros y vestida con una toga de estilo siniestro y atrevido. Tiene una mano en la cadera y con la otra sujeta un bastón coronado por una piedra oscura y rojiza. Los cabellos, negros y rizados, se enroscan alrededor de sus largos cuernos, y en sus ojos brilla un resplandor de furia contenida. Sus pechos se comprimen dentro de un sujetador de metal que exhibe los montículos rojizos, turgentes, dos buenas tetas de demonio.

Dejo que mis queridos súbditos le expliquen la cuestión a la cabra, mientras mantengo los ojos sobre los suyos. No, no le miro los pechos, por tentadores que sean... o que pudieran ser para alguien con menos asco a los demonios que yo. Cuando tratas con esta clase de gente es fundamental mantener tu posición, demostrar fuerza, control, seguridad y sobre todo, dejar claro que ellos no tienen poder sobre ti. No tengo mucha experiencia con la Legión, pero sí la suficiente como para saber eso. Diría que funciona, porque mientras la cabra presta atención a la explicación pueril de los dos elfos, sus ojos vuelven a mí una y otra vez.

Apesta a demonio. Es un demonio. Odio a los demonios. Desearía exorcizarla y abrirle su corrupta y apestosa piel a base de latigazos de Sagrada Luz, que el fuego purificador deshiciera la máscara de voluptuosidad con la que se envuelven y revelase su verdadera naturaleza: vísceras corroídas, carne humeante y un alma negra y eternamente condenada. Pero en vez de hacer eso, exhibo mi mejor sonrisa y aguardo a que la curiosidad y el interés hagan su efecto, dejando que mi aura se expanda por si queda alguna duda de mi naturaleza.

- Largaos – espeta ella finalmente, haciendo un gesto a los guardias cuando se aburre de escucharles – Todos.

Aquí lo tenemos. Está jugando al juego: va a quedarse a solas conmigo para demostrar que no tiene nada que temer de alguien como yo. ¿Y por qué debería temer nada? Estoy desarmado, con una maldición de debilidad que me tiene mareado y casi no me tengo en pie. Soy una víctima perfecta, llegado el caso, pero por ahora no quiere matarme. Si hay una buena manera de empezar con los demonios, es entrar en su jodida casa diciendo que quieres hacer un trato. No falla. No se pueden resistir.

- Bonita alfombra – le digo, cuando nos quedamos solos. Me paso la mano por los labios y me peino con los dedos para ponerme presentable – pero el recibimiento ha sido un poco frío para mi gusto.

- ¿Qué tienes que ofrecer? - espeta.

La eredar va al grano. No están siendo muy amables, que digamos. ¿Será que a mi no me ven con potencial? ¿Es porque soy rubio y tienen prejuicios sobre mi inteligencia? Qué envidia, con lo bien que trataron a mi brujo aquí dentro, colmándole de atenciones, haciéndole la jodida pelota como si fuera la nueva promesa de la Legión Ardiente… sí, la envidia me corroe.

No espero a que me de permiso. Me acerco a la mesa que hay más cerca de ella con un movimiento estudiadamente repentino, que podría parecer amenazador y desestabilizar su pose. Sonrío al verla amagar un retroceso, apretando el bastón entre los dedos. Ahí está. Ella entrecierra los ojos, que vuelven a relampaguear. ¿Miedo? Vaya vaya, no diré que no me lo esperaba. No necesito mis armas para golpearle con la luz, y ella lo sabe. Así me gusta, las cosas claras. Aparto la silla y me siento.

- Quiero hablar sobre un pacto antiguo. Uno que afecta a dos personas queridas para mí y que fue sellado con Xaar.

Esta vez reprimo la sonrisa al ver cómo casi se le caen los ojos al suelo de la sorpresa. Oh, pero qué tenemos aquí. ¿Tanta puntería tengo? Parece que he dado en el blanco de todos los blancos. La cabra se repone de inmediato, alzando la barbilla. Un aura fría comienza a escocerme en la piel. Ahora la situación se vuelve delicada y peligrosa. No, hasta ahora no me lo parecía, la verdad.

- Con Xaar. Entiendo. – su voz se vuelve suave - ¿Por qué no me hablas de ello?

- Porque no eres Xaar.

La Eredar sonríe y luego deja libre su risa. Es como un cascabeleo, como el agua de las fuentes, pero más metálica. Tan preciosa como falsa. No alberga ni un rastro leve de calidez. La risa de un demonio siempre suena amarga, siempre.

- Tienes ojos de depredador, y la sonrisa de un lobo. Eres audaz, al presentarte aquí del modo que lo has hecho. Sin embargo, también has sido estúpido. – Se acerca a mí, sus pezuñas resuenan sobre las teselas. – Dime, ¿qué me impide ahora mismo arrancarte el alma, infligir a tu cuerpo tanto sufrimiento que pidas muerte y deleitarme con el sabor de tus lágrimas mientras mis artes corrompen todos los dones que la Luz te ha otorgado?

Arqueo la ceja.

- Vaya, esa frase es muy larga. Y lo que me propones no termina de agradarme... pero seguro que si lo piensas bien, encuentras algún motivo para no hacerlo, ¿verdad?

Mi sonrisa es espléndida. Adoro hacerme el tonto, pero esta tía sabe que lo estoy fingiendo.

- Basta de juegos.

- Sí, por favor – vuelvo a ponerme serio – quiero hablar con Xaar.

- Eso no puede ser. Antes tendrás que hablar conmigo. Yo seré su mensajera, y el enlace entre tú y él, si es que la relación se prolonga y duras vivo más de diez minutos aquí.

Su respuesta es tajante, y es demasiado pronto para regatear. Aun así, es un riesgo… creo que sé quien es esta zorra del averno, y si no me equivoco y se trata de Kaleen, entonces tengo que tener cien ojos y otro más de recambio.

- De acuerdo.

Ella sonríe.

- Perfecto. Dime pues, ¿qué venías a tratar con él?

Ha tomado dos copas de la mesa y las está llenando con una jarra. Es una especie de vino espeso y rojo. Se lleva la suya a los labios y deja la mía delante de mis narices. Huele a bayas, y un poco a almizcle y a corrosión, pero muy poco. Ni siquiera la toco.

- Quiero ofrecerme en el lugar de Theron y de Eliannor.

La eredar alza las cejas. Veo el resplandor de la codicia en sus pupilas, el hambre y el ansia. Un alma pura, un alma bendita. Sin duda es toda una delicia para gentuza como ella. Frunce el ceño y se lo piensa.

- No estoy segura de que Xaar…

- Por favor, transmítele el mensaje.

Se me queda mirando por largo rato, como si estuviera tratando de decidir entre escupirme o matarme, y finalmente desaparece por la única puerta de la sala, con un revuelo de faldas. Veo destellar el suelo bajo la puerta cuando cierra: un sello mágico. Claro, no voy a poder salir de aquí sin permiso. Contaba con ello.

Vale, no. No contaba con ello. Pero es tarde para ponerse nerviosos, ¿no? Me pongo la mano en la frente e intento sacarme de encima la jodida maldición, que hace que todo me de vueltas y me haya quedado derrumbado sobre la silla como un despojo. Lo intento una y otra vez, una y otra vez, acordándome de la madre que parió a Theron, a Eliannor, a Iradiel, pero sobre todo a mí mismo. ¿Quién me mandaría abrir la boca? ¿Cuándo aprenderé a mantenerme al margen?
Aún estoy echándome la bronca yo solito cuando ella regresa. Me esfuerzo en enderezarme.

- Hay algo más – golpea el suelo con el bastón. Los cuatro guardias han venido con ella – Xaar considera que das muy poco por mucho, así que añade una cláusula: Tenemos tres meses para probarte. En esos tres meses, vendrás aquí una vez por semana y pasarás tres horas entre estos muros. Aquí, nosotros pondremos a prueba tu voluntad y tu pureza, la veracidad de la Luz que brilla en ti y la calidad de tu alma. Si ésta permanece pura, inmaculada e incorrupta dentro de tres meses, Eliannor y Theron serán libres, y tú serás nuestro.

La sonrisa que se le dibuja al pronunciar la última palabra es casi lasciva. Entrecierro los ojos.

- ¿Y si fallo?

- Si fallas y ganamos tu alma… los tres seréis nuestros – se encoge de hombros – al fin y al cabo, un alma incapaz de resistir a las tentaciones o las torturas no tiene mucho valor, ¿no te parece? Menos aún como pago por pactos incumplidos.

Tengo que aguantarme para no estallar en una carcajada. Joder, esto ha salido mejor de lo que esperaba. Me mantengo serio y finjo que sus palabras me han hecho vacilar. Finalmente, asiento con solemnidad.

- Trato hecho. Os doy mi palabra de que mantendré lo acordado.

Uno de los guardias se acerca, desenvainando un puñal.

- Deja correr pues unas gotas de tu sangre para sellar este pacto.

- No.

El elfo intenta cortarme en la mano con el cuchillo, agarrándome de la muñeca. Pese a la maldición, aún estoy lo bastante ágil para darle un cabezazo en la mandíbula y arrebatarle el arma, sin levantarme apenas de la silla. El resto de los soldados se me echan encima, pero se detienen a una orden de la diablesa.

- No os ofendáis – añado, intentando ser cortés – pero soy un paladín. Si mi palabra no os basta, es que no sabéis lo que eso significa.



Los ojos de Kaleen relampaguean. No sé si por odio, por hambre, o por las dos cosas.

- Escoltadle a la salida.

Minutos más tarde, estoy en el exterior. El sol resplandece en el cielo. Me han devuelto la maza, pero no han eliminado la maldición. Suerte que el Sol Devastado ha acampado cerca. Es hora de buscar a un mago e inventar unas cuantas mentiras.