lunes, 20 de junio de 2011

CXIII.- Se detuvo cortésmente por mí (III)

El aire está viciado hoy en las ruinas. Trae aroma de lluvia rancia y recuerdos de tierra húmeda. Camino, sacudiéndome la capa, en busca de la presencia esquiva y silenciosa que parece escurrírseme entre los dedos desde hace ya casi dos semanas. Las sombras de los edificios derruidos se recortan en el suelo, con siluetas deformadas y de proporciones absurdas; una culebra enfermiza se arrastra entre dos piedras. ¿En qué estábamos pensando cuando elegimos este lugar? Lo peor es que cada día que pasa, lo encuentro más cercano a mi ánimo.

No soy fácil de deprimir, pero no llevo bien algunas situaciones. En algunos momentos, simplemente es demasiado, hasta para Ahti. La muerte de Eliannor, el asunto del pacto… Seidre. Sobre todo Seidre. Es un nudo que se me estrecha en la garganta como una soga. Cuando pienso en ello tengo verdaderas ganas de hundirme la espada en el pecho y acabar con todo. Si no lo hago es porque… pf, yo que sé por qué.

O sí lo sé.

Ahí está.

Veo su silueta oscura junto al pozo cegado. Es una toga que ondula con el viento suave, una melena enredada y dos ojos vacíos, vueltos hacia la memoria y la nada. Está inclinado hacia delante, como si algo le pesara en los hombros, con los brazos colgándole a los costados. Solo, desamparado, un cuerpo delgado y frágil de pie bajo una tempestad invisible, incapaz de dejarse caer del todo pero esperando ser derribado por el trueno.

Me cruzo de brazos, tragándome la angustia espesa. No le escucho ahí dentro desde hace días, sólo veo el discurrir monótono de sus pensamientos. Está sin estar. Ha dejado un maldito, puto agujero donde antes le tenía a él y…

Respiro hondo y me paso la mano por la cara y me tranquilizo. Es momento de hacer algo. Ya le he dado bastante tiempo: primero le dejé unos días con su duelo y su dolor. Estas cosas son jodidas, y lo entiendo. Más adelante, hemos hablado, o más bien he intentado hablar con él. No ha vuelto a llorar como el primer día. No ha vuelto a… nada en absoluto. Sí, cuando hemos conversado me ha respondido, he podido mantener una conversación con él, pero es como hablar con un muerto que está fingiendo que está vivo. Theron está en el limbo.

Y a estas alturas, yo ya…estoy empezando a asustarme, ¿vale?. No es que tenga miedo exactamente. Es una sensación, casi un recuerdo. Como si a mi alrededor nada fuera real y solo me envolvieran jirones de mi memoria y fantasmas difusos. Es la soledad la que me ha empezado a morder los tobillos, a enredarme en su sudario. Y yo la conozco bien. Me ha acompañado toda mi vida, y a veces hasta la he buscado; somos amantes circunstanciales. Pero ahora…

Hay un agujero donde antes…

Dejo de pensar y avanzo en pasos directos y seguros, envolviéndome en la capa. El viento arrecia y me agita el cabello. Theron vuelve el rostro a medias al escucharme llegar, pero su gesto es desvaído, cansado.

- ¿Cuánto hace que no comes? - le suelto sin más.

Me mira con la expresión de un muchacho extranjero al que de pronto le está hablando una calabaza o algo así. Le paso la mano ante los ojos, exagerando el gesto.

- Vamos, es una pregunta fácil. ¿Tenemos respuesta?

- Sí… sí – sacude la cabeza, negando. Su voz es… dioses, esa no es su voz, es una mala imitación – No… no lo recuerdo. Dos días, creo.

- ¿Tienes viales?

- Ten…- asiente con la cabeza. Luego suspira y vuelve a mirar al suelo – es pronto aún.

Le observo en silencio. Su rostro está afilado, escuálido. El cabello parece haber perdido su brillo. Es como si el jodido muerto fuera él, como si le hubieran robado el alma en vida. Joder. Joder, joder.

Theron

Segundos de silencio que se convierten en minutos. Él, mirando al suelo, yo, desesperando hebra a hebra.

¿Qué?

Ya está bien, tienes que volver.

Vuelve a mirarme, como si no comprendiera lo que le digo. Yo me he ido tensando poco a poco. Estoy con los brazos cruzados, erguido, pero en realidad estoy apretándome el pecho. Ahí dentro algo quiere estallar, y no quiero. No quiero decirle las cosas que… bastaría decírselas, y reaccionaría. O quizá no. No lo sé, pero no me quiero arriesgar. En cualquier caso, él ya las sabe. Debería saberlas. Tiene que estar sintiéndolo. Seguro que está sintiendo cómo me ahogo en ese agujero que se ha abierto en el lugar que él ocupaba, cómo me…

- Estoy aquí – dice con voz débil, sus ojos iluminándose un ápice.

- No, no estás aquí, y una mierda. No estás aquí, Theron. Estás en Lunargenta, en el momento en el que cogiste la daga y mataste a tu mujer. Aún no te has movido de ahí.

Aprieta los dientes y da un paso hacia atrás, como si le hubiera golpeado. Su mirada se vuelve llameante y se le encienden las runas al mirarme. Me muerdo la lengua para no seguir, y él se la muerde para ser moderado.

- ¿Por qué me lo recuerdas? ¿Crees que lo he olvidado? He matado a Eliannor – la voz ahogada, contenida, el gesto sereno, triste, resignado. Resignado. No lo soporto – Lo hice, Ahti. He matado a Eliannor y a nuestro hijo, el que llevaba en su vientre. No sé si puedes comprenderlo… esto no va a sanar nunca.

- Desde luego que no – le espeto, conteniéndome – Esto no se va a acabar, Theron. Tienes que salir tú.

Niega con la cabeza de nuevo y aparta la vista, se le está quebrando la mirada.

- Tú no lo entiendes – murmura.

Es la frase que más odio en este mundo. Cada vez que Theron me dice “tú no lo entiendes” me siento como si me diera una patada en el estómago. Y lo que es peor, con ganas de devolvérsela. Quizá es lo que le hace falta. Incapaz de dejarse caer del todo. Esperando ser derribado por el trueno.

- Yo no lo entiendo. ¿Esa es tu solución para todo? – aprieto los dientes - ¿Qué es lo que no entiendo exactamente, Theron? ¿Que has matado a Eliannor? Eso te aseguro que lo entiendo. ¿Que has matado al hijo de los dos? Bueno, lo que yo vi era un engendro demoníaco medio achicharrado sobre las baldosas de mi casa. ¿Me importa algo todo eso? No. Sólo una cosa. Tú y tu puta cobardía.

Le apunto con el dedo. Me mira y sus ojos destellan, muestra los dientes. Se está sintiendo amenazado. Y yo estoy cabreado. Muy cabreado.

- No estoy huyendo – replica, con poco convencimiento y mucha rabia.

- Sí, lo haces. ¡Deja de esconderte! Vivir es sufrir, ¿no? Te gusta mucho repetirlo ¿Y qué haces ahora? Revolcarte en la autocompasión, con la distancia suficiente para no sanar, y dejarte reducir a una piltrafa sin valor por un jodido revés. Aun estando muerta, la retienes y la envenenas, te niegas a soltarla, reviviendo una y otra vez la fatalidad de vuestro destino, porque como estaba escrito en las putas estrellas y todo el mundo predijo, oh si, la has matado, Theron. – hago una pausa para tomar aire. Sé que estoy alzando la voz. Ya me da exactamente igual  - Entiendo tu dolor. Lo entiendo perfectamente, maldito seas. Lo que no entiendo es que además te hagas ESTO.

Le estoy señalando con el dedo y algún engranaje gira dentro de él. La furia destella en su mirada cuando se abalanza hacia mí, beligerante, apuntándome con el dedo también.

- ¡Mira quién habla de retenerla, de envenenarla, de negarse a soltarla! ¿Y qué pasa con Ivaine?

- ¡No metas a Ivaine aquí! - replico, y esta vez ha sido casi un rugido. Las sienes me martillean.

- ¡Yo la maté, joder! – un par de lágrimas se le escapan. Me está mirando como si… como si… ¿qué? - ¡La maté, Ahti!

Se tira de la toga, repitiéndolo. Yo me he quedado quieto, observándole, con un nudo nuevo apretándose en mi garganta y reteniendo la rabia por la mención a Ivaine. Puede que no sea muy listo, y que muchas veces, Theron y yo no nos hayamos entendido. Pero ahora le estoy comprendiendo con una terrible claridad, y me siento morir al leer sus señales. Me está pidiendo ayuda.

Incapaz de dejarse caer del todo. Esperando ser derribado por el trueno.

Theron quiere que le rompa. Y yo no quiero hacerlo… pero sí. Y precisamente porque en el fondo, muy en el fondo de mi corazón, sí que quiero… precisamente por eso, no quiero. Es horrible querer hacer algo así a alguien a quien quieres.

Pero lo necesita.

- La maté… hundí el puñal en su vientre…

- Basta – he cerrado los ojos. Arrojo una mano hacia delante y le agarro de la pechera, abro los ojos de nuevo. Luz Sagrada, dame fuerzas para hacerlo bien. Para hacerlo por él, sólo por él. Que sea algo puro y sincero, que no sea ... el monstruo – Lo hiciste. Eres un jodido cabrón, lo hiciste. Pero no va a quedar impune.

El primer golpe es como un estallido de adrenalina. Le duele a él, y me duele a mí, solo que a mí también me desgarra por dentro. Ha sido un derechazo potente, que le ha hecho tambalearse hacia atrás cuando le he soltado la ropa. Da unos cuantos traspiés y gime. Se lleva la mano al rostro y escupe sangre, mirándome con los ojos fuera de las órbitas.

Lo estoy haciendo bien, porque no siento el menor deseo de seguir. No quiero hacer esto. No es agradable. No quiero hacerlo.

Pero, seamos sinceros…

¿Qué no haría yo por él?

El resto viene solo. Al principio, Theron opone una resistencia instintiva, pero pronto se limita a quedarse en el suelo y recibir los golpes, uno tras otro.

Es tu culpa, y este es tu castigo, ¿es eso lo que quieres?

No obtengo respuesta. Vienen las patadas, la furia, la rabia y mi propio dolor. Mi mente siempre ha sabido hacer esto: convertir el dolor en violencia, el sufrimiento en rebeldía, la tortura en ira. Lo transformo todo con la violencia, con el fuego de mis venas, los puños, las patadas… y a medida que el castigo se hace patente sobre la carne, mi pregunta se ve contestada. Puedo sentir los nudos deshacerse en su interior, el verdadero dolor rompiendo la superficie, la gruesa epidermis de su anestesia. Ahora puede sufrir por Eliannor porque está siendo castigado, ahora sí es digno de gritar su pérdida como lo está haciendo bajo los golpes, de sollozar y ahogarse con las lágrimas.

Al final, tengo que tirar de mis propias riendas para parar. Caigo sobre él, un bulto sanguinolento que se estremece, convulso, que llora y gime, que casi no puede respirar. Le recojo entre mis brazos como puedo, apartándole el pelo del rostro. Le agarro de las raíces y vuelvo su cara hacia mí. Y entonces yo también grito, con un grito quebrado, desangrándome de angustia.

- ¿Tienes ya suficiente, joder? ¿Es suficiente?

Theron está roto. El dolor agudo, punzante, terrible, cae sobre él también por dentro. Me echa los brazos al cuello y me moja la piel con sus lágrimas y la saliva que se escurre de la comisura de sus labios.

Lo siento tanto… lo siento tanto…

Estoy de rodillas sobre la tierra y le tengo abrazado, pegado a mí. Estoy pálido y mareado por lo que acabo de hacer… pero también aliviado. Ha vuelto. Gracias a la Luz, ha vuelto. La primera gota de lluvia se me antoja una bendición, me hace cerrar los ojos de pura gratitud. Le paso los dedos por los cabellos enredados y dejo fluir la Luz con lentitud sobre él, intentando consolar las heridas que yo mismo le he causado.

Lo siento tanto…

- Tranquilo – se lo digo casi al oído, manteniéndole muy cerca. No quiero que tenga frío. No quiero que se sienta solo. No quiero que le falte dónde agarrarse, dónde refugiarse ni un latido de corazón cercano para consolarse – Tranquilo, Theron. Todo saldrá bien. Te lo prometo.

Aprieto los labios. Siempre acabo haciendo estas cosas: promesas. Promesas de paladín.

- Te lo prometo.





Lo repito una y otra vez. De esta estoy muy, muy seguro.

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