martes, 24 de noviembre de 2009

LXIV - Guerra Abierta: amanecer tenaz

Capilla de la Esperanza de la Luz - Invierno

No puedo evitar un pálpito de excitación cuando nuestras monturas se detienen frente a la alta construcción de piedra y madera. Entre las lomas pardas, recortándose en la oscuridad del paisaje, la torre de la Esperanza de la Luz permanece inquebrantable, como siempre, haciendo frente a las miradas inertes y fosfóricas que la observan con odio al otro lado de las grietas y terraplenes del terreno. Los murciumbríos acechan en los árboles, los canes se agazapan tras los bulbos infectos que nacen en el yermo árido. Los muertos no tienen miedo. Si pudieran tenerlo, estarían acojonados ahora. Imagino que sólo están cabreados.

Y no me extraña que lo estén. La explanada de la capilla hierve de actividad, como hacía tiempo que no se veía. Soldados y capitanes de división entran y salen de la nave, los intendentes del Alba están dispuestos a ambos lados del escueto campamento, que ahora parece extenderse casi hasta los límites, donde los avizores montan guardia, incansables. Médicos renegados, sanadores y curanderos empuñan los estandartes y se colocan en fila frente al Comandante Kuntz, que reparte órdenes y libranzas. "Vamos, vamos. Hacen falta tres más en Orgrimmar. Cinco para Villadorada",  exclama con la voz autoritaria de siempre. Los grifos y los murciélagos vuelan, van y vienen transportando a sus jinetes.

Algunos soldados abren cajas de armas y armaduras con palancas, un par de carretas y mulos de carga acaban de llegar y los transportistas son revisados por los sacerdotes, les ofrecen zumo de fruta del sol y galletas secas. Y los luchadores errantes que acuden a combatir en la guerra se arremolinan para recibir órdenes, bajo los gritos de los lugartenientes que organizan los ataques y la defensa.

- ¡Un ziggurat se ha avistado en Azshara! ¡Necesitamos mas gente en Kalimdor! ¡Voluntarios a este lado!

Theron tira de las riendas de Desidia y me mira de reojo.

- Esto está muy concurrido, ¿no?
- Afortunadamente, así es - replico, desmontando.

Es difícil abrirse paso hasta la capilla entre la multitud multirracial que se agolpa en los aledaños de la construcción, limpiando armas, afilando espadas, cargándose de viandas y cantimploras o abriendo las órdenes lacradas. Dentro, la nave resuena con los pasos apresurados de soldados y luchadores. Los tabardos negros y plateados relucen en la penumbra de la estancia, bajo las velas tenues y las lámparas de aceite. Lord Maxwell Tyrosus está sentado ante una larga mesa improvisada, flanqueado por Korfax y Leonid Barthalamew. Todos revisan papeles y plasman sellos, se los pasan unos a otros, y desde luego, no debería molestarles. Sin embargo, el Comandante levanta la vista hacia nosotros cuando nos acercamos con cautela.

- Que la Luz os guarde, señor. - saludo, inclinándome respetuosamente. - Aprieta la soga el Rey.
- Aprieta, hermano, aprieta - replica, con un brillo de determinación en la mirada. - Cuanto más constriña, más se oirá nuestro rugido. Muchos voluntarios acuden ahora, cuando la amenaza es patente.
- Me alegra ver que al fin se recibe apoyo, pero tal vez si lo hubiéramos tenido antes, no estaríamos en esta situación. Nada como un ataque directo a los hogares de los vagos para espolear conciencias.

Theron sonríe a medias, manteniéndose un paso por detrás de mi, y Lord Maxwell chasquea la lengua, mirándome de soslayo.

- Ese desdén no tiene lugar ahora, Albagrana. Arráncatelo y a trabajar.
- ¿Órdenes, señor?
- Id a buscarlas afuera.

Arqueo una ceja, ladeando la cabeza con cierto disgusto.

- ¿Con los voluntarios?
- Con los voluntarios, Albagrana. Lleva a tu ejército allí, los intendentes tienen ordenanzas para todos.
- No tengo ejército, vengo con Theron.

El brujo carraspea, me mira, mira al comandante y luego se inclina levemente, algo inseguro. Las joyas de sus cuernos relucen bajo las lámparas cuando lo hace.

- Saludos, señor.
- Saludos, Solámbar. - Tyrosus nos observa un momento, luego asiente. - Bien, habéis demostrado ser grandes valedores de nuestro estandarte hasta este día. Os informarán de la situación afuera, aunque os recomendaría inútilmente que os uniérais a un grupo más numeroso. Pero no lo haréis, así que, salid, y que la Luz os guarde.

Asiento y me inclino de nuevo, al ver que Lord Maxwell vuelve a sus quehaceres sin prestarme mayor atención. Al salir al exterior me trago el regusto amargo una vez más, aunque Theron me lo recuerda, caminando a mi lado con digna cadencia y tratando de adaptar sus pasos a mis zancadas.

- Con los voluntarios. ¿No es un poco injusto?
- Paciencia y perseverancia. Lo importante es hacer lo correcto, qué mas da.
- Aun así, después de todo lo que hemos hecho, deberían darnos algo más. Un mechero, no sé.

Me río entre dientes y niego con la cabeza, colocándome en la fila de los voluntarios, mientras los soldados del Alba, uniformados, con el tabardo reluciente, montan sobre sus briosos corceles con soles dorados en la gualdrapa y se disponen en formación, haciendo sonar los cuernos. Les miro de reojo con cierta melancolía y un destello de envidia que aplaco inmediatamente. Paciencia y perseverancia.

- La situación es la siguiente - nos informa un intendente cuando nos llega el turno. Es humano, su dominio del orco no es demasiado espléndido, pero se hace entender y nos observa con naturalidad. Apenas detiene su mirada un instante en las astas del brujo. - Los ziggurats se han dispersado por ambos continentes. Están alimentando unas piedras necróticas que actúan como portales de invocación de criaturas del Exánime. Hay que destruir las piedras y las criaturas, y entregar los restos de cristal aquí, en el campamento argenta. Los necesitamos para investigar el funcionamiento y el origen de esas rocas. Además, se han detectado infecciones en las ciudades principales de Kalimdor y los Reinos del Este. El origen aún no está claro, pero parece un nuevo tipo de plaga. Sed cuidadosos y ... ¿Paladín?

Me lo pienso un momento y luego asiento con la cabeza.

- Si, soy paladín.
- Excelente. Esa nueva plaga es curable si se detecta durante los dos minutos posteriores a la infección. Hemos enviado a los médicos del Alba Argenta a controlar la situación, pero tampoco vendría mal tu ayuda.
- No soy sanador. Voy a luchar. Luego ya veremos - replico en lengua común, casi quitándole la ordenanza de las manos. Luego carraspeo y saludo respetuosamente al humano. - Gracias, milord.

Nos alejamos hacia el primer objetivo marcado en el mapa, dejando atrás el agitado enclave del Alba Argenta, y avanzando hacia el noreste. Al parecer, los cachivaches del rey están presionando con fuerza en las tierras cercanas a la capilla. El brujo se traga uno de sus viales y me mira de soslayo. Llevo el escudo y la maza. Le sonrío con cierta insolencia y se le encienden los ojos repentinamente. Está excitado ante la perspectiva del combate, algo en su interior se agita, ansioso y divertido.

- No soy sanador - repite, imitándome. Se echa el pelo hacia atrás y pone cara de mala hostia, levantando la barbilla, en una clara burla hacia mis gestos. Me arranca una sonrisa, el cabroncete.
- No. Voy a destrozar a luces a esos cabrones. Pero tranquilo, te curaré de vez en cuando sólo para oírte sisear.
- Sería un detalle por tu parte, dado que estamos solos.
- Qué novedad.
- Aun así, haz lo que tengas que hacer. Ya sabes que me las arreglo.
- Te las arreglas mejor conmigo a tu espalda.

Esboza una sonrisa maliciosa y un pensamiento que no acierto a captar le cruza la mente, ocultándose rápido como una ardilla escurridiza. Arqueo la ceja.

- ¿Qué?
- Nada. Te sienta bien volver a la acción.
- Pues claro. Nací para esto.

El ziggurat ya se avista desde una colina parduzca, la noche está cuajada de estrellas y ese satélite flotante de piedra piramidal proyecta un rayo de luz purpúrea sobre una piedra alargada, prismática, rodeada de necrófagos. Detrás de una suave ondulación del terreno, un grupo de seis guerreros discute la estrategia cuando les pasamos por al lado, a caballo, tranquilos. Nos miran de reojo.

- Eh... eh, esperad. ¿Donde vais? Os van a...

Sonrío al orco que me habla mientras Theron salta de la montura, una vez vadeada la loma, y la sombra se enreda a su alrededor. Su imagen es ahora la de un demonio gigantesco que brama y abrasa a los cadáveres andantes mientras se abalanzan sobre él, furiosos.

- Disculpad, me esperan en la pista. - replico, desmontando con calma y si, lo admito, un toque de altanería.  - Es hora de bailar, y no me he vestido así para nada. Suerte, amigos.

Cuando me arrojo al combate, la Luz se enciende en mi interior, chispea y hierve como un volcán en erupción, y la hago destellar sobre los enemigos que caen condenados por sus llamas, sobre el brujo que se alza, avivado por su fuego regenerador, sobre mí mismo. Resplandece con la intensidad de un sol naciente, haciendo frente a las carcasas sin vida que arremeten contra nosotros, abrazando y protegiendo nuestras vidas, y el combate me absorbe y me empuja, me da la bienvenida como un hogar cálido.

Este es mi sitio, sin duda. Y joder, cuánto lo añoraba.

LXIII - Cielos tormentosos

Rémol - Invierno

La escueta habitación donde he pasado tres semanas tiene ese aroma pesado de los sitios cerrados y los cuerpos enfermizos. Por eso no me importa el aire gélido que se cuela por la ventana abierta mientras me observo en el espejo, soltando una maldición entre dientes.

Estoy furioso. Y la barba desaliñada, el semblante demacrado y el pelo revuelto, aun húmedo del baño, no contribuyen a que mi semblante parezca menos amenazador. Estoy débil, tengo hambre y mi cabeza parece un ovillo de lana deshilachada, pero la ira, oh si, la rabia lo limpia todo. Estoy furioso. La inutilidad me enfurece.

Me aparto del espejo y me visto con las placas directamente sobre la piel. Abrocho los correajes con tirones violentos hasta que se me clavan en la carne y el metal me constriñe con su abrazo frío y sólido. ¿Qué hostias le pasa al mundo, que no puede avanzar por sí solo? Me desespera esa certeza. Abro el armario de un tirón y arrojo al suelo el fardo de las armas, que golpea con estruendo. Con un breve vistazo, con la tormenta hirviendo en mis sienes, escojo a Sul'thraze. Su hambre es la mía ahora, su desdén me viene de maravilla. Al cerrar la mano sobre la empuñadura, noto el hormigueo en las venas de la muñeca, chispeante, intenso.

"Estúpidos inútiles, inútiles todos", me digo, echándome el mandoble a la espalda y saliendo a largas zancadas. Cierro de un portazo y bajo los escalones de cuatro en cuatro.

La planta baja de la taberna de Rémol está desierta a excepción de Kalishta, que se acoda en la balaustrada de madera con las tetas fuera, apenas comprimidas por un corpiño escueto que anuncia a gritos lo calientapollas que es. Cuando se vuelve hacia mi, corto el posible saludo que podía estar pensando en dirigirme con una mirada de advertencia, más elocuente que la voz. Como me hable, le cruzo la cara con el guantelete, aquí y ahora. Otra inútil. Zorra e inútil.

Me dirijo a la salida. Camino deprisa, aplastando el suelo a mi paso, con la contención sujetando mis instintos. Hoy puede ser el peor momento para todo el que se cruce en mi camino, y una parte de mi espera que nadie lo haga. La lluvia cae sobre la pequeña aldea, repiqueteando en mi armadura cuando alcanzo la puerta del Concejo y la abro con rudeza, empujando con ambas manos. El ruido sordo de la madera contra la pared de piedra al golpear las hojas contra ella reverbera en el recibidor, y la alfombra recibe la imprimación de una de mis huellas embarradas cuando entro en la sala amplia a la izquierda.

Lemgedith, sentado frente a una montaña de pliegos de pergamino, se gira hacia mi con su rostro impenetrable, indiferente.

- Veo que os encontráis mejor - dice, mirándome de arriba a abajo.
- Déjate de mierdas, muerto. ¿Qué pasa, sois incapaces de hacer nada sin mi?

Parpadea cuando golpeo el suelo de madera con el arma y arrastro una silla, encaramándome a ella de un salto, con el respaldo hacia adelante. Creo que mi voz está bramando. No me importa.

- Mantén la corrección entre estos muros o sal de ellos - replica con fría gravedad. Su ojo destella.
- Me han informado de que la Ciudadela ya no está. Naxxramas ha desaparecido.
- Así es - vuelve a sus papeles. - Hace dos días. Al parecer, se ha trasladado.
- Al parecer, teníamos una incursión pendiente que no ha tenido lugar. ¿Alguien puede explicarme por qué coño se nos ha escapado de las manos?
- Estabas... enfermo, creo. Nadie fue demasiado explícito acerca de tu estado.
- Lo que yo creo es que todos sois un hatajo de cobardes y de inútiles, con todos mis respetos, Arconte.
- Eres libre de pensar como gustes. Por otra parte, ahora que la Ciudadela ha desaparecido, supongo que tú y tu gente ya no tenéis ningún motivo para permanecer en estas tierras.

Levanta la mirada y sonríe con un gesto fugaz, ficticio. Respondo de la misma manera, aunque mi sonrisa no es tal cosa. Muestro los dientes rechinantes y le destrozo con la mirada, inmóvil sobre mi asiento.

- Te conservas muy bien por fuera, pero me temo que tu cerebro está podrido. ¿No eres capaz de deducir una mierda, no?
- Te pido respeto por última vez, o sal de aquí. No tengo por qué escucharte.
- Deberías hacerlo, si en algo valoras estas tierras, a tu Reina o a lo que sea - espeto, levantándome. Me acerco en dos zancadas y dejo caer la mano abierta sobre los montones de pergamino. - Mírame y escucha, Arconte.

Lentamente, su rostro se vuelve hacia el mío. Rezuma desdén y cierta avidez, quizá un punto de satisfacción o algo más concupiscente que todo eso, a lo que no quiero prestar atención ahora. Lemgedith me impresionaba, en su día. Ahora sólo tengo ganas de arrastrarle por el fango y desollar esa apariencia engañosa de falsa autoridad, destrozar su envoltura y mostrarle tal y como es realmente. Un saco de mierda, tan inteligente como tal y con el mismo interés.

- Durante años, Naxxramas ha permanecido estática - anuncio con sequedad, como si tratara de explicarle a un crío que uno mas uno son dos. - La situación en las tierras de la plaga estaba en punto muerto, apenas había movimiento de posiciones. Años, ¡años! así. Y ahora Naxxramas se mueve, se la llevan de aquí. ¿Y te parece tan normal?

- Me lo parece. La han trasladado al Norte, lo cual resulta de lo más natural, dado que la Plaga se está fortaleciendo allí, junto a su Rey.

- Lleva fortaleciéndose allí, junto a su Rey desde hace mucho tiempo. Y jamás, nunca, habían tocado sus posiciones en las tierras del Este. Está disponiendo piezas, y eres un necio si eres incapaz de ver y permanecer alerta. Se disponen piezas para una puta guerra. Va a atacar.

Suspira y se levanta, encarándome con gélida templanza, midiéndonos una vez mas. Mi tormenta se agita dentro de mi, se enreda y golpea en las paredes del pecho.

- ¿Qué estás queriendo decir? Muéstrame tu gran sabiduría, paladín.
- Hemos perdido la oportunidad de hacer caer la Ciudadela. Y ha sido una cagada. Podíamos haberle mordido los talones como perros rabiosos antes de que situara su juego, pero nadie ha hecho nada.Y ha sido culpa vuestra.
- ¿Nuestra?
- Tuya y del resto de retrasados a los que consideré suficientemente buenos para la incursión, solo porque tenían la suficiente coordinación manual como para empuñar un arma. Suerte que esta ineptitud se ha demostrado en la ausencia de combate y no en medio de él. Aun así, creía que eras un líder.

Se inclina hacia adelante y de nuevo brilla su ojo azulado, una densa sombra se arremolina en torno a su cuerpo. La percibo, claramente hostil. Nuestras posturas también lo son. Nos estamos enfrentando, y lo hacemos directamente. Y yo me aguanto las ganas de tirarle del pelo y darle un rodillazo en los dientes. Me recreo pensando en el movimiento, sería fluido y rápido, apenas reaccionaría, sólo cuando fuera demasiado tarde.

- ¿Estás poniendo en duda mi autoridad, Albagrana?
- Tú mismo has renunciado a ella, cuando en mi ausencia no has sido capaz de continuar con esto.
- En ningún momento se me escogió como segundo al mando.
- Cosa que nunca has necesitado para considerarte cacique en ninguna parte. ¿Por qué no lo has hecho en este caso, cuando hubiera sido beneficioso? ¿Por qué nadie lo ha hecho?
- Quizá porque no ... he querido. Quizá porque nadie ha querido.
-  No valéis para nada. Y tú, eres un vago y un patán. No me llegas ni a las suelas de las botas, niñato reanimado.
- Fuera de este edificio, Albagrana - señala la puerta con el dedo, horadándome con su mirada vibrante, ahora sí, de odio. "El hijo de puta mariconazo tiene sentimientos, al fin y al cabo"- Fuera de aquí.
- ¿Con qué autoridad me echas? - replico, desafiante. - ¿Con la que no te atreviste a empuñar para liderar un ataque, o con la que esgrimes para jugar a las casitas en este feudo? La segunda se te da bien, para la primera no sirves, está claro.
- Fuera. Fuera, ahora.
- Me acabas de coronar, guapín.

Cuando le palmeo la mejilla con condescendencia paternal, sé que un paso más convertirá esta batalla dialéctica en un cruce de aceros. No es que no me sienta tentado a hacerlo, pero prefiero darle la puntilla desde la puerta, mientras me marcho con mi tempestad a cuestas, a largas zancadas.

-  Pudiste demostrar que eras un líder de verdad cuando yo falté. Tu pasividad ha enviado claramente el mensaje, ha dejado claro cual es el lugar de cada uno. No olvides nunca que tú me lo has cedido con tus actos.

Cierro de un portazo y salgo al exterior. La lluvia cae con fuerza. Un trueno quiebra el firmamento, y levanto la mirada, rechinando los dientes. En alguna parte, un rey muerto dispone el tablero a su antojo. Yo no soy un rey, pero estoy vivo, y no me gusta jugar al juego de otros. Veremos cómo se desarrolla la partida, pero no me cogerá desprevenido.

LXII - Sueño blanco

Nada.

Sólo la nada inconsciente me envuelve. De vez en cuando la percibo, sin embargo. Una eternidad de silencio y de nada, donde el tiempo no pasa y sólo yazco. En ocasiones, despunta un recuerdo aislado que pasa, fugaz, cruzando como una estela absurda. El mar agitado. Aguas que se elevan. Un anciano de barba ondeante. El ruido del metal al desenvainar. Canciones de cuna en un idioma desconocido. Caras conocidas. Corona del Sol y árboles susurrantes que me cantan canciones repetitivas. Nunca supe de dónde salían.

Los bosques te enseñaron sus secretos, las hojas te enseñaron.


Esa canción me la sé.

Aquí no hay nada que moleste. Sueño con mis recuerdos, envuelto en los densos algodones que me apartan de una realidad que ya no sé si existe o no, reconociendo, en ocasiones, voces lejanas que se abren paso desde una frontera que no puedo alcanzar.

- ... están nerviosos - la voz de mi hermana. Hibrys. Es mi hermana, es cierto. - ¿Qué diablos ha pasado, Ahti? Mas vale que te recuperes. Verte así... no puedo verte así.

Está triste y preocupada. No sé como me está viendo. ¿Por qué no puede verme así?

Pasa el tiempo en la nada espesa. Pasan los recuerdos, desfilando lentamente. El frío contacto del agua salobre en mis pulmones anegados, una inmensidad azul y gris que ondula, partida por los haces de luz de un sol que no adivino mientras me hundo en el mar insondable. Los recuerdos del ahogado son los que más me visitan, una y otra vez, tan claros como si estuviera reviviéndolos. El mar me abraza con manos frías, se cuela bajo mi ropa, besa mis párpados y se desliza por la boca y la nariz. Tira de mí hacia el fondo, me reclama.

- No sé si me oyes. No sé si nos oyes a ninguno, pero vuelve. Vuelve.

Es Drakoon, la paladina. Ah, si. Un recuerdo suyo. Muchos recuerdos suyos, a decir verdad. La veo golpeando una puerta de madera bajo un cielo tormentoso, mas allá de un puente que se tambalea. La golpea con fuerza, casi desesperada, y el viento le agita los cabellos. Una fortaleza de piedra se levanta, alta y oscura, al pie de un acantilado, y ella deja caer los puños sobre el portón, gimiendo de frustración.

Pasa el tiempo, que no existe. Un trol me zarandea y grita "despierta, despierta", pero cuando lo hago, sigo soñando. Sueño con llanuras nevadas y una reina de cabellos encendidos, sentada sobre un tronco marchito. Su mirada es sangre coagulada, me enfrenta con rudeza, y cuando camino hacia ella mis pies se hunden en la nieve, y de nuevo algo tira de mi hacia el fondo. La nieve me traga esta vez, me cubre con sus manos de escarcha y el hielo se cierra sobre mis manos, estalla en mis pulmones.

Y el tiempo que no existe, pasa. Y recuerdo Corona del Sol. Verde y azul, la hierba alta, el lago adormecido, las casas blancas y las balconadas. Algunos pájaros se esconden entre el ramaje, trinando y revoloteando en la eterna primavera, los insectos de colores brillantes y conchas como joyas ascienden por los juncos, saludando con las antenas. Los blandones se encienden por la noche en las puertas de las casas, y las estrellas cuajan el cielo negro.

- Joder, Ahti... - la voz del mas allá - ... posponer el ataque... de aquí no se mueve nadie... lo que ha pasado... días, semanas... Nodens y los demás.

Cada vez son mas débiles. Ha habido otras que han resonado en mi sueño blanco, pero ésta tiene un eco más fuerte, más intenso. Llega clara y se entreteje en la inconsciencia, haciendo que me remueva por dentro. Aquí, donde nada molesta.

Pasa el tiempo que no existe, y esa voz es la constante. Incansable, no deja de hablarme, de abrirse paso a través de las fronteras. Y cuanto más la escucho, más clara me suena, más cerca parece. Aunque no entienda lo que dice.

- Nos reunimos con Lauryn, Hibrys y yo. Nadie parece dispuesto a hacerse cargo, ahora que tú estás así. Y Lemgedith no ha aparecido, aunque tampoco pensaba dejarlo en sus manos, la verdad.

¿Qué coño me está contando? Es Theron. Esa voz desdeñosa es la suya, no me cabe duda, pero no entiendo una mierda. Aun así, reconforta escucharle. El tiempo que no existe, pasa. Y siempre esa voz.

- ...y entonces llegó Nodens con otros dos paladines. O eso me han contado. Consiguieron sacarme esa mierda, lo que fuera, pero hicieron falta tres...
- ... tu hermana es un poco zorra...
- ... tío, debería afeitarte. Pareces un náufrago, o un mendigo. ¿Puedo intentarlo? Bueno, tampoco creo que estés en situación de golpearme o de ponerte a gruñir...
- ... Drakoon pregunta por ti. Todo el mundo está un poco desorientado ahora. Así que me he hecho cargo...
- ... aquí estoy, sentado encima tuya y contándote todo esto, como si pudieras oírme. Porque estoy seguro de que puedes hacerlo...
- ... pues este libro lo encontré en el concejo. No enseña nada que no sepa, pero está bien para pasar el rato. Cuenta algunas nociones básicas sobre el funcionamiento de las líneas ley...
- ... si te amenazo con hacer cosas horribles a tu pobre persona convaleciente, ¿despertarás? Seguro que lo harías, sólo para soltarme una hostia... ¿o no?...
- ... ahí abajo todo está lleno de imbéciles. Cada día les aguanto menos, Ahti. Una buena explosión y a la mierda todo...
- ... ¿cuando vas a despertar?...

¿Y si no me despierto nunca?
No me jodas, claro que te vas a despertar

Y de nuevo tira de mí hacia el fondo. Me arrastra, con el eco de un sollozo lejano, apartándome de él, apartándome de todo. Me arrastra...

... y mira por donde, ahora ha empezado a tocarme los cojones.

Estoy molesto, aquí donde nada molesta. Ya no es paz y recuerdos lentos. Pienso salir de aquí como sea. A mi nadie se me pitorrea, ni siquiera el coma profundo. Así que en mi inconsciencia comienzo a buscar lentamente el camino de vuelta.