miércoles, 16 de septiembre de 2009

XI - La verdad

El Portal Oscuro - Primavera

"Un lugar en el que el maná corre en los ríos, llueve del cielo. Un lugar anegado de magia, donde nuestra agonía tendrá fin. El Príncipe nos guiará a la Tierra Prometida. Tened esperanza, hermanos, pues pronto llegará y nos llevará con él a través del Portal, donde el sufrimiento de nuestra raza acabará, por fin."

Eso dijo el Magíster Rommath, uno de nuestros líderes. Eso dijo aquella vez, en Lunargenta, en uno de sus discursos. Recuerdo haber chasqueado la lengua y haber pensado que eso no eran más que tonterías, y que no lo iba a creer hasta que se demostrara lo contrario.

Pero ahora no soy capaz de moverme. Mis pies se han quedado anclados al suelo de losas frías, mientras observo lo que tiene lugar ante mis ojos al otro lado del Portal Oscuro. Las deflagraciones arcanas hacen agitarse mis cabellos en un viento insano, que huele a pólvora, a magia y a algo más, desagradable y amargo, azufrado.

Escucho los murmullos de mis compañeros junto a mi. También están impresionados.

Esto es el jodido infierno.

El cielo es rojo, y en él se distinguen un par de lunas redondas, superpuestas. La tierra más allá también tiene el color de la sangre, y por mucho que busco, no encuentro otros puntos de luz de los que canalizar nada a excepción de mis compañeros y las fuerzas de la Horda y la Alianza que tratan de contener a los demonios al pie de la escalinata.

Enormes legiones de enormes demonios, de ojos de fuego y uñas alargadas. Infernales que llueven del cielo, estallando como bombas de vil. Guardias viles con espadas gigantescas, que intentan abrirse paso entre los combatientes de nuestro mundo, haciéndolas girar sobre su cabeza. Llueve fuego en la explanada, algo más abajo. La batalla es encarnizada. Los humanos hacen destellar la Luz, los enanos descargan sus hachas junto a los orcos, los gnomos corretean, invocando novas de escarcha para detener a los invasores. Los trols disparan sus arcos desde lejos, se oyen los gritos y las invocaciones en todos los idiomas conocidos de nuestro mundo, sofocados por las explosiones y el temblor de la tierra al paso de la Legión Ardiente.

- Dioses...

- Id al vuelo - mi voz suena firme. No sé cómo, pero lo hace.

- ¿Qué?

Hibrys me mira, parpadeando. Tiene los dedos fuertemente cerrados sobre mi mano, tanto que sus uñas casi atraviesan el cuero en la palma y se me clavan en la carne. La miro con toda la frialdad y la serenidad de la que soy capaz, sin inmutarme.

- Id al vuelo, Hibrys. Debe haber alguno por aquí. - señalo con la cabeza hacia mi derecha, donde las fuerzas de la Horda se apelotonan.

La bruja asiente, y poco a poco, cuando la espeluznante visión les libera, el grupo de la Guardia y los Lobos desaparece, surcando los cielos sobre los dracoleones de la avanzada.

- Ahora noh vemoh, colega

Norag me da un toquecito en el hombro y tarda un poco más de tiempo en marcharse. No lo hace hasta que no me ve asentir y le aseguro que me reuniré con ellos en el primer puesto de la Horda que encontremos, más allá de este cataclismo.

"Un lugar en el que el maná corre en los ríos"

Todo es mentira. Joder, como odio tener razón. Lo que cae de los cielos son lluvias de lava y grupos de infernales, los ríos que corren son ríos de sangre y vil, que empapan la tierra seca. Desciendo algunos peldaños, con la canción cascabeleando en mi interior, cantándome la verdad siempre con claridad, aunque no pueda darle una razón. No puedo ver otra cosa que la realidad. No puedo engañarme a mí mismo. Y no puedo retroceder ante el pánico que se cierra en mi garganta al ver aparecer, acercándose como una montaña a la escalera de piedra, al gigantesco Señor del Foso, que brama y gruñe con las fauces abiertas.

Demonios. Demonios enormes.

"Esta es la verdad, esta es la verdad. Garras que se cierran, muerte y destrucción, fuego verde y púrpura, Sombra y la Legión. Esta es la verdad, esta es la verdad. Un mundo arrasado. ¿Que harás, que harás? Te miran con hambre, te quieren devorar. Quieren tu alma, quieren tu alma, te quieren devorar. Os comerán a todos. ¿Qué harás, que harás?"

- Basta.

La canción martillea en mi cabeza. Vuelvo el rostro, tomando aire, y corro hacia el vuelo, dejando que resuene en mis venas, dejando que cante. Tengo miedo. Odio a los demonios, con todas mis fuerzas, les odio. Me repelen instintivamente de una manera que me cuesta controlar, pero también sé cómo combatirlos. Mientras el dracoleón se eleva, alejándome de la batalla, levanto los ojos hacia las dos lunas que me observan.

"Bien. Podría ser peor. Podrían ser demonios desnudos bailando el vals"

X - El portal oscuro

Tierras devastadas - Primavera

- Eh'to no tiene buena pinta, colega.

Desde luego que no. Entrecierro los ojos, estremeciéndome con un escalofrío, y oculto mis temores. A nuestro alrededor, las colinas rojizas se elevan, donde los basiliscos y los demonios corretean con impunidad. Pero aquí no les podemos oir. El chasquido de los truenos, los rayos que caen a nuestro alrededor de cuando en cuando y el bramido atronador de la energía que mantiene abierto el enorme portal, es como el rugido de una tormenta constante. Agita el viento, que golpea en mis cabellos con violencia y me hace parpadear.

Seamos sinceros. En estos momentos, una vocecita en mi interior me dice que estaría más a gusto en Bahía del Botín, bebiéndome una jarra y al calor de la lumbre, con mi chica sobre las rodillas y sus brazos en torno a mi cuello.

Pero mi chica está a pocos pasos de mi, con su perro encogido sobre sí mismo en postura de alerta y el hacha entre las manos. Tengo a varios compañeros de la Guardia del Sol Naciente detrás y a Norag a mi lado. Hibrys está al otro, y me tironea de la manga, insistente, mientras todos observamos la larga escalinata, las enormes estatuas de ojos brillantes, figuras encapuchadas que sostienen descomunales espadas de piedra, con los guanteletes cerrados sobre la empuñadura. El Portal de resplandor verdoso más allá, en cuyo interior parecen girar miríadas de estrellas en una espiral infinita.

- Ahti...

Una serpiente guarda el dintel del portal de piedra. Sus ojos parecen fijos en mí, amenazadores, y empiezo a escuchar de nuevo el leve tintineo en mi interior, con su cantinela inagotable. "Algo no está bien, no está bien, algo no está bien ahí detrás"

- Ahtiii ... - Hibrys casi se ha colgado de mi capa. No la miro cuando gruño inquisitivamente - Ahti, vámonos. Esto no es cosa nuestra. Las Tierras de la Peste, que tanto te gustan, están en el otro continente. Allí hay un montón de muertos con los que divertirse.

La Guardia del Sol Naciente combate la Plaga. Hibrys tiene razón, lo sé. Esto no es cosa nuestra, ni la Tierra Prometida, ni Terrallende, ni este portal que parece llamarnos, despertando la curiosidad acuciante. Si, podríamos darnos la vuelta y desentendernos de esto, volver a nuestras ocupaciones y dejar que los demás hagan lo que tienen que hacer aquí.

"Algo no está bien, no está bien, algo no está bien ahí detrás". Mis certezas son demasiado intensas, aunque no pueda racionalizarlas. No sé de donde provienen, pero el instinto se ha disparado, mientras mis ojos se pierden en las estrellas que giran. "¿Qué harás, que harás, qué harás con tus miedos, que harás con tu poder? ¿Puedes cambiar las cosas, quieres cambiar las cosas? ¿Harás al orden prevalecer?"

- Nosotros vamos a entrar. - Es la voz de Rashe, que da un paso al frente y se detiene, insegura. - No sé que hay mas allá, pero seguro que hay trabajo para los mercenarios. Trabajo y dinero. ¿no?

Aparto la canción tintineante de mi mente, dejo de prestarle atención. 

Sé que no hay ninguna Tierra Prometida al otro lado. Sé que todo es un error, una mentira, una falsa esperanza que no nos hará más fuertes. Nunca he sido un fiel seguidor, acérrimo, de nuestro Príncipe Kael'thas. A decir verdad, su existencia nunca me ha importado demasiado. Es como una figura lejana y ajena para mí, por eso, cuando siento la inquietud profunda al mirar más allá del portal estelar, sé que no es un miedo infundado o un temor absurdo. Sé que la canción no se equivoca. 

- Algo no está bien... ahí detrás.

Hibrys me mira con curiosidad, tirando de mi capa con cara de niña mimosa. Rashe lo hace de reojo, girándose a medias.

Y doy un paso.

- Ahtiiiiiii ... - la bruja gimotea, intentando hacerme retroceder.

Tengo miedo. Cuando asciendo la larga escalinata, sin dudar, con pasos seguros y largas zancadas, tengo miedo, lo siento claramente. Aprieto los puños, pero no puedo parar. Si algo no está bien, no lo dejaré correr, no esta vez. Tengo que verlo con mis propios ojos, tengo que comprobar que tengo razón, tengo que hacer lo que pueda al respecto. Eso es lo correcto. Y a pesar de todo, no sé que es lo que me mueve hacia la enorme puerta con esa seguridad, con el corazón en un puño. ¿Es valor? No lo sé. Estupidez, seguramente. Curiosidad.

"Es algo más, es algo más, camina, camina, no mires atrás"

Ellos me siguen. Siento la Luz hormiguear en mi interior, enroscarse en las puntas de mis dedos y fluctuar desde las plantas de los pies, calentando mi sangre. Me reconforta, y suelto el aire entre los dientes al llegar al final de la enorme escalera. Cuando me giro, observo a mis compañeros. Me miran, a la expectativa. Ellos no pueden ver todo lo que se agita y estremece en mi interior, solo les muestro lo que necesitan, exacta y precisamente, lo que necesitan ver. Entereza.

- Nos vemos al otro lado.

Sonrío a medias y salto, sumergiéndome en la vorágine del torbellino, que me arrastra imparable hacia ese otro mundo.

IX - Rashe

- Aleja al perro, muchacha

- Ni lo sueñes. Wulf es mi arma, no voy a prescindir de ella, merluzo.

Wulf gruñe, mirándome con cara de pocos amigos. Cada vez le caigo peor, no tiene solución. El viento helado golpea en nuestros cabellos, agita los de la elfa, enredándolos en torno a sus orejas, los suaves rizos ondean y se enroscan sobre sus hombros cuando levanta el rostro para mirarme, con la sonrisa de suficiencia y el brillo juguetón en la mirada. Hace girar el hacha y arquea la ceja inquisitivamente.

- ¿Preparado?

- Supongo. Antes también lo estaba.

Nuestras armas chocan, el lobo se abalanza sobre mi. Detenemos los ataques del otro con dificultad, pero ella no tiene un perro sarnoso que la distraiga y sabe bien dónde golpea. Es una experta luchadora, y mucho más hábil que yo. Se aleja, corriendo como una pantera, huyendo de mi espada con la risa bailando en su garganta.

Al encontrarnos de nuevo, choca el metal, la nieve se hunde bajo sus pies, y la oigo jadear entre los gruñidos de Wulf, al que he arrastrado varios metros en la persecución, enganchado a mi pierna con las fauces cerradas sobre el cuero flexible de detrás de la rodilla.

Al saltar las chispas del acero de mi arma contra el hacha descomunal, nuestros ojos se encuentran un instante. Ella aprieta los dientes, en una sonrisa tensa por el esfuerzo. Su mirada destella, atrapándome. Y me distraigo otra vez, con sus rizos negros, con la energía que me golpea desde su lado, el aroma salvaje y felino de su sudor, su perfume a hierbas y bosques y ese tirón que se despierta en mis venas con un pálpito violento.

Me ha vuelto a pasar. En menos de un parpadeo, su hacha está sobre mi garganta, y rie triunfalmente, agitando la melena.

- Volví a ganar, mendrugo

Rashe no es la mujer mas hermosa que haya visto. Sus facciones pueden ser duras, y su mirada demasiado fría cuando se lo propone. No sé por qué provoca esta llamada primitiva en mis instintos, asi que desisto de racionalizar de dónde sale el calor intenso y el hormigueo que se extiende por mis venas al mirarla, inmóvil, con el filo del arma en el cuello.

- ¿Ahti? - Frunce el ceño, mirándome con curiosidad. - ¿Estás bien? No te habremos herido demasiad...

¿Por qué se ha callado? Ah si. La estoy besando. 

Una extraña niebla rojiza se ha extendido delante de mis ojos, haciendo más intenso el tacto de su piel, la caricia de su boca cálida, los cabellos que enredo en mis dedos, la cintura flexible que he atado con mi brazo, apretándola contra las placas. No sé que fue de mi espada. No me importa.

Por un instante, ella no se mueve, sorprendida. Estoy embriagado por su aroma y su cercanía, el calor que adivino bajo sus prendas de cuero y malla. Soy incapaz de pensar con claridad cuando entreabro sus labios con los míos, buscando el sabor de su lengua. Cuando lo encuentro, se enreda conmigo, su respiración se agita y los brazos flexibles y duros se cierran en torno a mi cuello.

Parece durar una eternidad o sólo un instante. Al separarnos, aún con el zumbido intenso en mis oídos, los pensamientos se me escapan, esquivos, revoloteando inquietos en mi mente. El rostro de Rashe, la Ejecutora de los Lobos Sanguinarios, está frente a mi, con los labios entreabiertos, la respiración agitada y los ojos fijos en los míos con perplejidad.

- Em...

- Lo siento. - Me disculpo automáticamente. Ella niega con la cabeza. Wulf nos observa desde lejos, gruñendo, mirándome con odio.

- No pidas disculpas por lo que acabas de hacer, yo...

- No es por lo que he hecho. Es por lo que voy a hacer ahora.

No voy a darle tiempo a dudar. Esta vez su respuesta es inmediata, y no pasa mucho tiempo hasta que ambos nos sumergimos por completo en las sensaciones, su boca explora la mía con la misma avidez y sus manos se aferran a mis cabellos con intensidad.

Un líder responsable no mezcla los negocios con lo personal. Quizá no soy un líder responsable. Que mas da. A la mierda.