sábado, 10 de octubre de 2009

LIV - Resaca

Rémol - Otoño

El despertar es pesado, lento, extraño. Me lo trae la luz del amanecer, con una suave sensación de desagrado y hastío, la palpitación dolorosa de la resaca en las sienes y un sabor metálico en el paladar. No abro los ojos todavía. Se está demasiado bien aquí, sea donde sea. Las mantas son un abrazo denso encima de mi, y debajo, un cuerpo suave desprende un tenue calor que fluye de una piel a otra. El olor que me envuelve es familiar, acogedor, casi invita a volver a dormir y tengo el rostro enterrado en una mata de cabellos sedosos que tienen el tacto de los pétalos de alguna flor tierna recién abierta. Si la cabeza no me doliera como si un ejército de no muertos la hubiera pisoteado con sus botas de acero...

Me muevo levemente hacia un lado para no despertar a la chica que duerme, aplastada bajo mi peso, y poder rodearla con un brazo. Su cercanía es agradable, un tanto anestésica, y aún no quiero abrir los ojos. Quizá vuelva a entregarme al sueño perezoso. Hacía demasiado tiempo que no dormía tan bien, creo. No estoy seguro. Ningún sueño inquieto de sangre y Crematorias ha turbado mi descanso, y si lo ha hecho no lo recuerdo, ahora mismo solo soy consciente de lo cómodo que es este nido, de lo dulce que sabe la tregua tras días de angustia, combate, planificación y actividad al límite.

No, no quiero abrir los ojos. Pero al escuchar el leve gruñido del cuerpo desnudo bajo mi cuerpo desnudo cuando me separo un ápice para liberarle de mi asfixia, el efecto de esa voz que reconozco es como hundirse en las aguas heladas de Kel'theril.

Oh dioses. Oh dioses, dioses. Que la Luz se me lleve.

No puede ser. Mis párpados se despegan como un resorte, casi me atraganto al respirar, mientras mi acompañante se mueve para pegarse a mí, encogiéndose en un ovillo y pegando la espalda a mi pecho. Cabellos negros como la brea. Ese aroma residual.

No me atrevo ni a moverme. Tengo el corazón en un puño, un peso gélido en el esternón. Parece que la sangre se me haya detenido en las venas, y hasta el dolor de cabeza se ha esfumado por un instante ante la terrible revelación. ¿Qué cojones he hecho? ¿Qué cojones pasó ayer?

No me atrevo a levantar las mantas para cerciorarme, sé perfectamente quién está conmigo en el lecho esponjoso, sé a quien pertenece la cintura sobre la que mi brazo reposa, estrechándole con cierta posesividad. La boca me sabe a sangre. Huele a sangre ligeramente, ¿verdad?, bajo el perfume embriagador y espeso de la intimidad y la carne. Tranquilo. Haz memoria. Piensa. La resaca es violenta, pero puedo encontrar los recuerdos si los busco, estoy seguro. Esto tiene que tener alguna maldita explicación. Una lengua fría se escurre por mi espalda mientras trato de hallar las respuestas.

Una imagen se va formando en mi memoria, escenas difusas, mal cortadas y distorsionadas. Jarras de alcohol que vienen y van, el suave embotamiento del polvo arcano que chisporrotea en el cuerpo y la risa resonando en los oídos. El brujo, tambaleante y risueño, con los ojos vidriosos y una sonrisa estúpida, carraspea y se arrodilla delante de la silla. Carcajadas, el Mesón la Horca girando alrededor, vacío por completo a excepción de los cuatro miembros de la guardia que allí permanecemos, indolentes por una vez en semanas.

- ¿Te quieres casar conmigo? - eso lo dijo Theron
- Si, quiero - y eso lo dije yo.

Estupideces de borrachos, solo eso. Pasos tambaleantes, errabundos, sosteniéndonos el uno sobre el otro mientras las carcajadas nos hacen detenernos de cuando en cuando, tropezamos en ocasiones y las mandíbulas nos duelen de tanto reír con el absurdo alborozo de la embriaguez. Una sacerdotisa de la Luz y las tumbas del cementerio de Rémol que parecen ondular y reír con nosotros. Una boda descabellada que tiene lugar entre risas ahogadas que somos incapaces de reprimir y la oscuridad insistente de los Claros de Tirisfal. Una habitación cerrada, bajo la luz de los candelabros, cuatro personas sobre la cama, el cansancio y la ligereza de la ebriedad, que hace que todo importe poco. Una de las elfas desaparece. Otra también... creo que es Hibrys, que se marcha, indignada, porque no le prestamos atención.

Pestañeo, tratando de asumir los hechos bajo la caricia violenta y real de la mañana. Y los nuevos recuerdos, más claros, que me golpean con el temblor conocido de la culpabilidad, que contengo a duras penas.

No, no le prestábamos atención a nadie. Yo no prestaba atención a nadie más. Explorar un tacto extraño, nuevo. No importaba nada. Unos ojos verdeantes de mirada intensa que no se apartan de los míos, reclamándome con hambre, un beso suave, lento y tenue que me abría paso entre los labios de acre sabor a bourbon y algo más, quizá alentándome. Una caricia. Y el despertar de la violencia enajenada, con los dedos cerrándose sobre las muñecas, los dientes horadando la piel tierna. Recuerdo la resistencia, casi con angustia, y aprieto la mandíbula con un estremecimiento en mi pecho. ¿Gritó? No, no gritó. Mordía las sábanas y aguantaba los gemidos de dolor, mientras forcejeaba para escapar. Por la Luz, ¿qué le he hecho a mi amigo, a mi mejor amigo, a mi brujo que es parte de mi? ¿Qué nos he hecho?

La confusión es una piedra que rueda con estruendo en mi mente, mientras me pregunto por qué no me detuvo, por qué ha permitido esto, por qué no me atacó de verdad. Podía haberme fulminado con fuego y sombra, y no lo hizo... ¿Por qué?. Creo saber la respuesta. Quizá porque no mintió, y es cierto que él jamás me haría daño. No es como yo. Sigue acercándose ahora a mí, en el sopor inconsciente de su sueño, que le priva de enfrentarse a la realidad que a mí me está abofeteando en este preciso momento.

Mordí su carne. Le golpeé, y le aplasté contra el colchón. Desaté un universo de frustración, de ira sin sentido sobre él, una advertencia que no tenía lugar, una tormenta que no sabía dónde morir. Invadí su cuerpo con el salvajismo de las fieras, subyugado, dominado por un instinto incomprensible que me ha despedazado por dentro. Como un ciego demente, me impuse sobre aquél a quien más deseo proteger, dominándole sin necesidad, doblegándole, castigándole y revelando las jerarquías, utilizándole como se usa un muñeco de entrenamiento para desahogar la tempestad ansiosa que había crecido en mí de un tiempo a esta parte. Le he destrozado. Lo que he hecho no tiene perdón.

¿Qué clase de hijo de puta soy? Dioses... ¿es culpa suya, por provocarme y burlarse constantemente de mis zozobras los últimos días? No, no lo es... no lo sé. ¿Es culpa mía por ser depredador y comportarme como un lobo? Sí, en parte lo es. Pero sobre todo, es culpa de Lemgedith. La culpa es de Lemgedith. La culpa es de Lemgedith.

Yo no quería... joder. Yo no quería. No sé que ha pasado. No sé qué pasó, ni por qué sigo aquí, permitiendo que busque el abrazo de mi presencia cada vez que me remuevo para alejarme de mi delito, gruñendo como un gato perezoso. Los restos de una herida abierta en su hombro, una dentellada que aún rezuma algo de sangre bajo la superficie pegajosa de la temprana cicatrización, han atrapado algunos de mis cabellos al moverme, que se tienden como un puente brillante hacia su carne. Lo veo bajo la luz del amanecer temprano, su piel blanca y translúcida, un cuerno enjoyado que asoma. El contacto de su cuerpo que se une al mío constantemente en cuanto me despego un ápice me hiere con un mordisco culpable. Esto es una jodida pesadilla.

"Soy como el Monstruo. Soy igual que él, y aquí está la prueba, entre tus brazos ondula, trémula y herida". Tengo un nudo gélido en la garganta y la saliva se escurre cortante, incapaz de traspasarlo. Perdí el control. Tantos años, tanta contención, y he perdido el jodido control cuando menos debía hacerlo, con quien menos merecía conocer este salvajismo, esta maldición.

No volverá a pasar, me repito, sin moverme más, mientras confío en que no recuerde nada al despertar. No volverá a pasar. Le acaricio el cabello instintivamente mientras duerme, como si esto pudiera paliar algo del dolor que le he causado, de la humillación a la que le he sometido, sin las agallas necesarias para hacer este sencillo gesto en otro momento en el que la consciencia le permita darse cuenta.

Trago saliva, que se desliza amarga hasta mi estómago y, atenazado por el pánico y la incomprensión, me quedo ahí hasta que pueda escapar, huir y fingir que nada ha sucedido. No hablar de ello quizá lo borre de la realidad. Ignorarlo, tal vez haga que el engaño se convierta en verdad. Si no hay consecuencias después de esto, entonces nunca las habrá, porque no va a volver a suceder.

La culpa es de Lemgedith. Me las pagará.

LIII - Menta de entrañas

Rémol - Otoño


- Te lo tomas demasiado a pecho
- Que te jodan, Theron

Me paso la mano por la lengua y escupo una vez más en el cuenco, con la visión turbia por el rojo resplandor de la ira. Mi voz suena violenta, no puedo evitar que tiemble a pesar del eco de fondo de la risita del brujo, que está tirado en una de las camas, mordisqueando la pipa. Tengo los dedos tan crispados que me duelen los nudillos, y aún me sabe la boca a pétalos marchitos y fría saliva. "Dioses, algún día ese cabrón me las va a pagar por lo que me está haciendo pasar. Le mataré, le desollaré y luego le resucitaré para volver a matarle hasta que se quede tonto del tránsito"

- Tómatelo como un trabajo y no le des tanta importancia.
- ¿Como un trabajo? ESTO no forma parte de mi trabajo. No soy ninguna puta.

He cerrado la puerta de la habitación por dentro, con llave. Es algo estúpido e irracional, pero me siento jodida y absolutamente asediado, superado por esta maldita locura. Apoyo las manos en la estantería y bajo la cabeza, sacando la petaca para dar un largo trago de bourbon, respirando agitadamente. El sabor del alcohol no parece limpiar el regusto dulzón que queda aún en mi boca, el recuerdo de lo que ha sucedido hace unos minutos en la planta de abajo de la taberna.

- Menta de Entrañas... yo me cago en su puta madre.

Theron se ríe entre dientes. Joder, a éste también le partiría la cara.

Bien, es cierto, admito, que Lemgedith me provoca una extraña reacción de admiración y competitividad, de desafío, cada vez que le tengo cerca. Eso es innegable, aunque no sé por qué sucede ni soy capaz de definir exactamente lo que es. Con el paso de los días hemos forjado una extraña relación de respeto mutuo y rivalidad, y he sido capaz de sacar provecho de ello convenciéndole para que preste sus fuerzas para el asalto a Naxxramas. Soportar pacientemente sus flirteos insinuantes ha servido para que nuestro ejército cuente con casi una veintena más de brazos, cosa que interpreto como un triunfo. Incluso hemos combatido juntos en el Cruce en una ocasión. Somos capaces en ocasiones de entregarnos a una conversación seria y puramente militar, sin que sus insistentes coqueteos velados dispersen mi atención, y esos momentos me resultan de extremo alivio. Pero últimamente la confusión se ha apresado de mis pensamientos, haciendo que me pregunte cosas que nunca me he preguntado, que dude sobre aspectos acerca de los que jamás albergué la menor vacilación.

A Theron le hizo mucha gracia sorprender algunas de mis imágenes mentales, aunque aceptó con naturalidad que le preguntase acerca de su desviación, cuando la curiosidad me pudo finalmente. Tengo la impresión de haber atisbado, por culpa del Arconte a través de una puerta a la que no tenía ninguna necesidad de asomarme. Pero no me jodas, puedo soportar las pesadillas macabras de mis noches en vela, puedo soportar que un muerto que me da un ejército me sobe el brazo con disimulo o se me acerque más de la cuenta para hablar de cualquier trivialidad, incluso puedo soportar que me mande regalos constantemente. Pero hoy se ha pasado de la raya.

- No es para tanto, Ahti. No seas exagerado, ha sido sólo un beso. No es un precio muy alto por sus soldados.
- ¿Solo un beso? Tu padre - me vuelvo hacia él, con los dedos crispados sobre la estantería. He clavado las uñas en la madera tan profundamente que me hago daño, pero no me importa. Me lo merezco. - Se ha tirado hacia mí sin más y me ha metido la lengua hasta el hígado... joder... como una... como una auténtica zorra de Bahía del Botín.
- ¿Tanto te ha gustado? No sabía que besaba tan bien.

Le atravieso con la mirada, rechinando los dientes. Estoy furioso. Furioso como hacía tiempo que no estaba, la sangre me hierve en las venas. Lo que me faltaba es que ahora llegue este capullo y se cachondee de mí.

- Tu eres un poco gilipollas, ¿no?
- Deberías relajarte, Ahti.

Sonríe a medias y mordisquea la boquilla, su expresión se ha vuelto turbia y absolutamente insolente, entreabre los labios para aspirar el humo, batiendo las oscuras pestañas y removiéndose sobre el colchón como un animal sinuoso, perezoso y sensual. Asedio. Esto es un jodido asedio a mi masculinidad. Cerdos pervertidos, desviados, sucios... todos, todos. Aparto la mirada, gruñendo, mientras resuena de nuevo la voz del Arconte en mi mente, fundiéndose con las imágenes de la pesadilla nocturna en una amalgama aberrante en la que los muertos que conforman la escalera abren sus bocas agostadas para repetir la despreciable excusa de Lemgedith. "¿Qué es eso que estás masticando, Ahti? ¡Oh, menta de entrañas, mi favorita!". Su puta madre. Menta de entrañas.

- Le voy a meter la menta por el culo.
- Seguro que eso le gustaría. Y a lo mejor hasta tú disfrutarías haciéndolo.
- Theron. Cállate.

Es una advertencia clara, tajante. Se encoge de hombros y sigue fumando, extendiendo el enervante aroma del vil por toda la habitación y estimulando aun más mi violencia ya de por si difícil de contener. Tengo que salir de aquí y matar algo, antes de volverme loco con tanta gilipollez. No debería ni siquiera pensar en esto, no debería darle tantas vueltas a algo tan absurdo, no debería dejar que me afecte, no debería... no debería.

- Te reprimes demasiado, y éste es el resultado - la voz del brujo es pérfida y venenosa, suave como el hechizo de la mandrágora. Es el tipo de cosas en las que yo nunca caigo. Hoy no será una excepción - te escapas de los deseos espontáneos que te asaltan de cuando en cuando, y por eso te colapsas si pasan cosas así.
- No te confundas. - Despego los dedos de la estantería de madera y apuro la jarra, mirándole de reojo mientras observa con una sonrisita voluptuosa el movimiento de mi garganta al tragar. - Me colapso cuando un muerto me mete la lengua hasta el esófago aduciendo que estoy comiendo alguna puta mierda que a él le gusta mucho. Además es que el jodido pretexto era patético. Si quería besarme podía haberse inventado algo mejor.
- ¿Te ha molestado el beso o que él haya llevado la iniciativa?
- Me molesta su existencia.

De nuevo se ríe, levantándose de la cama y acercándose a mí. Le miro, de nuevo le aviso, con los ojos amenazadores fijos en su rostro que se aproxima demasiado, y el aliento dulzón estalla ante mi cara, haciéndome apretar los dientes. Ladea la cabeza y aproxima la boquilla de cristal a mis labios.

Theron... no tientes a la suerte
Serías mas feliz si dejaras de negarte tus propios impulsos


- Y tú serías menos feliz si yo no me los negara, si es que existen de verdad y no es producto de vuestros jodidos juegos. Apártate. - No espero que lo haga él, sólo le cojo de los hombros y le empujo sin violencia.

No voy a pagarlo con él, es mi amigo, mi compañero y mi brujo. Parece decepcionado, pero esto es lo mejor para los dos y lo mejor para todos. No sé si no se da cuenta de que provocándome así sólo está despertando una bestia que ya asoma la cabeza demasiado entre los barrotes, gracias a la inestimable ayuda del hijo de la grandísima puta de Lemgedith. Acabaré perdiendo el control y dejando una matanza a mi paso, haciendo realidad la maldita pesadilla.

- Pareces muy seguro de eso.

Cojo las armas con precipitación. He venido aquí buscando el consuelo de quien mejor me comprende y sólo encuentro más confusión y los constantes mordiscos de los animalillos atrevidos, que se acercan a morderle las orejas al oso.

- Créeme, lo estoy - escupo entre dientes - Dejad de jugar conmigo.

Dejad dormir a la fiera, coño... dejadla en paz. Ella ya sabe dónde ir a comer, dónde encontrar su deleite, y no es aquí, malditos seáis todos. Estoy demasiado cabreado para escuchar el ácido reproche del brujo, pero su mirada de desprecio se me clava en la nuca cuando cierro la puerta de golpe tras de mí y me precipito escaleras abajo, armado hasta los dientes e hirviendo de cólera. Su presencia ofendida me acompaña mientras me deshago de la frustración absurda y desahogo la contención más allá del baluarte, destrozando los cuerpos sin vida de los necrófagos resucitados por el exánime, imaginando que cada uno de ellos lleva un parche en el ojo.

La sensación de suciedad no me abandona a pesar de todo, y empujo con fuerza el recuerdo del Monstruo del pasado, que asoma un instante en mi mente, diciendo con su voz escurridiza: "Menta de entrañas, mi favorita"

LII - Lemgedith

Rémol - Otoño

- De modo que ya habéis presentado vuestros respetos a la Dama Oscura.
- Así es.

La lluvia fina repiquetea contra los tejados de la aldea y la noche baña de pálida luz las sombras intensas de Rémol. Detenidos bajo el alero del concejo, converso con el tuerto, que se mantiene jodidamente impecable en su armadura plateada. El ojo brillante me observa, lanzando breves vistazos de cuando en cuando al brujo, que permanece detrás de mí. Aguanto su mirada, impertérrito y digno, pero a la de Theron no puedo escapar. Su pensamiento accede a través del vínculo a las confusas sensaciones que me produce la cercanía del caballero Lemgedith Loth'derel, Arconte de los Caballeros de Sylvanas y máxima autoridad reconocida en la aldea de los renegados, hasta donde he podido averiguar. El brujo es consciente de la incomodidad y la admiración que me despierta la jodida estatua muerta, y aunque intento encerrar esa fascinación bien lejos de su percepción, el tono divertido que me transmite su mera presencia me indica que es trabajo vano.

- Soy consciente de que no somos bienvenidos - continúo, levantando la barbilla y prendiendo los pulgares en el cinturón. No es tan alto como yo, pero su imagen impone respeto. - Sé que, como es natural, se mira con cautela a los extraños en este lugar de paz y sosiego, y entiendo vuestras reticencias.
- No queremos problemas aquí. - responde, frío y distante, inexpresivo.
- Hemos venido a esta aldea con el propósito de combatir a la plaga en el Este, y nada más. Mientras permanezcamos en vuestra tierra, la defenderemos como si fuera la nuestra y colaboraremos en todo lo que sea necesario... siempre que no sea radicalmente contrario a nuestro objetivo.

Diplomacia con un muerto. Esto creo que no lo había hecho nunca. Su mirada me atraviesa y se mantiene en silencio por un tiempo, antes de asentir.

- Sois responsable del comportamiento de vuestros hombres. Si la Dama Oscura ha aceptado vuestra estancia temporal entre nosotros, no soy nadie para negarme.

No le gustamos nada
Pero nada de nada


- No veréis perturbadas vuestras actividades por nuestra presencia aquí - replico, inclinándome levemente y sonriendo a medias.

He notado el énfasis en la palabra "temporal", por supuesto, y percibo sus temores. Al joven, muerto e intemporalmente hermoso Lord Lemgedith no le gustan los desconocidos y no le agrada que haya forasteros cerca, que puedan inmiscuirse en sus asuntos, sean cuales fueren.

- Theron, acércate.
- Señor. - El brujo da unos pasos y se coloca a mi lado, en actitud respetuosa.
- Éste es Theron Solámbar, mi brujo.

Lemgedith nos observa y vuelve su ojo hacia mi camarada, quien le saluda con regia dignidad. Somos buenos actores si nos lo proponemos, y hemos determinado que lo mejor en este lugar es dar una imagen disciplinada y recta de la Guardia. Eso incluye que todo el mundo me trata con una deferencia que nunca antes había querido ni tenido, también y especialmente mi inseparable compañero, que deja oír una risa curiosa en mi mente al escucharme.

¿Tu brujo?
Se supone que tienen que verme como a un líder y una cabeza visible dentro de la Orden, ¿no?
Si, si, claro.


Una sensación casi grata me llega desde su lado, extraña y algo nerviosa, o eso me parece. Quizá sea yo mismo. Estos juegos no son mi especialidad, pero los ejecuto lo mejor que puedo si es necesario, aunque no me gusten... cosa de la que no estoy del todo seguro.

- Así que vuestro brujo - El muerto sonríe a medias, mirándonos a ambos y se lame los labios, deteniendo la vista en mí de nuevo. - Comprendo.
- Él es el segundo al mando si estoy ausente. Os pido que se le dispense el mismo trato que a mí.
- ¿Estáis seguro de eso?

Sonrío a medias, entrando en la provocación. Aún no ha decidido como va a tratarnos, desde luego, pero creo que es algo que puedo decidir por él.

- Lo estoy. Sé que pocas veces llegan a esta aldea visitantes con firme voluntad de cooperar con sus habitantes, y en los tiempos que corren, donde las alianzas adecuadas en los momentos precisos pueden suponer un triunfo ante la adversidad, ningún líder sería tan necio como para dejar escapar una posibilidad de colaboración sin, al menos, haberla probado.

De nuevo se lame los labios, el ojo destella y crispa ligeramente los dedos de la mano derecha.

- Probarlo, sí. Es posible. - su tono se vuelve menos susurrante y alza un tanto la voz. - Bienvenidos a Rémol, entonces. Pasemos a la taberna a tomar un trago.

Probarlo... ya. Joder con el muerto. Igual no le resultamos tan desagradables como creíamos
¿Que?
Nada, nada


Nos hace un gesto amplio con la mano y se encamina hacia el Mesón la Horca, con la gran espada rúnica destellando a la espalda y los cabellos húmedos ondeando tras de sí. Las gotas de lluvia se prenden a las finísimas hebras, brillando, y sus movimientos son lentos pero armoniosos. Theron nos sigue a un paso por detrás de mi, con su actitud grave y cortés y el gesto serio, aunque interiormente algo le resulta muy divertido. Algo que yo no sé que es.

- No debisteis mentirme cuando nos encontramos hace unas semanas.
- No os mentí.- respondo, volviendo la mirada hacia el rostro pálido del caballero. - Al igual que vos, sólo fui prudente.
- Alguien como yo no necesita la prudencia. Estoy muerto.
- Tampoco necesitáis ir vestido o llevar un parche, y sin embargo, lo hacéis.

No responde, solo deja asomar de nuevo la lengua rosada y macilenta, observándome con un destello extraño en la pupila azul. Es una sensación muy rara, de manera que me mantengo en silencio y avanzamos hasta entrar en el mesón, dirigiéndonos hacia las sillas dispuestas en círculo. Una elfa de cabellos rojos y mejillas de lineas suaves levanta la mirada hacia nosotros. Lleva el mismo tabardo que el Lord Arconte, por lo que deduzco que son compañeros.

- Kalishta.
- Saludos, Arconte. - la elfa nos observa con curiosidad y algo de rechazo, especialmente a Theron, pero no dice una palabra.

Está buena
Si, no está mal


Nos sentamos, mientras el caballero desciende al sótano. Cuando regresa, trae una caja de madera que abre con un extraño artilugio, dejándola sobre la barra. Por supuesto, Renée no hace el menor comentario al verle extraer varios picheles de cerveza de la Luna Negra de su embalaje y ofrecérnoslos con toda serenidad y su habitual parsimonia, bajo la atenta mirada de su compañera, que no parece entender muy bien lo que está pasando.

- Es un licor de bienvenida - explica con voz átona, cuando toma asiento junto a mí y el silencio comienza a espesarse. - Por que vuestra estancia aquí sea grata. Es lo que se dice en estas ocasiones, ¿no?

La sonrisa que esboza me hace pensar en uno de esos autómatas de los goblins, que hablan y actúan casi por inercia, o siguiendo las órdenes de un control remoto. Por algún extraño motivo, el caballero me da un poco de pena. Una cáscara tan fascinante y la imposibilidad de poder ser... en general, de poder ser algo. La muerte al parecer le ha despojado de cualquier atisbo de sentimiento o emoción, aunque de cuando en cuando me parece ver una suave llama que pugna por prender en alguna parte.

- Sea pues.
- Claro - Theron ya había dado un trago.

Levanto la jarra a continuación y bebemos a la salud de los que aún tenemos de eso, y nos internamos en una conversación lenta, pausada y algo banal a mi parecer, bajo la mirada analítica de la llamada Kalishta y entre los dulces tragos de licor. En un momento dado, el brujo - mi brujo - pregunta algo a la dama, y es entonces cuando el Arconte se inclina hacia mí en un gesto confidente y su voz suena en un susurro.

- Si os gusta esta cerveza, será un placer regalaros una caja.

Arqueo la ceja y me vuelvo para mirarle y replicar algo, cuando siento un contacto frío sobre mi pierna. Un relámpago me cruza las mientes y me quedo helado un segundo. Lemgedith sonríe con una expresión que no sé descifrar, o no quiero descifrar, y por un instante que se me hace largo, eterno, no soy capaz de reaccionar.

Este mariconazo me está tocando la pierna
No jodas... coño, es verdad


Me cuesta un mundo empujar al fondo de mi mente la absoluta repulsión que me provoca el gesto, reprimir las ganas de tirarle la jarra a la cara, inflarle a hostias y arrancarle el estúpido parche para mearme en la cuenca de su ojo. Si hago eso, a lo mejor se enfadan un poco y nos echan de aquí, y no estoy en posición de buscarme enemigos cuando lo que más necesitamos ahora, son aliados. Por eso, aunque mi cuerpo se tensa de inmediato, esbozo una sonrisa tirante y le sigo el juego al pervertido.

- No es necesario, aunque si recibiera un presente de vuestra parte, no sería tan descortés como para rechazarlo.

Theron se está partiendo el culo en la intimidad de su pensamiento, me mira de soslayo divertido, y parece que a la tal Kalishta también le hace mucha gracia. Si, bien, que se rían. No voy a dejarme asustar por Lemgedith, por muy arconte, caballero resucitado, tuerto o desviado que sea, así que me quedo donde estoy, sin moverme, con toda la naturalidad del mundo y bebiendo de mi jarra alegremente, con la mano de un renegado sobre mi pierna y la risa resonante de Theron Solámbar en nuestro vínculo compartido. Se hace más llevadera la situación mientras me imagino, manteniendo siempre la compostura, las diversas formas de torturar, apalizar y dejar reducido a cenizas a la autoridad de la aldea de Rémol.

LI - Crematoria

Rémol - Otoño

Los soldados están sentados en la hierba, mirándose unos a otros, agrupados junto al pozo. Sus siluetas me resultan difusas, casi irreales. Llevo tanto tiempo sin dormir que ya no sé cuando estoy despierto y cuándo no, qué día es hoy o cuántos minutos han pasado desde que me levanté, si es que lo he hecho.

- Estamos fuera de nuestro territorio - está diciendo Theron. Su nuevo rango de oficial le sienta bien y sé que puedo dejar cualquier cosa en sus manos con plena confianza. Sobre todo ahora, que las mías no aciertan a mantener la firmeza ni siquiera cuando aprieto los puños. - Aquí tenemos que dar una imagen intachable. Nos comportaremos como lo que somos, soldados de una Orden Militar. Nos dirigiremos a Ahti con respeto y disciplina. Cualquier asunto de diplomacia debe pasar a su conocimiento...

Escucho las palabras, intentando centrarme en la breve reunión. Ya que mi esfuerzo no es suficiente para abstraerme realmente de las macabras imágenes que hay en mi mente, residuos de una pesadilla que se solapa con la realidad, al menos me sirve para dar la imagen que se requiere y que todos deben ver ahora en mí. Mantengo la espalda erguida, el gesto severo, les miro aunque no les vea.

S
olo tengo visiones de sangre y muerte delante de mis ojos. Un paraje oscuro, brumoso, de contornos indefinidos y nubes oscuras en un firmamento negro. Adivino retazos de edificios inclinados sobre una tierra yerma, y lo único que puedo contemplar con claridad es un camino y una amplia escalera, y al final del ascenso la Crematoria, la espada que nos concederá la victoria sobre el mal que nos acecha en cada esquina. Tras ella, una puerta ornamentada de dos hojas se dibuja con la hermosura propia de la entrada al Paraíso, es a mis ojos una promesa de maravillas sin fin y paz eterna.

- Él es el líder, y esa es la imagen que debemos dar. Nos representa, es el rostro visible de nuestra Orden, y así deben verlo los señores de estas tierras y todos aquellos aliados que pretendan unirse a nosotros en la batalla contra la Ciudadela...

Subo los peldaños, extrañamente blandos y escurridizos. La Guardia está conmigo y también mis amigos, los camaradas de Lobos Sanguinarios, los compañeros del Alba de Plata, Ivaine y Sean...¿Qué hace Sean aquí? Qué mas da, no es más que un sueño turbio e inquietante. Subir sin mirar al suelo, ascender... gárgolas del azote nos sobrevuelan, mas allá de las gradas, bajo ellas, sólo un pozo de profunda y aterradora tiniebla, y tras de mí torres afiladas que se alzan, en un mundo arrasado por el desastre. Lánguidas ruinas al borde del desmoronamiento, todo eso es lo que dejo atrás mientras avanzo por la escalera sinuosa, escuchando bajo mis botas algún crujido, un breve sonido viscoso, el estallido de algo burbujeante.

- Formaremos grupos para que todo el mundo visite Stratholme. Cada uno de vosotros debe pisar el lugar, comprender lo que entraña. - lo digo de un modo casi mecánico, observándoles con una intensidad que no es real, pues mas allá de mi mirada, la escalera se tambalea brevemente a cada paso. - En los archivos de la Guardia están las copias de todos los libros que hemos encontrado sobre la formación de la Plaga y el alzamiento del Rey Exánime. También sobre nuestro enemigo, Kel'thuzad.

La atmósfera se vuelve más pesada a medida que avanzo, y un intenso hedor a podredumbre y corrupción impregna mis sentidos. No aparto la mirada de mi objetivo, el acero reluciente y la puerta ornamentada, que parecen llamarme con voz invitadora. Y al fin, he llegado al final, pero el camino termina, se quiebra abruptamente. El vacío eterno y negro, más denso que la lava me separa de la espada, que flota en el vacío y danza en círculos. Su brillo es un reclamo obsesivo y tintinea suavemente con una melodía semejante a la del naaru de Shattrath. "Tienes que alcanzarla", me dice la voz que ya es casi familiar, dentro de mi cabeza.

Es mi pesadilla. La que cada noche se repite al quedar dormido, la que me hace mantenerme con los ojos abiertos por temor a volver a revivirla, pellizcándome o dejando una vela bajo mi mano para que su llama me aparte con punzante dolor del sueño, si caigo en él. En mi pesadilla eterna, al escuchar la voz miro hacia abajo y observo los escalones que he ascendido, el sendero que he recorrido. Mis botas están cubiertas de sangre hasta los talones y me mantengo en pie al final de una calzada de cuerpos inertes, retazos de coágulos y vísceras enredadas, rostros muertos que abren su boca y sus ojos velados, blanquecinos. Reconozco algunos de ellos. "Somos lo que hacemos con nuestras manos", me dice la voz... y entonces sé lo que debo hacer para obtener mi propósito.

- Todo claro, entonces.

Los soldados de la Guardia asienten, saludando y levantándose de la hierba que aún permanece cuajada de rocío. Hay algunas miradas extrañas, incómodas, y después montan en sus cabalgaduras y parten hacia sus destinos, alejándose. Llevo cerrada la capa, intentando huir de un frío que no me abraza desde el exterior, sé que está dentro de mi, y así les veo marchar surcando el camino como estelas de brillante luz que me arropaba hasta ahora.

- Deberías descansar.

Miro de soslayo al brujo, con la mente embotada por la inquietud y la onírica y delirante caricia de mis fantasmas, de mi propia sombra que no me abandona ya ni siquiera entre la más acogedora luminosidad. Su rostro refleja preocupación, pero no tengo fuerzas ni ganas para molestarme por ello y soltarle alguna frase engreída con voz poderosa para que se enfade y la ira sustituya a la inquietud en su espíritu.

En mi sueño, mi espada atraviesa a mis compañeros de batalla y sus cuerpos caen inertes, con el gesto de sorpresa y tristeza en los rostros. Todos caen bajo mi mano, y les arrastro para completar la escalera rota alcanzando así la Crematoria. Al cerrar la mano sobre la empuñadura, el corazón se me acelera, transformando el horror de las visiones en un sentimiento de poder sublime y transcendente que hace que todo sea banal comparado con él, que nada más importe sino mantener los dedos ceñidos al arma brillante cuyo resplandor me envuelve en un aura de energía y resolución. Y se abre la puerta...

- ...y detrás estás tú - le digo al brujo.- Y entonces yo...

Creo que Hibrys me está mirando, extrañada. Theron traga saliva, pálido, y menea la cabeza, poniendo la mano sobre mi brazo y tirando de mí con una extraña suavidad que me resulta ajena y distante ahora mismo. Estoy tan cansado que no sé cuan lejos me hallo de la realidad, a merced de una marea de desvelo que me empuja con su resaca hacia una orilla desconocida.

- He hablado con Ysbald. Hemos conseguido pociones de letargo sin sueños. Tienes que dormir, o te volverás loco.

No quiero dormir
Tienes que hacerlo


Me dejo llevar hacia la taberna y asciendo las escaleras como un autómata. Al entrar en la habitación, solo la visión de la cama de blancas sábanas despierta las alarmas en mi interior y me hace cerrar todas las puertas mecánicamente, encerrándome dentro de mí mismo. Dioses, estoy aterrado. No quiero volver a pasar por eso. La falta de descanso enturbia mi visión con puntos difusos de colores que no existen, y el lecho que aguarda me parece la pálida boca abierta de un difunto, grotesca y de largos dientes...


Nunca te haría daño. Es solo una pesadilla.

- Bébetelo - Theron me pone el frasco entre las manos y me trago su contenido sin pensar en nada.

Creo que ya no soy capaz de hilvanar el menor razonamiento, y apenas soy consciente de las manos que me despojan de la armadura, buscando cierres y correajes con torpeza. Hago un último esfuerzo por mantener la compostura y la dignidad, quitándome parte de las placas yo mismo, y me dirijo con gravedad a la espantosa cama. Tenerle miedo a una almohada y unas mantas es demasiado vergonzoso para alguien como yo, y sin embargo, la turbia sensación no me abandona hasta que la poción comienza a hacer efecto, limpiando mi consciencia con la suavidad de un paño de seda, hasta que todo queda en blanco y ya no hay nada que me turbe durante unas horas.