sábado, 10 de octubre de 2009

LII - Lemgedith

Rémol - Otoño

- De modo que ya habéis presentado vuestros respetos a la Dama Oscura.
- Así es.

La lluvia fina repiquetea contra los tejados de la aldea y la noche baña de pálida luz las sombras intensas de Rémol. Detenidos bajo el alero del concejo, converso con el tuerto, que se mantiene jodidamente impecable en su armadura plateada. El ojo brillante me observa, lanzando breves vistazos de cuando en cuando al brujo, que permanece detrás de mí. Aguanto su mirada, impertérrito y digno, pero a la de Theron no puedo escapar. Su pensamiento accede a través del vínculo a las confusas sensaciones que me produce la cercanía del caballero Lemgedith Loth'derel, Arconte de los Caballeros de Sylvanas y máxima autoridad reconocida en la aldea de los renegados, hasta donde he podido averiguar. El brujo es consciente de la incomodidad y la admiración que me despierta la jodida estatua muerta, y aunque intento encerrar esa fascinación bien lejos de su percepción, el tono divertido que me transmite su mera presencia me indica que es trabajo vano.

- Soy consciente de que no somos bienvenidos - continúo, levantando la barbilla y prendiendo los pulgares en el cinturón. No es tan alto como yo, pero su imagen impone respeto. - Sé que, como es natural, se mira con cautela a los extraños en este lugar de paz y sosiego, y entiendo vuestras reticencias.
- No queremos problemas aquí. - responde, frío y distante, inexpresivo.
- Hemos venido a esta aldea con el propósito de combatir a la plaga en el Este, y nada más. Mientras permanezcamos en vuestra tierra, la defenderemos como si fuera la nuestra y colaboraremos en todo lo que sea necesario... siempre que no sea radicalmente contrario a nuestro objetivo.

Diplomacia con un muerto. Esto creo que no lo había hecho nunca. Su mirada me atraviesa y se mantiene en silencio por un tiempo, antes de asentir.

- Sois responsable del comportamiento de vuestros hombres. Si la Dama Oscura ha aceptado vuestra estancia temporal entre nosotros, no soy nadie para negarme.

No le gustamos nada
Pero nada de nada


- No veréis perturbadas vuestras actividades por nuestra presencia aquí - replico, inclinándome levemente y sonriendo a medias.

He notado el énfasis en la palabra "temporal", por supuesto, y percibo sus temores. Al joven, muerto e intemporalmente hermoso Lord Lemgedith no le gustan los desconocidos y no le agrada que haya forasteros cerca, que puedan inmiscuirse en sus asuntos, sean cuales fueren.

- Theron, acércate.
- Señor. - El brujo da unos pasos y se coloca a mi lado, en actitud respetuosa.
- Éste es Theron Solámbar, mi brujo.

Lemgedith nos observa y vuelve su ojo hacia mi camarada, quien le saluda con regia dignidad. Somos buenos actores si nos lo proponemos, y hemos determinado que lo mejor en este lugar es dar una imagen disciplinada y recta de la Guardia. Eso incluye que todo el mundo me trata con una deferencia que nunca antes había querido ni tenido, también y especialmente mi inseparable compañero, que deja oír una risa curiosa en mi mente al escucharme.

¿Tu brujo?
Se supone que tienen que verme como a un líder y una cabeza visible dentro de la Orden, ¿no?
Si, si, claro.


Una sensación casi grata me llega desde su lado, extraña y algo nerviosa, o eso me parece. Quizá sea yo mismo. Estos juegos no son mi especialidad, pero los ejecuto lo mejor que puedo si es necesario, aunque no me gusten... cosa de la que no estoy del todo seguro.

- Así que vuestro brujo - El muerto sonríe a medias, mirándonos a ambos y se lame los labios, deteniendo la vista en mí de nuevo. - Comprendo.
- Él es el segundo al mando si estoy ausente. Os pido que se le dispense el mismo trato que a mí.
- ¿Estáis seguro de eso?

Sonrío a medias, entrando en la provocación. Aún no ha decidido como va a tratarnos, desde luego, pero creo que es algo que puedo decidir por él.

- Lo estoy. Sé que pocas veces llegan a esta aldea visitantes con firme voluntad de cooperar con sus habitantes, y en los tiempos que corren, donde las alianzas adecuadas en los momentos precisos pueden suponer un triunfo ante la adversidad, ningún líder sería tan necio como para dejar escapar una posibilidad de colaboración sin, al menos, haberla probado.

De nuevo se lame los labios, el ojo destella y crispa ligeramente los dedos de la mano derecha.

- Probarlo, sí. Es posible. - su tono se vuelve menos susurrante y alza un tanto la voz. - Bienvenidos a Rémol, entonces. Pasemos a la taberna a tomar un trago.

Probarlo... ya. Joder con el muerto. Igual no le resultamos tan desagradables como creíamos
¿Que?
Nada, nada


Nos hace un gesto amplio con la mano y se encamina hacia el Mesón la Horca, con la gran espada rúnica destellando a la espalda y los cabellos húmedos ondeando tras de sí. Las gotas de lluvia se prenden a las finísimas hebras, brillando, y sus movimientos son lentos pero armoniosos. Theron nos sigue a un paso por detrás de mi, con su actitud grave y cortés y el gesto serio, aunque interiormente algo le resulta muy divertido. Algo que yo no sé que es.

- No debisteis mentirme cuando nos encontramos hace unas semanas.
- No os mentí.- respondo, volviendo la mirada hacia el rostro pálido del caballero. - Al igual que vos, sólo fui prudente.
- Alguien como yo no necesita la prudencia. Estoy muerto.
- Tampoco necesitáis ir vestido o llevar un parche, y sin embargo, lo hacéis.

No responde, solo deja asomar de nuevo la lengua rosada y macilenta, observándome con un destello extraño en la pupila azul. Es una sensación muy rara, de manera que me mantengo en silencio y avanzamos hasta entrar en el mesón, dirigiéndonos hacia las sillas dispuestas en círculo. Una elfa de cabellos rojos y mejillas de lineas suaves levanta la mirada hacia nosotros. Lleva el mismo tabardo que el Lord Arconte, por lo que deduzco que son compañeros.

- Kalishta.
- Saludos, Arconte. - la elfa nos observa con curiosidad y algo de rechazo, especialmente a Theron, pero no dice una palabra.

Está buena
Si, no está mal


Nos sentamos, mientras el caballero desciende al sótano. Cuando regresa, trae una caja de madera que abre con un extraño artilugio, dejándola sobre la barra. Por supuesto, Renée no hace el menor comentario al verle extraer varios picheles de cerveza de la Luna Negra de su embalaje y ofrecérnoslos con toda serenidad y su habitual parsimonia, bajo la atenta mirada de su compañera, que no parece entender muy bien lo que está pasando.

- Es un licor de bienvenida - explica con voz átona, cuando toma asiento junto a mí y el silencio comienza a espesarse. - Por que vuestra estancia aquí sea grata. Es lo que se dice en estas ocasiones, ¿no?

La sonrisa que esboza me hace pensar en uno de esos autómatas de los goblins, que hablan y actúan casi por inercia, o siguiendo las órdenes de un control remoto. Por algún extraño motivo, el caballero me da un poco de pena. Una cáscara tan fascinante y la imposibilidad de poder ser... en general, de poder ser algo. La muerte al parecer le ha despojado de cualquier atisbo de sentimiento o emoción, aunque de cuando en cuando me parece ver una suave llama que pugna por prender en alguna parte.

- Sea pues.
- Claro - Theron ya había dado un trago.

Levanto la jarra a continuación y bebemos a la salud de los que aún tenemos de eso, y nos internamos en una conversación lenta, pausada y algo banal a mi parecer, bajo la mirada analítica de la llamada Kalishta y entre los dulces tragos de licor. En un momento dado, el brujo - mi brujo - pregunta algo a la dama, y es entonces cuando el Arconte se inclina hacia mí en un gesto confidente y su voz suena en un susurro.

- Si os gusta esta cerveza, será un placer regalaros una caja.

Arqueo la ceja y me vuelvo para mirarle y replicar algo, cuando siento un contacto frío sobre mi pierna. Un relámpago me cruza las mientes y me quedo helado un segundo. Lemgedith sonríe con una expresión que no sé descifrar, o no quiero descifrar, y por un instante que se me hace largo, eterno, no soy capaz de reaccionar.

Este mariconazo me está tocando la pierna
No jodas... coño, es verdad


Me cuesta un mundo empujar al fondo de mi mente la absoluta repulsión que me provoca el gesto, reprimir las ganas de tirarle la jarra a la cara, inflarle a hostias y arrancarle el estúpido parche para mearme en la cuenca de su ojo. Si hago eso, a lo mejor se enfadan un poco y nos echan de aquí, y no estoy en posición de buscarme enemigos cuando lo que más necesitamos ahora, son aliados. Por eso, aunque mi cuerpo se tensa de inmediato, esbozo una sonrisa tirante y le sigo el juego al pervertido.

- No es necesario, aunque si recibiera un presente de vuestra parte, no sería tan descortés como para rechazarlo.

Theron se está partiendo el culo en la intimidad de su pensamiento, me mira de soslayo divertido, y parece que a la tal Kalishta también le hace mucha gracia. Si, bien, que se rían. No voy a dejarme asustar por Lemgedith, por muy arconte, caballero resucitado, tuerto o desviado que sea, así que me quedo donde estoy, sin moverme, con toda la naturalidad del mundo y bebiendo de mi jarra alegremente, con la mano de un renegado sobre mi pierna y la risa resonante de Theron Solámbar en nuestro vínculo compartido. Se hace más llevadera la situación mientras me imagino, manteniendo siempre la compostura, las diversas formas de torturar, apalizar y dejar reducido a cenizas a la autoridad de la aldea de Rémol.

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