domingo, 31 de enero de 2010

LXXXIII - Reencuentros

Entrechocar de cucharas de metal en platos de barro, eructos, olor a cerveza y carne a la brasa y las voces de los orcos y los trols. La incesante actividad en el Bastión del Honor se extiende a mi alrededor, y de alguna manera, una parte de mi mente la registra. Casi puedo desgranar la conversación que están manteniendo los soldados que se reponen de la batalla al otro lado de la extensa sala que pretende servir para el descanso de los combatientes. Sé perfectamente lo que están comiendo, reconozco y registro los olores y los aromas. También me llegan con claridad las percepciones al otro lado del vínculo, la excitación y el hambre, las sensaciones disparadas y el ardor lascivo del brujo, que se ha marchado con mi hermanastra hace ya horas, y las que les queden hasta sentirse satisfechos o quedar inconscientes.

Y además, estoy leyendo la carta de Oladian y pensando en Elhian.

Esta capacidad para disgregar mi atención en todas las direcciones y administrarlas a mi antojo se la debo a Seltarian, mi viejo maestro. También soy capaz ahora de evocar sus palabras mientras me divido y me dedico a mis deberes sin perder un ápice de concentración. "Tu cuerpo debe ser una máquina perfecta, sana y bien engrasada, un canalizador apropiado para la Luz. Tu espíritu, limpio y claro, sin mácula. Tu mente, serena y de engranajes firmes y exactos, con la capacidad para compartimentar", me decía con la voz serena y vibrante, los ojos azules fijos en los míos y ese porte de héroe inaccesible que siempre quise imitar. A él le salía mejor. "Imagina tu mente como una gran sala con diferentes habitaciones. Encierra en una aquello que te altera y te molesta, déjalo ahí bajo llave hasta que puedas regresar a visitarlo y analizarlo con propiedad. Si no puedes resolver un problema, apárcalo hasta que puedas. No lo olvides, pero no dejes que interfiera en el resto de tus pensamientos. Divide tu mente y centra tu atención y tu esfuerzo en lo más prioritario. Una mente en orden es una mente en paz."

Así es como funciona. Por eso, los murmullos del Bastión quedan en un segundo plano en mi pensamiento,  la sangre ardiente y las emociones teñidas de lubricidad del brujo son apropiadamente ignoradas y me cierro en el vínculo para evitar que me distraiga, no es momento ahora de compartir las delicias de sus placeres. Termino de leer el informe de Oladian, sentado en mi rincón, inmóvil y con el ceño fruncido.

"Todos estamos ya en Rasganorte. Sé que no lo acordamos así finalmente, pero me he unido a la Mano de la Venganza para obtener información privilegiada, o eso espero. Es un riesgo, y me temo que no podré ponerme en contacto con vosotros tanto como quisiera. No me gustaría levantar sospechas. No es mi vida lo que me preocupa, pero no deseo que la Orden quede en entredicho o se gane nuevos enemigos.


Hibrys ha partido hacia el Bastión para reunirse con vosotros, y Elhian se quedará en el Saliente Ámbar. Hace días que está más esquiva de lo habitual en ella, y no parece muy dispuesta a trabajar en equipo, pero confío en que eso cambie.


Te escribiré de nuevo cuando haya descubierto algo, pero no lo hagas tú. Creo que no es prudente por ahora. Enviaré a Eru a buscarte si las cosas se ponen feas. Oladian"


Vaya.

Doblo la misiva y la guardo en la bolsa, pensativo. Una jugada muy arriesgada por su parte, pero sí, lo admito, me embarga una sensación parecida al orgullo. Me pongo en pie y me dirijo hacia el vuelo, encendiendo la pipa y reflexionando sobre las nuevas noticias. Oladian está aquí, dispuesto a pelear y hacer honor al tabardo. Hibrys también, aunque prefiero no pensar en los motivos que sé que les hacen seguirnos, las razones de su lealtad, o de su dependencia.

Las de mi hermana, sin duda, son las más endebles, pero es mi deber y mi obligación cerrar el pico al respecto, al menos mientras ella no la cague. Hibrys no es tema del que discutir con el brujo, eso lo tengo más que claro, al igual que tengo claro que ella está aquí porque a su particular manera me aprecia, y porque a su particular manera, quiere mantenerse cerca de su amante cornudo y ocasional "instructor", si es que se le puede llamar instrucción a eso.

Elhian es harina de otro costal. Oladian afirma que se ha aislado más de lo normal, y ahora que al menos estamos aquí cinco miembros de la Guardia, o trabajamos juntos y volvemos a cohesionarnos, o nuestra existencia como Orden deja de tener sentido. Mientras un dracoleón me transporta hacia el Saliente Ámbar, donde los magos mantienen una constante observación sobre El Nexo al amparo de los dragones del Vuelo Verde o cualquier otro vuelo que no soy capaz de distinguir, chasqueo la lengua y me preparo para enfrentarme a una de esas conversaciones habituales ya a lo largo de mi trayectoria.

No me sorprende encontrar a la renegada sentada cerca de la Torre, mirando hacia el horizonte con el bastón al lado y un libro sobre las piernas. Tampoco me sorprende que no me salude cuando yo lo hago, y que no se vuelva a mirarme ni una sola vez cuando cruzamos las primeras palabras. Sólo puedo ver los cabellos negros, a los que el sol arranca destellos violáceos, y su figura blanca cubierta por la toga, dándome la espalda.

- ¿De qué te escondes aquí, Elhian? - digo con suavidad, metiendo los pulgares tras el cinturón y dejando colgar las manos.

Ella se toma su tiempo antes de responder.

- Elfo engreído y estúpido. No me estoy escondiendo, pero entenderás que tu presencia no me resulta grata después del trato que me has dispensado.

Tomo aire y chasqueo la lengua. Me lo merezco por haberme relajado en su momento. Imaginaba que lo de Elhian acabaría mal, antes o después, el día que cedí a los sentimientos que despertaban por ella. No imaginaba, claro, que el desencadenante de su sufrimiento y nuestra ruptura, fuera Ivaine.

- He sido sincero, Elhian - prosigo en el mismo tono - No te he tratado mal, nunca te he mentido. Lamento que las cosas hayan acabado así.
- ¿¿Que lo lamentas?? - exclama, volviéndose repentinamente. Su mirada es rencor y hielo, sus rasgos delicados están fruncidos en una mueca de odio. - ¡Hipócrita!¡Si lo lamentaras, estarías CONMIGO! No me habrías dejado. No digas que lo lamentas.
- Lamento haberte hecho daño. No lamento haberte dejado cuando mi esposa muerta se levantó de la tumba. Me debo a ella, en esta vida y en la siguiente - replico, con más agresividad de la que me gustaría.
- ¿Deber? No me hables de deber. Dime que la amas.

Elhian siempre ha sido hermosa. Que esté muerta, solo es una circunstancia. Su corazón es ardiente como una hoguera, su alma, sensible y cálida, arrebatada y convulsa cuando la aquejan sentimientos extremos. Es hermosa enfadada, es hermosa cuando está tranquila - que es lo menos común - y si no lo es, a mi me lo parece. Elhian me conquistó con esa feminidad extrema y fuerte que me hacía no entenderla un pimiento y quedarme perplejo cada vez que me gritaba porque la había herido sin darme cuenta. La quise, y la quiero. Pero Ivaine está aquí, y sí, la amo.

- Sabes que lo hago. - respondo, apartándome el cabello que el viento se empeña en agitar ante mi rostro. Elhian se ha puesto en pie y me encara sin arredrarse, como siempre - ¿Por qué quieres escuchar lo que ya sabes y te va a doler?
- Puedo soportar mucho dolor, Ahti. Te lo dije. Y sigues mintiendo - dice fría y acusadora, apuñalándome con sus ojos.
- No estoy mintiendo.
- Lo haces. Dices que amas a tu mujer, y que en honor a ese amor, por tu deseo y tu deber, me dejas y destruyes lo que teníamos. ¿Y qué pasa con lo demás que tienes? ¿También lo has abandonado por Ivaine? ¿Has renunciado a todo?

Dioses. Es como un golpe en la boca del estómago.

Se me han muerto las palabras en la boca y me trago los cadáveres, que me arañan como espinas la garganta. La mirada de la renegada me asedia, y mis razonamientos se tambalean un instante, algo asoma en lo profundo de la comprensión. Pongo todos los medios a mi alcance para reponerme de la perplejidad y del nerviosismo que está extendiéndose como aceite ineludible por mis entrañas. Me cierro en un gesto instintivo y me encojo en el centro de la fortaleza, blindándome.

- ¿De qué estás hablando? - consigo articular al fin.

Ella se toma su tiempo. Sé que disfruta de su estocada.

- Sabes perfectamente de qué estoy hablando, Ahti - dice muy despacio, con una voz cargada de veneno.

Sí, sí que lo sé. Creo. O no. Agito la cabeza, frunciendo el ceño. Ahora estoy completamente a la defensiva, aunque no soy capaz de discernir por qué, dónde está ese lugar sensible donde me ha golpeado con la virulencia de sus palabras, de su declaración sincera como un espejo.

- No es lo mismo. No tiene nada que ver con esto.
- Tiene todo que ver, y siempre lo ha tenido - replica, relajando el semblante con suavidad, y su aspecto se torna triste y melancólico. - Puedes prescindir de mí, por eso me dejas. De lo otro, no puedes prescindir, nunca has podido. Nunca lo harías, por nadie, y nunca lo harás, ni siquiera por tu mujer. Así que no utilices ese argumento... porque no vale nada.

Estoy empezando a marearme. Cada palabra ha caído como un hacha afilada y gélida, y aunque aún soy capaz de mantener una máscara de considerable serenidad, estoy encadenándome por dentro y tratando de empujar esas ideas lejos de mí. "No es lo mismo, no tiene nada que ver. Elhian siempre lo interpreta todo de una manera radical, sin matices. Para ella todo es blanco o negro, y lo otro tiene demasiados matices para ser valorado. No. Es que no hay que valorarlo. Está y punto. No hay que pensar en ello. No se piensa en lo otro. No hay que hablar de ello ni reflexionar sobre motivos ni sobre nada. Existe y ya está. Y no es que no pueda renunciar, es que no quiero. Creo. Que mas da. No es... no es algo que haya que entender ni que ... no tiene nada que ver con esto, nada que ver. No hay nada que pensar. No tiene razón.

¿Estás bien?

Dioses. Me blindo, agitando la cabeza, me alejo y me encierro, elaborando una excusa mental, retrayéndome hasta el límite. El vínculo vibra con suavidad, he estado ignorándolo largo rato, pero ahora el brujo, justo ahora, me cago en los dioses, se da cuenta de que algo me está afectando.

Si, estoy hablando con Elhian.
Ah... me pareció que te alterabas.
Ya. Discutimos.
Vale... pues... si necesitas algo... no creo que vaya esta noche al Bastión. ¿O quieres que vaya?
No. No. No te preocupes, está todo bien. Diviértete.
... 
Luego nos vemos, regresaré en un par de horas.
Ni se te ocurra. Tu a lo tuyo, dame el placer de disfrutar de tu ausencia. Ya la echaba de menos.
Vale, vale

- ¿Qué pasa con la Guardia? - escupo cuando recupero el habla de nuevo. - ¿Vas a abandonarla?
- Eres la Guardia. No sé si soy capaz de tenerte cerca por ahora. Es difícil para mí.
- Te lo advertí en su día, Elhian.

Así me despido, dándome la vuelta y avanzando con toda la seguridad de la que me siento capaz hacia el vuelo, si es que lo encuentro. Porque no sé ni a dónde voy. Necesito beber. Y con urgencia. Theron aún parece algo preocupado al otro lado, pero imagino que la furcia de mi hermana hará que se olvide en cuanto se recuperen del asalto, eso espero.

- Eso no te exime. Eres un cabrón, y lo sabes. Haces daño a la gente y lo sabes. Haces daño a todo el mundo.

Así se despide, y su voz queda resonando detrás mía, mientras regreso al Bastión y me entretengo pensando en reunir a toda la Orden, poner las cosas claras con la gente y prepararnos para combatir juntos a la Plaga, que es para lo que hemos venido, que es para lo que estamos aquí. Cojones.

LXXXII - La llanura de Nasam

Detesto las máquinas de asedio. Bien, no es que sea tan necio como para despreciar su utilidad, son más que efectivas para la destrucción masiva, pero siempre he sido un tipo tradicional. Me gusta hacer las cosas a la antigua usanza, montado en un caballo con la espada por delante, o a pie, cara a cara con el enemigo. Puedo montar en uno de estos trastos goblin si es necesario, pero a fe mía que esta clase de combate me resulta insípido y poco estiloso.

Es mucho más elegante eviscerar al enemigo a mandoblazos y hacerles explotar con luz, ¿no?
La evisceración tiene un simbolismo más profundo que un cañonazo en la boca, muchacho
Lo que tu quieras. Yo llevo quince.

Suspiro cuando el maldito cacharro empieza a echar humo. Esas aberrantes criaturas de la Plaga caen sobre la maquinaria de guerra en oleadas casi incontenibles, y tener que manejar los mandos y los estúpidos botoncitos del cachivache es una actividad que me impide dedicarme a lo que debe hacer un guerrero. Es decir, partir cabezas y sacralizar esta tierra podrida y mugrienta. Aparto con el pie a uno de los monstruos inmundos que se acerca, bamboleándose y emitiendo gruñidos infames, golpeándole con la suela en el rostro, mientras intento recular con el trasto, mordiendo la pipa entre los dientes no sea que se me caiga y arqueando la ceja con hastío.

- ¿Esta mierda solo camina hacia adelante?
- ¡Siiiiiiii! - exclama Theron, al cruzar ante mí en su vehículo, lanzando cañonazos y manipulando los controles como si hubiera nacido para eso. Se ríe entre dientes mientras revienta enemigos con los proyectiles explosivos - Dieciséis, diecisiete, dieciocho, diecinueve, veinte...
- Bah

Dejo que los engendros de peste se dediquen a morder y babear la maquinaria del carro de combate y me desplazo con rapidez, saliendo de la cabina y tomando las armas. Sale vapor por todas partes y el trasto del demonio tiembla y escupe tornillos. Desciendo en un salto ágil, doy un par de zancadas para alejarme lo suficiente cuando explota y vibra y se desmorona en el suelo amarillento y me echo la capa hacia atrás, sosteniendo la pipa y arrastrando el mandoble.

- Eh, cabronazos.

Uno de esos monstruos amorfos con tentáculos me mira y vomita veneno a un lado, acercándose a la carrera. Mi mente ya está trabajando en su rueda giratoria, sopesando opciones y ejecutando imaginariamente los adecuados pasos de baile para derribar a los desgraciados uno tras otro, y aunque pensaba hacerlo con una sola mano, voy a tener que mantener la pipa en la boca mientras me los cargo. Los imbéciles de atrás han debido darse cuenta de que el vehículo goblin era de metal y no se puede comer, porque escucho sus pasos a mi espalda. Golpe lateral, golpe de cruzado, tormenta divina, exorcismo, y cae el primero, mientras los músculos se desentumecen y el cosquilleo de la Luz Sagrada hormiguea con suavidad en las venas, desperezándose.

- ¿Qué pasa? ¿Demasiada Luz? - pregunto a la bestia convulsa, antes de decapitarla.
- Veintiocho, veintinueve... joder, pierdo la cuenta.

Agacho la cabeza cuando mis atacantes de retaguardia estallan en trozos de carne muerta y sangre infectada con los cañonazos del brujo.

- ¿Te diviertes?
- Mucho - sonríe, sin disimular lo bien que se lo pasa destrozando en general.

La Llanura de Nasam se extiende al suroeste del Bastión de la horda. Sobrevolada por esos ziggurats en miniatura que sirven como propagadores de infección y vapores nauseabundos, está literalmente, plagada. El mismo color en el cielo, el mismo aspecto en la tierra que las zonas al este de Lordaeron y los mismos maleducados visitantes con manías gastronómicas que ofenden al buen gusto y no complacen a la Luz, ni a mi. Además de los ya conocidos necrófagos descarnados, hay nuevos enemigos aquí: bestias de peste. Son esos bichos asquerosos casi tan altos como yo, con una joroba en la espalda que me recuerda a una enorme glándula de veneno, que avanzan caminando de un modo más grotesco aún que el de sus congéneres, de piel azulada y verdosa y deformados hasta el punto que no soy capaz de reconocer a qué raza pertenecieron o con qué fragmentos de seres vivos posteriormente reanimados han tejido tamañas aberraciones. Mira, hablando del diablo. Aquí vienen otros cuatro.

- Pues nada, no pares rey - replico, encaramándome al carro mecánico, sujeto a uno de los laterales y con la espada en la otra mano.
- Treinta, treinta y uno, treinta y dos...
- Treinta y tres, treinta y cuatro... - bueno, si, parece que he encontrado una manera efectiva de colaborar con la tecnología. Mientras el brujo despacha a los de delante, yo reviento artesanalmente a los que intentan destruir el vehículo.
- ¿Hemos unificado las cuentas? - pregunta él, pulsando un botón. Una llamarada de fuego surge del cañón, y tengo que sujetarme para que la corriente de aire condensado no me tire hacia atrás. Los engendros corren en todas direcciones como antorchas con patas, aullando y gruñendo.
- Con esto me he perdido - admito, intentando enumerar cuántos mueren definitivamente y cuántos se pierden en la distancia, humeando y poblando el aire con sus voces rabiosas.
- Podemos redondear... ¿cuarenta?
- Supongo que s.... - y se me corta la voz en la garganta.

Hemos avanzado mucho más de este modo, y nos detenemos al ver la figura que se recorta en el centro de los arrasados campos, con el traqueteo ineludible de nuestra montura metálica y los sonidos de la batalla desatada a nuestro alrededor. Theron ya no se ríe. Y yo ya no digo nada.

Está ahí... está ahí
Que coño hace ahi
Bienvenidos al Norte, mis complacientes invitados

Me aparto el pelo del rostro y recojo la pipa en el aire antes de que se me caiga. Una llamarada de ira, violencia pura y cólera abrasadora ha estallado en mi pecho y me nubla la visión al contemplar la silueta flotante del lich, con las cadenas flotando a su alrededor y los huesudos dedos moviéndose en el aire.

Theron me mira de reojo, con los ojos verdes encendidos a través del cabello oscuro. Le devuelvo la mirada, tenso como una cuerda a punto de romperse y rechinando los dientes. Me quema por dentro, me calcina y me abraza desde las entrañas, el cosquilleo de la energía sagrada se convierte en una mordedura afilada que me impele y me arrebata.

- Kel'thuzad

No sé quien lo ha dicho. Sé que los dos gritamos, es un grito de batalla. Ambos hemos saltado de la máquina y estamos corriendo. La sombra se enreda, la Luz se inflama, y recorremos la escasa distancia hasta la negra plataforma donde se mantiene suspendido el exánime, con el rostro descarnado mostrando una mueca sonriente de largos colmillos y los extraños ropajes flotando en torno a sí.

No pienso en nada. Solo es fuego y tormenta y tempestades desatadas mientras corro sobre la tierra yerma y asciendo los escalones de tres en tres, blandiendo la espada, con el Odio haciéndome hervir la sangre, mi odio, el de Theron, mi rabia y la suya que se alimentan al abalanzarnos sin pensar en consecuencias sobre el cabrón hijo de puta que hace tiempo se ha convertido en nuestra presa principal. Mas allá del deber, hundido en esa parte del alma y la conciencia que hace que una guerra justa se convierta en una guerra personal, ahí está Kel'thuzad, un objetivo hacia el que hemos enfocado nuestra ira como ahora enfocamos los hechizos y los golpes.

Y la risa en nuestras mentes, cuando mi espada atraviesa el aire y la Sombra del brujo se deshace más allá de la imagen.

Una proyección.

- ¡Hijo de perra! - grito, estoy rugiendo, golpeando el suelo metálico con el arma.
- Será bastardo... maldito... - escupe el brujo detrás mía, chisporroteando la magia oscura.

Nos cansamos un poco golpeando a la nada, enajenados, mientras el muy mamón se ríe de nosotros y nos saluda, colándose en nuestras mentes.

Espero vuestra pronta visita, si es que salís de aquí.

- ¡Que te jodan! ¡Que te jodan!

Y un gruñido a mi espalda me hace volverme, resollando. Parpadeo. Ouch... vaya. Estos sí se me escapan de la cuenta... porque no acierto a saber cuántas de las monstruosidades se aglutinan a nuestro alrededor, rodeando el pedestal donde la imagen de Kel'thuzad se muestra como un efectivo señuelo para los que caen en la trampa y corren hacia ella. Miro de reojo al brujo, que también se ha dado la vuelta, y aún me tomo un instante para mirar alrededor, mirar más allá de las apretadas filas de la Plaga, hacia la dirección por la que se acercan tres o cuatro carros de combate.

Entraremos en fuego cruzado, pero tenemos más probabilidades de salir de este atolladero.
Vale... me quedo cerca.
Hazlo. La Luz me guarda a mí, yo te guardo a ti.
¿Llevas el escudo?
No, pero nos las arreglaremos.

Intercambiamos una nueva mirada antes de saltar sobre los plagosos a fuego, sombra y luz, sin detenernos a matar ni a decapitar. Cercenamos las extremidades que tratan de atraparnos, consagramos la tierra para despejar el camino, y corremos. Corremos. Corremos. Con la alarma zumbando en mi cabeza, los sentidos disparados, sujetando al brujo cuando se queda atrás y tirando de él con ansiedad.

- Vamos, vamos
- Vamos, vamos

Estalla el fuego invocado en una lluvia densa cuando se arrojan sobre nosotros, y tiro con fuerza de las energías divinas para invocar la Cólera Sagrada, que golpea en torno a nosotros con una llamarada áurea y energética que aturde a los monstruos. Estamos cerca.

- ¡A la derecha! - exclama el brujo.

Zigzagueamos, nos escurrimos como anguilas entre las garras de los monstruos. Son muy fuertes, pero son lentos, y esa será nuestra única ventaja frente a la superioridad numérica. Les esquivamos, Theron se cuela bajo las piernas de uno y yo aprovecho para golpearle en la garganta con la hoja de canto y derribarle al suelo. Cuando tiendo la mano, Theron la sujeta y se incorpora con fluidez. Es lo bueno de estar coordinados y sintonizados, no necesitamos hablar. Completa mis movimientos y yo los suyos, y así, a duras penas, escapamos hasta que el violento golpe de un puño y un gruñido me hacen trastabillar.

- Mierda. ¡No, no te pares!

Pero ya me he parado, tratando de recuperar la visión y limpiándome la sangre que me chorrea de la nariz. Una constelación de estrellas multicolores ha empezado a girar ante mis ojos y el dolor es un pitido agudo en mis oídos, pero veo al bicho enorme y jodidamente feo que arroja de nuevo la garra hacia mi, veo a los otros cinco que me rodean ahora.

Se reagrupan. Si nos paramos, volveremos a estar en apuros
No me he parado a tomar el té, casi me derriban
Vale, intentemos quitarles de enmedio

De nuevo lluvia de fuego, de nuevo la Luz estalla y presentamos batalla. Interpongo el arma para intentar detener los golpes, respirando como puedo, sorbiendo la sangre.

- ¡Cuidado, cuidado! - escucho al brujo.

Me doy la vuelta justo a tiempo de ver unos dientes babeantes que se abalanzan hacia mi, las afiladas uñas y el aliento amarillento que se condensa en el aire. Sin pensar, doy un traspiés, me revuelvo como un animal acorralado, haciendo estallar la Luz a mi alrededor. Y repentinamente, un viento helado se extiende a nuestro alrededor y escucho elevarse una voz femenina, casi cantando, suave y grave como un pelaje animal. La escarcha se cierra a los pies de las abominaciones de la Plaga y una ventisca de meteoros helados se desencadena sobre ellos... y nosotros.

No pierdo un minuto y me pongo en movimiento, zafándome de los enemigos que ahora no pueden perseguirme. Me uno a mi compañero y corremos hacia la máquina de asedio más cercana. Sobre el cañón, en pie, la toga de Elhian se agita a causa de la magia que la imbuye. Mantiene el rostro alzado hacia el cielo y cuando lo vuelve hacia el frente, un hechizo quiebra el aire y retumba, y las descargas de escarcha se suceden.

- No se os puede dejar solos - dice Hibrys, con su voz aguda y la mueca engreída y maliciosa de siempre, inclinándose sobre el borde de la cabina y jugueteando con los mandos.
- Estaba controlado - replica Theron.

Ambos intercambian una mirada cargada de intención y una sonrisa más que pícara. Yo estoy mirando a Elhian, que me contempla con extrema frialdad desde el cañón.

- Te debo una - le digo, rascándome la ceja mientras nos encaramamos al vehículo.

Ella se sienta sobre el cañón, de lado, cruzando las piernas, y vuelve la mirada sin responder, con un gesto que derrocha desdén. Suspiro.

Ahora, mientras mi hermanastra y una de mis ex nos llevan de regreso al Bastión en el carro de combate, creo que puedo encenderme la pipa y fumármela de una jodida vez.