domingo, 31 de enero de 2010

LXXXII - La llanura de Nasam

Detesto las máquinas de asedio. Bien, no es que sea tan necio como para despreciar su utilidad, son más que efectivas para la destrucción masiva, pero siempre he sido un tipo tradicional. Me gusta hacer las cosas a la antigua usanza, montado en un caballo con la espada por delante, o a pie, cara a cara con el enemigo. Puedo montar en uno de estos trastos goblin si es necesario, pero a fe mía que esta clase de combate me resulta insípido y poco estiloso.

Es mucho más elegante eviscerar al enemigo a mandoblazos y hacerles explotar con luz, ¿no?
La evisceración tiene un simbolismo más profundo que un cañonazo en la boca, muchacho
Lo que tu quieras. Yo llevo quince.

Suspiro cuando el maldito cacharro empieza a echar humo. Esas aberrantes criaturas de la Plaga caen sobre la maquinaria de guerra en oleadas casi incontenibles, y tener que manejar los mandos y los estúpidos botoncitos del cachivache es una actividad que me impide dedicarme a lo que debe hacer un guerrero. Es decir, partir cabezas y sacralizar esta tierra podrida y mugrienta. Aparto con el pie a uno de los monstruos inmundos que se acerca, bamboleándose y emitiendo gruñidos infames, golpeándole con la suela en el rostro, mientras intento recular con el trasto, mordiendo la pipa entre los dientes no sea que se me caiga y arqueando la ceja con hastío.

- ¿Esta mierda solo camina hacia adelante?
- ¡Siiiiiiii! - exclama Theron, al cruzar ante mí en su vehículo, lanzando cañonazos y manipulando los controles como si hubiera nacido para eso. Se ríe entre dientes mientras revienta enemigos con los proyectiles explosivos - Dieciséis, diecisiete, dieciocho, diecinueve, veinte...
- Bah

Dejo que los engendros de peste se dediquen a morder y babear la maquinaria del carro de combate y me desplazo con rapidez, saliendo de la cabina y tomando las armas. Sale vapor por todas partes y el trasto del demonio tiembla y escupe tornillos. Desciendo en un salto ágil, doy un par de zancadas para alejarme lo suficiente cuando explota y vibra y se desmorona en el suelo amarillento y me echo la capa hacia atrás, sosteniendo la pipa y arrastrando el mandoble.

- Eh, cabronazos.

Uno de esos monstruos amorfos con tentáculos me mira y vomita veneno a un lado, acercándose a la carrera. Mi mente ya está trabajando en su rueda giratoria, sopesando opciones y ejecutando imaginariamente los adecuados pasos de baile para derribar a los desgraciados uno tras otro, y aunque pensaba hacerlo con una sola mano, voy a tener que mantener la pipa en la boca mientras me los cargo. Los imbéciles de atrás han debido darse cuenta de que el vehículo goblin era de metal y no se puede comer, porque escucho sus pasos a mi espalda. Golpe lateral, golpe de cruzado, tormenta divina, exorcismo, y cae el primero, mientras los músculos se desentumecen y el cosquilleo de la Luz Sagrada hormiguea con suavidad en las venas, desperezándose.

- ¿Qué pasa? ¿Demasiada Luz? - pregunto a la bestia convulsa, antes de decapitarla.
- Veintiocho, veintinueve... joder, pierdo la cuenta.

Agacho la cabeza cuando mis atacantes de retaguardia estallan en trozos de carne muerta y sangre infectada con los cañonazos del brujo.

- ¿Te diviertes?
- Mucho - sonríe, sin disimular lo bien que se lo pasa destrozando en general.

La Llanura de Nasam se extiende al suroeste del Bastión de la horda. Sobrevolada por esos ziggurats en miniatura que sirven como propagadores de infección y vapores nauseabundos, está literalmente, plagada. El mismo color en el cielo, el mismo aspecto en la tierra que las zonas al este de Lordaeron y los mismos maleducados visitantes con manías gastronómicas que ofenden al buen gusto y no complacen a la Luz, ni a mi. Además de los ya conocidos necrófagos descarnados, hay nuevos enemigos aquí: bestias de peste. Son esos bichos asquerosos casi tan altos como yo, con una joroba en la espalda que me recuerda a una enorme glándula de veneno, que avanzan caminando de un modo más grotesco aún que el de sus congéneres, de piel azulada y verdosa y deformados hasta el punto que no soy capaz de reconocer a qué raza pertenecieron o con qué fragmentos de seres vivos posteriormente reanimados han tejido tamañas aberraciones. Mira, hablando del diablo. Aquí vienen otros cuatro.

- Pues nada, no pares rey - replico, encaramándome al carro mecánico, sujeto a uno de los laterales y con la espada en la otra mano.
- Treinta, treinta y uno, treinta y dos...
- Treinta y tres, treinta y cuatro... - bueno, si, parece que he encontrado una manera efectiva de colaborar con la tecnología. Mientras el brujo despacha a los de delante, yo reviento artesanalmente a los que intentan destruir el vehículo.
- ¿Hemos unificado las cuentas? - pregunta él, pulsando un botón. Una llamarada de fuego surge del cañón, y tengo que sujetarme para que la corriente de aire condensado no me tire hacia atrás. Los engendros corren en todas direcciones como antorchas con patas, aullando y gruñendo.
- Con esto me he perdido - admito, intentando enumerar cuántos mueren definitivamente y cuántos se pierden en la distancia, humeando y poblando el aire con sus voces rabiosas.
- Podemos redondear... ¿cuarenta?
- Supongo que s.... - y se me corta la voz en la garganta.

Hemos avanzado mucho más de este modo, y nos detenemos al ver la figura que se recorta en el centro de los arrasados campos, con el traqueteo ineludible de nuestra montura metálica y los sonidos de la batalla desatada a nuestro alrededor. Theron ya no se ríe. Y yo ya no digo nada.

Está ahí... está ahí
Que coño hace ahi
Bienvenidos al Norte, mis complacientes invitados

Me aparto el pelo del rostro y recojo la pipa en el aire antes de que se me caiga. Una llamarada de ira, violencia pura y cólera abrasadora ha estallado en mi pecho y me nubla la visión al contemplar la silueta flotante del lich, con las cadenas flotando a su alrededor y los huesudos dedos moviéndose en el aire.

Theron me mira de reojo, con los ojos verdes encendidos a través del cabello oscuro. Le devuelvo la mirada, tenso como una cuerda a punto de romperse y rechinando los dientes. Me quema por dentro, me calcina y me abraza desde las entrañas, el cosquilleo de la energía sagrada se convierte en una mordedura afilada que me impele y me arrebata.

- Kel'thuzad

No sé quien lo ha dicho. Sé que los dos gritamos, es un grito de batalla. Ambos hemos saltado de la máquina y estamos corriendo. La sombra se enreda, la Luz se inflama, y recorremos la escasa distancia hasta la negra plataforma donde se mantiene suspendido el exánime, con el rostro descarnado mostrando una mueca sonriente de largos colmillos y los extraños ropajes flotando en torno a sí.

No pienso en nada. Solo es fuego y tormenta y tempestades desatadas mientras corro sobre la tierra yerma y asciendo los escalones de tres en tres, blandiendo la espada, con el Odio haciéndome hervir la sangre, mi odio, el de Theron, mi rabia y la suya que se alimentan al abalanzarnos sin pensar en consecuencias sobre el cabrón hijo de puta que hace tiempo se ha convertido en nuestra presa principal. Mas allá del deber, hundido en esa parte del alma y la conciencia que hace que una guerra justa se convierta en una guerra personal, ahí está Kel'thuzad, un objetivo hacia el que hemos enfocado nuestra ira como ahora enfocamos los hechizos y los golpes.

Y la risa en nuestras mentes, cuando mi espada atraviesa el aire y la Sombra del brujo se deshace más allá de la imagen.

Una proyección.

- ¡Hijo de perra! - grito, estoy rugiendo, golpeando el suelo metálico con el arma.
- Será bastardo... maldito... - escupe el brujo detrás mía, chisporroteando la magia oscura.

Nos cansamos un poco golpeando a la nada, enajenados, mientras el muy mamón se ríe de nosotros y nos saluda, colándose en nuestras mentes.

Espero vuestra pronta visita, si es que salís de aquí.

- ¡Que te jodan! ¡Que te jodan!

Y un gruñido a mi espalda me hace volverme, resollando. Parpadeo. Ouch... vaya. Estos sí se me escapan de la cuenta... porque no acierto a saber cuántas de las monstruosidades se aglutinan a nuestro alrededor, rodeando el pedestal donde la imagen de Kel'thuzad se muestra como un efectivo señuelo para los que caen en la trampa y corren hacia ella. Miro de reojo al brujo, que también se ha dado la vuelta, y aún me tomo un instante para mirar alrededor, mirar más allá de las apretadas filas de la Plaga, hacia la dirección por la que se acercan tres o cuatro carros de combate.

Entraremos en fuego cruzado, pero tenemos más probabilidades de salir de este atolladero.
Vale... me quedo cerca.
Hazlo. La Luz me guarda a mí, yo te guardo a ti.
¿Llevas el escudo?
No, pero nos las arreglaremos.

Intercambiamos una nueva mirada antes de saltar sobre los plagosos a fuego, sombra y luz, sin detenernos a matar ni a decapitar. Cercenamos las extremidades que tratan de atraparnos, consagramos la tierra para despejar el camino, y corremos. Corremos. Corremos. Con la alarma zumbando en mi cabeza, los sentidos disparados, sujetando al brujo cuando se queda atrás y tirando de él con ansiedad.

- Vamos, vamos
- Vamos, vamos

Estalla el fuego invocado en una lluvia densa cuando se arrojan sobre nosotros, y tiro con fuerza de las energías divinas para invocar la Cólera Sagrada, que golpea en torno a nosotros con una llamarada áurea y energética que aturde a los monstruos. Estamos cerca.

- ¡A la derecha! - exclama el brujo.

Zigzagueamos, nos escurrimos como anguilas entre las garras de los monstruos. Son muy fuertes, pero son lentos, y esa será nuestra única ventaja frente a la superioridad numérica. Les esquivamos, Theron se cuela bajo las piernas de uno y yo aprovecho para golpearle en la garganta con la hoja de canto y derribarle al suelo. Cuando tiendo la mano, Theron la sujeta y se incorpora con fluidez. Es lo bueno de estar coordinados y sintonizados, no necesitamos hablar. Completa mis movimientos y yo los suyos, y así, a duras penas, escapamos hasta que el violento golpe de un puño y un gruñido me hacen trastabillar.

- Mierda. ¡No, no te pares!

Pero ya me he parado, tratando de recuperar la visión y limpiándome la sangre que me chorrea de la nariz. Una constelación de estrellas multicolores ha empezado a girar ante mis ojos y el dolor es un pitido agudo en mis oídos, pero veo al bicho enorme y jodidamente feo que arroja de nuevo la garra hacia mi, veo a los otros cinco que me rodean ahora.

Se reagrupan. Si nos paramos, volveremos a estar en apuros
No me he parado a tomar el té, casi me derriban
Vale, intentemos quitarles de enmedio

De nuevo lluvia de fuego, de nuevo la Luz estalla y presentamos batalla. Interpongo el arma para intentar detener los golpes, respirando como puedo, sorbiendo la sangre.

- ¡Cuidado, cuidado! - escucho al brujo.

Me doy la vuelta justo a tiempo de ver unos dientes babeantes que se abalanzan hacia mi, las afiladas uñas y el aliento amarillento que se condensa en el aire. Sin pensar, doy un traspiés, me revuelvo como un animal acorralado, haciendo estallar la Luz a mi alrededor. Y repentinamente, un viento helado se extiende a nuestro alrededor y escucho elevarse una voz femenina, casi cantando, suave y grave como un pelaje animal. La escarcha se cierra a los pies de las abominaciones de la Plaga y una ventisca de meteoros helados se desencadena sobre ellos... y nosotros.

No pierdo un minuto y me pongo en movimiento, zafándome de los enemigos que ahora no pueden perseguirme. Me uno a mi compañero y corremos hacia la máquina de asedio más cercana. Sobre el cañón, en pie, la toga de Elhian se agita a causa de la magia que la imbuye. Mantiene el rostro alzado hacia el cielo y cuando lo vuelve hacia el frente, un hechizo quiebra el aire y retumba, y las descargas de escarcha se suceden.

- No se os puede dejar solos - dice Hibrys, con su voz aguda y la mueca engreída y maliciosa de siempre, inclinándose sobre el borde de la cabina y jugueteando con los mandos.
- Estaba controlado - replica Theron.

Ambos intercambian una mirada cargada de intención y una sonrisa más que pícara. Yo estoy mirando a Elhian, que me contempla con extrema frialdad desde el cañón.

- Te debo una - le digo, rascándome la ceja mientras nos encaramamos al vehículo.

Ella se sienta sobre el cañón, de lado, cruzando las piernas, y vuelve la mirada sin responder, con un gesto que derrocha desdén. Suspiro.

Ahora, mientras mi hermanastra y una de mis ex nos llevan de regreso al Bastión en el carro de combate, creo que puedo encenderme la pipa y fumármela de una jodida vez.

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