domingo, 31 de enero de 2010

LXXXIII - Reencuentros

Entrechocar de cucharas de metal en platos de barro, eructos, olor a cerveza y carne a la brasa y las voces de los orcos y los trols. La incesante actividad en el Bastión del Honor se extiende a mi alrededor, y de alguna manera, una parte de mi mente la registra. Casi puedo desgranar la conversación que están manteniendo los soldados que se reponen de la batalla al otro lado de la extensa sala que pretende servir para el descanso de los combatientes. Sé perfectamente lo que están comiendo, reconozco y registro los olores y los aromas. También me llegan con claridad las percepciones al otro lado del vínculo, la excitación y el hambre, las sensaciones disparadas y el ardor lascivo del brujo, que se ha marchado con mi hermanastra hace ya horas, y las que les queden hasta sentirse satisfechos o quedar inconscientes.

Y además, estoy leyendo la carta de Oladian y pensando en Elhian.

Esta capacidad para disgregar mi atención en todas las direcciones y administrarlas a mi antojo se la debo a Seltarian, mi viejo maestro. También soy capaz ahora de evocar sus palabras mientras me divido y me dedico a mis deberes sin perder un ápice de concentración. "Tu cuerpo debe ser una máquina perfecta, sana y bien engrasada, un canalizador apropiado para la Luz. Tu espíritu, limpio y claro, sin mácula. Tu mente, serena y de engranajes firmes y exactos, con la capacidad para compartimentar", me decía con la voz serena y vibrante, los ojos azules fijos en los míos y ese porte de héroe inaccesible que siempre quise imitar. A él le salía mejor. "Imagina tu mente como una gran sala con diferentes habitaciones. Encierra en una aquello que te altera y te molesta, déjalo ahí bajo llave hasta que puedas regresar a visitarlo y analizarlo con propiedad. Si no puedes resolver un problema, apárcalo hasta que puedas. No lo olvides, pero no dejes que interfiera en el resto de tus pensamientos. Divide tu mente y centra tu atención y tu esfuerzo en lo más prioritario. Una mente en orden es una mente en paz."

Así es como funciona. Por eso, los murmullos del Bastión quedan en un segundo plano en mi pensamiento,  la sangre ardiente y las emociones teñidas de lubricidad del brujo son apropiadamente ignoradas y me cierro en el vínculo para evitar que me distraiga, no es momento ahora de compartir las delicias de sus placeres. Termino de leer el informe de Oladian, sentado en mi rincón, inmóvil y con el ceño fruncido.

"Todos estamos ya en Rasganorte. Sé que no lo acordamos así finalmente, pero me he unido a la Mano de la Venganza para obtener información privilegiada, o eso espero. Es un riesgo, y me temo que no podré ponerme en contacto con vosotros tanto como quisiera. No me gustaría levantar sospechas. No es mi vida lo que me preocupa, pero no deseo que la Orden quede en entredicho o se gane nuevos enemigos.


Hibrys ha partido hacia el Bastión para reunirse con vosotros, y Elhian se quedará en el Saliente Ámbar. Hace días que está más esquiva de lo habitual en ella, y no parece muy dispuesta a trabajar en equipo, pero confío en que eso cambie.


Te escribiré de nuevo cuando haya descubierto algo, pero no lo hagas tú. Creo que no es prudente por ahora. Enviaré a Eru a buscarte si las cosas se ponen feas. Oladian"


Vaya.

Doblo la misiva y la guardo en la bolsa, pensativo. Una jugada muy arriesgada por su parte, pero sí, lo admito, me embarga una sensación parecida al orgullo. Me pongo en pie y me dirijo hacia el vuelo, encendiendo la pipa y reflexionando sobre las nuevas noticias. Oladian está aquí, dispuesto a pelear y hacer honor al tabardo. Hibrys también, aunque prefiero no pensar en los motivos que sé que les hacen seguirnos, las razones de su lealtad, o de su dependencia.

Las de mi hermana, sin duda, son las más endebles, pero es mi deber y mi obligación cerrar el pico al respecto, al menos mientras ella no la cague. Hibrys no es tema del que discutir con el brujo, eso lo tengo más que claro, al igual que tengo claro que ella está aquí porque a su particular manera me aprecia, y porque a su particular manera, quiere mantenerse cerca de su amante cornudo y ocasional "instructor", si es que se le puede llamar instrucción a eso.

Elhian es harina de otro costal. Oladian afirma que se ha aislado más de lo normal, y ahora que al menos estamos aquí cinco miembros de la Guardia, o trabajamos juntos y volvemos a cohesionarnos, o nuestra existencia como Orden deja de tener sentido. Mientras un dracoleón me transporta hacia el Saliente Ámbar, donde los magos mantienen una constante observación sobre El Nexo al amparo de los dragones del Vuelo Verde o cualquier otro vuelo que no soy capaz de distinguir, chasqueo la lengua y me preparo para enfrentarme a una de esas conversaciones habituales ya a lo largo de mi trayectoria.

No me sorprende encontrar a la renegada sentada cerca de la Torre, mirando hacia el horizonte con el bastón al lado y un libro sobre las piernas. Tampoco me sorprende que no me salude cuando yo lo hago, y que no se vuelva a mirarme ni una sola vez cuando cruzamos las primeras palabras. Sólo puedo ver los cabellos negros, a los que el sol arranca destellos violáceos, y su figura blanca cubierta por la toga, dándome la espalda.

- ¿De qué te escondes aquí, Elhian? - digo con suavidad, metiendo los pulgares tras el cinturón y dejando colgar las manos.

Ella se toma su tiempo antes de responder.

- Elfo engreído y estúpido. No me estoy escondiendo, pero entenderás que tu presencia no me resulta grata después del trato que me has dispensado.

Tomo aire y chasqueo la lengua. Me lo merezco por haberme relajado en su momento. Imaginaba que lo de Elhian acabaría mal, antes o después, el día que cedí a los sentimientos que despertaban por ella. No imaginaba, claro, que el desencadenante de su sufrimiento y nuestra ruptura, fuera Ivaine.

- He sido sincero, Elhian - prosigo en el mismo tono - No te he tratado mal, nunca te he mentido. Lamento que las cosas hayan acabado así.
- ¿¿Que lo lamentas?? - exclama, volviéndose repentinamente. Su mirada es rencor y hielo, sus rasgos delicados están fruncidos en una mueca de odio. - ¡Hipócrita!¡Si lo lamentaras, estarías CONMIGO! No me habrías dejado. No digas que lo lamentas.
- Lamento haberte hecho daño. No lamento haberte dejado cuando mi esposa muerta se levantó de la tumba. Me debo a ella, en esta vida y en la siguiente - replico, con más agresividad de la que me gustaría.
- ¿Deber? No me hables de deber. Dime que la amas.

Elhian siempre ha sido hermosa. Que esté muerta, solo es una circunstancia. Su corazón es ardiente como una hoguera, su alma, sensible y cálida, arrebatada y convulsa cuando la aquejan sentimientos extremos. Es hermosa enfadada, es hermosa cuando está tranquila - que es lo menos común - y si no lo es, a mi me lo parece. Elhian me conquistó con esa feminidad extrema y fuerte que me hacía no entenderla un pimiento y quedarme perplejo cada vez que me gritaba porque la había herido sin darme cuenta. La quise, y la quiero. Pero Ivaine está aquí, y sí, la amo.

- Sabes que lo hago. - respondo, apartándome el cabello que el viento se empeña en agitar ante mi rostro. Elhian se ha puesto en pie y me encara sin arredrarse, como siempre - ¿Por qué quieres escuchar lo que ya sabes y te va a doler?
- Puedo soportar mucho dolor, Ahti. Te lo dije. Y sigues mintiendo - dice fría y acusadora, apuñalándome con sus ojos.
- No estoy mintiendo.
- Lo haces. Dices que amas a tu mujer, y que en honor a ese amor, por tu deseo y tu deber, me dejas y destruyes lo que teníamos. ¿Y qué pasa con lo demás que tienes? ¿También lo has abandonado por Ivaine? ¿Has renunciado a todo?

Dioses. Es como un golpe en la boca del estómago.

Se me han muerto las palabras en la boca y me trago los cadáveres, que me arañan como espinas la garganta. La mirada de la renegada me asedia, y mis razonamientos se tambalean un instante, algo asoma en lo profundo de la comprensión. Pongo todos los medios a mi alcance para reponerme de la perplejidad y del nerviosismo que está extendiéndose como aceite ineludible por mis entrañas. Me cierro en un gesto instintivo y me encojo en el centro de la fortaleza, blindándome.

- ¿De qué estás hablando? - consigo articular al fin.

Ella se toma su tiempo. Sé que disfruta de su estocada.

- Sabes perfectamente de qué estoy hablando, Ahti - dice muy despacio, con una voz cargada de veneno.

Sí, sí que lo sé. Creo. O no. Agito la cabeza, frunciendo el ceño. Ahora estoy completamente a la defensiva, aunque no soy capaz de discernir por qué, dónde está ese lugar sensible donde me ha golpeado con la virulencia de sus palabras, de su declaración sincera como un espejo.

- No es lo mismo. No tiene nada que ver con esto.
- Tiene todo que ver, y siempre lo ha tenido - replica, relajando el semblante con suavidad, y su aspecto se torna triste y melancólico. - Puedes prescindir de mí, por eso me dejas. De lo otro, no puedes prescindir, nunca has podido. Nunca lo harías, por nadie, y nunca lo harás, ni siquiera por tu mujer. Así que no utilices ese argumento... porque no vale nada.

Estoy empezando a marearme. Cada palabra ha caído como un hacha afilada y gélida, y aunque aún soy capaz de mantener una máscara de considerable serenidad, estoy encadenándome por dentro y tratando de empujar esas ideas lejos de mí. "No es lo mismo, no tiene nada que ver. Elhian siempre lo interpreta todo de una manera radical, sin matices. Para ella todo es blanco o negro, y lo otro tiene demasiados matices para ser valorado. No. Es que no hay que valorarlo. Está y punto. No hay que pensar en ello. No se piensa en lo otro. No hay que hablar de ello ni reflexionar sobre motivos ni sobre nada. Existe y ya está. Y no es que no pueda renunciar, es que no quiero. Creo. Que mas da. No es... no es algo que haya que entender ni que ... no tiene nada que ver con esto, nada que ver. No hay nada que pensar. No tiene razón.

¿Estás bien?

Dioses. Me blindo, agitando la cabeza, me alejo y me encierro, elaborando una excusa mental, retrayéndome hasta el límite. El vínculo vibra con suavidad, he estado ignorándolo largo rato, pero ahora el brujo, justo ahora, me cago en los dioses, se da cuenta de que algo me está afectando.

Si, estoy hablando con Elhian.
Ah... me pareció que te alterabas.
Ya. Discutimos.
Vale... pues... si necesitas algo... no creo que vaya esta noche al Bastión. ¿O quieres que vaya?
No. No. No te preocupes, está todo bien. Diviértete.
... 
Luego nos vemos, regresaré en un par de horas.
Ni se te ocurra. Tu a lo tuyo, dame el placer de disfrutar de tu ausencia. Ya la echaba de menos.
Vale, vale

- ¿Qué pasa con la Guardia? - escupo cuando recupero el habla de nuevo. - ¿Vas a abandonarla?
- Eres la Guardia. No sé si soy capaz de tenerte cerca por ahora. Es difícil para mí.
- Te lo advertí en su día, Elhian.

Así me despido, dándome la vuelta y avanzando con toda la seguridad de la que me siento capaz hacia el vuelo, si es que lo encuentro. Porque no sé ni a dónde voy. Necesito beber. Y con urgencia. Theron aún parece algo preocupado al otro lado, pero imagino que la furcia de mi hermana hará que se olvide en cuanto se recuperen del asalto, eso espero.

- Eso no te exime. Eres un cabrón, y lo sabes. Haces daño a la gente y lo sabes. Haces daño a todo el mundo.

Así se despide, y su voz queda resonando detrás mía, mientras regreso al Bastión y me entretengo pensando en reunir a toda la Orden, poner las cosas claras con la gente y prepararnos para combatir juntos a la Plaga, que es para lo que hemos venido, que es para lo que estamos aquí. Cojones.

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