lunes, 1 de febrero de 2010

LXXXIV - La Esperanza de la Luz: La Cola del Zorro

La hoguera chisporrotea y el breve día boreal se apaga en el cielo. Los taunka pasean sus altas figuras con la lánguida parsimonia de su raza, antecesora de los tauren, mirándonos de cuando en cuando. Las miradas de Elhian, de Hibrys y de Oladian están fijas en mí, a través del rojizo resplandor del fuego.

He dicho todo lo que tenía que decir en esta noche. He recordado, palabra a palabra, lo que significa el tabardo que vestimos, cual es el deber y el objetivo, y nada más puedo hacer.

- Si esta no es vuestra lucha, marchaos - repito, observándoles uno a uno. - Si los objetivos de la Guardia no son los vuestros, partid. No quiero lealtad ciega ni dependencia pasiva. Quiero combatientes concienciados y responsables. No quiero juegos de niños, quiero la guerra.

Intercambian una nueva mirada. Theron está sentado, algo ausente. Él no necesita estas palabras, sólo me observa de cuando en cuando con una expresión casi severa, disciplinada. Les veo asentir uno a uno, las muchachas con más displicencia, pero la mirada de Oladian se queda fija en mis ojos. El cazador pelirrojo frunce el ceño y su juventud serena y grave, sabia en muchas ocasiones, habla por él con acidez cuando me señala.

- Hablas de la Guardia y de lo que somos, pero llevas el tabardo del Alba - su voz es casi un susurro, seguro pero leve. - Espero que algún día te enorgullezcas de nosotros tanto como de ellos, pero no es sólo nuestro ese peso. Tú también tienes mucho en que pensar, Alto Guardián.

Y con estas palabras, los soldados de la Orden se retiran uno a uno hacia las rústicas cabañas del poblado Taunka'le. Elhian la primera, con el revoloteo de la toga y su porte de dignidad y elegancia en la muerte, dejando tras de sí el aroma a flores antiguas. Oladian después, con el andar flexible de los exploradores ágiles, acompañado de su lobo blanco. Hibrys la última, regalando la mirada anhelante al brujo antes de sonreírme con indiferencia y avanzar con el contoneo de las bailarinas, alejándose de nosotros. Dejo escapar el aire al fin cuando les veo marchar y me siento de nuevo, llenando la pipa con parsimonia y volviendo la mirada hacia el cielo estrellado de cuando en cuando, en silencio.

La aurora boreal destella como un velo colorido, ondula como una llama verdeante, brillante como el vil, luego cambia al dorado puro de la Luz, se tiñe de magenta y se viste de azul arcano. El viento silba y se enreda, deslizándose con intensidad cambiante, haciendo que el fuego baile para él. De cuando en cuando, el sonido de animales nocturnos, el murmullo lejano de los campos de géiseres, el crujido de las ramas secas. Si, es posible que yo también tenga mucho en lo que pensar. Deslizo los dedos sobre la pechera del tabardo, encendiendo la pipa y arrugando el entrecejo al exhalar el humo por la nariz.

- A veces creo que pierdes el tiempo - suspira el brujo, levantándose y estirándose la toga, mirando de cuando en cuando hacia las cabañas - pero si no lo hicieras, me resultaría raro. ¿Vamos adentro?

Niego levemente con la cabeza, y aparto los ojos del fuego para mirarle.

- No soy buena compañía esta noche, y yo no deseo ninguna. Duerme.

Un relámpago de desazón cruza por su rostro un instante, y luego chasquea la lengua con desdén, poniéndose en camino. Extiendo los dedos para bendecirle mientras le veo marchar.

- Estando tu hermana, intentaré no dormir - espeta, con cierto aire de ofensa. - Que te diviertas.

Sonrío a medias un momento y abro el vínculo un tanto, tratando de hacerle notar que no estoy preocupado ni triste, sólo reflexivo.

Me apetece estar solo. Y solo me quedo, dejando escapar un nuevo suspiro relajado esta vez y volviendo la vista al cielo, dejando que mis pensamientos se dispersen. Un leve murmullo resuena por alguna parte, como un arpa delicada de íntima musicalidad que me canta al oído. Dejo que el viento, el frío, la luz cambiante del firmamento y esa melodía me desnuden por dentro, llevándose los jirones del día y los días pasados, arrullándome en una calma que pocas veces me permito.

Un recuerdo se desliza en mi memoria al contemplar la aurora, una leyenda en la voz rasposa de un marinero viejo sentado en el muelle.

"La cola del zorro, le llaman los vrykul. Son las luces del norte. Nadie sabe qué son, pero asemeja una mancha de aceite de mil colores que no se deshace y destella en el cielo. Algunos dicen que son las armaduras de las valkyr, que reflejan el brillo celeste cuando ellas vuelan en el firmamento. Otros cuentan que un zorro corre por la inmensidad estelar y su cola agita los copos de nieve sobre las colinas, haciéndolos volar hacia el cielo, inflamados en llamas coloridas. Hay quien sale en busca del zorro para hacerle preguntas. Yo nunca lo he visto."

Parpadeo con el recuerdo, la mirada fija en lo alto. En algún momento me he puesto en pie y he salido al exterior, con la capa de piel de oso arrastrando sobre la nieve. No tengo nada que preguntarle al zorro, pero quizá el zorro quiera preguntarme algo a mí... y en cualquier caso, me gustaría verlo.

El susurro del viento en los oídos, el borboteo del agua en los campos lejanos, el arpa grave que canta canciones que conozco aunque nunca he escuchado antes. Y camino sobre la nieve, internándome en la tundra, siguiendo las luces del norte.

La nieve se hunde bajo mis pies, la escarcha y los copos se prenden en mis cabellos y en la barba, en la piel de la capa, mientras avanzo en la oscuridad azulada. La noche ártica no es negra, es azul como una profundidad marina. La luna y las estrellas se reflejan en el grueso manto de nieve eterna, que devuelve la luz pintada de añil; los montes y la escasa vegetación se recortan oscuros sobre el lienzo índigo.

Los bosques te enseñaron...


Parpadeo, frunciendo levemente el ceño. ¿Es mi voz en mi cabeza? ¿Es mi propio pensamiento? Quizá. Dejo que la voz recite su tonada, prestándole oídos, con los sentidos abiertos, receptivo, mientras camino siguiendo esa estela colorida en pos del zorro.

Los bosques te enseñaron sus canciones, los vientos te enseñaron... la nieve te cubrió con su pureza, el mar te dio su abrazo... 


Es el viento. Sonrío a medias y me cubro con la capucha al percibir la ventisca que se acerca, y el fuerte empujón y la caricia fría me hacen trastabillar por un momento.

- Deja de jugar - susurro a la nada, al aire gélido. Invoco a Elazel, que aparece fugaz, casi antes de que haya terminado de llamarla. Cabecea cuando monto sobre ella, y no la dirijo a ninguna parte, sólo dejo que galope a su capricho, con un trote medio y cambiante. Dejarse llevar no está tan mal algunas veces.

Y atravesamos las onduladas colinas, acechados por los ojos de la Plaga al Norte, en Enki'lah, atravesamos los pantanos y la serena llanura, sin prisa, con el paso exacto, fluyendo como el viento, la melodía, como el titilar de las lejanas estrellas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario