viernes, 9 de octubre de 2009

L - El elfo del parche


Parpadeo y me libero de la abstracción un instante, incómodo en la silla. Las velas se han consumido hasta la mitad, y la maldita planificación me había absorbido tanto que ni siquiera me he dado cuenta de la hora que es. Bostezo, frotándome un ojo y estiro la espalda, crujiendo el cuello. La armadura se me hace terriblemente pesada, de modo que me levanto en un silencio sepulcral y me la quito con cuidado, despacio para no hacer ruido.

La habitación está a oscuras a excepción del candelabro de la mesa, donde estaba sumergido en una dura decisión acerca de las funciones de los miembros confirmados para el asalto. La luz es un suave halo que apenas mantiene la estancia en una penumbra más cercana a la tiniebla y sólo permite plena visibilidad en el rincón. Es evidente que el suave destello no es una molestia para el brujo, que está roncando a pierna suelta con un murmullo parecido al ronroneo de los gatos.

Me pongo los pantalones de cuero y las botas flexibles, y cierro la guerrera sin mangas sobre la piel desnuda cuando aparto la camisa, abrochando las correas hasta arriba para tapar las cicatrices. No tengo sueño, y me apetece sentarme en esa alfombra de oso de abajo, fumarme el tabaco que he comprado en mi último viaje a trinquete y no pensar en nada por un instante, antes de regresar a dormir.

Cuando me echo la capa por encima, me siento un poco culpable por dejar solo al brujo. Es algo absurdo, pero no me hace mucha gracia abandonarle aquí, me acerco de puntillas en silencio y meneo la cabeza, mirándole. Está tirado boca abajo de cualquier manera, con el brazo izquierdo colgando hacia el suelo y la pipa aún entre los dedos, la ropa de cama arrugada en los pies y vestido con la toga y las hombreras. Un rayo de luna se cuela por la ventana y reposa sobre la boquilla de vidrio, destellando, como una estrella sentada cerca de la blanca mano de mi camarada. De alguna extraña manera, me parece muy indefenso ahora mismo, así que, como estoy seguro de que está profundamente dormido y no se va a enterar, le quito la pipa con cuidado y le arropo, colocándole el brazo sobre el colchón.

Me escurro sigiloso hacia la puerta, cojo la llave y salgo, cerrando delicadamente. Tras pensarlo un momento, cierro por fuera. Vale, no está bien encerrar brujos en tu cuarto, pero joder, mejor eso a que entre cualquiera y nos robe, o le maten mientras duerme, o algo así. ¿Verdad? Verdad. Pues ya está, no voy a sentirme mal. Bajo las escaleras, estirándome y rebuscando la petaca entre los ropajes, mientras Renée me observa con mirada cortante. Le sonrío. Los muertos no duermen, por supuesto.

Y cuando me voy a encaminar hacia el recodo donde las sillas aguardan en semicírculo a que me siente en ellas y frote los pies contra el suave pelaje de la alfombra, veo al elfo del parche. Un elfo joven, de largos cabellos blancos y aspecto cetrino y severo, que está sentado con la espalda erguida, un muerto alzado y perfectamente conservado que clava su único ojo en mí con un resplandor azulado, inmóvil como una estatua de alabastro en el rincón. Tiene las palmas de las manos sobre los muslos, viste con una larga toga de tonalidades oscuras, y una enorme espada reluciente, grabada con runas en la hoja, reposa a su lado, en contacto con su brazo.

La severidad de las facciones bien cinceladas, su absoluta ausencia de movimiento hasta el punto de que no respira y ese modo de sencillamente, estar ahí, sin prisa por nada ni por nadie, me confirman que el fulano está muerto. Arqueo la ceja, sintiéndome un poco tonto. Vale, tiene una gran pose y parece la escultura de un noble en su trono, ahí sentado sin hacer el menor gesto, pero no debería dejarme impresionar por esta imponente fachada.

- ¿Bebes? - Le tiendo la petaca, mientras me dejo caer con ligereza sobre el asiento contiguo y hundo bien los pies en el oso muerto. Joder, que ganas tenía.

Diría que es tan guapo como yo, si es que eso es posible, aunque su belleza es la de una figura muy bien tallada. Me estoy empezando a preguntar si no lo es cuando levanta una mano con extrema lentitud y sus labios pétreos se mueven.

- No, gracias. - El ojo azulado resplandece un instante, sin apartarse de mi, escrutándome como una daga de hielo que hurgase en mis entrañas. Su voz es plana, inexpresiva. Fría.

Joder con el muerto. Me encojo de hombros y desenrosco el tapón, dando un largo trago y observándole descaradamente mientras bostezo y me froto los párpados con el puño; tengo la vista cansada. No lleva tabardo ni ninguna insignia que le identifique como nada en absoluto, así que no tengo ni la más remota idea de quien es este tipo, pero tengo la vaga impresión de haberle visto antes.

- Este es un lugar de paz - me dice, y parece haber una advertencia implícita en sus palabras. Sé que Renée nos espía mientras disimula, afanándose en parecer una muerta que se hace el muerto en una taberna, quietecita de espaldas a nosotros, pero hasta las paredes están pendientes de nosotros. Como si aquí fuera a decidirse algo crucial y que no entiendo en absoluto.

- Ya lo he visto, ya. Por eso estoy aquí.
- A veces los que vienen a buscar la paz, turban la de aquellos que ya la han encontrado.
- Esperemos que no sea así en este caso. - sonrío de medio lado, dando un largo trago.

Estoy hablando a media voz, igual que él, y aguanto la insistente mirada sin arredrarme. Pero cuando saca la lengua y se lame los labios, con un gesto peculiar, se anuda una extraña incomodidad en mi garganta. Ha crispado los dedos, que reposaban lánguidos sobre sus piernas, y juraría que eso ha sido un ademán absolutamente lascivo. Joooooder con el muerto. Ojito con el muerto, Ahti.

- No sois oriundo de estas tierras señor...
- Albagrana. Rodrith Albagrana - me acomodo en el asiento, con una mezcla de alerta y curiosidad. - ¿Con quien tengo el honor de hablar?
- Loth'derel - esboza una sonrisa mecánica, sin rastro de sentimientos. - un insignificante habitante de la región.

Ya, claro. Y yo soy Lor'themar Theron. Esa simple afirmación, junto a las pintas que gasta el muerto, me bastan para llegar a la conclusión de que este tío es alguien importante, aunque aún no pueda concretarlo. Percibo la sombra a su alrededor, en su interior, pero no es un brujo ni un sacerdote. La espada rúnica me da una pista que aún no me atrevo a confirmar, mientras agito la petaca y cruzo los brazos, aparentando convincentemente seguridad y naturalidad. Aunque esté nervioso, sin saber por qué.

- Nadie es tan insignificante como dice ser.
- Ni tan importante como se cree. ¿A qué grupo pertenecéis vos, milord?
- Al de los tipos normales que beben bourbon.

La risa suena tan impostora en su boca como todo lo demás, no convence como una risa real, verdadera. Es solo una mala imitación de algo vivo, una carcasa animada de manera artificial... pero una carcasa impresionante. Coño, Ahti. No te dejes deslumbrar. Me hago el tonto convenientemente y finjo que no me entero de nada, riendo entre dientes con él.

- ¿Qué os trae por nuestras tierras, noble visitante?
- He venido a pescar.
- Oh, la pesca. Maravilloso. Dentro de dos días iré a Tuercespina, a la competición. ¿Puede que coincidamos allí?
- Lo dudo - arqueo la ceja - puede que coincidamos más aquí, para ser sincero.
- ¿Pensáis pasar mucho tiempo entre nosotros? - No finge mal, pero mira, ahí asoma un sentimiento. No parece que le guste la perspectiva de compañía, así que me dispongo a meterle el dedo en el ojo un poquito. En sentido figurado, claro. Sonrío exageradamente.
- Me ha gustado este sitio, sí. Es probable que me quede un tiempo. Espero que no se me contagie la muertez.
- Eso depende de vos, Lord Albagrana.

Sonrisa peligrosa. Uy, creo que le estoy molestando. Y no debería disfrutar con ello, pero lo hago, me revuelco en la sensación con toda complacencia, antes de levantarme y sacudirme la capa, echando el pelo hacia atrás.

- Soy un ser muy vital. No creo que tenga problemas al respecto. Buenas noches, Loth'derel.

Ya recuerdo a este tipo. Voy hacia la escalera con estudiada calma, con el ojo del tuerto pesándome sobre la espalda con una mirada pertinaz, bostezo fingidamente y asciendo con soltura, cambiando el gesto en cuanto quedo fuera del alcance de su vista. Me he cruzado al señor Loth'derel hace unos meses, en el ascensor de Shattrath. Vestido con armadura y una hoja rúnica a la espalda, un tabardo negro con una espada plateada en el centro y la misma expresión gélida al dirigir su rostro cubierto por el yelmo hacia mí, montado en un corcel esquelético.

Este tío no es ningún patán, es un guerrero, y un guerrero chungo. Así que ojito con el tuerto, Ahti... ojito con el tuerto.






*** Cumplimos cincuenta entradas! Y las cumplimos con la intervención de Lemgedith, que ya le llegaba la hora. Por otras cincuenta más, y que las disfrutéis, muchas gracias a todos por leer y por espolear mi creatividad, sabiendo que lo que hago no solo me gusta a mi, sino que también deleita vuestra avidez lectora. Que la Luz os guarde, y la factura sea baja! ***

XLIX - Exilio


Rémol - Otoño

La aldea permanece silenciosa, vacía, lóbrega. Nos detenemos y echamos un vistazo, mirando alrededor. No parece que haya demasiado movimiento, como siempre. Es un sitio discreto, hogar de renegados, que alguna vez nos ha acogido esporádicamente, pero que ahora tendrá que hacerlo una larga, muy larga temporada. Theron me sigue con la mirada.

Esto es territorio desconocido
Absolutamente. Somos extraños aquí


Asiento con la cabeza. Uno de los renegados pasa a mi lado, vestido con una armadura gruesa y observándome con sus ojos amarillentos y sin vida. Toda la aldea parece acecharnos con hostilidad, desde el alto torreón del concejo hasta los muros de los establos, el ambiente es inquietante y un tanto amenazador. Somos dos vivos en tierra de muertos.

Está cerca de los dominios de la Plaga. Es el lugar mas adecuado, dadas las circunstancias.

Elazel comienza a caminar al paso, sin necesidad de un solo movimiento por mi parte. Saludo respetuosamente a uno de los guardias, sintiendo con claridad cientos de miradas que nos examinan con desagrado desde las sombras y recorremos el pueblecito en silencio.

Meter aquí a toda la Guardia va a ser una puta locura
Tenemos que hacerlo. Ese asesino gilipollas nos persigue para matarnos por algo absurdo, y yo no puedo pisar la ciudad, con todo aquello de la orden.
Debiste avisarme para ver eso.
Ya volveremos otro día, y borrachos.


Theron me acompañó a Stratholme, donde el tabardo del fénix rojo ardió en la Llama Eterna. Aurius nos observaba sin entender muy bien lo que estaba pasando, pero empieza a acostumbrarse a mi presencia. Después de las incursiones suelo refugiarme en la capilla semiderruída, sentarme a su lado y hago preguntas, mientras él escucha o responde, hablándome de lo que a él le inculcaron, de su modo de ver la Luz, la Sombra, el mundo. Me habla de la fe y de las tres virtudes.

No me gusta tener que escondernos como ratas
No es escondernos como ratas. Es pura estrategia. Minimizar problemas, maximizar rendimiento. Aquí estamos cerca de Naxxramas, puedo incluso traer a Elive cuando Ivaine haya partido con el Alba, y trabajaremos mucho mejor que en ese nido de mierda de Putargenta.
... mira que eres radical, joder. A mi me sigue pareciendo huir.
No hay batalla mejor ganada que la que no ha sido librada. Dejemos que Fahades se divierta hasta que se canse.

No ha sido solo mi escandalosa renuncia a la Orden de los Caballeros de Sangre lo que ha propiciado este traslado. Un asesino a sueldo nos persigue para matarnos porque somos "sospechosos de trabajar en connivencia con el Azote", es para descojonarse. Tuvimos ocasión de parlamentar con el asesino y dos de sus amigos, que nos revelaron tontamente su nombre y sus intenciones, pero a pesar de que insistimos en que la acusación era una falacia, empezó a esgrimir estupideces, como asesinatos de niños y demás excusas que justificaban la necesidad de nuestro exterminio. Sí, es cierto, lo de Aniah es un peso denso en mi conciencia. Algo que terminaré cuando llegue el momento, pero aun así, sospecho que ese elfo simplemente ha sido engañado por alguien que no nos quiere bien. Bueno sí. Nos quiere bien muertos.

- Disculpad, Lord Renegado... - me acerco a uno de los mortacechadores, que aguarda armado hasta los dientes y me contempla como si fuera carne fresca. La luz lechosa de la luna y los astros inseguros destella suavemente sobre mi armadura, en mi cabello. Demasiado luminoso para este lugar, y no sólo en apariencia; detalle que no se le escapa al renegado. - Quisiera hablar con las nobles autoridades de esta zona, si gustáis indicarme dónde puedo hallarlas.

Me parece que su rostro demacrado esboza una mueca despectiva y socarrona cuando señala con un dedo hacia el concejo. Es huesudo y descarnado. Suspiro, asiento y le doy las gracias.

- No les encontrarás ahora, elfo. Es de noche. Ve mañana. - me indica con voz seca y rasposa.

Asiento y nos encaminamos hacia el Mesón La Horca. El aire es espeso y frío, transporta aromas de flores marchitas y tierra removida, todo el puto lugar huele como un jodido cementerio, pero no dejo que eso me afecte. No me apetece pensar en la muerte, aunque no haya elegido el mejor lugar para evitar eso.

- Mi reino por una jarra de bourbon - murmura el brujo, clavándole los talones a Desidia, que desaparece con un relincho disgustado. Elazel no necesita señal, basta querer desmontar y hacerlo para que ella se disuelva en resplandecientes luciérnagas doradas y rojizas.

Empujamos la puerta de madera y un tibio calor nos recibe, con el chisporroteo del fuego en la chimenea, mas allá de la breve escalinata. Saludo con la cabeza a los tres renegados que permanecen en el interior, casi agazapados en las esquinas; dos hombres y una dama. Observo sus rostros inquietantes mientras nos adentramos en la amplia estancia, que resulta acogedora a su bizarra manera. Muebles de encina, botellas en los estantes, amplias mesas y sillas normales - gracias a los dioses - en las que uno no siente la tentación de tumbarse y ponerse hasta el culo de maná.

Bien... Theron parece dispuesto a cambiar eso cuando saca su pipa de cristal y mira alrededor, no tan desalentado como cabría esperar en un elfo decadente de la capital. Al acercarme a la mujer pustulosa que aguarda junto a la barra, la alfombra de piel de oso que yace entre un grupo de asientos dispuestos en semicírculo al lado del mostrador de madera despierta una punzada de melancolía. "Elive, no le muerdas la oreja al oso". Mañana iré a ver a mi familia de nuevo. Pasar un solo día sin ellas es angustioso ahora.

- Buenas noches, Señora. ¿Podríamos hospedarnos aquí esta noche?

La mujer nos observa con claro rechazo, gruñe algo entre dientes en su idioma y conversa a voces con uno de los muertos alzados que asciende escaleras arriba.

- Las habitaciones son muy caras. Un oro por noche y persona. - espeta secamente. - No vendemos alcohol, y la comida que hay es la que hay. Nada de escándalos, respetad la paz de los muertos. Esto no es el lupanar descerebrado del que provenís, elfos.

La última palabra suena como una maldición, y los restos de sus dientes podridos dejan escapar el aire fétido del aliento putrefacto hacia mi rostro. Sin embargo, no me arredro. Theron se ha quedado de piedra con la pipa entre las manos ante la espantosa certeza de que tendrá que comprar el bourbon en Lunargenta, pero no dice una palabra y se mantiene un par de pasos detrás mía, aguardando, mientras hablo.

- Venimos buscando paz y sin intención de resultar una molestia, señora. Pagaremos por esa habitación.

Se mete detrás del mostrador y deja un libro polvoriento sobre la superficie de madera pulida con un golpe malhumorado, abriéndolo y mirándonos de tal manera que me da la sensación de que está apuñalándome mentalmente. Absolutamente acogedor.

- Nombres
- Ahti Albagrana y Theron Solámbar - carraspeo. - ¿Y el vuestro?

Deja de escribir parsimoniosamente sobre el libro de registros y levanta la cabeza cual si le hubiera mentado a la madre. Theron se ríe en silencio, y yo esbozo una sonrisa convincente y cordial, que entre los renegados sospecho que no causará el efecto deseado. Tras largos segundos de silencio, vuelve a su labor.

- Renée - Cierra el libro y descuelga una llave que arroja de cualquier manera en la barra. - El pago por adelantado. Subiendo la escalera, la última a la derecha, después de la sala de lectura.

Mira, tienen hasta sala de lectura.
Si, que emocionante, ¿verdad? Paga, anda, que mañana te lo doy.


- Gracias, Renée - inclino la cabeza y recojo la llave, reprimiendo la tentación de preguntarle si las sábanas están limpias, o si está permitido mear por la ventana. Tampoco es cuestión de tentar a la suerte, a juzgar por el ambiente. Theron se adelanta y deja las monedas en la mesa, para encaminarnos escaleras arriba posteriormente. Renée nos observa con infinita suspicacia, y antes de desaparecer en el rellano la escucho repetir: "¡Nada de escándalos, elfos!"

- Que pesadita - murmuro, cruzando una amplia estancia con sillas, una mesa y un par de librerías. - Esto va a ser interesante.
- Creerá que estamos liados - Theron se ríe entre dientes cuando abro la puerta del fondo. La llave entra, así que parece que no me he equivocado, y resoplo indignado.
- Si eso es cierto, es que los gusanos se le han comido los ojos. Contigo puede haber dudas, pero yo no tengo pinta de desviado.
- Qué susceptible te pones cuando se duda de tu virilidad.

El muy imbécil sigue riéndose suavemente cuando empujo la puerta y la estancia oscura se abre ante nosotros. Alargo la mano para encender los candelabros con un destello de luz y asiento con la cabeza, satisfecho con lo que veo. El suelo de madera parece viejo y mal encerado, pero está más limpio que muchos de los lugares en los que he dormido. Hay una pequeña mesa con dos sillas en una esquina y un armario en la otra, estanterías y una cómoda. Y dos camas, gracias a los dioses.

- Me pido esta.

El brujo sale corriendo hacia la de la derecha, arrancándome una sonrisa ante su espontaneidad algo infantil, y se arroja sobre el colchón en plancha, con la pipa entre los dientes, mientras dejo las armas y reviso la estancia con más interés. La ventana da a la parte posterior de la aldea, las sábanas no parecen tener chinches.

- Igual no ha sido tan mala idea - arqueo la ceja y cierro la puerta, acercándome a la mesa y dejando las bolsas en ella, extrayendo los pergaminos donde llevo los registros de la campaña.

Theron se queda fumando hasta que el sueño inquieto le atrapa, y yo me dejo absorber por las fantasías de batalla y las imágenes de combate mientras las horas discurren, garabateando las posibles estrategias sobre una hoja limpia, calculando suministros, armamento, costes, cuántos soldados nos faltan y todos esos aspectos de la guerra que, aun siendo algo tediosos, están revestidos de la fascinación de saber que si los tienes controlados, la victoria está en tu mano.

XLVIII - Ruptura


Ciudad de Lunargenta - Principios de otoño

Camino hacia el cuartel de los Caballeros de Sangre, con el tabardo en las manos. Los edificios parecen cernirse sobre mí, escupiéndome la grandeza de sus murallas, el reflejo ostentoso de sus cristaleras, la belleza blanca y estéril de sus muros. No les presto atención, como tampoco lo hago a los viandantes que se cruzan conmigo y en ocasiones me arrojan una mirada inquieta. Sé que mi gesto es tenso y los ojos me brillan demasiado.

Mientras acorto la distancia que me separa del centro de mando, recuerdo a Seltarian. Era un elfo alto, de maneras suaves y voz vibrante y veraz, un guerrero consciente, que había recibido las bendiciones de la Luz y las ejercitaba con prudencia y conocimiento, con sabiduría. Miro de soslayo a Lord Vranesh cuando pasa a mi lado sobre su montura, altivo y pagado de sí mismo, con su armadura roja y negra y una expresión de suficiencia en el rostro cuando se vuelve hacia mí.

- Ni siquiera la Luz puede resistirse a la fuerza de nuestra voluntad - exclama un guardia a su paso, saludándole con respeto y gesto firme.

"Necios... hatajo de idiotas", me digo al escucharle.

Hoy es el día de mi nombramiento. No acepté las tres primeras veces, pero el último mensaje era casi un ultimátum. "Acudid con el uniforme reglamentario, la insignia y el tabardo, para adquirir los conocimientos finales y ser nombrado Caballero de Sangre. La ausencia será considerada una renuncia a la Orden." La verdad es que podía haberme quedado y proseguir con mis actividades, sí, pero no estoy dispuesto a marcharme en silencio. Soy plenamente consciente de lo que esto significa y de las consecuencias que va a tener. Es posible que no vuelva a poder pisar esta ciudad, pero tampoco es que me importe demasiado. Al pasar junto al pequeño parque y la fuente cristalina, recuerdo haberme sentado allí con Aricia en alguna ocasión.

- Salve.

Uno de los celadores del Centro de Mando me saluda, y hago otro tanto, un movimiento leve pero firme. A cada paso hacia el interior, hacia mi destino y mi voluntad, un recuerdo me acompaña. El de todos aquellos cuyas palabras me han hecho comprender, sin que ellos lo sepan, dónde está mi sitio, qué es lo verdadera y absolutamente correcto.

"Los que utilizamos la sombra debemos doblegarla y malearla a nuestra voluntad", es la voz de Theron Solámbar, la sombra que me ayuda a percibir la Luz, a contrastarla y aprender más sobre su naturaleza, sobre mí mismo. "pagamos un precio por ello, por todo lo que hacemos. Hay que domarla como un animal salvaje, y no hacerlo significa la perdición."

"El camino del Soldado de la Luz es el mismo camino de la Luz. Ambos son aliados, no hay esclavitud en ello, sino plena libertad... y absoluta responsabilidad. El soldado es el canalizador que la acoge, la filtra y le da forma, pero su voluntad no es capricho, es armonía", es la voz de mi maestro, serena y siempre veraz. "Tu voluntad y la voluntad de la Luz deben concordar, y el camino se abrirá con claridad ante tus ojos. Respétala, como ella nos respeta. Respétala, y respétate a ti mismo, ten fe en ella como has de tenerla en ti."

Los jóvenes adeptos me saludan al pasar. Respondo a cada uno casi por inercia, con la mente hirviendo de convicción y sed de justicia, el gesto contenido. Me parece oír el eco de mis pasos resonando intensamente, el último trayecto, cuando llego ante mi instructor. Bachi me observa, ladeando la cabeza y con expresión pensativa, antes de asentir. Alto y firme, con esa suave ironía y un amago de tristeza y reconocimiento en la media sonrisa que me brinda, su armadura tintinea cuando se cuadra, irguiéndose ligeramente y mirándome desde arriba.

- Tiempo sin verte, Albagrana.
- Así es.
- La última lección.

Asiento, severo y firme. No le he saludado ni me he inclinado ante él, y sin embargo, aunque el ambiente es grave entre los muros labrados, acogidos por el anaranjado resplandor de los blandones ardientes, no hay enfrentamiento entre nosotros, ni lo habrá. Ha sido mi instructor por largo tiempo, nunca me ha juzgado y ha dejado que saque mis propias conclusiones de cuanto he aprendido de él. Y esto solo es el resultado de eso... nada más. Ambos lo sabemos, y sé que hay rectitud en este elfo. Por un instante, durante el breve suspiro en el que nos miramos, silenciosos, me pregunto si él aprueba lo que yo condeno, si alguna vez le he visto exprimiendo al Naaru que yacía en las profundidades, si el brillo que ha menguado en sus ojos y no en los míos se debe a la falta de la fuente de Luz o a la comprensión de haber transitado un sendero erróneo.

- El camino de la retribución es el castigo de nuestros enemigos - me dice, sin apartar los ojos de los míos. - siempre lo has sabido. Sin embargo, también te has instruido en las artes de la sanación... ¿acaso estás manejando las dos escuelas?

Sonrío a medias.

- Estoy manejando la Luz, eso es todo. - replico, alzando la barbilla. - La Luz que alivia también puede golpear, la luz que condena también puede perdonar. Siempre se me ha enseñado que damos forma a la Luz con nuestra voluntad, y eso es lo que he hecho.

Me observa, algo confuso, y me hace una señal hacia la puerta, poniéndome la mano en el hombro.

- Nada puede protegernos de la Luz. Con M'uru hemos aprendido que su sabor puede ser dulce, pero que también ella entiende de justicia y de venganza - me dice, mientras caminamos. - Si tus convicciones son firmes y tu fin es justo, podrás invocarla y dejar que descienda sobre ti en un torrente de poder elevado. No has de manipular este hechizo, sólo abrirte por completo y dejar que entre en tu interior.

Asiento, mientras descendemos la escalera de muros prendidos con luminarias azules. Cuando llegamos a las dependencias subterráneas, ahí está él. Solanar Sangre Colérica, engreído y tenso, evidentemente echa de menos al naaru a quien estrujaba a diario. No olvido lo que él me ha enseñado, claro que no. También el Lord Caballero Sangrevalor aguarda, con cierta displicencia. Mi instructor se coloca frente a mí y empuña la corcesca, observándome con seriedad.

- Demuéstrame de qué eres capaz, Ahti.

La concentración acude al instante. El aura despierta sólo con una breve decisión en mi conciencia, apenas necesito murmurar el sello adecuado, que destella a mi alrededor, envolviéndome al instante, la bendición es un instinto ya casi mecánico. Sonrío a medias cuando entrecierra los ojos, sorprendido por la curiosa combinación previa, tratando de adivinar mi estrategia de combate.

- Sanador con arma de dos manos... - arquea la ceja. - No pecaré de orgullo al considerarlo una estupidez.
- No lo hagas, buen maestro. Estoy preparado.

Sus invocaciones son rápidas y gesticula, enuncia los hechizos, sus ojos verdeantes brillan. Es evidente el esfuerzo que requiere, ahora que M'uru no está ahí para ser exprimido, pero es un campeón, un gran guerrero.

- ¡Anar'alah belore! - exclama, cuando se arroja sobre mí.

Es un camino largamente transitado. A lo largo de las campañas en Stratholme, en las tierras bajo el dominio del Exánime, la Luz me ha mostrado un atisbo de su complejidad, y me entregué a experimentarla hasta que conseguí optimizar el combate. El sello cae sobre mí, estremeciéndome y haciendo que me hierva la sangre como una descarga eléctrica, al tiempo que sentencio el mío y retrocedo, extendiendo la mano.

El estallido es audible. Un látigo de luz, potente y doloroso, hace gruñir a mi instructor, mientras me muevo, alejándome de él. La rueda gira. Todo es sencillo. Se tambalea mientras intenta invocar, y trastabillea desorientado. Llevo la maza sujeta con una sola mano, los dedos cerrados en medio del asta, la otra abierta hacia delante, y la energía sagrada, tintineante, cálida y casi abrasadora se enreda entre mis dedos, me inunda desde el interior, destella en mi propia mirada, haciendo que todo parezca claro, transportando a mi pensamiento veloz cada detalle de la realidad.

Vuelvo a sentenciar. Me acerco en una rápida carrera para consagrar el suelo bajo sus pies, entrechocando los metales un instante cuando adelanto mi arma para golpearle y la detiene contra su corcesca, pero en lugar de pararme ahí y tratar de encontrar el impacto, me alejo de nuevo, y el látigo de la justicia le golpea una vez más, haciéndole convulsionar, con la mirada sorprendida y desencajada.

- ¿Qué... qué demonios? - Se apoya en el arma de asta, mientras hago otro tanto. Ha desatado sobre mí la luz corrupta, el sello personal de los caballeros de sangre, que aún me escuece en las venas y me provoca un jadeo leve. - Tus hechizos de luz son mucho más potentes que los de un sanador.

Ambos nos detenemos y miro alrededor, asintiendo levemente, jadeando. Los dos Caballeros del Centro de Mando nos observan, murmurando entre sí, como jueces implacables.

- El choque sagrado es menos potente como ataque en los sanadores. - explico a media voz - Su manipulación de la luz está inclinada por una voluntad de uso defensivo. Igual sucede con los sellos en los combatientes de la escuela de la retribución. Al priorizarse la fuerza sobre el dominio de la Luz, ésta se manifiesta con menos intensidad.
- Estás combinando ambas escuelas enfocadas de una manera agresiva - afirma mi instructor, asintiendo levemente. - Has potenciado tu rendimiento en el hechizo y extrapolado aquello que te resulta útil para el ataque... pero ¿cómo te defiendes?
- Sanándome e intentando que no me alcancen... aunque generalmente, los combates no duran tanto.

Suelta una carcajada y me río entre dientes, mientras menea la cabeza, volviéndose hacia Solanaar.

- Está preparado. - Bachi me palmea el hombro y se retira a un lado, y Lord Sangre Colérica se me acerca, cruzando los brazos sobre el pecho y arqueando la ceja con desprecio mal disimulado.
- Ponte el tabardo y dame la insignia. Vamos a investirte. Supongo que recuerdas el juramento, así que recítalo.

Estamos solos en la amplia sala circular. Mi instructor me observa con curiosidad, dejando a un lado la corcesca antes de ascender de nuevo hacia su posición en la planta alta, subiendo la escalera, y yo asiento, en pie, mirando a Solanar y Sangrevalor con un destello de desafío en los ojos, mientras le pongo el broche en la mano, estrujando en la otra el tabardo negro y rojo.

- Juro proteger y servir a mi pueblo y mi raza, a la Ciudad de Lunargenta y el Reino de Quel'thalas... - comienzo, casi rechinando los dientes. - mantener mi voluntad firme y no hacerla imperar sobre la Luz, sino ser uno con ella...

Fruncen el ceño al escuchar cómo he variado el juramento, mirándome con extrañeza, que da paso a evidente hostilidad, y la ira hace palidecer sus rostros, al tiempo que invoco el nuevo hechizo, la Cólera Vengativa... un resplandor intenso que se extiende a mi espalda, que me imbuye de renovada convicción y una agresividad que me será difícil contener hoy.

- Juro proteger y servir a todos los pueblos y todas las razas, igual que a la mía, si el combate es en esencia justo y necesario... aprender de lo vivido y buscar la verdad, sin dejar que el orgullo me domine, que la desesperación me haga caminar de espaldas a aquello que es correcto y no dejarme nunca cegar.

Retroceden y se miran, y cuando van a salir corriendo a por las armas y llamar a la guardia, sujeto de la pechera al hijo de la gran puta que un día me golpeó... por quien me dejé engañar.

- Te agradezco que me mostraras la verdad. Si no fuera por ti, habría cometido un terrible error - le digo, agitando el tabardo ante sus ojos, impasible ante sus forcejeos y los gritos iracundos que salen de sus labios carnosos como gusanos. - Este tabardo arderá en la llama que tú quisiste apagar.

Antes de soltarle, me concedo el inmenso placer de soltarle un puñetazo en plena cara, seguido de un escupitajo.

- No sois maestros de la verdadera luz. No sois una mierda... no sois nada.

Mientras salgo a todo correr del edificio, ascendiendo a la carrera, perseguido por aquellos que un día me daban órdenes y pasando ante los ojos sorprendidos de viejos conocidos y antiguos compañeros, las voces encolerizadas resuenan en los pasillos, llamándome traidor, sublevado, escoria, y demás insultos que me llenan de un enfermizo placer. La energía sagrada que he invocado ha dado forma a un par de alas luminosas a mi espalda, doradas y tintineantes, pero prefiero no preguntarme si me servirán para volar y salir por la puerta como un proscrito, empujando a algunos caballeros y girándome a medias, sin detenerme, para disculparme.

Al cruzar la entrada y montar en Elazel, que aparece casi por sí sola junto a mi, el que fuera mi instructor me observa junto a uno de los guardias, de brazos cruzados. Nuestras miradas se cruzan, escucho que dice algo al centinela, que ya estaba a punto de salir tras de mi. Este se detiene, le mira y me mira. El Campeón Bachi sonríe a medias y ambos inclinamos la cabeza a la vez, antes de marcharme al galope hacia el orbe de comunicación, sin mirar atrás. Y recuerdo las palabras de Ivaine, a cada paso del precipitado galope de la yegua invocada, que no necesita palabras, riendas ni arengas para precipitarse hacia adelante con la única guía de mi determinación.

"Qué mas da lo que seas, paladín o caballero de sangre o ninguna de las dos cosas. Lo importante es lo que haces con la bendición que tienes. Ser un paladín no es algo exacto... los hay que poseen los dones de la Luz y se comportan como verdaderos monstruos, como Theod. Convierten esa palabra en algo vacío, indigno y aberrante. No le des vueltas. Sigue haciendo lo que crees que es correcto, y ya descubrirás con el tiempo quién es Rodrith Albagrana"