viernes, 9 de octubre de 2009

XLIX - Exilio


Rémol - Otoño

La aldea permanece silenciosa, vacía, lóbrega. Nos detenemos y echamos un vistazo, mirando alrededor. No parece que haya demasiado movimiento, como siempre. Es un sitio discreto, hogar de renegados, que alguna vez nos ha acogido esporádicamente, pero que ahora tendrá que hacerlo una larga, muy larga temporada. Theron me sigue con la mirada.

Esto es territorio desconocido
Absolutamente. Somos extraños aquí


Asiento con la cabeza. Uno de los renegados pasa a mi lado, vestido con una armadura gruesa y observándome con sus ojos amarillentos y sin vida. Toda la aldea parece acecharnos con hostilidad, desde el alto torreón del concejo hasta los muros de los establos, el ambiente es inquietante y un tanto amenazador. Somos dos vivos en tierra de muertos.

Está cerca de los dominios de la Plaga. Es el lugar mas adecuado, dadas las circunstancias.

Elazel comienza a caminar al paso, sin necesidad de un solo movimiento por mi parte. Saludo respetuosamente a uno de los guardias, sintiendo con claridad cientos de miradas que nos examinan con desagrado desde las sombras y recorremos el pueblecito en silencio.

Meter aquí a toda la Guardia va a ser una puta locura
Tenemos que hacerlo. Ese asesino gilipollas nos persigue para matarnos por algo absurdo, y yo no puedo pisar la ciudad, con todo aquello de la orden.
Debiste avisarme para ver eso.
Ya volveremos otro día, y borrachos.


Theron me acompañó a Stratholme, donde el tabardo del fénix rojo ardió en la Llama Eterna. Aurius nos observaba sin entender muy bien lo que estaba pasando, pero empieza a acostumbrarse a mi presencia. Después de las incursiones suelo refugiarme en la capilla semiderruída, sentarme a su lado y hago preguntas, mientras él escucha o responde, hablándome de lo que a él le inculcaron, de su modo de ver la Luz, la Sombra, el mundo. Me habla de la fe y de las tres virtudes.

No me gusta tener que escondernos como ratas
No es escondernos como ratas. Es pura estrategia. Minimizar problemas, maximizar rendimiento. Aquí estamos cerca de Naxxramas, puedo incluso traer a Elive cuando Ivaine haya partido con el Alba, y trabajaremos mucho mejor que en ese nido de mierda de Putargenta.
... mira que eres radical, joder. A mi me sigue pareciendo huir.
No hay batalla mejor ganada que la que no ha sido librada. Dejemos que Fahades se divierta hasta que se canse.

No ha sido solo mi escandalosa renuncia a la Orden de los Caballeros de Sangre lo que ha propiciado este traslado. Un asesino a sueldo nos persigue para matarnos porque somos "sospechosos de trabajar en connivencia con el Azote", es para descojonarse. Tuvimos ocasión de parlamentar con el asesino y dos de sus amigos, que nos revelaron tontamente su nombre y sus intenciones, pero a pesar de que insistimos en que la acusación era una falacia, empezó a esgrimir estupideces, como asesinatos de niños y demás excusas que justificaban la necesidad de nuestro exterminio. Sí, es cierto, lo de Aniah es un peso denso en mi conciencia. Algo que terminaré cuando llegue el momento, pero aun así, sospecho que ese elfo simplemente ha sido engañado por alguien que no nos quiere bien. Bueno sí. Nos quiere bien muertos.

- Disculpad, Lord Renegado... - me acerco a uno de los mortacechadores, que aguarda armado hasta los dientes y me contempla como si fuera carne fresca. La luz lechosa de la luna y los astros inseguros destella suavemente sobre mi armadura, en mi cabello. Demasiado luminoso para este lugar, y no sólo en apariencia; detalle que no se le escapa al renegado. - Quisiera hablar con las nobles autoridades de esta zona, si gustáis indicarme dónde puedo hallarlas.

Me parece que su rostro demacrado esboza una mueca despectiva y socarrona cuando señala con un dedo hacia el concejo. Es huesudo y descarnado. Suspiro, asiento y le doy las gracias.

- No les encontrarás ahora, elfo. Es de noche. Ve mañana. - me indica con voz seca y rasposa.

Asiento y nos encaminamos hacia el Mesón La Horca. El aire es espeso y frío, transporta aromas de flores marchitas y tierra removida, todo el puto lugar huele como un jodido cementerio, pero no dejo que eso me afecte. No me apetece pensar en la muerte, aunque no haya elegido el mejor lugar para evitar eso.

- Mi reino por una jarra de bourbon - murmura el brujo, clavándole los talones a Desidia, que desaparece con un relincho disgustado. Elazel no necesita señal, basta querer desmontar y hacerlo para que ella se disuelva en resplandecientes luciérnagas doradas y rojizas.

Empujamos la puerta de madera y un tibio calor nos recibe, con el chisporroteo del fuego en la chimenea, mas allá de la breve escalinata. Saludo con la cabeza a los tres renegados que permanecen en el interior, casi agazapados en las esquinas; dos hombres y una dama. Observo sus rostros inquietantes mientras nos adentramos en la amplia estancia, que resulta acogedora a su bizarra manera. Muebles de encina, botellas en los estantes, amplias mesas y sillas normales - gracias a los dioses - en las que uno no siente la tentación de tumbarse y ponerse hasta el culo de maná.

Bien... Theron parece dispuesto a cambiar eso cuando saca su pipa de cristal y mira alrededor, no tan desalentado como cabría esperar en un elfo decadente de la capital. Al acercarme a la mujer pustulosa que aguarda junto a la barra, la alfombra de piel de oso que yace entre un grupo de asientos dispuestos en semicírculo al lado del mostrador de madera despierta una punzada de melancolía. "Elive, no le muerdas la oreja al oso". Mañana iré a ver a mi familia de nuevo. Pasar un solo día sin ellas es angustioso ahora.

- Buenas noches, Señora. ¿Podríamos hospedarnos aquí esta noche?

La mujer nos observa con claro rechazo, gruñe algo entre dientes en su idioma y conversa a voces con uno de los muertos alzados que asciende escaleras arriba.

- Las habitaciones son muy caras. Un oro por noche y persona. - espeta secamente. - No vendemos alcohol, y la comida que hay es la que hay. Nada de escándalos, respetad la paz de los muertos. Esto no es el lupanar descerebrado del que provenís, elfos.

La última palabra suena como una maldición, y los restos de sus dientes podridos dejan escapar el aire fétido del aliento putrefacto hacia mi rostro. Sin embargo, no me arredro. Theron se ha quedado de piedra con la pipa entre las manos ante la espantosa certeza de que tendrá que comprar el bourbon en Lunargenta, pero no dice una palabra y se mantiene un par de pasos detrás mía, aguardando, mientras hablo.

- Venimos buscando paz y sin intención de resultar una molestia, señora. Pagaremos por esa habitación.

Se mete detrás del mostrador y deja un libro polvoriento sobre la superficie de madera pulida con un golpe malhumorado, abriéndolo y mirándonos de tal manera que me da la sensación de que está apuñalándome mentalmente. Absolutamente acogedor.

- Nombres
- Ahti Albagrana y Theron Solámbar - carraspeo. - ¿Y el vuestro?

Deja de escribir parsimoniosamente sobre el libro de registros y levanta la cabeza cual si le hubiera mentado a la madre. Theron se ríe en silencio, y yo esbozo una sonrisa convincente y cordial, que entre los renegados sospecho que no causará el efecto deseado. Tras largos segundos de silencio, vuelve a su labor.

- Renée - Cierra el libro y descuelga una llave que arroja de cualquier manera en la barra. - El pago por adelantado. Subiendo la escalera, la última a la derecha, después de la sala de lectura.

Mira, tienen hasta sala de lectura.
Si, que emocionante, ¿verdad? Paga, anda, que mañana te lo doy.


- Gracias, Renée - inclino la cabeza y recojo la llave, reprimiendo la tentación de preguntarle si las sábanas están limpias, o si está permitido mear por la ventana. Tampoco es cuestión de tentar a la suerte, a juzgar por el ambiente. Theron se adelanta y deja las monedas en la mesa, para encaminarnos escaleras arriba posteriormente. Renée nos observa con infinita suspicacia, y antes de desaparecer en el rellano la escucho repetir: "¡Nada de escándalos, elfos!"

- Que pesadita - murmuro, cruzando una amplia estancia con sillas, una mesa y un par de librerías. - Esto va a ser interesante.
- Creerá que estamos liados - Theron se ríe entre dientes cuando abro la puerta del fondo. La llave entra, así que parece que no me he equivocado, y resoplo indignado.
- Si eso es cierto, es que los gusanos se le han comido los ojos. Contigo puede haber dudas, pero yo no tengo pinta de desviado.
- Qué susceptible te pones cuando se duda de tu virilidad.

El muy imbécil sigue riéndose suavemente cuando empujo la puerta y la estancia oscura se abre ante nosotros. Alargo la mano para encender los candelabros con un destello de luz y asiento con la cabeza, satisfecho con lo que veo. El suelo de madera parece viejo y mal encerado, pero está más limpio que muchos de los lugares en los que he dormido. Hay una pequeña mesa con dos sillas en una esquina y un armario en la otra, estanterías y una cómoda. Y dos camas, gracias a los dioses.

- Me pido esta.

El brujo sale corriendo hacia la de la derecha, arrancándome una sonrisa ante su espontaneidad algo infantil, y se arroja sobre el colchón en plancha, con la pipa entre los dientes, mientras dejo las armas y reviso la estancia con más interés. La ventana da a la parte posterior de la aldea, las sábanas no parecen tener chinches.

- Igual no ha sido tan mala idea - arqueo la ceja y cierro la puerta, acercándome a la mesa y dejando las bolsas en ella, extrayendo los pergaminos donde llevo los registros de la campaña.

Theron se queda fumando hasta que el sueño inquieto le atrapa, y yo me dejo absorber por las fantasías de batalla y las imágenes de combate mientras las horas discurren, garabateando las posibles estrategias sobre una hoja limpia, calculando suministros, armamento, costes, cuántos soldados nos faltan y todos esos aspectos de la guerra que, aun siendo algo tediosos, están revestidos de la fascinación de saber que si los tienes controlados, la victoria está en tu mano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario