sábado, 26 de septiembre de 2009

XXVIII - Traición

Lunargenta - Invierno

Soy una persona sencilla. Hay cosas que me gustan, cosas que no me gustan, cosas que amo y defiendo y cosas que odio tanto que me hacen hervir la sangre. Bien, quizá un pelín extremista y un tanto pasional, no lo descarto si me evalúo con absoluta sinceridad. Sin embargo he convivido ciento treinta largos años conmigo mismo y hay una certeza que tengo muy clara.

No soporto la traición


Hay quien considera un acto de astucia y de gran inteligencia cosas como esta. Sin embargo, mientras cabalgo a toda velocidad, con el mensaje de la Guardia en el bolsillo, no son ese tipo de virtudes las que estoy dispuesto a valorar. Elazel parece quemar la hierba a su paso, resuella pero avanza con toda la velocidad que es capaz de alcanzar. Miro al horizonte, tratando de acortar las distancias hasta la antigua Lordaeron, sin prestar atención a los árboles que comienzan a perder su tono enfermizo para tornarse de un verde pálido en los lindes del camino.

La rabia contenida arde en las articulaciones de mis dedos mientras valoro y sopeso las consecuencias de lo que ha sucedido, sujetando mis propias riendas para no extraer conclusiones precipitadas. Tiene que haber una explicación, y no voy a emitir juicios precipitados. No hasta escuchar lo que los Lobos Sanguinarios tienen que decir.

Por eso, cuando llego a la Taberna del Frontal y me encuentro con los combatientes aliados, aguardando en el piso de abajo, no me cuesta refrenar la agresividad en mis palabras. Casi arranco las cortinas al apartarlas, recorro al grupo con la mirada. Conozco a algunos, a otros no. El tauren, Rukham, es uno de los más moderados según mi experiencia, así que me fijo en él, obviando la evidente hostilidad que encuentro en los demás rostros.

- ¿Donde está Rashe?

Silencio. Un silencio denso, que puedo cortar con la espada como si fuera mantequilla espesa. Conozco estos jodidos silencios, y sé que no espera nada agradable cuando los pasos que descienden la rampa apresuradamente lo quiebran y la mirada hirviente de la elfa se posa sobre mí.

Tiene el cabello revuelto y le chispean los ojos, aprieta los dientes. La he visto así otras veces. Así es como mira a sus enemigos. Me cago en la puta, esto no puede ser verdad. Hay que arreglar este desastre como sea.

- Eres muy atrevido al presentarte aquí, así, y solo, después de que uno de tus hombres haya asesinado a una de nuestras hermanas, Albagrana. - escupe, cortante.

- La información que he recibido es justo la contraria, Rashe. La Guardia afirma que has sido tú quien ha disparado por la espalda a uno de mis hombres. ¿Qué hay de cierto en eso?

Intento que mi voz suene suave y conciliadora, pero no puedo evitar que sea distante. Varios metros nos separan. Ella se aferra a la barandilla y todos los ojos están fijos en nosotros. Esto parece un duelo... y no lo es. No para mí. Un regusto amargo se extiende en mi garganta al percibir la desconfianza de la Hermana del Lobo, y despierta ira y despecho, breves destellos furiosos, abrasadores, que tensan mi mandíbula y bombardean en mi cabeza con pensamientos de rencor y decepción.

"Desconfías de mi, ¿cómo puedes desconfiar de mi? Después de todo lo que hemos pasado, después de tanto como he abierto hacia ti, ¿cómo puedes desconfiar de mi?", y no puedo reprimirlos. Escucho el lento discurrir de las cadenas, de los puentes tendidos que vuelven a levantarse, de la fortaleza que se cierra.

- Así es. Disparé por la espalda a un asesino de TU orden. ¿Qué tienes TÚ que decir a eso, Albagrana? ¿Así es como actúa la Guardia, mermando lentamente a sus aliados para luego destruirlos?

- Deja de decir estupideces. No eres ninguna boba, no te comportes como tal. - y ahora sí, ahora sé que no estoy siendo amable. - Si quisiera destruir a tu grupo de mercenarios no lo haría enviando asesinos de MI orden. ¿Vas a decirme lo que ha pasado, o me quedo con la versión de mis soldados?

- Esa es la que deberías aceptar, si en verdad eres líder de la Guardia. ¿Qué haces aquí, por qué no estás con ellos? No eres bienvenido.

Arqueo la ceja. La rabia ya me ha dominado y me muerde los talones. Nunca he entendido por qué cuanto más furioso estoy con más frialdad me comporto, pero así es como es, cuando me acerco a la elfa unos pasos y la miro, atravesándola con los ojos. La apuñalaría aquí mismo sólo por preguntar eso.

- A diferencia de vosotros, yo sé lo que es un aliado. Yo sé lo que significa otorgar a un aliado el beneficio de la duda, más aún con los largos combates que llevamos a nuestras espaldas. Estoy aquí para aclarar las circunstancias de este suceso sin dar lugar a una guerra entre las dos hermandades, cosa que al parecer a vosotros os importa poco. Y como ejecutora de los Lobos, si realmente te importara su bienestar, tú querrías lo mismo.

Se marcha escaleras arriba, resoplando, y la sigo sin hacer caso de los rostros que se vuelven hacia mí, devanándome los sesos.

No se trata solo de la Alianza. No se trata de la Guardia y los Lobos. Esto va mucho más allá. Cada gesto y expresión de Rashe van almacenándose en mi memoria, claros y cristalinos. Sé que no los olvidaré, porque la decepción es algo que me acompaña constantemente y pocas veces soy capaz de olvidar. Solucionaré este conflicto, lo haremos, sí, pero hay heridas que no se curan. Una persona ha muerto, la otra yace moribunda en el lecho del piso superior. Y una puerta se ha cerrado a cal y canto. Sé, desde este preciso momento, que nada volverá a ser lo mismo.


- Aquí tienes lo que ha hecho tu chico, Ahti - espeta, cortante, señalando a la elfa que está tumbada sobre la cama. Tiene una herida abierta, de arma blanca, probablemente una daga. Pero además está pálida, tiembla y tiene fiebre, el sudor perla su frente.
- ¿Quién ha sido?
- Un joven mago. Rubio, bajito, pusilánime. Le disparé cuando intentaba huir.

El mago. Ah si... el mago al que perseguía un diablillo, sé quien es. Celesi. Entró hace poco. Deodara le encontró en Tuercespina, si no recuerdo mal.

- ¿Disparaste a matar?

No la miro mientras hablo, solo observo a la muchacha que yace en la cama, y cuando canalizo la Luz para sanarla, el brazo férreo de un elfo con un arco a la espalda me detiene. De nuevo miradas agresivas. "Sois todos gilipollas, todos", me digo, aguantando, conteniendo, apretando las sogas en torno a la bestia que empieza a despertarse en mí. Bajo las manos, deteniendo la Luz que se arremolinaba en mis dedos.

- Disparé a un asesino.
- Un presunto asesino, a quien ahora no podremos interrogar. ¿No pudiste apuntar a una pierna, Rashe?
- ¡Pregúntale a él por qué no apuntó a la pierna de Demonna!
- Yo creo lo que tú dices. Si dices que Celesi apuñaló a tu muchacha, te creo. Asumo que se nos coló un traidor en la Guardia, pero tú... joder... - me paso la mano por la cara. - ¿Como coño se te ha ocurrido matarlo, Rashe, me cago en la puta?
- ¡Y tú como coño has permitido que se te cuele un traidor en tu orden, si lo que dices es cierto!
- ¿Si lo que digo es cierto? - la estrangularía. Esta desconfianza duele más que cualquier cosa-  Mira niña, puedes tomarnos como enemigos declarados si es lo que tú quieres. Pero esta elfa no está muerta, y mi mago sí. La Guardia va a pedir tu cabeza, y no veo cómo coño voy a defenderte de eso, porque lo harán con toda la razón, ya que has matado a uno de los nuestros.
- Los Lobos ya quieren la tuya.
- Los Lobos ya han tenido más de lo que merecen, ya os habéis llevado una vida, y muy estúpidamente, por otra parte. Si quieren la mía, que vengan a cogerla y demostrad una vez mas vuestra inteligencia superior.
- No rehuyas tu responsabilidad.
- No lo hago, pero asume tú la tuya.

Podríamos matarnos aquí mismo, ahora mismo. Estoy casi seguro de eso. Al menos, lo intentaríamos por un momento. Sin embargo, algo se impone a toda la rabia, a la violencia que se agita en mis venas. 


La desconfianza nace de su miedo. Del miedo a la herida de la traición. La desconfianza nace de su propia inseguridad, porque Rashe es fuerte, pero también vulnerable, y no se permitirá mostrarse así delante de sus hombres. Bien, puede pagarlo conmigo y debatirse en su propio drama, arreglaré esta mierda como sea.


- Contén la rabia de tus soldados hasta que hayamos averiguado el fondo de todo esto.
- ¿De qué hablas?
- Mantendremos la alianza en reposo mientras investigamos lo que ha pasado. Curad a la muchacha.
- La herida no se cierra. El arma es... un tanto extraña.
- Déjame verla.

Mientras me muestran el arma y me dedico a pensar e ignorar las sandeces que me espetan los luchadores de Lobos Sanguinarios, sus expresiones de odio, la sombra espesa y pesada se enreda en mi corazón, cubriéndolo con un frío y una tenue indiferencia que me niego a aceptar todavía. El espejismo de un amanecer se me antoja lejano y brumoso, mientras discurrimos con cierto tono distante sobre los acontecimientos, y en la runa de la Guardia escucho las voces enardecidas que reclaman la sangre de Rashe.

La traición tiene muchas caras. Hoy las ha mostrado todas.