miércoles, 30 de septiembre de 2009

XXX - Arreglar lo que está roto






Tierras de la Peste del Este - Invierno

- Joder... joder - escupo a un lado, sin reparar en la presencia de Aricia, cuando llegamos al exterior de la fortaleza de Stratholme. La elfa se sacude la escarcha del cabello y aparta la vista, pálida, al ver la sangre de nuestras heridas.
- ¡Véndate de una vez! - exclama Irular.

Respondo con un gruñido, mirando al padre de la muchacha. En parte me cae bien, por otro lado, no lo soporto. ¿Es eso posible? Joder, y tanto que lo es. Hay momentos en los que comprendo su modo de actuar, porque en el fondo nos parecemos un poco. Por suerte, no nos parecemos tanto como para que yo sea un capullo autoritario sin medida como él. Nota mental: Nunca ser como Irular. Recordar cada vez que le mires.

Saco las vendas y me pongo a ello, soltando luces de cuando en cuando, mientras Theron se ríe entre dientes con esa mirada. Ha sido una gran batalla, creo que pronto estaremos preparados para derrotar al Barón. Le observo, enrollándome las vendas y el Rey de los Capullos se retira a un lado con su hija para que no vea la sangre. El brujo tiene los ojos resplandecientes de jade y las runas encendidas. Nunca le había visto soltar semillas con esa brutalidad, sin preocuparse un carajo de lo que pudiera pasarle, desatado y jodidamente suicida. Mientras abre y cierra las manos, mirando alrededor con ansiedad, un can de la plaga se cruza en su camino y lo fulmina con una bola de sombras, respirando agitadamente. Le percibo con mucha claridad ahora.

El misterioso vínculo que compartimos, para bien o para mal, me trae sus sensaciones como si viera a través de él, hasta lo más recóndito de su ser. No quiero ser intrusivo, así que no miro más allá de lo que me llega. A un amigo no se le desuella, y Theron seguramente es algo muy parecido a un amigo... digamos que es el colega raro, supongo. No lo tengo claro. Y lo que mi colega raro exuda por cada poro es la misma excitación descontrolada que uno puede tener cuando se pone hasta el culo de polvo arcano. Entrecierro los ojos, fijando la venda con un nudo. No, es más que eso. Es la excitación descontrolada que uno tiene cuando se pone hasta el culo de sangre de demonio.

- Larguémonos de aquí. - chasqueo la lengua, invocando a Elazel, que patea el suelo, algo nerviosa. Elazel, no hace falta. Ya sabemos todos que estoy alerta. No es necesario que me reflejes y lo pregones.
- Uh...Theron?

Aricia, perceptiva y empática pese a ser una muerta chupasangres, se ha vuelto hacia el brujo en cuanto ha montado en su talbuk blanco. Él le devuelve la mirada, jadeando.

- Eliannor...

Tomo aire profundamente y cierro los ojos, vocalizando una maldición que no llego a pronunciar.

- No es Eliannor, es Aricia. Monta, Theron. Monta y vámonos.

Me fulmina con la mirada al percibir el tono de mi voz, y monta a regañadientes. Mientras cabalgamos hacia la capilla de la Esperanza de la Luz, no puedo estar pendiente de la conversación de la elfa, y cuando me detengo un instante al llegar para informar de la situación a las Brigadas, los dos se dirigen hacia las escaleras. Irular se marcha hacia el vuelo, mirándome con su cara de Gran Capullo, y le ignoro sin más.

No me quito de la cabeza la sensación, extraña y vehemente, imperativa, de una energía ajena que está consumiendo al brujo al otro lado del vínculo. Es devoradora, agresiva y fulminante. Ya debería haber empezado a remitir, suele ser así... después de la euforia, el bajón brutal. Así ha sido otras veces desde que combatimos juntos, desde que... bueno, desde que pasamos tiempo juntos. No es que me haya acostumbrado, simplemente es así, y lo acepto.

Yo era un ignorante respecto a todo eso. La sangre de los demonios, los elfos viles, toda esa mierda. Theron no me ha contado mucho, tampoco me ha contado poco. Quizá hayamos hablado de ello alguna vez, pero me basta saber que contrarresta la Plaga y que sin tomarlo no sobreviviría, aunque tomándolo también acabará muerto. Simplemente es así, no necesito saber nada más... o quizá no quiero saber nada más. Lo que es, es lo que es, y punto.

Aun estoy informando cuando escucho gritar a Aricia.

El parte se queda a medias, y corro hacia las escaleras en tres zancadas.

- No sé que le pasa... ¡Ahti! ¿Qué le pasa a Theron?

Cuando le miro, completamente atónito, me sobrecogen visiones de un futuro devastador. Un torbellino de manos alzadas que ruge, hambriento, demonios que nos miran con hambre a todos y cada uno de nosotros. "Quieren tu alma, te van a devorar". El brujo está inmóvil, las sombras le envuelven y tiene los ojos en blanco... aunque el blanco de sus ojos sea más verde que las pozas de Agonnar. Tiembla y se convulsiona levemente, y un hilo de líquido verde brillante se escurre entre sus labios, que permanecen entreabiertos mientras el aire se cuela hacia sus pulmones en jadeos entrecortados.

- No lo sé - murmuro, sujetándole los hombros con las manos. - Theron... Theron

Le llamo. Le llamo con la voz y con la mente, tratando de buscarle, intentando saber qué coño está sucediendo aquí, delante mía, en medio del mayor fuerte del Alba Argenta del mundo conocido, con las miradas suspicaces de los avizores a nuestro alrededor.

- Theron, responde - Aricia dice su nombre suavemente, y su rostro se vuelve hacia ella. Pálido como la cera, el resplandor de las runas parece llamear, y creo escuchar una risa lúbrica y cruel en alguna parte.
- Eli...
- ¡No es Eliannor! ¡Es Aricia! - le zarandeo con fuerza, buscando desesperadamente un jodido motivo, el origen del mal del brujo y su solución, pero no encuentro nada, solo el ardor intenso del vil, la fuerza arrolladora que corre por sus venas, que se impone a todo lo que él es... y me cago en todo.

"Le engullirá. Le dominará y le devorará, y sí, lo sobrellevará, si es que sobrevive a esto. Esta puta mierda verde y abrasadora se lo va a llevar por delante, está jodidamente condenado y no sé que pelotas hacer". Está condenado sí. Pero ahora no. Así no. Y que coño, no me sale de los cojones, no lo pienso permitir.

- Aricia, no te asustes

La elfa me mira, mientras invoco la Luz con palabras, intentando darle la forma adecuada con la voluntad.

- ¿Qué? ¿Qué vas a hacer? - Aricia casi grita.

¿Cual es tu voluntad?

- Arreglar lo que está roto.

Nunca he practicado este hechizo antes. Sé lo que me dijeron en el Centro de Mando de los Caballeros de Sangre: puede ser mortal. La canalización suele serlo para un verdadero paladín, pues implica la entrega de todas las energías del taumaturgo para crear un escudo de Luz que sana todo mal y calma todo sufrimiento, extirpa las causas del mismo y rescata a quien lo recibe de cualquier cosa que le aqueje. Excepto la Plaga, la adicción al vil y alguna que otra mugre, claro. Pero le sacará de esa, y con eso me basta. Y además, yo no soy un verdadero paladín, así que confío en arriesgar parte de la efectividad del hechizo a cambio de sobrevivir.

El brujo se convulsiona con más fuerza y se inclina, la Sombra se arremolina en su espalda. La Luz se enreda en mis manos, aún sigo convocando, recurriendo a todas mis reservas y a las reservas que encuentro cerca... y hay una jodidamente grande aquí. Recuerdo bien el potencial de este lugar, y no pienso desaprovecharlo.

Estoy tan concentrado que empiezo a perder visión. La Luz hierve con tanta fuerza que mi cuerpo no la contiene, me quema dentro, esperando a ser desatada.

¿Cual es tu voluntad?

Arreglar lo que está roto

¿Qué estás dispuesto a entregar?

Todo

No lo pienso. Es algo que no he meditado y que no requiere ser meditado, es una verdad, una de esas certezas que palpitan en mi interior. "Porque él también lo daría todo... y aunque no fuera así, que lo es, esto es lo que quiero". La verdad se hace clara en mí cuando miro al brujo, Theron Solámbar, lo que tiene que ser salvado, lo que debe ser salvado aunque sea imposible... y la Luz se desata... y todo queda oscuro.

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Ahti, coño

Frío. Vacío. Un leve estremecimiento.

¿Qué es lo que has hecho?

¿Escucho un sollozo? Conforme me voy haciendo consciente de mi cuerpo, tiendo los brazos instintivamente hacia el cuerpo que me golpea con los puños, llorando sobre mi pecho, y le abrazo con una risa ahogada que se corta con la tos, cuando intento respirar correctamente. Estoy tirado en el suelo y me duelen hasta las pestañas. Los guantes están humeando, pero apenas me doy cuenta.

- ¿Qué es lo que has hecho, maldito paladín pirado?

Me siento jodidamente bien. Por primera vez en mucho tiempo, me siento muy, muy bien, a pesar de las secuelas que esto va a tener. Merece la pena, coño. Merece la pena.

- He hecho lo correcto.

Le abrazo y me río como un imbécil, mientras él llora como otro imbécil, y Aricia nos observa, con las manos temblando y lívida de miedo y tensión. Así es como tiene que ser. Que alguien me de una palmada en la espalda, que yo no me llego.


Lo que uno es

Ciudad de Shattrath - Invierno

Al atravesar el portal, el tintineo melódico me invade, colándose por cada una de las rendijas de mí, reverberando en los amplios salones y largas estancias de mi interior, entre los recuerdos recientes y los recuerdos lejanos, entre los murmullos de los pensamientos y el breve palpitar de las emociones adormiladas.

Los combatientes del Sol Devastado se agrupan en los rincones mientras el Anacoreta Almonen ilumina las conciencias de los luchadores, A'dal gira y baila, en su armonía constante y continua, y el haz de Luz áurea se eleva hacia el firmamento con una intensidad difícil de ignorar.

Aricia cruza detrás de mi y me sonríe, depositando un suave beso en mi mejilla y enredando los dedos en mis cabellos. Sus ojos me observan con adoración, como siempre, deslumbrada por mi presencia. Me siento culpable cada minuto que paso a su lado, sobre todo cuando me mira de este modo. Siento deseos de golpearla para que me conozca de verdad, de cruzarle la cara con el guantelete, de gritarle que no soy una buena persona mientras la zarandeo por los hombros hasta que deje de quererme. Pero no hago nada de eso. Solo me quedo quieto.

- ¿Te veré después? - murmura, intentando exprimir una reacción de mí con sus ojos lánguidos. Le doy lo que quiere casi por inercia. Una mentira más.
- Claro, luego iré a buscarte. No te metas en líos.
- No lo haré. Te quiero.

Aguarda un instante y se marcha, con la mirada algo sombría al no obtener respuesta. Aun no he caído tan bajo, y aunque sé que está ansiosa por el alimento que anhela su corazón, no me importa demasiado. Me acerco lentamente al Naaru, dejándome caer en un rincón cercano y cruzando los brazos sobre el pecho, cansado, mirándole distraídamente intentando dilucidar, como siempre en los últimos días, qué es lo que soy. Lo que era, lo que fui y en qué me he convertido.

¿De qué estás huyendo?


No sé si lo pienso yo, o es esa figura danzante y cristalina, que inunda mi espíritu atribulado con sus canciones infinitas. Resuenan más que nunca. Quizá sea porque el eco es mayor cuando uno está vacío. Ninguna emoción ha vuelto a ser igual de intensa desde entonces, ni siquiera el rencor hacia Rashe, La Culpable, toda la culpa es suya... lo es. ¿Lo es?

Detesto dudar.

Ninguno de los pasos que he dado desde aquel día, que intento enterrar a empujones en mi memoria, ha tenido la resonancia que solían tener. Algo ha cambiado en el paisaje y no sé lo que es. Todos cometemos errores, me digo. Todos cometemos errores, sigue adelante como los demás, olvídalo y sigue adelante. Todos lo hacen, ¿por qué tu no?

¿Por qué tu no?


Los fragmentos danzan, se abren, luego se contraen. Si los miro fijamente, puedo ver la rotación de cada uno, como satélites en torno al cuerpo mayor que conforma la física del Naaru. Encuentro los esquemas en cada movimiento, el tiempo y la armonía, incluso los silencios. Y sé que cada una de las fluctuaciones ordenadas de las partes que lo conforman tiene un sentido. Siempre se encuentran en el mismo lugar, al mismo tiempo... su vaivén es hipnótico y relajante.

Siempre hay gente alrededor de A'dal. Algunos están sentados, contemplándole, abstraídos. Otros se arrodillan frente a él, la mayoría, refugiados del Bajo Arrabal, y algunos paladines permanecen firmes en su presencia, con las manos cerradas sobre la empuñadura. Últimamente también hay Caballeros de Sangre. Lady Liadrin retiró su lealtad a la estirpe de Kael'thas y prometió su lealtad al protector de Shattrath, con lo que a cambio obtuvieron una suerte de redención y la mejor fuente de poder que se podría esperar: el propio A'dal. Ahora, bajo las Bendiciones de la Luz Sagrada, los Caballeros de Sangre están encauzando sus caminos en una nueva dirección, más correcta.

Pero yo no soy Caballero de Sangre. Tampoco soy un paladín, como ese humano de mirada decidida que yergue los hombros mientras contempla la Luz, con un destello que reconozco en la mirada. No sé lo que soy.

Sí lo sabes


Estrecho los ojos y chasqueo la lengua, volviendo la vista hacia él.

- Ya está bien, ¿no? No soy un paladín. Esa clase de gente no se comporta como yo - digo en voz alta.

¿Y cómo te comportas tú?

Como un gilipollas, está claro. Permito que mueran niñas inocentes, prendo fuego a capillas sagradas y luego intento defender a los vivos. No tiene pies ni cabeza. Busco consuelo en los brazos de una muchacha a la que sólo quiero porque ella me quiere, a la que sólo acudo porque tiene lo que ahora necesito: las palabras que me hacen falta para poder seguir adelante, los brazos acogedores y maternales de quien todo lo perdona, los besos entregados de quien tiene fe más allá de lo que muestra la realidad. Soy un cabrón con un hacha y la habilidad de usar la Luz.

No te ha abandonado, a pesar de todo


A'dal da otra vuelta, esta vez parece más ligera. Arqueo la ceja, observándole con un pálpito extraño en el pecho, al recibir el pensamiento, venga de donde venga. Estrecho los ojos y me inclino hacia adelante, vislumbrando algo más allá de todas las cosas... algo que fluctúa y se enreda, y por un momento canta, y luego desaparece. Porque es verdad. No me ha abandonado, a pesar de todo.

Mientras camino hacia el centro del Bancal, buscando un nuevo atisbo de esa inmensidad parpadeante que destelló un momento, casi como un sueño, recuerdo las palabras de Seltarian, cubriéndose con un nuevo significado.

"Hay muchos caminos, pero para nosotros solo hay uno posible: el correcto. Si intentas caminar por cualquier otro, siempre te perderás. La Luz escoge, así como nosotros escogemos. Tu voluntad debe ser la voluntad de la Luz, no sois siervo y maestro, no sois amo y esclavo, sois aliados. Ella te pertenecerá tanto como tú pertenezcas a ella. Si te conduces por un camino que la Luz no recorre, entonces la abandonarás... ella no te seguirá. Pero siempre te esperará."

Lo sabes


A cada paso, la música se extiende con mayor claridad en mi interior. No puedo desviar la vista de la danza cristalina del naaru, observando el conjunto, los fragmentos, las motas parpadeantes que ascienden en remolino hacia el firmamento, los leves destellos, su reflejo en las paredes, en los ojos de quienes están cerca. Todo es rítmico y ordenado. Llegan más notas, completando el acorde, y cada una se ramifica en todos sus armónicos, hasta que ninguna es nada por sí sola y todas son un conjunto resonante, profundo, inabarcable.

Al llegar frente a él, el hormigueo se dispara en mis dedos, en la sangre de mis venas y detrás de mis propios ojos, con una caricia chispeante y efervescente, energética. No he hecho nada, sólo caminar... pero algo dentro de mi cuerpo, de mi espíritu, vibra en la misma frecuencia que lo que tengo enfrente.

La voz del draenei que me mira de reojo apenas consigue apartarme de mi abstracción.

- Bienvenido a la Ciudad de Shattrath, paladín.

Abro la boca para replicar, con la corrección de siempre, y me detengo un instante.

- Gracias - digo al fin, alzando las cejas y dejando escapar el aire de los pulmones.

lunes, 28 de septiembre de 2009

XXIX -Traición (II)

Azshara - Invierno

El susurro del viento es un murmullo tenue, lánguido y leve. Se cuela entre las hojas pardas, agitándolas en su incesable marchitar; entre las briznas de hierba amarillenta, que vibran como cuerdas de un instrumento viejo y abandonado. Las peina con los dedos, la última caricia de una mano fría como la Parca, que prolonga el epílogo de una tierra perdida, transportando su historia en las alas gélidas de la brisa, grabándola en los troncos macilentos y las piedras erosionadas de las antiguas ruinas. Las hojas caen constantemente, en un final que no tiene final, la lenta agonía de un mundo extinto que se niega a marcharse y dejar de cantar sus recuerdos.

Oigo los murmullos de voces ancianas que no comprendo, mientras avanzo al paso, con la niña entre mis brazos.

- ¿Como te llamas?
- Aniah

Sus ojos grandes, vidriosos y somnolientos, se vuelven hacia mi con algo de temor. Le limpio los restos de lágrimas con un dedo, y le sonrío para evitar que vuelva la mirada hacia el brujo. Theron me sigue a unos pasos de distancia, y oigo su voz en mi mente, como suele suceder casi constantemente desde hace un tiempo. Al principio me asustó. Luego me pareció que era una ventaja, algo estupendo para el combate y mantener un contacto constante, aunque no comprendo a qué se debe este extraño vínculo. Hoy, a través de él, solo fluye tristeza y angustia. La mía es por nosotros. La de Theron, lo sé, es por mí.

No hagas esto. No tienes por qué hacerte daño de esta manera.
Si vamos a hacer esto, lo haremos con plena consciencia.
Joder, Ahti...


- Yo me llamo Ahti
- ¿Donde vamoz?

No respondo. Sigo mirando hacia adelante. No debe faltar mucho para llegar al lugar fijado.
Mantengo mis pensamientos claros, la mente limpia. Me aferro al recuerdo de Rashe, días atrás, abrazándose a mí con desesperación en El Sepulcro, su mirada herida. "Te necesito, necesito que me apoyes en esto... por todo lo que nos une". Por todo lo que nos une. Por todo lo que nos une, la he ocultado lo mejor que he podido de los hombres de la Guardia, que reclaman su sangre. Por todo lo que nos une, hemos viajado a Scholomance en busca de conocimiento que nos permitiera identificar la clase de maldición que pesa sobre Demonna. Por todo lo que nos une, hoy vamos a poner fin a esa maldición con el sacrificio de una criatura inocente a las Sombras, una vida por una vida.

La hierba cruje bajo los cascos de Elazel, que se niega a caminar más rápido. Las monturas invocadas por aquellos que usamos la Luz son una prolongación de nuestra voluntad... y el hecho de que mi yegua, a la que estoy vinculado íntimamente, no parezca capaz de avanzar con más ligereza y mantenga baja la testa es un claro indicativo de que esto no está bien.

Pero confío en la Luz, y confío en la gente. Rashe no es ningún monstruo, ella es muy consciente de la vida y la muerte, del valor de una vida y del valor de una muerte. Sé que comprenderá que hay otra manera, pero antes tiene que ver a Aniah. Y cuando lo haga, se dará cuenta del grave error que supone esta jodida locura.

- ¿Te gusta montar a caballo, Aniah?
- Zi
- ¿Qué mas cosas te gustan, Aniah?
- El chocolate y los elekks

La pequeña elfa tiene el cabello rubio y se chupa el dedo. La otra manita se agarra a mí con fuerza. Parece haber encontrado algo de confianza, los niños son muy sensibles a la Luz. Theron no dice nada, pero percibo su mirada clavada en mi nuca.

Yo lo haré. Tu no tienes que hacer nada.
No importa. Eso no cambia las cosas.

Por todo lo que nos une.

Aricia pidió examinar a Demonna, dispuesta a ayudar.
- No podéis sacrificar a una niña para salvar una vida - dijo, con sus ojos claros abrumados por el horror. - Dejadme colaborar. Tiene que haber otra manera, estoy segura.
- No hay tiempo.
- Haré lo que pueda con el poco tiempo que haya, creedme.

Pero no hubo tiempo suficiente.
Demonna se muere, y si eso sucede, la Guardia habrá asesinado a un miembro de los Lobos Sanguinarios, al igual que ellos han asesinado a un miembro de la Guardia. El conflicto será aún peor. Pero además, está Todo lo que nos Une, y realmente, ese es el único motivo real por el que ahora cabalgo hacia el círculo de sacrificios, que ya se divisa en la lejanía, con una niña robada del orfanato entre mis brazos.

- Duerme

Le paso la mano por el rostro a Aniah, invocando el martillo de justicia con toda la suavidad de la que soy capaz. Se manifiesta cuando la pequeña deja caer la cabeza lentamente, parpadea y se queda dormida sobre mi pecho, sin muestra alguna de dolor. Es curiosa la manera en la que la voluntad puede dar forma a la Luz con violencia o con ternura.

Cabalgamos en silencio, recorriendo la distancia que nos separa de la pequeña construcción en ruinas, sin mirarnos, sin pensar. Los minutos se arrastran con pesada lentitud.

La Hermana del Lobo aguarda, junto al extraño mago, ese muerto sin mandíbula llamado Feredías. No me gusta ese tipo, sus ojos relucen con una maligna alegría mientras desmonto con Aniah en brazos, que se remueve, despertando, y mira alrededor, algo asustada. La expresión de Rashe y su silencio me indican al instante que tiene dudas, tal y como esperaba. No lo hará. Sé que no puede hacerlo. No lo hará.

- ¿Quienez zon? - Aniah cierra los puñitos en mi tabardo, me llega su olor a niña y a flores del campo, a jabón infantil.
- Estos son Rashe y Feredías, y él es Theron. - respondo, suavemente. - Os presento a Aniah. Le gusta montar a caballo, el chocolate y los elekks.

Rashe parpadea, se le empañan los ojos, y no aparto la mirada de ella. No es manipulación lo que estoy haciendo. Es solo que quiero que sean todos conscientes, como yo lo soy, de lo que esto supone si se lleva a cabo, aunque sé que no se consumará. Theron es muy capaz, pero nosotros dos, no.

- ¿Estamos seguros de esto? - murmura Rashe.
- ¿Estás segura tú?

Feredías ya está revoloteando alrededor, señalando el círculo y a la niña entre mis brazos. El viento se agita. Theron aguarda detrás, inmóvil. Las hojas caen, constantemente, no paran de caer, una detrás de otra, balanceándose durante eternidades en el aire denso antes de tocar el suelo pardo.

Y Rashe asiente.

Feredías sonríe.

Aniah crispa los deditos y empieza a llorar, y sin pensar en lo que hago, la miro y la consuelo con palabras paternales, sus ojos muy abiertos fijos en los míos.

- Todo irá bien, pequeña. Todo irá bien, mi niña.

Mi hija debe tener su edad, es rubia, como ella. No importa lo que diga Rashe, sé que no lo hará, no puede hacerlo, no es capaz. No se hará esto a ella, ni a mi, no manchará Lo que nos Une con algo tan terrible como esto.

Theron comienza a trazar los círculos, las runas se encienden, y dejo a Aniah en el centro cuando la sombra comienza a fluctuar, manifestándose entre la brisa, espesándose en ella. Mientras acuno a la pequeña y la sostengo, con los dedos cerrados en sus manitas, ella se revuelve un instante, asustada. No aparto mi mirada de Rashe, que nos observa, al borde de las lágrimas.

Todo está listo


- No tengas miedo, Aniah. No me voy a ir. Yo estoy aquí.

No será capaz. No lo hará. Feredías nos observa con una sonrisa maliciosa, y Theron se acerca, con la daga desenvainada. Y en este preciso momento, aunque mis ojos sólo están fijos en la Hermana del Lobo, todos me miran a mi. 


Todos me miran a mi. Aguardando algo.


Si lo vamos a hacer, hay que hacerlo ahora
No me lo digas A MI. Díselo a ella


El brujo se vuelve hacia Rashe un instante.
- Hay que actuar ya.

Parpadeo, esperando las palabras de la elfa. Sus rizos negros le caen sobre el rostro, mientras nos observa, uno a uno. Parece una niña perdida, desconcertada, y veo la humedad que se acumula en sus pupilas.

El viento se agita de nuevo, arremolinándose alrededor. Las voces antiguas me llaman, tiran de mi, despiertan la canción, que tintinea en mi corazón una vez mas con la advertencia y la verdad, más clara que la mañana más clara.

Y Rashe se da la vuelta, dando la espalda al círculo, a los que estamos en él, a Aniah, que gime con el cuerpecillo tenso por el miedo, que no la ha abandonado a pesar de mis palabras. Se da la vuelta, dando la espalda, desligándose de una decisión que es suya, que tiene que ser suya y solo a ella corresponde, más que a nadie. Dando la espalda a Lo que nos Une, con un gesto que convierte mi sangre en escarcha y hace encogerse mi corazón con el frío dolor de una tierra yerma y desolada.

- Acabad con esto ya.

Cierro los ojos, incapaz de creerlo. Miro a la niña. Theron me mira, esperando algo de mi. Yo solo miro a Aniah, y no digo nada. No hago nada. Todo se ha apagado en mi interior, y no quiero hacer ni decir una puta jodida mierda ahora. Que cada perro se lama su pijo. Que cada uno se lleve sus consecuencias consigo, en su conciencia, si es que alguien en este jodido lugar aún la tiene, aparte de mí.

Cae la daga sobre el pequeño cuerpo, hundiéndose en el corazón. El gemido de la niña es como el estertor de un animalillo moribundo cuando la sangre comienza a brotar de su pecho, sus ojos se abren desmesuradamente y se fijan en los míos. Las lágrimas son dos pequeños cristales líquidos que se escurren por sus mejillas redondas, sonrosadas, y la boca se entreabre cuando exhala el último aliento. La Sombra ruge, recogiendo aquello que le ha sido entregado, enredándose alrededor como una bruma invisible y la cabeza de cabellos rubios cae inerte hacia un lado, la niña muerta se encoge sobre el círculo y la sombra se disipa cuando Feredías deja oir su risa gorgoteante.

¿¿Por qué no me has detenido??


Sé que el brujo me escruta con sus ojos verdes, centelleantes de jade. Creo que Rashe se ha estremecido con un sollozo ahogado. Pero nada de eso me importa. Ninguno de ellos me importa nada ahora.

Todos teníamos parte en esto, todos éramos responsables. Sobre todo Rashe. Suya era la palabra para detenerlo, no mía. Suyo era el poder, suya la decisión, y así la ha tomado. He dejado en manos de los demás una sola, una única elección... y esta ha sido la consecuencia. No me cuesta comprender, además, que la consecuencia va a pesarme a mí mas que a nadie. Theron lo olvidará rápido, o puede que no, pero no le acosará el remordimiento. Rashe lo esquivará respaldándose en que ella no empuñaba el arma, en que todo se hizo por salvar a Demonna, a quien debe querer mucho, supongo. Feredías está satisfecho.

Y yo acabo de perderlo todo.

Lo que nos Une se ha desmoronado como un montón de cenizas, aún lo siento derrumbarse mientras paso la mano sobre los ojos de Aniah para cerrarlos. Escucho el discurrir de los cerrojos en las puertas, en las ventanas de la fortaleza, en cada pequeña trampilla o ventanuco. Se cierra indefectiblemente, con un último golpe seco al subir el puente por completo, y el silencio es todo cuanto queda.

Nadie llegará más allá de estos muros. Nadie cuidará de mí, y nadie se preocupará por mí, nadie mas que yo mismo. Nadie tendrá en cuenta lo que soy ni lo que pueden suponer algunas cosas para alguien como yo, solo yo mismo. Nadie compartirá mis cargas ni me ayudará a llevarlas, y nadie sabrá hacerlo, porque al parecer, nadie es capaz de hacer esa sutil distinción entre qué es lo correcto y qué no lo es. Solo yo. Nunca más dejaré de tomar una decisión con la esperanza de que alguien comprenda, de que alguien entienda de qué están hechas y cual es su sabor.

Ahora sé que no puedo confiar en nadie.

Ahora sé que no debo confiar en nadie.


No hay nada peor que traicionarse a uno mismo.





sábado, 26 de septiembre de 2009

XXVIII - Traición

Lunargenta - Invierno

Soy una persona sencilla. Hay cosas que me gustan, cosas que no me gustan, cosas que amo y defiendo y cosas que odio tanto que me hacen hervir la sangre. Bien, quizá un pelín extremista y un tanto pasional, no lo descarto si me evalúo con absoluta sinceridad. Sin embargo he convivido ciento treinta largos años conmigo mismo y hay una certeza que tengo muy clara.

No soporto la traición


Hay quien considera un acto de astucia y de gran inteligencia cosas como esta. Sin embargo, mientras cabalgo a toda velocidad, con el mensaje de la Guardia en el bolsillo, no son ese tipo de virtudes las que estoy dispuesto a valorar. Elazel parece quemar la hierba a su paso, resuella pero avanza con toda la velocidad que es capaz de alcanzar. Miro al horizonte, tratando de acortar las distancias hasta la antigua Lordaeron, sin prestar atención a los árboles que comienzan a perder su tono enfermizo para tornarse de un verde pálido en los lindes del camino.

La rabia contenida arde en las articulaciones de mis dedos mientras valoro y sopeso las consecuencias de lo que ha sucedido, sujetando mis propias riendas para no extraer conclusiones precipitadas. Tiene que haber una explicación, y no voy a emitir juicios precipitados. No hasta escuchar lo que los Lobos Sanguinarios tienen que decir.

Por eso, cuando llego a la Taberna del Frontal y me encuentro con los combatientes aliados, aguardando en el piso de abajo, no me cuesta refrenar la agresividad en mis palabras. Casi arranco las cortinas al apartarlas, recorro al grupo con la mirada. Conozco a algunos, a otros no. El tauren, Rukham, es uno de los más moderados según mi experiencia, así que me fijo en él, obviando la evidente hostilidad que encuentro en los demás rostros.

- ¿Donde está Rashe?

Silencio. Un silencio denso, que puedo cortar con la espada como si fuera mantequilla espesa. Conozco estos jodidos silencios, y sé que no espera nada agradable cuando los pasos que descienden la rampa apresuradamente lo quiebran y la mirada hirviente de la elfa se posa sobre mí.

Tiene el cabello revuelto y le chispean los ojos, aprieta los dientes. La he visto así otras veces. Así es como mira a sus enemigos. Me cago en la puta, esto no puede ser verdad. Hay que arreglar este desastre como sea.

- Eres muy atrevido al presentarte aquí, así, y solo, después de que uno de tus hombres haya asesinado a una de nuestras hermanas, Albagrana. - escupe, cortante.

- La información que he recibido es justo la contraria, Rashe. La Guardia afirma que has sido tú quien ha disparado por la espalda a uno de mis hombres. ¿Qué hay de cierto en eso?

Intento que mi voz suene suave y conciliadora, pero no puedo evitar que sea distante. Varios metros nos separan. Ella se aferra a la barandilla y todos los ojos están fijos en nosotros. Esto parece un duelo... y no lo es. No para mí. Un regusto amargo se extiende en mi garganta al percibir la desconfianza de la Hermana del Lobo, y despierta ira y despecho, breves destellos furiosos, abrasadores, que tensan mi mandíbula y bombardean en mi cabeza con pensamientos de rencor y decepción.

"Desconfías de mi, ¿cómo puedes desconfiar de mi? Después de todo lo que hemos pasado, después de tanto como he abierto hacia ti, ¿cómo puedes desconfiar de mi?", y no puedo reprimirlos. Escucho el lento discurrir de las cadenas, de los puentes tendidos que vuelven a levantarse, de la fortaleza que se cierra.

- Así es. Disparé por la espalda a un asesino de TU orden. ¿Qué tienes TÚ que decir a eso, Albagrana? ¿Así es como actúa la Guardia, mermando lentamente a sus aliados para luego destruirlos?

- Deja de decir estupideces. No eres ninguna boba, no te comportes como tal. - y ahora sí, ahora sé que no estoy siendo amable. - Si quisiera destruir a tu grupo de mercenarios no lo haría enviando asesinos de MI orden. ¿Vas a decirme lo que ha pasado, o me quedo con la versión de mis soldados?

- Esa es la que deberías aceptar, si en verdad eres líder de la Guardia. ¿Qué haces aquí, por qué no estás con ellos? No eres bienvenido.

Arqueo la ceja. La rabia ya me ha dominado y me muerde los talones. Nunca he entendido por qué cuanto más furioso estoy con más frialdad me comporto, pero así es como es, cuando me acerco a la elfa unos pasos y la miro, atravesándola con los ojos. La apuñalaría aquí mismo sólo por preguntar eso.

- A diferencia de vosotros, yo sé lo que es un aliado. Yo sé lo que significa otorgar a un aliado el beneficio de la duda, más aún con los largos combates que llevamos a nuestras espaldas. Estoy aquí para aclarar las circunstancias de este suceso sin dar lugar a una guerra entre las dos hermandades, cosa que al parecer a vosotros os importa poco. Y como ejecutora de los Lobos, si realmente te importara su bienestar, tú querrías lo mismo.

Se marcha escaleras arriba, resoplando, y la sigo sin hacer caso de los rostros que se vuelven hacia mí, devanándome los sesos.

No se trata solo de la Alianza. No se trata de la Guardia y los Lobos. Esto va mucho más allá. Cada gesto y expresión de Rashe van almacenándose en mi memoria, claros y cristalinos. Sé que no los olvidaré, porque la decepción es algo que me acompaña constantemente y pocas veces soy capaz de olvidar. Solucionaré este conflicto, lo haremos, sí, pero hay heridas que no se curan. Una persona ha muerto, la otra yace moribunda en el lecho del piso superior. Y una puerta se ha cerrado a cal y canto. Sé, desde este preciso momento, que nada volverá a ser lo mismo.


- Aquí tienes lo que ha hecho tu chico, Ahti - espeta, cortante, señalando a la elfa que está tumbada sobre la cama. Tiene una herida abierta, de arma blanca, probablemente una daga. Pero además está pálida, tiembla y tiene fiebre, el sudor perla su frente.
- ¿Quién ha sido?
- Un joven mago. Rubio, bajito, pusilánime. Le disparé cuando intentaba huir.

El mago. Ah si... el mago al que perseguía un diablillo, sé quien es. Celesi. Entró hace poco. Deodara le encontró en Tuercespina, si no recuerdo mal.

- ¿Disparaste a matar?

No la miro mientras hablo, solo observo a la muchacha que yace en la cama, y cuando canalizo la Luz para sanarla, el brazo férreo de un elfo con un arco a la espalda me detiene. De nuevo miradas agresivas. "Sois todos gilipollas, todos", me digo, aguantando, conteniendo, apretando las sogas en torno a la bestia que empieza a despertarse en mí. Bajo las manos, deteniendo la Luz que se arremolinaba en mis dedos.

- Disparé a un asesino.
- Un presunto asesino, a quien ahora no podremos interrogar. ¿No pudiste apuntar a una pierna, Rashe?
- ¡Pregúntale a él por qué no apuntó a la pierna de Demonna!
- Yo creo lo que tú dices. Si dices que Celesi apuñaló a tu muchacha, te creo. Asumo que se nos coló un traidor en la Guardia, pero tú... joder... - me paso la mano por la cara. - ¿Como coño se te ha ocurrido matarlo, Rashe, me cago en la puta?
- ¡Y tú como coño has permitido que se te cuele un traidor en tu orden, si lo que dices es cierto!
- ¿Si lo que digo es cierto? - la estrangularía. Esta desconfianza duele más que cualquier cosa-  Mira niña, puedes tomarnos como enemigos declarados si es lo que tú quieres. Pero esta elfa no está muerta, y mi mago sí. La Guardia va a pedir tu cabeza, y no veo cómo coño voy a defenderte de eso, porque lo harán con toda la razón, ya que has matado a uno de los nuestros.
- Los Lobos ya quieren la tuya.
- Los Lobos ya han tenido más de lo que merecen, ya os habéis llevado una vida, y muy estúpidamente, por otra parte. Si quieren la mía, que vengan a cogerla y demostrad una vez mas vuestra inteligencia superior.
- No rehuyas tu responsabilidad.
- No lo hago, pero asume tú la tuya.

Podríamos matarnos aquí mismo, ahora mismo. Estoy casi seguro de eso. Al menos, lo intentaríamos por un momento. Sin embargo, algo se impone a toda la rabia, a la violencia que se agita en mis venas. 


La desconfianza nace de su miedo. Del miedo a la herida de la traición. La desconfianza nace de su propia inseguridad, porque Rashe es fuerte, pero también vulnerable, y no se permitirá mostrarse así delante de sus hombres. Bien, puede pagarlo conmigo y debatirse en su propio drama, arreglaré esta mierda como sea.


- Contén la rabia de tus soldados hasta que hayamos averiguado el fondo de todo esto.
- ¿De qué hablas?
- Mantendremos la alianza en reposo mientras investigamos lo que ha pasado. Curad a la muchacha.
- La herida no se cierra. El arma es... un tanto extraña.
- Déjame verla.

Mientras me muestran el arma y me dedico a pensar e ignorar las sandeces que me espetan los luchadores de Lobos Sanguinarios, sus expresiones de odio, la sombra espesa y pesada se enreda en mi corazón, cubriéndolo con un frío y una tenue indiferencia que me niego a aceptar todavía. El espejismo de un amanecer se me antoja lejano y brumoso, mientras discurrimos con cierto tono distante sobre los acontecimientos, y en la runa de la Guardia escucho las voces enardecidas que reclaman la sangre de Rashe.

La traición tiene muchas caras. Hoy las ha mostrado todas.


jueves, 24 de septiembre de 2009

XXVII - El Barón

Camino con firmeza, mirando hacia adelante, con el escudo a la espalda y las placas entrechocando. Algunas piezas de la armadura, cuelgan de los cierres de cuero, tintineando y balanceándose. He conseguido mantenerlas relativamente estables a base de vendas. He gastado tantas en sujetar los trozos de metal a mi cuerpo que ya no me quedan para mi, pero tampoco importa demasiado. Me duele todo el cuerpo, pero es un dolor lejano, aletargado, sumergido más allá de la espesa tormenta del combate. Está compartimentado en un lugar de mi mente donde no me molesta para seguir luchando.

Theron se detiene junto al viejo poste indicativo, entrecerrando los ojos. Lleva la toga hecha jirones, y aunque se ha sacado el yelmo terrorífico - de osito de peluche - para respirar en grandes bocanadas y el sudor le pega el cabello al rostro, tampoco parece cansado.

La verdad: estamos hechos mierda.

- La señalización está en común - dice cuando se gira para mirarme.
- Plaza de los cruzados, por allí. Entrada de servicio, por allí. El Degolladero, por allí.
- Vaya, si que te conoces bien la ciudad.
- En absoluto, es la segunda vez que entro. Nunca me interné tan lejos. - arquea la ceja inquisitivamente, y se lo explico. - He leído los carteles. Soy un elfo de mundo.
Sonrie a medias
- ¿Donde vamos?
- El Barón Osahendido es quien lidera a las tropas de la Plaga aquí - respondo, echando a andar hacia la callejuela que se estrecha. No dejo de hacerlo mientras le damos las buenas noches a un par de necrófagos que apenas sí tienen tiempo de darse cuenta de lo que sucede antes de abandonar su podrida existencia. - Es el señor de Stratholme ahora, y mantiene al grueso de las fuerzas en el Degolladero. ¿Escuchaste a esos nigromantes gritar cuando desactivamos sus cristales?
- ¡El Degolladero es vulnerable! ¡El Degolladero es vulnerable! - les imita con voz desdeñosa, arrancándome una sonrisa débil. - Les oí, sí.

Hacemos el resto del camino en silencio. Esquivamos a todos los enemigos que podemos, pero algunas gárgolas vigilantes nos ven de cuando en cuando, y no nos queda más remedio que exterminarlas. Las callejuelas se abren y se estrechan a nuestro paso, giramos un recodo y bordeamos a un grupo del Culto de los Malditos, pegándonos a los muros de una casa medio derruída. El olor a podredumbre y ceniza es intenso y penetrante, y los ojos me pican.

- Ahí está.

Theron se asoma detrás mía en una esquina para atisbar a través del enorme rastrillo abierto. El muro es grueso, los pendones de Lordaeron, desgarrados y ennegrecidos a causa del fuego y la ruina de la ciudad, todavía ondean en la arcada de acceso. Y mas allá, las abominaciones caminan, haciendo guardia, arrastrando las enormes cadenas.

- Joder. Vamos a morir, Ahti. - susurra.
- No vamos a morir. Joder. Aquí no va a morir nadie.
- Se nos echarán encima.
- Son seres sin inteligencia. Iremos pegados a la pared, ocultándonos en las sombras de la muralla, y rodearemos la plaza - le digo a media voz. - Están guardando la puerta de la guarida del Barón, la construcción central. Es muy parecida a un ziggurat. Cuando lleguemos a la parte de atrás, podremos ir eliminándolas una a una.
- Vendrán las demás.
- Vendrán despacio. Son lentas. Vamos.

Es un buen plan. Es un buen plan para quien no tiene nada que perder y solo puede seguir adelante, pero a pesar de todo, tengo el corazón en la garganta cuando, después de cruzar el arco arrastrándonos por el suelo y empezar a movernos hacia nuestro objetivo, el rastrillo cae pesadamente. Otra vez estamos encerrados. Que fortuna la nuestra.

- Haz los honores - susurro al brujo cuando llegamos a la zona despejada.

Asiente y da un paso hacia el frente, extendiendo las manos para invocar. El manáfago se arroja gruñendo sobre el primer gigante, que se vuelve hacia nosotros y viene a la carrera, empuñando el cuchillo y arrastrando al esbirro de Theron detrás, agarrado a su piel con los dientes.

- ¡Erasus gloen! - Destella la Luz, azotando la gigantesca mole.
- Adare lak vi ven'ni sik... - la sombra se desata, envuelve y muerde.

Avanzamos, avanzamos imparables, una tras otra, las terribles abominaciones caen, amontonándose en el suelo, rotas sus cadenas, desprendidos sus cráneos o humeando sus cadáveres putrefactos y malolientes. Charcos viscosos de mucosidad verde se extienden aquí y allá y nos impregnan hasta las rodillas al estallar, salpicándonos.

Las melodías tintinean en mi cabeza, me envuelven, haciendo el contrapunto de esta danza de muerte y justicia que se desata a nuestro alrededor, y mi alma se hincha, atrapada en la piedra de salvaguardia. No puedo detenerme. No tengo que mirar a Theron. Su respiración y la mía son la misma, parecen acompasarse extrañamente cuando me agazapo, soltando el escudo y empuñando el hacha con las dos manos. Cae la última abominación y las puertas se abren cuando nos giramos, jadeantes, desbocados.

El chirrido de los goznes parece eterno, tras él, solo la oscuridad y un gruñido malsano, suave, aterrador.

- Qué coño...
- Rammstein... - resuena la voz de ultratumba, desde las profundidades del templo de Osahendido.
- A por él.

La enorme abominación aparece. Sus golpes duelen como ninguno, y aunque peleamos bien, lo mejor que podemos, el vuelo de una de sus cadenas me alcanza de pleno en el pecho, se enreda en mi tobillo y me arroja contra un muro. El impacto me corta la respiración cuando caigo de bruces al suelo. Mierda. Joder. Agito la cabeza, sacudiéndome el dolor y la extenuación y enfoco la vista como puedo hacia mi compañero.

Su voz sigue desgranando las invocaciones, su esbirro no cesa en sus ataques, y el enorme ensamblaje cosido tiene dificultades para mantenerse en pie... aunque lo mismo puede decirse de Theron.

Sanación. Luego, otra para mí. Desatar el sello. Arrastrarme de nuevo al combate. Exorcismo. Dos hachazos dirigidos a su cuello. Llueve fuego cuando me alejo y veo caer al descomunal enemigo, retorciéndose y gruñendo con la maldición que hace humear su piel y la recubre de ampollas, hasta que finalmente, queda inerme.

- Joder... - resuella el brujo, extenuado.
- La puerta se ha cerrado... de nuevo.

Tengo que sostenerme en el mango del hacha para no caer al suelo. Si sigo en pie es sólo a fuerza de mera voluntad, y dirijo la mirada hacia el refugio del barón, rechinando los dientes. "Maldito hijo de puta"

- Ahti...
- Deberiamos intent...
- ¡Los vivos están aquí!

Me giro. Un fantasma oscuro está aullando a mi espalda, veo la masa de sombras de Theron dirigirse hacia él desde detrás... y cuando impacta sobre el espectro, disolviéndolo en una humareda grisácea, tengo que girarme de nuevo. Pasos precipitados de botas de metal.

Solo puedo ver unos cuantos rostros descarnados antes de que algo me golpee en la sien. Humedad corriendo por mi mandíbula. Todo da vueltas. Algo duele, o duele todo. El cielo teñido con la bruma del incendio se vuelve denso, pesado. Oscuridad.

Joder.... ¿De dónde han salido tantos? .... No lo sé .... ¿Estas bien? .... Estoy hecho mierda... ¿puedes abrir los ojos? ...  todo es cuestión de probar ....  Son muchísimos. Un ejército entero.... ¿Qué están haciendo?.... Dan vueltas alrededor de la torre del Barón .... Encantador .... Deberíamos irnos... Vale, pero espera a que pueda levantarme


.......................

Correr, correr, correr. Prácticamente arrastro a Theron en cuanto soy capaz de recuperar la consciencia. No sé de dónde he sacado las fuerzas, pero estoy de pie. Le agarro de la toga, mientras patalea para intentar ponerse de pie y parpadea, tiene los ojos en blanco. Corro hacia la puerta del Degolladero, que al fin se ha abierto, sin saber si los pasos nos siguen o no, sin importarme siquiera. Solo quiero salir.

No sé cómo, de algún modo, alcanzamos la puerta de servicio. Incluso el aire de las Tierras de la Peste se me antoja una bendición ahora, cuando invoco a la yegua y monto como puedo.

- Te dije que no ibamos a morir... - resuello.

Theron sonríe a medias, con el yelmo destrozado y la sangre manchándole la toga, el semblante perdido del agotamiento más absoluto y la cercanía de la inconsciencia.

Los restos de la piedra cristalina que guardaba mi alma, caen de entre mis manos cuando abro los dedos para coger las riendas.

XXVI - Stratholme

Cuentan que cuando Arthas arrasó Stratholme, dio el primer paso en el camino oscuro que le llevaría a la perdición. La muerte de cientos de ciudadanos bajo su mano, dicen, fue el principio del fin de un paladín que acabaría convirtiéndose en la pesadilla de los vivos, emponzoñando los ideales que había defendido y precipitando la caída del más grande reino de la humanidad.

Ahora, entre los muros de la ciudad prendida en un incendio eterno, con el calor sofocante y el humo de las casas quemadas, con la visión espeluznante, aquí y allá, de los cuerpos calcinados que yacen en montones por las esquinas o que te sorprenden al cruzar una calle, arrodillados en actitud suplicante, sigo pensando que era lo que había que hacer.

- ¿Donde estamos? - murmuro, afianzando la mano con la que sostengo el escudo.
- La Plaza del Rey, creo.

Theron escupe sangre, jadea y resuella. Las runas de su rostro refulgen constantemente, y su mirada está prendida en verde jade. El manáfago que ha invocado babea el suelo, moviendo los palpos como una hormiga mueve sus antenas, y se apoya en el bastón. Parece cansado.

- Esto es puñeteramente grande.

Una de las grebas está casi quebrada y amenaza con descolgarse, peligrosamente. Extraigo una venda larga y la enrollo en torno a la pieza de metal, apretando el nudo con firmeza, mientras escucho el murmullo en eredun del brujo, que manosea una piedra de alma entre las manos. Se vuelve para mirarme, con gesto inquisitivo, y asiento con la cabeza.

- No te cortes.

Siento el tirón cuando la Sombra envuelve mi alma, y me remuevo, algo incómodo. Es una sensación fría, que puede ser desagradable en ocasiones, sin embargo me siento más seguro así.
Al otro lado de la calle, se escuchan pasos pesados, los necrófagos deambulan aquí y allá. Escondidos detrás de una esquina, no pueden vernos ahora.

- Abominación

Asiento, sujetando el escudo y haciendo girar la maza entre las manos. No necesitamos hablar demasiado. Esperamos a que el monstruo se aleje lo suficiente del campo de visión de los demás y la bola de sombras le da de lleno en el cuerpo carnoso.

A pesar del lugar espantoso en el que nos hallamos, de percibir el espeso sabor del miedo mezclado con la curiosidad y la ira tanto en mi como en mi compañero, a pesar de nuestra precaria situación, estamos combatiendo realmente bien. El baile se ejecuta casi a la perfección.
No hemos tenido que intercambiar apenas algunas sílabas desde que entramos, la rueda gira de una forma absolutamente natural.

El gigante de carne se abalanza sobre nosotros, la Consagración le hace volver la mirada hacia mí. Me golpea con la hachuela, lo detengo con el escudo. La Sombra y el fuego invocados por el brujo restallan sobre la criatura, haciendo que el olor pútrido de sus entrañas se mezcle con el de las vísceras quemadas. El manáfago está prendido en su pierna, mordiendo con furia. Cada vez que el enemigo fija sus ojos en mi compañero, invoco la Luz, y el latigazo brillante capta su atención. Gruñe, furioso, cuando arroja la larga cadena y se me corta la respiración por el golpe. El gancho se ha prendido en alguna parte de la armadura, me arranca un rugido.

- Garde sturume! - Extiendo la mano mientras me arrastra, soltando la maza, y abro los dedos cuando el hormigueo de la Luz sube, ascendiendo por mi cuerpo, y estalla con la potencia de las tormentas. Al mismo tiempo, una bola de fuego del tamaño de su cabeza le ha reventado la mitad de la misma.

El monstruo se tambalea, y finalmente cae.

- Hijo de perra... - el brujo escupe sobre su cadáver, mientras pataleo para quitarme de encima esa mugrienta cadena, resollando con precipitación, y me pongo en pie. - ¿Estás bien?
- Estupendamente.
- Estás sangrando. - se toca la comisura de los labios.
- Tu también. Préndele fuego, si eres tan amable.

Echo un ojo en las bolsas, al recipiente que me dio Bettina. Aún necesitaremos internarnos un poco más. Levanto la cabeza para decírselo a Theron cuando veo a los necrófagos que se acercan a su espalda y los ojos casi se me caen al suelo.

"Están ahi, están ahi, date la vuelta, date la vuel..."

No he terminado de pensarlo, ni siquiera me ha dado tiempo a decirlo, cuando él ya se ha girado. Es ágil y está acostumbrado al combate, es evidente. Toda la atención de los muertos está sobre él, se arrojan contra su cuerpo, y yo me cago en todos los dioses en los que no creo mientras intento protegerle lo mejor que puedo.

- Katra zil shukil ... - espeta entre dientes sus maldiciones, con la voz silbante, susurrante y peligrosa, mientras alza los brazos al cielo y la lluvia de fuego cae sobre ellos. - Romath narak...ugh

La Luz ondula y se agita alrededor del brujo, que se contrae cada vez que ella le toca. Entrecierro los ojos con curiosidad, sin entender esa reacción, pero no tengo tiempo de hacer elucubraciones ahora. Un necrófago le está mordiendo el brazo. Y eso significa que estamos jodidos...o más bien, que él está muy jodido.

- Basta ya.

El cosquilleo crece en mis venas y parece desatarse ininterrumpidamente. Detengo la ola de sanaciones. Me uno al combate, dejando atrás un trozo de armadura que ya no sirve para nada, y rebano el pescuezo de uno de esos cabrones con el filo del escudo. Le piso la cabeza con la bota y sonrío a medias, extendiendo ambos brazos. La Luz destella y golpea en todas direcciones, dispersando a la plaga y dejándolos aturdidos y tambaleantes.

Me cubro con el escudo y salgo del combate cuando el fuego vuelve a llover de los cielos, acabando con lo poco que queda en pie a nuestro alrededor. El último levanta las uñas hacia el cielo y lanza un aullido estremecedor mientras su cuerpo estalla en llamas y chispitas rojas, incandescentes.

- Joder... no los había visto - murmura el brujo, dando un traspiés y apoyándose en el bastón - menos mal que me has avisado.
- Yo no te he avisado.

Me acerco para examinar la herida que le han hecho los dientes ponzoñosos del enemigo, entrecerrando los ojos y levantándole la manga. No es grave, pero sí profunda. Me pregunto si será suficiente con la acción de la luz para evitar una infección. "Más vale que lo sea"

- ¿No has sido tu? Pues... te he oído.
- Lo habrás imaginado.

Apenas le estoy prestando atención, pero sé que aprieta los dientes cuando me ve acercar la mano y respirar profundamente, con clara pretensión de sanarle. Se aleja precipitadamente, y luego sonríe con inseguridad.

- No te molestes. Tengo piedras.
- Si te infectas te vas a contagiar. Hay que intentar limpiar eso. - "Porque si no, palmarás en unas horas", me digo.
- Bien, hazlo. No me apetece morir.

Asiento y pongo las manos sobre la herida, dedicándome a lo mío. Theron me mira raro, lo percibo, y es irónico. Yo debería mirarle raro a él. La Luz le daña a la vez que le cura, y no parece asustarle demasiado la posibilidad de la infección, tiene dos cuernazos que le sobresalen de la frente y es evidente por el color de su sangre lo que es. Prefiero no hacer preguntas. No es asunto mío, y además, me da igual.

Cuando termino la sanación, recojo el resto de muestras y miro calle abajo.

- Va siendo hora de salir. - murmuro, recogiendo las armas y moviendo los hombros.
- Pero aún no hemos llegado al final.
- ¿Quieres llegar al final?

Tras un instante de silencio, asiente, recogiéndose un jirón de la toga. Sonrío a medias.

- Piensa en algo bonito mientras peleas, porque me temo que tendré que curarte mucho.


XXV - Compañero de armas

Cruce de Corin - Tierras de la Peste del Este

Elazel agita la testa, nerviosa, caracoleando en torno al camino. Le doy un par de palmadas en el cuello y miro hacia atrás, luego vuelvo el rostro hacia el Cruce. Un lugar horrible. "Si, un lugar horrible." Si cierro los ojos puedo oír los gritos de aquel día aciago. Se repetirían en mi cabeza como una letanía, en el orden preciso y correcto, de nuevo pasarían ante mi mirada las imágenes imborrables.

Y por supuesto, no cierro los ojos.

- Vamos, preciosa. No hay por qué pasar por aquí, ¿verdad? - murmuro, tirando de las riendas suavemente.

Rodeamos las colinas al paso, sin prisa. Los canes de la plaga deambulan de acá para allá, a veces se fijan en nosotros y nos acechan desde detrás de una colina, y aunque estamos solos, Elazel y yo, no atacan. Hoy todavía no. No sé por qué. No me importa.

La Guardia se marchó hace unos días, todos juntos en una tarde lluviosa, sobre sus monturas dispares, sonriendo y con el ánimo elevado. Están unidos por los lazos del afecto y la amistad, más allá de las razas y de sus personalidades peculiares, y eso me alegra. Es bueno que los combatientes confíen unos en otros de esa manera. Los conozco a todos, uno por uno. He conversado personalmente con cada cual, y en cada uno he encontrado rasgos destacables y un punto de luz brillante y claro, casi inocente. Incluso Darkshul, la maga renegada, es una criatura amistosa y sonriente. Son buena gente, sí. Pero Jhack tenía razón. Esta guerra no es la suya.

Rashe también estuvo aquí. Juntos tomamos muestras de los calderos para llevarlas al Baluarte, pero sus responsabilidades la reclaman y ha tenido que regresar a Terrallende. Realmente no me importa estar solo. No tengo nada que reprocharle a nadie, ningún motivo de queja o displicencia hacia ellos, incluso les agradezco que, a pesar de todo, se empantanen las rodillas en una guerra que no es la suya... de momento. Espero, con todo mi corazón, que no lo sea nunca.

Bordeamos el cruce hasta las colindancias de la Mano de Tyr, donde las avanzadas de la Cruzada Escarlata se apostan en su resistencia eterna contra el Azote. El tintineo de las armaduras y la lengua común llega a mis oídos cuando el viento sopla en contra, haciéndome torcer el gesto. Elazel patea la tierra seca un momento, y la espoleo para estimular el ritmo de nuestro avance.

Los minutos pasan, pesados y densos como el aire de estas tierras, hasta que alcanzo la Capilla. Desmonto, mirando alrededor, y saludo a los avizores y a los soldados, antes de acercarme al puesto de Bettina. La enana sonríe. Sonríe a todo el mundo, con su cara regordeta, así que le devuelvo el gesto.

- Que la Luz te guarde, paladín - entrecierra los ojos.

Hoy no me apetece hacer la corrección de siempre.

- Saludos. La Guardia del Sol Naciente va a partir hacia Stratholme. ¿Necesitas algo de la ciudad en llamas?

Bettina parlotea aceleradamente y finalmente me indica lo que quiere de allí dentro. Ella forma parte del grupo que se dedica a investigar la cura de la Plaga, así que no me sorprende que quiera carne de necrófago. Asiento levemente, memorizando el encargo, antes de darme la vuelta para partir, con el hacha a la espalda.

Vaya. Menuda sorpresa. Arqueo la ceja ante la figura que me sonríe con cierto deje amargo, a varios pasos de los combatientes del Alba Argenta, que le miran de reojo y cuchichean entre sí. Bien, admito que por un momento me alegro mucho, muchísimo, de verle. Camino hacia él, devolviéndole la sonrisa y con una mirada de extrañeza.

- Saludos, brujo.

- Saludos, paladín. - No hace falta que lo pregunte, creo que mi expresión lo dice todo. - No tengo nada que hacer. Y dijiste...

- Voy a Stratholme. - le interrumpo. No tiene que darme explicaciones. - ¿Te apetece un combate suicida?

- Claro, por qué no. - mira alrededor, con cierta desazón. No parece ser muy bienvenido aquí, los avizores le observan con desagrado y les responde con una expresión algo altiva, huraña en cierto modo. - Mejor que quedarme aquí, sin duda. Un brujo es una compañía impropia.

Ladeo la cabeza y suspiro, arqueando la ceja. Ahora sí que me recuerda a Derlen, terriblemente.

- Impropia, sí... pero necesaria. Es la hipocresía de las circunstancias, Theron. - me mira de reojo. - No aprueban los métodos de la Sombra, sin embargo, en más de una ocasión les ha servido. La necesitan. Más aun el Alba Argenta, que no anda sobrada de efectivos precisamente.

Asiente, sin duda ya conoce la historia, pero aún parece haber una pequeña duda en su mirada. Creo adivinarla, y sonrío a medias, invocando a Elazel y montando ágilmente.

- Siempre he luchado con brujos, y he conocido a muchos. De todo tipo, clase y condición. Si hoy estoy vivo y puedo contarlo, es en parte gracias a ellos, así que no, para mí no es un problema. Alguien tiene que hacer lo que los demás no pueden.

- No es lo habitual. - La pesadilla aparece, relinchando y encabritándose, dejando bajo el suelo una superficie de tierra chamuscada, para escándalo del Comandante Metz, que nos mira con cara de imbécil.

- Es que yo soy un tío especial. Bonita jaca.

- Lo mismo digo.

- Tonto el último.

Salimos al galope hacia el camino, en una carrera tan infantil como estimulante. La tierra discurre bajo nuestros pies con rapidez, los enemigos que nos avistan de vez en cuando no pueden alcanzarnos, los murciélagos nos sobrevuelan y después se dan la vuelta. Cuando llegamos a las puertas de la ciudad, desmontamos, riendo entre dientes.

- Vamos a entrar solos. - dice, jadeando y mirando el rastrillo oxidado y descascarillado. No es una pregunta, es una afirmación. Asiento, descolgando el escudo y echándomelo a la espalda antes de que Elazel desaparezca en la bruma rojiza. - ¿que hay de tu gente?

- Dije que la Guardia iba a Stratholme, y no es mentira. Vengo yo, que soy parte de ella.

Me mira, arqueando la ceja, y se ríe entre dientes.

- Vamos a morir

- No moriremos

Al entrar, los rastrillos caen con un golpe sonoro a nuestra espalda. No podemos volver atrás, y delante sólo nos aguarda la muerte y la oscuridad. Mi mirada se cruza con la del brujo, que resplandece, verde e intensa, y no hace falta más. Empieza el baile, nena.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

XXIV - La Guardia

Andorhal - Tierras de la Peste del Oeste

Querido Mendrugo: ¿Como sigue la campaña contra la Plaga? Aquí hay trabajo, los arúspices nos han mandado algunos encargos delicados. Te echo de menos. ¿Cuando podremos pasar algún tiempo juntos?

Rashe

Me duelen las muñecas. Ya ni siquiera sé que hora es, ni cuanto tiempo llevamos peleando. El sacerdote jadea detrás de mi, soltando improperios de vez en cuando mientras me sana. La plaza está atestada de no muertos, algunos parecen aguardar en las ruinas de las casas, como ancianos sentados en el porche. Otros deambulan por las calles. Un grupo de esqueletos resucitados se acerca a nuestra posición, pegados a las colinas.

- ¿Y los demás? ¿Cuando vienen?

- No van a venir. - Respondo, mecánicamente. Empuño el hacha, abriendo y cerrando los dedos, respirando entre los dientes. Les miro con los ojos entrecerrados. Son cinco. Arderán.

- ¿Qué? ¿Que no van a...? ¡Condenación!

- Jhack

- ¿Qué?

- Cállate.

"Golpea en la columna vertebral, desmóntales." Bien. Giro a la derecha, haciendo un barrido, dos cráneos salen volando. Consagración. Bien. Sentenciar el sello. Un par de murmullos con las palabras adecuadas y han caído. La luz fluctúa a nuestro alrededor, las bendiciones del sacerdote y las mías propias me hacen hervir la sangre, la siento chispear en las venas.

No pasa mucho tiempo hasta que los atacantes solo son montones de huesos inanimados, hachas oxidadas en el suelo, un yelmo robado que yace hendido sobre el polvo. El olor de la muerte es una constante, y cuando miro hacia adelante y avanzamos hacia la plaza central, me golpea con el sabor sutil de algo cotidiano y redescubierto.

¿Cuando me acostumbré a este aroma? ¿En qué momento se convirtió esto que hago en una vocación, en una profesión, en un objetivo? ¿Cuando abandoné el abrazo cálido de las sábanas de seda y el dulce murmullo de las hojas en el bosque para entregarme al sueño inquieto en esteras de esparto, al beso mordiente de las armaduras pesadas, a la caricia de un puñal bajo la almohada, siempre presto? No fue hace tanto tiempo. Sin embargo, ni siquiera lo recuerdo.

- ¿Estamos solos, Ahti?

La voz de Jhack es un susurro inquieto mientras bordeamos las colinas. No quiero responderle. Es demasiado evidente que sí.

- Deodara quizá aparezca. Link también lo hará, si ella viene. Hibrys lo intentará.

- ¿Y los demás?

- No van a venir, Jhack. - me detengo un instante para mirarle. No está asustado. Está disgustado, y se siente un gilipollas. - ¿Cuento contigo?

El viento sopla, trayendo los gruñidos gorgoteantes de los necrófagos, agitando la toga del sanador, que vuelve la vista hacia otra parte y se limita a asentir con la cabeza, suspirando. Arqueo la ceja. El silencio solo está roto por el esporádico crujir de los huesos y los chasquidos de las ruinas que se tambalean imperceptiblemente con el azote de la brisa intensa.

- Jhack, no tienes que quedarte si no quieres. Vete. No quieres estar aquí.

- ¿Es que no lo comprendes? - grita. Su voz se eleva demasiado. ¿Exasperación? - Esta guerra es TU guerra. Solo tú quieres combatirla. A nosotros... a nosotros no da igual este lugar que cualquier otro mientras estemos juntos. Y de una manera o de otra, nunca lo estamos.

Hace una pausa, y no me cuesta distinguir en su mirada que está enfadado. Enfadado y un poco triste. Lo comprendo, pero no es suficiente.

- ¿Entonces que haces aquí, Jhack? ¿Por qué seguís a mi lado, si no deseáis esto?

- ¿Que qué hago aquí? No voy a dejarte solo, Ahti.

Arrugo el entrecejo y meneo la cabeza, chasqueando la lengua.

- No se trata de eso.

- Si, Ahti. Se trata solo de eso. Se trata, únicamente, de lealtad.

Necesito un instante para digerir esas palabras, y finalmente asiento. El resto del camino es pesado, parece cuesta arriba. El arma se desliza de mi mano constantemente, me cuesta asir la empuñadura. Quizá estoy algo decepcionado.

No es que desprecie la lealtad. Todo lo contrario, la aprecio y trato de corresponderles desde el fondo de mi alma. Pero no quiero gente leal a mí, no quiero gente deslumbrada por el carisma de un líder que sólo da un paso al frente porque nadie más parece querer asumir la responsabilidad de hacerlo. Yo quiero gente leal a una idea. A una esperanza. Gente leal a sí misma con un fin en común...

Llegamos a la plaza. Cuando me arrojo sobre el grupo, ingente grupo, de muertos vivientes, y el lich vuelve sus ojos hacia mí, estoy tranquilo. Sé que el sacerdote cuida de mí, que estará detrás de mis pasos y no permitirá que caiga.

Sé que es leal. Tengo que conformarme con eso.

martes, 22 de septiembre de 2009

XXIII - Sintonía

Ciudad de Lunargenta - Otoño

Al salir de la Sala de los Cristales, me estiro perezosamente al sol. Hibrys ya se ha marchado, recogiendo todos los papeles insufribles y tediosos de la reunión de la Guardia. Me desperezo y me crujo los nudillos, tomando aire profundamente, antes de dirigirme a la taberna con paso vivo.

La ciudad sigue siendo la misma. Siempre lo es, con príncipe traidor o sin el, con Naaru o sin el... una puta enorme y voluble que te sonríe con los mismos dientes con los que te muerde. Sin embargo, es una ciudad con vida, y vida inteligente, presumo, aun en pocas cantidades.

Al apartar las cortinas y entrar en la taberna, suavemente iluminada y con el aroma inconfundible de las pipas aromáticas, el licor afrutado y las jarras de cerveza, el destino me sonríe poniendo en mi camino una de esas escasas compañías que merecen la pena y librándome de todas las que acaban por desesperarme. El tipo de la toga, Solámbar, está ahí sentado, más solo que la una y fumando algo que huele a rayos.

- Hola brujo.

- Hola paladín - sonríe a medias, pronunciando extrañamente las vocales al tener la pipa entre los dientes. No pregunto, es evidente que está borracho o puesto de alguna guarrería de las suyas. Lleva así desde que le conocí, hace... no sé. Una semana o dos, creo.

- No soy paladín - replico, dejándome caer en el diván contiguo y rechazando con la mano cuando me acerca la boquilla - No, gracias, todo tuyo.

Una cosa es que me caiga bien. Otra que sea gilipollas y vaya a fumar lo que sea que se mete un tío que tiene cuernos, seamos realistas.

- No es nada malo - me dice, parpadeando con gesto inocente. - Solo es una pipa.

Le respondo con un codazo estudiado en el brazo, justo en el tendón, que le hace quejarse y mirarme mal, aunque ha sido suave. Muy suave, diría yo.

- No es nada malo. Solo es un codo.

- Capullo. - replica, frotándose y murmurando algo entre dientes. 

Le acerco la petaca a modo de tregua y tomo aire, dejando caer la cabeza en el respaldo curvo y mirándole de reojo. Situados de esta manera, nuestros perfiles están opuestos y es complicado verse la cara, pero puedo definir exactamente sus rasgos adolescentes, que siguen despertándome esa añoranza y ese extraño recuerdo imposible de ubicar. Sigo sin saber por qué me resulta tan poderosamente familiar.

Theron Solámbar es un tío raro. No recuerdo bien la conversación, pero me contó una historia absolutamente inverosímil sobre su situación. Él estaba en una taberna, cuando su maestro fue invocado y a continuación le invocó a él. Apareció en Lunargenta, y pensó que estaba en Lunargenta, cuando descubrió que todos aquellos a los que conocía no existían... y parecían no haber existido nunca. De alguna manera, en aquella noche de alcohol después de la batalla, llegó... bueno, llegamos a la conclusión de que viene de otro mundo. Un mundo donde existe una Orden llamada El Ansereg, donde un tipo llamado Iradiel la dirige y una guarra llamada Suzanne vive en una casa de la esquina. Un mundo donde la guerra contra la Alianza es despiadada, la población ha descendido drásticamente a causa de las batallas y los avances imparables de la Legión Ardiente y donde las cortinas son rojas en vez de azules.

Y lo peor no es eso. Lo peor es que yo me lo creo. Porque claro, o bien tenemos razón y tanto él como su maestro han venido de otro mundo, igual a este pero algo diferente... o bien Theron Solámbar está loco. Y loco no me parece. Solo borracho y puesto. Y triste, y solo y taciturno, pero eso es otra historia.

Así que cuando me devuelve la petaca, le pregunto lo obvio.

- ¿Has encontrado ya la manera de regresar a tu mundo?

El brujo se encoge de hombros.

- ¿La has buscado? - Arqueo la ceja.

- Em... no sé por donde empezar... y no sé si es posible... o si quiero hacerlo. - confiesa. El final de la frase es un susurro casi inaudible, y lo acompaña con una profunda calada.

Vaya. Asiento levemente, mirando alrededor.

- ¿Y qué vas a hacer mientras lo decides?

Theron es una mente ágil y ligera para hablar de chorradas. Las dos o tres veces que hemos coincidido hemos debido batir el récord de gilipolleces por segundo, casi pondría la mano en el fuego. Es frívolo, pero bastante divertido, y tiene una conversación locuaz y aguda... o eso me había parecido hasta ahora. Parece llevarle una eternidad responder.

- No tengo nada aquí. - su voz suena amarga. - Solo a Ydorn... a mi maestro.

- Pues ahora me tienes también a mi.

Parpadea y se me queda mirando, elevando la ceja. Tenemos ese gesto en común, ya lo he notado antes. Parece desconfiar, pero es la desconfianza del animal fuera de su hábitat, es natural. Más aún si repaso la frase que acabo de decir. Um... creo que lo estoy haciendo otra vez. Ya estoy dejándome llevar por los impulsos, porque de alguna manera, quiero a este tío cerca de mí, pero no sé por qué.

- No me conoces de nada.

He ahí una gran verdad. Hemos tenido un par de conversaciones agradables... en las que es como estar hablando con alguien a quien conoces de toda la vida. Pero no es la realidad. No le conozco de nada. Y aun así...

- Sé que sabes causar dolor. Eres bueno peleando con tus armas. - replico, intentando no ser demasiado brusco. - Sé que estás perdido en un mundo que no es el tuyo... y que no sabes qué hacer ni cómo hacerlo en una situación tan jodidamente extraña como la tuya. Y me caes bien. Si estuviera en tu lugar, me gustaría saber que puedo contar con alguien.

- Pero no me conoces.

- Quizá. Quizá no me haga falta. Quizá no me importe. Igual no necesito un motivo. ¿Dónde estás durmiendo? - rebusco entre mis bolsas y saco la llave, tendiéndosela.

- En... el sagrario

- Es la llave de mi casa. Puedes quedarte allí si quieres.

Nos miramos un instante. La llave se queda colgando entre los dos, oscilando entre mis dedos. Está absolutamente asombrado, y yo también, aunque no lo aparente.

- Si necesitas cualquier cosa, recurre a mí. Mientras estés en mi mundo, puedes contar conmigo. Y no son...

- ... solo palabras. - Completa mi frase y asiente. Coge la llave, dubitativo. - No la usaré si no me veo...

- ... en absoluta necesidad, sí.

Asentimos a la vez.

Un hormigueo. Una extraña fluctuación. ¿Es una corriente de simpatía o la vibración de una sintonía extraña, inexplicable y prodigiosa? Es como una nota sostenida que hace temblar los cristales de las copas por un solo instante, exactamente afinados en el mismo armónico.

Me estoy comportando como un padre. No, me estoy comportando como un pirado, ofreciéndole mi casa y mi ayuda a un tío con el que he pasado un par de borracheras Y NADA MAS QUE ESO. Pero no lo puedo evitar. Sé, con una certeza rotunda e irracional, que Theron Solámbar es alguien de confianza. Sé que jamás hará nada contra mí. Y no sé por qué lo sé, pero lo sé.

- Si me das la llave de tu casa...¿donde vas a dormir tú?

Aún la tiene en las manos cuando me devuelve la petaca, y doy un largo trago, frunciendo levemente el ceño.

- No voy a estar mucho en la ciudad. Me voy a pegarme de hostias con la Plaga.

- Oh, vaya, te vas a ligar. - se ríe entre dientes.

- Si al menos los necrófagos tuvieran tetas ...

Parpadeamos a la vez y nos miramos con extrañeza. Luego nos da la risa. Ya nos ha pasado un par de veces, pero creo que es la primera vez que decimos una frase tan larga a la vez.

XXII - Recuerdos

Bahía del Botín, taberna de El Grumete Frito - Otoño

El olor del salitre está prendido en las paredes de madera, ha blanqueado con sus posos las vetas de las vigas, las grietas del suelo. Los marineros se arremolinan en torno a la barra, riendo a carcajadas, embriagando el aire con sus gritos y cantos, que se alzan de cuando en cuando junto al entrechocar de las jarras y la melodía aislada de una flauta.

El desembarco es un momento largamente esperado para quien pasa su vida en el mar. Recuerdo esos momentos con una punzada de añoranza inevitable. Les observo, nostálgico, entre el cabello que insiste - maldito sea - en caer delante de mi rostro, velando mi visión y haciendo que todo parezca una representación, un escenario enmarcado por cortinajes.

Están muy lejos, o soy yo quien lo está. Lejos de todos.

Tomo aire y bebo un sorbo más, no es suficiente nunca. Esos que dicen que beben para olvidar, esos, esos son unos necios. El alcohol es un maestro agitador de recuerdos cuando te entregas a él en soledad, a veces también cuando lo haces en compañía. Pero desde luego, no borra el pasado. Ni el lejano, ni el próximo.

Las voces dispares de idiomas variopintos se entrecruzan en mis oídos cuando me inclino hacia adelante, observando el fondo de la jarra, como si allí estuvieran las respuestas. Si... no hace tanto tiempo, el Espina Blanca atracaba en este mismo puerto. Pisábamos el muelle con energía, sonriendo y empujándonos al notar la tierra firme bajo los pies, y luego corríamos a hundirnos en los brazos de las putas y el bourbon. Eran buenos tiempos... lo eran. Lo fueron.

Por un instante, pienso que tal vez nunca debí dejar la tripulación para volver a casa.

Parpadeo y doy otro sorbo, intentando arrancarme el recuerdo aterrador de lo que me esperaba al regresar, las cenizas de una guerra que ya se había librado y que ya había cobrado su precio.  Solo consigo que discurra con más velocidad, en escenas congeladas de cuerpos calcinados, de restos de huesos, de ojos amarillos que acechan en la oscuridad, de mandíbulas babeantes con forma de tijera que se abren y se cierran, buscando mis pies.

Nunca había tenido ningún problema con las arañas. Nunca hasta el día en que llegué a lo que quedaba de mi hogar, y los nerubian volvieron su rostro hacia mi, hambrientas y furiosas. Y nunca, nunca había corrido tanto como aquel día. No sabía qué demonios era aquello, pero tenían muchas patas y mucha hambre. La palabra "nerubis" no significaba nada para mí entonces, pero la palabra "sobrevive", sí.

- Y sobreviví - murmuro entre dientes, tomando otro trago. Debo dar la imagen del patético borracho que habla solo, pero me da exactamente igual. Estoy bien aquí, con mis recuerdos y mi autocompasión. La uso demasiado poco.

Sí, sobreviví. No necesito esforzarme para evocar el rostro de Seltarian, pues ese momento está grabado a fuego en mi memoria. Un elfo a caballo, de armadura brillante y ojos acerados, cruzándose en mi camino y extendiendo la mano hacia mí al pasar. Casi puedo revivirlo como si estuviera sucediendo ahora, sentir la misma fuerza desesperada con la que me agarré a aquella mano, el violento tirón y el golpe seco al caer de cualquier manera sobre el caballo. Los dedos férreos que se cerraron en el cinturón y la voz profunda, penetrante. "Te tengo".

Seltarian. Era un gran tipo. Eres un gran tipo, estés donde estés. Levanto la pinta y brindo por él en silencio, mientras su voz resuena en mi mente con tanta claridad como entonces, cuando sanaba mis heridas en la ladera. "¿Eres un paladín?", le pregunté yo. "Soy un Soldado de la Luz", me respondió. Un Soldado de la Luz.

Era un gran maestro. Joder, que bueno era. Uno de esos tios que no te dan lecciones, sino que responden a tus preguntas y te ayudan a responderlas por tí mismo. Educó mi cuerpo, educó mi espíritu y educó mi mente. Me enseñó a compartimentar para que los pensamientos y las emociones no interfiriesen en el combate, me enseñó a buscar puntos de luz, a tirar de ellos, a darle forma a la energía sagrada con mi voluntad y a desatarla del modo adecuado. Me enseñó a utilizar la espada y la maza, la lanza y el mandoble... y me enseñó la responsabilidad que conllevaba todo aquello.

"Somos lo que hacemos con nuestras manos"

Esas fueron sus últimas palabras, antes de partir hacia el Baluarte.

- Somos lo que hacemos con nuestras manos...

Me miro las manos, arqueando la ceja. Estoy bastante borracho, pero no lo suficiente. Soy consciente de cada maldita cosa que hago y de todas sus jodidas repercusiones, en mí y en los demás... y eso es una enorme mierda. Pero es lo que hay.

La bolsa, donde he guardado el tabardo de los Caballeros de Sangre parece pesar una tonelada. Cumplí mi misión, me dieron la insignia... que les jodan. Jamás vestiré ese tabardo. La cagué incendiando la Capilla, pero, aunque conseguí reparar en parte ese daño, no lo he reparado en mí. No es suficiente... y haré que lo que haga falta hasta estar satisfecho.

Voy a defender esa jodida ciudad en ruinas con todas mis fuerzas, aunque no sirva de nada. Lo haré, hasta considerar saldada mi deuda. Y quizá un poco más. Porque somos lo que hacemos con nuestras manos, pero también lo que no hacemos. Es hora de poner las cosas en orden.

lunes, 21 de septiembre de 2009

XXI - Innecesario (II)

Stratholme - Principios de otoño

El fuego se eleva hacia el cielo ensombrecido de la ciudad que su príncipe arrasó. El crepitar de las llamas, la fiereza con la que parecen alzar sus lenguas rojizas hacia el firmamento me hacen estremecer en un escalofrío de ira y rabia contenidas. Las vigas de la capilla crujen, y un trozo de madera se desprende, cayendo al suelo con un chasquido y un chisporroteo.

Esta es la verdad, Ahti. Mírala bien.

Observo los jirones de plasma que parecen tratar de asirse, desesperados, a los suelos de la ciudad. Son espíritus fuertes, los espíritus de los antiguos paladines de la Mano de Plata. Vinieron a defender la Llama Eterna, y lo hicieron con valor y determinación. Y los hemos matado. Los hemos matado, a todos ellos.

No, sin duda, yo no soy como ellos. Yo no soy un paladín.

- Ahti... vámonos - Aricia tira de mi capa, e Irular aguarda junto al rastrillo, manipulando las cerraduras. Ninguno de los dos parece ser consciente de lo que acabo de hacer... pero yo sí. Yo sí.

- Déjale. Salgamos.

Escucho el roce de las cadenas cuando se abre la puerta de servicio, y los pasos suaves y ligeros de la elfa, que aún se vuelve hacia mi un momento, las zancadas de los demás cuando se precipitan hacia el exterior. Y al final sus imágenes desaparecen, y yo me quedo solo. Aquí hace tanto calor como en el infierno. Para mi, es una parte de él.

Abro la mano y miro lo que tengo en ella. El frasquito de cristal que me dio Solanar, vacío por completo. "¿Por qué?".

- ¿qué...que has hecho... insensato?

Me vuelvo hacia la voz que me habla. Es Aurius, que aún se arrastra, ensangrentado, tratando de ponerse en pie con los ojos fuera de las órbitas y la sangre manando de su boca.

- ¡¿Qué has hecho, maldito sin'dorei?!

- ... no lo sé.

Cierro los ojos con fuerza, tratando de huir de la realidad, de la voz que me atormenta día y noche, que no me permite enroscarme en un rincón y fingir que todo está bien... de la voz que hace que todo me importe. Que todo me afecte.

Lo sabes. Lo sabías desde el principio, pero a pesar de todo, quisiste verlo. Fuiste tan ingenuo... no pensaste que la Orden de los Caballeros de Sangre fuera capaz de algo así. Será alguna prueba de entereza, te decías a tí mismo. Esto tenía que tener truco, ¿verdad?. Pero no, no lo tiene.

Ahogo el gruñido en mi garganta cuando comienza a faltarme la respiración y la sangre se agolpa en mis venas, encendida, estallando como la lava desatada de un volcán en erupción. Me hormiguean las piernas y me tambaleo, apoyándome en la empuñadura de la espada cuando caigo de rodillas.

- Dioses, perdonadme... 

Esto es lo que has hecho por ellos. Has hecho que la Luz se apague para siempre donde era la única esperanza, donde más falta hacía. ¿Es esto lo que significa ser un Caballero de Sangre? ¿Anteponer el orgullo a tu propio corazón, cuando éste te dice que no estás haciendo lo correcto? ¿Cuánto vale un tabardo, Ahti?

Duele. Duele más que cualquier otra cosa. Lo que acabo de hacer no sólo se lo he hecho a este lugar, a esta capilla... lo peor de todo es lo que me he hecho a mí mismo. Lo que llevo haciéndome tanto tiempo. Siento que yo también estoy ardiendo, me consumo en la misma hoguera que ella, mis cimientos se resquebrajan.

Me he insultado. Me he escupido. Me he negado. ¿Cómo he podido estar tan ciego?

- Ahi vienen... que la Luz se apiade de mi alma

Parpadeo, limpiándome las lágrimas con una mano, buscando con la mirada al paladín que yace a pocos pasos de mí. Se está incorporando, aún fatigado por las profundas heridas, y mira hacia el otro lado de la calle, donde un grupo de no muertos avanza lentamente. Atraídos por las llamas de aquel lugar que no podían pisar... y ahora se les abre, al fin.

Y ese tío se está levantando. Se levanta y empuña la puta maza. Joder, ¿qué clase de persona es? Todo está perdido, ¿qué mas quiere defender? Su rostro se vuelve hacia mi, y los ojos castaños me atraviesan, feroces, vehementes. Decididos.

- ¿Qué vas a hacer?

Su pregunta resuena en mi mente con todas las voces que conozco. Es Seltarian, es Ivaine, es la División Octava, es mi padre, es mi madre, son mis hermanos, es Rashe, es Oladian, es Hibrys... soy yo.

¿Qué vas a hacer?

La angustia se cierra con demasiada fuerza, y levanto el rostro al cielo, apretando la mandíbula. El humo es demasiado denso... parece tejerse en el firmamento y formar nubes gruesas, bramantes, que hacen temblar la tierra y saltar las piedrecitas del suelo bajo mis pies. La tormenta naciente refleja la tormenta que se arremolina dentro de mi, anegando mi corazón que late desbocado, martilleando con violencia en mis sienes. Escupiéndome la verdad a golpes, con violencia, sin dejarme escapar. No tengo donde hacerlo, en cualquier caso... así que no tiene sentido tenerle miedo.

Ya no puedo seguir mintiéndome. De qué me sirve engañarme.

"Luz sagrada... tú siempre respondes a quien te invoca con fe. Yo no sé si la tengo. Solo sé que tengo la certeza de qué es lo correcto... y quiero hacerlo. Te necesito, ahora. Y te necesito de verdad. Acaba con lo que mis manos han empezado. No dejes que mi error provoque la destrucción de lo que debe prevalecer."

Extiendo la mano, soltando el frasco vacío que cae al suelo cuando la energía brota de mis dedos, sin un parpadeo de duda, sin un solo titilar inseguro. Es una invocación fluida, perfecta, quizá la más perfecta que he hecho hasta ahora, que se derrama en un torrente sobre el paladín herido al mismo tiempo que el trueno se quiebra en el cielo y la tormenta estalla al fin.

Aurius se arquea un momento cuando el resplandor dorado le cubre, cerrando sus heridas y haciendo brillar sus ojos.

- ¡Erasus thar'no darador!

Su grito resuena en la calle, sobreponiéndose al retumbar de los pasos de la Plaga, que se acerca. Escucho el entrechocar de los metales, y le observo un instante, antes de correr hacia el interior de la capilla en llamas.

- Luz Sagrada... - me arrodillo entre el fuego que lame las paredes, rebuscando en mis bolsas hasta encontrar el canalizador de Auslese. Era mi reserva. Era mi esperanza. Con él, no necesitaría más fuentes en mucho tiempo... joder, Ahti. - Yo no sé rezar, mierda. Nunca lo he hecho.

Empuño el canalizador y observo el cuenco de porcelana donde ahora solo queda una superficie requemada y restos de incienso. Tomo aire, entrecerrando los ojos cuando las astillas ardientes caen cerca de mi rostro.

- Por favor, enciéndete.

Canalizo el choque sagrado sobre la cubeta, desesperado. El calor me impide respirar, y afuera se oyen los sonidos de la batalla. Las placas de mi armadura se están poniendo al rojo con la cercanía del incendio. El paladín sigue resistiendo de alguna manera, aún grita sus arengas. La llama no se prende.

- Enciéndete, por favor. Enciéndete. ¡Enciéndete!

Toda mi voluntad se concentra en algo tan sencillo como prender un inciensario. Todas las esperanzas de toda mi vida se desvanecen y dejan de tener sentido, el universo entero se convierte en un recipiente de barro, es lo único que cobra valor ahora, mientras desato los hechizos, uno tras otro.

"Enciéndete"

Y entonces sucede.

Es como si un millar de plumas se colaran dentro de mi cuerpo, atravesándome tan rápido que me cortan el aliento en la garganta y me obligan a abrir los párpados. El hormigueo es cálido y revitalizante, despierta cada uno de mis nervios, hace estallar mi interior como si mis órganos estuvieran hechos de burbujas de jabón. Es vivir una primavera, es experimentar un amanecer, es deshacerse en los acordes del poderoso órgano del cosmos y pasar a formar parte de él, vibrando intensamente.

La Luz me atraviesa y se proyecta sobre el blandón, arrastrando a su paso el contenido del Canalizador de Auslese al saltar de entre mis dedos.

Y la llama se enciende.

Cuando vuelvo en mí, aún sobrecogido por leves espasmos, con los dedos humeantes y completamente agotado, escucho el sonido de la lluvia. Me encojo, pugnando por encontrar el aire entre los sollozos que me rompen la garganta, y toco mis lágrimas con las manos, incrédulo. Ahora mismo soy incapaz de hilvanar ningún pensamiento.

El fuego ha desaparecido. La Luz vuelve a arder dentro de la capilla. Y yo nunca seré un Caballero de Sangre.