lunes, 21 de septiembre de 2009

XXI - Innecesario (II)

Stratholme - Principios de otoño

El fuego se eleva hacia el cielo ensombrecido de la ciudad que su príncipe arrasó. El crepitar de las llamas, la fiereza con la que parecen alzar sus lenguas rojizas hacia el firmamento me hacen estremecer en un escalofrío de ira y rabia contenidas. Las vigas de la capilla crujen, y un trozo de madera se desprende, cayendo al suelo con un chasquido y un chisporroteo.

Esta es la verdad, Ahti. Mírala bien.

Observo los jirones de plasma que parecen tratar de asirse, desesperados, a los suelos de la ciudad. Son espíritus fuertes, los espíritus de los antiguos paladines de la Mano de Plata. Vinieron a defender la Llama Eterna, y lo hicieron con valor y determinación. Y los hemos matado. Los hemos matado, a todos ellos.

No, sin duda, yo no soy como ellos. Yo no soy un paladín.

- Ahti... vámonos - Aricia tira de mi capa, e Irular aguarda junto al rastrillo, manipulando las cerraduras. Ninguno de los dos parece ser consciente de lo que acabo de hacer... pero yo sí. Yo sí.

- Déjale. Salgamos.

Escucho el roce de las cadenas cuando se abre la puerta de servicio, y los pasos suaves y ligeros de la elfa, que aún se vuelve hacia mi un momento, las zancadas de los demás cuando se precipitan hacia el exterior. Y al final sus imágenes desaparecen, y yo me quedo solo. Aquí hace tanto calor como en el infierno. Para mi, es una parte de él.

Abro la mano y miro lo que tengo en ella. El frasquito de cristal que me dio Solanar, vacío por completo. "¿Por qué?".

- ¿qué...que has hecho... insensato?

Me vuelvo hacia la voz que me habla. Es Aurius, que aún se arrastra, ensangrentado, tratando de ponerse en pie con los ojos fuera de las órbitas y la sangre manando de su boca.

- ¡¿Qué has hecho, maldito sin'dorei?!

- ... no lo sé.

Cierro los ojos con fuerza, tratando de huir de la realidad, de la voz que me atormenta día y noche, que no me permite enroscarme en un rincón y fingir que todo está bien... de la voz que hace que todo me importe. Que todo me afecte.

Lo sabes. Lo sabías desde el principio, pero a pesar de todo, quisiste verlo. Fuiste tan ingenuo... no pensaste que la Orden de los Caballeros de Sangre fuera capaz de algo así. Será alguna prueba de entereza, te decías a tí mismo. Esto tenía que tener truco, ¿verdad?. Pero no, no lo tiene.

Ahogo el gruñido en mi garganta cuando comienza a faltarme la respiración y la sangre se agolpa en mis venas, encendida, estallando como la lava desatada de un volcán en erupción. Me hormiguean las piernas y me tambaleo, apoyándome en la empuñadura de la espada cuando caigo de rodillas.

- Dioses, perdonadme... 

Esto es lo que has hecho por ellos. Has hecho que la Luz se apague para siempre donde era la única esperanza, donde más falta hacía. ¿Es esto lo que significa ser un Caballero de Sangre? ¿Anteponer el orgullo a tu propio corazón, cuando éste te dice que no estás haciendo lo correcto? ¿Cuánto vale un tabardo, Ahti?

Duele. Duele más que cualquier otra cosa. Lo que acabo de hacer no sólo se lo he hecho a este lugar, a esta capilla... lo peor de todo es lo que me he hecho a mí mismo. Lo que llevo haciéndome tanto tiempo. Siento que yo también estoy ardiendo, me consumo en la misma hoguera que ella, mis cimientos se resquebrajan.

Me he insultado. Me he escupido. Me he negado. ¿Cómo he podido estar tan ciego?

- Ahi vienen... que la Luz se apiade de mi alma

Parpadeo, limpiándome las lágrimas con una mano, buscando con la mirada al paladín que yace a pocos pasos de mí. Se está incorporando, aún fatigado por las profundas heridas, y mira hacia el otro lado de la calle, donde un grupo de no muertos avanza lentamente. Atraídos por las llamas de aquel lugar que no podían pisar... y ahora se les abre, al fin.

Y ese tío se está levantando. Se levanta y empuña la puta maza. Joder, ¿qué clase de persona es? Todo está perdido, ¿qué mas quiere defender? Su rostro se vuelve hacia mi, y los ojos castaños me atraviesan, feroces, vehementes. Decididos.

- ¿Qué vas a hacer?

Su pregunta resuena en mi mente con todas las voces que conozco. Es Seltarian, es Ivaine, es la División Octava, es mi padre, es mi madre, son mis hermanos, es Rashe, es Oladian, es Hibrys... soy yo.

¿Qué vas a hacer?

La angustia se cierra con demasiada fuerza, y levanto el rostro al cielo, apretando la mandíbula. El humo es demasiado denso... parece tejerse en el firmamento y formar nubes gruesas, bramantes, que hacen temblar la tierra y saltar las piedrecitas del suelo bajo mis pies. La tormenta naciente refleja la tormenta que se arremolina dentro de mi, anegando mi corazón que late desbocado, martilleando con violencia en mis sienes. Escupiéndome la verdad a golpes, con violencia, sin dejarme escapar. No tengo donde hacerlo, en cualquier caso... así que no tiene sentido tenerle miedo.

Ya no puedo seguir mintiéndome. De qué me sirve engañarme.

"Luz sagrada... tú siempre respondes a quien te invoca con fe. Yo no sé si la tengo. Solo sé que tengo la certeza de qué es lo correcto... y quiero hacerlo. Te necesito, ahora. Y te necesito de verdad. Acaba con lo que mis manos han empezado. No dejes que mi error provoque la destrucción de lo que debe prevalecer."

Extiendo la mano, soltando el frasco vacío que cae al suelo cuando la energía brota de mis dedos, sin un parpadeo de duda, sin un solo titilar inseguro. Es una invocación fluida, perfecta, quizá la más perfecta que he hecho hasta ahora, que se derrama en un torrente sobre el paladín herido al mismo tiempo que el trueno se quiebra en el cielo y la tormenta estalla al fin.

Aurius se arquea un momento cuando el resplandor dorado le cubre, cerrando sus heridas y haciendo brillar sus ojos.

- ¡Erasus thar'no darador!

Su grito resuena en la calle, sobreponiéndose al retumbar de los pasos de la Plaga, que se acerca. Escucho el entrechocar de los metales, y le observo un instante, antes de correr hacia el interior de la capilla en llamas.

- Luz Sagrada... - me arrodillo entre el fuego que lame las paredes, rebuscando en mis bolsas hasta encontrar el canalizador de Auslese. Era mi reserva. Era mi esperanza. Con él, no necesitaría más fuentes en mucho tiempo... joder, Ahti. - Yo no sé rezar, mierda. Nunca lo he hecho.

Empuño el canalizador y observo el cuenco de porcelana donde ahora solo queda una superficie requemada y restos de incienso. Tomo aire, entrecerrando los ojos cuando las astillas ardientes caen cerca de mi rostro.

- Por favor, enciéndete.

Canalizo el choque sagrado sobre la cubeta, desesperado. El calor me impide respirar, y afuera se oyen los sonidos de la batalla. Las placas de mi armadura se están poniendo al rojo con la cercanía del incendio. El paladín sigue resistiendo de alguna manera, aún grita sus arengas. La llama no se prende.

- Enciéndete, por favor. Enciéndete. ¡Enciéndete!

Toda mi voluntad se concentra en algo tan sencillo como prender un inciensario. Todas las esperanzas de toda mi vida se desvanecen y dejan de tener sentido, el universo entero se convierte en un recipiente de barro, es lo único que cobra valor ahora, mientras desato los hechizos, uno tras otro.

"Enciéndete"

Y entonces sucede.

Es como si un millar de plumas se colaran dentro de mi cuerpo, atravesándome tan rápido que me cortan el aliento en la garganta y me obligan a abrir los párpados. El hormigueo es cálido y revitalizante, despierta cada uno de mis nervios, hace estallar mi interior como si mis órganos estuvieran hechos de burbujas de jabón. Es vivir una primavera, es experimentar un amanecer, es deshacerse en los acordes del poderoso órgano del cosmos y pasar a formar parte de él, vibrando intensamente.

La Luz me atraviesa y se proyecta sobre el blandón, arrastrando a su paso el contenido del Canalizador de Auslese al saltar de entre mis dedos.

Y la llama se enciende.

Cuando vuelvo en mí, aún sobrecogido por leves espasmos, con los dedos humeantes y completamente agotado, escucho el sonido de la lluvia. Me encojo, pugnando por encontrar el aire entre los sollozos que me rompen la garganta, y toco mis lágrimas con las manos, incrédulo. Ahora mismo soy incapaz de hilvanar ningún pensamiento.

El fuego ha desaparecido. La Luz vuelve a arder dentro de la capilla. Y yo nunca seré un Caballero de Sangre.

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