lunes, 21 de septiembre de 2009

XIII - Pasos atrás - Regreso a la Capilla

Tierras de la Peste del Este - final de la primavera

El cielo sigue siendo pardo aquí. El aire insano se cuela en nuestros pulmones, obligando a Jhack a toser de cuando en cuando y aumentando su mal humor. Miro de reojo al sacerdote, que se recoge la toga para caminar a lo largo del paso estrecho entre dos árboles y avanza con dificultad. Oladian me mira de reojo desde atrás, y asiento. Es suficiente para que el explorador avance delante de mí, corriendo ágilmente y apoyándose en las ramas secas de los árboles, que extienden sus dedos cenicientos hacia el cielo, como una grotesca petición de auxilio.

Aguardamos, silenciosos y taciturnos, hasta que el pájaro llega y veo moverse algo a lo lejos, tres veces. 

Nuestro destino está cerca. Veo la torre de piedra a lo lejos, se recorta en piedra gris, como un reclamo desafiante, expuesta a amigos y enemigos. Conforme descendemos, el sonido de las placas de los soldados del Alba Argenta, entrechocando entre sí, se hace más audible. Es un alivio en las tierras desoladas y plagadas de muerte, un canto claro y hermoso de batalla y esperanza.

Cuando alcanzamos la explanada de la Capilla, un par de soldados salen a nuestro encuentro.

- ¿Quién va?

- Somos la Guardia del Sol Naciente. - respondo sin dudar, mostrando el pequeño símbolo que me ciñe la capa - Venimos a prestar nuestra colaboración. Recibimos la Insignia del Alba en El Baluarte.

Los soldados observan el abalorio y asienten, mirándonos con atención e indicando las tiendas y el fuego que arde a la izquierda de la amplia escalinata.

- Los combatientes pueden descansar ahí al lado - replican en orco, con el acento extraño de los humanos. - Tenemos algunos suministros y sopa caliente, y el vuelo está en funcionamiento.

Asiento, mirando de reojo a Hibrys. Ella se sacude la toga, observando alrededor con disgusto, suspira y me devuelve un mohín resignado antes de mover la mano con languidez y dejarse guiar por uno de los avizores.

- Vamos, chicos

Los demás la siguen, y aún se vuelve un momento, dejándome entrever un destello de sus ojos, del color verde brillante de las hojas de verano. Cuando se alejan, suspiro profundamente y levanto el rostro, apartándome el cabello de la cara y observando la puerta de la Capilla, ciñéndome el yelmo a continuación.

- Supongo que querrás audiencia con Lord Maxwell - dice el guardia que ha quedado frente a mí. Sus ojos pardos me escrutan desde detrás del yelmo, y me pregunto cuánto tiempo lleva sirviendo aquí. Puede que me conozca.

- Si es posible, quisiera presentarle mis respetos. - respondo, esta vez en lengua común.

El humano pestañea un par de veces y asiente con la cabeza.

- Siéntete libre, paladín.

- No soy un paladín. - murmuro, pero el soldado ya ha desaparecido y regresa a sus actividades. 

Mi mirada vuelve a prenderse en el edificio de la Capilla, y los recuerdos golpean mis sienes con un sabor agridulce y extraño. Los estandartes siguen ondeando, plata sobre negro, como antaño. El poste ha desaparecido, pero la pila de la entrada sigue ahí, cubierta de velas votivas, y en torno a ella, un tauren y una elfa nocturna conversan. Seguramente son druidas. Repaso los rostros conocidos, nervioso como un crío antes de su presentación en la academia.

¿Me reconocerán? ¿Se acordarán de mi? Con algunos apenas intercambié algunas palabras, pero Nicholas Zseverenhoff me atendió de mis heridas en más de una ocasión. Bettina también está ahi. Y si yo me acuerdo de ellos, es posible que también sea al revés.

Tengo el estómago encogido con alguna extraña emoción, y no me gusta. Así que asciendo los escalones casi precipitadamente y entro en la nave principal. Bajo la escasa luz que se cuela en las ventanas apuntaladas con tablones y que desciende de las lámparas colgantes, aguardan los líderes del Alba Argenta. Miro sus tabardos, sin atreverme a alzar más la vista. Escucho el sonido rasposo de las botas sobre la piedra cuando abandonan su conversación y se giran hacia mi, y sin levantar la mirada, me llevo el puño al corazón y me inclino, demasiado condicionado por la antigua disciplina y el recuerdo que me inunda, casi ahogándome.

- Saludos, guerrero. ¿Podemos ayudarte en algo?

La voz de Lord Maxwell tiene un timbre demasiado distintivo como para olvidarla. Siento su mirada de un solo ojo fija sobre mí.

- Mi nombre es Ahti, Alto Guardián de la Guardia del Sol Naciente.  - respondo. No sé como lo hago para que mis palabras suenen más firmes cuanto más débil me siento, pero siempre pasa lo mismo.- Mis hombres y yo acabamos de llegar desde El Baluarte para ponernos al servicio del Alba en todo cuanto sea necesario.

Por un momento se hace el silencio.

- Te agradezco la cooperación, guerrero. Descúbrete.

Bien. Supongo que debería tener miedo cuando me saco el yelmo de un tirón y los cabellos me caen sobre el rostro. Agito las orejas, libres al fin, y levanto la vista hacia mi señor. Los segundos me parecen eternos, o quizá son minutos.

- Nos gusta mirar a la cara a nuestros aliados.

Maxwell sonríe a medias.

Está hecho. He vuelto. Este es mi lugar por ahora, como siempre lo ha sido.

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