lunes, 21 de septiembre de 2009

XIV - Una carta

Tierras de la Peste del Este - Verano

Los muertos atacan otra vez. Llevan hostigando aquí desde hace semanas. Ya ni siquiera pienso en lo que hago cuando los decapito, uno tras otro, dejando que claven sus dientes estúpidamente en las placas de mi armadura. Los gritos y los chirridos del hueso al romperse se han convertido en una música peculiar, mientras piso la cabeza cercenada de un necrófago y observo al esqueleto que se acerca. Suspiro. Tengo los sesos derretidos de un zombi en mi bota.

"Querida Ivaine: 

De nuevo te escribo, aun desconocedor de si mis misivas llegan donde deben, de si estas palabras las leerán tus ojos alguna vez. No hay manera de tener noticias de ti. He preguntado a todo el mundo, en Vista Eterna, en la Aldea Estrella Fugaz, y ahora aquí, en la Capilla, intento captar tu nombre en las conversaciones de los soldados"

- No podréis resistir eternamente... yo te maldigo...

La voz resbaladiza del nigromante llega a mis oídos desde atrás, y me ladeo justo a tiempo para esquivar una bola de sombras, que pasa a poca distancia de mi rostro con un halo frío y mordiente.

- No puedes maldecirme, imbécil - Gruño, arrojando el filo de Sul'thraze contra su cuerpo cubierto por la toga. - No tienes poder sobre mí.

La sangre salpica y machaco el torso del nigromante a conciencia, alimentando el filo de la hoja, gritándole a él y a los vivos que pueden escuchar.

- ¡No puedes maldecirme! Esta espada está maldita y es mi arma, ¿entiendes, pedazo de mierda? - me salta una esquirla de hueso a la cara y escupo sobre el cadáver gorgoteante. - Las maldiciones, yo las convierto en bendiciones. ¡Esta es tu retribución, escoria!

"...Elive ya habrá cumplido cuatro años. ¿Conoce a su padre? Me pregunto si me ha borrado ya de su memoria. La acunaba entre mis brazos y le hacía helados de melón con la nieve del risco y el zumo de Vista Eterna. Ella se arrastraba sobre la alfombra y lo señalaba todo con el dedo. ¿Como aprendió a andar mi hija, Ivaine? ¿Es fuerte?"

Los guardias esqueléticos me lo ponen difícil. Tengo que esforzarme mucho para canalizar luz aquí. Recuerdo las enseñanzas de Seltarian y busco las fuentes en las hebras luminosas que fluyen continuas, subyacentes en la tierra muerta, en el aire infecto. Es difícil extraer nada, y sin embargo, la siento estallar en mi interior de alguna misteriosa manera. Los Caballeros de Sangre me han enseñado a sellar y sentenciar, así que sello y sentencio.

- Tu fe en la Luz no te salvará, paladín.

Otro nigromante. Esta vez, la Sombra me alcanza con violencia y parece atravesar mi interior como una hoja helada de afilados colmillos, arrancándome un gruñido y haciendo que me tambalee hacia atrás.

- No soy... - apoyo el filo de Sul'thraze en el suelo y me mantengo en pie, aferrado a la empuñadura. Algo hierve en mi sangre, efervescente, centelleante y cálido. - No soy un paladín.

El Torrente Arcano desatado confunde al hechicero, y levanto el brazo, giro la muñeca, pongo toda mi voluntad y toda mi fuerza en el movimiento, que secciona su cuerpo endeble desde la ingle hasta el cuello. Cuando cae al suelo, partido por la mitad, las entrañas se derraman con un sonido viscoso sobre la tierra yerma.

"Algún día volveré, Ivaine. Pondré las cosas en orden y reclamaré lo que me pertenece, a lo que pertenezco. Cuida de nuestra niña hasta entonces... hasta que las afrentas hayan sido saldadas, hasta que la verdad se revele y sea libre de nuevo para alzar la cabeza y decir mi nombre. Hasta entonces, que los dioses te guarden, a ti y a Elive."

Arranco la espada de la carne y limpio la hoja en los ropajes sesgados de un muerto. El acero antiguo silba y parece agitarse, hambriento. Me quema en las manos aún después de tanto tiempo. Si me dejara llevar, Sul'thraze se bebería la sangre de todos los que me rodean, amigos y enemigos, pero soy yo quien tiene las riendas. La alimentaré de carne muerta y de cultistas del Exánime. 

Cuando vuelvo la mirada hacia la cuesta que conduce al Claro Ponzoñoso, a las tropas que descienden hacia nosotros desde allí, me siento vacío por dentro. Puede que esta guerra no termine nunca. Bien. Ese no es motivo para dejar de combatirla, ¿no?

Empuño el arma y aguardo.



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