jueves, 1 de octubre de 2009

XXXIII - Amistad

Nagrand - Primavera

Es cierto que este lugar se parece a Los Baldíos, en cierto modo. Desde aquí, al borde de uno de los tejados de Garadar, puedo ver las extensas praderas y los árboles achaparrados, del verde claro de una primavera suave y amable, y el azul intenso del cielo resplandeciente. Los Baldíos son un secarral, sí, pero que coño, los árboles son parecidos. Aspiro profundamente, contemplando el vuelo esquivo de algunas aves del lugar, pensando con cierta acidez en los campamentos de la Legión que hay mas al norte. Esos hijos de puta piensan destrozarlo todo, está claro. No van a dejar ni un puñetero fragmento de hierba sin pisotear, ni una jodida gota de los ríos sin contaminar si se lo permitimos. Los pájaros surcan el firmamento claro, transportando en sus alas, según cuentan las leyendas, los espíritus de aquellos que nos han abandonado hacia amplias salas abiertas, donde el hidromiel corre a raudales y los guerreros obtienen su merecido descanso.

- Ha tenido una muerte muy propia de él. - prosigo, tomando aire.

Estamos sentados sobre el cuero recio que cubre la construcción principal del lugar. Fantomas y Moco, nuestros dracoleones, están retozando aquí y allá en las praderas, alzando el vuelo en ocasiones para enzarzarse en alguna clase de juego hasta que posan las mullidas patas de nuevo en la tierra firme. Theron agita la petaca, mirando al horizonte con el semblante relajado, quizá algo melancólico, y ladea la cabeza. A pesar de su aspecto, que algunos considerarían amenazador en ocasiones, con esos cuernos enormes y las runas sobre la piel, los ojos antinaturalmente brillantes y verdes como joyas mágicas, a mi no me resulta fiero. No es que le infravalore, pero no puede parecerme terrible conociéndole como le conozco, recibiendo de él lo que recibo, y contemplándole cuando me mira del modo en que lo hace. Le veo brillar, y su resplandor es hermoso y cálido, así que por mucho que intentara ser razonable y encontrar un motivo por el que estar en guardia con él, no lo hallo. Sé que no recibo de él el mismo trato que da a los demás, pero quizá se deba a que yo no le he tratado a él como suelen hacerlo otros. Eso me convierte, creo, en alguien con muchas preferencias en lo que al brujo respecta.

- ¿Cómo murió? - Da un trago y me pasa la petaca. Normalmente, cuando trabajamos juntos, nada se nos resiste, y a juzgar por el agónico sonido del bourbon cuando agito el recipiente antes de beber, ese licor no va a ser una excepción. Su fin está cerca.
- Se arrojó desde un zeppelín en marcha, a la altura de Costasur. Cayó sobre el techo de paja de la casa de uno de los jefes de la Guardia de la zona, matándole con el impacto mientras el tío se revolcaba con su mujer.

Theron suelta una risa seca cuando le devuelvo MI petaca, que se ha adjudicado con todo el morro. No me importa, tengo más, y no significa nada concederle esa pequeña victoria. Por una vez, no voy a morirme.

- Debía ser buen tío.
- Lo era. Estaba como una puta cabra, pero era mi mejor amigo. - Encuentro una piedra minúscula y la arrojo hacia las praderas. El viento hace ondear la hierba como si fueran las olas del mar, y eso es bonito.- Esa clase de persona con quien puedes hablar de todo o no hablar de nada. Generalmente, era lo segundo, al menos por mi parte... pero confiaba en él.
- ¿Os conocíais hace mucho?
- Quizá un año, no lo sé. ¿No llegué a presentártelo?

Theron arruga la nariz, haciendo memoria.

- Creo que no coincidimos después de su regreso. Escuché algo acerca de que había tenido un accidente y apareció en Rasganorte. ¿Es el que tuvo que comerse a los fallecidos cuando se estrelló el zeppelin para poder sobrevivir?
- El mismo.
- Joooder.
- Ajá. La vida se ha comportado extrañamente con Sean, pero siempre ha sido como un hermano para mí, a pesar de sus rarezas.
- Siempre hablas mucho de él, y de Norag.

Asiento con la cabeza, apartándome el cabello de la cara. Una nube con forma de conejo blanco se desliza por el firmamento, corriendo hacia su extraña madriguera.

- Sean me enseñó a mirar las estrellas. Era... joder, era un tío cojonudo, ¿sabes?. Norag también. Me enseñó a comer termitas.
- Allí, mi mejor amigo era Nymrodel - explica, después de hacer una mueca de asco al oír hablar de gastronomía trol. - También se suicidó, por un motivo muy parecido.
- Malditos estúpidos.
- Los suicidas son unos cobardes... pero sí, estuve enfadado con él mucho tiempo por quitarse la vida. Después se me pasó, y tomé mi venganza.

Suspiro profundamente, pensativo. Sean acababa de regresar, apenas habían pasado unas semanas... y Hibrys no se lo tomó muy bien. Ella aún estaba herida por su desaparición, aunque nunca supe exactamente lo que había entre ellos, pero tampoco me importó. A pesar de todo, Hibrys ahora estaba colgada de Theron y se abría de piernas con quien le apetecía, para desespero del brujo, dijera él lo que dijese. No entiendo por qué le dolió tanto el regreso de Sean, pero el hecho es que le dolió. Y el muy estúpido saltó de ese jodido zeppelín solo por no herir más con su presencia a la bruja, en un acto de amor, generosidad y gilipollez profunda del que nunca le había imaginado capaz.

Sé que se suicidó porque me dejó una carta de despedida. Hoy la llevo en el bolsillo.

- No me importaría estrangular a Hibrys, pero no lo haré.
- Tú no haces esas cosas.
- No. - sonrío a medias. - Yo no hago esas cosas. Fue Sean el que se quitó la vida como un memo, pero fue su decisión. Si la bruja estúpida ha actuado mal en algo, la vida le dará su merecido. Todo se compensa.
- ¿Aún crees que la vida es justa?

No respondo, pero meditándolo fríamente, el hecho de que la Maestra Arcana de la Guardia haya decidido entregarse al vil para aumentar su poder, con todas las consecuencias que eso conlleva, ya es un acto de justicia en sí mismo.

- Si la vida fuera justa tendríamos seis brazos...
- ... y las tías seis tetas.

Nos reímos entre dientes y dejamos pasar los minutos, en ese silencio extrañamente cómodo que sólo se da con personas especiales, en el que no hay necesidad de decir nada, de llenar el vacío con palabras huecas o tirar forzadamente de hilos de conversaciones improvisadas, dejando que los pensamientos revoloteen errabundos en la mente, sin llegar a concretarse, y que los retazos de recuerdos asomen de cuando en cuando.

- Siento que le hayas perdido. - dice Theron al final.
- Yo también.
- Todos se acaban yendo.
- En realidad, nadie se va. Sólo son cruces de caminos... caminos que se cruzan, personas que dejan su huella en nosotros. Mientras estemos vivos, vivirán.
- Hay caminos que no solo se cruzan.
- No... hay caminos que se unen hasta el final.

Nos miramos un momento, durante un instante largo, y brindamos por los muertos, terminando con el Bourbon como estaba marcado.

No hace falta decir más. Porque él sabe que yo estaré aquí siempre, y yo sé que él estará siempre. Llegará el día en que la muerte nos encuentre, y nos arrastrará consigo sin que nos demos cuenta, en una batalla, que es lo más probable. Moriremos, y moriremos juntos, igual que vivimos juntos ahora, queramos o no. Siempre habrá alguien al otro lado de este vínculo que no comprendo y que quizá no necesito entender.

No hace falta decir nada, porque la certeza es tan clara en mi interior como sé que lo es en él, porque no puede ser de otra manera. Los motivos no importan, hay cosas que simplemente son. Hemos perdido mucho a lo largo de nuestra existencia. Pero no tengo duda alguna de que hemos ganado más.





*** Dedicado a los que nos dejaron, a los que llegarán, a todos los caminos que se cruzarán, y a los pies que caminan juntos. Que nunca decaiga, venga lo que venga ***

XXXII - La Reina Roja y la Hija del Invierno

Bosque de Elwynn

Ha empezado a llover. Encapuchados y con las capas bien ceñidas, avanzamos con todo el disimulo que podemos a través de los bosques frondosos, poniendo cuidado en no ser reconocidos. Estamos en territorio enemigo. Bastaría que vieran asomar una de nuestras orejas picudas para que se nos echasen encima sin preguntar, así que intentamos que no asomen y hablamos en susurros.

- Vaya... no me esperaba esto.

Theron ha estado escuchando lo que he podido o he querido contarle durante el trayecto. Es difícil resumir cosas como esta, y no se me da bien hablar de mi. Aun así, no parece sentir especial desprecio.

- Sé que no es muy común tener una mujer humana.
- No me refiero a eso. No a que sea humana. Es que no sabía que había alguien así para ti... tan importante, quiero decir.
- Así es.

El bosque se agita, la lluvia amortigua nuestros pasos, afortunadamente. La noche ya es cerrada, y a pesar de la tormenta, la Luna y las estrellas brillan en el firmamento con inusual intensidad, como si el agua limpiara sus pulidas superficies, arrancándoles un mayor resplandor. Theron lleva a Desidia al paso, junto a mí. No hay prisa, en realidad.

- Debe ser muy difícil tener una relación así.
- Nos conocimos en el Alba Argenta. Eso... facilita bastante las cosas, en cierto sentido.
- ¿Y qué hace ella en Ventormenta?
- Están en una de las aldeas de las afueras, Villadorada
- ¿Están?
- Sí. También tengo una hija.

Theron no dice nada. Se ha quedado mudo un momento, aguardando. Quiero contárselo, pero no es fácil. Es jodidamente difícil, para ser sinceros, así que trago saliva, aprieto los dientes y hago un escueto resumen desapasionado sobre la historia.

- Mi mujer y yo estábamos en la misma división. Nuestro capitán había perdido la cabeza por ella, pero digamos que yo llegué antes.
- Espera... ¿Esto también tiene que ver con eso de que te expulsaran del Alba Argenta?
- Esto tiene que ver con todo - suspiro.

De nuevo el silencio. Finalmente, un destello de mirada verde jade bajo la oscura capucha de mi compañero.

- Sigue
- Pues... supongo que cuando Theod se enteró de que estábamos juntos, empecé a caerle aún peor. Al Capitán yo nunca le había gustado, él era un capullo que no sabía mandar, y a mí se me da bien eso. Creo que no soy un mal líder. - Tomo aire, esquivando los recuerdos que me acosan. - Hubo un suceso bastante desagradable, una batalla en la que toda nuestra División perdió la vida. Sólo sobrevivimos nosotros tres. Theod... el capitán, tomó una mala decisión, y por si eso fuera poco, huyó dejándonos solos y abandonados a una muerte segura.

Tengo que parar un momento, tomar aire de nuevo hasta llenarme los pulmones. Contar esto así es muy extraño. Parece que todo fuera menos grave de lo que fue, menos importante, como si le hubiera sucedido a otra persona, y no a mí. Pero tengo que hacerlo de este modo, poniendo una larga distancia entre los sucesos y mi propia participación en ellos. Theron me observa. No es ningún idiota. Está percibiéndolo todo, es consciente de lo que aquello significó, de lo que aún ahora significa. Sé que está notando cómo estrujo las riendas y sabe el motivo de que mi voz suene mas áspera a medida que soy capaz de retomar la narración.

- Ella y yo nos salvamos. Aquel día, un brujo dio su vida por mi.

Las monturas avanzan más despacio, y la lluvia chorrea por las botas de la armadura, empapa la toga de mi compañero. La tormenta arrecia.

- Después... Theod, el capitán, regresó a la Capilla y volvió los hechos en mi contra. Acabaron culpándome de todo. Me encadenaron, pero ella me liberó. Tenía que huir, así que me marché a Cuna del Invierno, y ella vino conmigo.
- Lo hicisteis... - sonríe a medias, una sonrisa amarga. A pesar de mi escueto relato, está entendiendo con toda su profundidad cada palabra. - Menuda manera de desafiar.
- Así es. Desafiamos muchas cosas... muchas. Nos refugiamos entre las nieves, en un pequeño cobertizo de cazadores kaldorei que habían abandonado cerca de Estrella Fugaz. Nuestra hija nació allí. Luego, Samuelson nos encontró y se las llevó a las dos.

No estoy dispuesto a decir nada más. No puedo hacerlo, simplemente. Los detalles son escabrosos, y aún resuena en mis oídos el ruido de los cascos de los caballos, la puerta al caer, el llanto de Elive. No puedo enfrentarme a eso ahora.

- Ahí está, Villadorada.

Desde el claro del bosquecillo podemos ver las luces de la aldea. Son amarillas, cálidas, y prometen hogueras y pan recién horneado, capones asados y dulce hidromiel junto al fuego. A pesar del intenso aguacero, los soldados de la Guardia siguen paseándose por los caminos, no son muchos, pero son suficientes para hacerme desistir de entrar por la fuerza a buscarlas.

- ¿Cómo es que están aquí?
- Al parecer, el hijo de perra de Theod está fuera, de campaña. Ha prosperado y abandonó el Alba, ahora está al servicio del Rey. Ella ha aprovechado para volver a la Orden y se ha unido a un destacamento que parte mañana. Están aquí, aprovisionándose.
- ¿Y vuestra hija?
- Imagino que se la piensa llevar.
- ¿Cuántos años tiene?
- Hoy cumple cuatro.

Durante largos minutos, permanecemos en silencio. Dejo que los recuerdos se deslicen por mi memoria con suavidad, no importa el regusto amargo que me dejan. Cada punzada de dolor es una espina del jodido vergel más hermoso que nunca he conocido, así que me permito herirme con ello para no olvidarlo. No puedo, y no quiero hacerlo.

- Sabes que no podemos entrar ahí, ¿verdad?

La voz de Theron suena extrañamente suave. Asiento con la cabeza, y me limito a desmontar y acercarme todo lo que puedo, intentando oír una voz conocida a través del fragor de la tempestad, distinguir una risa infantil, la voz grave y tajante de mi reina roja, cualquier atisbo, por ínfimo que sea, de su presencia. Me aferro a la corteza de un árbol, escrutando con desesperación las casas de la aldea.

Voy a usar el ojo

Cuando me volteo a medias, veo las manos del brujo moverse, sus dedos se flexionan y un resplandor verdoso parpadea un momento antes de desaparecer. El ojo de Kilrogg se mueve en la sombra, invisible a todos, transportando la voluntad y la mirada de Theron hacia el interior de la Posada del León, y me deslizo a su lado, empujando el nerviosismo al fondo de mi estómago.

- Hay soldados del Alba Argenta... - murmura con voz grave y ausente. - Cinco o seis hombres. Están cenando. Hay una niña...

Theron sonríe a medias y parpadea cuando el hechizo se disuelve, y vuelve a invocarlo. Solo tengo oídos para él. El brujo es la única forma que tengo de verlas, y la ansiedad me muerde el corazón, la melancolía se escapa por cada grieta ínfima de la fortaleza, desangrándose dentro de mi. Intento hablar, pero no puedo. El ojo vuelve a flotar.

- Tiene tus ojos, joder... no es el mismo color, pero tiene tus mismos ojos. Es preciosa. Es una niña preciosa, Ahti. Rubia y con las orejitas un poco de punta. Vaya monada. Hay una mujer con ella. Es pelirroja, y lleva el tabardo. Uy... tu hija le ha tirado el plato de gachas a la cara a un soldado. Creo que no le gustan.

No, no creo que le gusten. Dioses, ¿por qué me hago esto? ¿Qué es esta garra que se cierra en mi garganta, el tirón violento que quiebra mi espíritu por dentro? Son mías... son mi familia. Están tan cerca... No tenía que haber venido, pero si duele tanto es porque todo está vivo todavía. Y abrazo este dolor con desesperación, porque ahora es todo lo que puedo tener. De momento.

- ¿Están bien? - consigo articular las palabras con dificultad.
- Están bien, Ahti. Creo que tu hija ha visto el ojo, ha lanzado la mano hacia adelante. La mujer le limpia las manitas y le dice algo... no lo entiendo, hablan en común.

Rebusco en mis bolsas con una mano temblorosa, controlando la respiración, mientras Theron habla. Al encontrar la talla de madera, la manoseo un instante, observándola. He hecho cientos de tallas como ésta. No soy ningún experto, pero cualquiera que lo mire reconocerá las patas, las orejas redondeadas y el hocico de un oso.

- Aléjate un poco y monta.
- ¿Cómo?
- Es el cumpleaños de mi hija. Tengo que darle su regalo.
- Ahti, no me jodas. No - entres - ahí.
- No voy a entrar. Lo dejaré sobre la valla.

No espero su respuesta cuando salgo corriendo hacia la aldea. El tiempo justo para acercarme, saltar la cerca, causar alboroto y depositar el juguete en la balaustrada de madera, antes de huir con los guardias pisándome los talones. Elazel llega al instante, y miro hacia atrás mientras cabalgo, con los reproches cínicos de Theron resonando en mis oídos y el corazón desbocado en el pecho. Algunos soldados Argenta acuden al exterior, se acercan a la salida del camino.

- Estás jodidamente pirado, Ahti.
- Ya lo sé.
- ¿Como se llaman?
- ¿Quiénes?

Clavamos espuelas, atravesando el bosque de Elwynn a toda velocidad, siendo golpeados por algunas ramas en el trayecto y con el viento en contra, que nos arroja la lluvia al rostro ferozmente. Las voces airadas de los guardias que nos persiguen no tardan en apagarse y podemos frenar un poco el paso.

- ¿Cómo se llaman quiénes? - repito, resollando.
- Ellas, claro.
- Mi mujer se llama Ivaine. Mi hija, Elive.


XXXI - La carta

Ciudad de Lunargenta - Primavera

Zumbido de magia arcana, bullicio de ciudadanos, un arpa que suena por alguna parte y que, por cierto, está desafinada. Estoy sentado en la barra, mirando fijamente la jarra, con una mezcla de angustia y nerviosismo que no acierto muy bien a comprender. De repente... todo se ha dado la vuelta. Es como si el universo estuviera bailando alrededor de una hoguera alocadamente y nada tuviera una puta mierda de sentido.

Theron está sentado en un diván, inflándose de no sé muy bien qué y metiéndole mano a Hibrys, quien, bueno, para hacer honor a la verdad, no suele tener grandes quejas al respecto. Escucho retazos sueltos de la conversación, intentando asirme a algo más real que esa carta, que debe estar arrugada en una de mis faltriqueras. Seguramente en la que parece que pesa más.

- Iremos a por tu caballo, sí, pero hemos estado ocupados, ¿sabes?
- ¿Metiendo mano a elfas inocentes y bebiendo hasta volveros aún más idiotas?
- Haciendo algo útil. ¿Conoces esas tres palabras cuando van juntas?
- Sí, seguro. ¿Qué habéis hecho?
- Le cortamos la cabeza al líder de Stratholme.
- Ahá, ¿Con qué ejército?
- Nosotros solos, ¿verdad Ahti?

Cuatro años. Cuatro jodidos años como cuatro putas losas sobre mí. Ninguno me ha servido para amortiguar esta sensación de desasosiego, la tristeza mordiente que grita y golpea las paredes de la mazmorra, muy adentro, en lo más profundo de la fortaleza. Cerrados todos los candados, emparedada la puerta, ahí dentro está, muy al fondo, lo que quiero más que a mí. Lo único que quiero más que a mí, lo más poderoso y lo más peligroso, el punto mas débil, enterrado entre los muros insondables yace y permanece, para pesar mío, siempre vivo.

- ¿Ahti?

Siempre he sabido que no moriría. Y nunca he perdido la esperanza de recuperarlo, a pesar del afán con el que me he entregado, inútilmente, a olvidarlo, buscándola a ella en cada cuerpo con el que me he enredado entre las sábanas, tratando de aliviar su ausencia en cada corazón con el que he unido el mío, consciente de que una parte de él, una de sus caras, solo existirá para ella.

- Sí, nosotros solos

Bebo un largo trago, chasqueando la lengua, cuando todo empieza a dar vueltas. Joder, demasiadas vueltas. Me levanto y salgo al exterior, intentando no tambalearme hasta que no estoy solo, y busco el rincón escondido detrás del árbol cuando las náuseas se me enredan en la garganta. "Esto es una maldición", me digo, al inclinarme para vomitar.

No pienso llorar, no soy esa clase de personas. Me apoyo en la pared, escupiendo y saboreando la bilis amarga en el paladar, limpiándome con la manga y tratando de enfocar la vista, esforzándome por digerir las violentas emociones que me golpean dentro, haciendo que me duela el alma. Hay que joderse. No puedo curarme esto con Luz, no puedo curarme esto con nada.

- Menuda mierda

Me arrastro fuera del rincón y me recompongo, tomando aire profundamente, casi con un estertor, la mirada fija en la entrada del Sagrario que se va dibujando, poco a poco, con más claridad.

- ¿Qué es lo que pasa?

Me giro hacia la voz, y Theron está ahí, cruzado de brazos, mirándome con el gesto interrogativo en el rostro. Tiene las pupilas dilatadas y las runas brillan con suavidad, mientras se arregla la toga. Hibrys sale detrás de él, acercando el rostro con una sonrisa traviesa por encima de su hombro, y les miro a los dos, sopesando bien las palabras.

- Voy a tener que marcharme ahora.
- Bien. ¿A dónde vamos? - Theron se estira el tabardo de la Guardia sobre el pecho. Le sienta muy bien, el tabardo y la Guardia.
- Yo también voy - Hibrys me mira y estrecha los ojos cuando sonríe.
- No. Nadie va. Yo me tengo que ir, y ya volveré cuando vuelva.

Ni siquiera soy capaz de hilvanar una jodida frase en condiciones, lo cual no me ayuda a mantener esto oculto al brujo, que estrecha los ojos y mira de reojo a la rubia.

- Ve bajando al Sagrario y espérame ahí, que voy en seguida - le dice con una voz seductora y cargada de promesas. Hibrys se ríe entre dientes y obedece, despidiéndose de mí con la mano mientras se aleja. Después, mi compañero de armas me vuelve a mirar de ese modo.

- ¿Qué está pasando aquí, Ahti? - pestañea y ladea la cabeza. - Estoy sintiendo cosas muy... peculiares.

Tomo aire y suspiro profundamente. Las sombras del Frontal de la Muerte nos cobijan y no hay nadie alrededor. Theron no suele hacer preguntas, y es evidente que el vínculo le está bombardeando con todos los jodidos sentimientos que yo me esfuerzo en contener... no tengo vida privada ahora. Es igual. Quizá no sea tan malo contárselo a alguien, y si hay que contárselo a alguien, mejor a él.

- He recibido una carta de mi mujer - respondo, mientras me ajusto el cinturón y reviso si la espada está bien puesta donde debe. Tendré que ir armado, por si acaso.
- ¿De Aricia? ¿Qué le pasa, está en peligro?

Sonrío a medias al percibir la preocupación de Theron. Le tiene un cariño instintivo a la elfa de escarcha, se parece demasiado a su Eliannor.

- No, no es de Aricia. Es de mi mujer.
- No sabía que estabas casado - Arquea la ceja, escrutándome con sus ojos de jade, que ahora parecen brillar con la curiosidad de un niño.
- No estamos casados, no exactamente. Pero qué mas da, es mi mujer.

Asiente levemente. No me presiona, él no es esa clase de conversador, solo se me queda mirando y finalmente pregunta:

- ¿A dónde vas, entonces?
- A Ventormenta
- ...
- Es... largo de contar.
- Hazlo por el camino - replica, mientras agita la bolsa de almas y asiente, satisfecho, al escuchar el tintineo. - ¿Cuando nos vamos?
- Yo... creo que me voy ya
- En marcha, entonces.

Hibrys se quedará esperándole en el Sagrario y después le montará un enorme, ardiente y violento pollo, y Aricia ya debe estar retorciéndose las manos porque aún no he llegado a Nagrand, que es donde se supone que debería estar ahora, con ella. Pero en la vida hay prioridades, y ésta siempre ha sido la mía, emparedada o no.