jueves, 1 de octubre de 2009

XXXII - La Reina Roja y la Hija del Invierno

Bosque de Elwynn

Ha empezado a llover. Encapuchados y con las capas bien ceñidas, avanzamos con todo el disimulo que podemos a través de los bosques frondosos, poniendo cuidado en no ser reconocidos. Estamos en territorio enemigo. Bastaría que vieran asomar una de nuestras orejas picudas para que se nos echasen encima sin preguntar, así que intentamos que no asomen y hablamos en susurros.

- Vaya... no me esperaba esto.

Theron ha estado escuchando lo que he podido o he querido contarle durante el trayecto. Es difícil resumir cosas como esta, y no se me da bien hablar de mi. Aun así, no parece sentir especial desprecio.

- Sé que no es muy común tener una mujer humana.
- No me refiero a eso. No a que sea humana. Es que no sabía que había alguien así para ti... tan importante, quiero decir.
- Así es.

El bosque se agita, la lluvia amortigua nuestros pasos, afortunadamente. La noche ya es cerrada, y a pesar de la tormenta, la Luna y las estrellas brillan en el firmamento con inusual intensidad, como si el agua limpiara sus pulidas superficies, arrancándoles un mayor resplandor. Theron lleva a Desidia al paso, junto a mí. No hay prisa, en realidad.

- Debe ser muy difícil tener una relación así.
- Nos conocimos en el Alba Argenta. Eso... facilita bastante las cosas, en cierto sentido.
- ¿Y qué hace ella en Ventormenta?
- Están en una de las aldeas de las afueras, Villadorada
- ¿Están?
- Sí. También tengo una hija.

Theron no dice nada. Se ha quedado mudo un momento, aguardando. Quiero contárselo, pero no es fácil. Es jodidamente difícil, para ser sinceros, así que trago saliva, aprieto los dientes y hago un escueto resumen desapasionado sobre la historia.

- Mi mujer y yo estábamos en la misma división. Nuestro capitán había perdido la cabeza por ella, pero digamos que yo llegué antes.
- Espera... ¿Esto también tiene que ver con eso de que te expulsaran del Alba Argenta?
- Esto tiene que ver con todo - suspiro.

De nuevo el silencio. Finalmente, un destello de mirada verde jade bajo la oscura capucha de mi compañero.

- Sigue
- Pues... supongo que cuando Theod se enteró de que estábamos juntos, empecé a caerle aún peor. Al Capitán yo nunca le había gustado, él era un capullo que no sabía mandar, y a mí se me da bien eso. Creo que no soy un mal líder. - Tomo aire, esquivando los recuerdos que me acosan. - Hubo un suceso bastante desagradable, una batalla en la que toda nuestra División perdió la vida. Sólo sobrevivimos nosotros tres. Theod... el capitán, tomó una mala decisión, y por si eso fuera poco, huyó dejándonos solos y abandonados a una muerte segura.

Tengo que parar un momento, tomar aire de nuevo hasta llenarme los pulmones. Contar esto así es muy extraño. Parece que todo fuera menos grave de lo que fue, menos importante, como si le hubiera sucedido a otra persona, y no a mí. Pero tengo que hacerlo de este modo, poniendo una larga distancia entre los sucesos y mi propia participación en ellos. Theron me observa. No es ningún idiota. Está percibiéndolo todo, es consciente de lo que aquello significó, de lo que aún ahora significa. Sé que está notando cómo estrujo las riendas y sabe el motivo de que mi voz suene mas áspera a medida que soy capaz de retomar la narración.

- Ella y yo nos salvamos. Aquel día, un brujo dio su vida por mi.

Las monturas avanzan más despacio, y la lluvia chorrea por las botas de la armadura, empapa la toga de mi compañero. La tormenta arrecia.

- Después... Theod, el capitán, regresó a la Capilla y volvió los hechos en mi contra. Acabaron culpándome de todo. Me encadenaron, pero ella me liberó. Tenía que huir, así que me marché a Cuna del Invierno, y ella vino conmigo.
- Lo hicisteis... - sonríe a medias, una sonrisa amarga. A pesar de mi escueto relato, está entendiendo con toda su profundidad cada palabra. - Menuda manera de desafiar.
- Así es. Desafiamos muchas cosas... muchas. Nos refugiamos entre las nieves, en un pequeño cobertizo de cazadores kaldorei que habían abandonado cerca de Estrella Fugaz. Nuestra hija nació allí. Luego, Samuelson nos encontró y se las llevó a las dos.

No estoy dispuesto a decir nada más. No puedo hacerlo, simplemente. Los detalles son escabrosos, y aún resuena en mis oídos el ruido de los cascos de los caballos, la puerta al caer, el llanto de Elive. No puedo enfrentarme a eso ahora.

- Ahí está, Villadorada.

Desde el claro del bosquecillo podemos ver las luces de la aldea. Son amarillas, cálidas, y prometen hogueras y pan recién horneado, capones asados y dulce hidromiel junto al fuego. A pesar del intenso aguacero, los soldados de la Guardia siguen paseándose por los caminos, no son muchos, pero son suficientes para hacerme desistir de entrar por la fuerza a buscarlas.

- ¿Cómo es que están aquí?
- Al parecer, el hijo de perra de Theod está fuera, de campaña. Ha prosperado y abandonó el Alba, ahora está al servicio del Rey. Ella ha aprovechado para volver a la Orden y se ha unido a un destacamento que parte mañana. Están aquí, aprovisionándose.
- ¿Y vuestra hija?
- Imagino que se la piensa llevar.
- ¿Cuántos años tiene?
- Hoy cumple cuatro.

Durante largos minutos, permanecemos en silencio. Dejo que los recuerdos se deslicen por mi memoria con suavidad, no importa el regusto amargo que me dejan. Cada punzada de dolor es una espina del jodido vergel más hermoso que nunca he conocido, así que me permito herirme con ello para no olvidarlo. No puedo, y no quiero hacerlo.

- Sabes que no podemos entrar ahí, ¿verdad?

La voz de Theron suena extrañamente suave. Asiento con la cabeza, y me limito a desmontar y acercarme todo lo que puedo, intentando oír una voz conocida a través del fragor de la tempestad, distinguir una risa infantil, la voz grave y tajante de mi reina roja, cualquier atisbo, por ínfimo que sea, de su presencia. Me aferro a la corteza de un árbol, escrutando con desesperación las casas de la aldea.

Voy a usar el ojo

Cuando me volteo a medias, veo las manos del brujo moverse, sus dedos se flexionan y un resplandor verdoso parpadea un momento antes de desaparecer. El ojo de Kilrogg se mueve en la sombra, invisible a todos, transportando la voluntad y la mirada de Theron hacia el interior de la Posada del León, y me deslizo a su lado, empujando el nerviosismo al fondo de mi estómago.

- Hay soldados del Alba Argenta... - murmura con voz grave y ausente. - Cinco o seis hombres. Están cenando. Hay una niña...

Theron sonríe a medias y parpadea cuando el hechizo se disuelve, y vuelve a invocarlo. Solo tengo oídos para él. El brujo es la única forma que tengo de verlas, y la ansiedad me muerde el corazón, la melancolía se escapa por cada grieta ínfima de la fortaleza, desangrándose dentro de mi. Intento hablar, pero no puedo. El ojo vuelve a flotar.

- Tiene tus ojos, joder... no es el mismo color, pero tiene tus mismos ojos. Es preciosa. Es una niña preciosa, Ahti. Rubia y con las orejitas un poco de punta. Vaya monada. Hay una mujer con ella. Es pelirroja, y lleva el tabardo. Uy... tu hija le ha tirado el plato de gachas a la cara a un soldado. Creo que no le gustan.

No, no creo que le gusten. Dioses, ¿por qué me hago esto? ¿Qué es esta garra que se cierra en mi garganta, el tirón violento que quiebra mi espíritu por dentro? Son mías... son mi familia. Están tan cerca... No tenía que haber venido, pero si duele tanto es porque todo está vivo todavía. Y abrazo este dolor con desesperación, porque ahora es todo lo que puedo tener. De momento.

- ¿Están bien? - consigo articular las palabras con dificultad.
- Están bien, Ahti. Creo que tu hija ha visto el ojo, ha lanzado la mano hacia adelante. La mujer le limpia las manitas y le dice algo... no lo entiendo, hablan en común.

Rebusco en mis bolsas con una mano temblorosa, controlando la respiración, mientras Theron habla. Al encontrar la talla de madera, la manoseo un instante, observándola. He hecho cientos de tallas como ésta. No soy ningún experto, pero cualquiera que lo mire reconocerá las patas, las orejas redondeadas y el hocico de un oso.

- Aléjate un poco y monta.
- ¿Cómo?
- Es el cumpleaños de mi hija. Tengo que darle su regalo.
- Ahti, no me jodas. No - entres - ahí.
- No voy a entrar. Lo dejaré sobre la valla.

No espero su respuesta cuando salgo corriendo hacia la aldea. El tiempo justo para acercarme, saltar la cerca, causar alboroto y depositar el juguete en la balaustrada de madera, antes de huir con los guardias pisándome los talones. Elazel llega al instante, y miro hacia atrás mientras cabalgo, con los reproches cínicos de Theron resonando en mis oídos y el corazón desbocado en el pecho. Algunos soldados Argenta acuden al exterior, se acercan a la salida del camino.

- Estás jodidamente pirado, Ahti.
- Ya lo sé.
- ¿Como se llaman?
- ¿Quiénes?

Clavamos espuelas, atravesando el bosque de Elwynn a toda velocidad, siendo golpeados por algunas ramas en el trayecto y con el viento en contra, que nos arroja la lluvia al rostro ferozmente. Las voces airadas de los guardias que nos persiguen no tardan en apagarse y podemos frenar un poco el paso.

- ¿Cómo se llaman quiénes? - repito, resollando.
- Ellas, claro.
- Mi mujer se llama Ivaine. Mi hija, Elive.



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