jueves, 1 de octubre de 2009

XXXI - La carta

Ciudad de Lunargenta - Primavera

Zumbido de magia arcana, bullicio de ciudadanos, un arpa que suena por alguna parte y que, por cierto, está desafinada. Estoy sentado en la barra, mirando fijamente la jarra, con una mezcla de angustia y nerviosismo que no acierto muy bien a comprender. De repente... todo se ha dado la vuelta. Es como si el universo estuviera bailando alrededor de una hoguera alocadamente y nada tuviera una puta mierda de sentido.

Theron está sentado en un diván, inflándose de no sé muy bien qué y metiéndole mano a Hibrys, quien, bueno, para hacer honor a la verdad, no suele tener grandes quejas al respecto. Escucho retazos sueltos de la conversación, intentando asirme a algo más real que esa carta, que debe estar arrugada en una de mis faltriqueras. Seguramente en la que parece que pesa más.

- Iremos a por tu caballo, sí, pero hemos estado ocupados, ¿sabes?
- ¿Metiendo mano a elfas inocentes y bebiendo hasta volveros aún más idiotas?
- Haciendo algo útil. ¿Conoces esas tres palabras cuando van juntas?
- Sí, seguro. ¿Qué habéis hecho?
- Le cortamos la cabeza al líder de Stratholme.
- Ahá, ¿Con qué ejército?
- Nosotros solos, ¿verdad Ahti?

Cuatro años. Cuatro jodidos años como cuatro putas losas sobre mí. Ninguno me ha servido para amortiguar esta sensación de desasosiego, la tristeza mordiente que grita y golpea las paredes de la mazmorra, muy adentro, en lo más profundo de la fortaleza. Cerrados todos los candados, emparedada la puerta, ahí dentro está, muy al fondo, lo que quiero más que a mí. Lo único que quiero más que a mí, lo más poderoso y lo más peligroso, el punto mas débil, enterrado entre los muros insondables yace y permanece, para pesar mío, siempre vivo.

- ¿Ahti?

Siempre he sabido que no moriría. Y nunca he perdido la esperanza de recuperarlo, a pesar del afán con el que me he entregado, inútilmente, a olvidarlo, buscándola a ella en cada cuerpo con el que me he enredado entre las sábanas, tratando de aliviar su ausencia en cada corazón con el que he unido el mío, consciente de que una parte de él, una de sus caras, solo existirá para ella.

- Sí, nosotros solos

Bebo un largo trago, chasqueando la lengua, cuando todo empieza a dar vueltas. Joder, demasiadas vueltas. Me levanto y salgo al exterior, intentando no tambalearme hasta que no estoy solo, y busco el rincón escondido detrás del árbol cuando las náuseas se me enredan en la garganta. "Esto es una maldición", me digo, al inclinarme para vomitar.

No pienso llorar, no soy esa clase de personas. Me apoyo en la pared, escupiendo y saboreando la bilis amarga en el paladar, limpiándome con la manga y tratando de enfocar la vista, esforzándome por digerir las violentas emociones que me golpean dentro, haciendo que me duela el alma. Hay que joderse. No puedo curarme esto con Luz, no puedo curarme esto con nada.

- Menuda mierda

Me arrastro fuera del rincón y me recompongo, tomando aire profundamente, casi con un estertor, la mirada fija en la entrada del Sagrario que se va dibujando, poco a poco, con más claridad.

- ¿Qué es lo que pasa?

Me giro hacia la voz, y Theron está ahí, cruzado de brazos, mirándome con el gesto interrogativo en el rostro. Tiene las pupilas dilatadas y las runas brillan con suavidad, mientras se arregla la toga. Hibrys sale detrás de él, acercando el rostro con una sonrisa traviesa por encima de su hombro, y les miro a los dos, sopesando bien las palabras.

- Voy a tener que marcharme ahora.
- Bien. ¿A dónde vamos? - Theron se estira el tabardo de la Guardia sobre el pecho. Le sienta muy bien, el tabardo y la Guardia.
- Yo también voy - Hibrys me mira y estrecha los ojos cuando sonríe.
- No. Nadie va. Yo me tengo que ir, y ya volveré cuando vuelva.

Ni siquiera soy capaz de hilvanar una jodida frase en condiciones, lo cual no me ayuda a mantener esto oculto al brujo, que estrecha los ojos y mira de reojo a la rubia.

- Ve bajando al Sagrario y espérame ahí, que voy en seguida - le dice con una voz seductora y cargada de promesas. Hibrys se ríe entre dientes y obedece, despidiéndose de mí con la mano mientras se aleja. Después, mi compañero de armas me vuelve a mirar de ese modo.

- ¿Qué está pasando aquí, Ahti? - pestañea y ladea la cabeza. - Estoy sintiendo cosas muy... peculiares.

Tomo aire y suspiro profundamente. Las sombras del Frontal de la Muerte nos cobijan y no hay nadie alrededor. Theron no suele hacer preguntas, y es evidente que el vínculo le está bombardeando con todos los jodidos sentimientos que yo me esfuerzo en contener... no tengo vida privada ahora. Es igual. Quizá no sea tan malo contárselo a alguien, y si hay que contárselo a alguien, mejor a él.

- He recibido una carta de mi mujer - respondo, mientras me ajusto el cinturón y reviso si la espada está bien puesta donde debe. Tendré que ir armado, por si acaso.
- ¿De Aricia? ¿Qué le pasa, está en peligro?

Sonrío a medias al percibir la preocupación de Theron. Le tiene un cariño instintivo a la elfa de escarcha, se parece demasiado a su Eliannor.

- No, no es de Aricia. Es de mi mujer.
- No sabía que estabas casado - Arquea la ceja, escrutándome con sus ojos de jade, que ahora parecen brillar con la curiosidad de un niño.
- No estamos casados, no exactamente. Pero qué mas da, es mi mujer.

Asiente levemente. No me presiona, él no es esa clase de conversador, solo se me queda mirando y finalmente pregunta:

- ¿A dónde vas, entonces?
- A Ventormenta
- ...
- Es... largo de contar.
- Hazlo por el camino - replica, mientras agita la bolsa de almas y asiente, satisfecho, al escuchar el tintineo. - ¿Cuando nos vamos?
- Yo... creo que me voy ya
- En marcha, entonces.

Hibrys se quedará esperándole en el Sagrario y después le montará un enorme, ardiente y violento pollo, y Aricia ya debe estar retorciéndose las manos porque aún no he llegado a Nagrand, que es donde se supone que debería estar ahora, con ella. Pero en la vida hay prioridades, y ésta siempre ha sido la mía, emparedada o no.

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