martes, 9 de febrero de 2010

LXXXIX - Interludio: Preguntas y respuestas

- Respuestas

Le miro, con el brazo colgando en el respaldo de la silla y la pipa entre los dientes. Los candelabros arden con languidez en la habitación y mis placas se amontonan en un rincón, al lado de las bolsas y faltriqueras de Theron y su bastón de brujo terrorífico e infernal.

- ¿Eso ha dicho?
- Léelo tu mismo - me dice, tendiéndome la misiva.

Estamos de nuevo en Rémol. La campaña en el Norte avanza con prosperidad, la Guardia está respondiendo bien, por eso cada cierto tiempo regresamos al continente para descansar y dar un respiro a la mente, el cuerpo y el alma. Es bueno contar con camaradas descansados y energéticos aunque el avance sea más lento, siempre he pensado que es una garantía de supervivencia. Y no estamos ahí entre las nieves para morir como tontos.

En esos días de descanso, nosotros dos siempre volvemos aquí, a Rémol. Hace ya tiempo que alquilamos siempre la misma habitación, y la cotidianeidad se ha apoderado de nuestra peculiar convivencia. Esta habitación es un cuadro que ilustra a la perfección ese hecho. Aquí se amontonan nuestros efectos personales entremezclados: mis armas con su bolsa de almas, sus ropas con las mías, los artilugios de joyero sobre la mesa al lado de los pergaminos de la Cruzada, la pipa de cristal, quebrada y posteriormente reparada, reposando en la mesilla sobre uno de mis tratados, en la cama una toga rota del brujo y una de mis camisas que esperan a que se él se digne a darles unas puntadas. Hábitos que comparten espacio en las rutinas irracionales que hemos adquirido. Convivencia y familiaridad, y un extraño ambiente de intimidad común. No pierdo el tiempo preguntándome en qué momento hemos llegado a este punto, que se me antoja natural y lógico, ni tampoco en juzgar por qués ni analizarlo. Es y ya está. No quiero pensar en eso. Al fin y al cabo, compartimos un vínculo; compartir una habitación no es nada, aunque esté teñida de este perfume sutil de cercanía y confianza que le haga parecerse sopechosamente a un hogar.

He leído las palabras del mensaje con el ceño fruncido. Theron se sienta en la silla contigua, con ese aire elegante y sinuoso que le caracteriza, y estira las piernas enfundadas en pantalones de tela oscura, cruzando las manos sobre el pecho y observándome.

- Respuestas... - mastico la palabra, releyendo la carta una vez más - Quizá es una trampa.

Theron asiente. Sólo hago patente el pensamiento que ambos tenemos.

- Es lo más probable. Pero algo deben saber. Explicaría muchas cosas.
- Seguro que algo saben. El Lich no nos ha bombardeado con su voz insidiosa por casualidad, eso es evidente - digo, con la mirada fija en la carta. - Siempre hemos sabido que quieren algo de nosotros... lo que falta por saber es qué. Y por qué ese interés.
- No sabemos nada de nosotros - murmura a media voz.

Vuelvo la vista para contemplarle, con el semblante grave. Tiene razón.

No sabemos qué es esto, ni por qué nos pasa.
Tampoco nos lo hemos planteado. Es, y ya está.
Pero tiene que tener algún motivo. Aunque nos hayamos acostumbrado, no es normal poder... hacer... esto que hacemos. Poder sentirnos. Saber lo que pensamos.

Asiento de nuevo con la cabeza.

- Al principio era una puta locura - comento, arqueando la ceja. Theron sonríe a medias.
- Sí que lo era. Era difícil filtrar, estaba sintiendo constantemente todo lo que sentías y pensabas.
- No me lo recuerdes.

Me mira de reojo. No parece que a él le haya resultado nunca molesto que pueda leer sus pensamientos, que pueda escuchar los míos. No creo que nunca lo haya sentido como una intrusión en su intimidad... siempre lo ha acogido muy bien, tras la sorpresa inicial. Creo que yo no tanto. No me gusta la dependencia, y sabemos que somos interdependientes. Que lo que me duele, le duele. Que lo que le preocupa, me preocupa. ¿Es esto en realidad una forma superlativa de empatía? Sea como sea, debe tener una explicación. Y este mensaje promete respuestas.

- Puedo ir a mirar - dice, volviendo el rostro y arqueando ambas cejas. Vano intento de disimular que se muere de ganas. Su curiosidad es menos prudente que la mía, pero arde con la misma intensidad - conocer a ese tipo.
- No sé si es buena idea. ¿Y si vuelve a pasar lo que pasó en Stratholme?

Ambos ensombrecemos el semblante. No puedo olvidar eso. Se llevaron a Theron en aquella batalla en la ciudad arrasada, se lo llevaron, quién sabe adónde. Recuerdo haber golpeado los barrotes de la entrada de servicio, gritando su nombre. Devolvedme a mi brujo. Recuerdo esa sensación, como si me hubieran quitado mi mejor arma de las manos... o hubieran apartado de mi algo imprescindible. Aricia e Irular me ayudaron, con la colaboración de una bruja a la que conocían para invocarle y traerle de regreso. Recuerdo haber tirado de él con virulencia, a través del vínculo misterioso, haberle llamado con todos sus nombres, los que conoce y los que no, con los que se ha investido, con los que yo le he bautizado, reclamarle, atraerle con una intensidad que me sorprendió a mí mismo. Casi una fuerza gravitatoria, magnética, más poderosa que cualquier otra cosa que haya conocido. Gracias a los dioses, funcionó y pudimos sacarle de aquel lugar, fuera el que fuese.

- Supongo que es el riesgo que hay que correr. No se me da mal fingir, en cualquier caso. Podría entregarme por propia voluntad.
- No sé - meneo la cabeza, nada convencido - No sé cuanto vale una respuesta, pero sé hasta dónde no estoy dispuesto a pagar.

No quiero que vayas solo
Hasta ahora es mejor uno fuera. Además, no serías convincente si vas a entregarte a un miembro del Culto de los Malditos. Y por otra parte, sea lo que sea lo que hagan o dejen de hacer, el vil me hace inmune a esas enfermedades. Mejor que caigan sobre mí si algo se pone feo.
Si, estoy de acuerdo. Pero no quiero que vayas solo, no me gusta una mierda, ¿entiendes?
Entiendo, entiendo. Si no quieres, no iré.

Le miro de nuevo, rascándome la barba, dubitativo. Sé que no está mintiendo. Mi brujo es así. A excepción de esas ocasiones en las que me molesta por jugar, siempre ha sido flexible como un junco en lo que a mi respecta. Se muere de ganas por descubrir las respuestas que se nos ofrecen, pero si estoy preocupado y no quiero que se exponga, no lo hará. Es su manera de protegerme. Nunca me haría daño, ni con dolor ni con preocupación. Pero sé que quiere ir.

- Hazlo - digo al fin, asintiendo - Es la mejor opción si queremos descubrir algo, en caso de que sea verdad que tienen respuestas.
- No voy a estar solo. Estarás conmigo.

Asiento con la cabeza, es obvio que lo estaré. No tengo otra opción, siempre lo estoy, y en cualquier caso, es lo que quiero en esto. Contemplamos la carta, pensativos.

¿Qué demonios sabe la Plaga de nosotros?

LXXXVIII - La caída de Anub'arak

Escuece el veneno y me zumban los oídos. Sería doloroso hasta hacerme gritar, si le prestara atención. La Luz cosquillea y hierve mientras canalizo los hechizos uno tras otro, la mecánica de la batalla, como siempre, me arrastra. Encadenar la luz, tejer, hacer que estalle, derramarla sobre los aliados.

- ¡A la derecha!

Oladian rueda por el suelo, esquivando una estalactita punzante que surge del suelo, haciendo temblar la tierra y echándose a un lado. Se pone en pie de un salto y continúa disparando las flechas sin pausa. Theron desgrana sus silabarios molestos a mi lado, concentrado y enardecido, arrojando su ira sobre la criatura en forma de sombras y fuego que surgen entre sus manos, la mirada transida y brillante. Hibrys, al otro extremo de la sala, hace otro tanto, con una sonrisa despiadada en los labios, mientras Shammash, el poderoso guerrero renegado que ha acudido sorpresivamente en nombre de Elhian, interpone su escudo para protegerse de la bestia, provocándola sin concesiones.

- No oséis desafiar al Rey de las Profundidades - resuena la poderosa voz de la criatura.

La puerta está cerrada tras nosotros en la sala, de manera que el combate es la única opción, y en ello estamos desde hace un rato. En cualquier caso, no pensábamos volver atrás. La puta cucaracha tiene el caparazón duro; las flechas clavadas en él empiezan a hacerle parecer un jodido erizo, y la magia oscura de mis compañeros estalla a su alrededor. Entre sanaciones y refuerzos, de cuando en cuando le dejo caer un exorcismo al bicho de los cojones o envío un latigazo de energía hacia su rostro, haciéndole gruñir. El Exánime le alzó de entre los muertos para convertirle en uno de sus generales, lo cual le hace especialmente vulnerable a la Luz Sagrada. No le privaré de ese gusto mientras tenga ocasión.

- ¡Vamos, vamos! - exclamo, arengando a mis compañeros - ¡No le deis tregua! ¡Reventad a este hijo de puta, vamos!

Mi voz firme resuena en el eco de la estancia, entre los sonidos chispeantes de los hechizos de sombra y sagrado, las invocaciones siniestras de los brujos y el silbido de las flechas. El escudo de Shammash suena como un gong cada vez que Anub'arak le golpea, y las nubes verdosas de veneno se extienden por todos lados. No puedo decir que no esté ocupado por la parte que me toca.

- Akthar'anor shet korim... - gorgotea la bestia, horadando el suelo bajo sus propios pies. Y entonces, repentinamente, desaparece bajo la tierra, mientras una multitud de sus odiosos hijos caen desde el techo y se abalanzan sobre nosotros.

- ¡A ellos! - brama el renegado.

Vienen hacia mi. Debería apartarme o algo, lo haría si no estuviera ocupado con las vidas de los demás, inmóvil mientras enlazo la energía vital en sus cuerpos y les baño de energía, tratando de liberarles del sufrimiento del veneno. No necesito hablar, ni siquiera enviarle un pensamiento en el vínculo que nos une. Yo pongo mi escudo delante, sin detener la canalización, y Theron se adelanta para acabar con los bichos a fuego y sombra antes de que me alcancen. Le muerden los tobillos y trepan por su toga, arrancándole una exclamación de rabia cuando se inflama a sí mismo como una antorcha. Las llamas le lamen y prenden en los arácnidos, que no tardan en morir.

- Estás que ardes - sonrío a medias y le vuelco una buena ración de Luz Sagrada de mi reserva especial para el brujo. Se estremece y deja oír una risa desquiciada, despeinado y sudoroso. - Vuelve el Rey.
- No por mucho tiempo.

Así es, la espantosa mole ya ha vuelto a surgir de la tierra y ataca a Shammash con una de sus patas, haciéndole caer hacia atrás.

- No saldréis vivos - retumban de nuevo sus insidiosas palabras.

Enjambres de insectos se enredan ante nuestros ojos, mosquitos diminutos que zumban y pican y revolotean, que marean y molestan, impidiendo que nos movamos con libertad. Duele. Dolería más si prestara atención, y desde luego, si no llevara armadura de placas.

- ¡No os entretengáis con ellos, a por él! - exclama Oladian, al ver a Hibrys intentando espantar las moscas.

De nuevo silban las flechas, de nuevo los hechizos hacen crujir el aire alrededor. Y el veneno.

Jadeamos, ellos corren y se mueven de un lado a otro, esquivando las lanzas punzantes que surgen de la tierra, el renegado parece incansable. Yo sigo inmóvil en la retaguardia, manteniéndoles en mi campo de visión y derramando la energía sanadora en sus cuerpos, limpiándoles continuamente de la corrupción infecciosa, restañando las heridas y manteniendo los músculos activos. Cuando puedo, ataco al bicho. Pero no es prioridad. Desde aquí tengo una vista perfecta del campo de batalla, así que puedo advertirles de la llegada de los refuerzos del rey escarabajo y de la aparición de los enjambres y las estalagmitas.

- ¡A la izquierda!

Esto funciona. Lo estamos haciendo muy bien. Y sí, lo estamos haciendo tan bien que, con una nueva flecha certera del cazador, el caparazón se resquebraja y la criatura comienza a trastabillar con desesperación, atacándonos con las renovadas fuerzas del animal acorralado.

- ¡No podéis pararlo! ¡Nunca podréis! - brama, enfurecido.

Una explosión de pura sombra, regalo del señor Solámbar, estalla en el cuerpo del rey de las profundidades, haciendo saltar por los aires parte de su coraza quitinosa, y el fuego que le envía Hibrys esta vez sí le hace encogerse.

- ¡Ahora! - grito, frunciendo el ceño - ¡Fuego, ahora!

Les escucho gritar a todos mientras descargan todo su poder contra el enemigo, sus rostros se contraen en un gesto de furia en el último ataque coordinado, que hace convulsionar a la criatura a causa de los impactos que se suceden sin tregua. Yo mismo estoy atacándola, la Luz se inflama y destella y la precipito sobre él con toda la ira de la rectitud sagrada.

Y Anub'arak lanza un sonido chasqueante y cortante, se estremece en una convulsión y se derrumba en el suelo, con las patas abiertas.

El silencio de la victoria dura tanto como tardamos en recuperar el aliento.

- ¡Lo conseguimos! - exclama Hibrys, riendo y saltando hacia nosotros - Puta cucaracha, ¿qué tienes que decir ahora?
- Qué dura la cabrona.
- Buen trabajo.

Oladian sonríe, y todos parecen satisfechos y agotados. Nos acercamos al cadáver para arrancar un pedazo del caparazón, que se desprende dejando hilos gelatinosos al tirar de él, y nos tomamos un instante para reponer fuerzas antes de salir. Mientras bebo el té que me tiende el brujo, quien siempre lleva agua gracias a los dioses, me limpio el sudor de la frente y tamborileo con los dedos, pensativo.

Lo han hecho bien. Lo hemos hecho muy bien, sí. Es un triunfo agradable, pero no tiene tanto sabor como esperaba. En cualquier caso, me hace sonreír a medias por un momento.
- No, no ha estado mal - dice Theron, escupiendo a un lado. Me mira con el rostro macilento, algo ceniciento y las ojeras pronunciadas. Tose.
- Tres días de descanso, Guardia del Sol Naciente - digo, poniéndome en pie. Me asaltan sus miradas entusiasmadas. - Ha estado muy bien. Nuestro primer triunfo en el norte. Buen trabajo, y felicidades, tíos.
- ¡Tres días! Genial - exclama Hibrys, poniéndose en camino hacia la salida.

La enorme puerta se ha abierto. Camino tras ellos, el brujo se ha detenido a esperarme y ambos nos volvemos con extrañeza al escuchar un sonido peculiar, de tierra desprendiéndose. A nuestra espalda, los restos del Rey de las Profundidades se hunden en la tierra, que le engulle lentamente.

LXXXVII - Arañas

- No seguiremos mas allá.
Rodrith frunció el ceño, con el petate al hombro, y miró con curiosidad al líder del grupo, ladeando la cabeza. Los carromatos y los zancudos se habían detenido en la aldea de Brisa Pura, donde lo que recordaba como un lugar exultante y hermoso, remanso de paz y calma, ahora aparecía circundado por trincheras y empalizadas. Los soldados y forestales se habían organizado y preparaban la defensa de la zona. La caravana a la que se había unido en el Fondeadero Vela del Sol estaba compuesta en su mayoría por combatientes y porteadores, que descargaban ahora sus mercancías en la puerta del edificio principal.
- ¿Que? ¿Por qué?
- Las tierras más al Sur están perdidas. Algunos grupos están intentando recuperar Tranquillien, pero la situación no es halagüeña en la zona, amigo.
- ¿Perdidas? ¿Qué quiere decir eso?
El alto elfo le observó con gravedad, mirándole de arriba a abajo.
- ¿Dónde demonios habéis estado los últimos meses? ¿Acaso no sabéis nada?
Rodrith se inclinó hacia adelante y miró en derredor
- He estado en el mar. Me he enterado de todo esto al desembarcar, me dijeron que Lunargenta había sido arrasada. Tengo que llegar a Corona del Sol.
- Corona del Sol es irrecuperable, está bajo dominio de la Plaga
El Azote de los no muertos. Parpadeó, con los pensamientos arremolinados en su cabeza, pensando en su madre y su hermana. "Mierda, Luonnotar".
- Tengo que llegar a Corona del Sol - repitió, algo más alterado.
- Es imposible sin cruzar la Cicatriz.
El elfo de cabellos negros le miraba de reojo de cuando en cuando, mientras tomaba notas sobre los portes en un pergamino. Le hizo una señal hacia un grupo de soldados apostados en las trincheras.
- Dudo que permitan aventurarse a los civiles, señor. Pero algunos de ellos parten a Tranquillien. Intentad acompañarles, si tan importante es para vos. - añadió. - Aun así, no esperéis encontrar nada en la aldea, mas que ruinas y ceniza.
¿Ruinas y ceniza? Y una mierda. Al atardecer, mientras transitaba con el grupo de soldados hacia el sur, intentaba convencerse a sí mismo. No puede ser tan grave. No puede ser tan grave. La profunda herida de la cicatriz y las figuras imposibles, esqueléticas, que se movían más allá entre la bruma oscura, bajo la luz de la luna. La tierra yerma, seca y negra, donde antaño hubiera fresca hierba en una primavera eterna.
No puede ser tan grave. 
Al cruzar el puente sobre el río, el bosque que un día brilló con hojas doradas y verdes, donde los arcianos se elevaban hasta un firmamento claro y límpido, ahora aparecía como un lugar siniestro, sólo poblado por murciélagos de ojos rojos que acechaban en la oscuridad y arañas blancas. Los linces se ocultaban en los matorrales, y las cortezas de los árboles mostraban tonos enfermizos y bulbos verdosos, infectos y supurantes. Atónito, observó alrededor, percibiendo la violenta desolación a la que su tierra había sido sometida, incapaz siquiera de enfurecerse. Uno de los escoltas, un elfo alto y de semblante relajado y ojos ancianos, le miraba de reojo.
- Vamos, amigo. Tranquillien está cerc... ¡Eh!
"Maldita sea, madre, padre, hermanos". Había echado a correr a través del bosque. ¿Que habría sido de ellos? Su casa, su hogar. ¿Por qué había tardado tanto en regresar? El infierno había estallado en quel'thalas, había caído sobre su familia. Luonnotar. Jadeando, desesperado y con el pánico anudado en el corazón, recorrió la distancia hasta la aldea, apartando los arbustos crujientes con los anchos brazos y sorteando los troncos rotos y humeantes, saltando sobre charcos de baba verdosa y esquivando las miradas punzantes de las alimañas que se ocultaban en la oscuridad.
Vislumbró la silueta de la aldea tras las rocas, y las vadeó, con la mirada fija hacia adelante. El jirón de una vieja cortina de seda púrpura, transportado por el viento, cruzó junto a su rostro cuando se detuvo, incrédulo y golpeado por la realidad. Se le cayó de las manos el fardo con sus pertenencias y dejó colgar los brazos a los costados, sin atreverse a parpadear, avanzando con pasos deambulantes hacia los restos de la plaza.
- No puede ser - murmuró, mirando alrededor.
Aún ardían los blandones. El edificio del Templo había perdido una de sus paredes, que se había derrumbado en escombros sobre las losas quebradas. Se percibía en el interior de las casas las siluetas de los muebles destrozados, que también se derramaban como cadáveres en las calles exteriores. Libros abiertos pasaban sus hojas movidas por la mano fantasmal del viento, tendidos en el suelo, y los restos de cortinajes y velos se agitaban, ennegrecidos y rasgados como sudarios tenues en balcones y puertas.
- Esto no es real - murmuró, con el nudo en la garganta y en el corazón, mientras el pánico crecía en cada latido - No puede ser real.
Las figuras altas se movieron con un sonido crujiente y empezaron a surgir de los hogares en ruinas, amparadas por las sombras. "No es real". Cuerpos estrechos y largas extremidades cubiertas de cerdas, retorcidas patas aserradas. ¿Qué demonios? ¿Arañas? Arañas enormes. Una tras otra, salieron a la luz mortecina de la noche. Lo habían invadido todo.
- Luonnotar... - miró alrededor, dividido. Un impulso le incitaba a huir, el otro a correr hacia su casa. Y mientras permanecía inmóvil en el centro de la plaza, le rodearon.
Arañas enormes. "Belore, dame fuerzas". Tomo aire entrecortadamente, con los ojos muy abiertos, y echó a correr. Como si aquella fuera la señal, las criaturas se abalanzaron sobre él, escupiendo saliva verdeante y tratando de atraparle entre sus miembros. "Belore, dame fuerzas". El sonido gorgoteante de sus mandíbulas sonaba cercano. Apenas podía respirar, corriendo, con el latido violento en las sienes. El roce de una de esas patas velludas en la espalda le hizo gritar,  y algo se cerró como un cepo en su tobillo.
- ¡No, no, no! - exclamó.
Se cubrió con los brazos, retorciéndose en el suelo y volteándose para protegerse mejor, mientras trataba de rodar lejos del alcance de sus extremidades, que horadaban el suelo a su alrededor, buscando su carne. Arañas enormes, deseando devorarle. A duras penas, pateando el hinchado abdomen de una de esas criaturas, logró ponerse en pie y corrió, al borde del colapso a causa del miedo. Volvió a gritar cuando algo le agarró del brazo y tiró hacia arriba, incapaz de reconocer la figura de un jinete, incapaz de reconocer nada.
- Te tengo - dijo una voz.








- ¿Entramos?
Me cuesta sustraerme y parpadeo, mirando de reojo a Hibrys. Le hago un gesto para que espere, mientras observo a esta criatura a la que he bautizado como Señor Araño, que también habla. Como no podía ser de otro modo. Aquí en Rasganorte lo raro es encontrarte con algún bicho que no hable, joder.
- Invadzzzieron nueskthro reinnno - susurra la criatura. Dice llamarse Kilix o algo similar. - Cavvvfamos máaash y máaaash honnndddzzo, desssszzzpertamossss a los ignnnothozzss
Entrecierro los ojos, inclinándome hacia adelante, mientras escucho la historia de Kilix. Sus ojos son dos diminutas esferas rojizas, y las mandíbulas no chorrean icor maloliente. Parece educado para ser lo que es, eso quiero pensar, mientras me mantengo inmóvil para que nadie note la inquietud que me causan estos seres.
Arañas. Arañas enormes. Tengo fobia a las arañas.
- Huiamozzzsss de loszzz muerthosssskkg - prosigue, moviendo las grotescas manos, sin apartar la mirada - ellossszzz alzaronkkk al viejoreysshhhhzz, Anub'arak.
Esta última palabra es perfectamente inteligible. Kilix, el Señor Araño, me mira. Yo le devuelvo la mirada y me vuelvo hacia mis compañeros, que aguardan con cierta impaciencia.
- No son enemigos, no estos. Los de ahí adentro, sí - explico con brevedad - Están envueltos en una guerra civil contra los Anub'ar.
- ¿Qué?
Ahora es Theron quien habla con Kilix, mientras yo me esfuerzo en que los demás entiendan algo, así que lo simplifico a mi manera.
- A ver. Hay arañas buenas y arañas chungas. Estos tíos de aquí son arañas buenas. Los que hay dentro son las chungas, que están invadiendo la casa de las arañas buenas.
- Ah, vale.
- Además, las arañas chungas se han aliado con la Plaga, y su jefe es Anub'arak, que era nuestro primer objetivo en Naxxramas. Ése no es araña, es cucaracha. Así que vamos a patearles el culo.
Debería pensármelo. Es decir, meditándolo fríamente, me dispongo a entrar en un sitio que no conozco, que está lleno de estos jodidos bichos que tanto odio y probablemente nos conviertan en merienda. No somos suficientes, creo que necesitaríamos el apoyo de uno más, y para terminar de arreglarlo tendría que actuar como vanguardia y sanador, cosa que no estoy seguro de poder hacer. Bien. Creo que es mejor decir a los demás que aguardaremos hasta estar mejor prep...
- ¡Erasus thar'no Darador!
Hum. Es mi voz la que grita, mientras nos abalanzamos al interior, con las armas en ristre y los espíritus iluminados por el ansia de batalla y la determinación.
Supongo que ya no podemos volver atrás. Je.

lunes, 1 de febrero de 2010

LXXXVI - La Esperanza de la Luz: El Alba

Apenas es un brillo lejano, que a veces se oculta tras los montes al variar levemente el rumbo, diminuta luciérnaga constante que resplandece. La noche se desteje con suavidad, y parpadeo cuando contemplo el lucero vespertino, sonriendo a medias. Extraño es el tiempo, cuando pienso en canciones. Extraño cuando mi pensamiento y mi espíritu se funden, como ahora, en una amalgama ordenada y simétrica, armónica, lejos de todo y cerca de todo.

El firmamento se ha teñido de púrpura suave, se diluyen los colores de la noche que nunca es tiniebla aquí en el norte, y las gotas de rocío se desprenden lentamente. El camino se bifurca, pero Elazel no duda. Camina, constante, a paso lento hacia el breve sendero que gira hacia el Norte, y el parapeto de la colina cede y nos muestra el faro, la perenne luminaria que resulta ser un estandarte.

Un estandarte solitario entre los yermos nevados. Un estandarte de blancura que reluce, con un escudo redondo en su centro, que se aparece metálico a la vista e irradiando suave luz de un tono dorado claro, bruñido y casi estelar. El estandarte de la Cruzada... lo reconozco al instante. Un brinco en el corazón.

Figuras que se mueven, cruzados embutidos en armaduras, pequeñas siluetas aún lejanas. Se estremece mi interior entre los magnos acordes, y la yegua aprieta el paso. Y el lugar al que voy sin saberlo se dibuja poco a poco frente a mi.

Hay en el centro del asentamiento una hoguera apagada, cuyos rescoldos aún titilan, rojizos. El suave humo asciende en volutas mínimas, deshaciéndose. Un par de taburetes y un banco rodean el fuego agonizante. Una tienda blanca, austera, se levanta a su derecha, con la lona agitada por la brisa, y junto a ella, las ruinas de lo que debió ser una construcción de los drakkari, los trols del norte, salvajes y aterradores. Los restos del pequeño edificio están medio enterrados en la nieve, el techo está derruido y se adivinan las vigas... y del interior surge un suave cántico de voces monocordes, una nota sostenida que desgrana palabras en lengua común, murmurando una oración.

Las notas se unen a la música insondable que resuena en mi interior, las dulces chirimías de la brisa y las campanillas de cristal de las estrellas, el arpa vibrante y las cítaras delicadas, los timbales rítmicos que palpitan, la cuerda resonante y envolvente de los árboles blancos... y ahora también el sutil tintineo de la nieve al caer cuando los copos se arremolinan frente a mis ojos.

Desciendo de la montura, presa de este hechizo extraño y onírico, y Elazel se deshace en un respetuoso silencio, disuelta en una nube de bruma dorada y clara. Las motas brillantes giran, se entretejen y se pierden al volar hacia mí, retornando a su origen. Dos humanos con el tabardo de la Cruzada Argenta guardan la entrada de la peculiar capilla. Largas barbas y trenzas que cuelgan sobre sus hombros, y el semblante severo y decidido de los paladines de la Luz Sagrada, las armas prestas a un lado, y me inclino al saludarles cuando me acerco en un par de pasos.

- Que la Luz os guarde, cruzados - murmuro en lengua común, sin alzar el tono.
- Sus bendiciones os protejan también a vos - responde uno de ellos. - Bienvenido a la Esperanza de la Luz.

Asiento, consciente de que mi expresión revela todo cuanto quisiera ocultar en otras circunstancias, atisbando hacia el interior con cierta inseguridad. El otro me hace un gesto, invitándome a entrar, y lo hago con el corazón encogido con reverencia.

Al penetrar en el lugar, la nieve cae suavemente a través del techo destruido. Tablones transversales se han dispuesto sobre el suelo salvaje en descenso, a modo de bancos improvisados, donde cinco o seis paladines se arrodillan en oración, todos con tabardos limpios, todos con las armas apoyadas en el suelo y sostenidas con la diestra. Al fondo, en un altar, un cáliz reposa y dos candelabros iluminan las espadas que se apoyan sobre la superficie de piedra, y tras éste, otro estandarte, blanco, con el círculo dorado en el centro y el símbolo de la mano de plata, con las ocho puntas del sol del Alba Argenta, ahora Cruzada Argenta...

Estoy vibrando por dentro, se me anuda la garganta y una profunda emoción me sobrecoge al deslizar los dedos sobre mi propio tabardo. Una capilla perdida en medio de la nieve. La Esperanza de la Luz.


Los bosques te enseñaron sus canciones, los vientos te enseñaron... la nieve te cubrió con su pureza, el mar te dio su abrazo... el Sol ungió tu piel y tus cabellos, la Luz besó tu alma... camina, caminante entre la Noche, portador de la Llama ...


El mar te bautizó con la tormenta, hijo del trueno ... en el invierno frío te nutriste, alto y sereno... los bosques te enseñaron a escuchar la voz dormida... con la Huella del Oso arde la tea en ti prendida...

Ilumina en la Sombra, Luz Ardiente... alza la espada de hoja incandescente... desata el fuego sagrado y la divina tormenta... abraza con cálido brazo al alma sedienta...


Oh Luz Sagrada, que brillas en toda Creación...

Es la grandeza sublime, la convulsión rotunda del abrazo de las bendiciones, al saberme parte y fuente, forma y fondo de aquello que sobre mí desciende... es la violenta conmoción de la sinfonía de la Luz eterna, inagotable y gloriosa que eleva y que envuelve, que protege, ilumina y arropa, que me guarda y me estrecha en su abrazo, que nunca me abandona... es quemar el fuego, es helar el hielo, amar al amor y ascender hasta más allá del límite del universo, es pulverizarlos todos y hacer que pierdan el sentido. Es tener el Universo en la mano, es sentarse en la mano del Universo, es sentir en cada célula el Orden perfecto, atisbar una infinitud donde las fuerzas nunca se extinguen, es experimentar la divinidad. Eso es lo que me hace temblar ahora, en la puerta de la Esperanza de la Luz, al borde de las lágrimas.

Y amanece. Y el primer rayo de sol del alba se cuela por la quebrada techambre, cae sobre el estandarte, y el escudo dorado destella, brilla intensamente. Se alzan las voces y el aire desaparece de mis pulmones, cuando caigo de rodillas, jadeando entre las lágrimas, y la oración se abre paso entre mis labios sin que apenas me de cuenta, porque es mi canción, es la canción y forma parte de ella, y formo parte de ella, y ella de mí.

- Luz Sagrada, que brillas en toda Creación... - se une mi voz trémula a las voces de los Cruzados arrodillados, y sé que estoy llorando como un crío. Pero hoy no me importa.

Luz Sagrada, que brillas en toda Creación
Bendice mis armas, azote de los infames
Bendice mi escudo, baluarte de los indefensos
Bendice mi puño, castigo de los corruptos
Bendice mi alma, bálsamo de los agraviados

Luz Sagrada, que brillas en toda Creación
De la oscuridad y el tormento, protégenos
De la corrupción de los Exánimes, protégenos
De las garras de los Demonios, protégenos
De la maldición de la Plaga, protégenos

Del hastío y la desesperanza, libéranos
De la duda y la desesperación, libéranos
De la flaqueza del espíritu, libéranos
Del desfallecimiento y la resignación, libéranos.

Luz Sagrada, que brillas en toda Creación
Haz de mi alma escudo de los vivos,
Haz de mi brazo arma contra la corrupción
Haz de mi espíritu llama siempre viva
Que ilumine a los Justos, que consuma el mal
Ampara a nuestros allegados y acoge en tu seno a los caídos,
fortalece a los rectos y consuela a los atormentados


Concédeme ser la mano de Tu Voluntad
Templanza en la gloria y perseverancia en la adversidad


Se eleva la oración del cruzado, se eleva y se une al viento, al amanecer, a las olas de mares lejanos... fluye, se extiende, se dispersa en el Universo, y aún la oigo resonar en todas partes cuando permanezco arrodillado en la Esperanza de la Luz, prestando atención y escuchando aquello que los bosques me enseñaron a oír. Escuchando a la voz que en ocasiones me hablaba con una canción. A la Luz. A mí mismo, y al arpa resonante y melancólica, grandiosa y teñida de gloria y bendición.

Y todo me recuerda que soy afortunado. Todo me recuerda que merece la pena, que siempre valdrá la pena. Más allá de todo... por esto. Porque la Luz está conmigo, y no hay nada más grande que eso.

LXXXV - La Esperanza de la Luz: La Huella del Oso

Los bosques te enseñaron sus canciones, los vientos te enseñaron... la nieve te cubrió con su pureza, el mar te dio su abrazo... el Sol ungió tu piel y tus cabellos, la Luz besó tu alma... camina, caminante entre la Noche, portador de la Llama ...

Árboles blancos en las lindes, de ramas apretadas sin hojas. La nieve les ha engalanado, poniendo un anillo de escarcha en cada uno de sus dedos, envistiéndoles como hadas de diamante pálido. ¿Donde estoy? No importa. Elazel camina y titilan los astros, silba el viento, canta el Universo. El arpa resuena, conozco la letra de la canción... pero hay más... todo está cantando. ¿Soy yo o es el mundo? Hay más, detrás de las cuerdas vibrantes, sutiles, un arrullo leve que susurra muy bajito, armonía inaudible.

Deslizo la mirada sobre la curva de las cumbres, buscando al zorro que arranca con su cola destellos en el cielo, buscando la mirada esquiva, buscando todo y nada. Campanillas en las ramas de los árboles. Cascabeles en las estrellas. Flautines en el viento, y una percusión sorda, muy velada, como el latir de un corazón. Atravesamos el camino, embozado, escucho y veo y siento despertar una vibración soterrada muy profunda. El paisaje blanco y azulado parece tallado en cristal, las montañas lejanas dibujan sus líneas y la aurora boreal es una pincelada verde y rosada en el cielo enjoyado. Huele a vida salvaje, más allá, a muerte sostenida, a ciclos detenidos por la mano de la Plaga... pero ahora no persigo el combate y el choque frontal, no busco la guerra ahora. Son los aromas esenciales, las notas potentes y originales de la Vida las que me cantan en el viento, en el silencio y en la Luz, son las que guían a Elazel cuando la tormenta me otorga una noche de paz y calmos oleajes.

Y le veo, detrás de un tronco nudoso y pálido. Le veo, blanco, mirándome con ojos ámbar, observándome. Un leve sobresalto me hace soltar el aire entre los dientes cuando la montura se detiene, sin golpear el suelo con las pezuñas, serena. La cabeza enorme del oso, con las fauces cerradas, me contempla.

- ¿Eres tú? - pregunto a media voz, frunciendo el ceño.

Resuenan notas graves, ahora escucho acordes, que completan la melodía progresivamente. Acordes limpios, mantenidos, penetrantes, aún lejanos, pero puedo percibir la resonancia de la perfecta armonía tonal.

El oso tiene todas sus patas. Se acerca despacio, el pelaje ondula cuando se mueve, los tendones y los músculos se contraen y distienden, y sale a la luz de la noche destellante. Su respiración es profunda, su mirada, severa. Se me encoge el corazón, porque no es el mismo, pero al tiempo lo es. Es un oso, es el oso, todos pueden ser él, y ahora lo es éste. Y echa a andar por el camino, su figura poderosa deja huellas claras sobre el manto invernal. Elazel le sigue, al paso.


Los bosques te enseñaron sus canciones, los vientos te enseñaron... la nieve te cubrió con su pureza, el mar te dio su abrazo... el Sol ungió tu piel y tus cabellos, la Luz besó tu alma... camina, caminante entre la Noche, portador de la Llama ...


El mar te bautizó con la tormenta, hijo del trueno ... en el invierno frío te nutriste, alto y sereno... los bosques te enseñaron a escuchar la voz dormida... con la Huella del Oso arde la tea en ti prendida...

No hay árboles ahora, solo vasta extensión de nieve lechosa y el cielo abierto. A lo lejos, se alza una torre cilíndrica, un templo anciano y majestuoso en torno al cual vuelan las figuras de alas desplegadas. Dragones. Eternos dragones, girando en círculos alrededor de la construcción. Blanco y dorado en las columnas cuando nos acercamos, una esfera áurea relumbrante como un sol nocturno en el pináculo. Laúdes y cítaras, clamores cristalinos, murmullo de mares imposibles. La melodía se ramifica y se repite, la recoge la brisa y la silba, se la cede a las estrellas que la acompasan, y cambian los colores de las luces del Norte, glauco y ámbar, luego ámbar, y se agitan como un velo sostenido en un balcón.

Siguiendo al oso, buscando al zorro, nos movemos hacia el noreste. Un cráter se abre y al fondo, una extensión de césped desprende el aroma de flores tiernas, de brotes nacientes. Al mirar hacia allí, un árbol se alza en su centro, eleva sus ramas hacia el firmamento, las hojas caen, una a una, continuas y constantes. Hay hogueras prendidas aquí y allá, se escucha el sonido de la batalla. Al otro lado, en el alto templo, los dragones también luchan. La guerra.

Vinimos aquí a la guerra, pienso. Contra la Plaga, contra la muerte fuera del ciclo natural, contra la Plaga por venganza, contra la Plaga por deber, porque es lo correcto. Y la guerra tiene lugar, siempre hay movimiento, siempre conflicto... y pese a todo, la vida. El pálpito constante del corazón de un mundo que nunca se detiene.

El oso nos guía a través de la nieve, hacia la punta de la cola del zorro, allá donde la pincelada empieza. Pasamos junto a los restos de un dragón muerto, inmenso, yace el cadáver semienterrado en la blancura. Los huesos brillan con luz estelar, blancos y pulidos, surgiendo entre la tierra, luminosos. Figuras de mamuts errantes, de criaturas extrañas de cuerpo humanoide y patas de caballo se recortan mas allá. Una manada cruza ante nosotros, sin mirarnos. Las moles gigantescas y peludas parecen elekks en cierto modo, hasta las crías tienen largos colmillos enroscados. Y caminamos, caminamos. Se acercan las hienas y ruge el oso, poniéndose en pie como advertencia, hasta que, tras pensarlo un momento, se marchan. Y caminamos.


Los bosques te enseñaron sus canciones, los vientos te enseñaron... la nieve te cubrió con su pureza, el mar te dio su abrazo... el Sol ungió tu piel y tus cabellos, la Luz besó tu alma... camina, caminante entre la Noche, portador de la Llama ...


El mar te bautizó con tempestad, hijo del trueno ... en el invierno frío te nutriste, alto y sereno... los bosques te enseñaron a escuchar la voz dormida... con la Huella del Oso arde la tea en ti prendida...

Ilumina en la Sombra, Luz Ardiente... alza la espada de hoja incandescente... desata el fuego sagrado y la divina tormenta... abraza con cálido brazo al alma sedienta... 


Cruzamos un camino antiguo de piedra, que asciende hacia el Norte. Una gigantesca calzada que parece haber sido hecha para el tránsito de gigantes y dioses. Y giramos al este, con el repicar de la extraña canción, que se desgrana cada vez más completa.

Y el oso se marcha. Y la cola del zorro se agita, y entrecierro los ojos al mirar alrededor y ver la flotante ciudadela, más allá de las cumbres que se elevan al sur. Las torres alzadas, construcciones humanas, donde bulle la actividad, al norte. Y al final de este camino serpenteante, un resplandor claro, aúreo, constante como un faro.

- Creo que no voy a encontrar al zorro - murmuro.

Elazel asiente con la cabeza. Mi oso se ha ido, pero ha dejado una huella sobre el camino, que se cubre lentamente con los copos desprendidos de la ventisca. Echo la caperuza hacia atrás y dejo que el aire me bese el rostro un instante, mientras mi montura fiel da un paso tras otro hacia esa luz clara, y escucho atentamente los acordes que se amontonan, la música vibrante y embriagadora que me asalta desde todas partes y que completa mi propia línea melódica... me escucho. Y me gusta lo que oigo.

LXXXIV - La Esperanza de la Luz: La Cola del Zorro

La hoguera chisporrotea y el breve día boreal se apaga en el cielo. Los taunka pasean sus altas figuras con la lánguida parsimonia de su raza, antecesora de los tauren, mirándonos de cuando en cuando. Las miradas de Elhian, de Hibrys y de Oladian están fijas en mí, a través del rojizo resplandor del fuego.

He dicho todo lo que tenía que decir en esta noche. He recordado, palabra a palabra, lo que significa el tabardo que vestimos, cual es el deber y el objetivo, y nada más puedo hacer.

- Si esta no es vuestra lucha, marchaos - repito, observándoles uno a uno. - Si los objetivos de la Guardia no son los vuestros, partid. No quiero lealtad ciega ni dependencia pasiva. Quiero combatientes concienciados y responsables. No quiero juegos de niños, quiero la guerra.

Intercambian una nueva mirada. Theron está sentado, algo ausente. Él no necesita estas palabras, sólo me observa de cuando en cuando con una expresión casi severa, disciplinada. Les veo asentir uno a uno, las muchachas con más displicencia, pero la mirada de Oladian se queda fija en mis ojos. El cazador pelirrojo frunce el ceño y su juventud serena y grave, sabia en muchas ocasiones, habla por él con acidez cuando me señala.

- Hablas de la Guardia y de lo que somos, pero llevas el tabardo del Alba - su voz es casi un susurro, seguro pero leve. - Espero que algún día te enorgullezcas de nosotros tanto como de ellos, pero no es sólo nuestro ese peso. Tú también tienes mucho en que pensar, Alto Guardián.

Y con estas palabras, los soldados de la Orden se retiran uno a uno hacia las rústicas cabañas del poblado Taunka'le. Elhian la primera, con el revoloteo de la toga y su porte de dignidad y elegancia en la muerte, dejando tras de sí el aroma a flores antiguas. Oladian después, con el andar flexible de los exploradores ágiles, acompañado de su lobo blanco. Hibrys la última, regalando la mirada anhelante al brujo antes de sonreírme con indiferencia y avanzar con el contoneo de las bailarinas, alejándose de nosotros. Dejo escapar el aire al fin cuando les veo marchar y me siento de nuevo, llenando la pipa con parsimonia y volviendo la mirada hacia el cielo estrellado de cuando en cuando, en silencio.

La aurora boreal destella como un velo colorido, ondula como una llama verdeante, brillante como el vil, luego cambia al dorado puro de la Luz, se tiñe de magenta y se viste de azul arcano. El viento silba y se enreda, deslizándose con intensidad cambiante, haciendo que el fuego baile para él. De cuando en cuando, el sonido de animales nocturnos, el murmullo lejano de los campos de géiseres, el crujido de las ramas secas. Si, es posible que yo también tenga mucho en lo que pensar. Deslizo los dedos sobre la pechera del tabardo, encendiendo la pipa y arrugando el entrecejo al exhalar el humo por la nariz.

- A veces creo que pierdes el tiempo - suspira el brujo, levantándose y estirándose la toga, mirando de cuando en cuando hacia las cabañas - pero si no lo hicieras, me resultaría raro. ¿Vamos adentro?

Niego levemente con la cabeza, y aparto los ojos del fuego para mirarle.

- No soy buena compañía esta noche, y yo no deseo ninguna. Duerme.

Un relámpago de desazón cruza por su rostro un instante, y luego chasquea la lengua con desdén, poniéndose en camino. Extiendo los dedos para bendecirle mientras le veo marchar.

- Estando tu hermana, intentaré no dormir - espeta, con cierto aire de ofensa. - Que te diviertas.

Sonrío a medias un momento y abro el vínculo un tanto, tratando de hacerle notar que no estoy preocupado ni triste, sólo reflexivo.

Me apetece estar solo. Y solo me quedo, dejando escapar un nuevo suspiro relajado esta vez y volviendo la vista al cielo, dejando que mis pensamientos se dispersen. Un leve murmullo resuena por alguna parte, como un arpa delicada de íntima musicalidad que me canta al oído. Dejo que el viento, el frío, la luz cambiante del firmamento y esa melodía me desnuden por dentro, llevándose los jirones del día y los días pasados, arrullándome en una calma que pocas veces me permito.

Un recuerdo se desliza en mi memoria al contemplar la aurora, una leyenda en la voz rasposa de un marinero viejo sentado en el muelle.

"La cola del zorro, le llaman los vrykul. Son las luces del norte. Nadie sabe qué son, pero asemeja una mancha de aceite de mil colores que no se deshace y destella en el cielo. Algunos dicen que son las armaduras de las valkyr, que reflejan el brillo celeste cuando ellas vuelan en el firmamento. Otros cuentan que un zorro corre por la inmensidad estelar y su cola agita los copos de nieve sobre las colinas, haciéndolos volar hacia el cielo, inflamados en llamas coloridas. Hay quien sale en busca del zorro para hacerle preguntas. Yo nunca lo he visto."

Parpadeo con el recuerdo, la mirada fija en lo alto. En algún momento me he puesto en pie y he salido al exterior, con la capa de piel de oso arrastrando sobre la nieve. No tengo nada que preguntarle al zorro, pero quizá el zorro quiera preguntarme algo a mí... y en cualquier caso, me gustaría verlo.

El susurro del viento en los oídos, el borboteo del agua en los campos lejanos, el arpa grave que canta canciones que conozco aunque nunca he escuchado antes. Y camino sobre la nieve, internándome en la tundra, siguiendo las luces del norte.

La nieve se hunde bajo mis pies, la escarcha y los copos se prenden en mis cabellos y en la barba, en la piel de la capa, mientras avanzo en la oscuridad azulada. La noche ártica no es negra, es azul como una profundidad marina. La luna y las estrellas se reflejan en el grueso manto de nieve eterna, que devuelve la luz pintada de añil; los montes y la escasa vegetación se recortan oscuros sobre el lienzo índigo.

Los bosques te enseñaron...


Parpadeo, frunciendo levemente el ceño. ¿Es mi voz en mi cabeza? ¿Es mi propio pensamiento? Quizá. Dejo que la voz recite su tonada, prestándole oídos, con los sentidos abiertos, receptivo, mientras camino siguiendo esa estela colorida en pos del zorro.

Los bosques te enseñaron sus canciones, los vientos te enseñaron... la nieve te cubrió con su pureza, el mar te dio su abrazo... 


Es el viento. Sonrío a medias y me cubro con la capucha al percibir la ventisca que se acerca, y el fuerte empujón y la caricia fría me hacen trastabillar por un momento.

- Deja de jugar - susurro a la nada, al aire gélido. Invoco a Elazel, que aparece fugaz, casi antes de que haya terminado de llamarla. Cabecea cuando monto sobre ella, y no la dirijo a ninguna parte, sólo dejo que galope a su capricho, con un trote medio y cambiante. Dejarse llevar no está tan mal algunas veces.

Y atravesamos las onduladas colinas, acechados por los ojos de la Plaga al Norte, en Enki'lah, atravesamos los pantanos y la serena llanura, sin prisa, con el paso exacto, fluyendo como el viento, la melodía, como el titilar de las lejanas estrellas.