martes, 9 de febrero de 2010

LXXXIX - Interludio: Preguntas y respuestas

- Respuestas

Le miro, con el brazo colgando en el respaldo de la silla y la pipa entre los dientes. Los candelabros arden con languidez en la habitación y mis placas se amontonan en un rincón, al lado de las bolsas y faltriqueras de Theron y su bastón de brujo terrorífico e infernal.

- ¿Eso ha dicho?
- Léelo tu mismo - me dice, tendiéndome la misiva.

Estamos de nuevo en Rémol. La campaña en el Norte avanza con prosperidad, la Guardia está respondiendo bien, por eso cada cierto tiempo regresamos al continente para descansar y dar un respiro a la mente, el cuerpo y el alma. Es bueno contar con camaradas descansados y energéticos aunque el avance sea más lento, siempre he pensado que es una garantía de supervivencia. Y no estamos ahí entre las nieves para morir como tontos.

En esos días de descanso, nosotros dos siempre volvemos aquí, a Rémol. Hace ya tiempo que alquilamos siempre la misma habitación, y la cotidianeidad se ha apoderado de nuestra peculiar convivencia. Esta habitación es un cuadro que ilustra a la perfección ese hecho. Aquí se amontonan nuestros efectos personales entremezclados: mis armas con su bolsa de almas, sus ropas con las mías, los artilugios de joyero sobre la mesa al lado de los pergaminos de la Cruzada, la pipa de cristal, quebrada y posteriormente reparada, reposando en la mesilla sobre uno de mis tratados, en la cama una toga rota del brujo y una de mis camisas que esperan a que se él se digne a darles unas puntadas. Hábitos que comparten espacio en las rutinas irracionales que hemos adquirido. Convivencia y familiaridad, y un extraño ambiente de intimidad común. No pierdo el tiempo preguntándome en qué momento hemos llegado a este punto, que se me antoja natural y lógico, ni tampoco en juzgar por qués ni analizarlo. Es y ya está. No quiero pensar en eso. Al fin y al cabo, compartimos un vínculo; compartir una habitación no es nada, aunque esté teñida de este perfume sutil de cercanía y confianza que le haga parecerse sopechosamente a un hogar.

He leído las palabras del mensaje con el ceño fruncido. Theron se sienta en la silla contigua, con ese aire elegante y sinuoso que le caracteriza, y estira las piernas enfundadas en pantalones de tela oscura, cruzando las manos sobre el pecho y observándome.

- Respuestas... - mastico la palabra, releyendo la carta una vez más - Quizá es una trampa.

Theron asiente. Sólo hago patente el pensamiento que ambos tenemos.

- Es lo más probable. Pero algo deben saber. Explicaría muchas cosas.
- Seguro que algo saben. El Lich no nos ha bombardeado con su voz insidiosa por casualidad, eso es evidente - digo, con la mirada fija en la carta. - Siempre hemos sabido que quieren algo de nosotros... lo que falta por saber es qué. Y por qué ese interés.
- No sabemos nada de nosotros - murmura a media voz.

Vuelvo la vista para contemplarle, con el semblante grave. Tiene razón.

No sabemos qué es esto, ni por qué nos pasa.
Tampoco nos lo hemos planteado. Es, y ya está.
Pero tiene que tener algún motivo. Aunque nos hayamos acostumbrado, no es normal poder... hacer... esto que hacemos. Poder sentirnos. Saber lo que pensamos.

Asiento de nuevo con la cabeza.

- Al principio era una puta locura - comento, arqueando la ceja. Theron sonríe a medias.
- Sí que lo era. Era difícil filtrar, estaba sintiendo constantemente todo lo que sentías y pensabas.
- No me lo recuerdes.

Me mira de reojo. No parece que a él le haya resultado nunca molesto que pueda leer sus pensamientos, que pueda escuchar los míos. No creo que nunca lo haya sentido como una intrusión en su intimidad... siempre lo ha acogido muy bien, tras la sorpresa inicial. Creo que yo no tanto. No me gusta la dependencia, y sabemos que somos interdependientes. Que lo que me duele, le duele. Que lo que le preocupa, me preocupa. ¿Es esto en realidad una forma superlativa de empatía? Sea como sea, debe tener una explicación. Y este mensaje promete respuestas.

- Puedo ir a mirar - dice, volviendo el rostro y arqueando ambas cejas. Vano intento de disimular que se muere de ganas. Su curiosidad es menos prudente que la mía, pero arde con la misma intensidad - conocer a ese tipo.
- No sé si es buena idea. ¿Y si vuelve a pasar lo que pasó en Stratholme?

Ambos ensombrecemos el semblante. No puedo olvidar eso. Se llevaron a Theron en aquella batalla en la ciudad arrasada, se lo llevaron, quién sabe adónde. Recuerdo haber golpeado los barrotes de la entrada de servicio, gritando su nombre. Devolvedme a mi brujo. Recuerdo esa sensación, como si me hubieran quitado mi mejor arma de las manos... o hubieran apartado de mi algo imprescindible. Aricia e Irular me ayudaron, con la colaboración de una bruja a la que conocían para invocarle y traerle de regreso. Recuerdo haber tirado de él con virulencia, a través del vínculo misterioso, haberle llamado con todos sus nombres, los que conoce y los que no, con los que se ha investido, con los que yo le he bautizado, reclamarle, atraerle con una intensidad que me sorprendió a mí mismo. Casi una fuerza gravitatoria, magnética, más poderosa que cualquier otra cosa que haya conocido. Gracias a los dioses, funcionó y pudimos sacarle de aquel lugar, fuera el que fuese.

- Supongo que es el riesgo que hay que correr. No se me da mal fingir, en cualquier caso. Podría entregarme por propia voluntad.
- No sé - meneo la cabeza, nada convencido - No sé cuanto vale una respuesta, pero sé hasta dónde no estoy dispuesto a pagar.

No quiero que vayas solo
Hasta ahora es mejor uno fuera. Además, no serías convincente si vas a entregarte a un miembro del Culto de los Malditos. Y por otra parte, sea lo que sea lo que hagan o dejen de hacer, el vil me hace inmune a esas enfermedades. Mejor que caigan sobre mí si algo se pone feo.
Si, estoy de acuerdo. Pero no quiero que vayas solo, no me gusta una mierda, ¿entiendes?
Entiendo, entiendo. Si no quieres, no iré.

Le miro de nuevo, rascándome la barba, dubitativo. Sé que no está mintiendo. Mi brujo es así. A excepción de esas ocasiones en las que me molesta por jugar, siempre ha sido flexible como un junco en lo que a mi respecta. Se muere de ganas por descubrir las respuestas que se nos ofrecen, pero si estoy preocupado y no quiero que se exponga, no lo hará. Es su manera de protegerme. Nunca me haría daño, ni con dolor ni con preocupación. Pero sé que quiere ir.

- Hazlo - digo al fin, asintiendo - Es la mejor opción si queremos descubrir algo, en caso de que sea verdad que tienen respuestas.
- No voy a estar solo. Estarás conmigo.

Asiento con la cabeza, es obvio que lo estaré. No tengo otra opción, siempre lo estoy, y en cualquier caso, es lo que quiero en esto. Contemplamos la carta, pensativos.

¿Qué demonios sabe la Plaga de nosotros?

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