martes, 9 de febrero de 2010

LXXXVII - Arañas

- No seguiremos mas allá.
Rodrith frunció el ceño, con el petate al hombro, y miró con curiosidad al líder del grupo, ladeando la cabeza. Los carromatos y los zancudos se habían detenido en la aldea de Brisa Pura, donde lo que recordaba como un lugar exultante y hermoso, remanso de paz y calma, ahora aparecía circundado por trincheras y empalizadas. Los soldados y forestales se habían organizado y preparaban la defensa de la zona. La caravana a la que se había unido en el Fondeadero Vela del Sol estaba compuesta en su mayoría por combatientes y porteadores, que descargaban ahora sus mercancías en la puerta del edificio principal.
- ¿Que? ¿Por qué?
- Las tierras más al Sur están perdidas. Algunos grupos están intentando recuperar Tranquillien, pero la situación no es halagüeña en la zona, amigo.
- ¿Perdidas? ¿Qué quiere decir eso?
El alto elfo le observó con gravedad, mirándole de arriba a abajo.
- ¿Dónde demonios habéis estado los últimos meses? ¿Acaso no sabéis nada?
Rodrith se inclinó hacia adelante y miró en derredor
- He estado en el mar. Me he enterado de todo esto al desembarcar, me dijeron que Lunargenta había sido arrasada. Tengo que llegar a Corona del Sol.
- Corona del Sol es irrecuperable, está bajo dominio de la Plaga
El Azote de los no muertos. Parpadeó, con los pensamientos arremolinados en su cabeza, pensando en su madre y su hermana. "Mierda, Luonnotar".
- Tengo que llegar a Corona del Sol - repitió, algo más alterado.
- Es imposible sin cruzar la Cicatriz.
El elfo de cabellos negros le miraba de reojo de cuando en cuando, mientras tomaba notas sobre los portes en un pergamino. Le hizo una señal hacia un grupo de soldados apostados en las trincheras.
- Dudo que permitan aventurarse a los civiles, señor. Pero algunos de ellos parten a Tranquillien. Intentad acompañarles, si tan importante es para vos. - añadió. - Aun así, no esperéis encontrar nada en la aldea, mas que ruinas y ceniza.
¿Ruinas y ceniza? Y una mierda. Al atardecer, mientras transitaba con el grupo de soldados hacia el sur, intentaba convencerse a sí mismo. No puede ser tan grave. No puede ser tan grave. La profunda herida de la cicatriz y las figuras imposibles, esqueléticas, que se movían más allá entre la bruma oscura, bajo la luz de la luna. La tierra yerma, seca y negra, donde antaño hubiera fresca hierba en una primavera eterna.
No puede ser tan grave. 
Al cruzar el puente sobre el río, el bosque que un día brilló con hojas doradas y verdes, donde los arcianos se elevaban hasta un firmamento claro y límpido, ahora aparecía como un lugar siniestro, sólo poblado por murciélagos de ojos rojos que acechaban en la oscuridad y arañas blancas. Los linces se ocultaban en los matorrales, y las cortezas de los árboles mostraban tonos enfermizos y bulbos verdosos, infectos y supurantes. Atónito, observó alrededor, percibiendo la violenta desolación a la que su tierra había sido sometida, incapaz siquiera de enfurecerse. Uno de los escoltas, un elfo alto y de semblante relajado y ojos ancianos, le miraba de reojo.
- Vamos, amigo. Tranquillien está cerc... ¡Eh!
"Maldita sea, madre, padre, hermanos". Había echado a correr a través del bosque. ¿Que habría sido de ellos? Su casa, su hogar. ¿Por qué había tardado tanto en regresar? El infierno había estallado en quel'thalas, había caído sobre su familia. Luonnotar. Jadeando, desesperado y con el pánico anudado en el corazón, recorrió la distancia hasta la aldea, apartando los arbustos crujientes con los anchos brazos y sorteando los troncos rotos y humeantes, saltando sobre charcos de baba verdosa y esquivando las miradas punzantes de las alimañas que se ocultaban en la oscuridad.
Vislumbró la silueta de la aldea tras las rocas, y las vadeó, con la mirada fija hacia adelante. El jirón de una vieja cortina de seda púrpura, transportado por el viento, cruzó junto a su rostro cuando se detuvo, incrédulo y golpeado por la realidad. Se le cayó de las manos el fardo con sus pertenencias y dejó colgar los brazos a los costados, sin atreverse a parpadear, avanzando con pasos deambulantes hacia los restos de la plaza.
- No puede ser - murmuró, mirando alrededor.
Aún ardían los blandones. El edificio del Templo había perdido una de sus paredes, que se había derrumbado en escombros sobre las losas quebradas. Se percibía en el interior de las casas las siluetas de los muebles destrozados, que también se derramaban como cadáveres en las calles exteriores. Libros abiertos pasaban sus hojas movidas por la mano fantasmal del viento, tendidos en el suelo, y los restos de cortinajes y velos se agitaban, ennegrecidos y rasgados como sudarios tenues en balcones y puertas.
- Esto no es real - murmuró, con el nudo en la garganta y en el corazón, mientras el pánico crecía en cada latido - No puede ser real.
Las figuras altas se movieron con un sonido crujiente y empezaron a surgir de los hogares en ruinas, amparadas por las sombras. "No es real". Cuerpos estrechos y largas extremidades cubiertas de cerdas, retorcidas patas aserradas. ¿Qué demonios? ¿Arañas? Arañas enormes. Una tras otra, salieron a la luz mortecina de la noche. Lo habían invadido todo.
- Luonnotar... - miró alrededor, dividido. Un impulso le incitaba a huir, el otro a correr hacia su casa. Y mientras permanecía inmóvil en el centro de la plaza, le rodearon.
Arañas enormes. "Belore, dame fuerzas". Tomo aire entrecortadamente, con los ojos muy abiertos, y echó a correr. Como si aquella fuera la señal, las criaturas se abalanzaron sobre él, escupiendo saliva verdeante y tratando de atraparle entre sus miembros. "Belore, dame fuerzas". El sonido gorgoteante de sus mandíbulas sonaba cercano. Apenas podía respirar, corriendo, con el latido violento en las sienes. El roce de una de esas patas velludas en la espalda le hizo gritar,  y algo se cerró como un cepo en su tobillo.
- ¡No, no, no! - exclamó.
Se cubrió con los brazos, retorciéndose en el suelo y volteándose para protegerse mejor, mientras trataba de rodar lejos del alcance de sus extremidades, que horadaban el suelo a su alrededor, buscando su carne. Arañas enormes, deseando devorarle. A duras penas, pateando el hinchado abdomen de una de esas criaturas, logró ponerse en pie y corrió, al borde del colapso a causa del miedo. Volvió a gritar cuando algo le agarró del brazo y tiró hacia arriba, incapaz de reconocer la figura de un jinete, incapaz de reconocer nada.
- Te tengo - dijo una voz.








- ¿Entramos?
Me cuesta sustraerme y parpadeo, mirando de reojo a Hibrys. Le hago un gesto para que espere, mientras observo a esta criatura a la que he bautizado como Señor Araño, que también habla. Como no podía ser de otro modo. Aquí en Rasganorte lo raro es encontrarte con algún bicho que no hable, joder.
- Invadzzzieron nueskthro reinnno - susurra la criatura. Dice llamarse Kilix o algo similar. - Cavvvfamos máaash y máaaash honnndddzzo, desssszzzpertamossss a los ignnnothozzss
Entrecierro los ojos, inclinándome hacia adelante, mientras escucho la historia de Kilix. Sus ojos son dos diminutas esferas rojizas, y las mandíbulas no chorrean icor maloliente. Parece educado para ser lo que es, eso quiero pensar, mientras me mantengo inmóvil para que nadie note la inquietud que me causan estos seres.
Arañas. Arañas enormes. Tengo fobia a las arañas.
- Huiamozzzsss de loszzz muerthosssskkg - prosigue, moviendo las grotescas manos, sin apartar la mirada - ellossszzz alzaronkkk al viejoreysshhhhzz, Anub'arak.
Esta última palabra es perfectamente inteligible. Kilix, el Señor Araño, me mira. Yo le devuelvo la mirada y me vuelvo hacia mis compañeros, que aguardan con cierta impaciencia.
- No son enemigos, no estos. Los de ahí adentro, sí - explico con brevedad - Están envueltos en una guerra civil contra los Anub'ar.
- ¿Qué?
Ahora es Theron quien habla con Kilix, mientras yo me esfuerzo en que los demás entiendan algo, así que lo simplifico a mi manera.
- A ver. Hay arañas buenas y arañas chungas. Estos tíos de aquí son arañas buenas. Los que hay dentro son las chungas, que están invadiendo la casa de las arañas buenas.
- Ah, vale.
- Además, las arañas chungas se han aliado con la Plaga, y su jefe es Anub'arak, que era nuestro primer objetivo en Naxxramas. Ése no es araña, es cucaracha. Así que vamos a patearles el culo.
Debería pensármelo. Es decir, meditándolo fríamente, me dispongo a entrar en un sitio que no conozco, que está lleno de estos jodidos bichos que tanto odio y probablemente nos conviertan en merienda. No somos suficientes, creo que necesitaríamos el apoyo de uno más, y para terminar de arreglarlo tendría que actuar como vanguardia y sanador, cosa que no estoy seguro de poder hacer. Bien. Creo que es mejor decir a los demás que aguardaremos hasta estar mejor prep...
- ¡Erasus thar'no Darador!
Hum. Es mi voz la que grita, mientras nos abalanzamos al interior, con las armas en ristre y los espíritus iluminados por el ansia de batalla y la determinación.
Supongo que ya no podemos volver atrás. Je.

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