martes, 9 de febrero de 2010

LXXXVIII - La caída de Anub'arak

Escuece el veneno y me zumban los oídos. Sería doloroso hasta hacerme gritar, si le prestara atención. La Luz cosquillea y hierve mientras canalizo los hechizos uno tras otro, la mecánica de la batalla, como siempre, me arrastra. Encadenar la luz, tejer, hacer que estalle, derramarla sobre los aliados.

- ¡A la derecha!

Oladian rueda por el suelo, esquivando una estalactita punzante que surge del suelo, haciendo temblar la tierra y echándose a un lado. Se pone en pie de un salto y continúa disparando las flechas sin pausa. Theron desgrana sus silabarios molestos a mi lado, concentrado y enardecido, arrojando su ira sobre la criatura en forma de sombras y fuego que surgen entre sus manos, la mirada transida y brillante. Hibrys, al otro extremo de la sala, hace otro tanto, con una sonrisa despiadada en los labios, mientras Shammash, el poderoso guerrero renegado que ha acudido sorpresivamente en nombre de Elhian, interpone su escudo para protegerse de la bestia, provocándola sin concesiones.

- No oséis desafiar al Rey de las Profundidades - resuena la poderosa voz de la criatura.

La puerta está cerrada tras nosotros en la sala, de manera que el combate es la única opción, y en ello estamos desde hace un rato. En cualquier caso, no pensábamos volver atrás. La puta cucaracha tiene el caparazón duro; las flechas clavadas en él empiezan a hacerle parecer un jodido erizo, y la magia oscura de mis compañeros estalla a su alrededor. Entre sanaciones y refuerzos, de cuando en cuando le dejo caer un exorcismo al bicho de los cojones o envío un latigazo de energía hacia su rostro, haciéndole gruñir. El Exánime le alzó de entre los muertos para convertirle en uno de sus generales, lo cual le hace especialmente vulnerable a la Luz Sagrada. No le privaré de ese gusto mientras tenga ocasión.

- ¡Vamos, vamos! - exclamo, arengando a mis compañeros - ¡No le deis tregua! ¡Reventad a este hijo de puta, vamos!

Mi voz firme resuena en el eco de la estancia, entre los sonidos chispeantes de los hechizos de sombra y sagrado, las invocaciones siniestras de los brujos y el silbido de las flechas. El escudo de Shammash suena como un gong cada vez que Anub'arak le golpea, y las nubes verdosas de veneno se extienden por todos lados. No puedo decir que no esté ocupado por la parte que me toca.

- Akthar'anor shet korim... - gorgotea la bestia, horadando el suelo bajo sus propios pies. Y entonces, repentinamente, desaparece bajo la tierra, mientras una multitud de sus odiosos hijos caen desde el techo y se abalanzan sobre nosotros.

- ¡A ellos! - brama el renegado.

Vienen hacia mi. Debería apartarme o algo, lo haría si no estuviera ocupado con las vidas de los demás, inmóvil mientras enlazo la energía vital en sus cuerpos y les baño de energía, tratando de liberarles del sufrimiento del veneno. No necesito hablar, ni siquiera enviarle un pensamiento en el vínculo que nos une. Yo pongo mi escudo delante, sin detener la canalización, y Theron se adelanta para acabar con los bichos a fuego y sombra antes de que me alcancen. Le muerden los tobillos y trepan por su toga, arrancándole una exclamación de rabia cuando se inflama a sí mismo como una antorcha. Las llamas le lamen y prenden en los arácnidos, que no tardan en morir.

- Estás que ardes - sonrío a medias y le vuelco una buena ración de Luz Sagrada de mi reserva especial para el brujo. Se estremece y deja oír una risa desquiciada, despeinado y sudoroso. - Vuelve el Rey.
- No por mucho tiempo.

Así es, la espantosa mole ya ha vuelto a surgir de la tierra y ataca a Shammash con una de sus patas, haciéndole caer hacia atrás.

- No saldréis vivos - retumban de nuevo sus insidiosas palabras.

Enjambres de insectos se enredan ante nuestros ojos, mosquitos diminutos que zumban y pican y revolotean, que marean y molestan, impidiendo que nos movamos con libertad. Duele. Dolería más si prestara atención, y desde luego, si no llevara armadura de placas.

- ¡No os entretengáis con ellos, a por él! - exclama Oladian, al ver a Hibrys intentando espantar las moscas.

De nuevo silban las flechas, de nuevo los hechizos hacen crujir el aire alrededor. Y el veneno.

Jadeamos, ellos corren y se mueven de un lado a otro, esquivando las lanzas punzantes que surgen de la tierra, el renegado parece incansable. Yo sigo inmóvil en la retaguardia, manteniéndoles en mi campo de visión y derramando la energía sanadora en sus cuerpos, limpiándoles continuamente de la corrupción infecciosa, restañando las heridas y manteniendo los músculos activos. Cuando puedo, ataco al bicho. Pero no es prioridad. Desde aquí tengo una vista perfecta del campo de batalla, así que puedo advertirles de la llegada de los refuerzos del rey escarabajo y de la aparición de los enjambres y las estalagmitas.

- ¡A la izquierda!

Esto funciona. Lo estamos haciendo muy bien. Y sí, lo estamos haciendo tan bien que, con una nueva flecha certera del cazador, el caparazón se resquebraja y la criatura comienza a trastabillar con desesperación, atacándonos con las renovadas fuerzas del animal acorralado.

- ¡No podéis pararlo! ¡Nunca podréis! - brama, enfurecido.

Una explosión de pura sombra, regalo del señor Solámbar, estalla en el cuerpo del rey de las profundidades, haciendo saltar por los aires parte de su coraza quitinosa, y el fuego que le envía Hibrys esta vez sí le hace encogerse.

- ¡Ahora! - grito, frunciendo el ceño - ¡Fuego, ahora!

Les escucho gritar a todos mientras descargan todo su poder contra el enemigo, sus rostros se contraen en un gesto de furia en el último ataque coordinado, que hace convulsionar a la criatura a causa de los impactos que se suceden sin tregua. Yo mismo estoy atacándola, la Luz se inflama y destella y la precipito sobre él con toda la ira de la rectitud sagrada.

Y Anub'arak lanza un sonido chasqueante y cortante, se estremece en una convulsión y se derrumba en el suelo, con las patas abiertas.

El silencio de la victoria dura tanto como tardamos en recuperar el aliento.

- ¡Lo conseguimos! - exclama Hibrys, riendo y saltando hacia nosotros - Puta cucaracha, ¿qué tienes que decir ahora?
- Qué dura la cabrona.
- Buen trabajo.

Oladian sonríe, y todos parecen satisfechos y agotados. Nos acercamos al cadáver para arrancar un pedazo del caparazón, que se desprende dejando hilos gelatinosos al tirar de él, y nos tomamos un instante para reponer fuerzas antes de salir. Mientras bebo el té que me tiende el brujo, quien siempre lleva agua gracias a los dioses, me limpio el sudor de la frente y tamborileo con los dedos, pensativo.

Lo han hecho bien. Lo hemos hecho muy bien, sí. Es un triunfo agradable, pero no tiene tanto sabor como esperaba. En cualquier caso, me hace sonreír a medias por un momento.
- No, no ha estado mal - dice Theron, escupiendo a un lado. Me mira con el rostro macilento, algo ceniciento y las ojeras pronunciadas. Tose.
- Tres días de descanso, Guardia del Sol Naciente - digo, poniéndome en pie. Me asaltan sus miradas entusiasmadas. - Ha estado muy bien. Nuestro primer triunfo en el norte. Buen trabajo, y felicidades, tíos.
- ¡Tres días! Genial - exclama Hibrys, poniéndose en camino hacia la salida.

La enorme puerta se ha abierto. Camino tras ellos, el brujo se ha detenido a esperarme y ambos nos volvemos con extrañeza al escuchar un sonido peculiar, de tierra desprendiéndose. A nuestra espalda, los restos del Rey de las Profundidades se hunden en la tierra, que le engulle lentamente.

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