jueves, 24 de septiembre de 2009

XXV - Compañero de armas

Cruce de Corin - Tierras de la Peste del Este

Elazel agita la testa, nerviosa, caracoleando en torno al camino. Le doy un par de palmadas en el cuello y miro hacia atrás, luego vuelvo el rostro hacia el Cruce. Un lugar horrible. "Si, un lugar horrible." Si cierro los ojos puedo oír los gritos de aquel día aciago. Se repetirían en mi cabeza como una letanía, en el orden preciso y correcto, de nuevo pasarían ante mi mirada las imágenes imborrables.

Y por supuesto, no cierro los ojos.

- Vamos, preciosa. No hay por qué pasar por aquí, ¿verdad? - murmuro, tirando de las riendas suavemente.

Rodeamos las colinas al paso, sin prisa. Los canes de la plaga deambulan de acá para allá, a veces se fijan en nosotros y nos acechan desde detrás de una colina, y aunque estamos solos, Elazel y yo, no atacan. Hoy todavía no. No sé por qué. No me importa.

La Guardia se marchó hace unos días, todos juntos en una tarde lluviosa, sobre sus monturas dispares, sonriendo y con el ánimo elevado. Están unidos por los lazos del afecto y la amistad, más allá de las razas y de sus personalidades peculiares, y eso me alegra. Es bueno que los combatientes confíen unos en otros de esa manera. Los conozco a todos, uno por uno. He conversado personalmente con cada cual, y en cada uno he encontrado rasgos destacables y un punto de luz brillante y claro, casi inocente. Incluso Darkshul, la maga renegada, es una criatura amistosa y sonriente. Son buena gente, sí. Pero Jhack tenía razón. Esta guerra no es la suya.

Rashe también estuvo aquí. Juntos tomamos muestras de los calderos para llevarlas al Baluarte, pero sus responsabilidades la reclaman y ha tenido que regresar a Terrallende. Realmente no me importa estar solo. No tengo nada que reprocharle a nadie, ningún motivo de queja o displicencia hacia ellos, incluso les agradezco que, a pesar de todo, se empantanen las rodillas en una guerra que no es la suya... de momento. Espero, con todo mi corazón, que no lo sea nunca.

Bordeamos el cruce hasta las colindancias de la Mano de Tyr, donde las avanzadas de la Cruzada Escarlata se apostan en su resistencia eterna contra el Azote. El tintineo de las armaduras y la lengua común llega a mis oídos cuando el viento sopla en contra, haciéndome torcer el gesto. Elazel patea la tierra seca un momento, y la espoleo para estimular el ritmo de nuestro avance.

Los minutos pasan, pesados y densos como el aire de estas tierras, hasta que alcanzo la Capilla. Desmonto, mirando alrededor, y saludo a los avizores y a los soldados, antes de acercarme al puesto de Bettina. La enana sonríe. Sonríe a todo el mundo, con su cara regordeta, así que le devuelvo el gesto.

- Que la Luz te guarde, paladín - entrecierra los ojos.

Hoy no me apetece hacer la corrección de siempre.

- Saludos. La Guardia del Sol Naciente va a partir hacia Stratholme. ¿Necesitas algo de la ciudad en llamas?

Bettina parlotea aceleradamente y finalmente me indica lo que quiere de allí dentro. Ella forma parte del grupo que se dedica a investigar la cura de la Plaga, así que no me sorprende que quiera carne de necrófago. Asiento levemente, memorizando el encargo, antes de darme la vuelta para partir, con el hacha a la espalda.

Vaya. Menuda sorpresa. Arqueo la ceja ante la figura que me sonríe con cierto deje amargo, a varios pasos de los combatientes del Alba Argenta, que le miran de reojo y cuchichean entre sí. Bien, admito que por un momento me alegro mucho, muchísimo, de verle. Camino hacia él, devolviéndole la sonrisa y con una mirada de extrañeza.

- Saludos, brujo.

- Saludos, paladín. - No hace falta que lo pregunte, creo que mi expresión lo dice todo. - No tengo nada que hacer. Y dijiste...

- Voy a Stratholme. - le interrumpo. No tiene que darme explicaciones. - ¿Te apetece un combate suicida?

- Claro, por qué no. - mira alrededor, con cierta desazón. No parece ser muy bienvenido aquí, los avizores le observan con desagrado y les responde con una expresión algo altiva, huraña en cierto modo. - Mejor que quedarme aquí, sin duda. Un brujo es una compañía impropia.

Ladeo la cabeza y suspiro, arqueando la ceja. Ahora sí que me recuerda a Derlen, terriblemente.

- Impropia, sí... pero necesaria. Es la hipocresía de las circunstancias, Theron. - me mira de reojo. - No aprueban los métodos de la Sombra, sin embargo, en más de una ocasión les ha servido. La necesitan. Más aun el Alba Argenta, que no anda sobrada de efectivos precisamente.

Asiente, sin duda ya conoce la historia, pero aún parece haber una pequeña duda en su mirada. Creo adivinarla, y sonrío a medias, invocando a Elazel y montando ágilmente.

- Siempre he luchado con brujos, y he conocido a muchos. De todo tipo, clase y condición. Si hoy estoy vivo y puedo contarlo, es en parte gracias a ellos, así que no, para mí no es un problema. Alguien tiene que hacer lo que los demás no pueden.

- No es lo habitual. - La pesadilla aparece, relinchando y encabritándose, dejando bajo el suelo una superficie de tierra chamuscada, para escándalo del Comandante Metz, que nos mira con cara de imbécil.

- Es que yo soy un tío especial. Bonita jaca.

- Lo mismo digo.

- Tonto el último.

Salimos al galope hacia el camino, en una carrera tan infantil como estimulante. La tierra discurre bajo nuestros pies con rapidez, los enemigos que nos avistan de vez en cuando no pueden alcanzarnos, los murciélagos nos sobrevuelan y después se dan la vuelta. Cuando llegamos a las puertas de la ciudad, desmontamos, riendo entre dientes.

- Vamos a entrar solos. - dice, jadeando y mirando el rastrillo oxidado y descascarillado. No es una pregunta, es una afirmación. Asiento, descolgando el escudo y echándomelo a la espalda antes de que Elazel desaparezca en la bruma rojiza. - ¿que hay de tu gente?

- Dije que la Guardia iba a Stratholme, y no es mentira. Vengo yo, que soy parte de ella.

Me mira, arqueando la ceja, y se ríe entre dientes.

- Vamos a morir

- No moriremos

Al entrar, los rastrillos caen con un golpe sonoro a nuestra espalda. No podemos volver atrás, y delante sólo nos aguarda la muerte y la oscuridad. Mi mirada se cruza con la del brujo, que resplandece, verde e intensa, y no hace falta más. Empieza el baile, nena.

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