miércoles, 30 de septiembre de 2009

Lo que uno es

Ciudad de Shattrath - Invierno

Al atravesar el portal, el tintineo melódico me invade, colándose por cada una de las rendijas de mí, reverberando en los amplios salones y largas estancias de mi interior, entre los recuerdos recientes y los recuerdos lejanos, entre los murmullos de los pensamientos y el breve palpitar de las emociones adormiladas.

Los combatientes del Sol Devastado se agrupan en los rincones mientras el Anacoreta Almonen ilumina las conciencias de los luchadores, A'dal gira y baila, en su armonía constante y continua, y el haz de Luz áurea se eleva hacia el firmamento con una intensidad difícil de ignorar.

Aricia cruza detrás de mi y me sonríe, depositando un suave beso en mi mejilla y enredando los dedos en mis cabellos. Sus ojos me observan con adoración, como siempre, deslumbrada por mi presencia. Me siento culpable cada minuto que paso a su lado, sobre todo cuando me mira de este modo. Siento deseos de golpearla para que me conozca de verdad, de cruzarle la cara con el guantelete, de gritarle que no soy una buena persona mientras la zarandeo por los hombros hasta que deje de quererme. Pero no hago nada de eso. Solo me quedo quieto.

- ¿Te veré después? - murmura, intentando exprimir una reacción de mí con sus ojos lánguidos. Le doy lo que quiere casi por inercia. Una mentira más.
- Claro, luego iré a buscarte. No te metas en líos.
- No lo haré. Te quiero.

Aguarda un instante y se marcha, con la mirada algo sombría al no obtener respuesta. Aun no he caído tan bajo, y aunque sé que está ansiosa por el alimento que anhela su corazón, no me importa demasiado. Me acerco lentamente al Naaru, dejándome caer en un rincón cercano y cruzando los brazos sobre el pecho, cansado, mirándole distraídamente intentando dilucidar, como siempre en los últimos días, qué es lo que soy. Lo que era, lo que fui y en qué me he convertido.

¿De qué estás huyendo?


No sé si lo pienso yo, o es esa figura danzante y cristalina, que inunda mi espíritu atribulado con sus canciones infinitas. Resuenan más que nunca. Quizá sea porque el eco es mayor cuando uno está vacío. Ninguna emoción ha vuelto a ser igual de intensa desde entonces, ni siquiera el rencor hacia Rashe, La Culpable, toda la culpa es suya... lo es. ¿Lo es?

Detesto dudar.

Ninguno de los pasos que he dado desde aquel día, que intento enterrar a empujones en mi memoria, ha tenido la resonancia que solían tener. Algo ha cambiado en el paisaje y no sé lo que es. Todos cometemos errores, me digo. Todos cometemos errores, sigue adelante como los demás, olvídalo y sigue adelante. Todos lo hacen, ¿por qué tu no?

¿Por qué tu no?


Los fragmentos danzan, se abren, luego se contraen. Si los miro fijamente, puedo ver la rotación de cada uno, como satélites en torno al cuerpo mayor que conforma la física del Naaru. Encuentro los esquemas en cada movimiento, el tiempo y la armonía, incluso los silencios. Y sé que cada una de las fluctuaciones ordenadas de las partes que lo conforman tiene un sentido. Siempre se encuentran en el mismo lugar, al mismo tiempo... su vaivén es hipnótico y relajante.

Siempre hay gente alrededor de A'dal. Algunos están sentados, contemplándole, abstraídos. Otros se arrodillan frente a él, la mayoría, refugiados del Bajo Arrabal, y algunos paladines permanecen firmes en su presencia, con las manos cerradas sobre la empuñadura. Últimamente también hay Caballeros de Sangre. Lady Liadrin retiró su lealtad a la estirpe de Kael'thas y prometió su lealtad al protector de Shattrath, con lo que a cambio obtuvieron una suerte de redención y la mejor fuente de poder que se podría esperar: el propio A'dal. Ahora, bajo las Bendiciones de la Luz Sagrada, los Caballeros de Sangre están encauzando sus caminos en una nueva dirección, más correcta.

Pero yo no soy Caballero de Sangre. Tampoco soy un paladín, como ese humano de mirada decidida que yergue los hombros mientras contempla la Luz, con un destello que reconozco en la mirada. No sé lo que soy.

Sí lo sabes


Estrecho los ojos y chasqueo la lengua, volviendo la vista hacia él.

- Ya está bien, ¿no? No soy un paladín. Esa clase de gente no se comporta como yo - digo en voz alta.

¿Y cómo te comportas tú?

Como un gilipollas, está claro. Permito que mueran niñas inocentes, prendo fuego a capillas sagradas y luego intento defender a los vivos. No tiene pies ni cabeza. Busco consuelo en los brazos de una muchacha a la que sólo quiero porque ella me quiere, a la que sólo acudo porque tiene lo que ahora necesito: las palabras que me hacen falta para poder seguir adelante, los brazos acogedores y maternales de quien todo lo perdona, los besos entregados de quien tiene fe más allá de lo que muestra la realidad. Soy un cabrón con un hacha y la habilidad de usar la Luz.

No te ha abandonado, a pesar de todo


A'dal da otra vuelta, esta vez parece más ligera. Arqueo la ceja, observándole con un pálpito extraño en el pecho, al recibir el pensamiento, venga de donde venga. Estrecho los ojos y me inclino hacia adelante, vislumbrando algo más allá de todas las cosas... algo que fluctúa y se enreda, y por un momento canta, y luego desaparece. Porque es verdad. No me ha abandonado, a pesar de todo.

Mientras camino hacia el centro del Bancal, buscando un nuevo atisbo de esa inmensidad parpadeante que destelló un momento, casi como un sueño, recuerdo las palabras de Seltarian, cubriéndose con un nuevo significado.

"Hay muchos caminos, pero para nosotros solo hay uno posible: el correcto. Si intentas caminar por cualquier otro, siempre te perderás. La Luz escoge, así como nosotros escogemos. Tu voluntad debe ser la voluntad de la Luz, no sois siervo y maestro, no sois amo y esclavo, sois aliados. Ella te pertenecerá tanto como tú pertenezcas a ella. Si te conduces por un camino que la Luz no recorre, entonces la abandonarás... ella no te seguirá. Pero siempre te esperará."

Lo sabes


A cada paso, la música se extiende con mayor claridad en mi interior. No puedo desviar la vista de la danza cristalina del naaru, observando el conjunto, los fragmentos, las motas parpadeantes que ascienden en remolino hacia el firmamento, los leves destellos, su reflejo en las paredes, en los ojos de quienes están cerca. Todo es rítmico y ordenado. Llegan más notas, completando el acorde, y cada una se ramifica en todos sus armónicos, hasta que ninguna es nada por sí sola y todas son un conjunto resonante, profundo, inabarcable.

Al llegar frente a él, el hormigueo se dispara en mis dedos, en la sangre de mis venas y detrás de mis propios ojos, con una caricia chispeante y efervescente, energética. No he hecho nada, sólo caminar... pero algo dentro de mi cuerpo, de mi espíritu, vibra en la misma frecuencia que lo que tengo enfrente.

La voz del draenei que me mira de reojo apenas consigue apartarme de mi abstracción.

- Bienvenido a la Ciudad de Shattrath, paladín.

Abro la boca para replicar, con la corrección de siempre, y me detengo un instante.

- Gracias - digo al fin, alzando las cejas y dejando escapar el aire de los pulmones.

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