viernes, 9 de octubre de 2009

XLVIII - Ruptura


Ciudad de Lunargenta - Principios de otoño

Camino hacia el cuartel de los Caballeros de Sangre, con el tabardo en las manos. Los edificios parecen cernirse sobre mí, escupiéndome la grandeza de sus murallas, el reflejo ostentoso de sus cristaleras, la belleza blanca y estéril de sus muros. No les presto atención, como tampoco lo hago a los viandantes que se cruzan conmigo y en ocasiones me arrojan una mirada inquieta. Sé que mi gesto es tenso y los ojos me brillan demasiado.

Mientras acorto la distancia que me separa del centro de mando, recuerdo a Seltarian. Era un elfo alto, de maneras suaves y voz vibrante y veraz, un guerrero consciente, que había recibido las bendiciones de la Luz y las ejercitaba con prudencia y conocimiento, con sabiduría. Miro de soslayo a Lord Vranesh cuando pasa a mi lado sobre su montura, altivo y pagado de sí mismo, con su armadura roja y negra y una expresión de suficiencia en el rostro cuando se vuelve hacia mí.

- Ni siquiera la Luz puede resistirse a la fuerza de nuestra voluntad - exclama un guardia a su paso, saludándole con respeto y gesto firme.

"Necios... hatajo de idiotas", me digo al escucharle.

Hoy es el día de mi nombramiento. No acepté las tres primeras veces, pero el último mensaje era casi un ultimátum. "Acudid con el uniforme reglamentario, la insignia y el tabardo, para adquirir los conocimientos finales y ser nombrado Caballero de Sangre. La ausencia será considerada una renuncia a la Orden." La verdad es que podía haberme quedado y proseguir con mis actividades, sí, pero no estoy dispuesto a marcharme en silencio. Soy plenamente consciente de lo que esto significa y de las consecuencias que va a tener. Es posible que no vuelva a poder pisar esta ciudad, pero tampoco es que me importe demasiado. Al pasar junto al pequeño parque y la fuente cristalina, recuerdo haberme sentado allí con Aricia en alguna ocasión.

- Salve.

Uno de los celadores del Centro de Mando me saluda, y hago otro tanto, un movimiento leve pero firme. A cada paso hacia el interior, hacia mi destino y mi voluntad, un recuerdo me acompaña. El de todos aquellos cuyas palabras me han hecho comprender, sin que ellos lo sepan, dónde está mi sitio, qué es lo verdadera y absolutamente correcto.

"Los que utilizamos la sombra debemos doblegarla y malearla a nuestra voluntad", es la voz de Theron Solámbar, la sombra que me ayuda a percibir la Luz, a contrastarla y aprender más sobre su naturaleza, sobre mí mismo. "pagamos un precio por ello, por todo lo que hacemos. Hay que domarla como un animal salvaje, y no hacerlo significa la perdición."

"El camino del Soldado de la Luz es el mismo camino de la Luz. Ambos son aliados, no hay esclavitud en ello, sino plena libertad... y absoluta responsabilidad. El soldado es el canalizador que la acoge, la filtra y le da forma, pero su voluntad no es capricho, es armonía", es la voz de mi maestro, serena y siempre veraz. "Tu voluntad y la voluntad de la Luz deben concordar, y el camino se abrirá con claridad ante tus ojos. Respétala, como ella nos respeta. Respétala, y respétate a ti mismo, ten fe en ella como has de tenerla en ti."

Los jóvenes adeptos me saludan al pasar. Respondo a cada uno casi por inercia, con la mente hirviendo de convicción y sed de justicia, el gesto contenido. Me parece oír el eco de mis pasos resonando intensamente, el último trayecto, cuando llego ante mi instructor. Bachi me observa, ladeando la cabeza y con expresión pensativa, antes de asentir. Alto y firme, con esa suave ironía y un amago de tristeza y reconocimiento en la media sonrisa que me brinda, su armadura tintinea cuando se cuadra, irguiéndose ligeramente y mirándome desde arriba.

- Tiempo sin verte, Albagrana.
- Así es.
- La última lección.

Asiento, severo y firme. No le he saludado ni me he inclinado ante él, y sin embargo, aunque el ambiente es grave entre los muros labrados, acogidos por el anaranjado resplandor de los blandones ardientes, no hay enfrentamiento entre nosotros, ni lo habrá. Ha sido mi instructor por largo tiempo, nunca me ha juzgado y ha dejado que saque mis propias conclusiones de cuanto he aprendido de él. Y esto solo es el resultado de eso... nada más. Ambos lo sabemos, y sé que hay rectitud en este elfo. Por un instante, durante el breve suspiro en el que nos miramos, silenciosos, me pregunto si él aprueba lo que yo condeno, si alguna vez le he visto exprimiendo al Naaru que yacía en las profundidades, si el brillo que ha menguado en sus ojos y no en los míos se debe a la falta de la fuente de Luz o a la comprensión de haber transitado un sendero erróneo.

- El camino de la retribución es el castigo de nuestros enemigos - me dice, sin apartar los ojos de los míos. - siempre lo has sabido. Sin embargo, también te has instruido en las artes de la sanación... ¿acaso estás manejando las dos escuelas?

Sonrío a medias.

- Estoy manejando la Luz, eso es todo. - replico, alzando la barbilla. - La Luz que alivia también puede golpear, la luz que condena también puede perdonar. Siempre se me ha enseñado que damos forma a la Luz con nuestra voluntad, y eso es lo que he hecho.

Me observa, algo confuso, y me hace una señal hacia la puerta, poniéndome la mano en el hombro.

- Nada puede protegernos de la Luz. Con M'uru hemos aprendido que su sabor puede ser dulce, pero que también ella entiende de justicia y de venganza - me dice, mientras caminamos. - Si tus convicciones son firmes y tu fin es justo, podrás invocarla y dejar que descienda sobre ti en un torrente de poder elevado. No has de manipular este hechizo, sólo abrirte por completo y dejar que entre en tu interior.

Asiento, mientras descendemos la escalera de muros prendidos con luminarias azules. Cuando llegamos a las dependencias subterráneas, ahí está él. Solanar Sangre Colérica, engreído y tenso, evidentemente echa de menos al naaru a quien estrujaba a diario. No olvido lo que él me ha enseñado, claro que no. También el Lord Caballero Sangrevalor aguarda, con cierta displicencia. Mi instructor se coloca frente a mí y empuña la corcesca, observándome con seriedad.

- Demuéstrame de qué eres capaz, Ahti.

La concentración acude al instante. El aura despierta sólo con una breve decisión en mi conciencia, apenas necesito murmurar el sello adecuado, que destella a mi alrededor, envolviéndome al instante, la bendición es un instinto ya casi mecánico. Sonrío a medias cuando entrecierra los ojos, sorprendido por la curiosa combinación previa, tratando de adivinar mi estrategia de combate.

- Sanador con arma de dos manos... - arquea la ceja. - No pecaré de orgullo al considerarlo una estupidez.
- No lo hagas, buen maestro. Estoy preparado.

Sus invocaciones son rápidas y gesticula, enuncia los hechizos, sus ojos verdeantes brillan. Es evidente el esfuerzo que requiere, ahora que M'uru no está ahí para ser exprimido, pero es un campeón, un gran guerrero.

- ¡Anar'alah belore! - exclama, cuando se arroja sobre mí.

Es un camino largamente transitado. A lo largo de las campañas en Stratholme, en las tierras bajo el dominio del Exánime, la Luz me ha mostrado un atisbo de su complejidad, y me entregué a experimentarla hasta que conseguí optimizar el combate. El sello cae sobre mí, estremeciéndome y haciendo que me hierva la sangre como una descarga eléctrica, al tiempo que sentencio el mío y retrocedo, extendiendo la mano.

El estallido es audible. Un látigo de luz, potente y doloroso, hace gruñir a mi instructor, mientras me muevo, alejándome de él. La rueda gira. Todo es sencillo. Se tambalea mientras intenta invocar, y trastabillea desorientado. Llevo la maza sujeta con una sola mano, los dedos cerrados en medio del asta, la otra abierta hacia delante, y la energía sagrada, tintineante, cálida y casi abrasadora se enreda entre mis dedos, me inunda desde el interior, destella en mi propia mirada, haciendo que todo parezca claro, transportando a mi pensamiento veloz cada detalle de la realidad.

Vuelvo a sentenciar. Me acerco en una rápida carrera para consagrar el suelo bajo sus pies, entrechocando los metales un instante cuando adelanto mi arma para golpearle y la detiene contra su corcesca, pero en lugar de pararme ahí y tratar de encontrar el impacto, me alejo de nuevo, y el látigo de la justicia le golpea una vez más, haciéndole convulsionar, con la mirada sorprendida y desencajada.

- ¿Qué... qué demonios? - Se apoya en el arma de asta, mientras hago otro tanto. Ha desatado sobre mí la luz corrupta, el sello personal de los caballeros de sangre, que aún me escuece en las venas y me provoca un jadeo leve. - Tus hechizos de luz son mucho más potentes que los de un sanador.

Ambos nos detenemos y miro alrededor, asintiendo levemente, jadeando. Los dos Caballeros del Centro de Mando nos observan, murmurando entre sí, como jueces implacables.

- El choque sagrado es menos potente como ataque en los sanadores. - explico a media voz - Su manipulación de la luz está inclinada por una voluntad de uso defensivo. Igual sucede con los sellos en los combatientes de la escuela de la retribución. Al priorizarse la fuerza sobre el dominio de la Luz, ésta se manifiesta con menos intensidad.
- Estás combinando ambas escuelas enfocadas de una manera agresiva - afirma mi instructor, asintiendo levemente. - Has potenciado tu rendimiento en el hechizo y extrapolado aquello que te resulta útil para el ataque... pero ¿cómo te defiendes?
- Sanándome e intentando que no me alcancen... aunque generalmente, los combates no duran tanto.

Suelta una carcajada y me río entre dientes, mientras menea la cabeza, volviéndose hacia Solanaar.

- Está preparado. - Bachi me palmea el hombro y se retira a un lado, y Lord Sangre Colérica se me acerca, cruzando los brazos sobre el pecho y arqueando la ceja con desprecio mal disimulado.
- Ponte el tabardo y dame la insignia. Vamos a investirte. Supongo que recuerdas el juramento, así que recítalo.

Estamos solos en la amplia sala circular. Mi instructor me observa con curiosidad, dejando a un lado la corcesca antes de ascender de nuevo hacia su posición en la planta alta, subiendo la escalera, y yo asiento, en pie, mirando a Solanar y Sangrevalor con un destello de desafío en los ojos, mientras le pongo el broche en la mano, estrujando en la otra el tabardo negro y rojo.

- Juro proteger y servir a mi pueblo y mi raza, a la Ciudad de Lunargenta y el Reino de Quel'thalas... - comienzo, casi rechinando los dientes. - mantener mi voluntad firme y no hacerla imperar sobre la Luz, sino ser uno con ella...

Fruncen el ceño al escuchar cómo he variado el juramento, mirándome con extrañeza, que da paso a evidente hostilidad, y la ira hace palidecer sus rostros, al tiempo que invoco el nuevo hechizo, la Cólera Vengativa... un resplandor intenso que se extiende a mi espalda, que me imbuye de renovada convicción y una agresividad que me será difícil contener hoy.

- Juro proteger y servir a todos los pueblos y todas las razas, igual que a la mía, si el combate es en esencia justo y necesario... aprender de lo vivido y buscar la verdad, sin dejar que el orgullo me domine, que la desesperación me haga caminar de espaldas a aquello que es correcto y no dejarme nunca cegar.

Retroceden y se miran, y cuando van a salir corriendo a por las armas y llamar a la guardia, sujeto de la pechera al hijo de la gran puta que un día me golpeó... por quien me dejé engañar.

- Te agradezco que me mostraras la verdad. Si no fuera por ti, habría cometido un terrible error - le digo, agitando el tabardo ante sus ojos, impasible ante sus forcejeos y los gritos iracundos que salen de sus labios carnosos como gusanos. - Este tabardo arderá en la llama que tú quisiste apagar.

Antes de soltarle, me concedo el inmenso placer de soltarle un puñetazo en plena cara, seguido de un escupitajo.

- No sois maestros de la verdadera luz. No sois una mierda... no sois nada.

Mientras salgo a todo correr del edificio, ascendiendo a la carrera, perseguido por aquellos que un día me daban órdenes y pasando ante los ojos sorprendidos de viejos conocidos y antiguos compañeros, las voces encolerizadas resuenan en los pasillos, llamándome traidor, sublevado, escoria, y demás insultos que me llenan de un enfermizo placer. La energía sagrada que he invocado ha dado forma a un par de alas luminosas a mi espalda, doradas y tintineantes, pero prefiero no preguntarme si me servirán para volar y salir por la puerta como un proscrito, empujando a algunos caballeros y girándome a medias, sin detenerme, para disculparme.

Al cruzar la entrada y montar en Elazel, que aparece casi por sí sola junto a mi, el que fuera mi instructor me observa junto a uno de los guardias, de brazos cruzados. Nuestras miradas se cruzan, escucho que dice algo al centinela, que ya estaba a punto de salir tras de mi. Este se detiene, le mira y me mira. El Campeón Bachi sonríe a medias y ambos inclinamos la cabeza a la vez, antes de marcharme al galope hacia el orbe de comunicación, sin mirar atrás. Y recuerdo las palabras de Ivaine, a cada paso del precipitado galope de la yegua invocada, que no necesita palabras, riendas ni arengas para precipitarse hacia adelante con la única guía de mi determinación.

"Qué mas da lo que seas, paladín o caballero de sangre o ninguna de las dos cosas. Lo importante es lo que haces con la bendición que tienes. Ser un paladín no es algo exacto... los hay que poseen los dones de la Luz y se comportan como verdaderos monstruos, como Theod. Convierten esa palabra en algo vacío, indigno y aberrante. No le des vueltas. Sigue haciendo lo que crees que es correcto, y ya descubrirás con el tiempo quién es Rodrith Albagrana"

No hay comentarios:

Publicar un comentario