viernes, 9 de octubre de 2009

L - El elfo del parche


Parpadeo y me libero de la abstracción un instante, incómodo en la silla. Las velas se han consumido hasta la mitad, y la maldita planificación me había absorbido tanto que ni siquiera me he dado cuenta de la hora que es. Bostezo, frotándome un ojo y estiro la espalda, crujiendo el cuello. La armadura se me hace terriblemente pesada, de modo que me levanto en un silencio sepulcral y me la quito con cuidado, despacio para no hacer ruido.

La habitación está a oscuras a excepción del candelabro de la mesa, donde estaba sumergido en una dura decisión acerca de las funciones de los miembros confirmados para el asalto. La luz es un suave halo que apenas mantiene la estancia en una penumbra más cercana a la tiniebla y sólo permite plena visibilidad en el rincón. Es evidente que el suave destello no es una molestia para el brujo, que está roncando a pierna suelta con un murmullo parecido al ronroneo de los gatos.

Me pongo los pantalones de cuero y las botas flexibles, y cierro la guerrera sin mangas sobre la piel desnuda cuando aparto la camisa, abrochando las correas hasta arriba para tapar las cicatrices. No tengo sueño, y me apetece sentarme en esa alfombra de oso de abajo, fumarme el tabaco que he comprado en mi último viaje a trinquete y no pensar en nada por un instante, antes de regresar a dormir.

Cuando me echo la capa por encima, me siento un poco culpable por dejar solo al brujo. Es algo absurdo, pero no me hace mucha gracia abandonarle aquí, me acerco de puntillas en silencio y meneo la cabeza, mirándole. Está tirado boca abajo de cualquier manera, con el brazo izquierdo colgando hacia el suelo y la pipa aún entre los dedos, la ropa de cama arrugada en los pies y vestido con la toga y las hombreras. Un rayo de luna se cuela por la ventana y reposa sobre la boquilla de vidrio, destellando, como una estrella sentada cerca de la blanca mano de mi camarada. De alguna extraña manera, me parece muy indefenso ahora mismo, así que, como estoy seguro de que está profundamente dormido y no se va a enterar, le quito la pipa con cuidado y le arropo, colocándole el brazo sobre el colchón.

Me escurro sigiloso hacia la puerta, cojo la llave y salgo, cerrando delicadamente. Tras pensarlo un momento, cierro por fuera. Vale, no está bien encerrar brujos en tu cuarto, pero joder, mejor eso a que entre cualquiera y nos robe, o le maten mientras duerme, o algo así. ¿Verdad? Verdad. Pues ya está, no voy a sentirme mal. Bajo las escaleras, estirándome y rebuscando la petaca entre los ropajes, mientras Renée me observa con mirada cortante. Le sonrío. Los muertos no duermen, por supuesto.

Y cuando me voy a encaminar hacia el recodo donde las sillas aguardan en semicírculo a que me siente en ellas y frote los pies contra el suave pelaje de la alfombra, veo al elfo del parche. Un elfo joven, de largos cabellos blancos y aspecto cetrino y severo, que está sentado con la espalda erguida, un muerto alzado y perfectamente conservado que clava su único ojo en mí con un resplandor azulado, inmóvil como una estatua de alabastro en el rincón. Tiene las palmas de las manos sobre los muslos, viste con una larga toga de tonalidades oscuras, y una enorme espada reluciente, grabada con runas en la hoja, reposa a su lado, en contacto con su brazo.

La severidad de las facciones bien cinceladas, su absoluta ausencia de movimiento hasta el punto de que no respira y ese modo de sencillamente, estar ahí, sin prisa por nada ni por nadie, me confirman que el fulano está muerto. Arqueo la ceja, sintiéndome un poco tonto. Vale, tiene una gran pose y parece la escultura de un noble en su trono, ahí sentado sin hacer el menor gesto, pero no debería dejarme impresionar por esta imponente fachada.

- ¿Bebes? - Le tiendo la petaca, mientras me dejo caer con ligereza sobre el asiento contiguo y hundo bien los pies en el oso muerto. Joder, que ganas tenía.

Diría que es tan guapo como yo, si es que eso es posible, aunque su belleza es la de una figura muy bien tallada. Me estoy empezando a preguntar si no lo es cuando levanta una mano con extrema lentitud y sus labios pétreos se mueven.

- No, gracias. - El ojo azulado resplandece un instante, sin apartarse de mi, escrutándome como una daga de hielo que hurgase en mis entrañas. Su voz es plana, inexpresiva. Fría.

Joder con el muerto. Me encojo de hombros y desenrosco el tapón, dando un largo trago y observándole descaradamente mientras bostezo y me froto los párpados con el puño; tengo la vista cansada. No lleva tabardo ni ninguna insignia que le identifique como nada en absoluto, así que no tengo ni la más remota idea de quien es este tipo, pero tengo la vaga impresión de haberle visto antes.

- Este es un lugar de paz - me dice, y parece haber una advertencia implícita en sus palabras. Sé que Renée nos espía mientras disimula, afanándose en parecer una muerta que se hace el muerto en una taberna, quietecita de espaldas a nosotros, pero hasta las paredes están pendientes de nosotros. Como si aquí fuera a decidirse algo crucial y que no entiendo en absoluto.

- Ya lo he visto, ya. Por eso estoy aquí.
- A veces los que vienen a buscar la paz, turban la de aquellos que ya la han encontrado.
- Esperemos que no sea así en este caso. - sonrío de medio lado, dando un largo trago.

Estoy hablando a media voz, igual que él, y aguanto la insistente mirada sin arredrarme. Pero cuando saca la lengua y se lame los labios, con un gesto peculiar, se anuda una extraña incomodidad en mi garganta. Ha crispado los dedos, que reposaban lánguidos sobre sus piernas, y juraría que eso ha sido un ademán absolutamente lascivo. Joooooder con el muerto. Ojito con el muerto, Ahti.

- No sois oriundo de estas tierras señor...
- Albagrana. Rodrith Albagrana - me acomodo en el asiento, con una mezcla de alerta y curiosidad. - ¿Con quien tengo el honor de hablar?
- Loth'derel - esboza una sonrisa mecánica, sin rastro de sentimientos. - un insignificante habitante de la región.

Ya, claro. Y yo soy Lor'themar Theron. Esa simple afirmación, junto a las pintas que gasta el muerto, me bastan para llegar a la conclusión de que este tío es alguien importante, aunque aún no pueda concretarlo. Percibo la sombra a su alrededor, en su interior, pero no es un brujo ni un sacerdote. La espada rúnica me da una pista que aún no me atrevo a confirmar, mientras agito la petaca y cruzo los brazos, aparentando convincentemente seguridad y naturalidad. Aunque esté nervioso, sin saber por qué.

- Nadie es tan insignificante como dice ser.
- Ni tan importante como se cree. ¿A qué grupo pertenecéis vos, milord?
- Al de los tipos normales que beben bourbon.

La risa suena tan impostora en su boca como todo lo demás, no convence como una risa real, verdadera. Es solo una mala imitación de algo vivo, una carcasa animada de manera artificial... pero una carcasa impresionante. Coño, Ahti. No te dejes deslumbrar. Me hago el tonto convenientemente y finjo que no me entero de nada, riendo entre dientes con él.

- ¿Qué os trae por nuestras tierras, noble visitante?
- He venido a pescar.
- Oh, la pesca. Maravilloso. Dentro de dos días iré a Tuercespina, a la competición. ¿Puede que coincidamos allí?
- Lo dudo - arqueo la ceja - puede que coincidamos más aquí, para ser sincero.
- ¿Pensáis pasar mucho tiempo entre nosotros? - No finge mal, pero mira, ahí asoma un sentimiento. No parece que le guste la perspectiva de compañía, así que me dispongo a meterle el dedo en el ojo un poquito. En sentido figurado, claro. Sonrío exageradamente.
- Me ha gustado este sitio, sí. Es probable que me quede un tiempo. Espero que no se me contagie la muertez.
- Eso depende de vos, Lord Albagrana.

Sonrisa peligrosa. Uy, creo que le estoy molestando. Y no debería disfrutar con ello, pero lo hago, me revuelco en la sensación con toda complacencia, antes de levantarme y sacudirme la capa, echando el pelo hacia atrás.

- Soy un ser muy vital. No creo que tenga problemas al respecto. Buenas noches, Loth'derel.

Ya recuerdo a este tipo. Voy hacia la escalera con estudiada calma, con el ojo del tuerto pesándome sobre la espalda con una mirada pertinaz, bostezo fingidamente y asciendo con soltura, cambiando el gesto en cuanto quedo fuera del alcance de su vista. Me he cruzado al señor Loth'derel hace unos meses, en el ascensor de Shattrath. Vestido con armadura y una hoja rúnica a la espalda, un tabardo negro con una espada plateada en el centro y la misma expresión gélida al dirigir su rostro cubierto por el yelmo hacia mí, montado en un corcel esquelético.

Este tío no es ningún patán, es un guerrero, y un guerrero chungo. Así que ojito con el tuerto, Ahti... ojito con el tuerto.






*** Cumplimos cincuenta entradas! Y las cumplimos con la intervención de Lemgedith, que ya le llegaba la hora. Por otras cincuenta más, y que las disfrutéis, muchas gracias a todos por leer y por espolear mi creatividad, sabiendo que lo que hago no solo me gusta a mi, sino que también deleita vuestra avidez lectora. Que la Luz os guarde, y la factura sea baja! ***

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